La mirilla

La sesión de ayer la dedicamos a la mirada que descubre, una mirada que sobrevuela las palabras, que se anticipa al discurso, que tantea con los ojos y el oído pero también con la imaginación.
Jugamos a observar por la mirilla de la puerta; con la luz del rellano encendida pero también con la luz apagada. Dice Ida Vitale: Yo soy bajo otro cielo. / Éste lo miro / como desde una mirilla subrepticia. Y eso es lo que hicimos, mirar el mundo tendido antes nuestros ojos.



Leímos el texto que obtuvo el 5º Premio en el IV Concurso de Microrrelatos "Leyendo a la Luz de la Luna" organizado por ZOES Asociación Barrio Oeste. El texto es de Nuria Martín González y se titula "La mirilla":

Existe una mirilla a un mundo escondido. Existe una mirilla orientada a un bosque perdido. Existe una mirilla que desvela un paraíso que habitan duendes en los árboles vacíos. Existe una mirilla que ilumina un rincón de entramados retorcidos. Existe una mirilla redonda como el Sol que se cree una ventana a senderos de esplendor. Existe una mirilla que la historia que cuenta se va por las ramas de un tono bicolor. Existe una mirilla que encierra en sus entrañas longitudes sin control. Existe una mirilla que muestra unas venas con alcohol. Existe una mirilla por la que miras tú.

Pero centramos nuestra atención en un relato de Carlos Frontera, publicado en su libro Andar sin ruido. Su título es "Charquitos de lluvia" y se lo dedica a "la Rubia, que mantuvo lobos a raya":

Está ese hombre que acecha por la mirilla. Pero no lo hace del modo en que lo haría cualquiera, no; él mira desde fuera hacia adentro. Erguido frente a la puerta, anuda las manos en la espalda y adelanta la cabeza. Luego pega un ojo, el izquierdo, y cierra el otro, el derecho, y así permanece largo rato. Los vecinos que invaden el portal lo miran consternados. Unos se acercan y le acarician el lomo, otros le lustran los zapatos, los más afectados le estiran los faldones de la camisa. Algunos incluso regresan al cabo con una olla de lentejas y la dejan a sus pies. A todo esto, el hombre permanece inmóvil. De vez en cuando, la pupila de su único ojo abierto, el izquierdo, se dilata como un fogonazo, y por un momento pareciera que hubiera visto algo, acaso una silueta atisbada al trasluz, pero enseguida recobra su tamaño anterior. Esto los días pares.
Los días impares está ese hombre que se aparta de la mirilla y desata las manos para posarlas sobre la puerta, a la altura de los hombros. Gira entonces la cara y aplica una oreja, la derecha, contra la madera veteada, y así permanece mucho tiempo. Los vecinos que llegan al portal lo miran afligidos. Unos se arriman y le atusan el pelo, otros alinean el felpudo contra la puerta, los más desolados le cosen el dobladillo del pantalón. Algunos incluso vuelven al cabo y aproximan sus labios a la oreja desocupada, la izquierda, y adaptan a Pavese en un susurro: “Vendrá el futuro y tendrá sus ojos”, le dicen con un hilo de voz; a lo que el hombre responde en un tono también inaudible: “Pero no los míos”; y retoma su silencio como si tal cosa.
Luego está Concepción, la vecina de enfrente a la que se le murió el marido por una tontería y que, ya puede ser día par o impar, siempre pasa de largo. Por su indiferencia, se diría que le importa bien poco lo que le ocurra a ese hombre, que le trae al fresco la devastación que le ha dejado en semejante estado. Pero nada de eso, a fe que no.
Durante el día, le observa a través de su mirilla sin atreverse a salir, un temblor de llanto en la mirada. Al caer la noche la actividad es otra. Mientras los demás duermen, está ese hombre que se deja caer al ralentí, la espalda resbalando sobre la puerta y las rodillas apretadas contra el pecho, y se hace un bola de gelatina.
Aprovechando que no hay vecinos, Concepción sale al rellano de puntillas, se agacha a su lado, le espuma la cara y le afeita con toda la ternura que cabe en una cuchilla. Trae además un arpón, con la esperanza de que por fin llueva y puedan salir juntos a hacer pesca submarina en los charquitos que deja la lluvia. “¿Ves, amor?”, le diría buceando lo profundo, “estas criaturas no son tan distintas a nosotros”.
También cuida de que los lobos no le orinen encima. De noche, los rellanos están abarrotados de lobos y Concepción las pasa canutas espantándolos. Los lobos permanecen al acecho mientras haya oscuro –ese es su reino-, en espera de la ocasión idónea para vaciar sus vejigas, y solo se retiran al amanecer, cuando los semáforos recuperan su policromía y los primeros rayos de sol le hacen cosquillas a esta cara del planeta. Concepción, que muere de ganas por hacer submarinismo con ese hombre en los charquitos que deja la lluvia y trata de reunir el valor necesario para decírselo llegado el caso, le vela hasta que los lobos retornan a su guaridas y solo entonces regresa a casa, se cepilla los dientes y se asegura de que la falda no le quede por encima de las rodillas.
Cuando los vecinos despiertan, encuentran a ese hombre de pie frente a la puerta, vigilando por la mirilla si es día par, con la oreja sobre la madera si día impar, y le dejan una olla de lentejas o le cosen el bajo de los pantalones antes de irse al trabajo. Todos permanecen atentos a la salida de Concepción y chasquean la lengua cuando la ven pasar de largo sin tan siguiera mirarlo. A los vecinos esta falta de solidaridad les resulta ofensiva y murmuran entre ellos que este asunto bien merece un punto en el orden del día en la siguiente junta de vecinos.
Porque una vez al mes los vecinos organizan una reunión de comunidad, redactan una convocatoria sin salirse de las rayas y la cuelgan en el tablón de anuncios, junto al horario de la piscina y la tabla periódica. Los vecinos se congregan en torno a los restos de una hoguera, se colocan linternas encendidas bajo el mentón y hablan de los humanos y de lo divino, disfrutan de los lindo poniéndose al tanto bajo esa luz tenebrosa y lanzan ideas para hacer de la convivencia algo habitable. Los hay que proponen una derrama para cambiar de nombre al ascensor –les parece una enorme falta de respeto llamar ascensor a algo que lo mismo sube que baja-, los hay que están hasta las narices de tanto Pavese y platean citar a César Vallejo en sus encuentros ocasionales, los hay que quieren someter a votación el repertorio de canciones para la ducha.
Las reuniones, todo hay que decirlo, son un pifostio de mucho cuidado. Tampoco es de extrañar, hay más opiniones que vecinos y así no hay quien se entienda. Lo habitual es que se salga de las reuniones con más hambre que al llegar, estrenando alguna cana y sin haber modificado ninguna norma de convivencia. Total, si exceptuando lo del marido de Concepción, que se murió por un quítame allá esa pajas, no ha pasado nada que invite a echarse las manos a la cabeza.
Así que de allí se sale sin amonestar a Concepción por su actitud, sin arreglar los socavones de la rampa del garaje y sin contratar a un cazador de lobos.
Y todos tan contentos.
Todos menos Concepción, que tiene un agujero en el pecho que cada noche se le hace más grande al observar a ese hombre atrapado en un mar de orines y hecho un ovillo de gelatina. Y esta noche, a tenor, de lo acordado en la junta de vecinos, no va a ser menos. Concepción, que sueña con regar las flores de los arriates coralinos con ese hombre, espera pacientemente hasta verlo desplomarse contra la puerta y corre a su lado, con una mano le sujeta la cara mientras con la otra le afeita, el bigote primero, los perfiles después, la barbilla y el cuello para finalizar, le afeita con la misma delicadeza con que un arqueólogo limpia con una brocha una reliquia recién desenterrada.
Los lobos se inquietan en el hueco de la escalera, se persiguen sus colas en círculos. Concepción los observa de reojo sin distraer su labor. Fuera está empezando a llover.


Continuamos nuestro recorrido textual con un poema de María Eloy-García titulado "El bien inmueble":

la nostalgia vive en el sexto piso
tira un papel por la ventana
y por un segundo
se confunde con el vuelo migratorio
de un pájaro que quiere aparearse
la mierda que lanza desde su arriba
cae sobre la raya en medio
de un preso en libertad condicional
que no recuerda cómo se iba a su casa
aquí el niño que lo ve todo
crea en ese momento en la parte izquierda del cerebro
un comienzo de neura
que asociará a la placidez veinte años más tarde
la bondad vive en el tercero
tiene una casa confortable pero incómoda
el odio tiene siempre un perro en la puerta del cuarto
pero la decoración de su casa es impecable
la timidez que vive en el quinto
ve por la mirilla de su puerta blindada
la cabeza distorsionada de un gordo que es el mundo
en el noveno vive la veneración
la soltera que comparte piso con la envidia
el del octavo que es el tiempo
se quedó justamente encerrado en el ascensor
aquel día que viniste a mi casa
y yo soy ese edificio
pero nunca subo al décimo
la casa de la perfección que es una déspota
suelo sin embargo quedarme en el primero
del que nunca sé salir
allí vive el hastío que nunca pagó la comunidad
la memoria
que vive en el segundo
tiene el síndrome de diógenes
todo lo que sube a su casa
es digno de ser guardado
cualquier tontería tiene la dignidad de un tesoro
pero nunca recuerda al que se olvidó de ella
ese día subiré al séptimo
porque es justo allí donde habita el olvido


Y concluimos con un cuento tradicional suizo titulado "La mirilla":

No hay en el mundo nada tan hermoso como una mirilla. Pero tiene que ser una verdadera mirilla, una mirilla auténtica, tal como la que tenía Juanito en el monte.
Era éste un pobre chiquillo que hacía ya de pastor. Caminaba descalzo y con los pantalones desgarrados. Tosía con frecuencia, y su rostro era pálido y delgado. En invierno sufría hambre con su madre en el albergue de los pobres. El verano lo pasaba en el monte.
Las gentes de la aldea lo miraban compasivas, y algunas decían que no estaba del todo bien de la cabeza. Pero esto no era más que la opinión de algunos. Si las vacas hubieran podido hablar, ellas habrían dicho algo bien distinto. Juanito veía y oía incluso más que la demás gente. Pero de ello no hablaba con las personas inteligentes, sino tan solo alguna vez con su madre enferma. A las vacas les hablaba también muchas veces en el monte. Cuando las vacas pacían tranquilas y calladas, masticando las hierbas del monte entre la recia dentadura, lo escuchaban a él apaciblemente. Muchos maestros sentirían una gran alegría de poder tener alumnos que estuvieran tan atentos como ellas.
Juanito dormía por las noches en una cabaña del monte. Bajo el tejado, muy cerca de la pared de tablas, tenía él su montón de heno. Esta cama no la hubiera cambiado él por ningún lecho con dosel de un rey.
Algunas veces, sin embargo, hacía mucho frío allá arriba, y entonces se pasaba Juanito tosiendo todo el día siguiente.
-¡Baja con nosotros! Nuestro albergue es más cálido -le decía entonces el buen vaquero.
Pero esto no podía hacerlo Juanito, pues en la pared de tablas había una pequeña mirilla redonda. Y no quería abandonarla.
Por la mañana, en cuanto abría los ojos, estaba ya ante él la escala celestial. Ésta conducía desde su lecho, oblicuamente, hacia las alturas. Por allí subían y bajaban las pequeñas criaturas del Sol. Llevaban brillantes coronas sobre sus cabecitas y lo saludaban dándole los buenos días. Él era el rey del Sol y saludaba a todos bondadoso. Luego se levantaba y salía fuera de la cabaña para saludar a su reina. Ésta esperaba ya sobre el monte, revestida, por amor a él, del valioso manto de púrpura. Sus servidores habían esparcido diamantes sobre la alfombra de flores a sus pies.
Ahora podía caminar Juanito por ella, lenta y dignamente, tal como corresponde a un rey.
También por la noche era muy hermosa su mirilla. Entonces miraban por ella las estrellas, y preguntaban suavemente si podían venir a visitarlo. Pero casi siempre estaba Juanito demasiado cansado y prefería dormir.
Pero un día no pudo seguir durmiendo el muchacho. La molesta tos lo afligía más que de ordinario, y la cabeza le dolía y ardía como si la tuviese metida en un horno; además, sobre el pecho parecía tener algo oscuro que lo pinchaba y oprimía.
-¡Socorro! -jadeó el pobre muchacho.
Entonces apareció una estrella por la mirilla.
-¿He de venir? -preguntó.
Juanito asintió y al punto se dejó caer la estrella desde la altura del cielo. Juanito lo vio con sus propios ojos. Entonces tuvo que levantarse y salir a recibir delante de la puerta al celestial huésped.
Descendió la escalera tanteando en las tinieblas, hasta que se encontró fuera. Delante de la cabaña, en pleno monte, aguardaba un jovencito de plateadas vestiduras.
-¡Ven! -dijo el mensajero, y lo cogió de la mano.
Juntos oscilaron por los espacios sobre la celestial vía láctea, hacia el gran jardín de las estrellas que se halla en lo alto.
Juanito echó una rápida mirada sobre sí mismo. Sí, sí, llevaba puesta su túnica real de rey del Sol. Podía presentarse, pues, ante cualquiera. Todas las estrellas se inclinaban, cuando pasaba delante de ellas. Eran muchos miles, y todas a cuál más hermosa. Finalmente llegaron al dorado portal del cielo.
-¡Pedro, abre! ¡Viene a visitarnos el rey del Sol, Juanito!
Entonces se abrieron ampliamente los portales, y salió a recibirles el rey de los Cielos en persona.
-¿Por qué me conceden este gran honor? -preguntó Juanito humildemente.
-Porque has tejido tu gris vestido terrenal con el oro del Sol. Tú estabas ya allá abajo como en el cielo. Por ello estás aquí como en tu casa. Si te agrada, puedes quedarte para siempre entre nosotros.
-Gracias -dijo Juanito-. Pero antes tengo que despedirme de mi madre.
-¿Por qué quieres despedirte de ella? -le preguntó dulcemente el rey de los Cielos-. ¡Tráela contigo aquí arriba! La madre del rey del Sol debe estar también entre los invitados.
Entonces se alegró enormemente Juanito, porque iba a dar una alegría a su madre. Presuroso, hizo seña a su acompañante, y juntos se deslizaron de nuevo hacia la Tierra.
Allí abajo reinaba gran excitación. El vaquero de los Alpes corría desde el monte hasta el hogar de los pobres, en la aldea. Iba a decir a la madre de Juanito que tenía que subir al momento. Su hijito se había tendido por la mañana con alta fiebre delante de la cabaña y estaba en trance de muerte. Pero la madre de Juanito tosía también muy fuerte y no podía levantarse del lecho.
Juanito lo sabía. Se deslizó con su acompañante a través de la ventana abierta y llegó hasta el lecho de su madre, en la casa de los pobres.
-Reina madre -dijo-. ¡Levántate y ponte tu más bello vestido! ¡Ponte también la corona! Estás invitada allí arriba como huésped.
Entonces resplandecieron los ojos de la madre como el Sol, y siguió a su hijo, y fue recibida allí arriba, como él, con brillantes honores.
De la casa, empero, de los pobres, sacaron a la mañana siguiente dos ataúdes negros, y las gentes de la aldea colocaron flores sobre ellos, piadosamente.


Propuesta de escritura

Asómate a la mirilla y cuenta lo que ves y lo que no ves. Procura usar la descripción.
Pero si quieres que tu discurso sea más surreal emplea la enumeración caótica.


Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


La mirilla

Hace unos cuantos años, actuaba un grupo argentino, en la Plaza de los Bandos de Salamanca y se me quedó grabada una frase de una canción: “ Cuando tu miras lo que yo miro, miramos lo mismo, pero vemos distinto “.
Ayer mismo, le digo a mi mujer, están llamando a la puerta cada dos por tres, pego el ojo a la mirilla, y veo cosas raras, acaba de pasar un león, al poco rato una princesa, luego un cocodrilo, después una rana, y para cerciorarme me asomo a la ventana y no son alucinaciones.
Ella sin despeinarse, me dice: " No te enteras , no ves que son carnavales ".

Luis Iglesias
Grupo B


Ruido en el descansillo

Sonó el timbre de la puerta. Con sigilo me acerqué al visor de la mirilla y ¡oh sorpresa!: Jadeando, con la lengua fuera, un cordero verde con patas de elefante estaba en el descansillo. Fui a abrir la puerta, para auxiliarle, en el momento en que se apagó la luz del exterior y seguí mirando por la mirilla. Descubrí en la sombra que detrás del cordero estaba un lobo barrigudo también abatido por la fatiga.
- No pienses mal – me dijo mirándome con ojos centelleantes. No creas que vengo persiguiendo al cordero, sino que vengo a protegerme de las amenazas de muerte que me han proferido con su croar un enjambre de ranas de aquella laguna que puedes ver allí al fondo.
Efectivamente en la lontananza del pasillo se veía con toda nitidez un charco de agua.
Me quedé estupefacto ante aquel espectáculo. Y así hubiese continuado durante tiempo indefinido de no ser por los golpes que en ese momento comenzaron a darme en la espalda. Giré la cabeza y vi un oso hormiguero más rojo que las amapolas que me devoraba con la mirada.

Ramón Sánchez Rodríguez 
Grupo B


Tras la mirada por la mirilla

Pasillo breve pero con un mundo dentro, se extiende, se amplia como un pequeño universo. Crece trigo ya amarillo, que pronto se vuelve sangre. Sobre las baldosas se abren grietas, raíces brutales brotan hasta hacer desaparecer la dureza del suelo que se resistía, cemento humano. Se rasga la pared y con ella la mirilla. Retrocede el edificio y cae. Alguien ha muerto pero no se sabe.

Vuelven nubes verdes que todo lo purifican, huele a menta, la extensa sangre se hace tierra limpia y hermosa. Cantan pájaros que traen olores de incienso y yerba. A lo lejos brilla un sol de justicia esta vez. El dios de los cementos ha sido vencido porque no permitía ver el mar por donde vienen remando nuevas criaturas que saben dominar vientos y cielos de otro mundo.

Emilia González
Grupo B


“Mirada interior”

Por la mirilla se ve una página en blanco, y el escritor da un respingo, horrorizado. Después de una profunda reflexión, atravesada por miles de imágenes de las que no ha podido retener ninguna, toma una decisión fulminante, pero sigue inmóvil en su ceguera deslumbrada.
El silencio es nítido, como capturado en el tiempo, pero es imposible saber si pertenece a ese género que provoca una música detenida, o a aquél otro que surge antes de que empiece a sonar. Son sinfonías diferentes.
El escritor vuelve a la mirilla para concentrarse en lo que oye, una especie de sonido de la nada, extraño como una imagen vacía.
Al esforzarse por enfocar mejor ve su propia figura del otro lado de la puerta, con el ojo pegado a la mirilla, observándole. Echa la cabeza hacia atrás, bruscamente, y el fantasma de sí mismo se pierde en un agujero temporal. De repente vuelve a oír el tic-tac del reloj de la cocina, y tiene la sensación de retornar a su propia irrealidad. Reconoce los malos augurios.
En su mano sujeta la página que acaba de escribir. Siente un beso en su oreja, y la caricia de una lengua que susurra. Siempre se despide así, su Musa favorita. Qué raro, no la había sentido entrar. Será que ha llegado en la hora de la siesta, o quizá estaba trabajando muy concentrado y no echó cuenta de ella.
A través de la mirilla ve cómo la ninfa le guiña un ojo, antes de entrar en el ascensor. Se ilumina el número del ático, donde vive el poeta. El escritor ya sabe que no la tiene en exclusiva, y nunca ha sido celoso, pero le incomoda un poco pensar qué pueda hacer su vecino con las palabras de ella, con sus propias palabras. ¿Le escribirá también poemas como besos?.
Una hoja pasa por debajo de la puerta. Inútil mirar hacia el otro lado, el secreto de los vecinos se oculta a las mirillas ajenas. Además, ya sabe la respuesta, esa luz negra que va penetrando lentamente a través del cristal, cegando para siempre su mirada interior.

Ignacio Aparicio
Grupo B


Clotilde

-¡Que sí mujer, que ya te lo dije anteayer al salir de misa! –Clotilde juega con el cable mientras habla por su viejo teléfono- El nuevo vecino es un chico joven, algo desarrapado, de esos que llevan los vaqueros rotos. He cruzado con él solo unas pocas palabras. ¡Si sale y entra siempre a deshoras!

Nunca llega antes de las doce y claro, como da un portazo, a mí me sobresalta y doy un brinco en el sillón. Y pasa tan rápido delante de mi puerta que casi no me da tiempo a observarlo por la mirilla. Además, parece andar ocultándose porque se sube las solapas del abrigo y se cala bien el sombrero para que no le veamos la cara. Algo raro se trae entre manos porque, ayer mismo, pasó mirando a todos lados como si temiera que lo estuvieran vigilando. No sé, no sé, ya te iré contando, Rosaura. Ahora te tengo que dejar. Me he entretenido mucho y tengo la comida en el fuego. Adiós, adiós, -hace una pausa y acaba-. Sí, a las cinco como todas las tardes. Hasta luego.

-¡Ay, Rosaura! No sé que hacer. Ayer el nuevo vecino bajó las escaleras arrastrando un bulto enorme. En cada escalón se oía un golpe tremendo. Yo no me atreví a abrir la puerta mientras él lo empujaba por el portal y lo sacaba a la calle. Seguro que son imaginaciones mías, qué quieres que te diga, pero yo pensé que se trataba de un cadáver. –Escucha lo que le dicen desde el otro lado de la línea-. Por supuesto que pensé en llamar pero seguro que no me hubieran tomado en serio.

Y lo peor es que, al rato volvió y tenía algo en la mano. Yo pienso que era un cuchillo, aunque no podría asegurarlo. Estoy asustadísima –nueva pausa para escuchar a su interlocutora-. No, tú no te acerques por aquí y, no te preocupes, tengo la casa cerrada a cal y canto y no pienso salir por nada del mundo. –Se oye un timbrazo y Clotilde se alarma-. Ha sonado el timbre –susurra al teléfono-. Voy a ver quién es. No te preocupes que no haré ningún ruido. No cuelgues que vuelvo enseguida. -Se marcha con el mayor sigilo y, al poco, vuelve demudada-. ¡Es él! Está en la puerta –musita aterrorizada al auricular-. ¡Dios mío! ¿Qué querrá de mí? Y tiene algo en las manos… -calla de nuevo, atendiendo a su amiga-. Sí, por favor, llama tú ahora mismo a la Policía. ¡Que vengan volando! ¡Ese hombre quiere matarme! –Cuelga el teléfono y se aleja hacia la cocina murmurando–. Gracias a Dios que tengo todos los cerrojos echados. Por todos los santos, Rosaura, diles que se apresuren …

Jorge

-¿Qué tal en tu nuevo piso, Jorge? –pregunta Pablo-. Tendrás que organizar alguna cenita para inaugurarlo, ¿no?

-Muy bien –contesta Jorge- a pesar de que ayer tuve un lío cojonudo. Y todo por hacerle caso al gilipollas de Andrés. No te rías encima, capullo, que en menudo marrón me metí por tu culpa -y señala al más sonriente de sus amigos.

-Cuenta, cuenta –le urge Miguel.

-Cuando Andrés me ayudó con el traslado vimos que en el bajo del edificio, vive una señora muy mayor. Tiene pinta de chiflada y apenas me habla cuando nos cruzamos. Además, es una auténtica cotilla. Como su mirilla queda frente al vestíbulo del edificio se pasó todo el día viéndonos subir y bajar cajas.

Y este imbécil –dice apuntando hacia Andrés- siempre que pasaba delante de su puerta le hacía alguna tontería. Le sacaba la lengua, le tapaba la mirilla o algo por el estilo. Aunque peor fue la idea que se le ocurrió cuando acabamos de colocar todo. Estábamos tomando unas cervezas cuando me sugirió:

“-¿Y si le damos un susto a la vieja? Venga, vamos a montarle una película de miedo. Ya verás como se le pasan las ganas de husmear”.

Lo malo es que cuando me lo contó a mí me pareció que la idea tenía su gracia. Así que, siguiendo las ocurrencias de Andrés, en los días sucesivos, cada vez que pasaba delante de la puerta de la vecina y oía deslizarse la mirilla, adoptaba el papel de un delincuente peligroso. Primero salía ocultándome, como si tuviera miedo, luego subía sigilosamente como si temiera un ataque. Otro día bajé arrastrando un bulto por la escalera y, finalmente, entré en el portal con un enorme cuchillo.

Andrés vino ayer a casa y le conté lo que había estado haciendo. No paraba de reírse pensando en lo aterrorizada que estaría la anciana. Pero a mí, en ese momento, la vieja comenzó a darme pena y cuando éste se marchó decidí bajar a saludarla y a presentarme. Me arreglé un poco y pensé en regalarle mi mejor maceta. Unas petunias que habían soportado bastante bien el cambio de casa.

Llamé a la puerta y, a pesar de que se oía algún trajín dentro de la casa, nadie me abrió. Ni siquiera me hablaron. Esperé un rato y, pensando que quizás la señora fuera un poco sorda, insistí con unos vigorosos timbrazos. Seguía esperando cuando, de repente, se abrió la puerta de la calle y unos policías entraron apresuradamente. Iba a dejarlos pasar cuando, sin previo aviso, se abalanzaron sobre mí y me inmovilizaron en el suelo. Con el empujón se me deslizó la maceta de las manos y fue a aterrizar sobre el pie de uno de mis agresores. Dio un sonoro chillido y soltó un juramento aún más estruendoso.

En fin, ahora ya sabéis porqué ayer no respondí ninguno de vuestros mensajes. Me pasé la tarde en comisaría dando explicaciones a un policía con un pie vendado y una cara de muy mala hostia. Y tengo que agradecerle que, después de todo, me dejara marchar sin ponerme una denuncia.

Pepe Lorenzo
Grupo B


El día que perdí la inocencia

Estando el otro día en mi casa, de repente, escuché ruidos en la escalera; me acerqué a la entrada, apagué la luz y abrí la mirilla. Vi a mi vecina de enfrente con su hija pequeña que venían de donde fuera; entraron en su casa y se apagó la luz del descansillo.
De pronto, en medio de aquella oscuridad, empecé a menguar de tamaño, el tiempo fue hacia atrás a una velocidad de vértigo, y en segundos me vi con cuatro años y ya no llegaba a la mirilla. Llamaron a la puerta y mi padre que estaba a mi lado miró y abrió.
Apareció un vecino con un pequeño recipiente de cristal vacío en la mano, y le pidió a mi padre un poco de gasolina.
Por aquel entonces, años cincuenta, era frecuente que algún vecino llamara para pedir un poco de sal, de azúcar, de petróleo para el infiernillo, o como en este caso de gasolina para el mechero.
Mi padre le dijo que no teníamos. Yo, inocente de mí, que estaba cerca escuchando la conversación, le dije que sí, que si teníamos, que yo había visto la botella, y que incluso sabia donde estaba en este momento. Que contento estaba yo de haber podido ayudar. Fuimos a buscar la botella y mi padre le llenó al vecino el pequeño recipiente del preciado líquido.
Al marcharse el vecino, yo esperaba muestras de agradecimiento, pero no fue así. Por lo visto teníamos poca gasolina y mi padre no quería desprenderse de ella. Al final me reprendió diciéndome que si él decía que no había (lo que fuese), aunque lo hubiera, para todos los efectos era que no había.
Entonces me di cuenta que la verdad sólo hay que decirla en algunas ocasiones. Lo difícil es saber cuando.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Pared con pared

Yo soy lo que toda la vida se ha llamado un hombre de bien. Mediana edad, felizmente casado, vivo con mi mujer y mi hijo. Estudios universitarios, trabajo por cuenta ajena, en fin, un digno representante de la clase media española. Me esfuerzo por hacer todas las cosas dentro de las normas establecidas, me gusta que mi vida tenga un orden en todos los ámbitos. En general, no me gusta destacar por nada. Quizá la única excepción sea mi comunidad de vecinos. No es que me guste sobresalir en ella, pero es que me tomo muy en serio lo que tiene que ver con su gestión cuando me corresponde hasta el punto que todos mis vecinos dicen que soy el mejor, que ya me podía quedar yo siempre. Todo el mundo paga, todas las obras se hacen, los seguros pagan los siniestros, la limpieza es impecable… Todo perfecto sin duda.
Cuando dije que todos mis vecinos dicen que soy el mejor puede que haya exagerado un poco.
Mi vecina de enfrente no participa de esa admiración general.
La verdad es que es rara. Vive sola, tendrá algunos años más que yo y es de esas personas que sin saber mucho de su vida, yo considero fuera de la norma y a mí eso me despista, me hace desconfiar.
Una tarde estaba yo en mi casa tranquilamente después de comer cuando oí algo extraño. Una voz, que no era la tele, ni la radio ni era una persona, no sé, quizá una máquina. Me asomé a la mirilla, pero en la escalera no había nada. Me di cuenta que el ruido, la voz venía de su dormitorio principal, que da a mi salón. Fui a su casa y le dije que bajara ese aparato, que se oía mucho. Ella, por toda respuesta, me dio un seco y contundente: vale.
Me hubiera gustado preguntarle qué era ese ruido, de dónde venía, pero no me atreví y ella tampoco parecía dispuesta a darme más explicaciones.
Volví a mi casa y el ruido, la voz bajó de intensidad. Al rato escuché música, más fuerte y más baja, pero estuvo muy poco rato.
Dos o tres horas después lo que escuché me sobrecogió. Una voz, como de bruja, no entendía muy bien lo que decía, pero me pareció escuchar algo de Plutón y del infierno.
Ahora sí que no me atrevía a salir, ni a decir nada. En la escalera todo continuaba aparentemente como siempre.
A partir de ese día, cada cierto tiempo, se volvía a escuchar en esa casa esa especie de letanía, conjuro o qué sé yo. Intrigado, pegué la oreja a la pared del salón y pude oír algo de víboras, de dragones, de sangre. La voz era fuerte, áspera, malévola.
No sabía qué hacer, estuve a punto de ponerlo en conocimiento de la comunidad, de algún vecino, pero no me atrevía.
Pasaron 3 o 4 meses y un día me invitaron a una actuación de un grupo de teatro de aficionados. No me gustan estos grupos. Para mí el teatro solo deberían hacerlo actores de verdad, pero me sentí en la obligación de ir por compromiso.
Cuando salieron los actores a escena la vi. Ahí estaba mi vecina entre ellos.
Al rato, salió ella sola a escena, haciendo un monólogo de la Celestina, conocido como el conjuro a Plutón. Me dieron escalofríos. La voz, el ritmo, la intensidad, todo coincidía con lo que yo había estado escuchando desde mi casa. Hay que reconocer que en el escenario estaba bien, pero en el salón de casa, daba algo más que miedo.

Teresa Sanz
Grupo B


Ragazza

¡Despampanante! No se me ocurre otro calificativo, y nos tienen dicho que no más de tres admiraciones. La RAE, que es la que sabe, dicta: despampanante = que causa sensación, deslumbra o llama la atención. Bueno, pues las tres cosas.
Era de no creer, me aparté de la mirilla para frotarme los ojos. Bueno, y también para frenar un poco el galope de mi víscera cardiaca. Con los años —y los míos son los que son— el hombre se hace de calmas y sosiegos, de tranquilidades, pero quién puede resistir un impacto así. Me pellizqué y no estaba soñando. La cantidad de cartas de amor que le tendré escritas. Desde que la conocí en el cine, y fíjate, lo mismo yo ni me afeitaba, no se me borró su imagen de la memoria. Y aparece ahora, como si supiera que en mi corazón nunca hubo sitio para otra.
Volvió a sonar el timbre; casi me delato, menos mal que logré controlar el respingo. Poco a poco, fui acercando mi ojo a la mirilla y ahí seguía, cabellos negros como mi desdicha, una sonrisa que ya me gustaría saber describir, ojos almendrados en los que te mueres por naufragar, los dientes un punto grandes, relucientes, como a mí me gustan, labios que no te cansarías de besar; y con esa leve hendidura en la barbilla de la que no apartarías la mirada.
Uno se tiene por sensato, realista, nada fabulador. Tampoco soy de poesías. Lo que no puede ser no puede ser. Me aparté de nuevo. Enseguida, otro par de timbrazos. Ahí estuve yo menos impresionable y conseguí sujetar los nervios. Ya digo, lo que no puede ser no puede ser. Y no puede ser porque mis innúmeras cartas de amor las guardo todas en el baúl del desván; riguroso orden cronológico. Ninguna fui capaz de echar al correo, lo confieso.
Aunque allí estaba ella, mi amor, evidencia innegable de que lo fantaseado puede suceder cuando menos lo esperas. Retorné una vez más con mil precauciones a la mirilla y... allí seguía la ragazza. ¡¡¡Despampanante!!!, ya quedamos en eso, un calificativo que de no existir tendrían que habérselo inventado para ella; Sofi, la Sofía Loren de mis sueños. Y con dieciséis, dieciocho añitos, más no tendría. Qué cosas, tú; hay que tomarse en serio los trabajos que te encargan en el taller los lunes.

Pascual Martín 
Grupo B


Cadáver

Me asomé a a mirilla. Esa noche me tocaba turno. Me había llegado uno nuevo. Como siempre los reviso antes de meternos en la cámara frigorífica y mandarlos a autopsia.
Vi que el cadáver estaba tal cual lo había colocado.
Inspeccioné los papeles que había dejado encima de la mesa que llevaban y calificaban el estado del cadáver.
La hora de la muerte, como se encontró el cadáver etc.
Datos significativos pero relevantes.
Empezó lo intrigante cuando descubrí que el cadáver se movía solo, cambiaba de posición y las heridas, las iba sanando. Increíble.
Esa noche al meterme en la cama, no podía dormir.

Iria Costa
Grupo B


La Pluma

Desde que cambié la mirilla de la puerta por un ojo de buey soy capitán de navío, timonel de un velero de ladrillo que navega salvaje. El casco limpio, la orza dispuesta a jugar con el tiburón de humo que enreda los mapas. La niebla es granito si la arcilla carece de fuego
Por fin se que es una estrella caída, el hombre que desconfía del brillo de su paso.
Desde que cambié la mirilla de la puerta por un ojo de buey soy capitán de navío. En el rellano siempre hay gaviotas. Una me regaló una pluma. Anidó en la despensa de mis ojos. Hoy ondea en el mástil. No tiene carga. Su dobladillo es suave. Su vuelo discreto
Por fin supe que resucitar consiste en sacudir las cenizas de un abordaje. Izar velas. Pronunciar mi nombre
Desde que cambié la mirilla de la puerta por un ojo de buey soy capitán de navío. Ayer murió Manuela, la vecina. Hija, hermana, madre, amiga y abuela. Dos protocolos con guantes recogieron su cuerpo. Era pequeño como el de una niña. Lo tiraron al agua. Nunca jugó con delfines.
Por fin entendí que es una puerta blindada. El personaje ficticio que te impone una palabra.
Desde que cambié la mirilla por un ojo de buey soy capitán de navío.
En el mar siempre hay piratas. Corsarios que agitan fantasmas a la luz de la luna. En ocasiones las mareas se enfangan y crecen los profetas. Buhoneros sin alma de búho. Prometen tesoros. Ofrecen manzanas. Te roban el universo que te habita. Es fácil naufragar en su verbo, olvidar el perfume del aire. El olfato se acomoda.
Por fin puedo ver más allá del espejismo de hormigón y prisa. Una pluma es suficiente para desvelar sus engaños.
Desde que cambié la mirilla de la puerta por un ojo de buey soy capitán de navío, timonel de un velero de ladrillo que navega salvaje.

Ana Isabel Fariña
Grupo B


Desde mi mirilla

Y sonó el timbre, fue una llamada insistente, quizá la vecina de enfrente, que tenía ganas de un poco de cotilleo, la reunión de vecinos de la tarde anterior había dado para mucho. Recorrí el pasillo con un “voy, voy”, y, al llegar a la puerta, lo que se hace por costumbre un “¿quién?” y mirar por la mirilla. No era la vecina, no era nadie conocido, pero sí sorprendente. No supe si era un hombre o una mujer, no vi siquiera su cuerpo, me atrajeron como un imán sus ojos, eran negros, profundos y oscuros como un pozo, pero desprendían tanta luz que pasaron a ser transparentes, serenos como un amanecer en primavera que invitaban a confiar en ellos, a abrir la puerta, pero algo me detenía. No quería que entrara, seguí pegada a la mirilla, esperaba una palabra que no llegaba, seguí mirando a sus ojos y allí, en lo más profundo, vi el mensaje que me traía, lo dejó en la estela que como en una blanca niebla fue dejando al retirarse: serenidad.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Recuerdo a mis compañeros de instituto,y hoy un suceso me ha hecho evocar a Luis "El Mirilla,".nunca supe sus apellidos.Todos le conocíamos por ese apodo. Su abuelo era fabricante de mirillas. En mi pueblo,todos nos conocíamos por motes o apodos,algunos si tenían relación con la profesión de sus antepasados desde tiempos remotos,otros no se sabía bien.Esa costumbre estaba tan arraigada que se ignoraban los apellidos y era el día que fallecía el individuo cuando al leer la esquela,te enteras de su verdadero nombre y apellidos.Y su apodo en negrita.En ese momento es cuando se descubre el verdadero linaje de la familia.
Descanse en paz mi compañero Luis Gutiérrez López "El Mirilla"

Pepa Agustín
Grupo B


El favor
-¡Que sinvergüenza!- dije para mis adentros - la pobre chica está cuidando a su madre y él aprovecha para liarse con todas las que puede-.

Me encontraba agazapada tras la puerta observando por la mirilla hacia el portal. La luz de la calle traspasaba el cristal de la puerta y era suficiente para iluminar la escena tórrida que se estaba representando delante de mí. Mi vecino, una vez más, estaba en la entrada empujando a una mujer contra la pared -esta vez es rubia- en un arrebato de pasión que, al parecer, no podía esperar ni un minuto, ni siquiera para llegar a la intimidad de su piso, en la tercera planta.-¡Será bruto! –Pensaba- ¡Como se descuide la desnuca con los buzones!-.

En otras ocasiones ya había contemplado semejante espectáculo. Cada vez que Paula, la vecina del tercero, se iba con los niños al pueblo para atender a la madre de Luis, éste se dedicaba a ligar de sin ningún tipo de recato. Casi cada noche traía a alguien y, debía estar muy necesitado, porque el numerito desenfrenado del portal parecía de obligado cumplimiento.

Era de madrugada y el edificio estaba en silencio, por eso era fácil distinguir los suspiros, los jadeos y las frases –un tanto groseras para mi gusto- que emitían de forma entrecortada. Intentaba no prestar atención a las palabras pero mi posición favorecía justo lo contrario. Y me desagradaba. Sí, me desagradaba la situación porque era consciente de que me había convertido en una mirona, en la típica cotilla de la comunidad, y que, por lo tanto, debía retirarme inmediatamente de esa posición y olvidarme de los agravios de Paula. Pero cada vez que lo pensaba me encontraba con algún escollo –más bien excusa- y seguía contemplando como hipnotizada. Cada beso, cada abrazo y cada palabra percibidos se me antojaban agravios a todo el género femenino.

Una de las noches encendí la luz para darles un sobresalto. Luis miró hacia las escaleras por si alguien bajaba y salió del portal con la pareja de ocasión para volver al cabo de quince minutos, aproximadamente – lo sé porque volví a oír el llavín en la cerradura- para subir directamente a la tercera planta, supongo que para rematar la faena.

Estuve al acecho varios días, vigilando los movimientos del portal para hacerme la encontradiza con Paula, que ya había regresado. En dos ocasiones la encontré con sus hijos y opté por saludarla, únicamente, no me parecía nada adecuado abordarla en esas circunstancias. Pero en ese momento llegamos juntas a la entrada, las dos cargadas con bultos del super.

-Hola Paula. Esperaba encontrarte a solas para hablarte de un tema un tanto delicado. Sé que no debería entrometerme en tu vida, pero prefiero hacerte un favor y evitar que vivas en la ignorancia- dije, muy digna.

-Le agradecería mucho más que se guardara ese favor y me permitiera seguir con mi vida tal como está- contestó Paula, impidiéndome decir nada más y, dejándome con la palabra en la boca, se dio la vuelta, cogió la compra y siguió escaleras arriba mientras yo cerraba la puerta y rumiaba mi estupidez.

Aún así, volví a poner el ojo en la mirilla para ver cómo la vecina se enjugaba las lágrimas con el antebrazo, puesto que tenía las manos ocupadas con las bolsas, y se apoyaba en la pared para no perder el equilibrio. Me sentí avergonzada por haberme entrometido en su intimidad y por no haber considerado que, en muchas ocasiones, las personas nos negamos a saber porque eso nos obliga a actuar y ese es justamente el paso que no queremos dar. Paula era feliz con sus hijos, con su marido y con la vida que le había tocado. No contemplaba otro escenario. ¿Quién era yo para arrebatárselo?

Maxi Moreno
Grupo B


La vecina indiscreta

Despuntaba el alba y una luz tenue inundaba de sombras violetas las plantas del descansillo, una bicicleta aparcada junto a la barandilla del corredor y dos figuras altas, una chica apoyada sobre la columna y un chico frente a ella. Un halo de intimidad los rodeaba.
La muchacha asemejaba la sirena de un mascarón de proa; no se le veían los pies porque los tapaba su acompañante, y el pelo suelto parecía flotar mecido por la suave brisa del patio. Mareaba coqueta una guedeja entre sus dedos, su blusa blanca caía seductora por el hombro desnudo y sus ojos no podían ocultar que le gustaba ese chico.
Hablaban de forma relajada, a media voz, ajenos del resto del entorno y de lo temprano de la hora. Yo no entendía nada. El muchacho la escuchaba embelesado, con la cabeza algo ladeada hacia la izquierda, acariciándose inconsciente el brazo de ese mismo lado o aplaudiendo entusiasmado alguna ocurrencia que ella le contaba y ambos celebraban con una risita tonta. Seguro que a él también le brillaban los ojos.
En un momento de precioso silencio (donde temí que pudieran escuchar el trote acelerado de mi emocionado corazón) el chico, sin imposturas, se inclinó delicado hacia la columna, pasó sus dedos alrededor de los labios de “su sirena” y le dijo _ You’re beautiful!!!_
Cerré la mirilla.
¿Qué me pasaba? Había sido testigo de una romántica postal tras la puerta de mi casa y lo que más ilusión me hizo es ¡que entendí una frasecita en inglés! ¿Estaba soñando? No; me levanté porque me despertaron unas voces sin pudor; me asomé a esa discreta ranura y quedé hipnotizada por la belleza del instante. El beso final, seguro que lo hubo, quise dejárselo sólo para ellos.
Nunca supe quienes eran y porqué estaban en nuestro edificio aquella madrugada de finales de agosto del año pasado.

Romy Martínez
Grupo A


A una niña en una guerra

"A través de la mirilla
que me brindan hoy tus ojos
que son tristemente hermosos
y llorosamente brillan
emerge tu alma chiquilla
a la pena condenada
de sentir que no eres nada
en el centro del dolor
de un mundo falto de amor
que te mantiene ignorada."

Mercedes González
Grupo A


Mirilla

Veo por la mirilla que sale del ascensor una Testigo de Jehová que va al piso de enfrente. Llama al timbre. Ana, la vecina, abre la puerta para ver quién es.
-Hola buenas, soy Testigo de Jehová. ¿Se acuerda que habíamos quedado en vernos esta tarde?
-Perdón, con tanto trabajo no me había acordado de que teníamos la cita programada para esta tarde. -¿Te parece bien que cambiemos la cita para la semana que viene? Te pido disculpas por no haberte avisado con antelación.
-Por mí no hay ningún problema, muchas gracias por su comprensión. Nos vemos la semana que viene.

David Sánchez
Grupo B

Pero, ¿esto es un haiku?

La sesión del grupo A del lunes pasado corrió a cargo de Ignacio Aparicio, compañero del taller que ha publicado recientemente un libro de haikus.




Ignacio tomó como referencia el libro de Josep M. Rodriguez “¿Y si escribes un haiku?” publicado en la editorial La Garúa. Dice Josep en el prólogo:

“Entre las muchas estéticas que esta estrofa japonesa nos ofrece, hay quien defiende la obligatoria imitación del haiku clásico: dejarse seducir por el instante, por la palabra que nos transporta a una estación del año o kigo, por lo natural, por la unión de dos realidades distintas para crear, con la suma, con la yuxtaposición, un efecto distinto… Se trata, sin duda, de una opción posible.  Pero a veces parece que se nos olvida que en su país natal el haiku también ha evolucionado. “…Creo que lo mejor del haiku español –lo mejor de la poesía actual- es su atomización y sus conexiones de sistema nervioso infinito. Enriqueciéndose con el cruce de tradiciones”
Hasta el propio Bashô, quien estableció el cánon del haiku clásico, nos dice lo siguiente: “No sigas la huella de los antiguos.  Busca lo que ellos buscaron.”

Estos son algunos ejemplos de haikus recogidos en el libro de Josep M. Rodríguez:

crece la noche
y el río se columpia
entre dos lunas. 
    
Mercedes Roffé


Perdona flor,
te corté para el vaso
y el agua clara.  

Vicente Gallego 


Abre en mi pecho
un ruiseñor de junio
la luz del bosque.  

Alejandro López Andrada


Y, ahora, algunos de los resultados de mi búsqueda:

Pintan los patos
estelas en el agua
tinta simpática.

Junto a la orilla
los álamos se bañan
en su reflejo.

Superviviente
recojo mis pedazos
y mi sonrisa.

Besos de humo
son cenizas de amor
tus labios fríos.

Música y vino
en el mar de tus ojos
navega el cielo.

No volverá,
llora el banco del parque
al viejo amigo.

Árbol frondoso
en el día de viento
amaga el vuelo.

El horizonte
mirando en la distancia
ve su reflejo.

Gotas de lluvia
debajo del paraguas
escucho música.


Proponemos un juego: ¿Cuál de los siguientes haikus son de Ignacio Aparicio?

1a 
Cada suicida
sabe dónde le aprieta
la incertidumbre.  

1b 
Versos que llegan
de tu boca a mi lengua
nuestro poema.  

1c
Viento de octubre
solo mueve las hojas
de los pinares.  

2a
Dentro del sueño
me despierta en silencio
tu voz dormida.  

2b. 
En el camino
todos los pensamientos
son peregrinos.  

2c
Escribe el nombre
de su amada en el árbol
de hoja caduca.   

3a
Todos los árboles
soñamos con un bosque
desconocido.  

3b
El viento agita
el reflejo de un árbol
dentro del agua.  

3c 
Un pececillo
va pintando de rojo
el agua quieta.  

4a
¿Recuerda el mar
las pisadas que borra
sobre la arena?.
  
4b
Durante el sueño
los amantes son fieles
como animales.  

4c
Sobre las ramas
desnudas unos brotes
despunta el día. 

5a
Luna de abril
si es mi amante que vuelve
dile el camino.  

5b 
Lluvia de otoño
del cielo a las raíces
de los sentidos.  

5c
Si en el crepúsculo
el sol era memoria
ya no me acuerdo.  



El mar profundo
de nuestro amor sirena
guarda la llave

Ignacio Aparicio


Respuestas correctas: 1-b, 2-a, 4-a, y 5-b. 

Autores de los haikus:
1a Mario Benedetti, 1c Raúl Vacas, 2b Javier Rodriguez Marcos, 2c Raúl Vacas, 3a Celia Corral Cañas, 3b Susana Benet, 3c Francisco Díaz Castro, 4b Mario Benedetti, 4c Susana Benet, 5a Ángeles Mora y 5c Mario Benedetti. 


Propuesta de escritura

Elige tres cuadros conocidos y escribe un haiku donde esté contenido algún detalle de ese cuadro o que lo describa pero sin mencionar el título o los protagonistas. Ej. Las hilanderas de Velázquez


Estos son algunos de los haikus recibidos hasta hoy:


Adivina adivinanza

Rostro de mujer
sonrisa enigmática
paisaje al fondo.

Los caballeros
vencedores y vencidos
llaves y lanzas.

Dos luchadores
clavados en el suelo
a garrotazos.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


¡Cómo olvidar
tu mirada serena
velada dama!

Céfiro dulce
acerca la doncella
desnuda en el mar.

Brillo de perla
en tu rostro soñado
busco tus labios.

Romy Martínez 
Grupo A


A un tiempo líquido
apuntan los relojes
en los recuerdos.

¿A qué sol miran
amarillas y pardas
las flores muertas?

De amor de madre
lienzo y brisa marina
el niño envuelto.

Mercedes González 
Grupo A


Haiku, a tres cuadros

Sobre almohadones,
carne blanca y sensual,
pintó su amor.

Bravos soldados,
la ciudad se ha rendido.
Fin de batalla.

Barba rojiza,
sueña con girasoles,
mientras se pinta.

Inés Izquierdo 
Grupo A


En soledad
pensamientos volando
la noche espera.

El sol saliendo
humo de chimeneas
agua reflejos.

No se detiene
pero todo lo ablanda
en la memoria.

"La Autómata" de Edward Hopper, "Impresión" de Claude Monet y "La persistencia de la memoria" de Salvador Dalí.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Tres haikus pintinarrados

Cubos y rombos
Señoritas desnudas
Al sur de Francia

Pared azul
Destartalada cama
Tranquilidad

Campos de trigo
Encorvadas mujeres
Hacen gavillas

Las señoritas de Avignon (P. Picasso), El dormitorio en Arlés (V. Van Gogh) y Las espigadoras (J.F. Millet)

Concha González
Grupo A

Las ruinas de Aras: leyendas de la ciudad blanca

La sesión del grupo B del lunes pasado fue conducida espléndidamente por Jaume Castejón que hizo un repaso por su obra literaria.
Jaume nació en Barcelona en 1964. Desde hace tiempo reside en Salamanca. Es licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y licenciado en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología por la Universidad de Barcelona (UB). Siempre ligado a actividades culturales, ha ocupado diversos puestos en varias revistas literarias y ha sido presidente de una asociación teatral (ACJCC). Ha obtenido algunos premios literarios en certámenes locales. Actualmente es vicepresidente de la Asociación Española para la Recuperación, Conservación y Estudio del Gusano de Seda Autóctono (AERCEGSA) y pertenece a la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT). Ha publicado, con otros autores, un poemario Poesía a los cuatro vientos (2001) y las cuatro partes de la saga Aras. Leyendas de la ciudad blanca: Las ruinas de Aras (2009), La corona perdida (2011), Los mercenarios rojos (2012) y El trono de Aras (2015).
Asimismo también ha participado en las antologías Kalpa I (2015) y Kalpa II. Ecos de Bécquer (2016). Su última novela La cueva de los murciélagos (2018).



Recogemos aquí algunas opiniones sobre la obra de Jaume Castejón:

“Uno tiene la sensación de cada una de las palabras de la novela van cayendo de forma vertiginosa, como si se tratara de un río desbocado. Es un texto impactante, descarnado. Implacable. Desde el primer momento se invita al lector a participar de una aventura arriesgada, donde los temores de los personajes son en ocasiones intuiciones que provocan más conflictos si cabe.
Es una novela que enlaza el viaje iniciático de cierto personaje con la mirada inquisitiva, pero poética de otros. Es un juego de aventuras donde las personas, los que están de vuelta y los que no, convergen en un fin: hacer el bien.
Todo un riesgo en el momento actual, pero una auténtica delicia de leer, pues si bien el autor marca unas líneas rojas entre el bien y el mal, deja claro que los matices de estas líneas son el viaje que cada uno de los personajes emprende, y con ellos los posibles lectores.
A mí me ha entusiasmado que sea una novela valiente en todos los sentidos, a la vez que el resultado sea tan ameno, y sutil”

Anika entre libros

“La novela, que se inscribe dentro del género de la literatura fantástica nos introduce en un mundo apasionante donde se tiene la sensación de que cada una de las palabras de la novela van cayendo de forma vertiginosa, como si se tratara de un río desbocado. Es un texto impactante, descarnado e implacable que desde el primer momento nos invita a participar de una aventura arriesgada, donde los temores de los personajes y sus intuiciones provocan, en ocasiones, más conflictos. Es una novela que enlaza con el viaje iniciático de ciertos personajes con la mirada inquisitiva, pero poética de otros. Es un juego de aventuras donde las personas, los que están de vuelta y los que no, convergen en un fin: hacer el bien. Todo un riesgo en el momento actual, pero una auténtica delicia de leer, pues si bien el autor marca unas líneas rojas entre el bien y el mal, deja claro que los matices de estas líneas son el viaje que cada uno de los personajes emprende de forma personal, invitando a los posibles lectores a hacer exactamente lo mismo. A mí me ha entusiasmado que sea una novela valiente en todos los sentidos, a la vez que el resultado sea tan ameno, y sutil. Debo reconocer que empecé a leerlo con bastante escepticismo, sin embargo ya en las primeras líneas es increíble la facilidad con la que el autor nos hace vivir cada detalle, cada situación como si los personajes fuesen tan reales que pudieran hablarte al oído, es de un realismo abrumador. Desde el primer instante te atrapa. Es un paseo muy hermoso por tierras imaginarias que se puede ver, sentir y oler. La historia es altamente adictiva y te permite ser un protagonista más de ella. Es un libro lleno de personajes dinámicos, con sus historias, sentimientos, guerras, luchas, pasiones, es un libro de honor, traición, miedo, huidas y encuentros... es un libro, en definitiva, lleno de vida. A mí me ha apasionado, pero echo en falta más... deja aún incógnitas por resolver y un buen sabor de boca. Un libro de lo más descriptivo, con unas historias que, pareciendo antiguas, poseen temáticas y secuencias muy "actuales". Espléndido, una joya de libro. Altamente recomendable. Lo recomiendo encarecidamente.”

Resenyasliterarias

“Jaume Castejón es el autor de la serie de Aras, la Ciudad Blanca, una saga de fantasía épica narrada de manera ágil, con un estilo muy limpio y depurado; ha sabido jugar muy bien con un mundo inventado construido sobre unas bases sólidas, muy coherentes, y unos personajes poco convencionales, a los que ha dotado de una fuerza y unas actitudes que les confieren una mayor autenticidad.
La redacción de este autor huye del alambique, procura mantenerse dentro de una línea sencilla, sin florituras que retuerzan en exceso la lectura de la historia, para que quien se acerque a ella pueda resultarle comprensible y entretenida, con un matiz adictivo que hace que una vez comenzado resulte difícil de dejar.
El ritmo se mantiene firme, permitiendo que todo surja con fluidez, sin saltos extraños que hagan tropezar la trama, permitiendo que el lector se mantenga pendiente de lo que está sucediendo en cada momento.
Como escritor de fantasía, Jaume Castejón demuestra una gran capacidad para elaborar mundos, situaciones y personajes, ofreciéndonos un interesante espectáculo que merece la pena disfrutar.”


José Fco. Sastre


Y finalmente incluímos aquí un fragmento de su novela La cueva de los murciélagos:

Marco se sentó, de nuevo, junto a Esmeralda y Lana junto a Marco, mirándoles a todos, expectante, esperando que Clarita hablase.
—A ver, sabemos que Tina no ha dormido en casa —empezó a explicar la benjamina del grupo—, por tanto, le haya pasado lo que le haya…
—¿Y por qué tiene que haberle pasado algo? —preguntó Lana.
—Bueno… Dilo como quieras —respondió Clara—. ¿Quién fue el último que habló con ella?
—Nosotros —respondió Esmeralda refiriéndose también a su hermano que asentía con la cabeza— nos despedimos de todos vosotros alrededor de las nueve y media, ¿no?
—Sí —confirmó Pedro—, esa hora sería.
—Yo me fui enseguida —prosiguió Marco—, tenía que estar en casa antes de las diez, si no…
—Pues sólo quedamos tú y yo —dijo Clara señalando a Lana—, pero recuerdo que ambas, Tina y yo, nos despedimos de ti.
—Así es —afirmó Lana—, pero yo la vi después.
—¿Cuándo? —preguntaron todos al unísono.
—Después de cenar —continuó la muchacha negra—. Llamó a casa desde abajo. Mi madre no me dejaba bajar, pero al final consintió. Estuvimos una media hora hablando hasta que mi madre me llamó desde arriba.
—¿Y de qué hablasteis? —quiso saber Clara.
—Cosas…, ya sabéis.
—¿Estaba rara? ¿Te dijo si quería irse? ¿Se había enfadado con su madre? —preguntó atropelladamente Clara.
—No, no y sí. Su madre quería que ayudase en la tienda y ya sabéis…
—¿Qué sabemos? —preguntó Esmeralda.
—Pues eso —dijo Lana como si todos conociesen la respuesta—, su madre pretendía que por las mañanas estuviese en la tienda y ella estaba disgustada porque quería estar con nosotros. Luego me habló de un tal Jaime, alguien que conoció el año pasado en las fiestas de septiembre y con el que ha hablado algunas veces por teléfono. Eso es todo.
—No, eso no es todo —les sorprendió Clara con su razonamiento—. Porque parece que Tina, después de estar contigo, ya no volvió a casa y su madre no se dio cuenta de su ausencia hasta la madrugada, cuando se levantó para preparar las cosas de la tienda. O sea que —y mascó bien las palabras para que no hubiese duda—haya pasado lo que haya pasado, o bien en la conversación que mantuviste con ella están las claves que no sabemos ver o alguien la vio después de haber estado contigo y podría ayudarnos a encontrarla.
—¿Por qué no dejamos que lo haga la Guardia Civil? —preguntó Pedro—. De todas formas igual se ha escapado por lo de su madre y mañana vuelve al pueblo.
—Somos sus amigos —le reprochó Clara—. Además la Guardia Civil no hará nada hasta que no hayan pasado veinticuatro horas y eso, chicos, es mucho tiempo. Y si se ha escapado, puede estar en problemas.
—Ok —dijo Marco—, contad conmigo.
—Y conmigo —se apresuró a decir Esmeralda.
—Está bien —aceptó Pedro.
—¿Y tú? —preguntó Clara a Lana.
—De acuerdo. Le pediré a mi madre que hable con la suya, igual podemos averiguar algo más.
—¡Perfecto! —se alegró Clara—. Ahora id a casa y pensad en estos cuatro últimos días y anotad en un papel todo lo que se os ocurra. A las seis nos vemos en la piscina, con toda la información, para ponerla en común.



Si alguien quiere asomarse a su obra con más detenimiento puede visitar su página


Propuesta de tarea

Jaume propuso como tarea para la semana escribir un texto con carácter medieval. 
Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


La guardia

Nie despertó asustada, incorporándose en un impulso, abriendo los ojos desmesuradamente, con el corazón latiendo alocadamente, rígida. El sudor frío estaba empapando sus ropas y sintió un escalofrío al descubrir que una espesa niebla, húmeda y pegajosa, había caído sobre el campamento. La hoguera estaba completamente apagada y los rescoldos tampoco conservaban calor alguno. Pudo oír a los caballos atados a unos pasos de distancia, tranquilos, aunque su sensación de inseguridad iba en aumento. Algo le decía que aquella niebla no era normal.

Con sus manos palpó a ambos lados, buscando la espada para sentirse más segura. Sus compañeros dormían plácidamente, sus respiraciones eran pausadas, tranquilas. Nie se levantó con cautela, procurando hacer el mínimo ruido posible. No se distinguía absolutamente nada. De pie, en medio del campamento, no sabía hacia dónde dirigirse y la sensación de desprotección crecía al tiempo que su angustia. Escuchó atentamente como lo había visto hacer al mago, con los ojos cerrados, confiando en su percepción. Silencio absoluto. El ambiente era pesado, espeso. Nie dio un paso, a ciegas, hacia los caballos, pero inmediatamente una mano le asió con fuerza la muñeca. Sintió un tacto frío al mismo tiempo que tiraban de ella hacia abajo, tapándole la boca para que no gritase.

—Sssssch... —le ordenó Kal con suavidad.
—¿Qué...? —empezó a preguntar cuando el mago retiró la fría mano de su boca.
—Silencio —susurró con una voz dulce, melosa, que apaciguó la intranquilidad de la ladrona—. No temas. Duerme
—Pero... —insistió.
—Esta noche os protejo yo —le dijo al oído.

Nie no podía ver el rostro de Kal, pero podía imaginarlo con aquella sonrisa que pocas veces mostraba, con sus ojos verdes brillando, con esa pose de autosuficiencia. Sintió un escalofrío porque empezó a temer su amor por él. Le sintió cercano, su aliento pegado a su oído, su calor tan próximo que su rostro se giró para buscarlo con los labios entreabiertos, completamente ciega bajo esa niebla mágica que el mago había creado para protegerles. Su cuerpo ansiaba el contacto.

Kal puso su mano helada sobre la frente de Nie y sopló levemente sobre sus ojos. Con la otra mano recogió el cuerpo de la muchacha que ya caía inerte, envuelto en un profundo sueño. La estiró sobre la manta, junto a Úrfang, y permaneció sentado, concentrándose de nuevo.

—Vuela..., vuela lejana por los altos reinos de los sueños —murmuró de forma casi inaudible mientras la cubría con otra manta para que no se enfriara.

Jaume Castejón
Grupo B


De amor y muerte

Hay sangre en los escalones del castillo…La reina Leonor de Aquitania la percibe cuando sale a montar a caballo con sus damas. Una sospecha sobresalta su corazón. Aquella noche su trovador favorito no ha acudido a la cita bajo la ventana de sus aposentos, ni había escuchado sus endechas. No era el suyo un simple amor cortés como se dijo luego.
Ella lo amaba con todo su ser: era joven, hermoso, sensible, culto, apasionado, ella también. Dos almas que podían fundirse, como sus cuerpos aquella noche de luna en el bosque, inolvidable.
El rey lo supo por Arnault, el felón también enamorado de su esposa, tan contrario a su trovador amado.
Al monarca no le interesaban las almas, pero no consintió la unión de los cuerpos, por eso mandó cortar la cabeza del trovador.

Emilia González
Grupo B


En la mañana del domingo paso a visitar el mercado medieval ¨Fes El Jedid", creado en el siglo XIII por los meriníes y que se convirtió rápidamente en la sede del poder real . En esta ciudad se esconde una densa trama urbana. En ella está  el barrio judío (mellah), el palacio real, animados zocos y de tiendas de grandes artesanías . Paseando por una de las calles coincido con una maga que está haciendo un espectáculo de magia dedicado a los más pequeños. Coincido también con una tarotista que se dedica a echar las cartas y que me dice:
-Muchacho, acércate que te voy a echar las cartas 
-Gracias, -le respondo. No creo en estas cosas. 
-Si me deja le voy a decir lo que te va a traer el futuro en los próximos meses.

David Álvarez
Grupo B


Para verdades, el tiempo

-¿Dormitáis, señora?- susurró Mayor de Ovalle.
-No. Perdonad niña, el tibio sol de febrero y este rincón tan recogido del claustro son sumamente placenteros. Me he ensimismado un momento mas no he dejado de escucharos –respondió Doña Leonor, la anciana Comendadora del monasterio de Sancti Spíritus.
-Aún tengo que referiros las quejas de la freila refitolera que me acucia con la falta de noticias del envío de enseres y viandas que había de llegar desde el Casar de Palomero. Ya se ha retrasado, al menos, quince jornadas. Asegura que nuestro refectorio anda escaso de vino, de aceite y de pan y que echan a faltar en las cocinas las frutas, gallinas y conejos que esperábamos recibir.
-Tendremos que resignarnos y rogar a Dios para que el rey Don Carlos atienda pronto nuestros requerimientos. Ya sabéis que el malhadado Don Pedro de Villafuerte anda conspirando para usurparnos los bienes y rentas que tenemos en Extremadura. Me han llegado noticias de que ha ocupado La Atalaya y que exige a los aparceros la totalidad de los arriendos y diezmos.
-Pero, ¿cómo puede hacerlo un caballero de nuestra propia orden? –intervino arrebolada la joven Doña Mayor-. ¡Con lo respetuoso y humilde que se muestra cuando visita a su hermana que es freila en nuestro propio monasterio! ¿Dónde se ha visto tamaña hipocresía?
-Conteneos, niña. Ya sabéis que la Orden de Santiago está regida por hombres y guarda para ellos sus privilegios- contestó la otra en tono afligido-. Y mucho más desde que el propio rey es su Maestre.
-¡Si no nos escucha el rey tendremos que recurrir al mismísimo Papa!- propuso la impetuosa joven.
-La historia se repite- contestó Doña Leonor de Acevedo-. Hace ya más de cien años que nuestra comendadora tuvo que escribir al rey Don Juan II para que obligase al concejo salmantino a cumplir con las exenciones que venía quebrantando poco a poco. Ellas no podían “por ser duennas et de flaco poderio para lo poder resistir” –citó de memoria-. O como en esta cédula del año del Señor de 1493, los visitadores aseguraban que el monasterio estaba sin rentas. Leedlo vos misma.

-“Que fueron muchos e muchos los que pusyeron mano en la hazienda, que aun las çerraduras de las puertas diz que se llevaban”- leyó desconsolada la otra.

-Como veis –afirmó la anciana- viene de lejos que no se respeten los privilegios y favores que se nos concedieron y que se expolien y usurpen las rentas que por generosos legados y donaciones obtuvimos. Llevamos decenas de años con pleitos y alegaciones a los corregidores, a las justicias del rey, a los maestres de la orden y hasta a los mismo reyes y papas. Nuestras prebendas y beneficios han estado siempre amenazados.

Por una puerta accesoria apareció una freila que se dirigió a la superiora con el acostumbrado saludo.

-¡Loado sea el Altísimo!
-¡Sea por siempre venerado! –contestó Doña Leonor-. ¿Qué deseáis hermana portera?
-Ha venido un hombre. Tiene por gracia Juan de Ledesma y dice ser maestro cantero. Desea ver a vuesa merced.
-¿Quién es?- preguntó Doña Mayor a la Comendadora.
-Es un sobrestante de maese Pedro de Ybarra, el Maestro Mayor que está edificando la fachada de nuestra nueva iglesia. Hazle pasar María y veamos qué se le ofrece.

Al poco, siguiendo a la freila, caminaba un hombre menudo ya entrado en años y con la ropa emblanquecida. Según avanzaba trataba, con violentos gorrazos, de librarse del polvo del taller en un intento vano de mejorar su apariencia. Se dirigió a la vieja dama con humildad, sujetando nerviosamente la gorra entre las manos.

-Señora Doña Leonor, envíame Don Pedro por un suceso sucedido esta mañana en el taller de cantería. Estaba yo cincelando la lápida en la que han de figurar los antiguos privilegios concedidos a este monasterio cuando acaeció a entrar el arcediano de la catedral, Don Alfonso de Paz. Como sabéis es hombre muy letrado. Leyó la lápida e, inmediatamente, hizo venir a Don Pedro y, con grandes voces, vino a decirle que lo escrito era falso a porfía. Que ni el rey Don Fernando el Primero lo era en 1030, ni había por entonces Orden de Santiago, ni el escrito usaba las palabras de la lengua del siglo onceno. Preocupado por ello Don Pedro y al objeto de comprobar si ha habido algún yerro, me manda, con este legajo que su merced le entregó, por si fuera precisa alguna enmienda.

La mujer tomó el escrito en sus manos, lo leyó y se lo devolvió con brusquedad al cantero.

-Dile al maese Pedro que esto mismo, sin cambiar una letra, debe inscribirse en la lápida. Y que no haga caso de caballeros ni clérigos maliciosos. Esta inscripción se le encargó y a ella debe atenerse si quiere recibir lo convenido. Vaya con Dios.

El hombre se inclinó y salió algo corrido ante la reprimenda de la freila.

Cuando quedaron solas, la más joven se atrevió a preguntar:

-¿Y si fuera cierto el dictamen del arcediano, mi señora?

-El arcediano morirá, y tú y yo moriremos, mientras que la lápida seguirá encima de la puerta por siglos. Habrá quienes duden hoy de lo escrito, pero cada día, durante muchos años, habrán de doblegar la cabeza bajo la inscripción cuando vayan a entrar en la iglesia. Y después de muchos días y meses y años, ¿quién dudará de lo que está escrito en lugar santo? ¿Quién dejará de creer que los poderes del Rey y del Papa amparan nuestros privilegios para siempre?

Pepe Lorenzo
Grupo B

Nota. Los personajes y situaciones son ficticios, aunque es cierto que la lápida situada sobre las puertas de la iglesia de Sancti Spíritus es una impostura.


Benilde

Por más que sucia y desdentada, la vieja Benilde tuvo un saludo amable al abrir la puerta del chozo a los soldados en aquella noche de tiniebla. Portaba el candil en una mano mientras la otra descansaba en el rugoso bastón de ojaranzo. El capitán desenrolló el pergamino con gesto solemne, irguió su aventajada estatura y comenzó a leer con voz tronante: «De orden de Su Majestad Imperial…». La acusación era de brujería y llevaban misión de prenderla. Benilde invitó al pelotón a pasar al interior de la miserable cabaña y una vez adentro, a todos les fue dado escuchar sus argumentos negando una por una la totalidad de las acusaciones; palabras sentidas, resignadas, plenas de sinceridad y honradez, mientras recogía sus cosas y terminaba de liar el hatillo. Bien evidente lo falso de las acusaciones ¿cómo poner en duda su inocencia escuchándola en ese tono dolorido que partía el alma?
Tan desvalida, tan frágil que se la veía, ninguno de los presentes alcanzó a imaginar que un segundo le sería bastante para montar en la escoba como lo hizo y salir atravesando el techo sin dejar ni rastro.
Pudo parecer una huida precipitada pero nada más lejos de la realidad, Benilde no dejó desatendidos sus “deberes”. A Benilde ahora se la busca por todo el reino, veinte monedas de oro a quien facilite datos que permitan dar con ella. Se trata de desagraviarla, pedirle perdón, satisfacerla en todo cuanto ella estime pertinente; lo que sea menester para que deje sin efecto su venganza. Desde aquella noche, no pasa día sin que los soldados del ejército imperial que formaban el pelotón se vean libres de pasar por el excusado (cuando llegan, que no siempre), al menos una docena de veces al día. Dos docenas el capitán.

Pascual Martín
Grupo B


Leyendas de mi pueblo
(Breve historia del Rey Enrique IV “El Impotente”)

Casado con Juana, hija de los Reyes de Portugal, tuvo una hija llamada Juana , a la que apodaron, la Beltraneja.
Hasta aquí todo normal, pero ocurre que dado su condición de “impotente”, parece ser que esta hija, pudiera ser del valido del rey, un tal Beltrán de la Cueva, lo que si demostraría su condición de válido.
El rey para acallar todos los rumores existentes, nombra heredera de Castilla a su hermana Isabel la Católica en detrimento de su “hija” Juana la Beltraneja.
Cantalapiedra en aquella época (Siglo XV), era villa episcopal, con más de 5000 habitantes, siendo un pueblo fortificado y próspero, se puso de parte de Juana la Beltraneja, y los Obispos y poderosos de parte de Isabel.
Como suele ocurrir antes y ahora, los partidarios de Isabel con más medios que los calabreses, asediaron Cantalapiedra, y consiguieron nombrar a Isabel reina de Castilla, destruyeron las murallas, de la cual solo queda un torreón, y lo que era una localidad próspera, empezó a decaer en todos los aspectos. Actualmente tiene unos 900 habitantes.

Moraleja: “El pez grande siempre se come al chico”. En la Edad Media y en el Siglo XXI

Luis Iglesias
Grupo B


“Que es in clausura tua sicut lorica”
(Que estás en tu ciudadela como en una coraza)

La-do-si-la-sol-do-si-la-si-sol-la... las notas sonaban en su cabeza sin pausa y ella las reflejaba en el papel de manera simultánea, mientras su garganta entonaba “Oh virga ac diadema”, do-re-si-la-do-si-la-si “purpurae Regis”. Las dotes visionarias, de las que en muchas ocasiones había renegado, favorecían su capacidad para crear y, en estos momentos lóbregos, le regalaban la música. La escritura se había convertido en un gozo cuando empezó a usar el papel y la pluma que fabricaban los hermanos benedictinos en los monasterios de Francia y dejó definitivamente atrás la laboriosa tarea amanuense a base de cálamo y membrana.

-Sol-la-la-sol-sol-mi-sol-la: “que es in clausura”

-¡Oh! ¡Sí! –exclamó. La composición musical era un bálsamo para su espíritu tras los enfrentamientos con los prelados de Maguncia.

- Esos canónigos incultos, instalados en palacios lejos del pueblo cristiano, se atreven a criticar la caridad que Jesucristo predicó- murmuraba. Deseaba alejar de su mente esas cavilaciones e intentaba llenarla con los dibujos de las notas musicales: do-si-la: “Tua”. Si-sol-fa-mi-sol-la-la: “Sicut lorica”.

Sentada a la puerta del claustro para aprovechar la luz del día, luchaba con esos pensamientos que la llevaban por otros derroteros. A pesar del sol de mayo, la jornada se mostraba dura en temperatura y hacía que sus manos se agarrotasen. Cada poco, se frotaba con alcohol de romero para atemperar los dedos y apaciguar el dolor que le producía esa artrosis pertinaz, que a sus años ya no tenía visos de abandonarla. Contempló su hábito blanco, que había perdido el lustre hacía muchos años, y recordó con nostalgia la primera túnica oscura confeccionada con estameña, aquella que vistió por primera vez cuando sus hermanas en Cristo la nombraron Abadesa y que nunca hubiese tenido que abandonar, pero que se vio obligada a desechar cuando los benedictinos adoptaron una nueva apariencia con la que diferenciarse de otros religiosos. Acató la voluntad de la Orden con humildad y a pesar de advertir de las dificultades que conllevaba la ropa blanca en las tareas monacales, cumplió e hizo cumplir las normas en el convento, aunque siempre pensó que tal precepto sólo podía salir de mentes masculinas.

La partitura se desdibujaba ante sus ojos, la mente le jugaba una mala pasada, debía dejar la música en este momento para reflexionar de nuevo sobre su situación. El arzobispo no se había pronunciado aún sobre los hechos pero los prelados se habían hecho fuertes y, en ausencia de éste, le habían impuesto las prohibiciones más duras que se le podían aplicar como abadesa, desde asistir a misa a cantar los salmos religiosos del salterio. Estos clérigos disolutos tendrían que aceptar una vez más la derrota por parte de una abadesa; de una mujer, más astuta e inteligente que todos ellos juntos. Su único afán era ahora crear música, nuevas composiciones que loasen al Altísimo, distintas de aquellas que componían el libro de salmos, para burlar el castigo. Con ello volverían la música y las alabanzas a los recintos del monasterio, sin contravenir el dictamen eclesiástico.

Mientras el frío se instalaba en los huesos el calor se adentraba en el corazón para recordar a Joao de Soares, enterrado un año atrás en el cementerio de la comunidad. Llegó a las puertas del convento maltrecho y derrotado tras la acusación de herejía que había formulado su compañero en el Temple, Gonçal de Aveiro. Vestía el manto blanco, adoptado por la Orden como símbolo de pureza y castidad, del que habían arrancado la Cruz patada roja, que debía estar cosida sobre el hombro izquierdo, encima del corazón, en señal de distinción de caballero. Su rostro reflejaba la afrenta de la que había sido objeto y el martirio al que estaba siendo sometido por la imposibilidad de recibir los sacramentos, incluido el desahogo de la confesión.

Aveiro tenía el oscuro objetivo de incautarse de los bienes familiares que su amigo en las armas y en la fe había dejado en Portugal. La codicia hizo que urdiese una traición acusándole de grandes pecados contra Dios y contra los hombres y fue tal la mala fortuna que el papa, a quién sólo debían obediencia los caballeros templarios, creyó al felón y ordenó la excomunión del Pobre compañero de Cristo, Soares.

-Era un hombre temeroso de Dios, que sólo buscaba refugio entre unas paredes santas donde morir en paz- se lamentó en voz alta rompiendo el silencio claustral del atardecer. La injusticia de la que había sido víctima el caballero templario la descomponía. Más aún la impiedad de aquellos que vienen en llamarse santos para ocultar sus vidas licenciosas pero que juzgan sin atisbo de misericordia al resto de los humanos.

-Sí. Le acogí en la abadía- murmuró.

-Sí. Le ofrecí el amparo de estos muros para que pudiese reconciliarse con Dios y con los hombres en los últimos días de su vida… Y después le di sepultura en tierra sagrada. ¿Cómo no hacerlo? ¿Por qué no hacerlo?

-Y sí, me negué a desenterrarlo, contraviniendo la orden religiosa- decía en voz alta, sin percatarse de que era observada por una de las monjas benedictinas.

-Madre, -le indicó la hermana- el sol quiere dejarnos y el frío empieza a calar los huesos, ¿Nos preparamos ya para las vísperas?

Hizo una pequeña inclinación de cabeza para confirmar su disposición a entrar en la iglesia y a iniciar las preces con la congregación. Antes de levantarse apuntó aún las notas y la última frase del verso: do-si-la -si-sol-fa-mi-sol-la-la: “tua sicut lorica”.

-¡Oh vástago y corona de púrpura real, que estás en tu ciudadela como en una coraza!- leyó la estrofa en voz alta.

Guardó en el stilarium la pluma de ganso, que tan finamente le había escogido y tallado la hermana cocinera y, consciente de que incurría en pecado de soberbia, emprendió el camino hacia el oratorio satisfecha de su astucia por burlar, de nuevo, a los impíos, puesto que iba a celebrar los rezos y a cantar con las hermanas; eso sí, entonando sus propias composiciones.

A lo largo de su vida se había visto envuelta en muchas otras batallas para defenderse y para proteger a sus reverendas hermanas de los mandatos de sacerdotes, abates, obispos o cardenales que sólo por su condición masculina gozaban de un estatus superior y lo ejercían, a menudo, de forma indiscriminada o, peor aún, sin atisbo de talento. Sólo por eso se sacrificaba día tras día permaneciendo a la intemperie, disfrutando de la luz y padeciendo el frío, para crear sus obras musicales y para demostrar, una vez más, el triunfo de la lucidez sobre la mezquindad.


Este breve relato se inspira en un episodio de la vida de Hildegard von Binde (1098-1179). Abadesa, mística, escritora de ensayos de diversas disciplinas y compositora de música, que fue proclamada doctora de la Iglesia y canonizada en 2012. Se la conoce como la Sibila del Rin.

Las notas musicales reflejadas en el texto se corresponden con la interpretación musical actual, puesto que en el siglo XII no existía la nota Si y la nota Do se denominaba Ut.

Maxi Moreno
Grupo B


Después de las grandes batallas de espadas y escudos. Llegó una de las niñas más valientes de la ciudadela, abrió paso el portón y entró al castillo. Junto a su hermano bastardo. Los aldeanos la miraron con intriga y siempre a la orden de la niña que había movido la gran batalla. La reina de la ciudadela ordenó limpiar el caballo, darlo de comer y revisarle las patas y cualquier rasguño que pudiera tener. Arya ordenó establecer los grupos para formar un equipo mucho más completo. Y abrir fronteras con los vecinos. Arya prometió muchas menos batallas a largo plazo y establecer una buena bandera.

Iria Costa
Grupo B

Paso doble nacionalidad

El lunes pasado dedicamos la sesión al mundo rural y a los problemas a los que se enfrenta día a día como la despoblación y la falta de políticas que atiendan sus necesidades.
Tomamos como referencia el artículo de Sergio del Molino "La España vacía alza la voz" pues consideramos su libro, "La España vacía" como una certera radiografía de la situación y como detonante para que estos temas cobren actualidad y sean tenidos en cuenta en la agenda política.
Pero recomendamos también los artículos "La literatura toma tierra" y "Escritores y campo. Oda al mundo rural como modo de vida".
Vivimos un renacer de lo rural en la literatura de estos últimos años. Nombres como María Sánchez, quien acaba de publicar "Tierra de mujeres", Emilio Gancedo o el propio Sergio del Molino se suman a otros que tiempo atrás se ocuparon del campo y de los pueblos como Antonio Machado, Delibes o Julio Llamazares.
Pero también el arte nos ofrece una reflexión sobre el éxodo rural y el sentimiento de orfandad de los pueblos así que, aprovechando la inauguración de la exposición de Jean Claude Cubino "Paso doble nacionalidad" decidimos reflexionar sobre la identidad de los pueblos, su memoria, sus miserias, lo que queda de ellos.




Señala Ana Alonso Martín, documentalista, en el catálogo de la exposición:

Adentrarse en la obra de Jean Claude es caer precipitadamente en la madriguera de Lewis Carroll, una mirada singular a la cotidianidad.
El artista de origen francés y de padres españoles, de Cristóbal de la Sierra, reconstruye aperos de labranza que han quedado obsoletos y olvidados.
Genera una nueva lectura del campo a través de los objetos de la memoria apelando a la sensibilidad histórica y un arte participativo.
En esta nueva aventura, reconduce un debate humanista en que la ética prima sobre la estética y los conceptos como imagen y forma ceden ante este principio.
Aborda con especial sentido del humor y de una manera mordaz la problemática actual sobre la emigración haciendo alusión a la memoria: todos somos hijos del pasado.
Se trata de una experiencia sensorial que nos traslada inmediatamente a la tradición, a los olores del estío, a la tierra, a donde pertenecemos.

Dice Jean Claude sobre sí mismo:

Nací en Mourenx (Francia) en 1970, hijo de Remedios y Manuel emigrantes de la sierra de Salamanca a Francia. Mis primeros quince años de vida transcurren en el extranjero, a esta edad mis padres se separan y me traslado con mi madre a Salamanca, España, donde continúo formándome y curso mis estudios en Bellas Artes.
Mis padres eran de Cristóbal, un pueblo de la provincia de Salamanca, situado en el balcón de dos sierras (la Sierra de Francia y la Sierra de Béjar). Actualmente residen en este municipio alrededor de 230 habitantes, llegándose a triplicar este número en los meses estivales, ya que se produjo una emigración en masa alrededor de los años 50, a Salamanca, pero sobre todo a Francia. El sector primario (agrario) predominaba en la economía de aquella época, y por ello fue en el mundo rural donde empezaron a observarse los principales cambios: Los propietarios con más recursos mecanizaron las labores agrarias para conseguir mayores beneficios lo cual redujo las necesidades de mano de obra y obligó a los jornaleros a emigrar de las zonas rurales.
Mi condición de hijo de emigrantes ha derivado hacia un postulado mas interior del arte por lo que mi discurso creativo gira en torno a lo humano, integrándome en proyectos donde la falta de cohesión social, la desigualdad y la injusticia son sus características. De ahí mi interés, desde hace tiempo, en realizar una investigación y exposición de aperos antiguos que se utilizaban en la provincia de Salamanca (y así recuperar la herencia de mis padres y traer al presente recuerdos de mi propia infancia). Con el propósito de avanzar en la importancia cultural y social que impregna las costumbres de nuestros pueblos y que pareciera que lo nuevo y lo moderno han relegado a un rincón del olvido a lo viejo. Mi dese es rescatar y conocer nuestro pasado y que este perdure en la memoria., recuperar los aperos para recuperar la existencia del individuo particular asociado a él. Para conectar a través de sus formas con nuestros propios patrones de comportamiento, hábitos y creencias. El apero se transforma en artefacto humano, en recordatorio visible, un auténtico monumento a nuestro pasado, a nuestro ingenio, a nuestras conquistas y locuras.

Vivimos tiempos difíciles donde ni siquiera, en ocasiones, hay lugar para la esperanza. Este vídeo es un ejemplo de las serias dificultades que ponen las administraciones para quienes tratan de recuperar la vida y la memoria de los pueblos. Dificultades que pasan incluso por penas de cárcel para quienes plantean otros modos de vida, lejanos al que dicta el capitalismo.
Fraguas es un pueblo de Castilla La Mancha donde un grupo de jóvenes se planteó recuperar las casas que fueron dinamitadas años atrás cuando el gobierno expropió el pueblo para convertirlo en una zoa de prácticas militares.





Señalamos, por último, algunas claves de la exposición de Jean Claude que nos vendrán bien para afrontar la tarea de esta semana:

"Paso doble nacionalidad" es una exposición de aperos y enseres manipulados. Es la propuesta de un proceso creativo basado en la recuperación y manipulación de utensilios que conforman un dialogo entre tradición y modernidad .Un discurso cuya finalidad es convertirse en una actitud moralizante de proyección educativa. Arte que apela a la conciencia para fortalecer el compromiso con el medio ambiente. El objeto recuperado, reciclado, oscila entre el rigor conceptual, la evocación poética y la seducción comercial.
Esta obra explora temas como el rol del diseño en la artesanía tradicional, la relación entre tradición y cultura local, los acercamientos críticos a la sostenibilidad o el significado de los objetos como conductas culturales. Rinde homenaje a lo sencillo, lo simple y lo cotidiano. Sugiero a través de este trabajo una vía alternativa para producir bienes en la que los conocimientos heredados se utilizan para encontrar soluciones simples y sostenibles.
Las herramientas agrícolas, también denominadas aperos de labranza o aperos agrícolas, son utensilios o instrumentos usados en la agricultura con una o ambas manos. Son necesarias para llevar a cabo tareas como desbrozar, labrar, cavar, preparar y acondicionar la tierra; mover, cargar y transportar materiales; sembrar y plantar, regar, abonar, limpiar y mantener; podar, segar, cosechar y recolectar; trillar, cribar, seleccionar, desecar y moler, entre otras. En definitiva son instrumentos que sirven para trabajar la tierra o para desarrollar las tareas agrícolas.
Las siguientes palabras hacen referencia a elementos hoy casi inexistentes, dado el uso de la tecnología actual, así como a cosas cotidianas de la vida de los labradores y ganaderos que por motivos parecidos también están a punto de desaparecer. A pesar de todo, la memoria de las gentes mantiene vivo el recuerdo de su uso y su significado. Por eso, es a veces posible escuchar su utilización cuando alguien rememora viejas historias del pasado más reciente.
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Veamos algunas piezas que forman parte de la exposición y que nos servirán

















Propuesta de escritura

Visita la exposición de Jean Claude y escribe un texto donde tenga cabida este diálogo entre lo urbano y lo rural, entre la tradición y la vanguardia. Pero elige antes alguna de las piezas para señalar, como si de un hito se tratase, el camino que te llevará a ahondar en tus propias raíces y tu propia memoria.

Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:



Crucifijo y martillo

A “machamartillo”, palabra muy de pueblo, hace muchos años se colgaba un crucifijo sobre el lecho conyugal, como signo de un yugo de dolor, sacrificio, lucha indefectible. La joven pareja, hierática en la foto de bodas, parecía intuir su destino, ya marcado de antemano por el poder fáctico más poderoso que dominaba el país con su moralina católica omnipotente.
Nada que ver el ingenuo cristianismo con la violencia, pero el martillo expresa con elocuencia el trabajo, a veces inmisericorde, que esperaba a aquellos jóvenes de pueblo. El sacrificio, la lucha por seguir adelante, los hijos que nacerían en el mismo lecho seguramente, muchos en general, como carne de martillo o de hoz, con clavos inexorables…
Es un ejemplo de cómo el artista Jean Claude nos presenta todo un bodegón surrealista de elementos y utensilios de una vida rural que se fue pero dejó su huella indeleble en muchos de nosotros, herederos pero sumidos en una modernidad que también nos ahoga y nos domina sin que nos demos cuenta.
Mezcla inteligentísima de objetos de la vida más cercana que expresan en su conjunción con la nobleza de las piezas del pasado, nuevas criaturas llenas de poesía y humor. Gracias por la sorpresa, artista, y por devolvernos ecos de nuestros ancestros que se quedaron o tuvieron que emigrar: maletas rellenas de crueles alambres o bustos descabezados, gafas fuera de su quicio…

Nos has regalado pedazos de nuestros recuerdos y con ellos de nuestra alma.

Emilia González
Grupo B


Señora marquesa

—¿Una foto, señora marquesa?
—Encantada, sí, pero me tome usted del lado derecho. Y esmérese, por favor, que en la última entrevista me sacaron fatal en el periódico.
—Descuide, señor marquesa. Si me permite... precioso su andador.
—¿Verdad que sí? Muchas gracias. Decidí ponerle la estrella del Mercedes y no vea usted la sensación de velocidad cuando camino. Además, y no es porque se me haya ocurrido a mí, gana mucho en estética, ¿no lo ve usted así?
—Un horror, gana un horror. ¿Y qué me dice, señora marquesa, de la virgen con cabeza de pájaro?
—¡Válgame Dios!, virgen con cabeza de pájaro. Yo lo veo justo al revés. A mí que no me vengan con patochadas, una cabeza no se trasplanta. Más bien un pájaro que se disfrazó de virgen.
—¿Y el martillo del crucifijo?
—Otra que al contrario. A esta gente se le ve el plumero; el crucifijo del martillo, así es como hay que decirlo. Quitas el martillo y siempre te quedará un crucifijo. Quitas el crucifijo y ¿qué te queda? Nada, un martillo es nada. Ni aunque le hayan puesto la hoz por ahí un poco retirada, para despistar.
—¿Y el altavoz con el orinal?
—Eso, mire usted, ya casa mejor. Mierda sobre mierda, con perdón. Un orinal no vale más que para depositar la mierda, y por ese altavoz cualquiera sabe las consignas de mierda que se habrán gritado en las manifestaciones, en las algaradas. No sé si me explico.
—Perfectamente, señora marquesa. Y por último, ¿su impresión si es tan amable, acerca de la exposición en general?
—Pues qué quiere usted que le diga, que a mí estas cosas de sin pies ni cabeza me repatean; con Franco esto no pasaba. Y ahora si es tan amable y me acerca el andador... Muchas gracias, que no sabe usted como estoy de la artrosis, ya no es una la que era.
—Por favor, señora marquesa, yo la veo a usted hecha una rosa.
—¿Una rosa dice usted? Pues cuánto lo siento joven, créame. Ahora no voy a tener más remedio que denunciarle por acoso, que a ustedes les parece que solo hay que defender la dignidad de los progres.

Pascual Martín
Grupo B


Unos chorizos
representan un mapa
¿Será realidad?

Alfredo Domínguez
Grupo B


De Antonio Machado a Rafael Alberti

Cae la tarde y el sol crepuscular tiñe de oro el "ancho mar de Castilla".
Los haces de trigo yacen desparramados en círculo sobre la era. Siento el fuerte sudor de los hombres y de las bestias, el olor a paja cortada, a polvo entre los dientes...
Llega la trilla al pueblo con aires de fiesta y ahora, finalizadas el grueso de las labores, toca nuestro turno.
Los niños ocupamos alborozados el trillo, no sin puyas por sentarse el primero en la tajuela del medio. Pronto se tensa la gruesa cuerda y la pareja de mulas arranca mohína el camino aprendido y da vueltas alrededor de la parva una y otra vez más, como en un carrusel de feria.
Risas como cascabeles que suenan a cantos de trilla y siega en las infinitas tardes de verano. Recuerdos de infancia.
Hoy ya no suenan risas ni canciones. Las máquinas sustituyeron hace tiempo las cuadrillas de segadores que venían del sur con vientos nuevos. Y los niños ¡Ay!; los niños hace tiempo que abandonaron el campo.
Varado en un mar de pacas reposa triste el Trillo-Barco (que lo fue) y una gaviota desorientada y nostálgica, alegoría de aquel "Marinero en Tierra" que cantara don Rafael. Una nave sin tripulación anclada a la inamovible y rancia Castilla que ve perder a sus hijos y no sabe cómo retenerlos. Poética crítica a una España Vacía.

Romy Martínez
Grupo A


La rueda de los libros

He metido en la maleta algunos enseres del abuelo y entre ellos sus libros. Ahora ya son míos.
Algunas de sus pertenencias están aquí conmigo. ¡Qué sentimientos de nostalgia y soledad me provoca esta herencia! Estos libros, que admiro y manoseo una y otra vez, fueron un preciado regalo que le hizo el maestro del pueblo cuando se jubiló. Él recogió el testimonio de una época marcada por la pobreza y la opresión. Ahora me traen recuerdos, añoranzas, ausencias… Me transportan a las tardes frías de invierno cuando salía de la escuela y mi abuelo a la luz de la ventana me leía párrafos del Quijote y de Azorín,de Miguel Delibes y de Dickens… Así comencé a conocer a muchos protagonistas que lentamente fueron entrando en mi alma. Tarde a tarde me acompañaron las andanzas de muchos de ellos, anhelando siempre querer saber que les sucedía. Estas aventuras me descubrieron otros mundos , cauterizaron mis miedos y mis locuras. Pero sobre todo me incitaron a soñar.
Ahora estos libros,que forman parte de mi patrimonio emocional, descansan en mi mesilla como símbolo visible de todo lo que soy.

Pilar Sánchez
Grupo B


Cruce de generaciones

La obra de Jean Claude, no puede dejar indiferente a nadie que la haya visto. Allí había cantidad de jóvenes de la facultad de Bellas Artes, hablando y opinando de algo que no han conocido. Los aperos de labranza que allí se exhiben, no tienen utilidad alguna en las tareas agrícolas actuales, la mecanización ha hecho que estos solo sirvan para decorar casas rurales o alguna bodega. Las personas han tenido que emigrar a las ciudades o a otros países donde se demandaba mano de obra. El trillo que se expone, con una pequeña caseta y un ave, me recuerda al arca de Noé, y los tiempos en que de niño llevaba la merienda a mi padre a la era, en un fardel, y me dejaba dar vueltas a la parva con el trillo enganchado a una mula que se llamaba “andaluza”.
Las distintas maletas que se exponen, nos hacen pensar en todas las personas que tuvieron que emigrar a sitios desconocidos huyendo de la pobreza y miseria que había en España después de la guerra.
En mi pueblo paraba el ferrocarril y nunca se me olvidarán los andenes llenos de personas despidiéndose de los familiares, con maletas rodeadas de cinturones para que no se abrieran, de cajas de cartón atadas con cuerdas, y del tren marchándose echando humo negro.
Por eso a los emigrantes que vienen hoy llamando a nuestro país solicitando ayuda, debemos acogerlos con el cariño que lo hicieron otros países a nuestros emigrantes. Nunca debemos olvidar de donde venimos y puede que así sepamos a donde vamos. (Como dice un amigo mío: "La vida es muy corta")

Luis Iglesias
Grupo B


Mundo rural

Casi me obligó a montar a su todoterreno para acompañarle a la parcela del Valle de las Lagunas. Oscurecía y se hacía hora de ordeñar las ovejas. Admirado. ¡Qué educación!. ¡Qué estudiadas!. Abrió la puerta de la nave y del cercado en que se hallaban entraron, a la carrera, veinticinco. Exactamente el mismo número que aparatos de ordeño. Cada una ocupó el puesto que le tienen asignado. Otro turno. Otras veinticinco. Así hasta terminar. Electrificación, rapidez, limpieza.
Vuelo a mi infancia, a mi pequeño rebaño, a las mañanas de chupiteles en invierno, con la manta y las alforjas al hombro y el pequeño cayado colgado del brazo. Con mi perrita Alegría, carbón y nieve, buscaríamos los mejores pastos por los baldíos y las cañadas. El día sería largo, muy largo, si no me encontraba con amigos, pastores como yo. Con Riñones acordaba el lugar de encuentro, pero su padre lo mandaba al otro extremo del término. Sólo con mucha, mucha, suerte, coincidía con Noe. Cuando la veía, me recorría un cosquilleo que me dejaba sin fuerzas. Por más que lo intentaba, las palabras se me anudaban en la garganta y me sentía incapaz de declararle lo desgarrado que estaba mi corazón. No era necesario. Con su mirada de diosa lo descubría y lo sanaba al instante.
Al atardecer, con el fardel de la merienda vacío, regreso a las corralizas de cañizas, simples o bardadas. Luego, preparar el callejón, separar las paridas de las de ordeño y, a golpe de dedo, vaciar sus tetas en la colodra. Las cagalutas se retiraban, aunque decía el señor Pedro que aumentaba la graduación de la leche. Luego vendría el cuajo, el aro y el cincho. Al final el queso sería estupendo, sin esterilizaciones ni pausterizaciones.
Nada necesito que me una a la tradición. Soy parte de ella, como Canito y Riñones, como Gonza y el Vidal. Desde siempre, mi vida ha estado unida al campo. Forman parte de mí las coyundas, el yugo o las angarilla, las rejas y la ahijada, la zacha o el mullidor, los bujes y las llantas. Pero la tradición agoniza, pues se mueren las palabras, y con ellas una filosofía, un modo de vida.
He vivido el campo, que nada tiene con vivir en él. Y es que vivir el campo supone enraizarse en la naturaleza, como el roble, o el milano, como la nube o la lluvia. Es fundirse y sentir la presencia de los pájaros, de las zarzas, del zorro o el lagarto, como compañeros de vida. Existe el drama y la tragedia y se acepta. Con dolor, sí, pero con naturalidad. Trágico el chillido agudo del conejo en la boca de la jineta, o el relevo del toro viejo corneado por el joven. Trágico el ternero desgarrado por el lobo, o el cordero sacrificado a manos de quien puso tanto cariño en su crianza. La cadena de la vida.
Me vuelvo a mis recuerdos. A sentirme libre gateando paredes para coger nidos en los aleros de los tejados; libre trepando las ramas de los álamos para cortar la vara más derecha, bamboleando al ritmo del viento, ajeno al peligro de la caída. Marcho a romper el hielo de la charca, a poner el lazo en la gatera y el ramo de S. Juan en la ventana de Noe. Y en las noches de verano, entre la paja trillada, en la era, volveré a escuchar el ulular del búho, el aullido del perro o el jijear alegre de Canito, convocatoria de asalto a las sandías maduras del Morito y a las manzanas reinetas del Patolo.

Evaristo Hernández
Grupo


Vaca,baca,vaca, baca
Una vaca reunió el capital
que permitió apilar en la baca
el equipaje siempre evocador
del regreso al prado, a la vaca
y al fruto del laurel,
como no…. la baca.

Maxi Moreno
Grupo B


Paso doble nacionalidad

“Paso doble nacionalidad” es una exposición artística centrada en la dualidad y, por ello cada obra, se basa en una yuxtaposición de dos elementos aparentemente contrapuestos. Unas veces es un diálogo entre el pasado y el presente, otras, un choque entre lo rural y lo urbano, en ocasiones lo sólido se enfrenta con lo inmaterial o se convierte en una disputa entre lo físico y lo espiritual.

Cubino ha sabido construir una intensa atmósfera sensorial. El sonido de una música que evoca paisajes africanos y nos trae ecos de aventura, sacrificio, éxodo y esperanza. El tacto sugerido en materiales primarios como el hierro o la madera. El olfato saturado con esos aromas emanados de la paja o de las viejas maletas. Y hasta los imaginados sonidos de los insectos y pájaros que pueblan la muestra.

Todas las obras se construyen de forma similar. El artista toma un objeto, que quizás sea un arado o una maleta y le añade otro elemento aparentemente distante, como una rueda o unos alambres de espino. Esa composición es siempre radical porque hay entre sus elementos una distancia insalvable, bien en el tiempo, bien en su utilidad, y quizás, en su misma significación.

La intervención del autor es escasamente invasiva de manera que el mensaje de la obra no está claramente explícito y empuja al observador a realizar su propia creación, a transitar por el mundo de las sensaciones físicas y emocionales que los objetos provocan, a elaborar, finalmente, sus propios significados.

Hay quién quiere ver en esa rueda de carro llena de libros el movimiento, el progreso sin fin de la sabiduría. Otros vieron la ciencia (los libros) como fuente de toda tecnología (la rueda). Y alguno verá la libertad, ese camino abierto que el conocimiento pone ante ti. Y cientos de otras visiones…

Ahí está, sin duda, el valor del trabajo de Jean Claude: con unos pocos objetos cotidianos, muchos de ellos antiguos aperos de labranza, consigue dar un fuerte impulso a nuestra imaginación, a nuestra creatividad.


¿Qué pasó con nuestras viejas canciones
que aliviaban fatigas en la siega?
¿Perdimos los romances susurrados
en torno a las antiguas chimeneas?
Juntemos los retazos de esos sones
entonados en bodas ya lejanas
Reunamos ecos de tiernas melodías
cantadas bajo floridas ventanas
Vertamos todo en el viejo embudo,
opere la fórmula magistral
que destile las gotas de música
y surja una esencia pura e inmortal.

Pepe Lorenzo
Grupo B


El eje del mundo

Correteando como loco de acá para allá, el niño miraba asombrado todos aquellos objetos como si se hallara en una verdadera máquina del tiempo. Treinta minutos antes, cuando cruzaban la puerta que daba paso a la exposición, su estado de ánimo se encontraba en las antípodas. Estar allí no había sido originalmente un premio, sino más bien todo lo contrario, ya que había sido su padre quien le había obligado a acompañarlo como respuesta a su comportamiento de las últimas semanas. No era realmente un castigo, pero si una forma de que entendiera quien tiene siempre las de ganar en ese continuo tira y afloja al que el pequeño les sometía a diario. El niño acababa de cumplir los 12, pero ya apuntaba verdaderas maneras como pequeño rebelde sin causa. No es que fuera malo, para nada, pero cada vez más a menudo le salía esa vena mafiosa que convierte a los niños en verdaderos negociadores de sentimientos. Lo último había sido esa misma tarde, un triple combo compuesto por una mentira, una mala contestación y una pataleta ¡Toma ya!  ¡El premio gordo! Así que, adiós entrenamiento, adiós consola, adiós móvil… hola exposición.
Después de la recomendación de un compañero de trabajo, el hombre llevaba días buscando un hueco para poder visitarla, así que decidió hacerlo por fin aquella tarde de miércoles. El motín de su hijo había estado a punto de arruinar los planes, pero no estaba dispuesto a ceder ante el pequeño.
- Te vienes conmigo, y punto
- ¿A una exposición? ¿De qué? ¿De piedras? ¿Cuadros? Venga papa….
- No, de algo que quizás te haga entender por qué debes respetar a los mayores. Vamos a ver una exposición de objetos que mezclan el pasado y el presente. Cosas antiguas de la vida de los pueblos tuneadas y combinadas con otras de la ciudad. Es difícil de explicar, mejor lo vemos y ya verás cómo lo entiendes.
- Vamos papá…  ¡Y a mí que narices me importan esas cosas!
- ¡Esa boca!
- ¡Si encima hoy hay Champions, y me dijiste que veríamos el partido juntos! ¡Esto lo haces para fastidiarme!
- ¡Ni Champions ni Champians!  Además, después de la que has montado hoy, tampoco ibas a ver el partido… Te vienes conmigo, ¡y punto!
1-0 para papá.
Aunque vivían a pocas calles del lugar, les llevó más de media hora llegar hasta allí. El pequeño, enfurruñado hasta límites insospechados, había vuelto a sacar el manual del pequeño Corleone para intentar exasperar a su padre en la medida de lo posible. Que si me quedo a mirar este escaparate, que si se me caen los calcetines, ahora me ato las zapatillas otra vez, … Todo muy sutil y necesario, pero calculado hasta el más mínimo detalle para poner a prueba la paciencia del culpable de su situación. No llegaba a ser un gol, pero ya rondaba el área con bastante facilidad.
Cuando llegaron, el empate estaba a punto de caer, pero fue entrar en el recinto y la cosa comenzó a cambiar. Al principio de manera sutil, con el niño haciéndose el remolón y formulando comentarios despectivos sobre lo que tenía frente a él. El padre le ignoraba, sabedor de que el niño, tarde o temprano, caería de maduro. Lo veía en sus ojos. Lo conocía demasiado bien para saber que, en breve, recurriría a él para saciar su curiosidad. Como esos gatos en apariencia ariscos que, al principio te niegan la caricia, para más tarde buscar tu regazo y acabar ronroneando de placer.
- Papá… ¿qué es eso?
Papá 2 – Hijo 0
- ¿Eso? Es un andador.
- ¿Un andador? ¿Y para qué sirve?
- Pues para andar… Verás, eso lo utilizaban las personas mayores para poder caminar. Se apoyaban en él y avanzaban despacito por el pasillo. Así evitaban caerse, y podían ir donde quisieran sin depender de nadie.
- ¿Cómo un patinete eléctrico?
- Sí, algo parecido. Pero menos peligroso.
- ¿Y por qué lleva el símbolo de los Vengadores?
- No es de los Vengadores… Ese es una A mayúscula dentro de un aro. Este es el símbolo de la Mercedes. Una marca de coches alemana.
- ¡Ah, vale! ¡Es lo que lleva Hamilton en su coche, y en el mono!
- ¡Eso mismo!
- ¿Y qué significa, papá?
Dentro de sus posibilidades, y desconocedor de una verdad absoluta, intentó explicarle lo mejor que pudo su teoría sobre aquel extraño y original híbrido. Y lo mismo hizo con el resto de objetos. Un crucifijo con un martillo, una flauta acoplada a una bota de vino, una máquina de escribir con un rodillo de cocina haciendo las veces de carro, un antiguo gramófono cuya corneta era un embudo de metal, …
El niño escuchaba embelesado las teorías de su padre, intercalando preguntas y comentarios ingeniosos cada vez que su curiosidad rebasaba el límite de activación, cosa que sucedía antes incluso de que las frases quedasen completadas. Observaba con atención cada objeto como si se hallase ante la mayor complejidad tecnológica del mundo, tratando de vislumbrar como una persona podía haber basado parte de su vida en aquellas toscas, pero sencillas piezas. No acababa de comprender como podían haber funcionado así sin más, sin un triste enchufe o algún tipo de conexión. Era un mundo nuevo, desconocido, maravilloso.
- ¡Hey, mira papá! ¡Eso sí lo conozco! Es un globo terráqueo, tenemos uno en la biblioteca del colegio. Ahí se puede ver el mundo en perspectiva.
- En escala….
- Eso, en escala ¿Y por qué lleva un garfio alrededor?
 - No es un garfio. Es una hoz.
- ¿Una hoz? ¿Como el mago ese del cuento?
 - No, ese era sin h. Esto es un apero de labranza. Se utilizaba para cortar sin esfuerzo hierbas, rastrojos, tallos, … Había otra parecida más grande, que tenía un palo largo, como de fregona, y que se manejaba con todo el brazo. Se llamaba guadaña.
 - ¡Vaya nombres! Vale, ¿y entonces esto qué significa? Una hoz y un globo terráqueo… ¿Para cortar el mundo? ¿Dividirlo en dos?
- Mhhh… Podría ser… Pero yo creo más bien que se trata de otro mensaje. Ya sabes lo que te he explicado antes de las metáforas. En este caso es sobre lo que nos sostiene a todos. Ya sabes que la tierra gira, y nosotros con ella, aunque no lo notemos. Pero también es una forma de decir que el mundo avanza, evoluciona de manera natural. Vosotros ahora no podríais vivir sin los móviles, internet, la tecnología… Y probablemente tus nietos no lo podrán hacer sin algo que tú ni siquiera conoces aún. Se trata del paso del tiempo, de cómo todos giramos en este mundo sin saber muy bien qué nos espera al final de cada giro. Ya lo verás más adelante en las clases de Historia, pero algunos han intentado cambiar el ritmo o el ángulo de ese giro a lo largo de los tiempos. Casi lo consiguieron, pero no del todo.
- ¿Por qué?
- Pues por esta hoz, por ejemplo. Supongo que representa ese eje fuerte y robusto en el que el mundo descansa, y gracias al cual gira sin parar a pesar de los problemas. Es el pasado, nuestras raíces, nuestras tradiciones. Somos nosotros mismos, que podemos cambiar en apariencia, pero no en nuestra naturaleza.
- ¿Quieres decir que nunca cambiaremos?
- Eso es. Siempre seremos los mismos, con nuestras cosas buenas y malas. Por eso no debemos olvidar el pasado, porque además de enseñarnos la lección, es lo que nos mantiene en movimiento. El pasado para mejorar el futuro ¿Lo entiendes?
- Sí, creo que sí.
 El niño se quedó pensativo, mirando hipnotizado aquel objeto. Quién sabe lo que pasó por su cabeza en aquellos pocos segundos, pero sus ojos iluminados desprendían algo parecido a la admiración.
- Papá, gracias por traerme a ver todo esto. Y… siento lo de esta tarde. Oye, ¿crees que podríamos ir este fin de semana al pueblo? Quizás podamos encontrar por allí cosas así y montarnos nuestra propia exposición… ¡Tengo algunas ideas geniales!
- No sé, ya veremos… Luego se lo comentas a tu madre.
3-0 para papá.
Y así, el niño cogió la mano de su padre y salió del improvisado santuario. En su cabeza, una pequeña e imaginaria hoz se había instalado en su cerebro, ayudando a sus pensamientos a girar de una manera más rítmica y ordenada.

Jorge Martín
Grupo B


Matanza

De la máquina
de triturar dinero
han nacido alambradas.
La carne es vil metal.
Sobre las viejas ollas
ya los auriculares
a punto de estallar.
¿Y que se está cociendo?
Aún cuelgan los chorizos,
¿quién dará cuenta de ellos?
Soldaditos de plomo nos vigilan,
engreídos enanos que un día fueron niños,
fueron juegos de niños inocentes,
nunca inocentes juegos.

Ya no hay restos de sangre en la encimera.
Sobre ella, impoluta,
como una sala de operaciones,
la rendición más cruel, la ausencia
de horizontes y de libertad.

Han nacido alambradas:
La carne es vil metal.

Marian de Vicente
Grupo B


El viaje posible

Memoria de un viaje, memoria de partir.

KonTiki se transforma, se reinterpreta con aperos de labranza.
De menú: una balsa de sueños sobre cama de paja.
Abordaje impasible. Sacar a flote los sueños, sobre balas de paja.
Todo apunta al desastre, el miedo era el equipaje de salida
¿Dónde viviremos? ¿Sobreviviremos?
La incertidumbre era la respuesta inmediata.
Sin embargo, el viaje fue de ida con vuelta; tuvo que ser…de otra manera.
Hasta los pájaros que se posaban tenían la boca de pata.
Refugio aprovechado;
el perro se quedó en tierra, pero dejó la puerta roída.
A+M legó la pala de sal, único remo encontrado.
Objetos de memoria.

Clara Lurueña Miguel
Grupo A


De la cruz a la rueda

Menos mal que me telefoneó mi Tata. Me ayudó a encontrar el tono de este texto. Una vez más vino a mi rescate, al estilo de una vieja heroína. Esta vez sin saberlo.
Sigue viviendo en el mismo pueblo que la vio nacer. Allí ha pasado toda su casi octogenaria vida, salvo los años que cuidó de mí.

Por aquéllos tiempos, ella era una mocita oronda y sonrosada como si fuera un melocotón, con piel de melocotón. - ¡Qué bien olía!- . Yo, una niñina de cinco años. La tata era el vivo retrato de la Venus de Willendorf pero en tecnicolor. En tecnicolor y con brazos. Y con la cara de Heidi. Y encima se llamaba Mari Tere, que por alguna misteriosa razón, el pronunciar su nombre me hacía imaginar una deliciosa tortilla de patata.

Desde la primera vez que la ví, decidí amar al campo y a todo bicho viviente que habitara en él. Incondicionalmente.

Mari Tere apenas sabía escribir su nombre y contar hasta diez. Ni falta que le hacía. –O eso creía yo-.

Pero sabía contar historias de su pueblo. De su pueblo y sus gentes, que a mí me parecían fascinantes. Allí no solo había casas como en la ciudad. Había corrales, pajares, establos, pocilgas, tenadas, apriscos y hasta ermitas. Además de huertas, tesos, pinares y charcas. Igual me hablaba de la kika como de la tuerta, como del chochín, así como de gallinas, conejos o paisanos, hasta el punto de que yo a veces no sabía a qué clase de animales se refería si a los racionales o a los otros. Crecí tanto, al arrullo de sus pechos y de sus cuentos, que mi mundo se me quedó pequeño.

Creo que por eso, en cuanto pude, me fui a vivir al campo. Para meterme en un traje del tamaño de mis sueños infantiles. De ese sueño desperté nada más pisar tierra, al tiempo que descubrí que para la exaltación de lo campestre ya Beethoven compuso “La Pastoral”.

Cuando se casó con su primo del pueblo, mi tata cambió a su niña por otros cuatro, a los que les dio la vida. La suya fue una exigua existencia marcada por la lucha contra los elementos y la precariedad de una España en blanco y negro. Son los valores del trabajo y del esfuerzo, la abnegación, la renuncia y el sacrificio los que han conformado cada uno de sus actos, prueba inequívoca de que lo que sembró la moral católica tuvo sus frutos.

Mari Tere no supo ser de otra manera. Nadie la enseñó. Por contra, otros como sus hijos, sí lo consiguieron. Ninguno de ellos se dedica al campo. Tan solo uno vive en el pueblo. Así lo quiso. Hombres y mujeres ya adultos, no crecieron entre algodones pero sí entre libros y ruedas. Las de los tractores y otras. También las del conocimiento que todo lo mueve.

Las olas del saber anegaron los campos. También los de Castilla. Aprendieron a navegar en ellos y por eso pudieron elegir dónde y cómo vivir. Y hasta con quién. Como su madre, ellos han recogido sus frutos. Lo que tienen es otro sabor.

Hoy hay para comer tortilla de patata.

Concha González
Grupo A


Pez

Escamas esclavas del tiempo.
Veremos pasarlo y disfrutarlo.
Bajo el mismo andaremos. 
Nacerán frases que escriban canciones. 
Nacidas del tiempo.

Somos partidarios de nuestro tiempo, por ello nos vemos obligados a no complementarlo 
con otras actividades con las que dispongamos de nuestro tiempo libre.
Por ello usamos el reloj constantemente, 
nos incita nos mueve nos llama.
Incluso cuando queremos descansar disponemos del reloj.
En cada día, para situarnos donde más nos guste, momento, situación...
Abrimos líneas en el tiempo y dependemos de esas líneas.
A los peces de los mares o los ríos les llegan constantemente los plásticos que van saliendo y llegan y se hacen partidarios del mismo tiempo. 

¡Pobre pez! Aún le queda sufrir toda la contaminación. ¡ Pobre pez partidario del tiempo del reloj!

Iria Costa
Grupo B