Hoy, durante la sesión, hemos sido niños por un rato. Hemos recobrado el asombro, la ilusión y la curiosidad y hemos mirado a nuestro alrededor con el único propósito del disfrute. Gracias a Frederick hemos conocido el valor y la importancia de las palabras, los colores y el sol, tan necesarios como el trigo, el maíz y las nueces que los ratones necesitan para pasar el invierno (puedes ver y escuchar el cuento en este vídeo grabado por Ismael Marcos. Ya lo dijo en su día Federico García Lorca en su alocución a sus paisanos de Fuentevaqueros en la inauguración de la Biblioteca de su pueblo natal: "No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos.". Desconozco si Nuccio Ordine leyó en su día el libro de Leo Lionni pero la esencia del ratón Frederick está en su ensayo "La utilidad de lo inútil" donde nos recuerda como son considerados inútiles los saberes humanísticos y, más aún los que no traen consigo un aparente beneficio.
Pero también aprendimos con Selma el significado de la palabra "felicidad". Jutta Bauer, su autora, nos cuenta el día a día de la oveja Selma. Y entendimos que la soledad elegida puede ser una pequeña isla en la que rememorar la amistad o disfrutar de la vida. Sepo y Sapo, dos entrañables personajes de Arnold Lobel, nos lo mostraron.
Disfrutamos con Caperu, la experta en lobos, de la mano de Roald Dahl y Cuentos en verso para niños perversos. Un libro al que al ingenio y el humor de Dahl hay que sumar la excelente traducción de Miguel Azaola.
El lado oscuro nos lo sirvió en bandeja de plata Edwar Gorey con Los pequeños macabros, un catálogo de la "a" a la "z" sobre formas de morir. Tim Burton se considera hijo de este autor que se maneja en el humor negro como pez abisal en lo oscuro. Aquí puedes ver a sus niños macabros en una versión animada.
Gianni Rodari nos enseñó que un error puede convertirse en una historia, o incluso en un libro como El libro de los errores. Como escritores nos interesa la gramática convencional pero también la Gramática de la fantasía.
Antonio Rubio, maestro de maestros y notable poeta, nos acercó a la tradición con sus Versos Vegetales, un libro que no puede faltar en una buena biblioteca. En otro de sus libros nos explica que son los cuentos fórmula y cual es su mecanismo de relojería: "Son pequeños cofres de rico contenido y fácil apertura. Para abrirlos se precisa tan sólo siete pequeñas llaves, siete llaves de cuento". Te invitamos a asomarte a las primeras páginas del libro 7 llaves de cuento, de Antonio Rubio publicado por Kalandraka. Puedes descargar la introducción que verás en la página.
María José Ferrada es una de las voces más sobresalientes en la literatura infantil y juvenil. Ya disfrutamos en el taller su álbum ilustrado Mexique. En esta ocasión hablamos de Niños, un libro dedicado a treinta cuatro niños: treinta y dos de ellos fueron ejecutados por la dictadura chilena y otros dos, desaparecidos. Dice Micaela Chirif en la reseña que hace en la revista Babar: "El libro, con enorme delicadeza, evita narrar las terribles historias de la muerte o desaparición de cada uno de estos chicos. Y si calla al respecto, no lo hace por evadir el espanto y la tristeza sino porque intenta arrancarlos de su condición de víctimas y devolverlos a la feliz normalidad que les fue negada: la observación de las hormigas, la celebración de un cumpleaños, el ocio que permite que la imaginación vague libre y convierte las nubes en animales blancos."
¿Quién no recuerda a Gloria Fuertes en sus intervenciones en La cometa blanca? La gata chundarata y muchos otros cuentos y poemas formaron parte de nuestra educación literaria y nuestro descubrimiento del pareado y la rima. La oca loca fue el libro que llevamos a la sesión. Puedes descargar y leer una selección de poemas de ese libro en este enlace.
Y no podía faltar en nuestro decálogo de autores María de la Luz Uribe y su Cuenta que te cuento. Aquí tienes uno de sus poemas más conocidos, "El rey de papel" en la voz de Elena Montes.
Somos conscientes de que faltan muchos grandes nombres en esta selección. Algunos de ellos: Tomi Ungerer, Astrid Lindgren, Maurice Sendak, Erice Carle, María Elena Walsh, Elsa Bornemann, Wolf Erlbruch, Úrsula Wolfel, Jimmy Liao, Suzy Lee, Lewis Carroll, Hans Traxler o Shaun Tan por citar solo algunos. Es tan grande el listado de autores internacionales y de nuestro país que no pondríamos fin a esta entrada de blog.
En la sesión recomendamos la colección Leo, Río, Canto de la editorial salmantina La Guarida. Cinco libros para primeros lectores que toman como referencia canciones de nuestra tradición reescritas por David Hernández Sevillano, ilustradas por Ximena García y cantadas por Chloé Bird. Otra gran editorial salmantina de LIJ es Lóguez con un gran catálogo de publicaciones.
Propuesta de escritura
Recreamos en el taller la propuesta del libro Mi pequeña fábrica de cuentos. Cada participante escribió su historia en cuatro partes pero después hicimos algunos cambios. A partir de esta nueva historia resultante el objetivo era ampliar el cuento. ¿Es una historia que se pueda contar al estilo Roal Dahl, al estilo Gorey o quizá como lo harían Arnol Lobel o Gloria Fuertes?
Y estas son algunas de las tareas recibidas hasta ahora:
No había naufragado su navío. Peor. La tripulación se había amotinado, al enterarse de que descendía de un guardacostas nada conocido, ni con ningún acto heroico. Eso era indiferente. Su sangre era sucia, pertenecer aunque fuera después de tres siglos a una familia con un agente de la ley y el orden marino era lo suficientemente grave. ¿Y si un día se equivocaba y pagaba la factura de la luz y todo? Porque ya se sabe, nunca podrían fiarse de alguien con un posible instinto legal. Incluso el contramaestre, que era de su pueblo, y con el que iba a robar huevos de gallina a la granja del viejo Eulogio de pequeño, se había puesto en su contra. De hecho, pensaba que nuestro capitán enviaba parte de sus botines a la ONG “Salvemos a los guacamayos uruguayos”. Claro, un buen acto no era digno de un buen pirata. Ser bueno es ser mal pirata, y eso no tiene cabida en un gran barco corsario como “El Avestruz”. El nombre lo habían elegido por sorteo, eligiendo un papelito. La verdad es que no deberían habérselo puesto una noche de “Jueves sin Ron” , porque de todos es sabido que sobrios los piratas no tienen las ideas claras. Pero no sería valiente echarse para atrás en algo tan serio, con lo cual se quedo con el nombre de un pájaro que ni nada ni vuela. Un ave como esa, la avestruz, cuyo acto más conocido era de cobardía. Ellos tan valientes, que atacaban hasta de noche, cuando no se ve nada. Tal vez, por eso una vez apresaron a su propio timonel. Un poco más y se van contra un iceberg. Pero alguien había visto Titanic, y esas cosas, en su bajel no sucedían.
No encontraban donde dejar al peligroso (por lo de su sangre sucia, con un 2% de posible bondad en vena) capitán, hasta que a lo lejos divisó una isla talla “XS”. No había árboles, con lo cual nuestro protagonista no tendría opción de montarse una piragua con la cual huir rumbo a Jamaica, que quedaba a eso de dos horas y media de avión. Tampoco había carretera, así que ni a “dedo” se lo llevaría nadie. Tren tampoco. Todos sabemos que de una isla por carretera o por ferrocarril se escapa. Pero no se fiaban. ¿Y si pillaba alguien fondos de la Unión Europea? Mejor no arriesgarse.
En la pequeña isla había un riachuelo y una tomatera. Así que no caería sobre su conciencia haber dejado a su hasta ahora jefe morir de hambre o sed. Ya está. Entraron a discutir si deberían dejarle acceso a internet. Eso sí que era matarlo. Decidieron que le podían regalar una pequeña televisión con Netflix… ¡Pirateado, nada de internet! Los detalles técnicos se lo dejaron al becario. Llevaba ya 10 años en la tripulación, dentro de 5 podría empezar a participar en los botines. Dominaba francés, griego, italiano, alemán, serbocroata, inglés y algún dialecto birmano. Pero no catalán, con lo cual era dudoso interpreté en el área de influencia europea. Le iban a dar una oportunidad con el castuo. Al fin y al cabo, a Extremadura era tan fácil llegar por tren como por barco…
Con el riachuelo tenía asegurada la electricidad. Paneles solares pasaron de poner. Todos sabemos que las renovables son susceptibles a producir apagones. Luz no le iban a dejar, pero Netflix sí, como hemos dicho. Claro, tenían un problema. La cuenta se la piratearon a un señor de Mataró, con lo cual la configuración por parte del becario era chunga.
Viendo que todo quedaba ya más o menos claro, como, a pesar de piratas de la peor calaña, es decir lo mejor entre bucaneros, le concedieron al desdichado capitán una última voluntad.
Claro, antes de valorar nada, se les presentaba un pequeño dilema… Solo había uno pero… ¿sería peligroso el gran volcán del centro de la isla? En caso de erupción la situación podía ponerse chunga, ya que el centro era crucial. La tomatera quedaba en el Norte, y el riachuelo en el Sur. El tema de la energía geotérmica para ponerle Netflix no lo habían tenido en cuenta porque el becario era receloso de todo lo que fuese un poco caliente.
Consultaron al Instituto Volcánico de los Mares del Sur. Daban erupciones para dentro de dos mil trescientos cuarenta y dos años, aproximadamente. El capitán ya tenía quinientos. Tanto no iba a durar.
Quedaba lo de la última voluntad… El capitán solo tenia una. La típica de cualquier reo a muerte. Pero él tenía concedido el derecho a vivir. El contramaestre dijo que daba igual, que tenía derecho. Así que el pirata pidió un bocadillo de chipirones. Le metieron una colleja. Todos, el primero él, eran veganos. ¿Acaso hasta en eso les había engañado? ¿No era además del descendiente de un guardacostas un peligroso sapiens omnívoro? Castigado sin Netflix, ale. El becario protestó ¿Acababa de desbloquear los puertos del enrutador del navegador de la pichiristuflástica trócola para esto? El contramaestre se comprometió a compensarle con un día de vacaciones dentro de dos años.
Entonces fue cuando el timonel dijo que Jones, el capitán se llamaba así, pero se había acabado lo de capitán así que era Jones, a secas, fumaba desde los tres años. Nadie se acordaba puesto que lo había dejado al embarcarse por primera vez con Jack Sparrow, cuando los piratas tenían honor, y no te dejaban sin cocos en una isla tamaño “XS”. Así que, le dieron un trujas, dos besos cada marinero (le tenían cariño, pero era peligroso no abandonarle así) y adiós muy buenas.
Jones, de profesión capitán pirata licenciado con deshonor, sube a lo alto del volcán y, mientras su amado “El Avestruz” se aleja, un cigarrillo negro disfruta… Mientras sonríe, dejando ver su colmillo de oro, puesto que acaba de ver un bote, con sus remos y todo detrás de una roca. Bien, tiene tiempo para fumar y disfrutar, antes de huir de ese islote XS, y ponerle un correo electrónico desde un ciber a su primo segundo, Jones, capitán de la Marina Imperial, con la carta de navegación memorizada de los próximos dos años del navío. Efectivamente, Jones, el ex-pirata no era de fiar. Era una agente doble del Gobierno de Su Graciosa Majestad.
Javi Martín
Grupo C
En una lejana cueva
estaba una caracola
durmiéndose con la luna
refugiándose en su sombra.
Está tan lejos de casa
que a veces se siente rota
y muriéndose de pena
llora, llora, llora, llora.
Ha llorado tanto, tanto
que sus lágrimas desbordan
y un océano salado
ha crecido entre las rocas.
Un caballito de mar
se la encuentra triste y sola
y sentándose a su lado
le canta una alegre copla.
—No llores más dulce niña
que tu tristeza me ahoga,
deja que seque tus ojos
y te cuide a todas horas.
La caracola le mira
y le pregunta curiosa:
—¿De dónde sales muchacho
y qué haces en esta costa?
Si esta cueva está perdida
y este mar no tiene olas;
es un lago artificial
que he llenado gota a gota
con mi pena en el destierro
y angustia de muchas horas.
—No quiero el mar, ni el paisaje,
que esas cosas no me importan,
quiero bañarme en tus ojos
que son los que me provocan
y quedarme aquí contigo
a salvo de las derrotas.
Y allí viven desde entonces
compartiendo noches locas
en esa lejana cueva
caballito y caracola.
Aurora Zarco
Grupo B
El dromedario Macario
En la ducha un dromedario
que llamaremos Macario
llora y llora
a toda hora
porque está seca la fuente
y es que no hay agua corriente.
Es un desierto desierto,
aquí no hay mar, río o puerto,
sintiéndose solitario,
el cheposo de Macario.
Pero es listo el dromedario
se le enciende la bombilla
y un cubo de agua pilla
llenándolo con su llanto
mientras tanto.
Tiene además buena estrella
porque viene una camella
que enamora al buen Macario,
¡es ella, es ella, es ella!
y le hace este comentario:
-bebe del cubo mi bella
que es agua dulce, mi estrella,
el amor en su porfía
este milagro ha obrado
llenándome de alegría,
ya no estoy desconsolado.
Y va acabando la historia
que conserva esta memoria,
Dromedario y Camella,
ella y él, o él y ella,
buena pareja han formado,
de luna de miel se han ido
a un oasis conocido,
y con el tiempo han tenido
dos hijos, muy buena prole,
¡Ole ole ole ole!,
que la camella ha parido,
un varón al que han llamado
Camedario
y a la segunda han nombrado
Dromemella
¡es tan bella la doncella!
Y este asunto jorobado
ha pasado a ser comedia,
porque tiene Camedario
y lo mismo Dromemella,
cada uno: ¡joroba y media!
Ignacio Aparicio
Grupo A
El abuelo Gregorio
El abuelo Gregorio no era de cantar. Pero un día conoció a unos señores que formaban parte de un coro. Se los encontró cuando paseaba por la orilla del rio. Estaban ensayando, sacando sus voces a pleno pulmón. Le pareció una extravagancia que personas mayores entonasen sus trinos en plena calle. Como no estaba acostumbrado a tales demostraciones públicas, no le pareció nada bien que le estuviesen molestando con semejantes gorgoritos. Él había ido al parque a estar en silencio a escuchar el rumor del agua y no los alaridos de unos Pavarotti cualquiera.
El abuelo Gregorio tampoco era de contemporizar. Por eso les increpó al pasar por su lado: “Estáis espantado a los pájaros — les dijo de forma abrupta—, su sonido es mejor que el vuestro”.
La coral, por su parte, se lo tomó a risa y le dio la razón. “Que acertado está usted amigo —dijeron casi al unísono—, por eso ensayamos y ensayamos a ver si conseguimos hacerlo medianamente bien”.
A las primeras palabras entre ellos siguieron otras más amables y se repitieron en muchas ocasiones. Un día el barítono no pudo acudir a la cita por su afección de garganta. Aún no sé cómo, pero le convencieron para que hiciese de suplente, puesto que ya conocían su voz grave y profunda. Hoy, en la orilla del rio, el abuelo Gregorio canta con los amigos.
M. Maximina Moreno
Grupo B
La aventura del topo Maroto
Hacía rato que reinaba la calma. Las paredes del túnel ya no vibraban y el olor a humanos estaba desvaneciéndose. Tal vez había llegado el momento de arriesgarse a romper la pared y entrar en la biblioteca. Maroto lo tenía todo preparado; el abuelo Matías le había dejado su potente lupa, Cintia le había recortado la melena a mordisquitos y mamá Luisa le había prestado su bolsa de la compra.
Rascó con todas sus fuerzas, el polvillo rojo y blanco que caía le confirmó que ya estaba agujereando la pared. Tímidamente, asomó el hocico.
-Perfecto- se dijo-, no hay humanos en la sala.
El olor a libros asaltó su hocico. Era un aroma profundo y denso, guardado en su memoria desde que el abuelo Matías le enseño su tesoro, un libro que había encontrado en el huerto del señor Andrés, medio tapado por una frondosa mata de tomates.
Maroto no podía perder tiempo. Necesitaba encontrar, antes de que amaneciese, una explicación a lo que le atormentaba. Estaba harto de su larga melena, siempre enredándose entre las raíces. Y lo peor era lo que pesaba, le hacía quedar atrás en todas las expediciones para abrir nuevos túneles.
Nadie sabía por qué le crecía y crecía el pelo en su cabeza. Desde el mismo momento de su nacimiento, su madre había notado que era especial. Notó como sus ojitos se movían incesantes bajo la membrana transparente que los cubría, como levantaba el hociquillo con un interés que nunca había visto a otros topitos recién nacidos. Y luego esa cosa asombrosa que empezó a crecer y crecer en su pequeña cabeza, unos pelillos negros muy raros que destacaban en su piel rosada.
Mamá Luisa esperaba que fuese una rareza de las que ocurren al nacer y luego desaparecen. Pero no. A Maroto el suave y aterciopelado pelaje paardo, propio de los topos, le fue cubriendo todo el cuerpo, y los pelillos de la cabeza se convirtieron en una hermosa melena negra muy favorecedora.
Toda la comunidad iba a visitar a la familia. Mamá Luisa estaba orgullosa de ser tan famosa. Sin embargo, a medida que pasaron los meses y Maroto se convirtió en un apuesto adolescente, las cosas fueron cambiando. Su melena era un inconveniente, la tierra se quedaba entre sus cabellos, y con frecuencia había que cortarla cuando se enredaba con las raíces. Sus amigos empezaron a llamarle el Tardón, y Maroto sufría porque, aunque era el más rápido en detectar las lombrices más sabrosas, nunca llegaba a tiempo para cazarlas.
Después de mucho cavilar, se decidió a hablar con el abuelo Matías, el más sabio de toda la comunidad, el Castaño. Matías era el único que sabía interpretar el significado de esos dibujos tan raros del libro que encontró en el huerto del señor Andrés.
-Abuelo Matías, vengo a exponerle mi caso. Nadie sabe por qué a mí me crece una melena. Y ello no me disgustaría si no fuese por lo que me pesa y se me enreda.
-Conozco tu caso, Maroto y he pensado mucho en ello. Tengo un plan -le dijo el abuelo Matías-. No lejos de nuestro castaño hay un edificio, que se llama Casa de las Conchas, lleno de libros. Como sabes, esa cosa que me encontré olvidada en el huerto del señor Andrés. Allí seguro que podrás encontrar la solución a tu problema.
-¡Ay, qué alegría, abuelo Matías! Estoy dispuesto a hacer lo que sea -dijo Maroto.
-Pues vas a tener que hacer mucho, jovenzuelo. Primero tendrás que aprender a leer, algo que a mí me ha costado mucho tiempo, pero que a ti te será más fácil por lo listo que he visto que eres. Luego tendrás que hacer un túnel hasta la biblioteca de la Casa de las Conchas y, por fin, encontrar algún libro que de alguna solución a tu problema.
-Sí, sí, no me importan las dificultades. No creo que sea más duro que soportar el peso de tanta tierra enredada en mi melena.
Enseguida se corrió la voz en la comunidad, y muchos se ofrecieron a ayudar a Maroto en su aventura. En poco tiempo consiguieron abrir el túnel hasta la Casa de las Conchas. Ahí, el abuelo Matías dijo que había que dejar que Maroto cumpliese solo su propósito. Confiaba mucho en él, y no se equivocó cuando le dijo que aprendería rápido a leer.
Y allí estaba él ahora. Traspasada la pared, Maroto se encontró en una sala inmensa llena de estanterías con libros a rebosar. Buscó entre los libros que describían la vida de los topos, en los de roedores y animales bajo tierra, incluso en los de rarezas de la naturaleza. Recorrió pasillos y pasillos, pero nada, no encontraba ningún libro que pudiese ayudarle.
Ya amanecía, notaba el olor del día que se acercaba. Tendría que irse antes de que llegasen los humanos.
Y de pronto, cuando ya iba de camino al túnel, lo vio: Peinados en la antigua Roma. Su corazón empezó a palpitar con velocidad. Su cuerpo era puro temblor. Maroto sacó la lupa. Sí, ahí estaba la solución, ese moño trenzado sobre la cabeza.
-¿Cómo no se me había ocurrido antes? -pensó-.
No había tiempo que perder. Tiró los libros del primer estante para hacer una escalera, y con sus fuertes patas delanteras, cogió el libro, lo metió en la bolsa de la compra de mamá Luisa y corrió todo lo que pudo hasta el túnel. Alguien estaba entrando en la biblioteca.
Con mucho esfuerzo consiguió arrastrar la bolsa de mamá Luisa, con su preciada conquista, hasta el ancho túnel al que daban las madrigueras, la plaza en la que solían reunirse para compartir las alegrías y las penas las familias de la comunidad El castaño.
Cuando llegó estaba vacía. La noche había sido ajetreada no sólo para él; todo el mundo se había ido a descansar.
Maroto estaba desfallecido. Respiraba con dificultad y le dolían hasta los bigotes del hocico. Se tumbó, y rápido, se quedó dormido.
Cuando despertó estaba rodeado. Topos de todas las edades se habían reunido y miraban extasiados el libro que Maroto había traído. Mama Luisa no cabía en sí de orgullo, se acercó a Maroto y le frotó el hociquillo con el suyo.
-Maroto, ¡qué valiente has sido!, ¡lo has conseguido! -dijo mamá Luisa.
El abuelo Matías se hizo paso entre los demás topos.
-Vamos a ver qué dice ese libro. Vaya, vaya. Así que un moño. Y nada menos que un moño romano. La verdad es que es una buena solución. Abramos el libro para conocer cómo hacer ese precioso moño.
Y levantó el libro para que toda la comunidad pudiese ver el moño trenzado de la portada. Las paletas de todas las patas delanteras sonaron como nunca. Algunos jóvenes empezaron a cuchichear; les estaban entrando ganas de visitar aquel asombroso lugar llamado Casa de las Conchas. Y miraron al abuelo Matías. Él sabía que pronto le pedirían que les enseñase a leer. Una amplia sonrisa se dibujó bajo su viejo hocico.
Araceli Broncano Rodríguez
Grupo C