Leer el poema. Lecciones de poesía para niños (y adultos) inquietos

La sesión del lunes pasado la dedicamos a entender en qué consiste la poesía, cuáles son sus efectos secundarios y sus límites y las muchas caras que adopta.
¿Qué ocurre cuando un niño abandona por unos minutos la realidad para adentrarse en la ficción?
Esta historia escrita e ilustrada por Renato Moricone que narra la mexicana Lidia Zaragoza nos ayudará a entenderlo mejor:

 

Luis García Montero analiza en su libro Lecciones de poesía para niños inquietos el poema de Federico García Lorca titulado "Tiovivo":

Los días de fiesta
van sobre ruedas.
El tiovivo los trae,
y los lleva.

Corpus azul.
Blanca Nochebuena.

Los días, abandonan
su piel, como las culebras,
con la sola excepción
de los días de fiesta.

Estos son los mismos
de nuestras madres viejas.
Sus tardes son largas colas
de moaré y lentejuelas.

Corpus azul.
Blanca Nochebuena.

El tiovivo gira
colgado de una estrella.
Tulipán de las cinco
partes de la tierra.

Sobre caballitos
disfrazados de panteras
los niños se comen la luna
como si fuera una cereza.

¡Rabia, rabia, Marco Polo!
Sobre una fantástica rueda,
los niños ven lontananzas
desconocidas de la tierra.

Corpus azul.
Blanca Nochebuena.



Este poema nos habla del tiempo. Los días se parecen unos a otros, salvo los días festivos que son especiales. El tiempo deja de ser lineal en esos días especiales y el niño los advierte como algo circular.
Como ese niño que en cada vuelta de tiovivo se encuentra con su padre, al que saluda con emoción.
Lo cuenta muy bien Susana Benet en este haiku:

A cada vuelta
del tiovivo, mi padre
diciendo adiós.

Nos gustó encontrarnos con algunos textos más relacionados con el tiovivo dejamos por aquí un magnífico relato de Ana María Matute publicado en su libro "Los niños tontos". Se titula "El tiovivo":

El niño que no tenía perras gordas merodeaba por la feria con las manos en los bolsillos, buscando por el suelo. El niño que no tenía perras gordas no quería mirar al tiro en blanco, ni a la noria, ni, sobre todo, al tiovivo de los caballos amarillos, encarnados y verdes, ensartados en barras de oro. El niño que no tenía perras gordas, cuando miraba con el rabillo del ojo, decía: “Eso es una tontería que no lleva a ninguna parte. Solo da vueltas y vueltas y no lleva a ninguna parte”. Un día de lluvia, el niño encontró en el suelo una chapa redonda de hojalata; la mejor chapa de la mejor botella de cerveza que viera nunca. La chapa brillaba tanto que el niño la cogió y se fue corriendo al tiovivo, para comprar todas las vueltas. Y aunque llovía y el tiovivo estaba tapado con la lona, en silencio y quieto, subió en un caballo de oro que tenía grandes alas. Y el tiovivo empezó a dar vueltas, vueltas, y la música se puso a dar gritos entre la gente, como él no vio nunca. Pero aquel tiovivo era tan grande, tan grande, que nunca terminaba su vuelta, y los rostros de la feria, y los tolditos, y la lluvia, se alejaron de él. “Qué hermoso es no ir a ninguna parte”, pensó el niño, que nunca estuvo tan alegre. Cuando el sol secó la tierra mojada, y el hombre levantó la lona, todo el mundo huyó, gritando. Y ningún niño quiso volver a montar en aquel tiovivo.




Propuesta de escritura

Propusimos como tarea elegir un poema que nos marcara tan profundamente que aún continúa ahí su cicatriz. ¿Y qué hacemos con él? Escribimos un nuevo texto que dialogue con dicho poema, que lo explique, que lo amplifique, que lo parodie.


Y estos algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Oda a la amapola

Novia del campo, amapola
que estás abierta en el trigo,
nunca debes estar sola,
siempre estarás conmigo.

Mucho te he contemplado
me gustaste desde niño,
y también te he pintado
desde luego con cariño.

De cuatro pétalos rojos
que cubren un cráter verde,
gran belleza a mis ojos,
de lo mejor que recuerde.

También entre la avena
puedes florecer a veces,
verte merece la pena,
si con el viento te meces.

Pétalos de sangre roja,
cielo y sol en el tallo,
mucho viento te desoja,
planeas mejor que un gallo.

Verte a la puesta del sol
con un aspecto tricolor,
cual salido del crisol
de la mano del creador.

La sangre y la clorofila
son sinónimos de vida,
en animales instila
en vegetales metida

Novia del campo, amapola
que estás abierta en el trigo,
nunca debes estar sola,
siempre estaré contigo.

José Luis Fonseca
Grupo A


Ambición de ser Ramón Sijé

Qué importa morir temprano si un alma te llora sin consuelo. Ni alimentar lluvias y amapolas sabiendo que tu súbita ausencia -para él un manotazo duro- despierta tanto dolor que le viene a doler hasta el aliento. No temería el hachazo invisible y homicida que me derribara si por ello un alma sedienta de catástrofes levanta en sus manos una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes. Qué más da morir si están dispuestos a escarbar la tierra con los dientes hasta encontrarte y desamordazarte y regresarte. Y llevarte de nuevo a su huerto y a su higuera y que tu sangre, corriendo de nuevo, borre las sombras tristes de sus cejas y llene de almendras espumosas su avariciosa voz de enamorado. Quién no moriría gustoso si tu compañero del alma te requiere para hablar bajo las aladas rosas de un almendro de nata.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Verano dorado
(Con ecos del poema “ Primavera amarilla”, de J. Ramón Jiménez)

En el extenso mar de mieses
se va agotando Agosto,
el campo inmensamente horizontal,
alfombra de rastrojos incendiados.
Las espigas de ocres amarillentos,
eran cirios de oro que rezaban
unánimes a un dios desconocido;
fueron sacrificadas limpiamente.
En las pacas las pajas,
túmulos de rojizos amarillos,
brillando al sol poniente
que arde en el horizonte:
oros, rosas, naranjas,
veladuras de artista que agoniza.
Se doran el espacio y el silencio,
y el cielo con su azul queda vencido.
Tanta luz declinante de Castilla,
algo quiere decir en su hermosura.

Emilia González
Grupo B


20 de abril
(Versión de la canción de Celtas Cortos)

Hola Ayuso, ¿cómo estás?
¿Te sorprende que te escriba?
Tanto tiempo, no es normal

Pues es que estaba aquí solo
y me había puesto a recordar
cuando paseabas al perrito,
y te tenía que hablar

¿Recuerdas aquellas noche en la cabaña?
Las risas que nos hacíamos todos juntos
y hoy no queda casi nadie de los de antes
Y los que hay no han cambiado

No han cambiado, sí, no han cambiado

Pero bueno, ¿tú ahora qué tal?, di, bien verdad
Lo mismo hasta tienes críos
¿Qué tal te fue con el tío ese?
Espero fuera divertido

Yo, la verdad, como siempre, ¡Jodido!
Sigo currando de albañil

la música los fines de semana no me cansa
Pero me encuentro vacío, sin tí

¿Recuerdas aquella noche en la cabaña?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos
Hoy no queda casi nadie de los de antes
Y los que hay, no han cambiado

No han cambiado, uh, uh, uh

Bueno, pues ya me despido
Si te mola, me contestas
Espero que mis palabras
ordenen tu conciencia

Pues nada chica, lo dicho
Hasta pronto, si nos vemos
Yo sigo con mi curro y mis canciones
Y tú sigue con tus sueños

¿Recuerdas aquella noche en la cabaña?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos
Hoy no queda casi nadie de los de antes
Y los que hay no han cambiado

No han cambiado, sí, no han cambiado.

Luis Iglesias
Grupo B


Nana del recuerdo
(Inspirada en la canción de Emilio José titulada "Nana del recuerdo")

TINÍN pasaba cada mañana por donde Canito para ir juntos a escuela. Su mamá le había advertido que no fuera solo. No llamaba a la puerta; entraba y desde la cocina, con su voz de jilguero, gritaba: ¡Cani! ¡Cani!. En más de una ocasión, Lucera, la vaca que Canito estaba ordeñando, se asustaba, lanzaba una patada al aire y leche y herrada rodaban por el suelo. Canito escupía una palabrota y se sentaba de nuevo en el tajo de tres patas para continuar su tarea, lamentando la escasa sensibilidad musical de aquel animal.
A nosotros, El Maestro de la Barbas Blancas nos había explicado que la música son sonidos que cosquillean suaves en el oído y acunan el alma, como las mamás acunan a los niños chicos. Para que lo apreciáramos mejor, alardeó de su voz con un cantar de sus años mozos. Narci se estiraba las orejas. El Mataliebres imitaba el rebuzno del Rucio al encerrarlo en el casillo*. El Riñones se ocultaba un lado de la cara y gruñía igualito que los cerdos. Yo apenas podía contener la risa con los momos de Narci o del Riñones y, aunque me escondí debajo del pupitre, recibí una buena ración de reglazos.
Canito y Tinín recorrían juntos el camino de la escuela, con las carteras de loneta bailándoles en la espalda, hasta que éste, al ver a sus amigos a lo lejos, arrancaba a correr sin esperar a Canito, quien se adentraba en el pajar de Tomasorro y aprovechaba para ver si la mícala* haría nido nuevo o pondría* en el viejo de la pega*.
Lo quería como a un hermano pequeño. Yo también lo quería. Toda la cuadrilla lo queríamos. Le dábamos bogallos*, santos de las cajas de mixtos* y chapas de las botellas. El Riñones le regaló el cascabel de la oveja Lagarta cuando se la mató el perranco del tío Vicente Calzones.
A veces lo dejábamos venir con nosotros, aunque Gonza y Narci sólo hacían que protestar por si teníamos que estar pendiente de él para no perderlo. ¡Mentira!. Cuando apostábamos a las carreras, les sacaba un trozo grande a los dos, sobre todo a Narci, que parecía una tortuga dando saltos.
Lo llamábamos Flecha. Estaba hecho de mimbre y acero.
En las paredes con agujeros pequeños, gateaba con la agilidad de la jineta y nos informaba de cuales tenían nido. Primero apoyaba la oreja contra la pared y, si oía a la pájara, colocaba el índice sobre los labios y nos mandaba callar para que no huyera y lo abandonara. Si la pájara aún no había llegado, introducía su pequeña mano y con solo tocar los huevos distinguía los claros de los güeros (hueros). Con los polluelos jamás se equivocaba en el tiempo que tenían o en el que les faltaba para emprender el vuelo.
En los recreos, el Riñones y Narci lo azuzaban para que les levantara las faldas a las niñas que no los querían de novios. Las asaltaba por sorpresa y, aunque se giraban rápidamente, ya se había escabullido. Se miraban unas a otras y comenzaban un ritual de aspavientos obligados. Al vernos reír, nos amenazaban con sus hermanos mayores o sus padres, pero no nos asustaban.
Tinín era el vigilante de la calle en la época del cacharrazo*, los días de matanzas. Nos lo pasábamos a lo grande. Con quien más nos reíamos era con el señor Filiberto. Salía a la calle, fuera de sí, con el cuchillo de descarnar en la mano izquierda, un saco de rafia por delantal, y se ponía a vocear como loco que nos había visto, que nos iba a desollar, que como nos pillara... ¡ Qué va!. Mucho antes de que saliera, ya estábamos escondidos en el pajar del Sr. Taquio, con la tranca grande de madera echada por dentro. Casi ni respirábamos para que no nos descubriera.
En el tiempo de las cerezas,Tinín nos avisaba cuándo marchaba el señor Silverio de la huerta. Entonces, Canito, Gonza y yo, de un vuelo, nos posábamos en el árbol de las cerezas moradas. Él vigilaba desde el torreón caído del señor Juan. Al cabo de un rato regresábamos y le llenábamos las manos y los bolsillos con las más gordas y maduras.
Una tarde volvíamos de jugar al escondite, de Los Encinares. En el pueblo sólo se oía el piar de los pájaros y la angustia del silencio. A la plaza llegaron corriendo su prima Emi y su tía Vito. Lo abrazaron, le dieron un beso y se lo llevaron. Al poco sonó la campana de la tristeza. Se nos encogió el corazón y, sin despedirnos, marchamos cada uno para nuestra casa.
Ninguno de la cuadrilla fuimos a escuela la tarde siguiente. Nuestras mamás nos llevaron agarrados de la mano al cementerio. Tinín no fue. La suya iba vestida de negro y sus tías Vito y Julia la sujetaban cada una por un brazo. No lloraba. Miraba hacia ninguna parte, sin enterarse siquiera de quienes se acercaban para besarla. Mucha gente tenía húmedos los ojos. A mí se me puso una cosa en la garganta que no me dejaba respirar. Al salir del cementerio marché con Canito y su mamá. La de Tinín se nos acercó, nos abrazó y comenzó a llorar.
Desde que faltó su papá, lo admitimos de lleno en la cuadrilla. En ocasiones, lo cubría una nube de melancolía. Al darnos cuenta, nos mirábamos y le regalábamos alguno de los trofeos que habíamos ganado en el recreo, o de los que aún no habíamos perdido. En las ocasiones en que la angustia lo acongojaba, le proponíamos ir a montar el burro del señor Zacarías. Entonces, retornaba su inmensa y cautivadora sonrisa.
El burro del señor Zacarías era viejo. Cada mañana lo encerraba en el prado del Frontón. Corría poco, aunque le pincháramos en los hoyuelos junto al rabo con la punta de una ahijada*. Conocía todas las maturrangas* para salvarse de las judiadas de los niños. Si pretendíamos agarrarlo, nos miraba con fijeza, levantaba el belfo y enseñaba unos dientes grandes y negros que imponían. Rompetechos le preguntó al señor Zacarías si podíamos cepillárselos con el cepillo y la lejía de fregar el suelo. Le contestó que, como se enterara, nos ataba con la cincha de la albarda y nos mullía a zurriagazos. No nos amedrentaba; con la pata de madera no alcanzaba ni a Narci.
Lo llamábamos Rayo. Cuando Rayo enseñaba los dientes, había que andar con mucho cuidado, pues de un mordisco podía arrancarnos una oreja. Bien clarito nos lo dejó el señor Pedro, el de la taberna. ¡Y es verdad!. Al Malacara le hizo un roto grande en la chaqueta de pana que, con la mugre de los años, era más dura que la oreja de un niño. Cómo sería, que al soltarla en el suelo se mantenía en pie, firme como un militar. Por detrás imposible sorprenderlo; lanzaba las patas con la agilidad de un burro nuevo*. También el señor Pedro nos contó cómo dejó sin nariz a dos niños forasteros por la coz a dos patas que les propinó.
Las pocas veces que conseguíamos atraparlo y montarlo resultaba emocionante. Permanecía impasible a los pinchazos que le propinábamos pero, de pronto, sin aviso, iniciaba una carrera de saltos y contorsiones que daba con nuestros huesos en el suelo. Luego, con las orejas bailándoles de alegría, se giraba y nos dedicaba una mueca burlona de desprecio. Cuando ya nos había avergonzado, se daba la vuelta, lanzaba al aire las patas, emprendía una carrera trotona, con el rabero* balanceándolo para uno y otro lado, y ya no había quien pudiera echarle mano.
El señor Zacarías, indignado, se presentaba continuamente en la escuela, a la hora del recreo, para contarle al maestro lo resabiado que se lo teníamos. A la entrada a clase, sin necesidad de órdenes ni mandatos, la cuadrilla, nos alineábamos a la puerta con las palmas de las manos hacia arriba, apretábamos los ojos y recibíamos dos sonoros reglazos que nos regalaba el Maestro de las Barbas Blancas.
En el solano* de la calle Las Peñas agrandábamos divertidos las caídas, menos con la que se le rompió el brazo y la clavícula a Gonza. Lo acompañamos a su casa y juramos que había ocurrido jugando a la pelota. Tinín afirmaba a todo con la cabeza. A mí eso de jurar no me gustó, porque D. Cura nos había explicado muy seriamente, en la doctrina* de los jueves, que se trataba de un pecado de los gordos, aunque si no lo hubiera hecho, su mamá no nos hubiera creído y… ¡pobre Gonza!. Se enteró de la verdad cuando ya se había curado, y le faltó valor para pegarle con la zapatilla. Algunas mamás enseguida se la quitaban y, por cualquier motivo, te ponían el culo colorado; otras sólo con las travesuras grandes. La mía no lo hizo nunca. No lo necesitaba. Me decía: ¡Déjate que venga tu padre!, con solemnidad y restallando la palabra padre. Mi padre o no se enteraba o no se daba por enterado, pero a mí, durante una semana, el alma no se me arrimaba al cuerpo y me portaba muy, muy bien.
Tinín dejó de ir a escuela. Su mamá le explicó al Maestro de las Barbas Blancas que tenía fiebre, pero que se curaría pronto, pues D. Antonio le había puesto dos inyecciones.
¡Pero Tinín no se curaba!.
Muchas tardes íbamos a jugar con él y le regalábamos santos*, canicas, bogallos, o huevos de pardal. Canito le cogió dos palomos que anidaban en el corral viejo de su abuelo y el Riñones un aguilucho en plumón. Su mamá nos agasajaba con galletas o perrunillas.
Tinín no mejoraba; ya no quería jugar con nadie. La mirada de su mamá se había vuelto triste y, algunas veces, a Canito y a mí nos daba la espalda, se tapaba la cara y se marchaba a su habitación de antes. A la cuadrilla también se nos iban quitando las ganas de jugar, porque sin Tinín ya no era lo mismo.
Un atardecer de primavera sonó la campana chica de la iglesia. Al entrar en casa mi mamá me apretó con ternura contra el halda y me dijo que Tinín se había ido al cielo. Me enfadé. Me enfadé mucho, porque éramos sus amigos y ni siquiera se había despedido. Podríamos haberle inventado juegos más peligrosos, divertidos y emocionantes. Lo disculpó y trató de explicarme que vino un mal viento y se lo llevó. Con mi navaja cabritera intenté salir a la calle para encontrar y matar al viento, pero mi mamá me la quitó.
Al día siguiente, toda la gente del pueblo del Teso Alto fue desde la iglesia al cementerio detrás de la caja de Tinín y su mamá. Sólo se oían las pisadas, el sonarse los mocos de los señores y los suspiros de las señoras.
Al meter la caja en el hoyo, tuvieron que sujetar a la mamá de Tinín porque se desmayaba. Todos los de la cuadrilla estábamos juntos y llorábamos; hasta Primi que era el más valiente. Antes de que le echaran tierra encima, cada uno colocamos sobre la caja una rosa roja que nos había cortado de su jardín la señora Esther. Mucha gente inclinaba su cabeza y se frotaba los ojos. Al terminar, algunos señores, al pasar a nuestro lado, nos ponían la mano en la cabeza y nos revolvían el pelo.
La mamá de Tinín marchó al Pueblo Grande. Si se encontraba con alguien del Pueblo del Teso Alto, jamás olvidaba enviarnos un beso sincero e infinito para todos y cada uno de aquella cuadrilla que cada año, el veintisiete de mayo, siguió adornando con siete rosas rojas la tumba de aquel pequeño amigo, que arrebató con su muerte un trozo de nuestras vidas.

Aclaraciones de términos locales

Casillo.- cuadra pequeña
Pega.- urraca
Bogallos.- bolitas de los robles, cuyo nombre oficial es agallas o bugallos
Casillo.- Cuadra pequeña donde, generalmente, se encerraban animales.
Pondría (huevos)
Santos de cajas de mixtos.- Caratulas de las cajas de cerillas
Cacharrazo.- Romper un cacharro de barro contra la puerta de quien hubiera hecho la matanza
Ahijada.- Vara larga con una punta en el extremo
Maturrangas.- triquiñuelas
Nuevo.- joven
Rabero.- cuerda de la cabezada usado para sujetar una caballería.
Doctrina.- catequesis.
Solano.- Lugar resguardado del viento, donde se reunían principalmente las mujeres en invierno para realizar tareas como hablar, zurcir ropa o hacer punto, en general después de comer.

(Zona de Vitigudino, aunque no exclusivamente)

Evaristo Hernández Sánchez
Grupo B


Versos y Pimientos

Con su piquito de oro, Nerudita me llevó al huerto.
Me desnudó el alma para vestirla de poesía entre versos y pimientos.

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


Recuerdos encontrados

Invadida por la nostalgia; cerró sus ojos húmedos de emoción, a la vez que su corazón latía, con tanta intensidad, como cuando antaño recitaba aquella poesía frente a sus abuelos,

“Asia a un lado, al otro Europa
Y allá a su frente Estambul…”

Allí estaba, en un pequeño barco, encontrando sus recuerdos olvidados.
Respiro hondo y saboreo el dulzor de la añoranza.

Josefina Félix
Grupo A


Si pierdo el juicio
no es por tu causa.

Antes,
en la rama amarga del olivo,
en los profundos entornos
de ciertos abismos vegetales
que crecen raudos en tu pecho,
antes,
estuvo mi pérdida.

Ahora,
en el alivio de la derrota,
siento cómo todo se tiñe
con el verdor de tu deseo,
y ante tus pies se abre
la senda única
entre los bosques que sembramos.

Beverly Pérez Rego (Libro de Cetrería)


Deseo

zafra divina
que reduce mi cuerpo
a la espesura

Oscuro dédalo
pulpo ventosa
lengua humedad
ardid que se enciende
en su vuelo

Y me roza sin tocarte

Ícaro de enormes alas
que no se detendrá
hasta ahogar
su pirómano impulso
en el reposado mar

Y resurgirá
con la misma sed del insaciable

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


La poesía en mi vida

Un poeta sustituye las balas de su canana por poemas, dispara su poesía para hacernos vibrar con ella, emocionarnos con ella, refugiarnos en ella, haciendo a veces que una lágrima de esas que refrescan el alma se escape, o una sonrisa, o aprender a pensar.

Yo aprendí a leer con poesías, mi libro era “Senda Lírica”, subtítulo “Flor de poesías para la escuela”. Cuando aún no sabía el significado de palabras sentía su música, su ritmo, su belleza, “Un Kiosco de malaquita, y un gran manto de tisú”. No sabía que era malaquita, ni tisú, pero me iba con la princesa a buscar la estrella y “Los motivos del lobo”, “Corazón de lis, alma de querube”, ni lis, ni querube, pero me gustaban, ¡y qué pena me daba el lobo, que cuando quiso ser bueno, lo apedreaban!, descubrí a Rubén Darío. No hace mucho he leído con ese mismo título “Los motivos del lobo” un poema de Joan Margarit, se ve que conocía bien el de Rubén Darío, me sonrío al pensar en aquella niña, yo, que comenzó pronto a sentir la poesía. Y en aquel libro estaba “El gaitero de Gijón”, ese poema me marcó, “Y, ¿vendrá?, ¿pues qué ha de hacer?”, quizá descubrí por primera vez el dolor, y me aprendí el nombre del autor, Campoamor, me gustaba, y allí estaba “ UnderWood Girls”, ese nombre no me atraía, sabía que se refería a una máquina de escribir por el dibujo, pero pasaba. Ha sido el profe, quien me lo ha traído, ahora sí lo he leído y, lo he disfrutado. Pedro Salinas, pusiste un título muy difícil para una niña. “Piececitos descalzos” de Gabriela Mistral, también está en mi libro y “El lagarto está llorando”, así conocí a García Lorca, y están Juan Ramón Jiménez, Alberti, Carlos Mª de Vallejo, con “Al pasar la barca” y “Cu, cu, cantaba la rana” y villancicos de Góngora, de Lope de Vega, y… y también muchos romances. Este libro para mí es una joya, me ha dado la oportunidad de aprender a ver la vida de otra manera.

En mi enciclopedia de Álvarez había poesías, leí muchas veces “Resignación” de Pemán, y me la prendí, y muchas, muchas veces me he refugiado en ella “Porque pones con amor, sobre espinas de dolor, rosas de conformidad”. Y he sentido las rosas.

Y llegó el momento de comprarme un libro de poesías, en aquel entonces no podía ser otro que “Rimas y leyendas de Bécquer”, me empapé de ellas, a los 15 años era una forma tan bonita de descubrir el amor, “Dos rojas lenguas de fuego…”, “Si al mecer las azules campanillas de tu balcón…” Encontré una que no hablaba de amor, pero me hizo pensar mucho, la rima VII, “Del salón en el ángulo oscuro”, muchas veces he necesitado, necesito, la mano amiga que como a Lázaro diga “¡levántate y anda!

Y quiero recordar “La poesía va a la escuela”, Luis López Prieto, se editó en Ávila en 1960, recién estrenada como maestra, los autores del prólogo e ilustración, fueron profesores míos, junto con el título ya era suficiente como para gastar el dinero que para material escolar, que no era otro que tizas, y polvos para hacer tinta, dotaban a las escuelas, supongo que ni me llegó, pero compré uno para mi escuela, quise iniciar a mis niñas en la poesía, supongo que algo habrá quedado. Ver la portada en Google, es una maravilla, esa ventana abierta, esas caras, ¿me creería que esa musa era yo?, seguro que así me sentía. La nostalgia, el recuerdo, es poesía.

De Sta. Teresa, “Nada te turbe… solo Dios basta. Bien podemos pensarlo en este momento que vivimos,” y S. Juan de la Cruz, “Dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado”. Intenté aprender a leer y gustar sus poesía, ¿quién no ha pasado una época mística en su vida?

Y luego, ahora, tengo la suerte de encontrar en cada momento lo que necesito, ¡hay un ramillete tan grande de poetas! Mi anuncio por palabras fue buscar poetas, en mis greguerías escribí, “Desayunar con un poema sería la prescripción de un nutricionista que ganaría el Nobel de literatura”.

Y seguiría escribiendo, pero hay que dejarlo, pero no sin tener un recuerdo y agradecimiento para Raul Vacas.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Recuerdo escolar de la "Canción del pirata"

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
leyéndote allá en la escuela
quedé prendado de ti.
Y de tu nombre, Espronceda,
romántico empedernido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
e imagina Óscar Alberto,
alumno alegre y gandul,
a su profesor pirata,
preguntando a quemarropa,
si Turquía está en Europa,
y si en ella está Estambul:

“Navega, velero mío,
sin temor,
en el cole con en el frío
de vacación con calor;
navega, mi fiel navío,
navega, “Imaginación”.

Veinte presas
hemos hecho
y hemos cogido
un ciempiés;
recuerdo
aquellos recreos
como si fueran
ayer.

Que el pasado es mi tesoro,
que es mi dios el recordar,
mi ley, la prosa y el verso,
y mi patria imaginar.

«Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes,
mi ensoñación los encierra;
y aquí tengo yo por mío
que ganará el más bravío,
pues así mandan mis leyes.

Y no hay “seño”,
sea cualquiera,
que me imponga
su color;
que en esto
me importa un bledo
lo que diga el
profesor.

Que el pasado es mi tesoro,
que es mi dios el recordar,
mi ley, la prosa y el verso,
y mi patria imaginar.

A la voz de «¡lección viene!»
es de ver
como el seso me previene
que ahora es tiempo de escuchar;
que soy rey del disipar,
y mi verbo es distraer.

De lo aprendido
me olvido
con rapidez
sin igual;
sólo quiero
por riqueza
mi imaginario
total.

Que el pasado es mi tesoro,
que es mi dios el recordar,
mi ley, la prosa y el verso,
y mi patria imaginar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
¡Suspendido!
¡Otra vez habrá más suerte!
Pero a aquel que me suspenda,
le dedicará este prenda
un verso de malnacido.

Y si sueño,
¿qué es el genio?
Por perdido
ya lo di,
cuando un cuento
inopinado
se me ocurrió
en un desliz.

Que el pasado es mi tesoro,
que es mi dios el recordar,
mi ley, la prosa y el verso,
y mi patria imaginar.

Son mi música mejor
intuiciones,
el susurro creador
que me inspira
lo querido,
la tinta del folio herido
y las rimas por millones.

Y del patio
del colegio,
y de clase
hasta el hogar,
sueña, muchacho,
despierto,
viviendo
en el más allá.

Que el pasado es mi tesoro,
que es mi dios el recordar,
mi ley, la prosa y el verso,
y mi patria imaginar.

Óscar Martín
Grupo A


VACÍOS
(Inspirado por “Este puto milagro divino” de Elvira Sastre )

Yo, que soy una luz que parpadea
en este mundo sombrío.
Que tengo a mis monstruos encerrados,
sin conocerlos, ni ellos a mí.
Que mis confusiones esculpen silencios cobardes.
Yo, que no sé salir de mí
y aúllo palabras mudas.
Que las derrotas las escondo
en trincheras torpes.
Que mis estafas
solo me engañan a mí.

Que los vacíos me anegan el alma.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Vida y poemas

¿Qué pasaría si no hubiese aprendido
que mi vida es como una piedra pequeña y ligera
que no sirve para ser ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia,
solo para una honda, como una piedra humilde de la carretera?

¿Qué pasaría si no hubiese sabido
que mientras haya unos ojos que reflejen
en los suyos, los míos, siempre habrá poesía?

¿Qué pasaría si no hubiese dado las gracias a la vida
por haberme dado tanto,
mucho más de lo que la pedía?

¿Qué pasaría si no hubiese comprendido
que vivo solo para pasar
el tiempo a los que vienen detrás?

¿Qué pasaría si no hubiera aprendido
lo corto que es al amor
y lo largo que es el olvido?

¿Qué pasaría si el viento no hubiese mecido mi cuna
mientras unas amorosas manos
tejían hermosos sueño?

Marian Pérez Benito
Grupo A