La familia, S.A.


El lunes pasado hablamos de la familia y de cómo la literatura retrata a todos los componentes de la unidad familiar y aborda los problemas domésticos.
Así como hay muchas películas o novelas que tienen como trasunto principal el devenir de la vida familiar no son muchos los microrrelatos y poemas que abordan de manera global este tema.
Destacamos un libro del escritor Tomás Sánchez Santiago dedicado por entero a componer, poema a poema, sus recuerdos y vivencia relativas a la familia. 
Por el libro discurren la genealogía familiar: los padres de los padres, los padres que se hacen viejos, los lejanos parientes, las primas carnales, las criadas, las antiguas personas conocidas. Todos esos personajes, además de otros recuerdos y otro ajuar doméstico, forman la atmósfera turbia y aturdida, en palabras del poeta, de un retrato de grupo





Uno de los poemas, el que da título al libro,"En familia", pareciera la orla familiar que preside el lugar principal de la casa, el cuarto de estar, o el cuarto de ser:

Todos están bien.

Y hay un ruido de días laborables
que les da por la espalda y les impide
dejar creer en lo que dicen.

Y no basta
consultar medallones y retratos
donde convalecer. Ni preguntar
al fin lo de cualquier celebración
si está completa, si no faltará
alguno,
algunos a quien otras citas pidan cuentas
y se haya de ausentar para rendirlas
a regiones de pozos y carámbanos.

Igual que una función
sin argumento, sin timbres, sin confianza
en los gestos ni en los dibujos de la voz,
así cada vez van acudiendo
–todos menos aquél– a la llamada,
a la animada desconvocatoria
donde lucir los grises y las cáscaras

que la semana va depositando
entre un frío de hules
sobre destituciones y sobre lejanías.



En otro de sus poemas Tomás Sánchez Santiago retrata a los parientes lejanos, esos familiares que llegan sin previo aviso y son recibidos como figuras principales. Vienen desde otras latitudes y traen en la mirada y las palabras la novedad y algunos, o muchos pecios, de sus dorados o sus sueños americanos:

Eran los más oscuros, los mejor recibidos
también –dada la imprevisión de sus visitas–.
Traían nombres de llamas en los labios,
nombres que nos dejaban como escaso
sabor con que acallar nuestra impericia
de no saber vivir.
                            Los aguardábamos
al borde del verano o a la entrada en tinieblas
del portal del invierno;
                            eran gente de paso
distinto y menudos modales
que gastaban la vida en malos aires
y la voz en excesos de humo y broncas
historias de dinero malsonante.

Siempre de aquellas charlas florecía
la nostalgia exquisita por lejanías y alturas
hasta que alguien nos bajaba
desde aquel cielo de nombres templados
que nos entretenían la lengua
cuando los deshuesábamos
antes de hacerlos arena en la tristeza
de nuestras habitaciones biensabidas.

(Los parientes lejanos)


Las primas también ocupan un lugar privilegiado en la memoria de Tomás. Esas primas de la infancia tan carnales que despertaban de su letargo al instinto y el deseo:

Su tremenda manera de atardecer
calladas, seda en los labios
y el lento hervor del pecho cada agosto.
Si lejanas, deseo;
y todo el cuerpo susto si dejaban
mi nombre resbalando en torno suyo.
Las templadas mentiras
dichas a media voz en lo más hondo
de aquellas reuniones familiares
entre resbaladizas lozas –bajo el cielo
inestable de otoño-.
Brasas
en vez de sueño luego.
Desde la luna un óxido
volcaba la amargura por sus trenzas
rizadas como el agua sin fe de algunos ríos.
Adiós y adiós. Los besos
marcados con la saña de lo que bien se sabe
perdido para siempre.
Aquella patria chica: la intemperie
de sus ojos como medallas jóvenes
que retuviesen agua en vez de brillo.
Palabras capturadas en películas,
molidas de repente por la risa y el llanto
sobre todo
de las moscas de octubre
pudriendo los membrillos, azulándolos
de una desesperada resina que vivía
para todo el invierno molestando
la condenada paz de las despensas.

(Las primas carnales)

Otro poeta que aborda el tema de la familia en su obra es Luis Cernuda. El poeta escribió una pequeña obra de teatro titulada "La familia interrumpida". Esta obra inédita fue descubierta por Octavio Paz entre los papeles del poeta y decidió publicarla. En ella retrata a la familia de un relojero y recorre dos de sus grandes temas, el orden y su realidad y las pasiones.
A Luis Cernuda no le gustaban las familias patriarcales. Con la suya tenía más que suficiente. La suya era una familia burguesa y sobria que retrató de manera muy dura y cruda en el poema "La familia". Cernuda leyó dicho texto a Leopoldo Panero que se irritó profundamente.
La firmeza con que su padre, militar de profesión, trató a su familia quedó marcada en el poeta.
Veamos la escena que el poeta proyecta en sus versos:

¿Recuerdas tú, recuerdas aun la escena
A que día tras día asististe paciente
En la niñez, remota como sueño de alba?
El silencio pesado, las cortinas caídas,
El círculo de luz sobre el mantel, solemne
Como paño de altar, y alrededor sentado
Aquel concilio familiar, que tantos ya cantaron,
Bien que tú, de entraña dura, aún no lo has hecho.

Era a la cabecera el padre adusto,
La madre caprichosa estaba en frente,
Con la hermana mayor imposible y desdichada,
y la menor más dulce, quizá no más dichosa,
El hogar contigo mismo componiendo,
La casa familiar, el nido de los hombres,
Inconsistente y rígido, tal vidrio
Que todos quiebran, pero nadie dobla.

Presidían mudos, graves, la penumbra,
Ojos que no miraban los ojos de los otros,
Mientras sus manos pálidas alzaban como hostia
Un pedazo de pan, un fruto, una copa con agua,
y aunque entonces vivían en ellos presentiste,
Tras la carne vestida, el doliente fantasma
Que al rezo de los otros nunca calma
La amargura de haber vivido inútilmente.

Suya no fue la culpa si te hicieron
En un rato de olvido indiferente,
Repitiendo tan sólo un gesto trasmitido
Por otros y copiado sin una urgencia propia,
Cuya intención y alcance no pensaban.
Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste:
Al menos has tenido la fuerza de ser franco
Para con ellos y contigo mismo.

Se propusieron, como los hombres todos, lo durable,
Lo que les aprovecha, aunque en torno miren
Que nada dura en ellos ni aprovecha,
Que nada es suyo, ni ese trago de agua
Refrescando sus fauces en verano,
Ni la llama que templa sus manos en invierno,
Ni el cuerpo que penetran con deseo
Dos soledades en una carne sola.

Ellos te dieron todo: cuando animal inerme
Te atendieron con leche y con abrigo;
Después, cuando creció tu cuerpo a par del alma,
Con dios y con moral te proveyeron,
Recibiendo deleite tras de azuzarte a veces
Para tu fuerza tierna doblegar a sus leyes.
Te dieron todo, sí: vida que no pedías,
y con ella la muerte de dura compañera.

Pero algo más había, agazapado
Dentro de ti, como alimaña en cueva oscura,
Que no te dieron ellos, yeso eres:
Fuerza de soledad, en ti pensarte vivo,
Ganando tu verdad con tus errores.
Así, tan libremente, el agua brota y corre,
Sin servidumbre de mover batanes,
Irreductible al mar, que es su destino.

Aquel amor de ellos te apresaba
Como prenda medida para otros,
y aquella generosidad, que comprar pretendía
Tu asentimiento a cuanto
No era según el alma tuya.
A odiar entonces aprendiste el amor que no sabe
Arder anónimo sin recompensa alguna.

El tiempo que pasó, desvaneciéndolos
Como burbuja sobre la haz del agua,
Rompió la pobre tiranía que levantaron,
y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,
Entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,
Dueños en vida son del ancho olvido.

Luego con embeleso probando cuanto era
Costumbre suya prohibir en otros
y a cuyo trasgresor la excomunión seguía,
Te acordaste de ellos, sonriendo apenado.
Cómo se engaña el hombre y cuán en vano
Da reglas que prohíben y condenan.
¿Es toda acción humana, como estimas ahora,
Fruto de imitación y de inconsciencia?

Por esta extraña llama hoy trémula en tus manos,
Que aun deseándolo, temes ha de apagarse un día,
Hasta ti trasmitida con la herencia humana
De experiencias inútiles y empresas inestables
Obrando el bien y el mal sin proponérselo,
No prevalezcan las puertas del infierno
Sobre vosotros ni vuestras obras de la carne,
Oh padre taciturno que no le conociste,
Oh madre melancólica que no le comprendiste.

Que a esas sombras remotas no perturbe
En los limbos finales de la nada
Tu memoria como un remordimiento.
Este cónclave fantasmal que los evoca,
Ofreciendo tu sangre tal bebida propicia
Para hacer a los idos visibles un momento,
Perdón y paz os traiga a ti y a ellos.


Destacamos también el poema "Anquises" que Olga Novo dedica a su padre con alzhéimer y el poema que Jaime Sabines dedica a su tía Chofi, esa tía soltera que hay en casi todas las familias y que dedicó su vida a los cuidados de los otros:


 

 Añadimos a continuación algunos microrrelatos que giran en torno a la familia, la identidad, las vicisitudes del matrimonio, o hijos que aparecen y desaparecen:


La familia y sus tripas, de Maribel Soria Fuentes

Desde que termines la dejas fuera para que se oree, le dijo mi madre a mi hermana. Me cogió del solitario pelo que me quedaba, un cordel desgastado, y me colgó sin cariño en la única alcayata libre, rodeada de chorizos. Hubiera preferido ser uno de ellos y pasar desapercibida, ahora mi existencia será más corta. Soy gordita, morenita y resultona: pronto teñiré esas bocazas de negro.
¡Algo se me ocurrirá!



El equilibrio del mundo, de Ginés Cutilla

Del único hijo que estaba seguro era del pelirrojo. A los otros dos no los había visto en mi vida.
Tras mucho pensar, llegué a la conclusión de que al salir del hipermercado, con la confusión del gentío, me los habían cambiado. No me importó. Los cuidé durante tres años, confiando que otros harían lo mismo con los míos.
Hasta el día del parque de atracciones en que –con tanto crío– me cambiaron al pelirrojo y al mayor de los extraños por una niña y un mulato. A éstos los crié durante casi diez años pero un día, al volver de la universidad, me llegaron transformados: la chica por un joven que hablaba inglés y el que más tiempo había pasado conmigo por otro con gafas que parecía autista. Aun así, y pensando que la vida era esto, consentí pagarles los estudios hasta el final. El día que se casaba el inglés, los padrinos –que iban a ser sus pseudohermanos– fueron sustituidos por dos chicas gemelas. Nada feas, a decir verdad.
Ahora, ya en el lecho de muerte espero, cada vez que se abre la puerta de la habitación y entran tres jóvenes extraños, que sean mis hijos, los de verdad, los primeros, para poder despedirme de ellos y de este mundo que ya no entiendo.



La dueña, de Marcelo Adrián Gill Ibarra

Le dijo que la amaba, que ella era la única dueña de su alma y de su corazón. Su amor fue correspondido. Se casaron y tuvieron una nena.
Pero luego de diez años se separaron por diferencias irreconciliables. Ella se fue de la casa y se llevó a la nena.
A los pocos días volvió, reclamando el alma y el corazón de su ex esposo. Se los tuvo que dar.
La falta de alma casi no se nota en el hombre, excepto quizá por su mirada perdida.
Sin embargo, el lugar donde estuvo el corazón nunca cicatriza del todo, y por más vendas que se ponga, la sangre siempre mancha un poco sus camisas.



Felicidad, de Andrés Neuman

Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal. No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo: iba a decir el mejor, pero diré que el único. Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal. Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo y domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto. Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los gruesos brazos de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda desde hace años con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo tanta paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas, y algún día, muy pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.

Espiral, de Enrique Anderson Imbert

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si esa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.

Carpetas, de Julia Otxoa

Cuando Elisa pidió a su esposo, el día del aniversario de su boda, la opinión sobre aquellos quince años pasados juntos, a Juan le fue totalmente imposible volver de aquel lejanísimo tiempo, en que preguntas como aquella hubieran podido tener algún sentido. De aquel lugar casi prehistórico de su memoria, en que constató y asumió como una calamidad más de su vida, que vivía, y que probablemente viviría por el resto de sus días, con una perfecta extraña. Elisa miraba a Juan volviéndose a medias desde el fregadero. Era obvio que esperaba su respuesta. Él, venciendo un súbito e intenso ataque de terror, se levantó precipitadamente de la mesa en que comía, alegando haberse olvidado unas carpetas dentro del coche. Cuando Juan volvió, Elisa ya no recordaba en absoluto que hace unos pocos minutos era una esposa junto a un fregadero, esperando una respuesta.

A ritmo de taxímetro, de Beatriz Cuevas

Nombre y apellido: Santiago Lozano Romero. Número de licencia: 12.728. Número de matrícula: M-7839-SK. Número de DNI: 39776358C. Número de permiso: 20.380. Caducidad: 06/2003. ¿Cuántas veces lo habré leído? Seguro que puedo calcularlo. Le dieron el taxi en noviembre del noventa y tres. Poco antes de casarnos. Estamos en marzo del dos mil. De noviembre a marzo hay cuatro meses. Seis años y cuatro meses. Doce por seis setenta y dos más cuatro setenta y seis.
Setenta y seis meses sin faltar un solo jueves a ver a su madre.


Propuesta de escritura

Escribe un microrrelato o un cuento breve en el que durante el transcurso de una comida o una cena navideña alguno de los familiares (y no necesariamente el cuñado) aprovecha para anunciar una noticia que tambaleará la reunión y la vida familiar


Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Navidad 2020

En medio de la cena me levanto de la silla, toco la copa con un cubierto haciendo ese tilín característico y digo:
Papá y mamá, os quiero mucho, no puedo daros besos pero iros preparando para cuando nos pongan la vacuna; hermana, siempre he tenido celos de ti, que si eres la más guapa y la más lista, y bla, bla, bla, qué asco, porque así no hay forma de no quererte; cuñado, tú me enseñaste que cuñados somos todos, una dura lección, pero no nos digas que has escrito una novela durante el confinamiento, que te salto un ojo al abrir el champán; sobrino, lo del veganismo, pase, hasta me da envidia, pero ni se te ocurra hacerte abstemio que esa gente no es de fiar; y querida, amante, amiga, allegada, a ver si llegas, coño.
Y levanto mi copa mientras Raphael empieza a cantar el Tamborilero, ante una mesa llena de exquisitos manjares que he preparado con todo mi amor, rodeada de sillas vacías.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Confesiones

Tiempos de Covid-19, de incertidumbre, pero al fin lo habían decidido los tres hijos de común acuerdo: no vendrían. «Los tiempos no están para ello, mamá», dijo la pequeña; «demasiado riesgo para vosotros, que no dejáis de tener la edad que tenéis». Y estaban los nietines, «…que fíjate los pobres, entre dos y siete años los cinco». Y que Navidades nos podían quedar unas cuantas y vidas en cambio solo una, ya ves la ocurrencia.
Hay argumentos difíciles de rebatir. Aunque podías razonarles que a pesar de las precauciones que se toman, garantía no existe de que alguno de sus padres, no vayamos a faltar de aquí a las Navidades del año que viene; sea por causa del coronavirus o por vete a saber qué.
Así quedó la cosa, y a lo mejor Florencio es que se pasó con el cava, luego, a la mesa de Nochebuena. Cava de Almendralejo por cierto, no de los paisanos del Puigdemont, que eso lo cuido yo.
―Fíjate los años viviendo juntos, María, cielo ―iba él ya por la tercera copa cuando empezó con esas, le coloreaban las mejillas―. Familia de trece que somos ya, contando los niños. Realmente, ¿qué podría echar a pique nuestra felicidad? Además, esta es la noche que es y estamos solos. Me gustaría que no me siguieras dejando en la duda, mi amor. Ninguna sospecha en cuanto a Marigel y Rosita, pero Chema pasan los años y cada vez se parece más a Roberto, aquel novio que tuviste en el pueblo.
Que tampoco hacía falta que se lo confesara de una manera explícita ―dijo para mi alivio―. Florencio tendrá lo que tenga pero siempre me guardó miramiento. Bastaría con que no le negara sus palabras. Me ofreció en suave sus figuraciones detalladas. Bajé la cabeza y no le negué lo que me había pedido que no le negara, es lo menos que podía yo hacer dada la noche que era y las circunstancias.
Además, que a Roberto a fin de cuentas, los años que lleva en Alemania… y lo mismo vete a saber, si no se ha muerto ya. Y también, oye, que no te vas a poner a contar del hermano de Roberto, a fin de cuentas hoy todo un…
(Dos palabras, solo dos palabras faltan. Los cuentos de Navidad cada uno los debe cerrar conforme a su modo de entender estas fiestas).

Pascual Martín
Grupo presencial


El discurso

La cena de Nochebuena en casa de los Ortiz se precipitaba por los despeñaderos habituales. En un marco de luces y vivos colores, la bulla de los niños y las carcajadas de los adultos componían una banda sonora que a Paco le fatigaba a pesar de que, después de tantos años, había aprendido a tolerarla. Le pareció el momento adecuado, los postres estaban ya sobre la mesa y la generosa ingesta de comida había rebajado en algo el ritmo frenético de risas, exclamaciones, ocurrencias y réplicas en las que, como siempre, llevaban la voz cantante su suegro y los dos hijos mayores, Pedro y Toñi. Esta había sofrenado el cacareo veloz en que se convierte su charla cuando entra en estado de excitación alcohólica o emocional y su hermano había aminorado la emisión de chistes y escarnios que prodiga en cada celebración.
“Os vais a quedar de piedra con vuestro cuñado, el torpe, el pusilánime, el calzonazos” pensó Paco animándose a sí mismo mientras se levantaba. Alzó un poco la voz, jamás se atrevería a gritar en casa de sus suegros. En realidad, él no gritaba nunca.
–¡Por favor! ¡Por favor! –repitió mirando a un lado y a otro. Su suegro frunció el ceño y cerró la boca sorprendido de que “el mequetrefe” –así lo llamaba cuando él y la pobre de su hija estaban ausentes– quisiera tomar la palabra. Alzó la mano y la dirigió a los que le rodeaban demandando atención. Al orador le asombró que el mismísimo Pedro dejara la copa de cava y enarcando incrédulo las cejas se dispusiera a escucharle. No quiso mirar a su mujer, sabía con certeza que habría compuesto un rictus de contrariedad.
Iba a iniciar su discurso cuando esa calma tan inesperada fue rota por unos insistentes timbrazos.
–Deben ser los Valero –dijo la matriarca alzándose de un brinco–. Ya me parecía que se retrasaba su felicitación…
En efecto, pocos segundos después invadió el comedor una barahúnda de vecinos. Después de un largo cuarto de hora de brindis y buenos deseos, la tropa abandonó el escenario de lo que ya se iba asemejando a un campo de batalla. Volvieron las risas con las burlas inclementes de Pedro imitando las voces y gestos de los que acababan de marcharse.
Paco aprovechó un respiro del bromista para volverse a erguir. Asun se cruzó de brazos y frunció los labios obligándose a callar ante la obstinada insistencia de su marido. Esta vez le costó más conseguir que el sosiego se impusiera al vocerío, los gritos de los niños no terminaban de acallarse.
–Quisiera… –comenzó con algunas dudas. Su vacilación duró solo un segundo, lapso que se vio rellenado por el repiqueteo de una video-llamada en la tableta desplegada sobre el aparador.
–¡Mi hermano Ramón! –gritó el patriarca precipitándose hacia el dispositivo. Pronto la mayoría se disputaba un lugar frente a la pantalla. Él se quedó un momento en pie en la misma posición y luego bajó los ojos hacia su mujer. El mohín de sus labios le hizo cerciorarse de su terminante desaprobación.
–Lo has intentado, pero ya ves que no es posible. Yo, en tu lugar, desistiría –le dijo levantándose para reunirse con los demás.
La conversación con la familia del tío Ramón se alargó un buen rato y tras ella cada uno fue ocupando su lugar en la mesa, menos la madre que comenzó a retirar platos y cubiertos hasta que el ruego de su yerno la hizo detenerse. Se habían acallado las carcajadas y los gritos y, aunque el ruido no había desaparecido por completo, Paco creyó que había condiciones suficientes para que su anuncio pudiera ser escuchado. Se había vuelto a poner en pie y tras un ligero carraspeo comenzó:
–Por el camino…
La estentórea voz de su cuñado le interrumpió cantando a voces.
–… que lleva a Belén…
Tras las primeras risotadas uno a uno se fueron uniendo al canto y el villancico resonó alegre y desafinado entre las paredes de los Ortiz y, sin duda, de todo el edificio. Paco cerró un momento los ojos y sintió cómo se colmaba el vaso de su exasperación. Cuando se sentó notó en la mano la caricia de Asun. Su mirada le reconfortó porque no halló en ella el menor vestigio de reproche ni de condescendencia. Recordó que por el camino habían vuelto a debatir sobre la conveniencia de hacer el reparto.
–Al fin y al cabo, son nuestros y no tenemos porqué compartirlos con mis hermanos. Ellos no necesitan tanto el dinero como nosotros –había argumentado ella.
Ahora él asentía, finalmente convencido, mientras sus dedos acariciaban los tres décimos de lotería ocultos en uno de los bolsillos de su chaqueta.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Cena de Nochebuena con sorpresa.

Después de cenar unos entrantes y un segundo llegamos a los postres.
Al terminar la conversación que estaba en curso en ese momento, les decimos que presten atención, pues tenemos algo importante que decir.
Mis hijos y "allegadas", quedan en silencio y prestan atención.
Como llevamos años jubilados, y no vemos que vayamos a ser abuelos, hemos decidido que queremos seguir siendo válidos. Estamos hartos, aburridos de tanta rutina; y por lo tanto nos hemos apuntado a una ONG que utilizará sabiamente nuestros conocimientos profesionales en algunos países de Hispanoamérica. Aquí no nos necesitan, aquí no nos valoran, aquí nos creen inútiles; pero en algunos países de América Latina están deseando contactar con nosotros. Nos hemos ofrecido de forma altruista; no sólo no vamos a cobrar por nuestros servicios, sino que aportaremos de nuestro bolsillo los gastos de viaje y manutención. Además, hemos donado cierta cantidad como aportación a la causa.
¡Necesitamos sentirnos útiles!
De momento nos sentimos queridos, pero no nos sentimos útiles, no estamos aportando nada a los más jóvenes.
Si hubiésemos tenido nietos, nos quedaríamos para poder ayudar en su educación, pero al no ser así, ayudaremos a educar y a mejorar la salud de otros niños y de algunos adultos.
Dentro de unos meses, cuando estemos vacunados y revacunados, nos pondremos en marcha; nos dedicaremos a vivir intensamente ayudando a los que lo necesitan; ayudando a los que nos piden ayuda; de esta forma nos ayudaremos a nosotros mismos.
Termino, y observo a mis hijos y nueras que mantienen una cara similar a la de las vacas mirando al tren. Como no se lo esperaban, no saben qué decir.
Como nadie dice nada, María y yo nos miramos con complicidad y nos dedicamos a dar cuenta de los dulces navideños y de la sidra.

José Luis Fonseca
Grupo A


Navidad para recordar

Hace muchos años (en el siglo pasado), cuando todo era normal, la navidad solía ser motivo de encuentro con familiares y amigos.
En la casa familiar, los padres disfrutaban de la compañía de los hijos y los nietos.
Recuerdo un año, que mi padre compró un cochinillo, y lo llevó para que lo asaran en el horno del pueblo.
La cena de navidad prometía ser distinta a la de otros años, todos esperábamos la llegada del cochinillo. Estos días el panadero tenía muchos pedidos y había retrasos.
!Por fin!, llegó mi padre con el dichoso cochinillo tapado y lo puso encima de la mesa.
Al destaparlo, todos nos quedamos mirándolo, y alguien dijo. “Está muerto y nos está mirando”.
Los cuatro niños no comieron cochinillo por mucho que insistieron sus padres y sus abuelos. La cena terminó como el rosario de la aurora y a las doce nos fuimos al convento a la misa del gallo.
Mi padre no volvió a comprar cochinillo para la cena de navidad.

Luis Iglesias
Grupo Presencial


Fantástica familia

Las vacaciones son para descansar, aunque no lo entiende así el maestro, que no perdona la realización de los deberes.
Me da que no puede leer todos los textos que le llegan, y estos que envío, retozando en la realidad y fantasía del cuento en que perviven, aunque viejos de vejez antigua, le pasarán inadvertidos.
Vosotros, shiffffff.

ABUELO JUAN

Nadie sabía con exactitud los años de Abuelo Juan. Él decía que andaría por los noventa, pero los noventa los había cumplido Dios sabe cuándo.
Resultaba casi imposible imaginar el mundo sin él. Era parte misma de la tierra, como la roca, como la encina, como la lluvia. Poseía toda la sabiduría que da la experiencia. Sus palabras resultaban sentencias indiscutibles, soltadas al viento, para quien aceptara meditarlas.
Era él quien se encargaba de despertar al sol cada mañana y jamás dejó de cumplir esta tarea. Sabía hacer pan en el viejo horno del cernidero y vino con las uvas negras de la viña de Lumbrales. Preparaba los jamones y los lomos en las matanzas, podaba las encinas, hacía humear la chimenea en invierno, ordeñaba las ovejas y ayudaba a Abuela Angelita a hacer el queso.
También sabia conducir el tractor rojo de tío Juan, pero sólo de frente y sin parar. Cuando la vaca Granadina se empeñó en no retirarse, le dio un empujón y la dejó sentada a la orilla del camino. Con las encinas, tenía las de perder: el tractor se recostaba contra ellas y a Abuelo Juan le tocaba ir caminando hasta casa.
No se enfadaba por nada, ni con nadie. Dice Papá Evaristo que como Abuelo Juan sólo quedan dos o uno, y luego sigue él.

ABUELA ANGELITA

Abuela Angelita nació el día en que Dios tomó la decisión de crear el mundo. Para entonces, Abuelo Juan ya sabía coger nidos en las paredes de los pajares.
Antes de aprender a hablar, recitaba de corrido el padrenuestro y otras cinco oraciones más. En una se equivocaba cuando llegaba a “...postrada ante vuestras divinas plantas” y decía: “ El postre de vuestras plantas”. Prima M. Jesús se reía.
Su vida transcurría en un continuo dar gracias a Dios. Daba gracias por la salud y por la enfermedad; por la lluvia y por la sequía, por el hambre y por la comida, por ... y lo hacía al levantarse, al salir de casa, al entrar en la iglesia, al mediodía, al acostarse y en cualquiera de las situaciones en que se encontrara, se prestara, o no, a ello. Para mí, que debería ser más generosa con Abuelo Juan.
Abuelo Juan nunca se sintió molesto. De sobra sabía que Dios lo puede todo y todo se debe a Dios, pero sonríe con una mueca de picardía al recordar cómo si él no hubiera ayudado a los bueyes, el día en que se atolló el carro en medio de la crecida del regato, seguiría clavado en el lodazal, a pesar de los rosarios de Abuela Angelita.
Con tanto rezo, las cazuelas y los peroles, que nunca tuvieron ni pizca de conocimiento, dejaban asar los garbanzos.

ABUELA CARMEN

Abuela Carmen era estupenda. Yo creo que estaba hecha de mimbre, acero y ternura. Nunca se ocupaba de ella, sólo deseaba que los demás fueran felices.
Cuando Abuelo Alicio se encontraba malito, ella permanecía constantemente a su lado, lo cuidaba, lo acostaba y lo quería.
Abuela Carmen es la madre de Papá Evaristo, mejor dicho, es la madre más madre de todas las madres.
Sabe preparar tartas con bizcocho y mantequilla, y rosquillas, y mantecados, y flores de comer y perrunillas con almendras y... de todo no me acuerdo.
Eso de comer, que con el ganchillo... ¡imposible dejarlo mejor!. Lo que hace a ganchillo no se come, ¡pero hay que verlo!: manteles, colchas, paños para la mesa, chaquetas agujereadas...
Cuando Papá Evaristo era chico, le hizo un jersey azul con rombitos blancos, que despertaba la envidia de todos los niños del colegio. Las mamás se quedaban embobadas, viendo por dónde entraban y salían los hilitos. Todas exclamaban con admiración: ¡qué manos!, y Papá Evaristo, con vergüenza, se miraba las suyas donde, como siempre, se entrecruzaban roderas de marrones diferentes y habitaban nubarrones oscuros y mugrientos.

PAPA EVARISTO

Papá- Evaristo era la persona más extraordinaria que he conocido. Nadie había en el mundo que no quisiera ser su amigo. Jugaba con los niños al " Ponte tú, que yo te doy", al "Revienta burros" y a “la Luz”. A veces, hasta los montaba en Coche Naranja de Gordo Miguel, que nunca había funcionado. Otras hacía apuestas a ver quien ganaba, si ellos tirando del coche o él subido. Siempre dejaba que ganaran ellos.
Cuando compraba bombones, se los enseñaba; los contemplaban embelesados, se esforzaban en aspirar su olor y exclamaban con admiración: ¡ummm, qué ricos!. Y soñaban sabores de fresa y chocolate. A Papá Evaristo se le dibujaba una sonrisa infinita y se sentía feliz.
A veces, el corazón de Papá Evaristo se llenaba de poesía y, al notar que le iba a rebosar, garabateaba líneas cortas en papeles blancos, antes que las musas volaran a visitar las almas tristes de otras gentes taciturnas. Después los guardaba y casi nunca los enseñaba.
Le gustaba contar historias. Los niños le escuchaban con las boquitas abiertas. Si eran tristes, los ojos les hacían chiribitas y les resbalaban gotitas amargas por los surcos de la nariz.

Evaristo Hernández
Grupo B


Campanada de fin de año

Adolfo había salido del armario sin necesidad de declaración alguna. Simplemente se paseaba con su novio, agarraditos los dos de la mano y a la vista de todo el mundo, desde hacía un par de semanas. Sus padres, gente “progre” de toda la vida, se lo tomaron con total naturalidad, aparte de que ya lo sospechaban, al igual que su hermana Felisa, a quien tampoco pareció entrarle ni frío ni calor cuando se enteró. Pero… había que decírselo al abuelo Paco.

D. Francisco Pequeñas, hombre de armas tomar y curioso ejemplar de anarquista filosoviético, valga el oxímoron, se había formado políticamente bebiendo toda su vida de fuentes puras, Lenin sin ir más lejos, y consideraba que los homosexuales debían ser “adecuadamente” educados para corregirlos de su desviación. Por supuesto, no valían para hacer la revolución. Y por supuesto, se iba a llevar un disgusto grandísimo cuando se enterara de lo de su nieto. Pero había que decírselo, porque don Francisco era muy suyo y si se enteraba por terceros, nunca lo haría por sí mismo pues apenas salía ya de casa, podía montar un cirio parejo en estrépito a la caída de Constantinopla.

Así que Adolfo y su madre pensaron que lo más oportuno era darle la noticia durante la cena de Nochevieja. Y como el abuelo Paco se relajaba mucho cuando llevaba un par de copas encima, permitiéndose a la tercera incluso contar algún chiste, decidieron que había que hacerle beber cuatro copas antes de soltarle la mala nueva. Seguro que con cuatro copas encajaría el golpe sin demasiado disgusto. Además, Paloma, el eslabón intermedio entre abuelo y nieto, prepararía el terreno adecuadamente con un discurso que haría venir a cuento de lo que fuera sobre los nuevos tiempos, inclusivos, acogedores y sobre todo respetuosos con las opciones escogidas por los más jóvenes en cualquier aspecto de su vida.

Cuando se presentaron en casa del abuelo Paco, les abrió la puerta la abuela Gertrudis, y ya les advirtió nada más entrar de que el hombre estaba de mal humor. Por la mañana le habían dado la noticia de la muerte por el maldito coronavirus de un gran amigo de juventud, un camarada de la lucha clandestina. Y efectivamente les recibió con el gesto avinagrado. Adolfo y su madre tuvieron ocasión, antes de empezar a cenar, de cruzar dos palabras sobre la idoneidad de darle la noticia en aquel momento, decidiendo a pesar de todo tirar para delante.

A las diez de la noche se sentaron a la mesa. Allí estaban el abuelo Paco, la abuela Gertrudis, Adolfo, su hermana Felisa, sus padres, y otros tres comensales, que aquí ni pinchan ni cortan, pero que ya estaban al corriente de lo de Adolfo. El abuelo, quizás para olvidar cuanto antes la noticia de la muerte de su amigo, comenzó a beber enseguida, cosa que no hacía casi nunca, y aquello fue muy bien recibido por su nieto, que le rellenaba la copa una y otra vez, de suerte que cuando Paloma se lanzó con el discursito de marras, ya llevaba el bueno de Paco no cuatro sino seis copas encima. Y cuando terminó aquel discurso, con los ojos tiernos y la sonrisa risueña, le pareció a Adolfo que su abuelo se hallaba realmente enternecido. Sin duda había llegado su momento. Pero entonces se le adelantó su hermana Felisa, que vio el cielo abierto tras el discurso de su madre.

—Quiero deciros a todos, en este ambiente de respeto que mamá ha dejado tan bien servido, que ayer me afilié a Falange Española y de las J.O.N.S.

De inmediato una capa de hielo cubrió los rostros de todos los presentes, salvo el del abuelo Paco, que con sus seis copas encima tardó algo más en procesar la noticia de Felisa. Pero en cuanto la asimiló, estalló en una sonora carcajada.

—¡Ja! Se muere mi mejor amigo y mi nieta favorita me dice que se ha hecho falangista el mismo día. ¡Sólo falta que me digáis que Adolfo es maricón! —doble capa de hielo—. En fin, me voy a la cama. Por hoy ya he tenido bastante.

Óscar Martín
Grupo A


Cena familiar

Sentados alrededor de la mesa, la mayoría disfrutaba de una ovípara cena de Nochevieja cuando me levanté para iniciar el brindis tradicional que, cada año a las once en punto, tenía el honor de realizar.
Mi madre, doña Elvira, presidía la mesa, orgullosa de tener a toda su familia alrededor y de poder agasajarnos con tanto fasto; de tenernos a todos sometidos a su voluntad y capricho. Un control férreo que después de treinta años ninguno de sus hijos se había siquiera atrevido a entorpecer ni a cuestionar. A su derecha estaba Tomás, el mayor. Tomás era un simple empleado de banca, de ideas neoliberales y machista, casado con Teresa, de profesión ama de casa, por no decir esclava de su amadísimo marido. Vivían por encima de sus posibilidades, pero la ayuda económica, secreta por supuesto, de mi madre, hacía de soporte ficticio, pero muy efectivo de su posición social ante sus amistades y allegados. No tenían hijos.
Esteban era el mediano, 35 años, dos menos que Tomás. Casado con Isabel, dependienta de una tienda de ropa y siete años menor que él. Esteban era informático, trabajaba en una importante empresa relacionada con la aeronáutica. Viajaba mucho y su tema de conversación era, exclusivamente, su trabajo. Casi nunca estaba con nosotros en Navidad. Vivía holgadamente porque su sueldo se lo permitía, pero no era nada detallista y no acostumbraba a regalar caprichos.
Finalmente estaba yo, el benjamín, profesor interino de instituto. Llevaba cinco años casado con Nuria, pero nuestra relación se había ido enfriando desde hacía algunos meses. Nuria era cartera. Mi madre, siempre dispuesta a ejercer su particular control que había heredado de mi padre, fallecido doce años antes, nos ofrecía dinero, consciente de nuestra precariedad laboral, pero yo siempre me negaba.
Así pues, como el pequeño de la familia tenía el honore y el deber de realizar el brindis de Nochevieja.Me levanté en cuanto mamá me hizo la señal convenida después de que observara en el reloj que había sobre el aparador que eran las once en punto de la noche. Golpeé con el tenedor en la copa al mismo tiempo que me levantaba, para que todos hiciesen el favor de atenderme. Se hizo el silencio.

—Bien…, bueno —dije sin saber muy bien cómo empezar—. Este año sólo diré una cosa. Seré escueto. No puedo seguir con Nuria y…
—¿Cómo? —preguntaron al unísono, a la vez que se levantaban mi madre, mi mujer y mi hermano mayor.
—¿Cómo te atreves? —Me amenazó levantando su dedo, Tomás.
—Esto no te importa, Tomás. Es decisión mía —respondí.
—Tú eres un hijoputa —exclamó con evidente enfado—. ¿Pero no ves lo que le estás haciendo a la familia? ¿Y tú no tienes nada que decir? —le espetó a Nuria que seguía de pie, cabizbaja, sin poder ocultar las lágrimas—. ¿Es que nadie va a decir nada?
—Mira, hermanito —Me encaré—, que tú tengas a tu mujer sometida y te vayas de picos pardos por ahí y sigas con las apariencias, no te da ningún derecho…
—¡Te voy a matar, cabrón! —Se abalanzó hacia mí.
—¡Tranquilos! —Se interpuso Esteban, conciliador—. Vaya espectáculo estáis dando. Si ha decidido dejar a Nuria sus razones tendrá, ¿no? De todas formas, yo creo que esto tendrías que haberlo hablado antes con tu mujer, porque es evidente que no sabe nada.
—No. No sabía nada —expliqué—. Nadie sabía nada. Ha sido una decisión mía, muy madurada, por cierto.
—Vamos a ver —Intentó calmar la situación mamá, levantándose—. ¡Sentaos todos! —ordenó sin éxito—. Explícanos este arrebato infantil que, estoy segura, que no va a prosperar.
—Te equivocas, mamá.

Nuria se había dejado caer en la silla, completamente abatida. Las lágrimas habían estropeado su maquillaje. Tomás seguía de pie y cabeceaba porque en su mentalidad no entraba el concepto separación. Teresa, su mujer, se había agarrado al brazo de mi hermano con cara de pánico. Esteban seguía contemplando la escena entre divertido e irónico e Isabel estaba cabizbaja sin atreverse a mirar a nadie. Mi madre me miraba con odio y resentimiento, entrecerrando los ojos, esperando una explicación y con un evidente enfado porque yo había aguado la cena.

—Estoy enamorado de mi amante —revelé después de un minuto de silencio.
—¿Amante? ¿Tú? —preguntó de forma despectiva mi madre.
—Pensé que jamás te atreverías —dijo mientras se levantaba Isabel, mi cuñada, ante la estupefacción general—. Yo también te amo.

Jaume Castejón
Grupo B


La cena de Nochebuena

–Sabéis que Sara y yo hemos sido muy felices estos años viviendo en Inglaterra, a pesar de lo lejos que estamos de casa. Pero tuvimos la suerte de encontrar un buen trabajo y estábamos muy a gusto en nuestro modesto pisito londinense. Pero, ya no va ser lo mismo. Tristemente, todo se acaba y muy a pesar nuestro, después de pensarlo mucho y de darle muchas vueltas hemos tomado una decisión: ¡Vamos a dejarlo!– anunció Ernesto en medio de la cena de Nochebuena.

–¡Por fin! –. Le cortó su madre desde la otra punta de la mesa. Has tardado demasiado en darte cuenta –continuó-. He esperado años para pronunciar esas palabras.

Otras voces se alzaron en la misma línea mientras un murmullo general recorría la mesa del comedor de un extremo a otro felicitándose por la decisión del hijo pródigo.

Ernesto y su pareja se habían afincado en Londres seis años atrás buscando las oportunidades profesionales que no tenían en nuestro país. Enseguida encontraron empleo, él de delineante en un estudio de arquitectura y ella en un hospital, como enfermera. Habían conseguido sus objetivos: trabajar en lo suyo desarrollando aquello que habían estudiado y alquilar un pequeño apartamento del que estaban muy orgullosos en Camden Town, el barrio más bohemio de la capital.

El cruce de conversaciones le impedía tomar la palabra y no podía comprender con claridad lo que decían sus padres, hermanos y cuñados.

–Ernesto se merece algo mejor.

–Ya lo creo, Sara era muy autoritaria, lo tenía en un puño.

–Este chico no se daba a valer, ella lo anulaba.

–Que peso se quita de encima y nos quita a todos.

–Con lo bueno que es y lo guapo que está, no tardará en encontrar a una chica mucho mejor. Ya lo veréis.

–¡A ver! Joven, buen mozo, con trabajo… se lo van a rifar.

La angustia lo dominaba; sudaba; de la frente le caían goterones y las manos empapadas se restregaban contra la servilleta una y otra vez. Se hallaba perplejo ante lo que estaba oyendo. Todos estaban echando pestes de Sara cuando siempre había pensado que la querían, que había pasado a formar parte de la familia.

El padre, más prudente, pidió silencio para permitir que su hijo se explicase.

–Además, –dijo- no exageréis, Sara es una buena chica, eso sí, con un carácter endemoniado, pero cada uno tenemos lo nuestro. Dejemos que Ernesto nos explique qué ha pasado.

–Ahora sabemos por qué no ha venido a pasar las Navidades con nosotros –apuntó la madre.

Ernesto se puso en pie para llamar la atención. Se tomó unos segundos de reflexión. Recorrió el comedor con la mirada y sólo veía sapos y culebras moviéndose a su antojo, que salian de las bocas de sus parientes. La cabeza estaba a punto de estallarle y un nudo en la garganta le impedía articular palabra. No tuvo más remedio que musitar un tímido perdón y abandonar la mesa, dejando atrás comentarios cada vez más gruesos contra Sara.

Marta, la mayor, pidió un poco de calma y comprensión para ese hermano que estaba pasando tan mal trago.

–Hay que apoyarle en su decisión y darle margen para que se recomponga –dijo-. Cuando se encuentre preparado nos explicará qué ha pasado.

Al poco, Ernesto entró de nuevo en el comedor, serio con los ojos hinchados y la cara congestionada.

–Ha estado llorando, pobre –susurró la cuñada.

Mandó callar a todos y les miró a los ojos, uno por uno. Después de un gran suspiro, espetó:

–Sara y yo no hemos roto. Seguimos queriéndonos como siempre. Lo que vamos a dejar es nuestro querido apartamento, un tesoro del que nos cuesta desprendernos porque se nos va a quedar muy pequeño cuando nazca Lucas.

Un gran ¡Oh! recorrió la estancia.

–Sara no ha viajado a España para pasar las Navidades porque en estos primeros meses de embarazo tiene muchas molestias. Iba a quedarme en Inglaterra, pero fue ella quien me animó a reunirme con vosotros para daros esta noticia que a nosotros nos hace tan felices.

Tomo aire y concluyó

–He conseguido adelantar el vuelo de vuelta para mañana a las diez. Continuad celebrando la Nochebuena, que aún faltan los turrones, yo me voy a hacer la maleta para el viaje.

Maxi Moreno
Grupo B

Aforo reducido

La sesión del lunes pasado estuvo dedicada a los aforismos. Nos pareció oportuno titularla "Aforo reducido", expresión que se ha hecho habitual entre nosotros por culpa del Coronavirus.
Vivimos tiempos en los que se imponen la inmediatez y la brevedad, ya sea en forma de tweet, de post, de SMS o de whatsapp, de modo que el destello poético, el apunte rápido, la reflexión sintetizada, el juego de palabras o la filosofía en formato avecrem pueblan las redes, los móviles y muchos libros.
El aforismo está de moda y ha ensanchado sus límites. Ya no sólo contempla una breve sentencia o una máxima con carácter filosófico sino que se ha teñido de subjetividad en su contacto con otros géneros como el diario, la poesía o el ensayo.

Tomamos como referencia el libro "11 aforistas a contrapié" de la editorial Liliputienses con un excelente prólogo de José Luis Morente y con una cuidada selección de aforismos firmados por Luis Felipe Comendador, Karmelo C. Iribarren, Elías Moro, Mario Pérez Antolín, Felix Trull, Ana Pérez Cañamares, José María Cumbreño, Luis Arturo Guichard, José Antonio Olmedo López-Amor, Rosario Troncoso y Sihara Nuño. 



En este artículo puedes leer una serie de aforismos elegidos por grandes voces de la literatura y la filosofía. 


Tareas de escritura

Propusimos como tarea escribir de ocho a diez aforismos de temática libre.


Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


1. La verdad sobre nuestras capacidades acaba emergiendo.
2. Sin amor no podría soñar, sin sueños no podría vivir y sin vida no podría amar.
3. Cuando has conocido el dolor del mundo es imposible cerrarle los oídos.
4. La vida es como una montaña rusa. De la gloria al dolor en menos de 2 segundos.
5. ¿Qué es mejor, un beso de buenas noches o una buena noche de besos?
6. No importa que la gente no piense como uno mismo, lo importante es que piensen.
7. Lo peor de la traición es que nunca viene del enemigo.
8. Intentar lo imposible es aborrecer la rutina.
Y por último uno que no es mío pero que hace referencia a los gusanos de seda
9. Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo, es lo que su dueño denomina mariposa.

Jaume Castejón
Grupo B


Aquella flecha de amor iba directo al corazón, pero se topó con la billetera.
Se fueron a la cama para consumar su amor, y lo consumieron.
La verdad y la duda tienen una relación incestuosa.
La duda es un salto al vacío, la verdad llega de rebote.
Yo soy así, si no le gusto ya somos dos.
El carácter imprime destino.
En aquella cueva paleolítica los viejos y enfermos se preguntaban: ¿qué pintamos aquí?
El siquiatra le dijo al suicida: mi tratamiento es infalible, pero me tiene que pagar por adelantado.
El olvido respira por la herida de la memoria.
La belleza duele porque está prometida con la muerte.
Siempre hay luz al principio del túnel.
En el silencio las palabras sueñan con su poeta.
En tiempos de crisis se agudiza el ingenuo.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Aforismos

1.- La pereza es una inclinación innoble hacia lo eterno.
2.- La pasión y la espuma de la cerveza se parecen en que, hasta que no desaparecen, no se sabe la realidad exacta que esconden.
3.- Cuando el arte se desliga de la belleza, los artistas mediocres se frotan las manos.
4.- El “tío pesao” se parece al saltador de pértiga en que cuanto más da la vara, más fácil es que se salga con la suya.
5.- Si crees que vives sin contradicciones prueba a pensar.
6.- Una dosis de nostalgia te calienta el alma; dos dosis te la pueden abrasar.
7.- El que sólo sueña con utopías jamás despertará a la realidad.
8.- La mirada de odio de un hombre te ladra; la de una mujer te taladra.
9.- Una vez traté de imaginar que no se me ocurría nada. Pero a los cinco segundos me abdujo un ovni y se me pasó el susto.
10.- ¿Habrá mayor frustración doméstica que abrir la puerta del frigorífico y no encontrar nada que te apetezca?
11.- Me cautivan las evocaciones femeninas que tiene la palabra “ánfora”: la belleza del término en sí, el misterio que oculta en su interior, su voluptuosidad bien torneada, la delicadeza de su cerámica… (aunque esto, bien pensado, es un “anforismo”).

Óscar Martín
Grupo A


Aforismos

1. Yo pensé que aforismo era un aforo pequeño y cursi.
2. El café de media tarde quita sueño y no da hambre.
3. Tanto arte harta
4. El agua de la fuente se toma fría y se mea caliente.
5. Con las armas de hoy hubiese vencido muchas batallas de ayer.

Me gustaría citar dos aforismos de R. Tagore:
“Dichoso aquel cuya fama no brilla más que su verdad”
“Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas”


Ramón Sánchez Rodríguez
Grupo presencial


Aforismos

UN POCO DE CIENCIA

Yo demostré el teorema de Pitágoras. ¿Qué importa si no fui el primero?

Si me hacen elegir entre ser matemático y poeta elijo siempre al primero porque una resolución elegante de un problema o una brillante demostración de un postulado son siempre poemas exquisitos.

En el inicio de una relación amorosa interviene la Química, pero en su mantenimiento, la Física con sus leyes de la Entropía, del Rozamiento y la Mecánica de Fluidos.

LAS PALABRAS

Dios es un escritor con mala suerte: se le hicieron carne los personajes.
Piénsalo, en los mejores momentos de tu vida hablar no fue necesario.
No es lo mismo ver que mirar, oír que escuchar, ni hablar que decir.
Lamento más lo que dejé por decir que todo lo dicho.

REFLEXIONES

Lo peor de envejecer no es la muerte si no las progresivas claudicaciones de tu cuerpo.
Si sufres refúgiate en un momento feliz de tu infancia. Es una fortaleza que ya nadie puede asaltar.
Hay una virtud en esta pandemia: el rico ha descubierto que su vida depende de lo que haga un solo pobre.

EPÍLOGO

Escribo todos mis aforismos mientras dura el insomnio nocturno. Empiezo a dudar si durante el día estoy verdaderamente despierto.

Pepe Lorenzo
Grupo B


PROVERBIOS

El único gran amor posible es el amor frustrado.
Recordar a alguien es no dejarlo morir.
Hay mentiras que ya no son para ti, verdades que nunca fueron para nadie.
El catolicismo intransigente es la corrupción del cristianismo.
El ninguneo y el “bullying” suelen provenir de la envidia.
La amistad se nos regala y la regalamos.
La vida se nos da, pero la merecemos dándola.
La Literatura es la compensación imaginaria de los fallos de la vida.
Es más terrible el misterio que la seguridad de la nada.
Mientras hayan niños que nos nazcan, habrá Navidad.
Las claves del futuro se encuentran muchas veces en el pasado.
El yo no depurado por el dolor o la sabiduría es nuestro peor enemigo.

Emilia González
Grupo B


El amor está en tan alta estima que a veces es imposible alcanzarlo.
La verdad se queda desnuda cuando la vemos por detrás.
La experiencia es la escusa de los viejos.
Los amigos no se cuentan, se cuidan.
Si ves mis defectos, cuando llegues a casa mírate al espejo.
La avaricia no rompe el saco, llena las cuentas de Suiza.
Si quieres que te escuchen, abre bien los oídos.
La mentira tiene las patas muy cortas, pero ahora se desplaza por internet.
Nunca lo olvides, lo más importante es hacer el amor y coger el autobús a tiempo.

Tomás Merino
Grupo B


Aforismos

Cuanto más explicas, más quieren saber.

Ser educado tiene 2 inconvenientes: aguantar las impertinencias de quien no lo es y ser cuidadoso para no molestar.

Al excelente trabajador se le recompensa con más trabajo.

Si empiezas una frase diciendo “te voy a decir una cosa” o te lo digo de corazón” tienes que prepararte para la réplica.

El sentido de la vista da mucha información sobre el entorno. No toda.

No te empeñes en acercarte a quien no empatiza contigo. Hay muchas personas en el mundo.

Acércate a quien te aporta como las plantas a la luz.

Teresa Sanz
Grupo B


Por un puñado de Aforismos

- Antes de querer entender por qué perdiste algo, pregúntate si en realidad llegaste a encontrarlo.

- Un beso es el acto más democrático del mundo, ya que las dos partes lo eligen, lo disfrutan y lo interpretan de la misma manera.

- Cada vez que alguien piensa en ti, existes dos veces.

- Hay personas que nunca te querrán por lo que eres en realidad, sino por lo que quieren que seas cuando estás con ellas.

- Vamos por la vida con un millón de llaves, intentando abrir las puertas que encontramos en nuestro camino. Y al final, las únicas que esconden cosas importantes son las que no necesitaban llave, las que fueron abiertas desde dentro por alguien que ya nos esperaba para dejarnos entrar.

- Pagar a alguien con la misma moneda es malgastar el dinero. Guárdatela e inviértela en alguien mejor que te ayude a duplicar tus ganancias.

- Cuando escribes estás construyendo un camino para que otros puedan acceder a lugares que no aparecen en sus mapas.

- Hay días en los que, si estuviese casado conmigo mismo, me pediría inmediatamente el divorcio.

- Ser sincero y honesto es correcto, pero anodino. En cualquier película que se precie, el tesoro se oculta siempre en una antigua urna custodiada en lo más profundo de una cueva. No en un jarrón de cristal encima de la mesa del comedor.

- Cuando no seas capaz de comprender algo, mira al universo e imagina que allí también puede haber alguien preguntándose si tú existes.

- Un clavo saca otro clavo. El problema llega cuando se acaban los clavos y solo quedan alfileres.

- Un solo error en medio de un millón de aciertos es como una pequeña gota de sangre en el cuello de tu camisa. Seguirás estando impecable, limpio, pero todo el mundo se fijará en ese maldito punto rojo para recordártelo.

- La diferencia entre las palabras escritas y las palabras habladas es la misma que existe entre comerte un pastel o solamente olerlo.

- Un primer “te quiero” es la mayor de las redundancias. Si de verdad lo sentimos, nuestros ojos lo habrán gritado mil veces antes que nuestra boca.

Jorge Martín Peribáñez
Grupo B


¿Son aforismos?

Tu vida es hoy, vívela.

Lo que has vivido son recuerdos que han dejado una semilla, aprovéchala.

Se queda en tu almario, aunque te destrozó el alma.

Las lágrimas son un bálsamo, hidratan las cicatrices.

Leer y escribir es inyectarse vida en vena.

Sueña convencido de que esos sueños los vas a conseguir.

Los nubarrones negros, no descargan agua negra.

Al recorrer un camino no vayas tan pendiente de la piedra con la que puedes tropezar, te pierdes el paisaje.

El oír el tic tac del reloj, es una plácida soledad.

¿Qué prefieres?, ¿un cómodo sofá, o un trampolín para saltar?

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Aforismos

1): De pequeño me creía casi todo, ahora no me creo casi nada.
2): Los primeros pasos son fáciles de retornar; pero cuando el recorrido es largo, la vuelta supone un pesar.
3): Me he pasado media vida creando malos hábitos; pasaré la otra mitad intentando corregirlos.
4): Hay mentiras preciosas que debemos mantener, como la de los "Reyes Magos".
5): No sé qué es peor, si tener hambre y no tener que comer, o tener que comer y no tener hambre.
6): Si algo te gusta, no lo toques, pues los retoques casi todo lo suelen empeorar.
7): Si estás a gusto, quédate; y si no, pues te vas.
8): Solo puedes ser absolutamente sincero con tus amigos.
9): Allá donde fueres, muéstrate como eres; y así te conocerán pronto.
10): La rutina induce a la depresión. Rompe la rutina y será tu salvación.

José Luis Fonseca
Grupo A


Si vas a comer algo malo, al menos que esté bueno

Cuando algo importa mucho, el resto de cosas importan poco

El tiempo ayuda a darte cuenta de lo que tenías que haber hecho cuando no sabías qué hacer

Sabía que sin ti dolería…mucho. Pero no podía soportar más lo que dolía contigo.

El tiempo lo cura todo pero ¿qué cura el paso del tiempo?

Voy despacio que tardo menos

A veces los recuerdos se atragantan siempre en contra del olvido

Alba Bermejo
Grupo A


Greguerías sin ambiciones (buscando memoria)

1 - La mentira es el disfraz inmoral con que se viste a las palabras de etiqueta.

2 - El cariño y el dinero tienen la lengua muy larga.

3 - Un traje de rayas puede conducirnos muy alto o muy bajo.

4 - Cuando se alimenta la envidia, la autoestima se desangra hasta morir.

5 – El amor en la distancia es un pasaporte para el olvido, y en el olvido siempre queda un poso incómodo de amor.

6 – Solo los grandes amores escriben su vida en letras de oro.

7 – el divorcio es una moneda de dos caras adversas, que se dan la espalda tratando de ignorar su indestructible cercanía.

8 – Los aconteceres diarios son los gatos que rondan nuestros sueños.

9 – ¿Qué está más cerca del cielo, las catedrales o las nubes?

10 – Hay derrotas que nos hacen más fuertes y victorias sin gloria.

Pepita Sánchez
Grupo presencial


AFORISMOS

• El peso de la duda, aplasta la verdad.

• La sombra que proyectas, se desvanece en la oscuridad.

• Cuando el camino se estreche y no veas la salida, da la vuelta y busca otro ramal.

• Al quitarnos la máscara, nos mostramos como somos en realidad.

• Un corazón noble es el mejor regalo para el espíritu.

• No dejes en el alma viejas heridas sin cicatrizar. Aprende a perdonar de verdad.

• Los reproches conducen al final de toda relación.

• No sufras en vano, no merece la pena.

• Solo un necio se atreve a juzgar, sin argumentos, a los demás.

• ¿Qué prefieres ser un rico pobre o un pobre rico?

Marian Pérez Benito
Grupo presencial


Hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores, y el optimismo para los peores.

Estamos mejor que si estuviéramos peor.

Eres infeliz solo cuando piensas que la vida no ocurre tal como quisieras.

Entre los raíles de las vías del tren crecen las flores suicidas.

La lluvia tiene uno de los sonidos más exquisitos que ofrece la naturaleza.

Mi paz interior no es negociable.

A veces uno hace unas locuras, que merecen repetición.

Es increíble lo pronto que se hace demasiado tarde.

Áfrika Gómez
Grupo presencial


¿Afonismos?

1 – Me paso el día lamentándome de que los demás no piensan como yo. Pero a ver, no voy a ponerme a pensar yo como todos ellos.

2 – ¿Que no te gusta mi cara? Pues imagínate a mí, guapa, que me veo en el espejo todos los días al afeitarme.

3 – Si bien lo miras, no es malo que haya en el mundo tanto ignorante. Lo de lamentar que es tantos de ellos hayan caído en los gobiernos de los países.

4 – ¿Que algo tendrá de bueno esa gente? Hombre, por supuesto, era un decir. Fíjate algunos cómo velan por nosotros que hasta nos dicen con quién podemos celebrar la Navidad y con quién no.

5 – La madre, amantísima, cuidó al niño como jamás lo había hecho ninguna otra en el mundo. Su bebé se cayó al suelo por primera vez (rotura de tabique nasal, de clavícula, de húmero…) a los diecisiete años.

6 – Consulté el dato y enseguida extraje la conclusión: hay en el mundo 7.499.999.999 personas con las cuales podría entenderme.

5 – Roma, París, y mi pueblo. No hay demasiada gente que haya estado en los tres.

Pascual Martín
Grupo presencial


AFORISMOS

La democracia, tal y como la conocemos, consiste en el derecho de la mayoría a equivocarse.

El capitalismo crea necesidades, el comunismo las anula.

La Economía es la ciencia más exacta, una vez el problema ya ha pasado.

El fútbol y la política tienen dos similitudes básicas: todos hablamos de ellos, pero , ninguna de nosotros los entendemos.

La felicidad bebe de pocas fuentes, y una de ellas es el fresco manantial de la ignorancia

No puede llamarse animalista a aquel que en su comportamiento vital es completamente especista.

El bienestarismo nace de los especistas que no se dan cuenta de que los suelos de los mataderos son rojos sí o sí. La sangre, el sufrimiento son el mismos.

Cuando he de comer algo que no es de mi agrado, sigo el consejo de una buena amiga, y pienso en los mataderos

Javi Martín Caamaño
Grupo A


RAZÓN Y DESAZÓN

¿Escribir para encontrar la metáfora?, o, ¿para vivir la metáfora?

Quien emigra lo hace pensando en que algún día volverá ¿Adónde? No lo sabe.

El tiempo es un pirómano para la memoria, y también para el olvido.

El dolor es un incendio arrasador, pero también la cosecha de lo venidero.

De qué sirve decir “siempre” y “nunca”, si inmediatamente tendrás que agregar un “casi” por delante.

Es frecuente olvidar aquello que constantemente está presente.

La fidelidad a una ideología parece ser fácil. Ser fiel a sí mismo es mucho más utópico.

La fantasía es la realidad más profundamente objetiva.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A

Estar en la luna

Cuenta Hernán Casciari en "La luna, en retazos y liquidación": "Acaba de llegarme el título de propiedad de un terrenito que me compré en la Luna. Me costó 20 dólares -gastos de envío aparte- y lo pagué con tarjeta. Además del certificado con mi nombre grandote, me vino por correo una foto satelital de mi parcela. No sé si ustedes estarán viendo la Luna, pero si la tienen a mano dibujen en ella una cara imaginaria. Mi terrenito estaría sobre el ojo derecho. La región se llama Lago de los Sueños (Lacus Somniorum en latín) y está casi saliendo del Mar de la Serenidad, como quien va al Cráter Posidonius.
El acre que me compré no es gran cosa, también es verdad: haciendo cuentas descubrí que son apenas cuatro mil metros cuadrados. De todas maneras, el hombre que me vendió el terrenito dice que esta zona se está convirtiendo en una de las más deseadas, y me advirtió que me apurase porque se las estaban sacando de las manos. ¿Cómo no iba a hacerle caso a este señor, si es un visionario de la modernidad?"


Casciari entró en la página Lunar Embassy para hacerse con su parcela en la luna, un lugar en el que 600 millones de personas tenían puesta su mirada el 20 de junio de 1969, cuando Neil Armstrong se convertía en el primer hombre en pisarla.

Todos conocemos las palabras que pronunció Armstrong, su breve discurso dirigido a toda la humanidad. Pero nadie se percató de una frase. Una frase que pronunció y que es motivo de la siguiente leyenda urbana:

"Cuando el astronauta de la Misión Apollo, Neil Armstrong dio su primer paso en la luna, no solo pronunció la célebre frase “este es un pequeño paso para un hombre, pero es un paso gigante para la Humanidad”, sino que además intercambió algunas frases con los otros astronautas y el no menos célebre centro de control de la misión (en Houston, claro). Justo antes de aterrizar, pronunció una enigmática frase. Armostrong dijo: “Buena suerte, señor Gorsky” Mucha gente en la NASA pensó que se trataba de una frase dirigida a un hipotético rival soviético en la carrera espacial. No obstante, después de ser investigado, se descubrió que no había ningún señor Gorsky ni en el programa espacial americano ni en el ruso. A lo largo de los años, Armstrong fue preguntado muchas veces acerca de la frase “Buena suerte, señor Gorsky”, pero Armstrong simplemente sonreía. Únicamente hace tres años, el 5 de julio de 1995 en Tampa Bay, Florida, mientras respondía a las preguntas de los periodistas tras dar una conferencia, un reportero hizo la pregunta de 27 años de antigüedad a Armstrong. En esta ocasión, sí respondió. El señor Gorsky había muerto así que Neil Armstrong sintió que, finalmente podía contestar a la pregunta. Cuando era niño, estaba jugando al béisbol con un amigo en el jardín. Su amigo bateó una bola que fue a parar enfrente de la ventana del dormitorio de sus vecinos, el señor y la señora Gorsky. Justo cuando se agachaba para recoger la bola, el jovencito Neil Armstrong oyó a la señora Gorsky gritarle al señor Gorsky: “¡¡Sexo oral!! ¡¿Quieres sexo oral?! ¡Tendrás sexo oral cuando ese niño llegue a la luna!”

Tras el fallido intento de alunizaje del Apolo 13, en 1970, el interés por la carrera espacial y los viajes a la luna disminuyó. Y tras la expedición del Apolo 17 aparecieron varias teorías que afirmaban que La NASA había inventado todos los alunizajes en la luna.


Mario Benedetti se pregunta en un poema: "¿Por qué no hay más viajes a la luna?"

Cuando el bueno de armstrong dio aquellos pasos
todos registramos cómo se movía
tosco / pesado / en un suelo blancuzco
¿o era de piedra pómez? ¿quién se acuerda?

durante un rato estuvo cavilando
y la escafrandra o como se llamase
impedía que viéramos sus ojos
pero juraría que su mirada era
de pereza o abulia

algo debió explicar a su regreso
algo diferente al discurso de gloria 
que le ordenaron pronunciar eufórico
entre medallas flores vítores y guirnaldas

algo debió decir en privado a sus jefes
algo importante inesperado

verbigracia / cuando estaba allá arriba
caminando como un zoombie en la luna
mi general mi coronel pensé en ustedes
y se me ocurrió no sé por qué
que debía matarlos con urgencia
uno a uno / dos a dos / etcétera

o verbigracia dos / cuando andaba allá / heroico
pisando las feísimas arrugas del satélite
imaginé que así debía ser la muerte
es decir el paisaje de la muerte

o verbigracia tres / cuando estaba en selene
paseando por la nada como un imbécil
sentí el asco infinito de la ausencia del hombre
y me dije qué mierda estoy haciendo aquí

algo así debió haber confesado a sus jefes
con su estrenada voz de robot disidente
y quizá por eso los dueños del poder
postergaron sine die los viajes a la luna.


Jaime Sabines en su poema titulado "La luna" nos advierte -no sin ironía- los muchos efectos que provoca la luna:

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

Juan José Millás nos cuenta en "La hora de comer" qué hacía en el preciso instante en que el hombre pisaba el suelo lunar:

Cada vez que se cumple algún aniversario de la llegada del hombre a la Luna, me llaman de la radio y me preguntan que qué hacía yo mientras sonaba en todo el mundo la frase histórica del pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad. Y digo lo mismo, claro, porque las cosas son como son y yo siempre he estado más interesado en labrarme un porvenir que en forjarme un pasado. O sea, que me estaba comiendo un bocadillo de calamares fritos en un bar con el suelo lleno de cáscaras de mejillones y cabezas de sardinas. Tenían encendida en un extremo de la barra una televisión grasienta hacia la que mirábamos todos porque nos habían dicho que se trataba de un acontecimiento histórico, aunque lo verdaderamente histórico para nosotros habría sido que el bocadillo fuera de jamón de jabugo, o, mejor aún, que no hubiera sido un bocadillo, sino un chuletón de Ávila, pongo por caso, con pimientos fritos.

Dirán ustedes que Armstrong no pisó la Luna a la hora de comer, pero es que yo lo vi en diferido, al día siguiente, y pensé que sucedía en ese momento, de manera que cada vez que contemplo aquellas imágenes, se me repite el bocadillo de calamares, que estaban fritos en un aceite que merecería haber sido de colza. No me pareció mal que el hombre llegara a la Luna, sino que tenía la sensación de que se trataba de un asunto que no me concernía. A veces se da este divorcio entre lo histórico y lo personal, como entre la macro y la microeconomía, que cada una va por su lado, qué le vamos a hacer.

Es sabido que hay quien hace la historia y hay quien la padece. La habilidad de quienes la hacen consiste en hacer creer a los que la padecen que son protagonistas de algo. Pero no es cierto: aquel pie que pisó hace no sé cuántos años el improbable suelo lunar no era el mío. Mientras se pisaba la Luna, en este planeta nuestro se pisoteaban demasiadas cosas. Aún se pisotean. Y la hora de comer continúa siendo la hora del hambre para mucha gente. Eso es lo histórico. Vale.


Y Esteban Peicovich nos revela algunos de los nombres tan poéticos que tienen los mares de la luna en el poema plagiado titulado "La poesía":

Mar del frío, mar de las lluvias, mar de los vapores, mar de las nubes, mar de la humedad, mar de la serenidad, mar de la crisis, mar de la fertilidad, mar de los néctares.

(Nombres dados por la ciencia a distintas zonas de la cara de la Luna que se ve).



Propuesta de escritura 

Escribe un texto en el que se refleje un suceso real o imaginado que estuviera ocurriendo en la tierra mientras el hombre ponía su pie en la luna.


Estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Verano del 69

Todo comenzó un año antes. Estaba mi padre sentado en la terraza de un café en la plaza de Ciudad Rodrigo, cuando se acercó el director del Instituto, le saludó y se sentó a su lado.
¿Puedo hacerle una pregunta? - dijo el director del Instituto. Por supuesto - respondió mi padre. ¿Dónde va a ir su hijo el próximo curso? A Salamanca, contestó mi padre. El curso pasado fracasaron estrepitosamente en el preuniversitario, suspendieron casi todos el examen de madurez.
¿Le puedo pedir un favor?, dijo el director. Por supuesto, volvió a decir mi padre. Me gustaría que matriculase a su hijo en este instituto el próximo curso. Si usted me lo pide - contestó mi padre, delo por hecho.
Aquel verano del 69 aprobé el curso en el instituto, y aprobé el examen de madurez en la universidad. No solo aprobé yo, sino que aprobamos la mayoría de los que nos presentamos. Los de letras el 100% y los de ciencias alrededor del 80%; cuando la media nacional de aprobados era de un 30% aproximadamente.
Fuimos el mejor Instituto de toda España y nos dieron un premio por ello. Todos los años se daba una mención de honor al mejor instituto, y aquel año nos tocó a nosotros. Me imagino la cara del director del Instituto al recibir el premio, porque la cara de mi padre cuando le enseñé la nota del periódico en el que venía mi número como aprobado, la recuerdo perfectamente.
A partir de ese momento tuve la llave de acceso a cualquier universidad de España y a cualquier facultad. No sabía dónde ni qué iba a estudiar, pero hasta septiembre tenía tiempo para pensarlo.
Por cierto, aquel verano, concretamente el 20 de julio de 1969, el hombre pisó por primera vez la luna.

José Luis Fonseca
Grupo A


Cartas

Otra carta, Federico, mi amor. Una más. ¿Sabes cuántas van ya? Pues cincuenta justas. Si echas cuentas te sale: 20 de julio de 1969 es cuando llegaron los dos americanos, y esa misma fecha del año siguiente fue cuando escribí la primera. Después, una cada 20 de julio; cincuenta con esta, ya te digo. Ayer mismo conté las que guardo, y son cuarenta y nueve. Ya me gustaría que alguna de ellas te hubiera podido llegar, pero lo nuestro es bonito aun así.
Hoy te cuento lo mismo, cariño, no sabría decirte otra cosa. Lo sabes, pero me gusta repetirlo cada año: ninguna huella. Ninguna huella dejaron en mí esos hombres. Aunque, bueno, huella, huella, si vas a ver, sí que dejó una de su bota (ya ves qué tontería) el tal Buzz Aldrin en el Mar de la Tranquilidad, que anda, que no ha presumido el tío con ello ahí abajo. ¿Te parece bien que lo diga así, ahí abajo? Ya me gustaría saber decir las cosas como tú; como tú las escribes, me refiero.
A mi manera lo digo yo: jamás podrían dejar huella en mí esos hombres; y no se me oculta que me estoy repitiendo como una tonta. Cómo iban a dejarla; solo de pensar en ello me dan escalofríos, y ya sabes que de noche para mí 150 grados bajo cero es lo normal. Yo no puedo amar a nadie más que al hombre de mi vida, al que me pinta (miles de veces lo tengo leído) con polisón de nardos y senos de duro estaño. Al que ha sabido hacerme ver que por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos; y que me ve ir por el cielo con un niño de la mano.
Queda muy lejos el 20 de julio de 2021, Federico, cielo, pero yo sabré hacer los días cortos. Te sigue adorando tu LUNA, LUNA

Pascual Martín
Grupo presencial


Historia selenita 

—Mire, señoría, me voy a intentar explicar mejor, porque veo que se está perdiendo usted —intentaba no perder la calma el señor Rodríguez, aunque se acaloraba por momentos—. Mi mujer y yo salimos a eso de las nueve de la noche a casa de los Guzmán porque nos habían invitado a un guateque. Y esos guateques, señoría, no crea que son cualquier cosa. Ahí va lo más granado de la capital y no se acaba el jolgorio hasta las seis o más. Pero a las dos y media de la madrugada, más o menos, mi mujer me dijo que se encontraba indispuesta y que se quería ir a casa, insistiéndome, eso sí, en que yo me quedara porque a la vista saltaba que me lo estaba pasando fenomenal. Yo —enfatizó muchísimo, señalándose a sí mismo con el dedo—, que de sobra sabía que me la estaba pegando, porque me la lleva pegando con don Luis Cipriano desde hace meses, y además le había visto salir a él unos minutos antes, me hice el tonto y la dejé irse, diciéndole que haría por estar en casa antes de las seis. Y más o menos una hora después, como a las tres y media, suponiendo que a esa hora les pillaría in fraganti, cogí el coche y tiré para casa. Luego, abrí la puerta con sigilo y entré de puntillas. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando veo que hay luz en el salón y que la tele está encendida. Y ya no le digo nada cuando entro y veo ese montón de gente en el salón con los ojos fijos en la pantalla, viendo aterrizar al Apolo IX en la luna.

—¿Y qué hizo usted entonces? —preguntó el juez, perplejo.

—A ver, Señoría, por partes —se aflojó un poco la corbata el señor Rodríguez—. En cuanto vi que mi mujer estaba en picardías, y un picardías que conmigo nunca se pone —se apretó ahora el párpado con el dedo índice—, supe que por allí, en algún sitio escondido, tenía que estar don Luis Cipriano, pero así de pronto, como no lo vi y lo de la luna estaba la mar de interesante, preferí quedarme por el momento con los demás viendo la tele y esperar a que aquello se acabara y se fuera todo el mundo para ajustarles las cuentas a mi mujer y al otro. Lo que pasa es que como la cosa se iba demorando, ente Houston y Houston iba yo atando cabos mentalmente, viendo lo que había a mi alrededor. Que estuviera allí Paco, el sereno, no me extrañaba tanto, porque el pobre no tiene tele y sube muchas veces a verla un rato, así que deduje que al ver el resplandor saliendo del balcón y sabiendo que el alunizaje estaba al caer, no resistiría la tentación de subir. Pero lo del vecino Ambrosio con el perro muerto entre las manos me extrañó más. Al principio traté de preguntarle por lo bajinis que qué hacía allí, pero como ya estaba la tele tan interesante, el muy maleducado, siempre lo fue, me mandó callar; ya ve, ¡en mi propia casa! Y luego estaban esos dos señores que no había visto en mi vida, tan repeinados ellos, tan formalitos, tan de negro, sentaditos en el sofá como si no hubieran roto un plato en su vida, que tampoco despegaban los ojos de la tele. Total, que estuvimos un buen rato todos esperando a que el astronauta ése, como se llame —Armstrong, dijo el Juez—, sí, Astron, saliera del Apolo y se pusiera a caminar por la luna. Y cuando ya salía, mi mujer va y dice: “¡ya sale, ya sale! Y en ese momento sale de debajo de la camilla don Luis Cipriano, que a lo que se ve tampoco se lo quería perder. Y yo, claro, ¿pues qué iba a hacer? En cuanto Jesús Hermida dijo que ya estaba, que ya habíamos ido a la luna, me fui corriendo al teléfono del despacho y llamé a la policía, que afortunadamente no tardó ni cinco minutos en presentarse, con todo el mundo aún enganchado al televisor. Y entonces ya se aclaró todo. Vamos, que cuando el sinvergüenza del señor Cipriano se estaba beneficiando a mi mujer, entraron a robar aquellos dos hombres tan formales pensando que no había nadie en casa porque nos habían visto salir al guateque, haciéndolo desde la ventana del vecino, al que tuvieron que matar el perro porque se ve que les había descubierto. Pero al ver la tele en el salón, se acordaron de lo de la luna y la encendieron para verlo. Entonces salió mi mujer y los pilló, pero como no podía llamar a la policía, porque ella estaba cometiendo un delito de adulterio, decidió no hacer nada, poniéndose a ver la tele con ellos. Luego llegó el sereno, y cuando llamó a la puerta, se ve que al señor Cipriano le entró el canguelo, pensando que a lo mejor era yo, y por eso se metió debajo de la camilla. Y después llegó el vecino, que se presentó allí porque, tal y como le dijo a la policía, al ver a su perro muerto y las ventanas de su casa y de la mía abiertas, llamó a mi casa a pedir explicaciones, uniéndose al grupo de televidentes en cuanto vio en la tele al Apolo IX. Y en fin, creo que está todo bastante claro, señoría.

—Puede retirarse, señor Rodríguez —le invitó a hacerlo el Juez, con la mano extendida hacia la puerta—. Que pase el primer testigo.

Óscar Martín
Grupo A


Tu pedacito de Luna

Suena el teléfono y al descolgar oigo a mi hermana Julia parlanchina, eufórica. Me dice que su marido le ha regalado una parcela en la Luna. Y yo, incrédula, después de varios ¿qué? para confirmar lo que he creído oír, le pregunto ¿para qué? A lo que me responde que para tener algo único e inalcanzable. Y eso pienso yo: inalcanzable, es decir, que no es posible, que no está en nuestras manos. Pero ella insiste en el privilegio que supone tener un terreno en el espacio exterior, más aún, que tal como están las cosas… que nunca se sabe… que lo mejor es ser previsor.
Escucho su verborrea incontenible relatándome los beneficios de esa propiedad y me habla de un tal Genaro Gajardo Vera, que ya en 1954 tuvo la mejor visión de futuro del siglo, inscribiendo, ante notario, su declaración como dueño de la Luna, por medio de una fórmula legal utilizada para sanear terrenos sin título de dominio. En realidad, este primer dueño de la Luna quería formar parte del Club Social de Talca (Chile) y para ello necesitaba tener una propiedad. Su mejor ocurrencia fue reclamar un espacio sin dueño, cosa que nadie le podía refutar. Más adelante quiso revestir su operación con motivaciones idílicas y utópicas, o racistas y xenófobas, según se mire, puesto que manifestó su intención de realizar “un acto poético de protesta interviniendo en la selección de los posibles habitantes del satélite”. Decía despreciar a la mayoría de los habitantes de la tierra y preferir “vivir en un mundo sin envidia, odio, vicios ni violencia”.
Y yo digo que sí, que todo muy bonito, pero que la venta de fincas en este país y en todo el mundo conocido siempre ha sido un negocio muy lucrativo, amén de una fuente inagotable de estafas. Pero Julia contrarresta: me han dado un certificado con las coordenadas telescópicas de la finca bien especificadas. Todo queda registrado en el libro “Tu pedacito de la Luna” para poder identificarla y localizarla en cualquier momento, yo o mis descendientes, porque esta propiedad, por supuesto, pasará a mis legítimos herederos.
Cuelgo el teléfono atónita, pensando que mi hermana y mi cuñado están fuera de la realidad, que esta pandemia les está afectando el entendimiento. Sin perder un minuto busco en Google toda la información relativa al caso. Me encuentro con que, después de Genaro, a quien al parecer no le funcionó la fórmula legal, un empresario estadounidense, Dennis Hope, reclamó la plena soberanía de la Luna y de todos los planetas del sistema solar, amparándose en una laguna del derecho internacional. Hope, vislumbrando la oportunidad de negocio del asunto que tenía entre manos, fundó la empresa Embajada Lunar, a la que ya han acudido más de seis millones de personas requiriendo su pedacito de espacio estelar.
La llamada de Julia me tiene estupefacta porque considero que tanto ella como mi cuñado son personas cabales, de pensamiento ponderado, reflexivas… ¿Cómo han llegado hasta aquí? ¿Creen que en algún momento de su presente o de su futuro lo podrán disfrutar? Y descendiendo al plano de lo práctico ¿Cómo llegarán hasta allí? ¿Cuánto costará una licencia de obras en nuestro satélite?
¡Y pensar que mis únicas meditaciones sobre la Luna son ensoñaciones idílicas sobre la dama de noche que preside la oscuridad y que todo lo ve! La Casta Diva de Norma que templa los corazones ardientes y a la que pedimos que extienda por la tierra la paz que la hace reinar en el cielo. No dejo de pensar en que unos se han vuelto lunáticos y otros estamos en la Luna.

Maxi Moreno
Grupo B


Algunas cosas omitidas del viaje a la luna del Apolo 11

En los secretos desclasificados del FBI y la Nasa, sobre lo primero que vieron los astronautas al pisar el suelo lunar, fue una oficina telemática del Banco Santander.
En la propaganda recogida por Neil Armstrong de citada entidad bancaria, se ofrecían Obligaciones Subordinadas sin ningún riesgo, con un interés del 30%, con total liquidez, el banco aportaba 100 millones de euros a los 10 primeros suscriptores.
Fondos de inversión, en renta fija al 50% de interés, sin comisiones, igualmente citado banco aportaba otros 100 millones de euros a los 10 primeros suscriptores .
Planes de Pensiones, para los recién nacidos, a los que el banco aporta 200 millones de euros, para que dispongan durante su vida normal y empezar a pagar cuando se jubilen a los 80 años.

Luis Iglesias 
Grupo Presencial 


“Neil Armstrong, o por qué no hay en Salamanca una calle de los Pirotécnicos.”

Cuando le preguntaban a Neil Armstrong, durante los meses que vivió de incógnito en Salamanca, dónde estaba en el preciso momento en que el hombre pisó la luna por primera vez, solía contestar, antes de pedir otra copa: Yo que sé, en la Luna.

Le visité a menudo en su piso alquilado -del que yo era propietario- en la calle “de los Pirotécnicos” del Barrio Vidal, porque me llamaba a menudo. Al principio para que le arreglara las averías que le salían continuamente, debido a una construcción defectuosa, hecha con materiales baratos y poco fiables; más adelante porque le cogió el gusto a charlar conmigo. Solíamos quedar en el bar de Las Caballerizas, que le parecía una especie de “refugio antiatómico medieval”. Decía ese tipo de cosas, el bueno de Neil.

Yo prefería citarle al aire libre, para evitar que cayera en su incipiente alcoholismo, o por lo menos para que lo controlara dentro de lo posible. Vicio, por cierto, que adquirió en la cantina del desierto de Tabernas, en Almería, visitando las cenizas de los estudios de cine supersecretos donde la Nasa había filmado la película sobre el viaje a la Luna. Aquellos estudios habían sido destruidos por completo para no dejar ningún rastro, pero había quedado la cantina y el hotel anejo, hechos en madera, estilo Far West. Es la cantina que aparece en muchos Spaghetti Western, “La muerte tenía un precio”, por poner un ejemplo.

Me voy de una cosa a otra, lo sé, pero es que, a mis años, la cabeza ya empieza a perder el rumbo. Sigo. Aquella película -la del falso aterrizaje en la luna, no la de Clint Eastwood- fue la que se vio en todo el mundo como si fuera el verdadero alunizaje, pero esto ocurrió porque la Nasa y el Pentágono decidieron que la filmación auténtica del viaje y de la llegada a la Luna tenía que quedar en el más absoluto secreto.

¿Qué pasó? ¿por qué no hemos vuelto a la Luna? ¿qué vio mi amigo Neil Armstrong allí que no se sabrá jamás?

Él nunca lo confesó estando sobrio, pero en las Caballerizas, a la tercera copa -pedía vino de la casa, pero el vaso lleno- empezaba a meter en su discurso algunas frases ininteligibles, que yo solo he podido descifrar con el paso de los años. Lo que vio -en la cara oculta de la luna- fueron los restos de una antigua civilización que había destruido el planeta, un vergel antes de la gran extinción. Somos selenitas, selenitas, decía en un español que hablaba perfectamente. Una antigua raza de homínidos había reducido a cenizas, en una última guerra apocalíptica, aquel planeta, poco después de enviar una misión para colonizar la Tierra. Somos selenitas. La prueba estaba en una reproducción asombrosamente perfecta de un ser humano, hecha con un hueso que recogió Neil Armstrong del calcinado suelo lunar. El homo selenitense.

Y, claro, en la Nasa dijeron esto no se puede saber, tiene que ser el secreto mejor guardado porque si no van a empezar los hippies con la murga de la paz y el amor, y con que el progreso va a destruir el planeta, y nos van a joder el invento del consumismo, que junto a la rueda -palabras de Henry Ford- son “los dos grandes inventos de la Humanidad”. Así que a todo aquello se le echó tierra encima.

La filmación simulada del alunizaje en el desierto de Tabernas se había hecho antes del viaje a la Luna. Preventivamente. Para salvar el prestigio del país en el caso de que ocurriera cualquier catástrofe, cuestión de Estado en aquellos años de guerra fría. La Nasa dispondría de una simulación cinematográfica perfecta, con la que anunciarían el éxito de la misión espacial.

Neil decía -después de algunas copas- que a la vuelta del viaje a la Luna descubrió la cara oculta de su mujer. Había llegado a su casa en Cabo Cañaveral media hora antes de lo previsto, y pudo ver a su cuñado saliendo por la puerta trasera, a toda prisa. Junto a la cama de matrimonio se había dejado la corbata, hortera como sólo él podía ser. “Son of a bitch” fue lo único que le oí decir nunca en inglés.

Se le hizo un lío morrocotudo en la cabeza, contaba. Y entonces decidió viajar por el mundo, y acabó en España ya de incógnito. Estuvo en Almería, en la taberna de Tabernas, y luego vino a pasar una larga temporada en Salamanca, donde fue mi inquilino, como he dicho.

Intenté ayudarle a abandonar el alcoholismo, pero la verdad es que nunca lo conseguimos del todo, ninguno de los dos.

Un día me dijo que se volvía a su país, y ya está, esa es la historia. Se volvió a casar, siguió colaborando con la Nasa, fue profesor en Harvard, en fin, esas cosas que hemos ido sabiendo por la tele y los periódicos. Él nunca volvió a contactar conmigo, yo creo que para protegerme de uno de esos “comandos de limpieza” que enviaban los servicios secretos de su país para borrar pistas.

Cuando se supo, pasados los años, que había estado con nosotros durante aquella temporada sabática, el alcalde de Salamanca decidió poner el nombre “de los Astronautas” a la calle donde había vivido cuando fue nuestro vecino. Y en los bajos del piso alguien tuvo la idea de poner una cristalería, “Cristalería la Luna”. Pero en su viaje hasta hoy ese negocio ha tenido más de un problema, y no ha acabado nunca de despegar.

El otro recuerdo que tenemos en Salamanca de mi amigo Neil es conocido por todos, el retrato que le esculpió un artista de la piedra en una de las portadas de la Catedral. Cuando siento nostalgia voy hasta allí y echo un parlao con él, mientras doy unos tragos a mi petaca.

Lo malo es que ya no sé muy bien si lo que recuerdo son estas conversaciones con el astronauta de piedra de Villamayor, o las que solíamos tener en el Bar de las Caballerizas, o en mi piso, mientras le desatascaba el fregadero, o intentaba insonorizarle con cartones de huevos -misión imposible, decía Neil- alguna habitación.

Aquellos fueron buenos tiempos, yo era joven, y ya nada volvió a ser lo mismo. Cuando mi amigo se fue quedó un espacio vacío.

Ahora, con tanto brindis nostálgico, no hay forma humana de dejar la bebida, ni de saber, a ciencia cierta, qué coño fue verdad o no. Y nadie se acuerda de si, alguna vez, hubo en Salamanca una calle de los Pirotécnicos.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


¿Por qué no hay más viajes a la Luna?

Si hubiera más viajes a la Luna,
la Luna perdería su magia, su misterio,
su encanto enigmático que atrapa sueños.

Si hubiera más viajes a la Luna,
la Luna estaría al alcance de ti y de mí,
de todos nosotros, habitantes de la Tierra.
Sería un destino más, y
quedaría atrás su estela mística y lejana.

Si hubiera más viajes a la Luna,
la luna sentiría en sus entrañas;
el agobio de los visitantes,
la precipitación de sus gestos,
el capricho de sus costumbres,
la ambición de poder…

Si hubiera más viajes a la Luna ,
la Luna dejaría de ser,
el refugio de los sueños infantiles.

M. Pilar Sánchez
Grupo B


21 de julio de 1969

Bastaron un par de copas, tres respuestas ingeniosas y un poco de paciencia para que aquella noche del 21 de julio de 1969 me llevase a Cristina a la cama. No me resultó muy complicado, aunque ahora, con la perspectiva que me han dado los años, creo sinceramente que fue ella la que me consintió que entrara en sus territorios.

Alquilamos una triste y sucia habitación en un hotelucho de mala fama y además del precio que nos pidieron, tuve que aflojar cinco mil pesetas para que el recepcionista no hiciese preguntas incómodas y no nos pidiese el libro de familia.

Una vez arriba, Cristina se despojó de la indumentaria, mostrándose natural, como cuando la trajeron al mundo. Bueno, algo más crecidita. Yo conocía a Cristina desde hacía varios años, habíamos estudiado en colegios muy cercanos, el suyo de monjas y el mío de curas. Siempre me había gustado y encontrármela ese domingo en una sala de fiestas fue toda una sorpresa.

Estaba dormida, junto a mí, en aquella cama revuelta después de nuestro ardoroso encuentro, sin embargo yo era incapaz de conciliar el sueño. La observaba respirando con cadencia reposada y de repente tuve un deseo incontrolable. Me levanté y cogí la navaja del bolsillo de mi pantalón. Me acerqué a Cristina y dándole un beso en su hombro derecho hice que se quedara boca arriba. Tenía unos pechos magníficos. Fue una lástima, pero no pude hacer nada para impedirlo y la degollé.

Me quedé un buen rato observando como la sangre que manaba de su cuello iba empapando las sábanas. Un espectáculo precioso. Me vestí con parsimonia, ya era lunes. Y desde la ventana de la habitación podía verse claramente la luna en cuarto creciente. Cerré la puerta y bajé las escaleras. Nadie me vio salir. Todos estaban pegados al televisor. En ese momento transmitían en directo la llegada del hombre a la luna. Las cinco campanadas de una iglesia cercana me indicaron que pronto amanecería. Lo mejor era alejarme de allí.

Jaume Castejón
Grupo B


La luna y los segadores

El mismo año que el hombre subió a la luna, muchos segadores no tuvieron más remedio que seguir anclados a la tierra en los campos de España, más concretamente en los de Castilla. Recogían con sus manos y sus hoces el cereal, que luego se trillaba.
Sus condiciones de trabajo eran extremadamente duras. Trabajaban de sol a sol, eso es lo que se dice, pero antes de salir el sol ya estaban a su tarea. Por eso contemplaban la luna y observaban cómo iba cambiando de forma. Su alimentación era básica, cuando no escasa, aunque eso dependía del amo, que era como algunos llamaban a la persona que les contrataba. Dormían en cuadras. Con todas estas dificultades, era una forma de ganarse el pan en los campos en verano si no se tenían tierras u otro oficio.
El protagonista de esta historia tenía 32 años, estaba casado y tenía 3 hijas.
Le encantaba mirar la luna y las estrellas. Aquella noche estaba desvelado. Por eso salió al campo antes de tiempo. No podía imaginar que en ese momento, otro ser humano estaría pisando la superficie de la luna.
Él también volaba. Se decía a sí mismo que no volvería a segar.
Sabía que sus cuñados estaban intentando montar un negocio. Se uniría a ellos y en cuanto lo dominara un poco, se pondría a trabajar por su cuenta.
Quería llevar a su familia a la capital. Quería que sus hijas estudiaran. Él no había podido hacerlo y nada le gustaría más que cumplir ese sueño.
También quería tener un niño.
Miró una vez más a la luna y cerró los ojos con fuerza.
Ese hombre fue mi padre. Cumplió todo lo que soñó esa noche y quién sabe si no andará ahora dando un paseo por la luna o las estrellas.

Teresa Sanz
Grupo B


Un pequeño instante en su memoria. Un gran recuerdo en mi experiencia.
Una vez acabada la jornada laboral, salió de la fábrica de tejidos y se dirigió hacia su casa. En el escaparate de una tienda en la que vendían televisores, le llamó la atención un revuelo de comentarios y personas que miraban todas la misma cosa.
Ella, más por cotilleo que por verdadero interés, se acercó y, en vez de mirar directamente al televisor y ver a qué se debía el barullo, preguntó a la primera persona que le pareció. Siempre a la caza de cualquier excusa para entablar algún tipo de contacto, siempre buscando la complicidad ajena.
Mi abuela, que no hay día que no me llame por el nombre de mi tía, a mi madre por el de mi hermana e incluso a mi primo por el del perro, se acuerda de lo que estaba haciendo el día que el hombre pisó la Luna. Y, aunque no fue de mayor trascendencia para ella, después deduce que fue para su casa donde vivía con sus padres, sus hermanos y su abuela, y supone que lo estarían comentado. ¿Y qué pensaría tu abuela? Le pregunto yo. Pobrecita, me contesta ella, que tiene una relación muy personal con los recuerdos.
La ilusión con la que me llama para contármelo, su insistencia en que coja papel y boli para apuntarlo, y mi percepción de que a lo mejor, si no le llego a preguntar sobre ello, este recuerdo no habría vuelto a aparecer en su memoria, me reconforta al darme cuenta de que ahora, cuando se hable del día se pisó la Luna, yo me acordaré de este momento.

Alba Bermejo
Grupo A


La luna

Al llegar el hombre a la luna y dejar su huella
impresa en el polvo de talco blanco,
perdió el halo de misterio
que había hechizado a enamorados,
e inspirado a escritores,
músicos, artistas y poetas.

Envió su poesía a la Tierra,
que se convirtió en prosa
al contar lo que sucedía
en distintos lugares del planeta.

- En el Sahara, aquel día
Amira, regresaba con su cántaro de agua,
desde el pozo más cercano a su campamento
pero una tormenta de arena,
había sepultado su jaima, en su ausencia.

La luna perdió su poesía
y Amira se quedó sin nada.
Las huellas de sus lágrimas,
se dibujaron en la ardiente arena.

- En Bangladesh, aquel día
se celebró la boda de Marala,
de apenas diez años
con un pariente hacendado,
de más de cuarenta años.

La luna perdió su poesía
y Marala la inocente sonrisa,
las huellas de su infancia
se fueron con la fría madrugada.

- En Chile aquel día,
cientos de estudiantes
con ideales diferentes,
fueron detenidos e interrogados.
A sus casas, jamás regresaron.

La luna perdió su poesía
y las madres, a sus hijos tan amados.
La huella de esa generación perdida,
se guardará en la memoria colectiva.

- En Berlín, aquel día
Adler y Elke fueron abatidos,
al intentar saltar el muro prohibido.
La libertad los esperaba al otro lado,
pero no la alcanzaron.

La luna perdió su poesía
y ellos, la vida.
La huella de dos rosas rojas,
grabadas en el frío cemento
recuerdan el valiente intento.

Marian Pérez Benito
Grupo presencial


Yo también

¡Dos inútiles! Un par de zoquetes como la copa de un pino. Y míralos, todo el día en la tele… Dos héroes nacionales… ¡Puaj! Si la gente supiera la verdad… ¿Cómo se llamaba el director de vuelo?… Kranz, sí, Gene Kranz. El pobre andaba desesperado. “¡Vosotros ya estáis en la luna! No va a ser necesario lanzaros” les increpaba cuando metían la pata en algún entrenamiento, cosa que sucedía bastante a menudo.

–¡Eh, Louis! Ponme otra copa y apaga ese maldito televisor.
–¡Tranquilo Mike! Creo que sería mejor que te fueras. Hoy ya has bebido bastante.

¡Será insolente este mamarracho! ¿Cómo se atreve a decirme a mí cuánto debo beber? Menos mal que se ha echado atrás y me ha acabado sirviendo, aunque no ha dejado de advertirme que sería la última. Y no ha apagado la televisión ni se ha molestado en cambiar de canal. Seguimos con el maldito vigésimo quinto aniversario de la llegada del hombre a la luna. Otra vez el gilipollas de Neil poniendo su pie sobre la superficie blancuzca y diciendo la archifamosa frasecita: “Un pequeño paso para el hombre…” ¡Si supieran que la idea se le ocurrió a Gene y que tuvo que hacérsela repetir decenas de veces hasta que el otro consiguió decirla sin equivocarse!

¿Por qué no bajo yo? le pregunté al director. “Porque necesito a una persona competente a los controles del módulo de mando y no me fio de ninguno de esos dos catetos”. Al jefe le resultó cojonudo, pero a mí me dejó bien jodido, porque ahora ¿quién narices me recuerda? Toda la gloria para los “valientes” Armstrong y Aldrin y para mí, para el que los llevó y los trajo sin ningún contratiempo, el olvido más humillante.

–¿Hay alguien aquí que recuerde quién es Mike Collins?
–¡Basta ya Mike! Deja de gritar y vete a dormir la cogorza a tu cama. El albergue cierra en diez minutos.

Pepe Lorenzo
Grupo B


¿La luna? Por ahí andará

Tito Eva tenía mucho trabajo en verano. Por las tardes, al ocultarse el sol, se sentaba en un tajo de madera, bajo de la encina de la rama rota. La humedad del jardín recién regado refrescaba la suave brisa, que se cargaba de aromas de geranios, gladiolos y minitusas.
Una tarde, Tito Eva fue a buscar a JManuel al Pueblo de la Gran Muralla para que le ayudara a cuidar los chotos del corral. Jugaban a mojarse con la manguera, al escondite y, a veces, al juego de los boxeadores. JManuel tramposeaba cuanto podía y, al menor descuido de Tito Eva, le soltaba unas cuantas patadas en las espinillas.
Al atardecer, entre las encinas, espantaban las vacas, que en estampida se perdían en una polvareda igual que las de la película que hacía poco habían visto en El Pueblo Grande. Cansados y sedientos, al regresar a casa, entraban en la huerta y se apropiaban de la sandía más gorda y madura. La partían contra un machón de la puerta y, cuando las partes eran desiguales, echaban a suertes, Tito Eva hacía el sorteo y, como siempre salía favorecido, lo justificaba con un “la suerte es la suerte”.
Comían con ansiedad, casi con avaricia. Cuando acababan, JManuel se apretaba con las manos la barriga. Luego, se desafiaban para ver quien orinaba más lejos. Alargaban igual. Desde la ventana de la cocina vi que Tito Eva se adelantaba dos pasitos y una cuarta, mientras JManuel se desabrochaba los botones del pantalón.
Mamá M.Jesús, cuando despertaba la primera estrella, cogía a JManuel y lo metía desnudo en un barreño grande de agua que el sol había calentado durante el día. Chapoteaba. Lo envolvía en una toalla y lo embutía en un pijama amarillo con un osito en la pechera.
Antes de irse a dormir salían a la puerta de casa, a ver las estrellas. Se embelesaba con una que se escondía al verlos y, al poco, de un salto, se posaba en la nariz de la luna para desde allí, en veloz carrera, desaparecer del otro lado de la Ladera de los Jarales. Dejaba tras de sí una estela de chispitas azuladas. No tardaba en volver rodeada por otras más pequeñas.
Luna, con su cara pálida y demacrada, cuando Gatita Roberta se alejaba, nos miraba, nos hacía un guiño y con una sonrisa nos recordaba que era tiempo de dormir.
Tito Eva le había explicado que Gatita Roberta, también habitaba el cielo que él miraba y seguía siendo tan juguetona como la conoció cuando vivía entre nosotros.
JManuel dormía con Tito Eva. Si por el día se había enfadado, a media noche, con la disculpa de que soñaba, le daba puñadas debajo de la barbilla.
Una mañana, la sábana apareció mojada. Tito Eva se tocó y estaba seco. JManuel le echó la culpa al osito. A Osito le dolió tanto aquella mentira que desde entonces se acostó en el pajar con la perrita Alegría.

Evaristo Hernández
Grupo presencial


Alunizaje en la Tierra (1969-2020)

Luna, lunera, cascabelera,
–cantaba el padre a la pequeña–
en esta mano tengo una pera.

Estaba gordita,
aquella bebita,
mamaba la teta,
sorbía deprisa,
dormía de día,
aquella bebita.

La madre lavaba,
planchaba y cosía,
hacía la casa,
comida muy rica,
trabajaba el campo,
la huerta y la misa,
y cuando podía
dormía deprisa.

Luna, lunera, cascabelera,
–cantaba el abuelo a la pequeña–
en estas manos llevo una guerra.

La madre miraba,
triste y perdida,
lavaba la ropa,
lloraba deprisa,
su niña llamaba,
urgía la risa.

Divorcio no había,
tampoco cartilla,
el pasaporte, dependía.
Pañuelo en cabeza,
obediencia ciega
en calle y alcoba:
–quisieras o no, era la tradición,
la legislación del dictador–

Luna, lunera, cascabelera,
el hombre sin prisa pisa la luna,
pone bandera.

La madre lavaba,
planchaba y cosía,
hacía la casa,
comida muy rica,
trabajaba el campo,
la huerta y la misa,
y cuando podía
dormía deprisa.

Estaba gordita,
aquella bebita,
mamaba la teta,
sorbía deprisa,
dormía de día,
aquella bebita.

Luna, lunera, cascabelera,
–nos mira la luna con rabia y con pena–:
matáis a mi hermana, la Tierra más bella.

Ángela Mayor
Grupo A


En la luna

Mi madre y mi tía Luisa se fueron muy temprano a ver la televisión en casa de su hermana Matilde, después volverían juntas, son solo un par de manzanas y esta noche a buen seguro habría gente por las calles. Se esperaba con ansia la llegada del hombre a la luna, yo decidí quedarme en casa ya que al día siguiente tocaba ir al taller de nuevo y no estaba yo para trasnochar. Aunque la mitad de los españoles estuvieran pendientes del gran acontecimiento para mi no era algo que me quitara el sueño.

Antonio era mi novio, hacia ya dos años que nos veíamos, primero a escondidas, luego, más tarde paseando castamente por los parques de la ciudad como marcaban los cánones sociales en aquella época.

Me acosté, relativamente temprano, nunca estaba sola por lo que la casa solitaria se me antojaba inquietante, me puse mi camisón y me metí en la cama, no lograba dormir y de repente escucho la puerta del patio trasero de mi casa, tuve miedo hasta que reconocí al intruso, era Antonio, ¡ay mi Antonio, que hacia allí! con su embaucadora sonrisa me contesto, -pasaba por aquí- ¡hay tunante, sabiendo que estaba sola! no me dejó hablar, me beso, como se besan dos amantes desesperados, como deben de ser los besos que nos censuran en el cine, como los besos que él y yo nos damos cuando tenemos la certeza de que estamos solos y nadie nos ve.

El sabia que disponíamos de un largo rato para esta juntos por que según decía la noche se iba a alargar, todo el mundo frente al televisor, (los que lo tenían, claro) como mi tía Matilde, que llenaban esa noche sus casas con vecinos y familiares, nosotros pusimos Radio Nacional de España, para que nos diera una pista de cuando volvería mi madre. yo en camisón, el con ropa ligera, y nadie más. Nosotros ya habíamos tenido nuestros juegos sexuales, en algunas ocasiones, siempre con mucho miedo y mucha vergüenza, aquel día era diferente, era como si todo el mundo se pusiera de acuerdo para que nos encontráramos juntos y solos, la noche se alargaba, jugueteábamos con nuestras manos y nuestros labios como nunca, yo tenia 18 y el 21, y el anhelo del uno por el otro con tanta fuerza, que la retransmisión se nos hizo baga y confusa, estuvimos jugueteando durante ratos enteros, cuando el Apolo 11 asomó del lado oscuro de la luna, sentimos nerviosismo y prisa, los besos se hicieron caricias y las caricias pasión, nos quedamos desnudos completamente sobre mi cama, y paso, lo que tenia que pasar. Todo es confuso ahora, pero recuerdo que cuando Armstromg pisó la luna nosotros pisábamos el cielo por fin, nos amábamos más que nunca, ya eran y alas 4 de la mañana, mi madre volvería así que él se vistió apresurado, quitamos restos de cualquier visita ese día en casa, y él me pidió matrimonio cuando salía escondido por el patio. En pocos minutos llegó mi madre con mi tía, yo me hice la dormida aunque no pegué ojo en toda la noche. Ese día el gran paso para la humanidad había sido el gran paso para mi vida, y cuando alguien me pregunta que estaba haciendo yo, siempre digo, -durmiendo- aunque en realidad creo que yo sí estuve en la luna y lo viví más intensamente que nadie.

Esther Yubero
Grupo A 


Luna roja

I.

Nuestros cuerpos palpitaban por distintas razones, mucho antes de aquel preciso instante. Los preparativos para reunirnos con toda la familia en casa de la tía Nérida, el miércoles 21 de julio a las tres de la tarde, habían concluido el día anterior. La excitación rodeaba la casa, la sala, el sofá, la televisión y la mesa de centro donde se colocarían los pasteles, almojábanas, cocadas y caramelos de tamarindo que habían preparado las mujeres para celebrar un acontecimiento histórico: la llegada del hombre a la luna.


II.

Nela era la segunda de mis hermanas mayores. La primera se había ido precozmente a estudiar a Caracas. Nela también era mayor que mis primas. Tenía doce años. Casi todas éramos niñas. Solo habían dos primos varones, y aunque estaban muy pequeños para entender el motivo de tanta algarabía, se contagiaron con el ajetreo, la inquietud y las risas de esos días, y correteaban felices detrás de nuestras faldas. Nela, en cambio, por ese tiempo estaba inusualmente callada, melancólica y de mal humor. Dirigía los juegos, como siempre, y participaba un rato con nosotras en el de la ere, el escondite y la cuerda, pero de repente se retiraba y se encerraba en una habitación. No valían de nada nuestros ruegos, al contrario, corríamos el riesgo de que nos insultara y nos lanzara un manotazo. Escuchaba a mi madre decir que la dejáramos tranquila, que eran cosas del crecimiento, como si crecer le estuviera doliendo, la estuviera enfureciendo.


III.

Eran las vacaciones escolares y hacía mucho calor. La mañana del día en que ocurriría el alunizaje, mi madre y mis tías nos llevaron al parque aledaño al río Torbes. Querían que descargáramos un poco la exaltación por esta antojadiza celebración , más ficcional que terrenal para la propia capacidad del asombro. Además, todo lo que se celebraba en familia, tenía que tener un perfecto orden, estar limpio, decorado, bien dispuesto, y así recibir a los maridos que harían una pausa en su trabajo para acompañarles. Los niños podíamos echar a perder tan elaborado encuentro. En cambio, el parque estaba repleto de columpios y toboganes para manosear y remontar. Uno de los deslizaderos estaba orientado hacia un pequeño pozo del río, suficientemente hondo y tranquilo. En ese lugar abierto las madres sentían que no había comportamientos qué cuidar: la libertad al aire libre, la pequeña piscina en el río, la tierra y las piedras rojas de su fondo, y la calidez del mes de julio nos colmaron de un júbilo más inesperado que el del viaje a la luna. Pero para Nela no fue así. Ella se quedó sentada en un columpio sin apenas balancearse, y tenía una mirada interminable cuando nos veía jugar.


IV.

La casa de la tía Nérida era espaciosa e iluminada. La sala tenía salida al jardín por el lado izquierdo; hacia la derecha se encontraba la escalera de madera que daba a las habitaciones principales; al pasar el rellano estaba el cuarto de huéspedes con un baño externo, que también servía para los invitados de las reuniones. Muy cerca, pero en otro ambiente estaba la cocina, tan espaciosa como el salón. De allí empezaron a salir los platillos del ágape que acompañarían nuestro curioso espectáculo televisivo. Se sentía el bochorno de la tarde. Las niñas usábamos shorts y vestidos. Los primos más pequeños estaban haciendo una siesta mucho más profunda por el agotamiento del paseo mañanero. Mi padre y mis tíos comenzaron a llegar. Sus voces graves y a la vez joviales nos volvieron a animar a pesar del sopor y del cansancio. Nela también se veía más resuelta, y estaba muy interesada por lo que iba a pasar; le hacía muchas preguntas a mi padre. LLegado el momento ella se sentó a su lado en el sofá, junto a los adultos. Las demás niñas estábamos recostadas sobre una alfombra que abarcaba casi todo el espacio de la sala.


V.

Pasaron dos horas desde que la transmisión había comenzado. Yo no entendía nada, los astronautas hablaban un idioma extraño y robótico. Y no podía ver ninguna imagen de la redondez lunar a la que estaba acostumbrada. Todos estaban en silencio, solo se escuchaba una que otra palabra o expresión sonora de incredulidad. En la televisión se veían sombras. En ese momento se me ocurrió voltear para ver a Nela: sus ojos parecían estar saliéndose del globo ocular. Sin embargo, algo interrumpió su concentración, y su rostro de asombro pasó al terror. Se levantó como un resorte del sofá, y se quedó viendo el lugar donde estaba sentada. Corrió en dirección a la escalera y luego entró al baño de huéspedes. Neil Armstrong ya estaba al borde de la escotilla abierta de la nave espacial; esperaba a su compañero y piloto del módulo lunar, Buzz Aldrin, para bajar a la superficie de la luna. Nela empezó a llamar a mi madre a gritos: “¡Mamá! ¡Mamá!, ven rápido”. Mi madre le decía que esperara, que qué le pasaba. Nela gritaba una y otra vez. Neil Armstrong comenzó a bajar las escalerillas de la nave. Antes de llegar al último escalón pronunció una frase. En ese mismo instante Nela se acercó a la sala bañada en llanto: sus manos impregnadas de un color granate intenso, su vestido blanco de flores azul celeste salpicado, y de su entrepierna chorreaban hilos de sangre, como de sus mejillas lágrimas. Las primas más pequeñas empezaron a gritar y a refugiarse en los adultos. Mi padre y yo nos quedamos paralizados. Mi madre y mis tías salieron al auxilio. Los tíos protestaron con asco y luego con risas. Finalmente, yo me sentí humillada, como si me hubiese convertido en la misma Nela, abatida por la vergüenza y el horror ante su cuerpo.

Aunque nadie me explicó, supe lo que me pasaría al crecer. Supe que sería doloroso, y que después lo aceptaría como si nunca hubiera ocurrido con el espanto de la primera vez, tal como le pasó a Nela. Del aterrizaje lunar no recuerdo nada, ni del gran paso que dicen que dio ese hombre. Solo sé que cuando el rojizo riachuelo comienza a brotar de mi vagina, siento como si la luna se desangrara dentro mí, hasta desaparecer.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Viaje a la luna desde los ojos de un niño 

Con tan solo cinco años, sus ojos y cabeza giraban a la vez que aquel aparato daba vuelta y vueltas, ya llevaba una hora y media, pero se sentía atraído por el artefacto que se movía sin descanso; mientras estaba entretenido en intentar ver lo que había dentro del agujero, llamaron otra vez a la puerta, ¡otra caja!, está, sin embargo fue directa a el comedor, la desembalaron con un cuidado extremo, al igual que el artefacto de la cocina este tenía un cristal, aunque era diferente, ¿tendrá la misma función que la máquina de la cocina? se preguntó; uno de los hombres comento la necesidad de esperar al técnico para poner en marcha tan sublime aparato. 
Esa noche salió con su madre al balcón, ella le explico que los puntitos brillante del cielo se llamaban, “estrellas” y el gran sol sin brillo, “ luna”, que hacía cuatro días, unos hombres de un país lejano habían salido de paseo en un coche que volaba hacia la luna, no se sabía exactamente cuándo llegarían y pisarían el sol sin brillo, ¡la verdad es que no entendía como sé podía tardar tanto en llegar, con lo cerca que esta desde su casa!, además, la luna era redonda, como el agujero del aparato de la cocina, así que, ¡pobres hombres!, estarían todo el rato dando vuelta o se caerían, ¡no podía ser de otra manera! 
Esa noche subió hacia la luna con una escalera, pero tropezó en el último peldaño, su corazón comenzó a latir rápidamente, mientras caía hacia el vacío; se dio cuenta que estaba en el suelo, ¡ufff, era un sueño!, se levantó y agudizo sus oídos, escucho ruido en el comedor, lentamente se acercó; desde la puerta pudo ver en el cristal del artefacto que habían dejado por la mañana en el comedor, unos hombres que flotaban, sus cabezas estaban cubiertas por algo parecido a la puerta de la máquina que daba vueltas; la verdad estaba contento y emocionado porque su casa tenia aparatos que se movían solos ¿serian estos hombres los responsables de los cambios en su casa?; estaba deseando ver a sus amigos, ¿cómo reaccionarían? cuando les contara que había visto fantasmas en la luna.

Josefina Félix 
Grupo A