Premio: Un aplauso generalizado y varias sonrisas.
Abierto a: Los participantes del taller de literatura creativa de las 19,00 h.
Rosa
Cada pétalo que cae,
me dejó una herida
de la espina que se clavó aquel día.
De los sentimientos compartidos,
del dolor de haberle visto marchar.
Ese ramo que dejé en mi salón
de la despedida en el rincón.
Una herida aún sin cerrar,
que pude compartir.
Una rosa vuelve a caer al estanque.
Donde dejé caer la última tras tu regreso.
2
Sebastián bajaba por la escarpada pendiente que unía su casa
en la alquería con el pueblo. Veinte kilómetros que, entre surcos, rocas y
algún pequeño tramo de sendero de tierra,
recorría entre saltos y apresuradas carreras que detenía, a veces, para recuperar el resuello. Tenía que llegar
al pueblo antes del cierre de la taberna.
En los bolsillos de su vieja chaqueta de pana llevaba unos cuantos cartuchos y apoyada en el hombro
la vieja escopeta de caza heredada de su
padre. Mientras caminaba pensaba en
Engracia, su mujer, que era con su tez dorada por el sol del y su espigada figura la mujer más atractiva
que había visto en su vida y que atraía las miradas de los hombres. Se casaron muy jóvenes al poco tiempo de
conocerse. Decían que eran la pareja más guapa de la comarca. Aun recordaba con
emoción y deseo contenido la noche de boda y todas las noches siguientes en las
que el deseo de ella parecía no tener límite. Después de diez años de
matrimonio era ella la que, cada noche en la cama, le solicitaba y buscaba y no paraba en su empeño hasta
conseguir lo que deseaba. A su memoria
acudían recuerdos a los que ahora encontraba un significado que antes no
había percibido: Las numerosas
ocasiones en las que ella volvía a casa
al anochecer con las mejillas enrojecidas y el pelo alborotado
y que, inocente el, atribuía a la
prisa con la que ella volvía a casal. Cuantos años había estado ciego. Cuantos
años la había amado como nadie era capaz amar. Fue Don Juan, el terrateniente,
que entre risas y desprecio le había contado que “Vicente el alcalde, Pepe el andaluz y Manuel
se jactaban y reían cada noche en la taberna relatando con todo detalle
lo que hacían en el bosque con su mujer y que
el tabernero y todos los presentes reían también a placer comentándolo y
ridiculizando a Sebastián”.
Recorrió los pocos pasos que le separaban de la
taberna cargando la escopeta. Empujó la
puerta, entró y dando dos pasos apuntó a Manuel y apretó el gatillo. Luego le
siguió el andaluz y, no dándole tiempo a cargar de nuevo, destrozó el cráneo de
Vicente dándole un fuerte golpe con la
escopeta.
Quince años sin saber nada de
ella había hecho más dura su existencia
en la cárcel. Allí aprendió a leer y
supo de una enfermedad que producía un
deseo sexual irrefrenable e
incontrolable. El día que lo leyó en la biblioteca lloró amargamente y comprendió y perdonó a Engracia. Agotado por
el largo viaje de varios días desde el
penal, realizado en su mayor parte caminando, y con la figura encorvada y encanecido su cabello por la dureza de su
reclusión, pero con un amor que había permanecido intacto, abrió la puerta de su casa y allí estaba ella en la
semioscuridad de la cocina iluminada por
el rescoldo de la leña. Aún conservaba su espléndida belleza. Se
abrazaron en silencio. Ella le
miró fijamente a los ojos y pidiéndole perdón le dijo que cada día y cada noche
había pensado en él y que ya no la dominaban
los anhelos y deseos anteriores hacia otros y que el resto de su vida lo
pasaría únicamente en su compañía.
(Este relato está basado en unos hechos
acontecidos en los años cuarenta del pasado siglo en Las Hurdes)
3
Las mariposas son los abanicos de las flores.
Maxi Moreno
4
Lluvia de otoño
Aquella mañana me sorprendió la lluvia de otoño cuando miraba a través
de mi ventana. En otoño, la lluvia tiene un color especial porque el bosque que
rodea mi casa está lleno de hojas amarillas, rojizas, ocres... y el suelo,
húmedo, empieza a descomponerlas. Además huele a setas. Después de la lluvia
los colores son más intensos, tal vez por el contraste con el gris oscuro del
cielo. Entonces sonó el teléfono y tu voz seductora me recordó el rojo
encendido de la arcilla mojada.
Cada otoño, con las lluvias, el viento me trae el recuerdo de tu voz y
las gotas contra los cristales me transportan a los besos húmedos que siempre
me entregaste...
5
Se posa algunas veces
la luz sobre lo que antes
nunca habías mirado,
y entonces se hace nueva
la ciudad, y te trae
sensaciones, matices
de lugares ignotos
y también conocidos:
Faltan las melodías
no oídas, el sabor
de lo nunca probado.
Mas cómo habla la luz
a todos los sentidos,
cómo alza y despierta
lo que yacía callado.
6
Algunas ideas para dominar el mundo
Aprovecha todas las oportunidades
A mi compañero de trabajo lo echaron de la empresa por insistir en que
uno de los monos que vigilaba, le hablaba constantemente del funcionamiento del
cerebro. Ese mismo día, la dirección del zoo me obligó a realizar sus tareas,
además de las mías, por el mismo salario.
—Aguanta, —dijo mi marido, durante la cena —necesitamos tu trabajo y
—añadió bromeando — si el mono te habla,
dale un buen golpe en la cabeza.
Y así lo hice.
Tres años después de esa conversación, y apenas unos minutos desde que
me concedieran el Nobel, agarré fuerte al mono y lo molí a palos. Al día
siguiente destruí todas sus grabaciones y me divorcié.
Aprende a aprovechar todas tus oportunidades.
Tras el escándalo, la reciente premio Nobel en medicina negó haber
escrito la nota manuscrita en la que supuestamente confesaba el asesinato de un
mono, para robarle unas teorías que han revolucionado el tratamiento del
Alzheimer.
Aunque el cadáver del mono ha sido encontrado enterrado en su jardín y
su ex marido ha declarado que todas las imputaciones son ciertas; la Nobel ha pedido
sensatez a la comunidad científica: “¿De verdad puede creerse alguien que un
mono pudo ser el autor de tamaña investigación?”
7
Último concierto
Homenaje a Fernando Maés
Allí estábamos todos sus amigos. Fernando, unos meses antes había
decidido hacer una parada en sus actuaciones y, para ello, como despedida,
había elegido “La chica de Ayer”, un local de moda en la noche salmantina.
Su mujer estaba en la entrada recibiendo a todos los asistentes,
haciéndoles entrega de un sobre lacrado que tenía en la portada unas palabras
de Fernando y su firma original; dentro, una lámina con la fotografía de cada
uno de sus seis discos y una canción impresa.
En el escenario la banda al completo: sus cuatro componentes radiaban
alegría, también tristeza. El comienzo fue un poco duro con la mención a los
últimos diez años de gira por toda la geografía española. Empezaron tocando
canciones de sus primeros discos, letras llenas de nostalgia, tarareadas por
los asistentes. Según iba avanzando el concierto algunas lágrimas empezaban a
caer sin poder remediarlo, la gente no es de piedra.
Los textos de las canciones parecen poesías cantadas, dardos al
corazón:
- No creas que la vida no te va a pasar factura...
- Hace ya muchos días que miro por los tejados viendo pájaros pasar...
- Solo quiero despertar a tu espalda...
- Te llevaré una rosa cada vez que pueda..
- Una habitación cerrada, luego fueron dos miradas, que no volverán
entre tu y yo...
- Los girasoles tristes, los que tienen miedo...
- Pero nada me importa si me quedo contigo..
Después de tres horas de concierto... Nadie deseaba que se acabara pero
todo lo que tiene un principio tiene un final y este llegó, entre aplausos y
abrazos con los asistentes.
Últimas palabras de despedida y una promesa de Fernando: necesito
descansar y componer nuevas canciones, por lo que creo que volveré, y no
tardando mucho.
8
¿Y si todo fuera un espejismo?
- Si no supiera " reírle "a la vida al despertar
- Si cada mañana no pudiera sentir, al acercarme a su cama, el respirar
sosegado de mi madre
- Si no pudiera sacudirme los miedos que me invaden a menudo
- Si , ante un derrame de nostalgia, no supiera reaccionar para ponerle
freno
- Si no pudiera vivir con esas muertes tempranas que siempre me acompañan
- Si no supiera amar sin medida, aunque a veces duela
- Si no tuviera la capacidad de " comerme la vida a dentelladas
" sintiendo su fugacidad
- Si ya no tuviera sueños que alentaran mi día a día
- Si no tuviera la quietud de la noche para jugar ...
Si no fuera como soy..! No sería yo.
9
En unas horas nos vemos
El muchacho, con el ritmo acelerado y la respiración disparada se
detiene en medio del descampado. A pesar del sudor que invade sus ojos consigue
centrar la vista y descifrar los dígitos impresos en la pantalla led de su
smartwatch. 4.828 metros, 36:27 minutos, 110 pulsaciones. Bastante bien, pero
aún puede mejorar. Las pruebas de acceso a la Policía Nacional se acercan y
quiere estar a tope para conseguir la tan deseada plaza. Sabe que de ello
depende su futuro y no debe relajarse.
Lejos de considerarlo macabro, le gusta detenerse en aquel apartado
lugar por la sensación de soledad que lo impregna todo. La gente suele evitarlo
al haberse convertido en un punto marcado por la tragedia y el dolor. Algunos
dicen que allí se puede respirar la muerte y el sufrimiento con tan solo cerrar
los ojos y escuchar el silencio. No es para menos. Aquella bestia de más de 35
toneladas perdió el control y, tras varios kilómetros de caída en picado, acabó
convertida en una gran bola de fuego que segó la vida de las 157 personas que
viajaban en su interior. 157 almas desintegradas incluso antes de llegar al
suelo. Como un diminuto Auschwitz, o un World Trade Center a escala, la cultura
popular ha convertido el lugar en un enclave maldito.
Pero él no cree en todo aquello. Lo que pasó, pasó y ya está. La tierra
simplemente se tragó aquellos cuerpos y siguió su camino, al igual que todos
los bomberos, policías, periodistas o curiosos que invadieron la zona durante
semanas. El recuerdo de lo ocurrido vivirá para siempre en la cabeza de los
familiares y en las hemerotecas, pero para el resto, la vida sigue su curso sin
mirar atrás. Incluso para aquel pedazo de tierra, cuyas heridas fueron
cicatrizadas con todos esos rastrojos y flores silvestres que lo inundan y
consiguen ocultar su pasado.
El chico camina despreocupado por el terreno cuando una traicionera
raíz le hace tropezar. Indignado por su torpeza patea con rabia la zona del
suelo que ha provocado el accidente y un objeto sale disparado de la tierra
deteniéndose a unos dos metros de su posición. Con cierto reparo lo toma en sus
manos y dedica unos segundos a eliminar la capa de barro seco y suciedad que lo
cubre por completo. Es un móvil, no cabe duda. Un primer impulso le lleva a
presionar el botón de encendido con la vaga esperanza de que el teléfono
reaccione. Nada. Llevado por la curiosidad saca la batería portátil de su
mochila y lo conecta a ella. Dos minutos después el móvil se enciende y le
invita a introducir el número PIN. Para evitar bloquear el dispositivo, retira
la tarjeta SIM y accede a la pantalla principal, donde con un par de
pulsaciones consigue activar el wifi que comparte desde su propio móvil. Justo
en ese momento el familiar sonido de una notificación rompe el silencio y
comienza el camino que una vez debió haber recorrido.
Cientos de kilómetros al norte de aquel lugar una mujer observa la
calle desde la pequeña terraza de su ático. El sonido del móvil la saca de sus
ensoñaciones devolviéndola a la realidad, y lo que lee en la pantalla disipa
sus dudas y la termina de convencer.
“Cariño, estoy embarcando. En unas horas nos vemos. Te quiero”.
La mujer rompe a llorar en silencio y con manos temblorosas responde al
mensaje.
“En unas horas no, mi vida, nos vemos en unos minutos”
Su frágil cuerpo impacta con el asfalto justo en el momento en el que
un desconocido lee su epitafio en la otra punta del país.
10
“El anguila”
Solo había dos formas de salir de la prisión estatal de Bismarck, en
Dakota del Norte, en una camilla con las piernas por delante o con el plan que
Joe Williams había diseñado durante los catorce años que llevaba encerrado en
aquel lugar. “El anguila” se pasaba las tardes en el taller de carpintería de
la prisión y a pesar de su menudo cuerpo, manejaba el escoplo y el formón con
una destreza increíble. En ese taller se abrió la vía de emergencia para
escapar del tunel infinito por el que discurría su vida. Sin sustos, sin
pistolas, sin heridos.
“El anguila” se dio cuenta que en el último año, los almacenes Robinson
Lumber, no solo encargaban al taller el corte de las maderas de nogal según los
patrones, sino que también habían empezado a delegar en ellos el envío de los
muebles más pesados a sus clientes. Joe Williams pronto solicitó cambiarse de
departamento, pasando del lijado y tallado al de embalaje. Seis meses depués ya
tenía orquestado, con la ayuda del viejo Sam Satriani, un plan casi infalible.
El viernes 26 de agosto de 1996, “el anguila” cruzaba las puertas de la
prisión de Bismarck, en Dakota del Norte, dentro de un pedido a Lincoln, metido
en una cocina rústica, sin cajones, encogido en posición fetal y en una caja
grande, plastificada, con espacio suficiente para respirar más de treinta
minutos. Era viernes. Los envíos se recogían a las once y media. Antes de las
doce el furgón ya estaría en pleno bosque de Apple creek. Tiempo suficiente
para romper el embalaje con una gubia de 135 milímetros y huir en la primera
parada de la furgoneta.
Entonces “el anguila” ya estaría más cerca de encontrar al verdadero
asesino de su mujer.
11
Adiós amigo, adiós
Andrés no lloró. Desde la infancia, ante el lecho mortuorio de su
madre, no había vuelto a hacerlo. Un nudo en la garganta le impidió hablar. El
animal yacía sobre la acera desangrándose y todavía emitía un alarido cada vez
más débil hasta que se extinguió.
-¡Ánimo! – se gritó para sus adentros.
Antes, una frenada, un golpe seco… y un exabrupto:”¡Ten cuidado por
donde pasas!”. Luego un acelerón, un chirrido de cubiertas y un punto de luces
rojas que se perdió en la oscuridad de la noche. Todo ocurrió de repente.
La fina lluvia seguía cayendo, ajena a la tragedia. La despoblada calle
presenció la escena. Y allí se
encontraba él con su único amigo moribundo. Acarició con ternura el pelo
hirsuto del animal y, embriagado por la emoción, continuó en cuclillas hasta
percibir su último suspiro. Luego dejó que su cabeza reposara sobre la acera y
se irguió. No reparó que estaba empapado y quiso pensar que por efecto de la
lluvia la mirada se le había vuelto vidriosa cuando por última vez miró a su
perro, ya cadáver.
Llevaban haciéndose mutua compañía más de dos lustros. Un día que
paseaba por la ciudad, lo encontró. Adivinó en la mirada del animal soledad y
ternura. Lo llamó y, moviendo la cola, se acercó a él dejándose acariciar. Su
misantropía la rompió con él, su único amigo, y ahora terminaba de perderlo.
Dolorido por el fatal desenlace permaneció con él durante largo tiempo,
ignorando la lluvia. Cuando salió del ensimismamiento en que se encontraba, y
tuvo consciencia de la mojadura que le calaba hasta los huesos, se fue del
lugar lentamente, compungido, hasta fundirse en la oscuridad de la noche.
12
La rana de la Universidad
La calavera
el trono de la rana,
no saltará.
Gata blanca
Copos de nieve
se agrupan y la forman,
bajo mi mano
Santos y cantos
Murallas ocre,
se elevan en el aire,
ciudad del cielo.
13
Masha
El último día de vacaciones venían lo Reyes y se iban mis padres. Era
horrible. Mi habitación se llenaba de juguetes. La casa de los abuelos se
encogía. Solo Masha, una vieja muñeca de trapo, podía calmar mi angustia
Un siete de enero de hace muchos años comencé a dirigir la empresa
textil de la familia. Hoy es un imperio. Fue fácil. Renuncia y sacrificio.
Masha lo sabe. Los Reyes lo saben. Uno de mis hijos aún no lo sabe. Teje poemas
que no lee nadie. Afirma que si no acaricia palabras el mundo se encoje.
14
Sólo dolor
No me veía. Aunque sus ojos
seguían clavados en los míos, no me veía.
Estaba ausente. Su mirada transmitía
abandono. No solicitaba clemencia, ni compasión, ni ayuda. De vez en cuando dejaba escapar algún
ay, que ni siquiera expresaba dolor. No
le pertenecían, como tampoco la voluntad que le habían secuestrado. En sus
pómulos se dibujaban senderos de sangre seca.
El labio superior, engordecido, camuflaba el moratón que comenzaba a invadir la mejilla
derecha. Intenté hablarle, pero las palabras quedaron pegadas en el lodazal de
odio y asco acumulado en mi garganta. Hice ademán de sacar un pañuelo para limpiar tanta suciedad
adherida a su rostro, y al movimiento de mi mano giró, como autómata, la cara y
emitió un nuevo gruñido. Cuando pude, le hablé dulce, casi susurrando, para
transmitirle un poquito de calma.
Intenté persuadirla de que sólo pretendía ayudarla. Probablemente no
entendió. O tal vez le daba igual. Era
un trapo, una muñeca sucia y abandonada, agredida y humillada. Sin duda, no me diferenciaba de la bestia que
horas antes tiró con fuerza de su pelo, le hizo girar su cabeza y amordazó su
boca con mano despiadada y repugnante.
Imposible pedir auxilio.
Desprevenida y sujeta forcejeó, mientras una lluvia de golpes caía sobre su
cara, hasta que uno, seco y más fuerte, la derribó al suelo. Perdió el conocimiento. Su perro continuaba
jugueteando tras los árboles que bordeaban el camino.
¿Por qué yo?. ¿Por qué a mí?. ¿Qué he hecho?. No he provocado. He
tratado de pasar desapercibida. … Mamá, Ani. …
Estarán preocupadas. Ellas sí me creerán; no dudarán. … Y mis
abuelos… Mis abuelitos. Morirán de
dolor. Mejor que no me hayáis visto en este estado. … ¿Qué hora es?...
Por su cabeza desfilaban
preguntas sin respuesta. Tenía su cuerpo dolorido, y el alma destrozada. Se miró. Ni siquiera se había dado cuenta de
que estaba desnuda de cintura para abajo y rasgada la camisa por delante. Una
sombra difusa atravesó su mente. Sentía marearse. No quería pensar. No quería ser.
No quería existir. Y aquella sombra
volvía y se iba, hasta dibujarse con rasgos conocidos y familiares.
Le propuse llevarla al hospital y se rebeló. Se lo rogué. Se lo
supliqué. Puse mi carnet en su mano como prueba de confianza. Ni siquiera lo
miró. Se desmayó y su cuerpo produjo un
sonido sordo al choque con el suelo.
En el hospital certificaron agresión sexual y física, con secuelas
psicológicas de larga duración. Seguía ausente. Ani y su madre la abrazaron,
pero ella permaneció inmutable. En su boca habitaba el silencio y en su interior afloró la vergüenza.
La sociedad seguía siendo benevolente con criminales de esta calaña y
recelosa con las víctimas.
En casa, la abuela regó de llanto, besos y delicadeza a aquella niña de
la que había sido mitad madre y toda abuela.
Mientras, el abuelo, distante, ocultaba la cara entre las manos, sentado
en su sillón de mimbre. Cuando la emoción y llanto de ambas cesaron,
trabajosamente, se levantó, la estrechó fuerte y con un apenas perceptible hilo
de voz cargado de determinación, le dijo:
Habrá justicia, mi niña, habrá justicia.
Pero la justicia tomó caminos inesperados e incomprensibles para
aquella familia de sentimientos nobles. Cuando llegó, no hizo sino ahondar la
herida para que siguiera borbotando lágrimas de impotencia. Nadie se ocupó de
conocer atenuantes, ni influencias, con las que el juez premió en la condena, a
aquel primo suyo, compañero de juegos en
tantos atardeceres infantiles, a quien el poder y su podredumbre, lo
transformaron en un individuo sin escrúpulos ni miramientos. No toleraba barreras a sus caprichos ni soportaba rechazos a sus
propuestas rechazadas. Cuestión de honor.
La abuela no pudo resistir el sufrimiento y, una mañana, se durmió para
siempre. El cielo era negro y pesado. El abuelo se sintió desvalido y deseó
seguir la llamada amorosa de su compañera de vida. Su corazón se iba
debilitando.
Nadie logró sonsacarle dónde había pasado la mañana. Prometió que jamás
volvería a castigarlos con otra incierta y angustiosa espera.
En el correr de los días, la justicia, ciega al dolor, danzaba de plazo
en plazo, burlándose de la promesa del abuelo,
Se presentó en el cuartel de la Guardia Civil, con las sombras del
atardecer. Colocó sobre el mostrador la
pistola adquirida la mañana de su desaparición, y con voz pausada y tranquila,
les relató que junto al camino, yacía inerte el cuerpo de quien ufano se mofaba
del dolor de una familia destrozada. Les explicó que aunque no se consideraba
un asesino, aceptaría su pena, que, sin duda, no sería larga, pues la muerte
llevaba tiempo reclamándolo con insistencia. Esperaba, al menos, que
consideraran atenuante el haber administrado justicia con toda la
magnanimidad que atesora un hombre de bien.
15
Punto de inflexión
Sola y a solas con mi rabia y mi
sufrimiento, mientras el mundo sigue girando. El médico desprovisto de
prudencia, en cinco minutos me acaba de confirmar el diagnóstico. La angustia
se apodera de mis entrañas. Silencio… No hay consuelo, ni siquiera palabras.
Salgo de la consulta con un mazazo increíble. Todo me parece irrelevante.
Necesito que alguien atenúe el desconocimiento que alimenta mis miedos, pero
eso es una tarea ardua. Sólo el destino sabrá del alcance de este huésped, que
ha anidado en mi pecho y quién sabe si mutilará mis sueños. Hoy camino envuelta
en sombras, atrapada en una encrucijada de pavor e impotencia sin escapatoria.
Pero… mañana entregaré mis temores al
viento y comenzará la lucha; mi lucha.
16
Secreto
El mismo día que Leonor cumple la mayoría de edad, pierde a su madre
víctima del cáncer, Alfonso el hermano de Isabel le desvela a Leonor un gran
secreto que ha estado guardando por mucho tiempo y va siento la hora de
desvelártelo. En primer lugar no soy tu tío mi hermana Isabel si hizo cargo de
ti al morir tus padres en aquel accidente estás hablando en serio tío.
Sé que nunca nos hemos llevado bien, porque has estado esperando todo
este tiempo para desvelarme el secreto que has estado guardando por mucho
tiempo.
Leonor, le hice la promesa a mi
hermana de no desvelar su secreto que ha estado guardo por bastante tiempo.
Joaquín, sabes quienes fueron mis padres Leonor tus padres eran amigos
de mi hermana Leonor estudiaron juntos a raíz de estudiar en la misma clase se
hicieron inseparables. Leonor le pregunta a Joaquín sabes dónde puedo encontrar
a mis tíos por parte de padre y madre, Leonor no tengo ninguna dirección donde
puedas contactar con tus tíos lo siento Leonor me voy a preparar que voy a ir
al tanatorio donde está mi hermana espera que te acompaño Leonor si no te
importa me gustaría ir solo donde se encuentra mi hermana.
17
El otro lado
-¡Hola, tío! -exclamé alegremente como cada mañana cuando me encaro con
el espejo. Hoy, extrañamente, tuve la sensación de estar enfrentándome a una
persona real. Creí ver, incluso, una sonrisa burlona en el rostro que me
miraba.
Me duché y volví a colocarme ante el espejo para afeitarme. Afuera
resonaba una tormenta que poco a poco iba cerniéndose sobre la casa. A través
de las cortinas del dormitorio destellaban los relámpagos y se reflejaban
atenuados dentro del baño. Los truenos sonaban cada vez más próximos y
amenazantes. Aún no llovía pero la humedad impregnaba el aire.
Comencé a afeitarme y, otra vez, tuve la sensación de estar ante
alguien ajeno. Me observé con curiosidad renovada. Una arruga inesperada, un
lunar que no recordaba, un rictus en los labios desconocido...
Cuando ya había retirado la mayor parte de la espuma el estruendo de un
potente trueno me sobresaltó. Instintivamente separé la hojilla de la cara para
evitar cortarme. Me sorprendió verme, paralizado ante el espejo, con la
maquinilla en la mano izquierda. Una mano demasiado torpe para afeitarse sin
riegos. Sin embargo me animé a concluir la tarea con ella y lo hice con una
habilidad insospechada.
El verdadero susto llegó un poco después. Me sequé con la toalla y me
apliqué una crema para aliviar la quemazón y, entonces, inesperadamente, mi
imagen del espejo, simplemente se marchó; y yo me quedé allí, inmóvil, como
petrificado.
-María, María -llamé a mi mujer que aún dormía.
Yo estaba tan asombrado que de mi boca surgió solo un débil murmullo. No quería
moverme para que ella fuera testigo de ese hecho tan extraordinario. Pensé que
debía estar soñando pero me encontraba extremadamente lúcido. Oscuras
premoniciones comenzaron a inquietarme.
-¡María! -grité ya asustado.
Ella debería haberse despertado con tal alarido. Y con los que lancé después.
Pero aún transcurrieron más de quince angustiosos minutos antes de que entrara
en el baño. Se acercó al lavabo y vi su cara somnolienta mirarme sin
sobresalto. Dijo algunas palabras pero no pude oírla. Parecía dirigirse a
alguien fuera de la habitación. Se lavó la cara tranquilamente y, a pesar de
mis aspavientos y chillidos, salió sin hacerme caso.
Yo solo quiero saltar al otro lado... Al otro lado.
18
La verdad y la mentira
No voy a entrar en profundidades filosóficas. Conozco a personas que
mienten de forma habitual y sistemática. Cuando una de esas personas me propone mentir para salvar alguna
situación pienso que lo hará conmigo cuando la ocasión lo requiera, según su
criterio. Hay que tener una memoria prodigiosa para que las mentiras cuadren y
no delatarse. Por otra parte, sospecho que estas personas creen que todos los demás decimos
siempre toda la verdad y nada más que la verdad y eso, nadie lo sabe, quizá no
sea así.
Recuerdo una frase que decía y sigue diciendo mi madre, a quien yo no
calificaría de mentirosa. “mentira que aprovecha no es pecado” Así se
justifican algunas mentirijillas o excusas que no plantean grandes problemas de
conciencia.
También recuerdo un cuento que
escuché de pequeña en el colegio. A un niño le dijeron sus padres que había que
decir siempre la verdad. Se lo tomó al pie de la letra y le dijo al conserje
del colegio que era más feo que Picio. Se encontró con una amiga de la familia
y ante la excusa de ella por no haber podido ir a ver a sus padres el niño le dijo que no pasaba nada, que así se
habían podido comer la tarta que tenían guardada para la ocasión y habían
tocado a una ración más grande. El niño llegó a casa magullado y aprendió que
hay verdades que vale más callárselas.
¿Qué sería de nosotros si nos
leyeran el pensamiento cuando por educación disimulamos el fastidio, la
incomodidad o la inoportunidad del comportamiento de otros? Acabaríamos poco
más o menos como el niño del cuento…….
No hay que olvidar la sobre actuación, que a veces es una mentira que
nadie se cree. Hay personas a las que
les falta mucha verdad en su forma de actuar. A mí me cansa la relación con
ellas, porque creo que sentiría un cansancio enorme si me comportara así.
Supongo que convivimos con dosis
de mentira y verdad tolerables que nos impone la convivencia y las reglas
sociales y luego cada cual añade más de una o de otra según su forma de ser.
19
El hechicero
Hombres y mujeres se afanaban por igual en las tareas de construcción
del poblado; solo dos guerreros vigilaban apartados, con sus lanzas enhiestas.
El sol calentaba, se podía prescindir de las pieles que les abrigaran tantos
días mientras erraban por tierras inhóspitas, gentes belicosas que no siempre
fueron capaces de sortear. El hechicero había fijado el lugar de emplazamiento.
Comenzaban a tomar forma los muros circulares de las cabañas.
En una de ellas, al excavar, apareció una extraña máquina (pero
entonces no existían las máquinas) y avisaron al hechicero de la tribu, que
ordenó desenterrarla. Se dio entonces a una danza complicada, salmodiando
palabras llenas de misterio a la vez que agitaba sobre aquello, lo que fuese,
sus mágicas plumas de lechuza y las raíces de mandrágora. Con ello —aseguró— el
peligro quedaba conjurado, pero así y todo, preferible no seguir con los
trabajos. Y que volvieran aquello a su sitio y lo cubrieran con tierra de
nuevo; elegiría otro emplazamiento, necesitaba unos días.
El viejo hechicero se retiró solemne y pensativo para internarse en el
bosque, a solas con sus presunciones. La extraña figura de color rojo,
metálica, brillante, guardaba cierto parecido con una carreta de las que él
tenía en memoria, si bien era más baja; las ruedas, cuatro, bastante más pequeñas
y negras; cuatro eran lo mismo esa especie de puertas que sonaban al cerrar;
dentro había dos cadáveres de humanos, que aparecían como sentados; ¿y eran
ojos aquellos dos huecos de adelante?
Decidió aguardar a la noche; precisamente habría luna llena, la más
propicia para conectar con la inteligencia universal. Difícil no obstante que
llegase a concluir la verdad: que hubo un siglo XXI y que a partir de las
grandes explosiones atómicas en cadena, el tiempo comenzó a fluir hacia atrás.
20
De mi cuaderno de viajes
15 de marzo de 2006, visita a La Alhambra y El Generalife
Llegué a la Alhambra en un taxi que cogí en Puerta Real, mi amiga M. me acompañó hasta allí, después de haber ido al BBVA a comprar la entrada para poder realizar la visita, en el banco únicamente se vendían las entradas anticipadas, las del mismo día de la visita se sacaban en la Alhambra (¡tiempos aquellos en que no todo se hacía por internet!).
A las 10 de una gloriosa mañana primaveral ya me encontraba dentro de este paraíso terrenal, seguro que el de Adán y Eva no fue mejor. Para hacer tiempo hasta las 11.30 a 12 que tenía mi hora de visita a los Palacios Nazaríes, paseé por los jardines, disfrutando con todos los sentidos de los olores, colores, sonidos como el canto de los pájaros, escuchando el diálogo entre el agua de las fuentes, las hojas de los árboles y la suave brisa matutina que bajaba de las cumbres blancas de Sierra Nevada… Toda aquella belleza virgen permanece nítida aún en mí como si lo estuviese viviendo en este momento. Más que describirla, hay que vivirla y sumergirse en la atmósfera mágica que rezuma ese lugar, afortunadamente solitario a esa hora de la mañana, aún temprana para las hordas de turistas…
A las 11.15 ya me encontraba esperando a la puerta para visitar los Palacios Nazaríes. No recordaba el complejo y maravilloso entorno en el que se asientan estos palacios, que al lado de la mole del palacio de Carlos V, parecen incrementar su maravillosa y misteriosa belleza. Recordé que la primera y única vez que había estado aquí antes tenía 14 años, no había vuelto, sin darme cuenta, ¡ya pasaron unas cuantas décadas!
El salón del trono con las alcobas laterales, el oratorio mirando en dirección a la Meca, El balcón pasadizo de madera que conecta el Patio de los Leones y otras dependencias con los corredores con ventanas, las vistas que se aprecian desde ellas, son realmente soberbias. Pero lo más impresionante, para mí, son los patios, las fuentes, las flores, los árboles, el follaje, los olores, los jardines, la naturaleza toda en que está sumergida La Alhambra. Conversé con uno de los jardineros que estaba regando, de la misma forma tradicional en que hacían nuestros antepasados árabes, y aprendí que todo el agua que se utiliza en la Alhambra procede de Sierra Nevada y desde allí baja de forma natural conducida por las mismas acequias que ellos construyeron, también son originales los estanques y depósitos donde se almacena. En el patio con un estanque grande con peces de colores, morada de Astasio de Bracamonte, escudero del magnífico Conde de Tendilla, alcaide de esta fortaleza con un arco de herradura, me detuve a descansar y escribir estas líneas, di de comer a los pajarillos que acudían por docenas. Después paseé por los Jardines del Partal, escalonados y en solitario…
Paré para un pequeño refrigerio en el jardín del Parador, descansé, apagué mi sed y sosegué mi espíritu después de tantas emociones, con la maravillosa vista del Generalife frente a mí. Recordé a todos mis seres queridos, me sentí feliz sintiendo el abrazo del sol en mi espalda. Pienso que hay lugares en el mundo donde la “felicidad” se encuentra más al alcance de los mortales, o puede ser que los que nos precedieron tuvieron la sabiduría y suerte de encontrar el lugar donde vivir en comunión con la naturaleza, siendo sabios por su elección. Ese sentimiento es el que yo respiro aquí y que me llevaré conmigo de vuelta a casa, me acompañará hasta el momento en que tenga la dicha de regresar.
En la Alhambra el tiempo se detiene, podría permanecer en este lugar indefinidamente. Tengo que volver y volveré, no dejaré que pase tanto tiempo sin hacerlo, su magia me ha hechizado y ya nunca me veré libre de su hechizo.
Flecos del alma buscan la felicidad,
la blanca cabellera de la vigilante señora
la cuida, la mima y por siempre así será…