III Certamen de Escritura Creativa

Nota importante: 

Algunos de los textos que forman parte de este Certamen de Escritura superan el número de palabras que se marcaban como condición indispensable en las bases (400). Así nos lo ha hecho saber un compañero del taller que los ha leído con atención y rigor.
Este no es un Certamen Oficial por tanto hemos considerado que sería injusto después del gran esfuerzo que habéis tenido que realizar dejarlos fuera de concurso. Sé también que hay quien ha tenido que recortar su texto para ajustarse a las bases y que ha sido un gran sacrificio prescindir de esas palabras extras que hubieran conformado un trabajo de mayor calidad. También hay quien ha manifestado que no le gusta el carácter competitivo de los concursos. Insistimos en que aquí no hay competencia ninguna. Se trata de un proyecto compartido de escritura y lectura cuyo único objetivo es participar de forma activa en el taller y ocupar estas horas de confinamiento. Recordad que el premio es simbólico, una aplauso de reconocimiento.
A todos os pido comprensión. 
Por esta vez vamos a considerar los 27 textos que figuran a continuación válidos. El último queda fuera de concurso por expreso deseo de la autora. Así que podéis hacer vuestra valoración sobre los que más os gusten sin tener en cuenta su extensión.
Para sucesivos concursos seremos más rigurosos e implacables. ;-) 


Texto 1
La familia


Cuando Luciano Spatulla cayó al suelo aún no estaba muerto. Ni siquiera pudo darse cuenta de la imagen hermosa que el rojo de su sangre dibujaba sobre el blanco de la nieve. Tenía las gafas rotas y las manos cerradas en un claro gesto de dolor. Olía a cobre y a pólvora. Su ejecutor se acercó con cautela para comprobar si todavía respiraba. Notó el cañón de la pistola presionando su occipital. Y en ese instante tuvo la certeza de que quien traiciona a la familia... muere.


Texto 2
Rodina (familia)



Toda la familia está en el gran salón. Antonio, el abuelo, lee el periódico en su sillón cerca de la chimenea. Su pelo y barba blancos se iluminan con la luz parpadeante de las llamas. Delante de él, sentados en el suelo, están jugando Jorge y Alicia. Sara, la madre, está acabando de poner el árbol de navidad ayudada por su marido. Cuando apaga la lámpara del techo, y enciende las luces multicolores del árbol, el abuelo y los niños dejan sus actividades y aplauden con semblantes de júbilo mientras Sara y su marido, Mario, se miran sonrientes. Todas las caras irradian alegría y felicidad.
Más tarde Mario desconecta las luces del árbol y todos desaparecen para subir a los dormitorios que están en el primer piso y las ventanas se van iluminando paulatinamente. Cuando la luz se desvanece de todas ellas Jaroslav se baja del escalón en el que se había subido para poder ver por encima de la valla lo que ha sucedido en la casa y se dirige a la modesta pensión en la que vive.
Cada día después de su trabajo en la fábrica Jaroslav acostumbra a ir por las mismas calles y hace varios meses el resplandor de esta casa le había llamado la atención. La curiosidad le hizo asomarse para mirar. Desde entonces ni una sola noche había dejado de observar a esta familia a través de los grandes ventanales. Se imaginaba a sí mismo en una bonita casa rodeado por su familia. Una familia y una casa que no tenía en Chequia, su tierra.
Los habitantes de la vivienda ya le resultaban familiares, se había acostumbrado a ellos, a sus caras, gestos, posturas y se identificaba con el marido, imaginándose que era él mismo. Al principio asignó mentalmente nombres checos a todos, pero pronto cambió de opinión y les puso nombres españoles.
La ilusión por tener en el futuro una casa propia, una mujer e hijos, le hacía llevadero el paso de los días de soledad alejado de su tierra, el duro trabajo y las penurias económicas.
En la pensión, ocultándoselo a la patrona, para que no le subiera el precio semanal de la habitación, que le resultaba gravoso, calentaba su escasa cena en un infiernillo eléctrico que después escondía debajo de la cama. Después de cenar tachaba en un calendario colgado en la pared los días que pasaban y calculaba los que le quedaban para regresar a su patria con ahorros suficientes para cumplir sus sueños. Se acostaba y pensaba en la familia que veía cada día y se imaginaba en su propia casa rodeado de esposa e hijos.


Texto 3
Que viene la familia


Al ver el título con mayúscula, me vino a la mente la FAMILIA REAL.
Claro, hablar de la FAMILIA REAL, es como hablar de la familia Addams o de la familia Frankenstein, por cada miembro se pueden hacer por lo menos 100 películas, todo ello en Netflix por supuesto, pero no les voy hacer propaganda que para eso están las revistas del llamado corazón, Hola, Semana, los fiscales o los inspectores de hacienda, cuando les dejen intervenir.
“La Familia”, aquí el que manda es el patriarca familiar, el llamado “capo”, al mejor estilo siciliano, compra a las personas y sus voluntades, bien sean miembros del clan, de la policía o de los jueces, todos los negocios donde se gane dinero controlados, que hay que repartir.
La Familia, para un catalán, catalán, es la “Sagrada”. Aquí en este territorio, las normas son otras, el primogénito hereda todo, no es de extrañar que los hermanos que vayan detrás, esté deseando le ocurra un accidente.
La familia, para mí, es mí familia, la que tenemos de descendencia del padre y de la madre, con todos sus tíos, sus primos, sus abuelos, con los que hemos convivido y crecido desde pequeños en nuestro pueblo, donde asistíamos a los nacimientos, a las comuniones, a las bodas, a las matanzas; donde sentíamos de verdad cuando fallecía algún miembro.
“La otra familia”, la que heredas cuando te casas, que no la conoces de nada, puedes tener suerte o no. Empiezas conociéndola el primer año de casado cuando llega la Navidad, aparecen a cenar veintitantos o más, y la única que sabía los que iban a ir era tu mujer, que llevaba encerrada en la cocina todo el día cocinando y no te había dicho nada para que no te asustaras. Todos a mesa puesta, sin aportar nada, solo mucha hambre y mucha sed. Cuando se van, pasada media noche, parece que ha pasado Atila con todo su ejercito tres veces. La empresa donde trabajaba, nos solía dar una cesta de navidad muy completa, no sé quién les facilitó la relación de lo enviado, que ese año no quedo nada, de nada, por decir dos cosas como muestra, el whisky de 12 años, lo quedaron con 2 días, a la ginebra la quitaron hasta la pegatina, parecía la botella del agua, del queso y del lomo, mejor ni hablar.


Texto 4
La historia se repite


“¿Te acuerdas de las tardes bajo los guindos?” Fue la única frase con sentido que escuché de sus labios, a parte del grito sofocado de “me muero”, que repetía cada vez que recobraba la consciencia. Estaba en la cama del hospital con la sola compañía de uno de sus nietos, que se apiadó y no se separó hasta el final. Mi tía Julia no era una persona especialmente apreciada por los suyos, y ella fue la principal responsable, no porque no les hubiese querido, sino porque no supo cómo hacerlo.
Tuvo tres hijos, aunque uno de ellos, gemelo, murió a los pocos días de nacer. Era el tiempo de la posguerra y las penalidades para su crianza fueron duras, más aún siendo madre soltera en un pequeño pueblo. Los cuidó y los protegió de la misma forma que lo habían hecho con ella sus padres, trabajando y haciéndoles trabajar al máximo para sobrevivir.
A sus 94 años se encontró sola y así acabó. María, su primogénita, había emigrado a Alemania en los años 60 y no se ocupó de ella durante su vejez ni tampoco acudió a sus días postreros. Fernando, su hijo, vivía a menos de 40 km del hospital, pero no hizo ni siquiera la intención de acercarse a verla, claro que tampoco lo había hecho los años que estuvo en ingresada, por orden judicial, en la residencia de ancianos cercana.
Durante el funeral, al que acudí en representación de mi familia, todo eran lamentos y nostalgias, desconsuelos y sufrimientos por esa madre, hermana o abuela que ya no estaba. Mi capacidad de asombro se desbordó cuando contaron lo preocupados que habían estado todos por su bienestar y la tristeza por no haber estado con ella en el momento de su fallecimiento, un final anunciadísimo desde hacía semanas. En ese instante pensé que la historia se repetía, que esas mismas palabras e idéntica actitud fueron las que tuvo Julia respecto a sus padres a quienes también abandonó a su suerte cuando ya eran ancianos y por los que decía penar mucho.
Cincuenta años antes nos reuníamos todos en la huerta de los abuelos -padres, hijos, tíos, primos…- para pasar las tardes de verano: merendábamos, jugábamos, o simplemente estábamos juntos. Era el recuerdo más bonito que tenía Julia de su vida y al que recurrió a la hora de su muerte.


Texto 5
El nuevo mundo


Han bajado tumultuosamente por la escalera. El niño, que ha sido el primero en alcanzar el portal, se detiene ante la puerta acristalada. Toda la familia se arremolina junto a él.
–Dejadme salir el primero –reclama el abuelo abriéndose paso a codazos.
–Mejor. Es quién menos tiene que perder –apunta el niño.
–¡Óscar!, un poco de respeto a tu abuelo –le riñe la madre.
El anciano se asoma a la calle con mucho sigilo. Luego agarrándose a las jambas de la puerta saca medio cuerpo. Mira a un lado y a otro.
–Yo diría que todo está igual –sostiene inseguro.
–Vamos, abu, sal de una vez –le increpa la nieta.
Saca una pierna y con mucha desconfianza, comienza a bajar lentamente el pie hasta posar el zapato sobre la baldosa.
–Venga, padre, que no es el primer paseo por la luna.
–¡Parece firme!­ –Levanta el pie y mira si la huella quedó marcada en el suelo.
Al fin sale a la calle y da unos saltitos cortos, como si anduviera sobre fuego. Los demás miran con aprensión, temen que algo inusitado y repentino pudiera sucederle.
–¡Animaos! –les estimula el valiente–­. Huele bien y han brotado las hojas en los árboles
–¿Qué es un árbol? ­–pregunta Óscar.
–¡Este niño es idiota! –protesta su hermana.
–¿Cómo te encuentras, padre? –interroga al explorador.
–Respiro con normalidad. No noto molestia alguna. Siento el sol calentando mi piel… ¡Sí! Yo diría que todo está como antes.
–Lo mismo se está disolviendo por dentro y no se entera –murmura la chica.
–¡María! No digas eso ni en broma –le riñe la madre elevando un dedo amenazador.
El aventurero gira sobre sí mismo y, más confiado, se atreve a otear la avenida.
–¡Anímate, Paco, que no hay peligro! –exclama, volviéndose hacia a su hijo.
Éste se ha colocado en el umbral cuando comienza a oírse el ruido de un motor. –¡El ejército! –grita la madre aterrorizada.
Todos vuelven corriendo hacia las profundidades del portal excepto el abuelo que se ha quedado petrificado. El coche pasa.
–Todo tranquilo ­–masculla el anciano recuperándose del susto.
Se asoman por la puerta, cuatro cabezas que parecen surgidas del muro.
–Loli, ¿lo intento? –duda el padre–. No me gustaría dejaros solos en este mundo.
–Dale, Paco –contesta su mujer con displicencia–. Las autoridades han dicho que podemos salir, que se ha acabado el confinamiento.

Texto 6 
En clave de FA

Mamá se fue llevándose su “m”. El resto de las letras y nosotros, nos sumimos en una profunda tristeza. Hubo incluso momentos en los que ambos perdimos el sentido de la palabra “Familia “. Por un instante, olvidamos que mi Madre había sido costurera, ignorando que había hilado de forma magistral ese ”invisible cordón umbilical “que nos uniría inexorablemente a todos para siempre: su Amor.
Todavía hay días que puedo adivinar su risa cantando en clave de Fa en algún rincón del salón alegrándome el alma. Otras, vuelvo a tener cinco años escondiéndome debajo de su cama las tardes soporíferas de aquellos veranos. ..Y hoy, será la primavera o la nostalgia de la libertad, pero presiento que elegí esta familia, y para ser honesta, creo que elegí bien, muy bien.


Texto 7
Otra familia, diez minutos


Pondicherry, estado Tamil, Sur de la India. Imaginemos la más humilde de las callejuelas, gente descalza, suciedad que todo lo llena.
La mujer ―sesenta años digamos―, bajita, ojos negro azabache, tez cobriza, se dispone a entrar en su casa. Llega el turista curiosón. Él no sabe tamil, la del sari floreado jamás habrá oído hablar español, pero… «Namaste, namaste», sonríe juntando las manos por delante de su rostro. Pasan adentro.
Una estancia mísera, cuatro por tres metros. Comedor y a la vez cocina; y aseo lo más probable, porque está esa cortina en el rincón del fondo. Un hombre sentado en el suelo, comiendo, descalzo, ofrece al recién llegado sitio junto a él. El turista se descalza con respeto pero la mujer le retiene del brazo y no le permite ir hasta el hombre, que insiste no obstante. La mujer insiste más y acaba ganando la porfía; en la India también es así.
La mujer lleva al turista al dormitorio, y el lector sensato ya entiende que no ha de pensar atravesado. La habitación mide los mismos cuatro metros por dos y en ella cabe un par de camas bajas. Y una silla de madera, patas muy cortas, la única en toda la casa. La mujer la coloca junto a su marido. Ahora ya puede sentarse el forastero; en la silla. El turista prefiere cercanía y se sienta en el suelo.
El hombre le ofrece un envuelto mínimo de hojas de plátano, se nota caliente. Contiene unas cucharadas de arroz. Aunque el turista ya almorzó, por nada del mundo renunciaría a ese manjar. Será la comida de la mujer y no habrá más en la casa pero a ella le está alimentando verle comerse el arroz; con los dedos, por supuesto.
Tiranías del reloj, diez minutos. Y aun así, no faltará la bronca del guía. Queda ya solo conseguir que la pareja le acepte unos pocos dólares, para ellos un capital. El turista paliducho también sabe ponerse cabezón y termina por conseguirlo. Tiernos abrazos en la despedida. Solo diez minutos perteneciendo a la familia, pero… «Ganas de liarse a besos con ellos», pondrá luego en su álbum de fotos recordando aquella armonía.
Esa experiencia, no vivirá el turista lo suficiente para olvidarla. Hombre, podría borrársele de la memoria, pero sería únicamente por deterioro. Y llegados a ese punto, a lo peor ya no merece la pena seguirle perteneciendo al mundo.


Texto 8
Verano


Acaban de bajarse del coche. Los niños saldrán eufóricos porque se pasaron el viaje durmiendo, pero a ellos el cansancio se les empieza a notar. Nadie ha dicho nada en la última hora de silencio, de el silencio del sueño, de el del hastío. Ya ni siquiera vendrán escuchando una radio que suena de fondo con un programa de flamenco, un género que les gusta a ambos; a ella porque siempre le gustó la música y quiso dedicarse a ello, a él, porque le resulta exótico. El suelo es de grava fina y una polvareda desagradable que acaban de levantar cuatro diminutos piececitos, les molesta, sobre todo a ella, que siempre odió el polvo de los caminos cuando viajaba con sus padres en aquel coche pequeño y sin aire acondicionado, cuando tenían que abrir las ventanas para combatir el calor.
Nadie se atreve a hablar, a hacer valoraciones. El bochorno aumenta el temor al riesgo de que todo estalle y vuelvan los gritos. Se oyen gritos de fondo, pero estos son los de los niños, que exploran. Eso les salva y los distiende. Pero las valoraciones vendrán más tarde, ahora los pequeños solo quieren estirar las piernas. No parece haber un alma; supongo que es porque es la hora de la siesta, dirá ella. O porque aquí no vive nadie, dirá él, cuatro viejos.
Él, que se fue huyendo del cosmopolitismo urbanita de una ciudad de varios millones de habitantes, donde la mayor parte del tiempo se respiraba gris, se veía gris, se tocaba húmedo. Él, al que el clima isleño le sedujo y él la sedujo a ella con su forma de ver las cosas, con la forma de agradecer la vida cada vez que se ponía una botella de oxígeno y se perdía durante un par de horas bajo el mar, con su sonrisa de niño pequeño al relatar que había visto un pulpo, una morena, o algún banco de túnidos. Él, que se adaptó bien a rebajar las pulsaciones, mucho mejor incluso que ella.
Mamá, quiero ver dibujitos. Este sitio es un rollo.
Pero si acabas de llegar y aún no has salido a la calle.
Ya, pero es un rollo.
Mamá, tambén yo ero ver bibujitos.


Texto 9
El emigrante


Apenas conté veinte personas, incluidos el cura y los dos monaguillos. El frío era helador, no acerté con las medias, por no deshacer la maleta me estoy quedando tiesa. Primero fueron puñados, le siguieron paladas, el ruido de la tierra al chocar contra el féretro fue profundo, seco, sin eco. Mi padre ya está bajo tierra. Espero que la herencia merezca la pena.
Desde el balcón del despacho las vistas eran impresionantes, las montañas nevadas rodeaban un extenso lago. No es mal sitio para vivir. El notario abrió la puerta, mi móvil comenzó a vibrar en mi bolso, no le hice caso, volvió a vibrar. Abrí mi bolso y leí la pantalla «Papá. 3 llamadas perdidas».
Firmé la aceptación de la herencia, puse sobre la mesa la tarjeta de mi abogado en España. El teléfono cobró vida de nuevo, contesté.
—Sí, estoy bien,…en dos días estaré en casa. ¿Tú estás bien papá?...dale un beso a mamá, os quiero.
A través de la ventanilla del avión contemplé el hermoso lago custodiado por las altas cumbres nevadas, parecía una postal, como esas que nunca recibí.
Durante cincuenta años busqué las razones por las que un padre es capaz de abandonar a su hija de solo cinco años, no las encontré, y ahora ya no quiero encontrarlas.


Texto 10
Familia


No sé si es el momento más o menos apropiado, dada la excepcional situación de cuarentena o confinamiento que estamos viviendo, para escribir sobre la familia. En cualquier caso, las circunstancias se prestan a la reflexión, a repensarlo todo, empezando por uno mismo y por aquellos que tenemos más cerca, o no, para poder ir después un poco más allá.
Empecemos: Formo parte de una amplia familia de origen, viven mis padres y mis cinco hermanos, tengo seis sobrinos y me quedan un par de cuñados. Tengo un hijo. Perdí a mi marido, a mi mejor amigo y compañero, hace poco más de dos años, un mediodía de principios de otoño, inesperadamente, cuando tenía cincuenta y dos años.
Vivo sola. Mi hijo está cerca, en otra casa, solo; dice que no debemos vernos, que me cuide, que yo soy de los que están en situación de riesgo. Mis padres están cerca, son mayores, mi padre ya a punto de cumplir los noventa, y con ellos vive mi hermana mayor; juegan todas las tardes a las cartas y se toman juntos un vinito todas las noches; salen a las ocho al balcón, desde el que se ven todas las torres de la ciudad vieja, y aplauden y hablan con vecinos que nunca antes habían visto o saludado, pero yo no puedo verlos. Tengo un hermano cerca; vive con su mujer y sus dos hijos, pero tenemos poco contacto. Tengo una hermana fuera, en Madrid, que vive con sus hijos; tiene cáncer, así que también está en situación de riesgo. Tengo otra hermana cerca, que vive sola, separada hace poco, sin hijos y con dificultades. Mi hermana pequeña vive cerca también, con su marido y Nacho, que tiene cuatro años; me llama cada día y me enseña lo que hace o ha hecho, sus dibujos, sus juegos; jugamos por videollamada al escondite, así que recorre como un loco su casa para que no le pille al final de la tarde. Creo que es el único momento del día en que me río, y me olvido de todo, y me siento vivir.
Luego recuerdo las palabras que siempre me persiguen, las que dijo Jesús cuando le reclamaba su familia: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?”. Y vienen a mí los amigos que he ido conociendo y queriendo, esta familia que he ido formando en torno a mí, estos seres que nos vamos, día a día, eligiendo y cuidando. Y vienen a mí todos los seres, más o menos conocidos, que he ido encontrando en mi vida. Y vienen a mí todos los seres que desconozco y sé que están pasando por lo mismo que yo, que se sienten confusos, perplejos, temerosos. Y vienen a mí todos los seres anónimos que están sufriendo, en su cuerpo, en su mente, en su ánimo. Y vienen a mí todos los enfermos, y los que les cuidan. Y vuelven a mí aquellas palabras: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?”. ¿Quién soy yo para ellos?


Texto 11
El destino


Fuimos una familia normal hasta que murió mi padre. Se cayó mientras arreglaba el tejado de la casa. Aquella tragedia lo cambió todo, yo apenas tenía ocho años y la pequeña Leslie dos. Ella no se enteró de nada, pero a mí, la imagen de mi padre tendido en el jardín, me acompañará siempre. Recuerdo perfectamente aquel día porque desde entonces mi familia vagó por la soledad del infierno durante años, sumida en una tristeza permanente. Mi madre, valiente, decidió que a pesar de todo, seguiríamos viviendo en nuestra casa de Croydon, en el sur de Londres, aunque nada, obviamente, volvió a ser igual que antes porque el tiempo, lejos de espantar los miedos, rellenó aquella casa de una nostalgia repentina.
Dos años más tarde, cuando parecía que volvíamos a ser una familia feliz, el precipicio se asomó de nuevo a nuestra vida y mi hermana Leslie falleció repentinamente en diciembre. El pozo de la familia cavó diez metros más su drama.
En la primavera de 1912, solo cuatro meses después del funeral de mi hermana y aún mal cosido el segundo hachazo del destino, mi madre dijo que nos íbamos a América. Salir de Inglaterra quizá fuera la única forma de burlar la suerte que nos estaba deparando la vida. Vendimos la casa e hicimos las maletas con los pocos recuerdos que queríamos que nos acompañaran. Yo solo tenía 11 años.
El barco hacia nuestro futuro partió desde el puerto de Southampton el 10 de abril. Miles de personas subieron a bordo. Después de aquellos fatídicos tres años, la bandera de la ilusión había tomado de nuevo las riendas de nuestra familia. Teníamos un camarote para las dos, en tercera clase y cuatro días después de salir del sur de Inglaterra vi a mi madre sonreír por primera vez en mucho tiempo, fue mientras paseábamos por cubierta mirando el horizonte fundido en el océano.
La noche del 14 de abril el destino volvió a aparecer de nuevo en nuestra vida y un ruido muy fuerte sobresaltó a todos los pasajeros del TITANIC.


Texto 12
Añoranza

En mi casa confinada, recluida... despojada de ellos; de toda mi familia.
Mi todo queda reducido a nuestras miradas a las cinco de la tarde a través de la cámara, casi sin palabras, solamente risas y besos a distancia. A escuchar sus voces en momentos puntuales del día para compartir el parte diario de nuestras preocupaciones o nuestros pronósticos. Esos ánimos aligeran el lento fluir de las horas.
Es el cálido recuerdo de ellos lo que da sentido a mis días, deseando que transcurra el tiempo y que este ominoso tsunami nos respete. Confiemos… nada más.


Texto 13
Una página feliz del libro de mi vida


Recogido en mi sillón de lectura, devoraba, ahíto de emoción, los párrafos de la inmensa epopeya que nos legó Tolkien en los que se narraba la penosísima ascensión al Monte del Destino por los dos valerosos medianos de La Comarca, Frodo Bolsón y Samsagaz Gamyi. Después de mil doscientas páginas de maravillosa lectura, por fin iba a saborear el que estaba seguro que sería el momento culminante de la novela. Pero de pronto, y por sorpresa, empezaron a llegar a mis oídos unos sonidos completamente discordantes con lo que estaba leyendo y que arruinaron mi concentración. Los sonidos provenían de otra habitación de la casa, así que me levanté raudo del sillón y corrí a cerrar la puerta del cuarto en el que leía. Pero al llegar al umbral, me percaté de que mi mujer se encontraba de pie, bajo el dintel de la puerta del dormitorio de nuestro hijo. Movido por la curiosidad, me acerqué a ella para ver qué estaba mirando, y de inmediato, al verme, me sonrió y se llevó el dedo a los labios para que no dijera ni hiciera nada. Y allí estaba mi niño: de rodillas, de espaldas a nosotros, con una mano sosteniendo el Halcón Milenario y con otra un caza Tie, que quizás pilotara el mismísimo Darth Vader, persiguiéndolo de forma tan implacable como infructuosa. En el suelo del cuarto, el despliegue de los ejércitos Rebelde e Imperial era impresionante. Entonces, pasé mi mano por la cintura de mi mujer y nos quedamos los dos extasiados durante unos segundos viéndolo jugar. De inmediato, le hice ahora yo un gesto a ella para que nos fuéramos sigilosamente de allí, pues me parecía intolerable que, percatado de nuestra presencia, le arruinásemos por un momento la magia de su fantasía. Volví entonces a mi cuarto, pero ya no quise cerrar la puerta. Los sonidos que hacía mi hijo imitando vuelos de naves espaciales, haces de rayos luminosos y choques estrepitosos me emocionaban más que la lectura que tenía entre manos. Y cuando tales sonidos se apagaron, fui consciente de que los instantes recién vividos eran preciosos en mi vida. Así que recogí mentalmente la emoción de la novela que leía, la sonrisa de mi mujer, el descenso en picado del Halcón Milenario y aquellos entrañables sonidos galácticos, que hacían realidad un universo entero, e hice con ellos un delicado ramo que deposité en el altar de mi memoria, a fin de que la escena no se diluyera en el mar del olvido. Y sé que dentro de muchos años, en más de un momento la recordaré y me diré, sonriente y satisfecho: “realmente fui feliz. Y la felicidad era aquello.” Luego, ya más sereno, continué deleitándome con la lectura de la apasionante victoria del Bien sobre el Mal.


Texto 14
Hermanos de sangre


No era mi hermano biológico, pero como si lo fuera. Nos criamos juntos en un barrio de mala muerte de la capital, donde solo sobrevivían los más listos y los que tenían a alguien que les cubriera las espaldas. Nosotros teníamos ambas cosas.
Los años de escuela nos convirtieron en inseparables. Mucha gente nos llamaba “los mellizos”, dando por hecho que en realidad éramos hermanos.
El tiempo pasó y nuestra relación se hizo aún más estrecha. Compartimos el primer cigarrillo, la primera borrachera, e incluso la primera chica, de la que, por supuesto, ninguno estuvo nunca realmente enamorado.
A los dieciséis años teníamos ya nuestro propio negocio. Nada importante ni legal, pero aquellas primeras libras hicieron que nos sintiéramos los hombres más importantes del mundo. Con ellas compramos nuestro primer coche, un destartalado Morris del 27 con el que pretendíamos expandir el truculento negocio por todo el país. Acabó empotrado contra un viejo roble tras una noche de juerga.
La vida era para nosotros una alfombra que pretendíamos desenrollar poco a poco, sin prisas. Hasta que llegó la Gran Guerra. El día antes de partir para Francia nos reunimos en nuestro rincón secreto para despedirnos. Con un buen tajo en la mano y la música de Scott Joplin resonando en el cabaret de la esquina nos dimos un fuerte apretón convirtiéndonos así en hermanos de sangre.
Los alemanes me capturaron durante una incursión cerca de Ruan. Allí una granada se llevó mi brazo izquierdo y parte de la cara. Deberían haberme rematado en el suelo, pero por alguna extraña razón no lo hicieron. Supongo que ser el único superviviente ayudó. No sacaron información alguna de mi boca, pero pronto se dieron cuenta de mis habilidades como orador. Eso, y la fingida amistad que rápidamente entablé con el capitán al mando me salvaron el pellejo.
El final de la guerra llegó, y con él mi larga vuelta a casa. Gracias a mi aspecto físico logré pasar fácilmente desapercibido. Así descubrí que mi “hermano” era ahora parte real de mi familia. Y que la chica que me escribía apasionadas cartas de amor durante los primeros meses en el frente se había convertido en la madre de sus hijos.
No les guardo rencor. Oficialmente estoy muerto. Por eso, cada noche voy al cementerio y rezo por ellos arrodillado en la lápida que lleva mi nombre. Nunca le faltan flores.


Texto 15
Haiku


Coronavirus
reunión con la familia
una esperanza


Texto 16
La familia


Recuerdo que cuando estudiaba, 1°de bachiller, plan del "57". Teníamos una asignatura. F. P. S, que definía la familia, como la primera Unidad Básica de Convivencia. Yo no veía que se ajustaba a la realidad que veía por mi barrio. En algunas el padre, estaba no se sabía por dónde, los hijos varones ya adolescentes, circulaban a su libre albedrío. Los pequeños, pasaban en la calle el tiempo que no estaban en la escuela. Era la madre, la que llevaba el timón del hogar, por llamarlo de esa manera convencional, y las hijas las que ayudaban, solo las chicas. Enseguida se sabía cuando aparecía el cabeza de "familia". Los malos tratos también existían. Todo se callaba y si alguno lo sabía, se trataba de ocultar y echar la culpa al tintorro que nubla él entendimiento y confunde el sentimiento.
Nací y me crié, en una tienda de barrio. De comestibles, donde entonces se vendía de todo, y días que no se cobraba nada. Había varias "familias" que era comprar y apuntar. Y si a final de mes se cobraban los puntos, la madre que administraba solía pasarse a pagar. Compra nueva, era necesario poder alimentar a los hijos, y no solo de pan. Entonces en cada casa, había más de un hijo, algunas eran "familias numerosas". Y lo importante para todos era estar en la calle jugando. Al anochecer era la madre, siempre ella, la que les llamaba, para decirles que fueran, ya era hora de cenar. Cena que muchas noches, le tenían aún que pagar.
Yo muchas veces me pregunté, si estas" familias"
Eran las que definían un Unidad Nacional de Conveniencia. Eran tan distintas a la mía.
En algunas también había abuelos, que también eran atendidos y cuidados por la madre, ella la cabeza y el timón de la familia.
En los tiempos actuales, que diferencia señores. Ahora son mono parentales mixtas, de razas y culturas variadas. Se intercambian culturas y tradiciones. Hijos comunes, otros incorporados. Todo esto es enriquecedor, ya es conocido el dicho: El SABER NO OCUPA LUGAR Y EN LA MESA DE SAN FRANCISCO DONDE COMEN 4 COMEN 5.


Texto 17
La familia 


El próximo mes de junio cumpliría 4 añitos, tristemente no lo hará y no podremos cantarle el cumpleaños feliz y yo no podré regalarle la tarta con sus velitas como siempre hice. Una verdadera tragedia, una pena increíble, pero así es la vida, esto es lo que nos ha tocado vivir. Tenemos que sacar fuerzas de flaqueza, y con resignación, seguir adelante. No queda más remedio, la vida continúa.
La criatura nació el recién estrenado mes de junio de 2016, el día 5, un día y mes preciosos. Antes de parirle su madre, residente desde hace años fuera de España, nos comunicó que iba a dar a luz aquí para estar junto a todos nosotros, los suyos. A toda la familia nos pareció una gran idea y lo más natural por otra parte. La familia en su conjunto daríamos la bienvenida al nuevo miembro y lo celebraríamos como siempre en acontecimientos familiares tan señalados.
Los meses y los días transcurrían llenos de regocijo con la llegada de la alegre e instantánea mercancía, que la madre enviaba con regularidad, fotos y vídeos que certificaban la buena salud del benjamín. Así fueron cayendo las hojas del calendario en un diálogo acompasado con las hojas de los árboles en el otoño.
¡Toda la familia felicísima!
Hasta que hace unos días sin nadie esperarlo ocurrió el trágico desenlace. El detonante fue el dichoso vídeo que la hermana mayor envió a las 18.05pm, vídeo de 2.30 minutos de duración, que bastaron para que se me agotara la paciencia, y el pasado jueves, me armé de valor y ejecuté lo que hasta entonces no se me había atrevido a hacer…
Y sí, le di a la opción “salir del grupo”, eran las 19.39 pm del pasado 19 de marzo, “Día del Padre” (¡tiene guasa la fecha señalada!).
La liberación que experimenté no se puede describir con palabras, por fin había conseguido cortar el cordón umbilical, un sentimiento de felicidad infinita me invadió. ¡La de tiempo y posibilidades por explorar!
¡Qué hartazgo del grupo de La Family no los soportaba más!


Texto 18
Nochevieja


Era como todas las Navidades presentes, las cenas, las compañías, buenos vinos, algunas risas. Y la compañía familiar, esa que nunca falte. Pero en el fondo le echaba de menos, su mirada. Víctor.
Y al ser más pequeño siempre pensabas que le pasaría algo. O que otra le hiciera daño.
Era mi temor todavía. Pero era mi realidad y tenía que cuidar de él. Pasara lo que pasase.
Aquella Navidad mi cumpleaños fue diferente faltaba media parte de mi familia.
Añoraba a mi padre, a mi otra abuela, y a mi tío.
Pero ya nada volvería a ser como antes.
Por mucho que intentara justificarlo o cambiarlo.
Lo que fui o sería en este momento dependería de mi.
Era mi logro personal. Encendí las velas de la tarta, de mi tarta pedí un deseo, estar cerca de Víctor. Solo eso.
Le echaba de menos incluso en los largos días de verano. Lloraba y solo quería que pasara para poder verlo.
Era el comienzo de mi nueva vida y debería aceptarlo.
No dudaría de su cariño al volver.
Porque era mi chiquitín y lo quería.


Texto19
Sueño cumplido


¡Por fin volvía a su pueblo! Sus hijas habían cumplido la promesa! Tantas veces les había dicho que quería volver y ahora allí estaba..
Tuvo que marchar siendo muy joven, hacía ya muchos años, eran tiempos difíciles y en esa época la inmigración era una salida común. Por eso, Engracia, su mujer y él, junto a sus dos hijas adolescentes, decidieron marchar a Suiza dónde ya les habían precedido otros familiares que les animaron a hacerlo .A Jacinto le costó mucho dejar su pueblo, nunca pensó que le tocaría hacerlo pero la situación llegó a ser bastante precaria y por eso se decidieron. Su idea, al exiliarse nunca fue la de establecerse allí definitivamente, sino la de trabajar algunos años, dar una buena educación a sus hijas y volver a su pueblo, ya con una economía más saneada.
Los años fueron transcurriendo y las circunstancias no les acompañaron: Su mujer, que soñaba también con volver al pueblo, murió prematuramente y sus hijas que allí habían formado sus respectivas familias, no tenían el menor interés por volver a un pueblo del que apenas recordaban nada.
Jacinto veía que el tiempo pasaba y que su sueño no se cumplía así que un día hizo prometer a sus hijas que lo llevarían a su pueblo y que solo asegurándole que cumplirían esa promesa podría dormir tranquilo. Ellas se lo habían prometido y él contaba los días para que ese momento llegara …
Y éste era el día. ¡Allí estaba él, en su añorado y querido pueblo ¡cómo lo había extrañado! ¡Cuántas veces cerrando sus ojos había recorrido sus calles y asistido a las fiestas patronales! Pero…uánto había cambiado en esos años! Nada que ver con la imagen que él guardaba. Ni la casa familiar se mantenía en pie, construcciones modernas y dispares se imponían a uno y otro lado del pueblo sin guardar ninguna simetría… Lo veía perfectamente ahora, desde lo alto de la colina que dominaba el pueblo y a la que subía a menudo en su juventud para hacer pastar al ganado. Ahora, lo acompañaban sus hijas en aquélla última ascensión: desde allí esparcirían sus cenizas y así cumplirían el sueño de su padre.


Texto 20
Familia


Origen de vida,
penas y alegrías
que nadie escoge
pero todos necesitan,
para crecer aprendiendo
sus lecciones de
amor, respeto,
generosidad y justicia.
En ella transcurren:

- I –
La feliz infancia

Que pasa deprisa
entre juegos,
llantos y risas.
Dejando el recuerdo
de una cuna
mecida por el viento
y de unas amorosas manos,
tejiendo hermosos sueños.

- II –
La rebelde adolescencia

Que rompe moldes y reglas
en continua búsqueda
de la ansiada independencia,
dejando la huella
de juegos prohibidos,
llantos escondidos y
felices ratos con amigos.

- III –
La dulce juventud

Que abre de par el par,
los brazos al descubrimiento
y al amor.
Dejando la estela
de un velero navegando
hacia otros mares desiertos.

- IV –
La serena madurez 

Que crea nueva familia
con los hijos del ayer,
escuchando el grito
silencioso del tiempo
que anuncia: “La obra
comienza otra vez”
con actores distintos
y la trama, también.

- … -

El final esperará paciente
hasta que de nuevo,
el hoy se haya convertido
en ayer.


Texto 21
Refugio nocturno


Nuestro parecido nos llevó a pensar que existían lazos más estrechos que los consanguíneos. Crecimos sintiendo que teníamos mucho en común. La necesidad de estar juntos se impuso siempre. No habíamos nacido el mismo día, pero una extraña condición gemelar se impuso. Fue un misterio que desde niños nos unió.
Yo sentía miedo en las noches. Mis fantasías aterradoras me perseguían, y se inmiscuían en los sueños. Los juguetes alrededor de mi habitación se transformaban en seres amenazantes y deudores de mis deseos inconscientes. Las cortinas eran fantasmas atrapados en terrenos desconocidos. El viento les daba una voz susurrante de protesta, y a la vez hinchaba sus cuerpos haciendo ver su enojo. Mi cobija se iba tornando cada vez más pesada y asfixiante. Todo crujía y estrangulaba. El aire se respiraba denso, y cuando ya era imposible inhalar o gritar, salía corriendo de la habitación. Desatar el llanto en la espesa oscuridad de la casa me ayudaba a animarme poco a poco, hasta que se asomaba el día. En medio de esas noches buscaba a mi madre, pero luego lo tuve que descartar. Mi padre empezó a dejar la puerta cerrada.
Mi hermano mostraba sus miedos a plena luz: lloraba cuando lo mandaban a bañarse, aclamando que sentía un extraño ahogo bajo la ducha. Repetía una y otra vez que no se montaría en los aparatos del parque el fin de semana. Le alteraban los cambios, y los juegos bruscos. Toleraba poco el choque agresivo de los pasatiempos varoniles y las burlas ante su reveces. Su rabia lo llevaba a actuar con golpes y amenazas fuera de toda proporción. Era como un enano que se empequeñecía mucho más con los miedos, y se engrandecía ante la gigantesca impotencia e injusticia.
Muchas veces desperté a mi hermano en esas noches de terrores incontrolables. Y él, con inmensa gallardía, hacía un campamento en la sala, con sillas, sábanas y almohadas, sobre la alfombra persa: allí dormíamos juntos. Para calmarme hablaba de historias de luchas, y de lo confusa que podía ser la imaginación. Se rendía al sueño en instantes. Y yo me sentía protegida por mi valiente hermano, que no le temía a la oscuridad.
Ni mis padres, ni nadie pudo apreciar nunca su gran virtud; todos ignoraron su verdadera esencia, su valor para resguardarme.
Con los años el miedo se convirtió en el espejo que definió su vida.


Texto 22
En casa de los padres ausentes


Qué forma
que no entiendo,
está por aquí
diciendo:
piensa en mi.
Aunque no puedes verme,
estoy cerca,
y me sientes,
puedes sentirme
aunque no puedas verme,
pues a pesar de todo,
estoy presente.


Texto 23
Familias, llamadas y…


Llamó a su hermano, a Barcelona. Las niñas y él bien. Su mujer, atrapada en Marruecos, desesperada.
Llamó a sus primos en Lugo. Su tía seguía ingresada, con sus problemas intestinales. O era un susto como en otras ocasiones, o el próximo viaje a Lugo sería a una Iglesia. Angelines siempre ha sido muy practicante, como casi toda su familia, empezado por su tío Ángel sacerdote, y por su tía Tere, ex monja.
Sus padres, esparcidos por la Sierra de Francia, estaban ahí, esperándole, con la falta de prisa que tienen los muertos.
Su ex mujer, Helen, aislada en su casa de campo de Chester, con media docena de criados a su servicio. La enfermedad la sufren igual los pobres, y los ricos, pero siempre ha habido diferencias. El, con su apartamento de 50 metros cuadrados, en el tranquilo barrio de Delicias, probablemente sea más feliz, al fin y al cabo, se había quedado con lo mejor, en un divorcio, que, con separación de bienes, le dejaba con su viejo R-5 rojo, y todos los libros que había ido atesorando nómina tras nómina.
Estaba pues, muy bien acompañado, y con múltiples destinos a elegir. En estos días podía disfrutar de la pausada lectura de todos los textos de sus compañeros del taller de escritura creativa, ya que algunos, por tiempo, no había podido leer.
¿Pueden ser familia los libros? Teniendo en cuenta que convives con ellos, les limpias el polvo con cuidado, disfrutas, lloras y ríes con ellos, te apenas cuando acaba vuestro viaje juntos, deberíamos decir que sí.
Si a sus escasos miembros de su familia llamaba poco, con sus amigos, la familia que se elige, de diferentes ámbitos y épocas, estaba en contacto con grupos de eso tan práctico que es el Whatsapp. En uno demasiadas bromas, y poco sentimiento. Así que llamaba a aquellos a los que más apreciada, que, puede presumir, son bastantes. En otros grupos los mensajes eran escasos, hablando simplemente de la situación de cada uno, y sus familias. Y, a pesar del dichoso Whatsapp, hacia llamadas a muchos seres queridos repartidos por todo el país. Tanto familia como amigos. Más de las que recibía, la verdad.
Cuando fue a hacer la última llamada del día sintió que su reencuentro con los hermanos Karámazov quedaba aplazado sine die.
Se había resistido a hacerlo pero se sentía morir, marcó el 900222000…


Texto 24
La matriarca


Me gusta la nieve sucia porque tiene vida, solía decir.
Durante 104 años la noche de Reyes fue siempre el cumpleaños de la abuela Marce. Esa semana, de Nochevieja a Reyes, todos los miembros de su familia la reservaban para celebrar el acontecimiento. Llegaban desde todos los lugares. Y no sólo eso, un desfile de vecinos del pueblo, y hasta gentes de fuera, venían a felicitarla; para muchos de ellos fueron sus manos llenas de caricias el primer contacto que tuvieron con la vida fuera del útero materno, antes de cortarles el cordón umbilical.
La abuela Marce, se vestía con su mejor sonrisa y ese día crecía. Crecía una barbaridad. Su metro cuarenta pasaba a ser de dos diez, o más. La casa familiar hervía de bullicio y preparativos: hija, nietos, bisnietas, tataranietas; incluso Adela, de la que se rumoreaba estaba un poco loca y osaba discutirle a la matriarca, cuando se liaban saltaban chispas. Discutían, eso sí, con la pasión desbordada que da la tranquilidad del amor más absoluto.
Una de las cuestiones que generaba controversia en aquellas celebraciones era la colocación de la mesa a la hora de la cena. Aunque la mesa familiar se podía alargar, no cabían. Todos los años se repetía la misma escena: cómo añadir la mesa auxiliar, cuadrada, que no se adaptaba al formato ovalado de la principal, y lo que era peor: quién se sentaba entre ambas mesas. Pues esto suponía que había dos personas que le daban un poco la espalda a los de la mesa auxiliar, y allí nadie quería perderse nada. Entonces, la abuela Marce se sentaba en una de las uniones y sonreía mirándoles, se acabó el problema, decía su mirada. No existe tal. Eso sí, cuando se cansaba, ya con sus noventa y muchos, Marce, sin mediar palabra, pasaba por debajo de la unión de ambas mesas, a gatas, apoyando su mano en la rodilla de Adela, esta veía aparecer su cabecita blanca de pelo ondulado y moñete trenzado oliendo a Maderas de Oriente. Me voy a la cama, decía, hacéis mucho ruido. Y marchaba riendo.
En realidad, dentro de aquella familia, la abuela Marce, era la única con la que nadie tenía lazos de sangre. En los años cuarenta adoptó a una niña y esta tuvo descendencia. No hubo lazos de sangre pero, por decisión personal de cada cual, todos bailaron al son de sus deseos.


Texto 25
Familia de sangre


Es lo mejor y lo peor la familia de sangre. El amor se exacerba en la madre cuando le nace un hijo, es el misterio de la tierra. Quizá una noche, Adán, el despistado, lo hubo concebido con ella, fertilizo la tierra como aguacero y sol.
Se amaban con otro amor, suponemos. La lucha comenzó entre llantos de la criatura egoísta que, a veces, sonreía y le perdonaban todo.
Pero ay, casi siempre nace un segundo, la parejita, dicen ingenuos. Ha nacido Caín, que observará a su hermano con avidez y cierta envidia, por si le quieren menos.
Si Abel, el primogénito es bueno y luego prospera, él y los hermanos que se añadan son también caínes, por mucho que el mayor haya jugado con ellos, les haya contado cuentos, haya ayudado a la madre y recibido algún que otro golpe de los “pequeños”. La envidia pues, casi el odio, se apoderan de ellos poco a poco, entre besos y carantoñas y juegos violentos.
Los padres siempre creen que luchan por todos por igual, no se enteran de gran cosa, la Navidad, los cumpleaños lo encubren todo.
Pasa el tiempo, los padres mueren, todos lloran, mas comienzan las horas de terror: de disputarlo todo con la connivencia de cuñadas y cuñados.
Despiertan los demonios más ocultos y se mezclan los odios con dinero. Casi siempre Abel ha sido malo y es el culpable del mal reparto de los padres, del reparto del amor, que no aparece por ningún lado, injusticia terrible o así lo creen. Se pelean con una violencia inaudita, feroz, que nace de los arcanos más ocultos. Lo más normal es que dejen de hablarse, por años, para siempre, eso nuca se sabe con certeza. A veces disimulan ante la familia más lejana, ante la opinión pública con gran violencia interior.
Un día, la casa familiar, abandonada, da problemas a los vecinos y hay que actuar. El que había sido un hogar, amenaza ruina, se ha llenado de moho por la humedad de las goteras que, en el comedor, tal vez haya cubierto esa foto de los padres en que parecían una pareja de cine. Grietas en las paredes, los muebles se han carcomido y deteriorado. Las fotos y los libros de todos amarillean de tristeza.
Cuando la casa se va a caer y hay que pagar tanto desperfecto antes de que sepulte a algún vecino, o si algún hermano enferma gravemente, un latido interior les pone a todos la sangre en pie, crea de nuevo un dolor de raíces y el amor de los padres aflora.


Texto 26
Anagrama


Una madre enciende las luces de una habitación. Dos bebés andan a gatas a lo largo del pasillo: uno no tiene nombre, la otra se llama Luna. Por las ventanas se oye al mar respirar. Las olas acarician a dos enamorados.
La madre, con cincuenta años en las manos, pelo suelto y sonrisa de jazmín, abre la puerta a los chiquillos. Se sientan en las sillas de clase y aprenden la lección. El niño sin nombre toma apuntes, Luna alza la vista y ve a los enamorados enterrados bajo la arena. Las notas de cada uno están pegadas en dos puertas diferentes: El niño asciende por unas escaleras y se convierte en abogado penalista, Luna aprieta un pomo y pasa, de puerta en puerta, sin rumbo fijo. Algunas veces vuelve al mar a enamorarse.
La madre se llama Flora. Ya tiene setenta años y le ha dado un derrame cerebral la semana pasada. Su hijo ha recurrido a meterla en una residencia instalada en una habitación contigua para que reciba todos los cuidados que necesita. Ella resiente, pero su salud empeora en los posteriores cinco años. Al final accede a desgana. Flora no vuelve a abrir ninguna puerta; termina mirando las flores el resto de si vida. Algunas veces sus hijos van a visitarla, pero nunca lo hacen juntos. Luna ha encontrado trabajo fijo en otra residencia contigua a la de su madre. Ya no suele mirar por la ventana; se pasa la vida administrando pastillas y viendo a la muerte pasar por delante de sus ojos. Su hermano se ha enamorado de una muchachita de ciudad con un buen trabajo. Se casan a los tres años de conocerse; tienen dos hijos, un chalet a las afueras y una interina. Con el tiempo desaparece su amor y se divorcian.
—Espérate a que crezcan los niños
—Los niños ya lo saben.
Su hermano cae en depresión porque en el fondo sabe que es culpa suya. Los niños van a visitarle los fines de semana. Luna conoce a un reponedor muy lindo al hacer la compra y pasa con él el resto de su vida.
Ambos se hacen viejos. Se dan cuenta porque la gente comienza a tratarles de forma distinta. Cruzan, como su madre, una última puerta, y ante ellos contemplan una pared de cristal.
—Parece que hemos llegado
En el cristal se reflejaba toda su vida
—Tú primero, Nico.


Texto 27
Rutina doméstica


Aquella noche salió tan cansado del trabajo que, tras llegar a casa, decidió irse directo a la cama. Solo se paró para ver que sus dos pequeños dormían plácidamente. Su mujer ya estaba dormida, la miró y pensó que nunca la había vista tan preciosa como esa noche con ese camisón rojo de seda pegado a su cuerpo. De repente, ella se despertó y en vez de gruñirle como todas las noches, le miro fijamente a la cara y se abalanzó a sus brazos como una posesa. Estuvieron haciendo el amor hasta bien entrada la madrugada y luego se quedaron dormidos, exhaustos por esos momentos de lujuria y pasión. El despertador sonó a las ocho y se levantó sigilosamente para ir al trabajo, le dio un beso en la mejilla a su mujer, se tomó un café y comprobó que sus hijos seguían durmiendo. Al salir a la calle, se dio la vuelta hacia su casa y se asombró al ver que no reconocía el edificio. Un poco asustado, también se dio cuenta de que no conocía a esa mujer y que tampoco tenía hijos. Pero decidió que regresaría esa misma noche. La verdad es que hacía tanto que no hacía el amor… Además, siempre había soñado con tener una familia.

* * *


Fuera de concurso
Aguafiestas


Mesa preparada con todas las exquisiteces necesarias para la Cena más importante del año. Un total de treinta platos elaborados en su totalidad por la amante de master chef y cocinera frustrada, prima cocinitas. Las demás no quieren ser menos, así que, a la escasez de platos, se suman las especialidades de cada una de las féminas que no quieren permanecer en la sombra y/o recibir las críticas familiares atribuidas a su torpeza, inutilidad, ineficacia, ineptitud, incompetencia, incapacidad, invalidez. (Súmense aquí todos los –in imaginables adecuados al contexto, incluso los todavía no creados pues todos serán pocos).

La elegancia en el vestir se disfruta, por descontado, en cada trapito preparado para la ocasión. Meses y meses de gestación desde la idea hasta la ejecución final. Todo perfecto: maquillaje, accesorios, perfumes en el aire, taconazos, peinado de peluquería ¡cómo no!, sonrisa “Profident” a juego con la ropita. ¡Uy, qué elegante te has puesto! ¡Estás guapísima! ¡Ese color te sienta de maravilla! Muchos halagos en el aire y pocos o ningún agradecimiento, pues claro, un “gracias” denota bajeza e inferioridad. Y esta noche no es la apropiada para demostrar debilidades.

Muac, muac. Saludos pertinentes. ¡Qué ganas tenía de verte! ¡Se me estaba haciendo el año larguísimo! ¡Si no hubiera llegado este día, me habría venido a verte, seguro! ¡No sabes cuánto te he echado de menos!

Y entre comentario, besito, abrazo, mirada por encima del hombro y examen cargado de envidia, llega la hora de sentarse a la mesa. ¡Uy, chicos, sentaos que van a ser las diez y, si no, a la tía Caridad no le va a dar tiempo a llegar a la Misa del Gallo!

Tres, dos, uno. Pistoletazo de salida.

Veinticinco personas situadas alrededor de la mesa pensando en qué es lo primero a lo que se le va a hincar el diente. Bueno, veinticuatro este año, pues el tío Domingo, que siempre es el primero en llegar a estos eventos hablando en tono altavoz para que su presencia no pase desapercibida, todavía no ha llegado.

–¡Qué raro! ¿Dónde está el tío Domingo?
–Yo qué sé, déjalo que últimamente no hay quién lo aguante.
–Pero sin él, ¿quién va a alegrar la noche? ¡Si es el más dicharachero y gracioso!
–Que venga cuando quiera, ya sabes que siempre tiene que encontrar una forma de dar la nota. Me tiene hartita.

El primer comentario de la noche rompe el hielo y todos comienzan a ponerse al día de los acontecimientos del año:

–¿Sabéis? Me dieron un premio en la exposición de pintura que hicimos este verano en la sala de muestras de la playa.
–¡Enhorabuena! ¡Qué bien! Yo ya leí la tesis, me pusieron un Cum Laude. No me lo esperaba.
–¿Sabéis que a mi Felipe le han hecho fijo en la empresa? ¡Ya era hora porque trabajaba como un burro! Casi no nos hemos visto desde que volvimos de la luna de miel en las islas Malvinas.
–Pues a Diego le han hecho Jefe del Departamento. Por fin le han premiado por su valía.
–¿Y tú Belén? ¿Sigues en paro?
–¡Sí! Sigo haciendo performances por mi cuenta.
–A ver si el próximo año te haces famosa y te vemos en la tele.

–Y Alejandro? ¿Qué tal en la guarde?
–Genial, Bego nos ha dicho que es un niño superlisto y despierto para su edad.

–¿Y tú, Pili? ¿No nos cuentas nada? ¿Algo debes esconder porque estás muy sonriente?
–No, ¡Qué va! Estoy concentrada en probar todos los platos. Marta, las tartaletas de morcilla con champán te han quedado de miedo.

–¿Oye, habéis probado la mousse de nueces que he preparado yo?
–Pues yo espero que os guste la tarta de brownie con mousse de turrón.

De repente, una de las más arregladas para la ocasión se levanta de su asiento y hace sonar una cucharilla con su copa de vino. Carraspea con intención de hacer silencio y, cuando ha atrapado la atención de todos los comensales, suelta con orgullo.

–¿Sabéis? Dimitri y yo nos casamos en noviembre. Hemos elegido esa fecha porque así pueden venir más familiares suyos a la boda. Ya sabéis por el trabajo. Ahora tenemos que buscar alojamiento para todos los invitados. ¡No sé cómo lo vamos a hacer!

Pili, la más cercana a la puerta, oye lejano el timbre entre el tumulto de felicitaciones, abrazos y besos desencadenados ante la Buena Nueva y se acerca a abrir. Imagina que es el tío Domingo, alias Torrente, que viene, ya contentillo, con alguna botella del champán más caro que haya encontrado a última hora para brindar después de la cena.

Sí, es él. Pero Pili no deja de abrir los ojos y echarse una sonrisita al ver a su tío vestido con una túnica color azafrán, la cabeza rapada y una japa de numerosísimas cuentas alrededor de sus manos. Entra entonando una y otra vez la frase “Hare Krishna”.

Al entrar en el salón, los veintitrés asistentes restantes se quedan mudos. Durante unos segundos que parecen horas, se produce un silencio acompañado de cabezas y miradas gachas, bocas abiertas y ojos tan grandes como los platos que adornan la mesa. Al final, su mujer estalla en un grito:

–¿Tú eres imbécil o qué? ¿no te dije que no se te ocurriera venir a cenar con esa pinta? Bastante tenemos con aguantar tus gilipolleces en casa como para que encima nos dejes en ridículo delante de todos. Mañana mismo me divorcio.

Comentario al cual el tío Domingo contesta con una inclinación de cabeza:

–Hare Krishna a todos.

Toñi Martín del Rey

Tango, la vida en una habitación

En estos días de confinamiento quizá hayamos sido conscientes de lo duro que resulta transitar de un lado a otro de la casa sin poder salir y de las múltiples tareas rutinarias que se producen en una casa.
La sesión de hoy, prevista desde hace tiempo, la tendremos a distancia y la hemos titulado "Tango, la vida en una habitación"
Una habitación. Un balón. Un niño. Este entra en una habitación para recuperar su pelota. Despacio, lentamente el habitáculo entero se llena de personajes extraños, pero de acciones cotidianas, todos ellos con la intención de repetir indefinidamente el mismo gesto. Y todo ello ocurre en un plano secuencia.



Veamos algún breve texto para entender mejor el propósito de Zbigniew Rybczynski con su cortometraje "Tango". Carlos Caridad Montero señala:

Llevaba rato queriendo publicar algo aquí de Zbigniew Rybczynski, pero había encontrado poco, o nada. De hecho, ahora sólo he conseguido su filme Tango, ganador de un premio Oscar en 1983.
Autor de cortometrajes experimentales que se han convertido en clásicos y director de fotografía, el polaco Rybczynski es uno de los cineastas más innovadores de las última tres décadas. Fue pionero en el uso de la televisión de alta definición, es autor de varias patentes en los EE.UU., y desarrolló del software para chroma key Zbig. En sus cortos, Rybczynski conjuga animación con efectos especiales, efectos de cámara, efectos ópticos y digitales.
En Tango, 36 personajes que representan 36 momentos o planos temporales, se superponen unos a otros en una habitación.
En la realización de este cortometraje de 8 minutos, Rybczynski invirtió 7 meses —a un ritmo de trabajo de 16 horas diarias—, elaboró 16 mil láminas e hizo cientos de miles de exposiciones en una máquina de efectos ópticos.
Fue un milagro que el negativo aguantara todo este proceso y al final sólo tuviera daños menores, y que yo sólo cometiera unos cientos de errores matemáticos de varios de cientos de miles de posibilidades.

Aquí dejamos el cortometraje. ¿No os recuerda al camarote de los hermanos Marx?:





Propuesta de escritura:

Observa bien lo que ocurre en el cortometraje. Haz incluso un listado con los diferentes personajes que aparecen en el plano secuencia y con las acciones que realizan.
Tienes varias posibilidades para escribir:

1. Elige un personaje y escribe un monólogo que lo vincule con la acción que realiza en la habitación. No tengas en cuenta a los otros actores y actrices de la escena.

2. Elige dos personajes lo más contrapuestos posible y establece un diálogo entre ellos.

3. Trata de contar una historia en la que tengan cabida todos los personajes que conforman la escena.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Perdido en un bucle

Entró en casa balanceándose. Tuvo que cogerse a las paredes para no caer, ya le había costado un mundo atinar con la llave en la cerradura para abrir la puerta. Iba desaliñado, con la mitad de la camisa fuera de los pantalones, sucio y con los ojos desorbitados. Su aspecto le delataba: estaba ebrio, no cabía la menor duda. Llevó la mano derecha hacia su cara y comprobó que estaba manchada de sangre: tenía una pequeña herida en la cabeza. ¿Cómo se la había hecho? No tenía ni idea. Tal era su borrachera, que no recordaba nada de lo que había ocurrido esa tarde.
De pronto notó que no estaba sólo. Un desfile de personas desconocidas pasaban por delante y por detrás de él. Cada uno iba a lo suyo: un niño entraba por la ventana para recoger un balón, una señora amamantaba su bebé, un caballero depositaba un paquete encima del armario, una niña hacía los deberes, otra señora dejaba un plato en la mesa del que seguidamente comía otro señor, un chico en camiseta y pantalón corto hacía gimnasia, una mujer dejaba más bolsas en el guardarropa, un operario manipulaba la bombilla del techo y recibía una descarga, una pareja de jóvenes se manoseaban y se tumbaban sobre la cama, una señorita completamente desnuda se vestía…. La cabeza le iba a estallar. Había muchos más personajes que iban y venían, pero no se veían entre ellos, no se oían, no se tocaban…
Intentaba comprender qué estaba sucediendo. Hacía ademanes para llamar la atención de las personas que ocupaban la habitación pero, de repente, él también desaparecía para volver a aparecer en breves instantes. ¡Estaba perdido en un bucle temporal! El tiempo le estaba jugando una mala pasada, ahora no transcurría de forma lineal. Se le ocurrió pensar que era el momento de preguntarse ¿Qué fue primero el huevo o la gallina?
Y un ataque de risa tonta le devolvió a la realidad: ¡Menuda tajada llevo!

Maxi Moreno
Grupo B


Mi vida

Halina está tumbada en la cama. No puede dormir porque se le agolpan demasiados recuerdos como para dejarle espacio al sueño. Una pelota entra a través de la ventana y ella se levanta a recogerla. Se detiene un momento, mira a su alrededor, y medita:

En esta habitación se compendia mi vida.
Por aquí andaba la tía Mara, la hermana de mi abuelo, que, cada noche preparaba la cena en esta mesa y cantaba, indiferente a que yo estuviera haciendo los deberes. Más tarde llegaba su hermano, siempre en camiseta, y tomaba la aromática sopa que le servía la abuela. Todavía puedo oler la col y el cilantro.
La casa de mi niñez estaba poblada de personajes como aquel teatro de cartón que me regalaron una Navidad. Vivían con nosotros mis tíos, Andrej, el policía y Lukah, el fontanero que lo arreglaba todo. Más tarde mi padre lo añoraría mucho porque él era muy torpe para las chapuzas, no podía cambiar una bombilla sin hacerse daño.
Puedo evocar a papá entrando por esa puerta con su librea y su sombrero rojos, me parecía un príncipe salido de un cuento. Y a mamá con las bolsas de la compra y su eterna preocupación por el dinero. Al pobre Teodor, mi hermano el deportista, a quién trató tan mal la vida. Cuando salió de la cárcel mis padres no le permitieron regresar a casa y él nunca los perdonó. Por eso, papá siempre creyó que fue él quien robó los ahorros de la abuela. ¡Ah! Y Lilith, mi hermana mayor, cuya figura yo envidiaba tanto. Despertaba tanta envidia entre las vecinas que, para herirla, no perdían ocasión de llamarla desvergonzada. Y el señor Novak, a quien mis papás tuvieron alquilado el cuarto de Teodor, aún puedo verlo fisgándolo todo y vestido solo con su horrible bata.
¡Toda está entre estas cuatro paredes!
¿Quién me iba a decir que, Janush, el niño que se coló por la ventana a recoger un balón, sería el padre de mi hijo? En esta misma cama lo concebimos. ¡Cómo olvidarlo! En esta sala lo amanté, aquí mismo lo limpié y cambié muchas veces.  Me parece ver a mis suegros cuando vinieron a conocerlo, con aquel ridículo ramo de flores silvestres. También aquí el niño jugó con nuestro perrito Tango. Janush lo sacaba cada noche porque mi turno acababa tarde, y llegaba derrotada de limpiar los enormes pasillos del hospital. Cuando empezó a beber más de una vez se dejó al pobre perro en la calle, aunque él se las arreglaba para volver. Y arañaba y gruñía triste en la puerta como si pidiera perdón.
Tantos, tantos recuerdos, encajados en esta habitación que empiezan a mezclarse como si el tiempo se hubiera diluido y no pudiera discernir claramente qué sucedió antes y qué después. En mi cerebro se juntan todos mis seres queridos y cada uno interpreta con machaconería su papel. Se me llena el cuarto de personas, empiezo a confundir sus nombres y a olvidar sus caras. El corazón se me estremece dolorido ante tanta confusión.

Pepe Lorenzo
Grupo B


A todas luces

¡Cómo voy a confesar que me da miedo cambiar una bombilla! ¡Qué las alturas me aterran! ¡Por Dios! ¡He sido toda mi vida electricista!..Mi abuelo lo fue, mi Padre… Ahí voy…el machote, el que arregla los enchufes, las placas de la cocina…Me persigno… Tres veces antes de subir, me tiemblan las piernas, sí, ya sé, sólo es una silla… Mejor no, siento como si me vigilasen…A la de tres: Una, dos y ¡Tres!...Arriba…Parece que todo va a bien… No, no encaja con el casquillo ¡Me ha parecido ver sombras!
Ahhhhhh….
Pero ¡Cómo voy a confesar que me da miedo cambiar una bombilla¡ ¡Qué las alturas me aterran!...

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


Pasando la mopa

Soy la mujer que pasa la mopa en la película.
Con ello quiero visibilizar una actividad que unas veces se hace porque forma parte de un trabajo, otras por higiene del hogar propio o ajeno.
En cualquier caso, las labores de limpieza están infravaloradas. Solo se valoran cuando no se hacen o cuando no se hacen bien. Son de las cosas menos gratificantes que se pueden hacer. Siempre hay algo más que limpiar. Nunca se termina del todo. Las posturas corporales que adoptamos son lo peor para la espalda. Por mucho que nos movamos, esa actividad no cuenta como ejercicio físico.
Si a alguien se le ha ocurrido pensar que limpiar relaja, que tiene algo terapéutico, yo le diría que es al contrario. Empiezas a limpiar y todo lo ves sucio. No es que sea adictivo, es neurotizante.
A partir de mañana, disfrutaré de un mes de mis merecidas vacaciones.

Teresa Sanz
Grupo B

III Certamen de Escritura Creativa

Bases:

Abierto a: Los participantes del taller de Escritura Creativa “Casa de las Conchas”
Premio: Un aplauso generalizado y varias sonrisas.
Tamaño: Se podrá presentar una sola obra, escrita en castellano y con NO MÁS de 400 palabras
Tema: LA FAMILIA

La obra será original, inédita, no premiada anteriormente en ningún otro concurso, ni sujeta a compromiso de edición. Tampoco podrá estar pendiente de fallo en cualquier otro concurso en la fecha en que finalice el plazo de presentación a este. Debe ser una obra original y creada para este concurso. El plazo para presentarse al concurso finaliza a las 20,00 h. del domingo día 29 de marzo de 2020. Antes de esa hora, la obra deberá ser remitida al correo de Raúl Vacas, especificando en el ASUNTO: III Certamen “Taller de Literatura Creativa”.

Desde el martes 31 de marzo hasta el sábado 4 de abril a las 20h, todos los participantes del taller, podremos leer las obras participantes en el blog y repartir 6 puntos entre los textos que prefieras.

(Se pueden dar 3,2,1 ptos o 3,3 ptos, o 2,2,2 ptos o 2,2,1,1 ptos, 2,1,1,1,1 ptos o 1,1,1,1,1,1 ptos. 
La máxima puntuación será 3. No valen por tanto otras formas de puntuar como 5,1; 4,2 ó 6)

La votación se enviará a raulvacaspolo@yahoo.es mediante un mail con el ASUNTO: Votación

El lunes 6 de abril, Raúl solo hará públicos los textos con mayor puntuación.

Máscaras

El lunes pasado dedicamos la sesión a las máscaras en la literatura. Hablamos de Gastón Baquero y su espléndido poema "Memorial de un testigo", del libro Travelling de Luis Felipe Comendador, de Oliverio Girondo y su cóctel de personalidades y sobre todo de José Manuel Díez, autor del excelente libro Baile de máscaras, premio Hiperión de Poesía en 2013.




En la presentación que hicimos de Baile de máscaras en la librería Hydria afirmé lo siguiente:

"Este ejercicio de asomarse a la historia -llena de personajes notables y seres anónimos- para expropiar por un instante sus voces y sus vidas –como señala Manuel Rico en su crítica del libro en Babelia– lo hace de forma magistral José Manuel Díez [...]
Adentrarse en
Baile de máscaras es como adentrarse en un probador. José Manuel se va probando las máscaras de diferentes personajes, en un recorrido por la memoria de varios siglos, para asumir sus voces y llevarlas al poema. La expresión “ponerse en el papel” cobra aquí, por tanto, un doble sentido.
En ese recorrido cronológico, que va desde el año 1257 al 2011, el poeta ahonda en los diferentes personajes que marcan su itinerario de escritura -su línea del tiempo particular- para hablarnos de lo que fueron o de lo que pudieron ser. Muchos de esos sucesos son reales, otros son recreados o ficcionados por el poeta.
Hay en esa tarea de asumir otras voces una crítica muy personal sobre el mundo que nos oprime y nos rodea, sobre el individuo en medio de un gran baile colectivo donde cada cual lleva su propia máscara. Y en esa búsqueda de otra nueva identidad, en ese sueño de ser otro en otro cuerpo, José Manuel se nutre de un tono conversacional y de una primera persona impostada, la de cada personaje para encarnar mejor el papel.
El poeta deja a un lado su yo poético para mirar por otros ojos, que en realidad son los mismos pero ocultos tras la máscara. Veremos, al leer el libro, que predominan la segunda y la tercera persona, las que nos permiten acercarnos al otro con palabras distintas.
En ese marco, elaborado con retazos de historias, pensamientos y sentimientos, José Manuel reclama el protagonismo del hombre, de forma aislada, frente a una sociedad que se transforma cada día y que se pone mil máscaras. Le da voz a los sin voz y pone de relieve el valor que en muchas ocasiones la historia niega a los hombres, y en especial a la mujeres. Nos habla, en definitiva, del triunfo del individuo en esta gran mascarada que es la sociedad. Defiende la importancia de la duda y del asombro como forma de conocimiento de la realidad y la vida. Se pregunta una y otra vez por las cuestiones, sencillas o inabarcables, que desde siempre se ha formulado el ser humano [...]"

Dejamos aquí un botón de muestra:

LA JOVEN ELSA BROSNAN DEFIENDE SU BELLEZA LEGÍTIMA FRENTE AL ESPEJO DE UNA HABITACIÓN DE HOTEL (HILTON GARDEN INN. SAINT PAUL, 1985)

No soy la fea.
También soy la muchacha de ojos verdes
que recita a Tagore de memoria
y se desnuda a solas
frente a espejos que niegan la belleza legítima.
También soy la inocente, la que busca
respuesta en las canciones de Otis Redding,
en el cine de Chaplin,
en los largos paseos del brazo de una amiga.

No soy solo la fea.
También soy la muchacha imprevisible,
la que, mientras las otras deliberan
por tristes pretendientes,
baila con ademán, desparejada.
De entre todas, tal vez, soy la más dulce,
la más encantadora,
la que besa mejor a sus pocos amantes.

No soy solo la fea.
también soy la muchacha diferente,
la que a todo suspira,
la menos pudorosa en la alegría,
la que, mientras las otras se entretienen
con flores, con viajes o con joyas,
prefiere optimizar su desventura
de ensueños improbables
confeccionando versos, melodías
o postales anónimas desde Roma o San Gall.

Afortunadamente, no soy solo la fea.
También soy la muchacha virginal, la agraciada
con el don de ser libre, libre, libre.

Y tengo la sonrisa más bella de la Tierra.
Me lo ha dicho mi padre.

José Manuel Díez
Baile de máscaras


Propusimos como tarea escribir un texto, prosa o poesía, en la misma línea que los de José Manuel así que echamos a suertes diferentes contextos y acontecimientos sobre los que realizar el trabajo:

a) Yo estuve allí, el día en que Cristóbal Colón partió rumbo a América.
b) Yo estuve allí, el día en que Isaac Peral inventó su artilugio sumergible.
c) Yo estuve allí, el día en que Don Miguel de Unamuno pronunció su discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca frente a Millán Astray.
d) Yo estuve allí, en los últimos momentos de vida de Federico García Lorca.
e) Yo estuve allí, el día en que tembló Salamanca como consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755.
f) Yo estuve allí, el día en que Galileo compareció ante el Santo Oficio.
g) Yo estuve allí, el día en que el hombre pisaba por primer vez la luna.

Estos son algunos de los trabajos recibidos:


Con Pessoa
“Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo”
Fernando Pessoa



Allí estaba yo, turista en Lisboa disfrutando de un café.
Se estaba poniendo la tarde y me invadió esa sensación placentera
de cuando no esperas nada ni a nadie
ni nada de nadie…

Poco duró. Pues fui interrumpida por Pessoa,
un hombre de apariencia extraña,
con sombrero y capa
que, sin preguntar,
cogió una silla y se sentó a mi lado.

No reaccionó ante mi asombro y tan solo dijo
que su horóscopo le había contado
que un periódico había informado
que un juez había declarado
que una paloma mensajera había anunciado
que por estos tiempos que corrían,
había que fiarse solo de las apariencias.

Alba Bermejo
Grupo A


Tribunal de la Inquisición
12 de Abril de 1633

Seis días después de mi cumpleaños acompañé al maestro Galilei a comparecer ante el Tribunal Inquisidor. Fui como su lazarillo. Antes, para la celebración, habíamos comido rosquillas y queso de cabra en casa de mi familia, con una infusión de yerbas que lo habían reanimado. Estaba muy contrariado por el escándalo e intervenciones referidas a su último escrito. Un año atrás se advino la gran polémica por la publicación del “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, en donde él satirizaba la cosmogonía geocéntrica: “Tú has fijado la Tierra firme e inmóvil…”, decía uno de los dialogantes.
Fui un alumno, o más bien alumna del maestro Galileo. Para poder estudiar en la Universidad de Padua me disfracé de hombre, en complicidad con mi familia y la de él. Yo fui quien contestó a muchas de las últimas cartas venidas del Colegio Romano y del Santo Oficio interpelando al maestro. Él me dictaba algunas frases, que no abandonaría para defender la postura científica. Yo las atenuaba. Él ya estaba enfermo, cansado y casi ciego.
Ese mes de abril le obligaron a acudir desde Florencia hasta Roma, a pesar de su minusvalía física. La indignación de la Iglesia se había exacerbado porque Galileo además de ser acusado de violar la prohibición del 1616 (presentar prueba científicas de sus hipótesis) había escrito su obra en lengua vulgar, y no en latín, como se exigía para que estos escritos no llegaran directamente al hombre de la calle. Creo que gracias a esta trasgresión la visión general del mundo dejó de ser tan ingenua, aunque no fue suficiente para abrirse ante la ciencia sino hasta unos cuantos siglos después.
Las sesiones en el Tribunal fueron interminables. Hasta yo me sentía extenuada. Contestaba y defendía sus argumentos una y otra vez. Había fabricado un microscopio compuesto (en septiembre de 1624), decía: y eso le daba una visión exacta y comprobatoria de su teoría. Esto no contradecía las escrituras bíblicas. Galileo a veces se vencía ante las largas apelaciones y lecturas complejas de versículos bíblicos. Yo lo tenía que despertar, pero como si no se hubiera perdido de nada, respondía coherentemente a la pregunta final.
Por faltas probatorias de los comunicados que le advertían sobre la improcedente de sus escritos, ya como última instancia se le impuso abjurar de sus ideas, bajo amenaza de torturas. Sentí el temblor en su cuerpo en esos instantes. Estaba dispuesta a acompañarlo hasta la muerte ante su negación. Pero él abjuró y lo condenaron a prisión perpetua, aunque dándole la concesión de que fuera confinado en su propia casa. Sentí que el mundo se había salvado, no solo él. Sabía que continuaría a su lado escribiendo sus ideas en la estancia segura de su hogar.
Al levantarnos de los asientos, al mismo tiempo que sus jueces, el ruido de los pasos, el movimiento de sus pesados trajes, y los murmullos de su omnipotencia en el recinto, se confundieron con el eco de la última sentencia que le escuché al maestro: “Y, sin embargo, se mueve”… Se hizo un silencio repentino en la sala. Galileo Galilei continuó caminando, arrastrando sus pies con una mayor cojera, y muy apoyado en mí para lucir más ciego y más indefenso que antes.
En ese tiempo había una epidemia de peste en Italia. Morí antes de que pudiera tomar las notas de su sexta y última parte de los Discursos…

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Venceréis pero no convenceréis

Salamanca 12 de Octubre de 1936.En el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se celebra la fiesta de La Raza. Surge un altercado entre Millán Astray y Unamuno. Este hecho tuvo influencias, primero en Unamuno que fue destituido de su cargo como rector de la Universidad y en el resto de la sociedad, en pocos meses fue traducido y narrado por numerosos medios a, lo largo y ancho de Europa.
Esto ha sido utilizado a lo largo de los años para representar el triunfo de la inteligencia contra la fuerza.
22 de Noviembre de 2019.Severiano Delgado, presenta su libro sobre el Mito de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. ESTE ESTUDIO acaba de hacer añicos este mítico episodio después de más de 8 décadas.
El autor busca alzar a Unamuno en papel de valiente que se atreve a enfrentarse al infame militar.
Unamuno vivió confinado en su casa en resignada, desolada, desesperación y soledad. Y gran paradoja su féretro fue portado por falangistas.
Marzo de 2020.dialogo y no entendimiento entre nacionalistas y españoles.
Después de 84 años. Ese famoso suceso sigue vivo. Y el diálogo no lleva a ningún entendimiento.

Pepa Agustín
Grupo B


Lepanto

Yo vi Nafpaktos (aproximadamente),
y alguien dijo “es Lepanto, fuerte abierto
hacia el mar, Cervantes en tierras griegas.

Se alzó tu espíritu,
en estatua que nunca está a la altura,
sangre del Manco en las nubes
del atardecer de oro y agonía,
en éxtasis guerrero: “La más alta ocasión
que vieron los siglos”, escribirías.

Oigo los ecos del combate en silencio,
fulguraba tu alma, ardía,
nobleza y honor más tarde en el Quijote,
condensaste el honor en tu criatura,
que fallara la vida sería sólo
un accidente.

La tarde, decayendo, me habló de ti,
habías conquistado el dolor y la gloria,
y la esencia de los dioses,

Grecia te acogerá para siempre.
Dormitando soñé que era Ana Franca,
tu amante apasionada,
grumete disfrazada te curé las heridas,
a besos si hubiera podido
y el cirujano no me interrumpiera.
…”Ana”…”Ana”, en medio de la fiebre,
hubiera rescatado tu sangre en un cáliz.

Imagino que piensas:
“Te amaré como un loco,
el mar y tú sabréis mi gran secreto,
Te amaré más que a la gloria”.
No habrá un hombre como tú en mi vida,
no te canses, las vendas
no pueden sujetar tanto ardor, tanta sangre.

Y yo, Ana Franca, silenciaré a la fuerza
un amor imposible, que a las distancias
y que a los siglos venza”.

Emilia González
Grupo B


Galileo

Lo sé muy bien porque lo viví de cerca. No se me pregunte cómo puede ser, cada cual tiene sus secretos y si algo revelo ahora es tan solo por razón del encargo que se nos hizo en el taller el lunes pasado. Galileo Galilei no llegó a pronunciar la conocida frase; o no lo hizo al menos en el momento de serle leída la sentencia que le condenaba a prisión perpetua. El haber dicho entonces «Y sin embargo se mueve», hubiera supuesto un desafío al tribunal de cardenales de la Inquisición y eso no conducía a parte alguna.
Tengo escuchado su pesar: perdida ya la causa, lo que hizo fue abjurar de sus ideas conminado por el tribunal del Santo Oficio. Con ello se hizo acreedor a la clemencia papal, siéndole conmutada la pena de prisión perpetua por la de arresto domiciliario de por vida. Jamás trató de ocultarlo el maestro, limitándose a decir en su descargo que se había presentado en Roma enfermo, agotado, tras haber sido retenido durante más de cuarenta días en la Toscana por causa de la peste, que es algo así como el Covid 19 de nuestros días.
Se le permitió iniciar el cumplimiento de su pena como invitado de su amigo el arzobispo de Siena. Lo continuó después en su villa de Arcetri, que es de donde yo puedo contar. Allí el maestro ―yo fui testigo privilegiado―, continuó sus trabajos relativos a la nueva ciencia, que no dejaría hasta su muerte. No entraré en detalle, pero le ocuparon: el heliocentrismo por supuesto, la mecánica, las montañas de la luna, las nuevas estrellas que iba descubriendo con su mejorado telescopio, los satélites de Júpiter, las manchas del sol, la estructura del imán, argumentos para el fenómeno de las mareas, etc. Y ahí, en el etcétera, es donde quiero yo hacer hincapié.
Mentiría si dijese que el maestro y yo siempre estábamos en la tarea. Para él hubiera sido imposible dada su edad, así que de vez en cuando se concedía un descanso que también lo era para mí. Es cuando aprovechábamos para sentarnos en el diván, frente a su amada creación última, muy atento él pese a que ya por entonces había perdido la visión del ojo derecho.
Jamás quiso dar a conocer el resultado de su trabajo. «Imagínate, Marco» ―me dijo en una ocasión― «lo que necesitaban para crucificarme los jesuitas del Colegio Romano». Y a qué viene que recuerde esas palabras yo ahora, siglo XXI, en especial cuando juega el Real Madrid. Esas palabras, junto a las que pronunció ya en sus últimos días en tono profético: «¿Sabes qué me da por pensar, querido discípulo? Pues que esto no es mal invento; ya verás como andando el tiempo alguien acaba por resucitarlo. Lo mismo deciden llamarlo televisión».

Pascual Martín 
Grupo B


Carta hallada en el desván del número trece de la calle Compañía de Salamanca el ocho de agosto de mil novecientos tres por el eminente politólogo austriaco Dr. Thomas Würtz (padre)

Mi muy caro y querido Fernandín, hijo de mi alma:

Ante todo quisiera tu padre darte las gracias por tanta solicitud que me muestras, a través de tus largas epístolas, en estos días de cautiverio, en los que tantos amigos y familiares se han olvidado de mí por haber caído en desgracia. Ante todo decirte, ya que me lo vuelves a preguntar, que no me arrepiento de nada de lo que hice. Y sé que tú siempre estarás orgulloso de mí por tal motivo. ¡Ea! Que no todo el mundo puede ir diciendo por ahí que su padre le soltó un bofetón al general Murat después de hacerle una peineta y ciscarse en Bonaparte.
Aquí, en la cárcel, qué te voy a decir, no se está del todo bien. El lecho es duro, la comida escasa y frecuentemente pútrida, las ratas abundantes y hay un póster de Buster Keaton en la pared con una mirada venal que me descompone. Ya, yo tampoco sé quién es Buster Keaton, pero ahí está.
Me pides en tu último billete que te cuente una vez más cómo fue aquello del terremoto de Lisboa, que casi tira la torre de la catedral. Y como añades que lo necesitas para aderezar con detalles desconocidos por el vulgo tu tesis doctoral (por cierto, nada que objetar al título “Monumentos a punto de irse a la mierda que se salvaron in extremis”), intentaré hacer un ejercicio de memoria, siendo conciso y preciso en lo posible.
Mira, por entonces yo, que frisaba ya los ochenta años, tenía la costumbre de quedar a tomar unas tapas por la Rúa Mayor con Juan de Herrera, que por entonces tenía ya casi doscientos años más que yo, y con dos de los Churris, o sea, Joaquín y su sobrino Manuel de Churriguera, que era con los que tenía buena relación, porque bien sabes que con Alberto, el hermano de Joaquín, no tenía trato desde que se la lié parda con lo del amojonamiento de Villamayor, que eso ya te lo he contado muchas veces . El caso es que después de ponernos todos tibios de vino de Pitarra y hasta las orejas de chanfaina en el Brasilia, salimos a la calle los cuatro y nos pusimos a discutir sobre qué diantre hacer con la torre de la catedral, porque como el inútil de tu tío Pantaleón le hizo esa bestialidad de patio de campanas, que pesaba él solo más que toda la catedral junta, resulta que se estaba agrietando el fuste y era obvio que se iba a venir abajo en cuatro días. Juanito decía que lo mejor era entibar, mientras que los Churris eran partidarios de aligerar los vanos y reforzarla con arbotantes externos. Yo, por mi parte, y aunque lego en la materia, por aquello de meter baza y decir algo, me limitaba a decir que ninguna propuesta me parecía adecuada y que lo mejor era “remetella”. Pero cuando me inquirían qué quería decir con eso me callaba como un muerto porque ni yo mismo sabía qué podía querer decir. Total, que en llegando a la plaza de Anaya nos quedamos todos mirando la torre como embobados, y en estas se acercó un vecino de la calle Meléndez, que se llamaba Diego Torres Villarroel, que era primo segundo de una cuñada de tu abuela Goya, y nos dijo que nos pusiéramos en el medio de la plaza porque iba a haber un terremoto y donde estábamos nos podía caer una cornisa en la cabeza. Y como al tal Diego ya le teníamos por brujo de mucho atrás, corrimos todos, incluido él, al medio de la plaza. Y oye, fue quedarnos quietos y echarse la tierra toda un tembleque que no nos morimos del susto allí mismo de puro milagro. “Aunque para terremotos, dijo Diego, el de San Francisco, y si no al tiempo”. El caso es que en cuanto nos recuperamos del susto y se disipó la calima que había dejado en el aire el seísmo, pudimos ver con gran disgusto que el cimborrio de la catedral se había agrietado y que la torre se había inclinado, no tanto como la de Pisa pero sí lo suficiente como para temer su caída más pronto que tarde. Entonces fue cuando Joaquín dijo aquello de “¡me cago en todo lo que se menea, mi cimborrio!” (muy irreverente él, habida cuenta de que lo que se acababa de menear era la catedral), porque era él quien lo había diseñado, y enganchó a correr hasta perderse tras la puerta oeste de la seo, me imagino que para hacerse idea de la envergadura de la calamidad.
Luego, cuando nos quisimos enterar, ya se había congregado en la plaza un montón de gente, para ver asimismo la magnitud del desastre. Allí estaban Unamuno, el Lazarillo de Tormes, Carmen Martín Gaite, El Viti, y otros muchos vecinos del barrio. Incluso me pareció ver al “Cuco” Silvani, aquel que le metió un gol al Barcelona cuando el Salamanca disfrutaba de las mieles de la Primera División. Entonces empezaron otra vez a discutir Juan de Herrera y Manolo Churri sobre qué hacer ahora con la torre, porque si antes había que meterle mano, ahora ya ni te cuento. Juan decía que sin lugar a dudas había que “remetella” mientras que Manolo decía que no, que había que tirarla y levantar otra. Y como le preguntara yo a Juan que quería decir con eso de “remetella”, inmediatamente cambió de opinión, y por fin se puso de acuerdo con Manolo en que había que tirarla y hacer otra. Pero entonces fue cuando llegó otro vecino, un francés, que como buen francés nos caía a todos como una patada en la entrepierna, y se puso a decir que lo mejor era encadenar la torre, tensar las cadenas y luego recubrirlas para que no se vieran. Juan entonces se echó a reír y dijo como que “este tonto de Dios se cree que la torre es la tienda de Miramamolín en la batalla de la Navas de Tolosa”, y Manolo, siguiéndole la gracia, añadió que “muy bien, y además ponemos las cadenas en el escudo de la villa, como los navarros”, echándonos todos a reír de muy buena gana del gabacho; por bobo y por gabacho.
Pero hete aquí que estando en esas se presentó el arzobispo Fonseca, dando gritos y aspaventeando a diestro y siniestro, haciéndose hueco entre el gentío para ver con sus propios ojos el estado externo de la catedral, pues se acababa de levantar de la siesta y no se había enterado de nada. Y luego de lamentarse muy de veras por el estropicio, se apresuraron Juan, Manolo y el gabacho a darle su parecer sobre lo que hacer con la torre. El obispo, después de escucharles a todos con atención, se sacó un celular de entre los ropones y se alejó de la multitud para hablar con tranquilidad. A los pocos minutos volvió y dijo que acababa de hablar con Zurich y le habían dicho que el cimborrio se podía cambiar porque lo cubría el seguro pero que la torre no, ya que los cuerpos bajos, al ser de la catedral vieja, no estaban asegurados, porque solo estaba asegurada la catedral nueva. Y por tanto, había que optar por lo más económico, o sea, que se había de hacer lo que decía el gabacho, un tal Devretón, que no tiene nada que ver con Bretón, el hijo de la portera. Luego el obispo se encaró con otro vecino, un lusitano fetén que se llamaba Mariquelo y que no dejaba de mirar a Su Reverendísima con cara de susto, y le dijo que subiera a la torre a dar gracias a Dios porque el templo, a fin de cuentas, no se había venido abajo. Al hombre no pareció gustarle la idea, pero claro, si te lo pide un arzobispo, tú me dirás qué vas a hacer.
En fin, que este es el relato verídico de los hechos, hijo mío. Espero que le sirva de empujoncito a tu tesis doctoral para que le otorguen el “cum laude”.
Nada más te digo por esta vez. No me canso de pedirte que reces por mí y que te alejes como de la peste de toda esa francesonería masona que Dios condene al infierno.
Dales un beso en la frente a tu madre y a cada una de tus trece hermanas, y diles que las quiero muchísimo, a casi todas por igual.
Un abrazo de tu padre,

Faustino.

PD: Te ruego que no me vuelvas a hablar más en tus cartas del “procés”. Ya me carga.

Óscar Martín 
Grupo A


Venerado Padre Brandissi, Colegio Jesuita de Roma

¡Al fin triunfó la justicia! Costoso ha sido convencer a los envidiosos dominicos del Santo Oficio, pero han tenido que reconocer la contundencia de los argumentos que la Orden siempre ha defendido. ¡Aunque con menos dureza de la que prometió el Santo Padre, el blasfemo Galileo Galilei ha sido castigado!
La pena se ha reducido a una liviana prisión en sus propios aposentos, pero, al menos, la prohibición de redactar nuevos ensayos y libros deja a la Verdad alejada de su herética pluma. Aunque en su alegato volvió a repetir su cantinela de que “el libro de la Naturaleza está escrito con el lenguaje de las Matemáticas”, acabó postrado de rodillas delante del tribunal, renegando de sus execrables teorías que se oponen al Orden Natural y a las Sagradas Escrituras.
Como usted bien sabrá, yo mismo sufrí el escarnio y la maledicencia de Galilei cuando publiqué mi Libra astronómica donde, con toda claridad y certidumbre, se demostraba la falsedad del sistema heliocéntrico. Catorce años he tenido que esperar para ver mi honor reparado y mi doctrina reconocida. ¡Dios sea loado y que caiga sobre el hereje pisano la furia divina!
Se han ido propalando rumores de que el reo se mantuvo altivo hasta el final y que después de la apostasía, se atrevió a pronunciar un desafiante “eppur si muove”. Desentiéndase, Padre carísimo, de esa invención. Me hallaba yo a solo unas varas del ignaro y juro por las llagas de Nuestro Señor que ninguna palabra salió de su boca después de la abjuración. Y que si sus labios se entreabrieron fue para emitir un lastimoso quejido. En su rostro se adivinaba el dolor con que la postración le laceraba las rodillas, pero me atrevo a asegurar que el lamento provenía de más adentro y que no era ajeno al resquemor de su orgullo malherido.
Demos gracias al Señor Todopoderoso que, por mor del empuje de la bendita Orden Jesuita, la Verdad haya sido restablecida por los siglos de los siglos.
Que el Altísimo infunda paciencia y sabiduría a Su Ilustrísima.

Roma a 24 de junio de 1633.

Orazio Grassi, jesuita. AMDG

Pepe Lorenzo
Grupo B


El terremoto
llegó de Portugal
torre inclinada

Hubo un temblor
ascensión a la torre
del Mariquelo

Alfredo Domínguez
Grupo B



En la luna

Hoy 20 de julio de 1994, Neil  Armstrong, Michael Collins, Buzz Aldrin y yo terminamos de dar  una rueda de prensa para  festejar el 25 aniversario del primer alunizaje con el Apolo XI. Cada uno de nosotros relató episodios de su particular vivencia. Armstrong se mostró dubitativo, parco en palabras, generalmente refugiado en sus pensamientos. Él nunca pretendió  protagonismo. Ha relatado una vez más que fue el azar el que dispuso que él fuera el primero que pisara el yermo suelo lunar. Por cuestiones prácticas y de la posición en que estaban sentados en la capsula y la dirección que abría la puerta, él descendió lentamente y sin realizar alardes de la acción. Posteriormente le siguió Aldrin, más  seguro de sí mismo, alegre, satisfecho por  la hazaña, con pisadas más firmes. Collins y yo dentro de la nave observando el vasto paisaje de  colinas sin estrellas, con reflejos deslumbrantes y en ese paraje el lento movimiento de nuestros compañeros que semejaban dos enormes batracios.
Me asombró su firmeza entre tanta desolación.  Realizaron  la  misión con eficacia recogiendo con rigor  muestras del suelo y colocando la bandera norteamericana que ondeó con ostentación. Cada minuto de aquel hito era sobrenatural. Su repercusión y trascendencia para la humanidad era directamente  proporcional al sentimiento de grandeza que anidaba dentro de nosotros mismos. Y todos estos  fascinantes entresijos fueron recordados hoy por todos nosotros una vez más. Ya que finalizada  la histórica misión cada uno siguió su propio camino y  hemos coincidido muy pocas veces, hoy ha sido una de ellas y esta rueda de  prensa ha servido para limar asperezas que surgieron  de aquel gran desafío de la Humanidad.

M. Pilar Sánchez
Grupo B


Tiemblan las piedras

El sábado 1 de Noviembre de 1.755 nunca se irá de mi memoria. Eran poco más de las nueve de la mañana cuando empecé a sentir una angustia indescriptible que poco a poco se iba apoderando de mí. Yo me encontraba ayudando a mi padre en labores de carpintería, se había atascado una de las puertas de la Sacristía, era una ardua tarea, pues esa puerta podría llegar a pesar alrededor de una tonelada. Aquella mañana, como todas, aparecía por la puerta principal de la Catedral, la muchacha más linda de toda la ciudad de Salamanca. Me quedaba ensimismado mirándola mientras ella, con caminar lento, se acercaba al banco de siempre, se arrodillaba, y con las palmas de sus manos juntas y en actitud meditativa, comenzaba sus rezos. Me había enamorado locamente de ella; a veces, nuestras miradas se cruzaban y entonces era como si un rayo de luz me atravesara todo el cuerpo y me inundara de paz. Ese día, festividad de Todos los Santos, me encontraba cerca de ella, ensimismado, como siempre, cuando un terrible estruendo se dejó oir por todo el recinto de la Catedral; desde ese momento empezó el caos, nadie imaginaba que podría ser ese horrible ruido. A los pocos minutos empezaron a entrar en la Catedral, riadas de gentes con los rostros desencajados, despavoridos, gritando. Nadie sabía nada, el caos y la confusión inundaba el ambiente. Empezaron a resquebrajarse las columnas y una gran nube de polvo se desparramó por todo el recinto. Quise ir hacia mi enamorada intentando ponerla a salvo, pero había desaparecido. No la pude encontrar. Mis ojos se humedecieron por la tristeza, qué le habría pasado, dónde estaría.
Después de varios minutos, cesó el ruido. Poco a poco fuimos saliendo de la Catedral, el panorama que vimos fue desolador, las calles estaban llenas de escombros, casas derruídas, árboles tronchados. Pero ocurrió el milagro, no hubo ninguna víctima. Yo traté de encontrar entre las gentes a la chica de mis sueños, pero no la volví a ver.
Horas después, nos enteramos que había sido un gran terremoto procedente del Atlántico y que había arrasado toda la ciudad de Lisboa, allí sí hubo víctimas, no tuvieron tanta suerte. En Salamanca, la torre de la Catedral sufrió una inclinación y para evitar que se desplomara, hubo que reforzarla por una de sus caras.
Yo vivía con mi familia dentro de la Catedral, éramos los encargados del mantenimiento de la misma, Mariquelos nos llamaban, no se muy bien de donde venía ese nombre, mi padre nunca me lo dijo. El Cabildo catedralicio nos encargó subir a la torre todos los años por esa fecha para dar gracias a Dios por haber salvado a los salmantinos y pedir que ese terrible suceso no se repitiera.
Yo era el hijo mayor de la familia de los Mariquelos y, la primera subida a la Torre, después del terremoto, me tocó realizarla. Era un acontecimiento bastante importante y me hacía feliz, pero tenía algo de miedo, era la primera vez y no sabía si lo lograría. Cuando estaba en lo alto de la Torre y a punto de tocar las campanas, la ví, estaba allí, entre la gente, sus ojos me miraban, una sensación de embriaguez recorrió mi cuerpo, dejando de ser mío por unos instantes, hasta que un escalofrío me despertó mientras caía al vacío.

María Dolores Marcos
Grupo A


El viaje

Cada vez que voy a salir de viaje ordeno mis cosas, como si esa travesía me fuese a llevar por el camino seguro de la muerte. Se despierta en mí un afán de facilitar a los demás el arreglo y significación de lo que me pertenece. Acomodo mi cuarto, mi ropa, mis prendas, mis libros y, por supuesto, los papeles. Dejo en la gaveta del escritorio y en la mesa de noche el dinero que reuní los días previos. También guardo allí, entre otros, recuerdos que he atesorado desde la infancia de mis hijos: tarjetas, dibujos, juguetes en miniatura (que siempre me han gustado). También algunas fotografías viejas de carnet o pasaporte, que incluyen dos imágenes sepia de mis padres, cuando aún se tenían algún aprecio. Tengo además marcalibros escritos con palabras de fuego por amigos entrañables, y hasta un pequeño visor que en el fondo proyecta una diminuta escena de un día de circo en familia: la lupa vivifica la imagen cuando la observo. Cada objeto, útil o no, que dejo en esos escondites de madera, rebozados de memorias, quizás guarden una intención: dejar claves para crear una historia imaginada, tal como las que escribí sobre mis abuelos o mi madre, después que partieron.
Pienso que morir debe ser un paseo interminable por los mismos lugares que has habitado: Eternamente permaneces en un limbo, que a la vez gira en torno a lo que fue tu huella en el tiempo. De alguna manera, puedes acomodar a tu antojo el curso de los acontecimientos que hubieses querido cambiar en algún momento. Es como estar jugando a ser un director de cine que se antoja en crear varias versiones de la misma película. Y todo para llegar al mismo punto: la muerte.
Por ahora me ocupo de dejar todo en orden. Dejar una llama en mi ausencia. Velar porque el centro de mi existencia siga encendido. Cuando regrese del viaje, mi vida seguirá en ese lugar, sembrada de recuerdos, fantasías, sucesos, giros y emociones. Y esa llama se avivará aún más cuando la muerte se haga presente, dejando una marca, una historia, un legado. Luego, en la infinita soledad podré cambiar a voluntad los diferentes destinos de mi viaje, forjando un tiempo de espera que me reunirá con los que aspiro serán mis futuros compañeros de juego.

Carmen Elena Ochoa Pacheco
Grupo A


Crónica de un suceso, I-XI-1755

Mi nombre es Diego Tadeo González, nací en Ciudad Rodrigo en 1733 y actualmente estudio Gramática, Filosofía y Teología en la Universidad de Salamanca.
El día uno de noviembre de 1755, día de todos los santos asistía yo a misa mayor en la catedral; al finalizar el “gloria in excelsis”, repentinamente se movió todo el pavimento, columnas y bóvedas, crujiendo el suelo y agrietándose las paredes. El suelo no paraba de moverse, la gente corría, se caían y se pisaban entre sí, locos por encontrar la salida. Entré en pánico y salí corriendo como pude hasta la plaza. Una vez fuera, me sosegué y comencé a mirar a mí alrededor, por si fuese necesaria mi ayuda. El suelo continuó moviéndose durante unos minutos que me parecieron siglos, pero me tranquilicé al ver que la torre no se caía y no se veían heridos de consideración.
Junto a un grupo de paisanos hice un recorrido para valorar los daños y si era necesaria nuestra ayuda. El palacio del obispo estaba dañado, pero no demasiado. Al otro lado de la plaza, el colegio mayor S. Bartolomé o “colegio viejo” sí había sufrido bastante; en la espadaña que corona el colegio se había quebrado una piedra de cinco pies, cayendo un trozo hacia dentro y otro hacia fuera sin herir a nadie; de todas formas hubo que derruirlo. En su lugar, cinco años después se comenzaría a construir el palacio de Anaya. También estaba dañada la linterna de la cúpula de la iglesia de la Clerecía.
Volví a la catedral cuando el temblor había cesado y pude observar el deterioro que había sufrido el claustro de la catedral vieja. Al volver a la nueva se veían grietas en su primoroso crucero, que a posteriori hubo que apuntalar desde el pavimento hasta el remate, evitando su desplome. También se tuvo que desmantelar la cúpula del cimborrio, para volverla a levantar posteriormente.
En la torre, la aguja donde se fija la veleta se había doblado, y profundas grietas verticales recorrían toda su estructura, hasta llegar al cuerpo de las campanas. Se consideró la posibilidad de derribarla ante el riesgo de desplome. Al final la solución vino de la mano del ingeniero francés Baltasar Devreton: instalar unas cinchas a base de cadenas metálicas y contrafuertes de piedra, y en el interior vigas de madera. Las obras duraron dieciséis años, pero se salvó la torre de la Catedral Nueva.
A partir de entonces la familia de los campaneros apodados “Mariquelos” quedó encargada de vigilar los desperfectos, subiendo hasta la torre de campanas y por fuera hasta la veleta.
A partir de aquel aciago momento, el pensamiento europeo comenzó a experimentar un cambio, de forma que se empiezan a estudiar los terremotos como explosiones subterráneas y no como un castigo divino; aunque todavía hubo algún escrito curioso como el de los protestantes de Londres que lo atribuyen al repudio de Dios contra los portugueses por su veneración a la Virgen María o como una condena divina por los abusos de la Inquisición.

José Luis Fonseca
Grupo A


Máscaras

Paseo por el pueblo de Lorca leyendo unos versos de Poeta en Nueva York.
Me saluda el lechero y el panadero que justo van a dejar el pan y la leche en la puerta donde vive Federico.
- La mujer gorda paseaba desnuda...- releí
¡Que versos mas hermosos!
Belleza poética en cada verso.
Aparece su madre con cara de agotamiento y desesperación.
- ¡ Han encerrado a Federico! ¡Lo acusan de traidor!! Lo han trasladado al Gobierno Civil la cárcel improvisada del pueblo de Víznar.
Allí se encontraba junto a otros detenidos.
La madrugada del 18 de Agosto del 36 a las 4,45 de la madrugada fusilaron a Federico.
Pude ver a su madre rota de dolor, y a su familia.
Me trasladé en el tiempo para poder visualizarlo y darlo de conocer al mundo.
El cuerpo nunca apareció y nunca se recuperó. Entre mis manos tengo "bodas de sangre".
Desde la primera página, lo he imaginado.
Aún perdura su esencia y belleza como persona.

Iria Costa
Grupo B