Vecinos. Literatura de rellano y de balcón

Esta semana dedicaremos la sesión del taller de escritura creativa a los vecinos y vecinas que viven en nuestra comunidad, barrio o pueblo. Esos vecinos que están ahí, que siempre estuvieron pero con los que únicamente hemos coincidido en la escalera, el ascensor o una de las juntas de la comunidad.
Desde que comenzamos a salir a aplaudir a los sanitarios al balcón e hicimos de éste el nuevo rellano de la escalera o el patio de luces hay quien ha descubierto la verdadera naturaleza de sus vecinos


Ilustración: Troche


Tomamos como referencia dos cortometrajes, uno de Paco León titulado “Vecino” y otro de María Díaz Megías y Alfonso Rodríguez Naranjo titulado “A dos metros de distancia” para reflexionar sobre los vecinos de nuestra comunidad o nuestro barrio.







La canción de Joaquín Sabina “Mi vecino de arriba” y el cuento de Raymond Carver titulado “Vecinos”, junto con los poemas y microrrelatos que podrás ver en la ficha dibujan el contexto en el que tendremos que situar nuestra tarea de escritura:


Vecinos 

Somos felices hasta que dejamos de serlo. Quizás porque en realidad nunca lo fuimos. Este relato nos habla de ello. A continuación, puedes leer Vecinos, un cuento de Raymond Carver.
Vecinos, un cuento de Raymond Carver
Bill y Arlene Miller eran una pareja feliz. Pero de vez en cuando se sentían que solamente ellos, en su círculo, habían sido pasados por alto, de alguna manera, dejando que Bill se ocupara de sus obligaciones de contador y Arlene ocupada con sus faenas de secretaria. Charlaban de eso a veces, principalmente en comparación con las vidas de sus vecinos Harriet y Jim Stone. Les parecía a los Miller que los Stone tenían una vida más completa y brillante. Los Stone estaban siempre yendo a cenar fuera, o dando fiestas en su casa, o viajando por el país a cualquier lado en algo relacionado con el trabajo de Jim.
Los Stone vivían enfrente del vestíbulo de los Miller. Jim era vendedor de una compañía de recambios de maquinaria, y frecuentemente se las arreglaba para combinar sus negocios con viajes de placer, y en esta ocasión los Stone estarían de vacaciones diez días, primero en Cheyenne, y luego en Saint Louis para visitar a sus parientes. En su ausencia, los Millers cuidarían del apartamento de los Stone, darían de comer a Kitty, y regarían las plantas.
Bill y Jim se dieron la mano junto al coche. Harriet y Arlene se agarraron por los codos y se besaron ligeramente en los labios.
—¡Divertíos! —dijo Bill a Harriet.
—Desde luego —respondió Harriet—. Divertíos también.
Arlene asintió con la cabeza.
Jim le guiñó un ojo.
—Adiós Arlene. ¡Cuida mucho a tu maridito!
—Así lo haré —respondió Arlene.
—¡Divertíos! ―dijo Bill.
—Por supuesto —dijo Jim sujetando ligeramente a Bill del brazo—. Y gracias de nuevo.
Los Stone dijeron adiós con la mano al alejarse en su coche, y los Miller les dijeron adiós con la mano también.
—Bueno, me gustaría que fuéramos nosotros —dijo Bill.
—Bien sabe Dios lo que nos gustaría irnos de vacaciones —dijo Arlene. Le cogió del brazo y se lo puso alrededor de su cintura mientras subían las escaleras a su apartamento.
Después de cenar Arlene dijo:
—No te olvides. Hay que darle a Kitty sabor de hígado la primera noche.
"Del fondo sacó la botella de Chivas Regal. Bebió dos veces de la botella, se limpió los labios con la manga y volvió a ponerla en el aparador"
Estaba de pie en la entrada a la cocina doblando el mantel hecho a mano que Harriet le había comprado el año pasado en Santa Fe.
Bill respiró profundamente al entrar en el apartamento de los Stone. El aire ya estaba denso y era vagamente dulce. El reloj en forma de sol sobre la televisión indicaba las ocho y media. Recordó cuando Harriet había vuelto a casa con el reloj; cómo había venido a su casa para mostrárselo a Arlene meciendo la caja de latón en sus brazos y hablándole a través del papel del envoltorio como si se tratase de un bebé.
Kitty se restregó la cara con sus zapatillas y después rodó en su costado pero saltó rápidamente al moverse Bill a la cocina y seleccionar del reluciente escurridero una de las latas colocadas. Dejando a la gata con su comida se dirigió al baño. Se miró en el espejo y a continuación cerró los ojos y volvió a mirarse. Abrió el armarito de las medicinas. Encontró un frasco con pastillas y leyó la etiqueta: Harriet Stone. Una al día según las instrucciones, y se la metió en el bolsillo. Regresó a la cocina, sacó una jarra de agua y volvió al salón. Terminó de regar, puso la jarra en la alfombra y abrió el aparador donde guardaban el licor. Del fondo sacó la botella de Chivas Regal. Bebió dos veces de la botella, se limpió los labios con la manga y volvió a ponerla en el aparador.
Kitty estaba en el sofá durmiendo. Apagó las luces, cerrando lentamente y asegurándose de que la puerta quedara cerrada. Tenía la sensación de que había dejado algo.
—¿Qué te ha retenido? —dijo Arlene. Estaba sentada con las piernas cruzadas, mirando televisión.
—Nada. Jugando con Kitty —dijo él, y se acercó adonde estaba ella y le tocó los senos.
—Vámonos a la cama, cariño —dijo él.
Al día siguiente Bill se tomó solamente diez minutos de los veinte y cinco permitidos en su descanso de la tarde y salió a las cinco menos cuarto. Estacionó el coche en el estacionamiento en el mismo momento que Arlene bajaba del autobús. Esperó hasta que ella entrara al edificio, entonces subió las escaleras para alcanzarla al descender del ascensor.
—¡Bill! Dios mío, me has asustado. Llegas temprano —dijo ella.
Se encogió de hombros. No había nada que hacer en el trabajo —dijo él. Le dejó que usara su llave para abrir la puerta. Miró a la puerta al otro lado del vestíbulo antes de seguirla dentro.
—Vámonos a la cama —dijo él.
—¿Ahora? —rió ella—. ¿Qué te pasa?
—Nada. Quítate el vestido —la agarró toscamente, y ella le dijo:
—¡Dios mío! Bill.
Él se quitó el cinturón. Más tarde pidieron comida china, y cuando llegó la comieron con apetito, sin hablarse, y escuchando discos.
—No nos olvidemos de dar de comer a Kitty —dijo ella.
—Estaba en este momento pensando en eso —dijo él—. Iré ahora mismo.
Escogió una lata con sabor a pescado, después llenó la jarra y fue a regar las plantas. Cuando regresó a la cocina, la gata estaba arañando su caja. Le miró fijamente antes de volver a su caja. Bill abrió todos los gabinetes y examinó las comidas enlatadas, los cereales, las comidas empaquetadas, los vasos de vino y de cóctel, las tazas y los platos, las cacerolas y las sartenes. Abrió el refrigerador. Olió el apio, dio dos mordiscos al queso, y masticó una manzana mientras caminaba al dormitorio. La cama parecía enorme, con una colcha blanca de pelusa que cubría hasta el suelo. Abrió el cajón de una mesilla de noche, encontró un paquete medio vació de cigarrillos, y se los metió en el bolsillo. A continuación se acercó al armario y estaba abriéndolo cuando llamaron a la puerta. Se paró en el baño y tiró de la cadena al ir a abrir la puerta.
—¿Qué te ha retenido tanto? —dijo Arlene—. Llevas más de una hora aquí.
—¿De verdad? —respondió él.
—Sí, de verdad —dijo ella.
—Tuve que ir al baño —dijo él.
—Tienes tu propio baño —dijo ella.
—No me pude aguantar —dijo él.
Aquella noche volvieron a hacer el amor.
Le había pedido a Arlene que le despertara por la mañana. Se dio una ducha, se vistió, y preparó un desayuno ligero. Trató de empezar a leer un libro. Salió a dar un paseo y se sintió mejor. Pero después de un rato, con las manos todavía en los bolsillos, regresó al apartamento. Se paró delante de la puerta de los Stone por si podía oír a la gata moviéndose. A continuación abrió su propia puerta y fue a la cocina a coger la llave.
En su interior parecía más fresco que en su apartamento, y más oscuro también. Se preguntó si las plantas tenían algo que ver con la temperatura del aire. Miró por la ventana, y después se movió lentamente por cada una de las habitaciones considerando todo lo que se le venía a la vista, cuidadosamente, un objeto a la vez. Vio ceniceros, artículos de mobiliario, utensilios de cocina, el reloj. Vio todo. Finalmente entró en el dormitorio, y la gata apareció a sus pies. La acarició una vez, la llevó al baño, y cerró la puerta.
Se tumbó en la cama y miró al techo. Se quedó un rato con los ojos cerrados, y después movió la mano por debajo de su cinturón. Trató de acordarse qué día era. Trató de recordar cuándo regresaban los Stone, y se preguntó si regresarían algún día. No podía acordarse de sus caras o de la manera cómo hablaban y vestían. Suspiró y con esfuerzo se dio la vuelta en la cama para inclinarse sobre la cómoda y mirarse en el espejo.
Abrió el armario y escogió una camisa hawaiana. Miró hasta encontrar unos pantalones cortos, perfectamente planchados y colgados sobre un par de pantalones de tela marrón. Se mudó de ropa y se puso los pantalones cortos y la camisa. Se miró en el espejo de nuevo. Fue a la sala y se sirvió una bebida y comenzó a beberla de vuelta al dormitorio. Se puso una camisa azul, un traje oscuro, una corbata blanca y azul, zapatos negros de punta. El vaso estaba vacío y se fue para servirse otra bebida.
En el dormitorio de nuevo, se sentó en una silla, cruzó las piernas, y sonrió observándose a sí mismo en el espejo. El teléfono sonó dos veces y se volvió a quedar en silencio. Terminó la bebida y se quitó el traje. Rebuscó en el cajón superior hasta que encontró un par de medias y un sostén. Se puso las medias y se sujetó el sostén, después buscó por el armario para encontrar un vestido. Se puso una falda blanca y negra a cuadros e intentó subirse la cremallera. Se puso una blusa de color vino tinto que se abotonaba por delante. Consideró los zapatos de ella, pero comprendió que no le entrarían. Durante un buen rato miró por la ventana del salón detrás de la cortina. A continuación volvió al dormitorio y puso todo en su sitio.
No tenía hambre. Ella no comió mucho tampoco. Se miraron tímidamente y sonrieron. Ella se levantó de la mesa y comprobó que la llave estaba en la estantería y a continuación se llevó los platos rápidamente. Él se puso de pie en el pasillo de la cocina y fumó un cigarrillo y la miró recogiendo la llave.
—Ponte cómodo mientras voy a su casa —dijo ella. Lee el periódico o haz algo—. Cerró los dedos sobre la llave. Parecía ―dijo ella― algo cansado.
Trató de concentrarse en las noticias. Leyó el periódico y encendió la televisión. Finalmente, fue al otro lado del vestíbulo. La puerta estaba cerrada.
—Soy yo. ¿Estás todavía ahí, cariño? —llamó él.
Después de un rato la cerradura se abrió y Arlene salió y cerró la puerta.
—¿Estuve mucho tiempo aquí? —dijo ella.
—Bueno, sí estuviste —dijo él.
—¿De verdad? —dijo ella—. Supongo que he debido estar jugando con Kitty.
La estudió, y ella desvió la mirada, su mano estaba apoyada en el pomo de la puerta.
—Es divertido —dijo ella—. Sabes, ir a la casa de alguien más así—.  Asintió con la cabeza, tomó su mano del pomo y la guió a su propia puerta. Abrió la puerta de su apartamento.
—Es divertido —dijo él.
Notó hilachas blancas pegadas a la espalda del suéter y el color subido de sus mejillas. Comenzó a besarla en el cuello y el cabello y ella se dio la vuelta y le besó también.
—¡Jolines! —dijo ella—. Jooliines —cantó ella con voz de niña pequeña aplaudiendo con las manos—. Me acabo de acordar de que me olvidé real y verdaderamente de lo que había ido a hacer allí. No di de comer a Kitty ni regué las plantas. Le miró, ¿no es eso tonto?
―No lo creo —dijo él—. Espera un momento. Recogeré mis cigarrillos e iré contigo.
Ella esperó hasta que él cerrara con llave su puerta, y entonces se cogió de su brazo, más arriba del codo, y dijo:
—Me imagino que te lo debería decir. Encontré unas fotografías.
Él se paró en medio del vestíbulo.
—¿Qué clase de fotografías?
—Ya las verás tú mismo —dijo ella y le miró con atención.
—No estarás bromeando —sonrió él—. ¿Dónde?
—En un cajón —dijo ella.
—No bromeas —dijo él.
Y entonces ella dijo:
—Tal vez no regresarán —e inmediatamente se sorprendió de sus palabras.
—Es posible —dijo él—. Todo es posible.
—O tal vez regresarán y… —pero no terminó.
Se cogieron de la mano durante el corto camino por el vestíbulo, y cuando él habló casi no se podía oír su voz.
—La llave —dijo él—. Dámela.
—¿Qué? —dijo ella—. Miró fijamente a la puerta.
—La llave —dijo él—. Tú tienes la llave.
—¡Dios mío! —dijo ella—. Dejé la llave dentro.
—Él probó el pomo. Estaba cerrado con llave. A continuación intentó mover el pomo. No se movía. Sus labios estaban abiertos, y su respiración era dificultosa. Él abrió sus brazos y ella se le echó en ellos.
—No te preocupes —le dijo Bill al oído—. Por Dios, no te preocupes.
Se quedaron allí, quietos. Abrazados. Se apoyaron contra la puerta, como en contra de un viento, el 

Raymond Carver
Título: De qué hablamos cuando hablamos de amor. Editorial Anagrama


Propuesta de escritura

En estos tiempos de coronavirus mucha gente ha conocido, a través de los balcones, a vecinos con los nunca había mantenido trato alguno.
Escribe un texto -relacionado o no con la pandemia y el confinamiento- en el que los vecinos sean los protagonistas.

Aquí están los trabajos recibidos:


Obsesión lenticular

En la noche del veinticuatro de abril de dos mil diecinueve, Simón Arkadievich, que se aprestaba a contemplar una lluvia de estrellas desde la terraza del ático donde vivía, situado en el número trece de la calle Gagarin, le pegó un codazo sin querer a su telescopio escolar, poco más potente en realidad que unos buenos prismáticos, y al asomar su ojo a la lente la vio por primera vez. En aquel momento la indiscreción se limitó a verla subirse la cremallera de un ceñidísimo vestido color ciruela. Y a medida que la cremallera subía, su contorno se iba mostrando preñado de curvas de vértigo. De inmediato desapareció para volver a aparecer en el salón, contiguo al dormitorio en que se había vestido, donde cogió una chaqueta y un bolso que colgaban del respaldo de una silla. Luego, se miró a un espejo y se contoneó de una forma que a Simón Arkadievich le pareció llena gracia y elegancia. Instantes después desapareció, cruzando una puerta de la que nuestro observador sólo podía ver su parte inferior, pero para entonces ya se había prendado de ella.

Pasado un mes, de tanto como la había espiado, usando siempre su telescopio escolar, se conocía de memoria su ropa interior, sus vestidos, sus zapatos y sus bolsos. También se sabía sus horarios de entrada y de salida. Y por supuesto se sabía al dedillo todas sus curvas. Sin embargo, le picaba la curiosidad por conocer otras cosas de ella que la agudeza de la lente de su telescopio no era capaz de delatar. Y como Simón Arkadievich era pobre y no tenía dinero para comprarse otro telescopio más potente, le devoraba la frustración. Pero un día descubrió que en la calle Soyuz se alquilaba un piso desde el que a buen seguro podría observar a la dama de sus sueños con mucho más detalle, ya que estaba dos manzanas más cerca de donde ella vivía. Y como el precio del alquiler era incluso algo más barato que el que pagaba por el ático de la calle Gagarin, allá que se fue. Y el gozo que experimentó conociendo los títulos de las revistas y de los libros que leía, los detalles de los adornos de su casa, los programas de la televisión que veía, que se reflejaban en el espejo del salón, y hasta las comidas que se hacía, le proporcionaron una suerte de felicidad que sólo se amustió cuando se dio cuenta de que su cuerpo le pedía más.

Al cabo de otro mes, Simón Arkadievich se mudó de la calle Soyuz a la calle Laika, desde donde podía contemplar el único objeto de sus pensamientos a tan sólo doscientos metros de distancia. El alquiler era más caro, pero ahora le daba igual reducir a dos el número de sus comidas. A cambio podía observarla con su telescopio escolar tan de cerca que podía hasta darse perfecta cuenta de si se le había corrido el rímel o si se le estaba quitando el esmalte de las uñas. Sin embargo, conociendo como conocía todos sus secretos, qué poco se le hacía en comparación con lo único que ya anhelaba: conocerla en persona.

La mañana del uno de septiembre de dos mil diecinueve Simón Arkadievich se enteró de que se alquilaba el piso contiguo al de su único y verdadero amor, y sin pensárselo dos veces, corrió a la agencia inmobiliaria a firmar el contrato. Aquello suponía reducir a una el número de sus comidas diarias, tan caro era el arriendo. Pero nada le importaba y a mediodía ya se había mudado. A las siete de la tarde, se vistió con sus pobres mejores ropas, se armó de valor y salió a llamar a la puerta de su nueva vecina a pedirle un poco de sal para un bizcocho que iba a hacer. Cuando le abrió la puerta sintió mil mariposas revoloteando a su alrededor, pareciéndole más bella que nunca. Por supuesto, ella fue a la cocina y volvió toda risueña con la sal.

—Muchas gracias, señorita —le titilaban aquellos ojos que tantas veces la habían devorado—. Me llamo Simón, y creo que vamos a ser vecinos. Buenos vecinos, espero…

—Me temo que no —le hizo ella un mohín casi displicente—. Acabo de alquilar un ático en la calle Gagarin y me mudo mañana. Es en el número trece, pero no soy supersticiosa —y ahora se rió, deliciosa.

Corrió entonces Simón Arkadievich, completamente enloquecido, a colocar su telescopio escolar en la ventana de su dormitorio, con la esperanza de que, a la inversa de como lo hiciera una vez, pudiera seguir observándola. Pero no era así: a la inversa sólo se veía la barandilla de la terraza del ático. Se subió entonces a una silla y cogió el telescopio a pulso. Se veía algo más. Abrió la ventana y se arrodilló en el alféizar. Estiró bien el cuello. Ahora parecía que se podría quizás…

Nadie sobrevive a una caída desde un undécimo piso. Y Simón Arkadievich no fue una excepción.

Óscar Martín 
Grupo A


Quinto C

Esperaba ilusionado a las ocho de la tarde para salir al balcón, a los aplausos. Sobre todo desde que había descubierto que la vecina del 5º C, del edifico de enfrente, le sonreía y le saludaba mientras aplaudían.
Seis días le costó la espera hasta que alguien de los del edificio de enfrente salió del portal. Se coló para mirar en la plaquita del buzón el nombre de la inquilina del 5º C. Maribel Torrelodosa Martínez. Lo repitió mentalmente varias veces, encontrando en cada ocasión un placer prohibido hasta memorizarlo.
De nuevo, a las ocho, los aplausos y aquella sonrisa, aquel saludo. Ahora sabía su nombre completo y se sentía eufórico como si del descubrimiento de un secreto arcano se tratase. Él le correspondía con otro saludo y con una interminable sonrisa, tras los aplausos, hasta que ella desaparecía hacia el interior de su vivienda.
Un mes después se armó de valor y a las ocho y cinco, cuando ella ya se metía hacia su casa, la llamó por su nombre. Ella se quedó inmóvil unos segundos antes de girarse de nuevo hacia él. Aprovechó para sonreírle una vez más y la invitó a tomar algo, juntos, cuando la fase lo permitiese. Ella aceptó entre agradecida y confundida.
Al día siguiente, Maribel, no apareció en el balcón del 5º C. Ni al siguiente, ni al otro. Ya no había saludo, ya no había sonrisa. A la semana, él tampoco salió a aplaudir. Decidió hacerlo desde la ventana del baño, que daba al interior de la manzana. Su ilusión se había esfumado.
Maribel seguía aplaudiendo desde la ventana de la cocina del 5º C, que daba a la parte trasera del edificio, saludando y sonriendo a los nuevos vecinos descubiertos desde ese nuevo ángulo.

Jaume Castejón 
Grupo B


Gonza


Le supongo como un poliedro sin determinar, pero a mí me muestra la cara más hostil. No empastamos bien, eso es así. Gonza es como mi patio, particular. La cuestión es que él vive justamente arriba, pero lejos de incitarme a la lascivia, la única tentación que me provoca es la del exterminio. Lo digo sin acritud. Ya podía haberme tocado en suerte, una Marilyn, civilizada y hermosa o en su defecto un Ñu. Seguramente éste sería más civilizado en mitad de la Sabana que él. A raíz de la última bronca, y aprovechando la visita inesperada de un par de despistadas cucarachas, he colocado trampas en las esquinas de su rellano, a ver si se da por aludido. A saber. En este punto, debería poner un emoticono de esos con los ojos vueltos del WhatsApp, a modo de… ¡Señor, qué Cruz! Mi parte espiritual ha sucumbido al demonio mundano que todos cargamos dentro, y escribirlo, mi exorcismo. Durante todo este tiempo de reflexión, llevo dándole vueltas y vueltas a su comportamiento, llegando a la conclusión de que el confinamiento le ha “confitado” definitivamente su cerebro reduciéndose en su propio jugo. De un día para otro, ha cambiado las cuerdas del tendedero por alambres. Quizá haya cambiado la gestoría para trabajar de funambulista en un circo. Bueno, por eso y por su forma de colgar la ropa, sobre todo los gayumbos, que a duras penas se sostienen con esas astillas con forma de pinzas que están a punto de fenecer. Colecciono las que caen encima de mis macetas, y cuando reúno unas cuantas, se las meto en una bolsa, dejándoselas antes de entrar en Territorio Comanche, no vaya a ser que, dada la tensión que se respira, me caiga una denuncia por apropiamiento indebido-Emoticono ojos vueltos- .
Reconozco que estoy un poco obsesionada. Me he inventado un amigo policía llamado Ramón, y en el silencio, cuando sé que Gonza está en plena siesta, simulo una conversación a lo Gila en tono más bien fuerte, para meterle el miedo en el cuerpo:
- ¿Qué pasa Ramón?¿ Cómo estáis?…Yoo , ya sabes , aguantando, …No no, de momento no voy a denunciar, pero si os queréis dar una vueltecita por aquí…Sí sí, el sábado que suele haber jarana…
El miedo no sé, porque es de los que se envalentona a lo Rambo cuando se siente amenazado, pero que se ha enterado, doy fe. Y no digo más….CONTINUARÁ

Carmen Pedrero
Grupo A


Vecinos y amigos

El agente sorteó los niños que jugaban en el rellano y accedió a la vivienda, la puerta estaba abierta, el pasillo llevaba al salón, sobre el sofá dos mujeres se abrazaban, una lloraba, la otra trataba de consolarla.

—Buenos días —dijo el agente golpeando la puerta con sus nudillos— ¿han llamado a la comisaría?
—Sí, sí —dijo entre lágrimas— he sido yo. He llamado para denunciar una desaparición.
—¿Cual es su nombre, por favor?
—Me llamo Maruja —los gritos de los niños llegaban hasta el salón— ¿podéis dejar de dar voces? No podemos ni hablar.
—¿Son todos hijos suyos?
—No solo tres, los otros dos son hijos de mi vecina Pepi —. La mujer que consolaba se levantó y estrechó la mano del agente.
—Pues se parecen mucho, como si fueran hermanos. Dígame, ¿quién ha desaparecido?

La mujer volvió a gimotear, le explicó que desde el día anterior por la mañana su marido no había vuelto a dar señales de vida, no había venido a comer, ni a cenar, ni a dormir. Era la primera vez que eso ocurría, entre sollozo y sollozo le contaba las veces que lo había llamado, no contestó ninguna llamada el llanto la impedía seguir hablando, fue su vecina Pepi la que continuó con el relato.

—Yo, aparte de vecina, soy su amiga, bueno la familia entera, somos vecinos y amigos, lo hacemos todo juntos, nos conocemos desde hace más de veinte años, cuando compramos nuestra casa, esa de ahí, vivimos puerta con puerta. Los miércoles tenemos noche de parchís, los viernes peli y palomitas, sábados barbacoa y los domingos todos al campo, ya ve, somos como una familia.
—Ya, ya, ¿sabe si tenían algún problema?
—Hombre, me imagino que como todas las parejas, pero yo me paso todo el día fuera, por mi trabajo, mi marido es el que se encarga de las tareas del hogar y el que está todo el día en casa, pero no me ha comentado nada, si hubiera pasado algo me lo habría contado.
—Entonces —se acercó hasta Maruja— su marido se fue ayer al trabajo por la mañana, y …
—Bueno al trabajo no —dijo Maruja secándose las lágrimas— fue al médico, tenía que hacerse unas pruebas.
—No sabía nada, ¿qué le ocurre? —saltó Pepi extrañada— ¿el colesterol? tanta carne, tanto vino, como si lo viera, mira que se lo decimos veces, pero él como el que oye llover.
—No, no es el colesterol, es que me da un poco de vergüenza —el agente y Pepi la miraban fijamente esperando la revelación—, bueno hemos decidido, cerrar el grifo, ¿cómo se dice? ¿bastaestoesmia?, cortarse la coleta, eso.
—¡Va-sec-to-mí-a! , Maruja, se dice vasectomía, ¡no me habías contado nada!
—¿Cuántas veces lo llamó por teléfono? —el agente cortó la conversación— ¿Puede dejarme su teléfono para ver la hora de las llamadas? —Maruja le tendió el teléfono, agachó su rostro tratando de ocultar su sonrojo.

El agente comenzó a trastear en el teléfono y a tomar nota de los datos de las llamadas realizadas, en ese momento el aparato vibró, acababa de entrar un mensaje de whatsapp, «Whatsapp Vicente 12:10».

—¿Su marido se llama Vicente?
—¿Cómo lo sabe? —frunció las cejas.
—Acaba de entrar un mensaje de whatsapp —la dijo dándola el móvil.

Se quedó blanca, movía la boca y no emitía ningún sonido, su amiga Pepi le arrancó el teléfono de las manos y leyó en voz alta: «No me busques, para ti como si estuviera muerto. Y ten un poco de dignidad y cuéntaselo a tu amiga Pepi, hasta nunca zorra»

El agente cerró la libreta y la guardó en el bolsillo de su pantalón, Maruja se desvaneció sobre el sofá y Pepi la interrogaba a voces.

—Adiós chicos, que os divirtáis —los críos miraban fijamente el uniforme del agente.

Tomás García Merino
Grupo B


Desde mi batiscafo

La tormenta de esta noche ha amainado pronto, gracias a los dioses. Las sábanas me pesan como una losa, llegar al pasillo y acercarme a la puerta es como atravesar el Cabo de Hornos. Pego mi cara al periscopio, todo es oscuridad, oigo unos pasos, un clic ilumina el horizonte, los pasos se oyen cada vez más cerca, es el del primero B, seguro, esa forma de pisar es inconfundible, siempre sale con prisas, pasa como una exhalación delante de mi puerta, apenas puedo distinguir su cara con mi periscopio. Miro mi reloj, faltan dos minutos, este es puntual, tiene una vida muy ordenada. Suena la cerradura, una, dos vueltas a la llave y la puerta se abre ante mí, es como descubrir una isla perdida, sus habitantes salen al rellano, mi vecino del bajo A, con sus dos hijos, bien peinados, guapísimos los dos, con sus mochilas a la espalda. Mientras su padre les abrocha los abrigos yo observo a través de la puerta ese paraíso que se abre ante mí, vida más allá de mi casa, un pasillo con fotos en las paredes, fotos de ese mundo que no conoceré, una playa donde juegan los niños, una verde montaña que rodea un hermoso lago, es lo más cerca que estaré del mundo real. Un aparador con una bandeja de nácar con sobres cerrados y unas llaves, llaves que abren puertas, al fondo un salón con una mesa baja, una lámpara, veo un trozo del sofá, un sofá donde las personas se sentarán unas cercas de otras, tiemblo solo de pensarlo, la puerta se cierra. Desfilan delante de mi puerta, despacio, les veo las caras alegres, son una buena familia. Esto es lo más cerca que estaré del exterior, mi psiquiatra dice que lo conseguiré, pero solo pensar poner la mano sobre el pomo de la puerta me hace temblar, si consiguiera soltar lastre saldría a la superficie, no creo que esto ocurra jamás. Miro el reloj, pronto bajará la del tercero C, es enfermera y esta semana tiene turno de mañana, a esta la conozco bien, es muy coqueta y se detiene frente al espejo del portal a darse los últimos retoques, siempre se despide del espejo con una leve sonrisa, ¡que maja! Hasta la noche mi contacto con la vida real ha terminado. Soy un naufrago en mi propia isla, mi casa, en medio del océano, sin posibilidad de libertad, nadie viene a rescatarme. Enciendo el iMac, a través de la portilla accedo a mi vida virtual, dos notificaciones aparecen en el escritorio: “consulta con la psiquiatra, 9:30” “llamar al editor 9:30”, decido llamar primero al psiquiatra, espero me de fuerzas para aguantar luego al editor, llevo dos meses de retraso en la entrega. “Algún día terminaré la novela, algún día abriré la puerta y pondré un pie en el mundo, abandonaré mi isla, dejaré atrás todas las sombras, todos los miedos, todas las tormentas, seré libre, seré dueño de mi destino”, cierro el cuaderno de bitácora, otro día más de singladura, seguiré navegando.

Tomás García Merino 
Grupo B


Mi nuevo vecino

Pasaba ese olor de colonia masculina que tanto me volvía loca.
Subía en el ascensor y embriagaba todo el bloque.
Iba a coger el correo de mi buzón y llenaba su mirada de amor.
Y yo no podía evitar mirarle.
A esos ojos azules que inundaban mi resistencia femenina de querer besarlo continuamente.
-¿Te ayudo a subir algo?
A ver que hago, esperar a comérmelo. Pasadas las doce de la noche, puse un capítulo de la serie que estaba viendo y llamaron a la puerta. No lo dudé
-Hacía un rato no te oía y pensé que te había pasado algo y subí si estaba todo bien.
-No- le contesté- no importa. ¿Quieres algo? Déjame ofrecerte una coca cola al menos
Desde ese momento, todo fue a mejor. Pero seguía sintiendo algo por él.

Iria Costa
Grupo B


Vecinos de antes

Todos parecen muy buenos,
Todos saludan temprano,
Algunos te dan la mano,
Hablamos del tiempo al menos,
Pero todos nos queremos.
A veces los necesito:
Azúcar en un vasito.
En la escalera o ascensor,
Cotilleando sin pudor.
Hasta luego vecinito.

Vecinos de ahora

Nos vemos en el balcón
A las ocho por las tardes.
Haciendo muchos alardes
Algunos con un pregón.
Todos aplauden con pasión
Gritamos agradecidos,
Estamos muy convencidos
Que lo importante es la salud.
Resistiremos el alud
Estando todos unidos.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Para eso estamos los vecinos

Buenos, días, buenos días, qué tal, bien, bien, vaya calor, lo único que aquí pasa rápido, ya lo creo, sin darnos cuenta y estamos en Navidades, adiós, adiós.
La vecina del piso de arriba, una viejita de ochenta y tantos años, charlas de ascensor. Y una gotera en el techo de mi cocina, porque se le olvidó cerrar el grifo del fregadero, y menos mal que la asistenta llegó a tiempo de evitar que el agua provocara las cataratas del Niágara, que según la mancha que me ha quedado debió de ser algo parecido.
Yo no soy mucho de hablar con mis vecinos, vivo un poco de espaldas a mi comunidad, hasta lo de la gotera lo llevo por mi cuenta, con el Administrador y los Seguros. Me sabe mal, quizá debería ser más amistoso, ofrecerme para ayudarla en cualquier cosa, preguntarle qué tal está, simplemente.
Me hacía estas reflexiones cuando vino lo del Coronavirus, y la abuela se fue uno de aquellos días, en una camilla, rodeada de funcionarios que parecían personajes de “Encuentros en la Tercera Fase”, sea cual fuera -jamás lo supe- la Fase en la que nos encontrábamos.
Nunca volvió.
Algún tiempo después, cuando ya estábamos empezando a olvidar aquella pesadilla inmunizados por la vacuna, coincidí en el ascensor con una señora mayor, que resultó ser su hermana y había heredado el piso, de lo que me enteré, más tarde, por el portero, porque ese día llevaba mucha prisa y apenas hablé con la mujer. Está sola, me dijo el portero, viene de vez en cuando una nieta suya -así, guapa y gordita- a ocuparse de sus cosas. Parece que quiere llevarla a uno de esos Centros para la Tercera Juventud, que ahora no es como antes, funcionan de maravilla.
Me hago el propósito de pasarme por su piso, y ofrecerme para ayudarla en lo que pueda. Ayer casi me paré a hablar con ella en el portal, pero me llamaron en ese momento por el móvil, una llamada importante.
Hola, ¿qué tal?, ya sabe, soy su vecino de abajo, lo que necesite, por favor, no tiene más que decirme, ya te comento, le digo a su nieta, guapa y gordita -me pierden las gorditas guapas- mientras bajamos en el ascensor, en cuanto a la gotera no te preocupes, es el cuento de nunca acabar, pero ya lo he solucionado con el Administrador, lo único que a ver si quedamos un día a tomar un café y firmamos los papeles, puro trámite, yo me encargo de todo, y dile a tu abuela que aquí me tiene para lo que haga falta, pero también te digo, sinceramente, donde mejor va a estar es en uno de esos nuevos Resorts para Seniors, si ahora son como hoteles de cinco estrellas, si quieres te doy mi teléfono, para que estemos en contacto, cualquier cosa que necesites, para eso estamos los vecinos.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Mi barrio

Hace unos años reformé bastante mi casa. Cambié tuberías, suelos, ventanas, pinté. No parece la misma. Decidí que no quería cambiar de casa ni de barrio.
Después de esta experiencia de confinamiento, me reafirmo en las dos cosas. Diría que mi casa ha sido mi barrio.
He sentido apoyo verdadero, concreto y sincero.
Una de las dependientas de la farmacia a la que voy normalmente me preguntó si necesitaba algo cuando estaba en la calle con mi perro. Se lo agradecí y le dije que había cogido todo lo que necesitaba de la farmacia, pero me dijo que no tenía por qué ser solo de allí, que si necesitaba cualquier otra compra, ella estaba trabajando y sabía dónde podría encontrarla.
Me llamaron del herbolario al que voy para decirme que hacían reparto a domicilio, que podía pedir cosas tanto de allí como de otro establecimiento.
Uno de los empleados del supermercado me dijo un día al traerme la compra que si algún día necesitaba cosas sueltas, un pedido pequeño, él me lo traería, aunque tuviera que hacerlo después de salir de trabajar.
En la frutería y la carnicería también me traen lo que necesite, da igual que sea mucho o poco.
No puedo olvidarme de Silvia y de Laura,, nos hemos conocido aplaudiendo y me ofrecieron su ayuda sincera desde el primer día. Hemos cantado y hemos aplaudido juntas, nos hemos emocionado y tenemos pendientes unas cañitas en una terraza.
El barrio ha llegado estos días donde no han podido llegar la familia y los amigos. Han traspasado las pantallas que me han separado de ellos y me han hecho sentir acompañada y protegida.
¡Yo no me muevo de aquí!

Teresa Sanz
Grupo B



El mantón de manila

“A Jaume”
Yo nunca había hecho de mi balcón estudio,
ni conocía al vecino de al lado,
pero al salir las tardes del Corona
veía a Maria Gracia;
su butaca de mimbre, sus rosales,
con un libro en las manos
y un mantón de Manila abrazando sus hombros.
Se lo alabé, pues la seda me pierde,
un día le pedí que me enseñara
aquel diseño a medias misterioso,
y con sus brazos débiles
me extendió el microcosmos de belleza.
Un fondo verde menta muy sutil,
destacaba una rosa tan granate
como un amor antiguo muy profundo,
derivando hacia cien matices rosa
pétalos exteriores fugándose hacia el blanco,
en halo color luna;
irradiaban de ella mil tallos con sus hojas
en un intenso verde sobre verde
hacia ignoto lugar.
Aquellas tardes me mostraba
tal cuadro de hermosura,
como don de amistad, yo le contaba historias,
como fondo la Ruta de la Seda
y respondía hablando
de aquel marido amante que regaló el tesoro.
Ahora cuando miro
la butaca vacía y las rosas resecas,
pienso en aquel mantón
que nos salvó unas tardes de tristeza.

Emilia González
Grupo B


Vecinos

Agradezco llegar a este final de etapa, y no tener que arrepentirme de ningún enganche desafortunado con mis vecinos, los que van de por libre. "Para ellos las normas no existen". Bueno las suyas SI.
No han sabido lo que son las mascarillas, y si lo han sabido les ha dado igual. No las utilizan, y todas las tardes después del aplauso se han reunido en el banco que hay delante del portal, y es su lugar de tertulia, perfecto, hay que socializar, pero por favor hacerlo siguiendo las normas!. NO.
Ya digo que eso no va con ellos. Estos días oigo :"que está pandemia, nos va a cambiar." Yo, no lo creo.
Ojalá fuera cierto, no me importaría nada estar confundida en este sentido.
Hay personas, que son diferentes y les cuesta integrarse en una comunidad, los que vivimos cerca de ellos lo sabemos y padecemos. Y este es otro tipo de virus para el que tampoco hay vacuna. Sólo es cuestión de educación, respeto y saber convivir. Algo que no entra en algunos esquemas. "Menos mal que soñar es gratis."

Pepa Agustín
Grupo B


Hormigas

Una a una vinieron las hormigas. Primero recelosas, vigilantes, en fila india. La encargada de explorar nuevos territorios guiaba a su comuna hacia una mínima rendija de la ventana, que había quedado abierta. La hormiga guía ya las había llevado a ese lugar. Pero lamentablemente habían tenido muchas bajas, porque la familia Millán había reaccionado muy agresivamente ante su presencia, utilizando armas letales. Esta vez había notado que las sombras de su gigantesca presencia no se habían asomado a ver la primavera. El terreno vecino baldío, donde las hormigas tenían su nido principal, estaba repleto de diminutas margaritas y amapolas incandescentes, que la familia siempre fotografiaba. Los Millán se habían ido al pueblo.

Pasaron tres meses, o cuatro, y una línea interminable de hormigas seguía entrando en el piso de los Millán. Habían desplegado tal nivel de organización, que su trabajo de depredación, construcción de nuevos nidos, centros de recreación y de almacenaje, estaba clasificado por áreas. En las noches se hacía una fila de salida con las trabajadoras que llevaban parte de las reservas hacia el nido originario. Otras se quedaban disfrutando del dominio conquistado, comiendo y ordenándolo todo obsesivamente; y unas cuantas dejaban con placer su esperma en los huevos de las nuevas hormigas reinas que habían crecido a la par de sus súbditos. Ellas parían y esparcían sus productos por doquier. Las obreras se encargan de alimentar sus larvas.

En los cuartos los formícidos habían ocupado la silueta y el interior del rastro que habían dejado los niños en sus camas. A lo lejos, reunidos por el olor vivo y dulce de la piel impregnada en los edredones, parecían la sombra desprendida de esos cuerpos, que se empeñaba en quedarse en casa. Mientras recorrían el espacio mordisqueaban la tela del cobertor, y se cargaban una parte a sus espaldas para el armazón de los nidos.

En la cocina estaban las más fuertes y devoradoras de su especie. Se les requería destruir materiales duros para poder introducirse a almacenes herméticos de comida, especias, y elementos desgranados, así como en recónditos espacios de climas helados que ponían en riesgo su integridad física.

El grupo que se fue a la biblioteca familiar había erigido el nido más grande. Arrancaron letra por letra, punto por punto, las comas, hasta la diéresis de las “u”, e incluso los signos de puntuación de cada página de cada libro. Pero tuvieron la delicadeza y la inteligencia para rasgar letras grandes que no engulleron, sino que dejaron intactas para hacer un aviso, ante la posible llegada de los Millán. Lo colgaron en la pared del recinto de la entrada. Decía así:

SoMos suS veCInAs HeMos OcuPAdo eL piso en VisTa de Su abanDono

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Mis vecinos los pájaros

La visión desde mi terraza sería la misma de siempre si no fuera por lo invisible, ese tema omnipresente en estos días. El enemigo al alcance de la mano o nosotros a su alcance, esperándonos escondido en las infinitas superficies y flotando fugazmente en el aire ahora más limpio, algo que tampoco es visible, aunque me parece notar que la ciudad se divisa más resplandeciente.
Durante el aislamiento, disfruto del silencio ante la ausencia de coches, tren y viandantes, aprovechando la oportunidad de ver, escuchar algo diferente y a la vez escucharme.
Me atrae una luz suave que comienza a levantarse sobre el mundo que aviva y la belleza de las melodías que se elevan a través de los pájaros hacia los rayos del sol, a la vez me asalta un recuerdo de la infancia, algo que me enseñó mi madre sobre los gorriones, que no les gusta caminar si no saltos, y cuando quieren desaparecer sacan su salas de la nada como por arte de magia.
Además de gorriones, estos días me acompañan como únicos vecinos palomas, jilgueros, estorninos, vencejos, canarios, urracas, golondrinas e incluso transitando por el cielo algunas cigüeñas transportando ramas hacia su nido de la catedral ,a la hora de los aplausos, todos ellos con sus aleteos rítmicos y sus enigmáticos cantos parecían unirse a la causa .
El más cercano ha sido un agapornis papillero con su brillante plumaje naranja y verde, que después de permanecer acomodado en las antenas de televisión, un día se posó en la barandilla y no dudo en acercarse a picotear unas migas de pan en mi mano, mi sospecha de que se hubiese escapado de la jaula de algún vecino se confirmó al ver un anuncio en el portal, en el que se ofrecía una recompensa por él porque su pareja y cinco polluelos le estaban esperando. Al final una jaula abierta con comida, el sonido de su melodía en un móvil y mucha paciencia, obraron el milagro de su captura y regresó con los suyos.
Cada día muy temprano observo el vuelo de todos ellos sin ser capaz de saber exactamente hacia donde se dirigen, y aunque en una ocasión me contaron que según el movimiento se podía predecir si después vendría la lluvia, dudo si es muy científica la teoría y la verdad tampoco me preocupa. En ese momento disfruto de ese vuelo libre e instintivo de todos y a la vez del cálido resplandor de un nuevo día, siento un atisbo de esperanza y contemplo cuánto tiempo ha pasado, desde que empecé a sentirme libre como esos pájaros con su alegre canción.

Áfrika Gómez
Grupo A


La metamorfosis

Cuando nos encontrábamos en la escalera envarabas la espalda, girabas levemente la cabeza y alzabas un punto la barbilla para mirarme a los ojos en un escorzo lleno de displicencia y altanería. Te dirigías a mí como nadie lo hace, empleando mi nombre de pila y remarcando cada una de las sílabas, era una manera muy tuya de marcar distancias, de hacerme perceptible la diferencia social que tu alzabas entre los dos.

Pero estos meses de confinamiento lo han cambiado todo. Comenzaste a llamarme por teléfono con los motivos más baladíes: El funcionamiento del ascensor, la limpieza de la escalera… Tu tono había cambiado, aunque seguía siendo quejoso contra la obstinación de los demás en complicarnos la vida, yo sentía que me excluías de esa confabulación y percibía en tus lamentaciones un grito ahogado por la culpa. Notaba que te dolías por no protegerme suficientemente, por no haber sabido luchar a brazo partido y derrotar la incuria y la torpeza que siempre nos acechan.

Solo nos hemos visto una vez en la cuarentena. Fue en el supermercado y se interponía entre nosotros una selva de lechugas, acelgas y puerros. Tenías un aire nuevo, tan romántico, con tu gorra de conspirador bolchevique o, tal vez de capitán vencido y decrépito, comandante de un barco varado en algún puerto neblinoso y olvidado. Te dirigiste a mí, otra vez con mi nombre completo, pero oí ecos de ternura y de sincera alegría y sentí una renuencia a la precipitación, como si estuvieras saboreando todas y cada una de las sílabas. Repetiste tu postura orgullosa, aunque me pareció producto del azoramiento que mi presencia te provocaba. Incluso tu mirada, esquiva y desviada, como siempre, tenía un matiz de desvalimiento, quizás te girabas para ofrecerme tu oído más fino, no querías perder la más insignificante de mis palabras. Fue una conversación breve, cortada con los patrones de la cortesía más convencional, sin embargo, percibí un sustrato de emoción contenida, de paciente expectativa.

Ahora vuelvo a escuchar tus pasos leves en mi cabeza y el ronroneo lejano de tu equipo de música. Suena muy suave, no obstante, he podido reconocer, premonitoria, la melodía de: I just called to say I love you de Stevie Wonder

¡Ay! Demetrio. Me sonaba tu nombre anticuado y pueblerino y si ahora ha adquirido resonancias de decrépita nobleza moscovita, ¿será porque acaso me estoy enamorando?

Pepe Lorenzo 
Grupo B


Al otro lado de mi pared

Subí el volumen del televisor, ¡ no me podía estar pasando a mí! . Ayer, cuando después de dos largos meses me reencontré con la calle; la vi, estaba radiante con su vestido rojo. 

Los gritos son cada vez más penetrantes; mis manos, protegen mis oídos; los paseos agitados por mi pasillo buscando una solución; mi corazón, late tan excitado, que va a salir disparado por mi boca en un diminuto espacio de tiempo, mi vista, se nubla hasta perder el concepto de espacio; ¡no sé qué hacer!, ¡donde ir! , ¡a quien llamar! . Siempre tomando decisiones tan importante y es este instante paralizada; sin percatarme, el silencio hace su aparición; de fondo el sonido del aparato que relata un sinfín de noticias incompresibles para mí. La tranquilidad invade mi ser, mis órganos, empiezan a retomar su ritmo normal, ¡y ahora que! comienza mi momento de templanza, de reflexión; sosegada después de esa dura tormenta; ¡un inusitado golpe! , ¡Un grito desgarrador! arruina mi tranquilidad.

Josefina Félix 
Grupo A


Hay que ser previsor para lo que venga

El estar confinado tanto tiempo, hace que el “coco” empiece a dar muchas vueltas, sacar conclusiones para la próxima vez que nos ocurra, y esperar a que Dios nos coja confesados.
Me acordé de Dios y del convento de mi pueblo, de sus dulces, de sus huevos de gallinas en cautividad nunca mejor dicho, y de como se relacionan las monjas con el resto de los mortales.
Aquí aparece “el torno”, y es que estos meses pasados el vecino se ofreció a traerme la compra, le pasaba la nota por whatsApp, me dejaba las bolsas en la puerta y le hacía el ingreso del importe por internet a su número de cuenta; cuando llegaba algún paquete, hablaba con el interlocutor con la puerta cerrada, me pedían el número del DNI y me lo dejaban en la puerta; cuando una vecina hacia un bollo maimón o un bizcocho, nos llamaba y nos dejaba colgada la bolsa del pomo de la puerta, y así muchos más casos; y claro yo me acordé de las monjas de mi pueblo, las cuales llevan encerradas mas de cien años y nunca han tenido problemas, todo lo solucionan con el dichoso torno, por lo que estoy pensando proponerlo en la próxima reunión de comunidad, para que el vecino que lo deseé, instale un “torno” en su vivienda, y así estamos protegidos como las monjas de mi pueblo.

Luis Iglesias
Grupo B


Confinamiento

Sobre las siete y media de la tarde comienza el reloj a ralentizar su marcha. O a mí me lo parece, que para los efectos viene a ser lo mismo. Treinta minutos que se estiran como chicle, Aunque, bueno, veintiocho nada más, porque la verdad es que a las ocho menos dos minutos ya la gente sale a los balcones con el aplauso preparado. Así es hoy también. Salimos.

Ya, ya sé, ahora en el balcón de enfrente ha de aparecer una mujer de un palmito espléndido, cabellos de oro, sonriente, que mira como de reojo en dirección a donde yo me encuentro y que en el colmo del atrevimiento a las ocho en punto dirige el abrir y cerrar de las palmas de sus manos hacia mí en gesto inequívoco. Esto es lo que debería de ocurrir… y eso es lo que ocurre. Marigel, hoy con su vestido color salmón que la ofrece tan deseable.

Marigel, espléndida, cabellos de oro y todo lo demás. Nada tiene de particular que me haga partícipe de su gozo. Los primeros tiempos de cada relación son los de mayor felicidad y yo he sido quien ha hecho posible que los disfrute junto a Ricardo, en este momento a su lado y también aplaudiendo, aunque él sin mala uva, pienso. El vestido color salmón de Marigel ciñe un tesoro que bien conozco yo, pero siempre he sido perezoso para las descripciones. Lo que hay a sus espaldas, también me lo sé pues en esa casa hemos vivido ambos la felicidad que decía de los primeros tiempos, nuestros primeros tiempos. En los divorcios, ya se sabe, el piso por lo general queda para la mujer y el hombre es quien tiene que salir del hogar.

A mi lado, Toñi. Exactamente lo mismo en su caso, el marido fuera de casa y a rey muerto rey puesto; servidor es el rey puesto. Toñi se acicala todos los días con esmero para el momento y no quiero fijarme en ella mientras el aplauso por temor a verla de ojos brillantes, mirando justo al balcón a donde yo miro. Aunque si bien lo piensas, por qué no ha de hacerlo así, al fin y al cabo Ricardo no deja de ser su ex y tendrían sus tiempos de bonanza.

Cualquiera sabe quién haya salido ganando y quién perdencioso. Estas situaciones, no sé, lo mismo tienen marcha atrás a dúo. Dos dúos, me refiero.

Pascual Martín
Grupo B


El arrebatamiento de Dª Cristina

Doña Cristina, había sido Maestra Nacional, parecía sacada de un cuadro de la época victoriana, vestida siempre de negro sobrecuello blanco con camafeo de azabache y puños de ganchillo no siempre inmaculados, salía siempre de casa con guantes a juego y velo negro sobre la cabeza.
Rostro severo de boca pequeña, nariz aguileña y ojos no muy grandes de mirar directo, que quizás podrían haber participado en antiguas conversaciones de abanico.
Enjuta y de corta estatura, tenía el tono de voz característico de una vicetiple aquejada de flemas, que manejaba con enérgica vehemencia a la mínima contrariedad, lo que unido a su nula capacidad para la sonrisa, la hacían parecer algo antipática.
Hablaba a todo el mundo de usted, incluso a nosotros los niños y a pesar de su formal amabilidad, en la pandilla la percibíamos con sentimientos encontrados entre el asombro y el desasosiego.
En fin, tenía una mixtura de dama antigua y bruja de la Bella Durmiente que la hacían merecedora de ser tema de información y conversación, cuando en nuestras casas los mayores comentaban algún detalle de su vida.
Viuda, vivía completamente sola en el primer piso de un modesto edificio de dos plantas, con terraza y corral traseros, muy común en nuestra calle.
Fue Manoli, la que un día nos informó de que en su casa habían dicho que Dª Cristina tenía un hijo en América, lo que suscitó un intenso debate entre los que no creían que una mujer así pudiera tener hijos y los que pensaban que, de tenerlo, no viviría sola.
Un día que jugábamos a encaramarnos al olivo del pozo de la lechería, oímos los gritos de auxilio que daba Dª Cristina, salía humo desde la terraza trasera de su casa y rápidamente alertamos al lechero, quien a su vez lo hizo a los vecinos del bajo y de la casa contigua.
La cosa se solventó sin mayores contratiempos, pero amparados por el barullo, pudimos acceder y curiosear por toda la casa.
Pero la impresión más fuerte, fue verla en bata, despeinada y desprovista de su sempiterna imagen, parecía un perro sin amo.
A partir de ese día, se empezó a mostrar como una anciana, que hablaba sola por la calle a la que salía a veces en bata o tan solo con el camisón y a la que sus vecinas, con abnegado cuidado, intentaban convencer para que volviera a casa y a la que incluso algunos de nosotros ayudábamos a subir la compra.
Ya no daba miedo, solo prestábamos atención a sus acalorados soliloquios en mitad de la calle rebozándose en el por qué de su soledad y a medida que avanzaba el verano se iba pareciendo cada vez más a un quijote de corta de estatura.
Pero un día saltó el notición, la señora María, su vecina de abajo, comunicó que había recibido carta del hijo de D. Cristina y que vendría a hacerse cargo de ella.
La noticia nos causó una tremenda curiosidad acerca del hijo y un gran alivio al saber que al menos ya no estaría sola.
Por una conversación entre el señor Marciano y mi padre, que hablaban del descuido del hijo de Dª Cristina con cierto enfado, me enteré de que este, era cónsul en Méjico. aquello sonaba muy exótico y fui a comentárselo a la pandilla.
Un día al salir a la calle, vi aparcado un coche de los que solo se veían en el cine, pregunté a mi hermana y me dijo que el hijo de Dª Cristina, había venido a llevársela.
Después de una mañana de espera, vimos salir a una señora muy guapa que se sentó al volante del coche y detrás y apoyándose en el brazo de un hombre, de la edad de mi padre, apareció Dª Cristina ataviada con sus mejores galas que fue ayudada entre el hombre y las vecinas a entrar en la parte posterior del vehículo.
La señora María e incluso mi madre lloraban, mientras que Dª Cristina saludando desde el coche con ademán semejante a los príncipes extranjeros que veíamos en el NO-DO y exhibiendo una sonrisa rayana al éxtasis, partía de la que durante muchos años fue su calle.

Carlos Garcia Riesco
Grupo A


Vecinos animales

Somos todos nuevos en el pueblo, como en el edificio de al lado. Yo soy de los más "antiguos" y solo llevo ocho años. El mío es uno de esos pueblos a unos kilómetros de la capital, donde muchos jóvenes, y no tan jóvenes, hemos comprado nuestra nueva vivienda. En el caso de este no se trata de un pueblo con servicios y urbanizaciones. No hay ni siquiera bar, y lo único que tenemos es, afortunadamente, una farmacia, donde nos atienden mejor que en cualquier botica capitalina.
Al poco de llegar el barrio (más bien deberíamos llamarlo la zona, el pueblo completo no da para barrio, propiamente dicho) se ha llenado de niños. La mayoría de mis vecinos jóvenes son parejas, la mayoría casados, y han decidido repoblar una población despoblada. A mí, sinceramente, los niños no me habían gustado hasta hace no demasiado. Mis amigos ahora son padres, y eso genera cierta aproximación. En verano la población infantil se multiplica por cuatro, ya que vienen los realmente nacidos aquí, con sus hijos, que han ido creciendo, y ahora, como adolescentes, se han convertido en más molestos.
Tengo pocas cosas en común con los vecinos de la zona. Pero al menos, con muchos, comparto el amor por los animales. En mi edificio vivimos casi tantas personas como animales , si bien tal proporción se debe a que yo tengo tantos gatos como niños tienen los demás. A veces creo que me gustan más los perros de mis vecinos que sus hijos...
En mi calle viven Nala y Blue, a los que conozco desde cachorros, y otros dos cuyo nombre nunca recuerdo, y que son lo suficientemente grandes como para que el dueño los sujete, no vayan a acabar conmigo en el suelo. Otros chicos nuevos, tienen otro pero no recuerdo su nombre.
En el edificio de la esquina un matrimonio joven tiene tres sabuesos muy cariñosos, con mucha energía. No sé como Emilio puede sacarlos a todos a la vez. Soraya es un caso especial. Da de comer a los gatos de los alrededores. De esos gatos de pueblo, que no tienen dueño, y que, al no estar castrados aumentan su población con bastante descontrol. Ha ayudado a muchos. Rescató a Romy (el nombre se lo puse yo, sé de alguien que se reirá leyendo esto), a la que yo me llevé a la protectora de la que soy voluntaria), cuando estaba preñada. Esa gata había perdido los dos ojos. La vida en la calle es dura. De su camada de sobrevivieron tres. Ahora vive adoptada con uno de ellos, Leo. Recientemente, Soraya me trajo una gatita de un mes y medio. Sus hermanos se le habían muerto en casa, unas horas después de haberlos salvado de la calle, sin su madre. No pude ayudar a Ari, a pesar de su ingreso urgente en el veterinario. Murió, voló un alma pura, como son para mí todos ellos.
Hace dos semanas un final similar tuvo Nora. Me avisaron porque la había encontrado el amigo de un amigo, que, como no, le dio mi teléfono, con una patita rota. La llevé al veterinario. El fémur roto, algo que se hubiera podido solucionar. Pero una hemorragia interna no tenía remedio. Hubo que dormirla. Estaba sufriendo, y no podíamos hacer nada por ella. Por muchas veces que pasas por algo así no te insensibilizar. Le acaricié hasta el final, mientras le hacía efecto el sedante, y mientras le ponía la inyección letal Mónica, una de mis veterinarias.
No todo son finales amargos. Hace años rescaté a cuatro gatos del contenedor de al lado de casa, con su cordón umbilical, y menos de veinticuatro horas de existencia. Los había tirado mi octogenaria y bruja vecina Vicenta. Así me lo dijo ella. Tuve que volcar el cubo de basura y sacarlos como pude. No sabía qué hacer. Les di calor como pude. Se fueron con una compañeras de la protectora. Robín murió. De otros dos sé que salieron adelante, pero nada más . Bombón vive con mi amiga Minerva, y es un hermoso gato blanco de siete kilos.
No solo me he cruzado con gatos en mi camino. A cien metros de mi casa dejaron a Thor, un cachorrón de pastor alemán de un año, ya adoptado. Le faltaba un lazo con mi nombre. De Fer dieron el aviso en el Mesón de la carretera, la Guardia Civil no dio solución, y me lo llevé al refugio. Encontramos un hogar poco tiempo después. Soraya y yo dimos de comer durante semanas a una pareja de galguitos, hasta que otra protectora pudo venir a por ellos...
Supongo que me encontraré más casos así, es mi sino. Espero no cambiar nunca en ese sentido, y ayudar siempre a todos los animales que se crucen en mi camino, además de a los de la protectora. Tal vez mi misión no sea formar una familia, sino ayudar a estas almas puras a encontrar un hogar, o, al menos, poner a salvo en un lugar segura. Y, en los peores casos, ayudarles a llegar al final en paz.

Javi Martín
Grupo A

Cuando la realidad se parece a la ficción

La próxima semana hablaremos de cómo la realidad se parece a la ficción o de cómo incluso acaba imponiéndose a esta. Pero qué es más importante, ¿la realidad? ¿la ficción? ¿Existe la una sin la otra?

Quizá nos ayude a conformar una opinión crítica el artículo de José María Gelbenzu titulado "Realidad y ficción". En él señala: "Yo creo que la ficción es superior a la realidad, pero no creo que sea más poderosa que ella. Me explicaré: si hay una fuerza vital en este mundo, ésa es la vida. La realidad es algo así como la constatación de la vida. La ficción es un producto vicario de la realidad: se limita a observarla y formular variantes que, de un modo u otro, imitan a la vida. En todo caso, queda claro que la ficción sin la realidad no es nada."

La Concejalía de Cultura del Ayuntamiento  de Molina de Segura (Murcia) propuso a más de cien escritores escribir un microrrelato en torno a la pandemia y la cuarentena con el título “Cuando la realidad se parece a la ficción”. En la ficha de trabajo encontraréis una selección de dichos textos. Dejamos por aquí algunos:





El último autor distópico es Benito Pérez Galdós

pienso, mientras paseo con mi nieto que ladra a mi lado, levanta la patita, hace pis en un alcorque, sin correa no nos dejarían salir, Bruno, le explico, se nos perdió el cuerpo, sólo nos quedan las manos para aplaudir. Somos islas, digo, mientras flotamos por la ciudad desierta. Bichitos, contesta Bruno. Y yo: no debimos comer murciélagos. El cuento que estoy escribiendo se ha vuelto anacrónico, no habla de militares ni del signo del zodíaco de virus, no hace estadísticas con los muertos. Mi yo se ha escindido, cuerpo social, cuerpo individual. Bruno menea el rabo, salta a mi alrededor, y mientras me pone la correa, susurra: vamos, abuela, ahora te toca a ti.

Clara Obligado

El lobo

Una noche, cuando la patrulla policial había pasado, salí de mi casa. La calle recta, despejada y vacía; el pavimento húmedo; los edificios altos, lúgubres en su obviedad; la luminosa hilera de farolas vigilando una inminencia que había muerto. Conforme avanzaba sin dirección, me sentía extranjero, un intruso en la quietud establecida. Todo el escenario para mí, un lugar donde no existía la posibilidad de un encuentro. Recorrí las calles, llegué hasta unos jardines; me encontré cómodo en un espacio para opciones que no conducirían a nada. Estaba por volverme, cuando apareció un lobo no muy grande a pocos metros. Ninguno se asustó. No exhibió sus dientes. Tenían que coincidir nuestros caminos, y lo hicieron. Muy cerca ya el uno del otro nos contemplamos un momento. Su pelaje, el filo de su mandíbula, sus ojos agudos. Entonces percibí como el rozar de su estómago vacío, su necesidad, su estremecimiento. Me clavó la mirada. Agachó la cabeza como si pudiera avergonzarse. Luego emprendió un trotecillo que lo alejó de mí. Desde una esquina tuvo la condescendencia para un vistazo de adiós. Regresé, solo, por una calle que era lo más parecido a una ruta marcada.

Javier Sáez de Ibarra

Branquias

Cuando a Luis le salieron branquias detrás de las orejas supe que la epidemia era más grave de lo que había creído. Él le quitó importancia como hace con todo. Soy yo siempre la que se preocupa. Habría que hacer algo, le dije. Él se miraba al espejo y pasaba el índice por las hendiduras recién abiertas. Tampoco las primeras escamas parecieron alterarle.
Lo malo es que la bañera se está quedando pequeña, aunque es una bañera doble, un lujo que nos dimos cuando arreglamos la casa. Los niños se meten a veces a jugar con él. Él no dice nada; nunca fue de hablar mucho. Tan sólo nos mira desde el fondo de la bañera con ojos como canicas.
Los niños están bien. Les palpo cada noche tras las orejas y no noto nada raro. Yo estoy mejor que nunca. Me gusta esta vida tranquila que llevamos desde que empezó la epidemia. Sobre todo desde que Luis se zambulló en la bañera y boquea y mira con su mirada miope.
¿Qué vamos a hacer con papá?, preguntó ayer el mayor. Comérnoslo, dijo el chiquitín dando palmadas. La verdad, no me parece una mala idea.

José Ovejero


Propuesta de escritura
Escribe una historia en la que la realidad se imponga a la ficción.

Estos son los trabajos recibidos:


“La Tercera Peste”

Para combatir la hecatombe ecológica -millones de toneladas de desechos de plástico- que estaba generando la lucha contra el Coronavirus, los Laboratorios perfeccionaron una bacteria que los reciclaba, alimentándose de ellos. Era imposible científicamente -dijeron cuando empezaron a sonar las primeras alarmas- que la bacteria mutara, y comenzase a colonizar organismos vivos.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Desaparecidos

Aquellas personas que aplaudían fervorosamente en los balcones del edificio de enfrente, a las ocho en punto de la tarde, han ido desapareciendo una a una. Algunos dicen que la rutina de salir a diario ha hecho mella en el ánimo. Otros, que coincide con la hora del paseo y no están en casa. Pero yo sé que se equivocan, yo tengo la certeza absoluta de que han sido abducidos.
Cada noche me despierto sobresaltado por una intensa luz que entra a raudales a través de las rendijas de mi persiana. No me atrevo ni a levantarme, porque el miedo me atenaza. Dura unos breves segundos, luego se apaga. Cuando hayan desaparecido todos, cuando los balcones del edificio de enfrente estén vacíos, esperaré tembloroso a que vengan a iluminar nuestro edificio. Sabré, entonces, que estamos en la tercera fase.

Jaume Castejón
Grupo B


Zoológico casero

Empezó a aparecer toda clase de fauna salvaje en el jardín de la casa de mi padre, desde una jirafa, a un jaguar pasando por un elefante, un lémur, cada uno posaba a sus anchas.
Y hacía una vida normal, jamás pensé que un trozo tan pequeño daba para algo tan grande.
Y mi huerta seguía igual, mis acelgas, tomates, pepinos...por ahí no pasaban.
Un Dragon barbudo, una tortuga...mi favorito era el Dragon barbudo australiano, siempre quise tener uno.
Además, son super amigables con el ser humano.
De hecho vi a un chico con uno naranja saliendo de Media Mark y le cogí la pata. Una larga historia.
Cuando el jardín se cubrió de nieve apareció un oso polar.
Yo adopté al Dragon Barbudo y el resto se fue mudando.
En función del cambio de estación.
Ya había pensado en mudarme yo también.
Pero entonces, apareció un chico islandés, sueco o noruego y decidí quedarme y que fuera el amor de mi vida.

Iria Costa
Grupo B


A solas

Alguien nos dio una tregua.
El tiempo. Los dioses. No sé.
Parece como si todos se hubiesen escondido para dejarnos a solas.
Dicen las malas lenguas que estás vacía, que te vistes de ecos y silencio, pero yo te siento más plena y cantarina que nunca. Puedo adivinar como los corazones hambrientos se atrincheran en las paredes de los edificios imaginando lujuriosos quién latirá al otro lado. Ahora que me doy cuenta, no recordaba que el cielo fuera tan azul. Atrás dejo ventanas que se cierran. Otras, curiosas, dibujan sombras besándose furtivas detrás de unas cortinas. Al bajar mi calle, escucho el flujo sanguíneo corriendo por tus venas junto con el trino de los pájaros, y el susurro del viento meciendo las hojas nuevas de los árboles del parque. En ese preciso instante, se me antoja cerrar los ojos. Parece que estuviera en mitad de una jungla de asfalto donde los columpios se transmutan en lianas, incitándome a balancear sin decoro este cuerpo, una y otra vez, como lo hacía aquel tonto elefante sobre la tela de una araña con sabor a niñez. Agitada, sigo caminando, porque “se hace camino al andar” y porque quiero llegar pronto a tu ombligo, y a cada paso, mis pies conversan con las aceras que no paran de contarles confidencias de unos y de otros, como si de un patio de vecinos se tratase. Mi boca, aunque tapada, sonríe.

Alguien nos dio una tregua para estar a solas, y confieso que me equivoqué. Es cierto, estás vacía… De ruido, pero llenita de Vida.

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


Pastelitos venenosos

Lo ví. Volví hacia atrás, y lo volví a ver. Redondito y moradito.
Al día siguiente había varios, todos igualitos; tan apetecibles. No pude más y entré, compré media docena, y me los comí todos.
A la semana siguiente los había en todas las tiendas. Estaban en todos los escaparates.
Avisé a mis compañeros y fuimos en grupo a comprarlos y comerlos.
Cuantos más comíamos, más necesidad teníamos de seguir comiendo, y a su vez, necesitábamos compartir esa información. Comunicar a todos los colegas que había que comer los más posibles de aquellos pastelitos que nos resultaban tan atractivos.
Algunos de mis compañeros, tantos comieron, que murieron empachados.
A los quince días, había pastelitos en todas las tiendas, en todos los locales, en los bares, en los restaurantes; los veíamos hasta en los bancos de la calle.
Nosotros sin parar de comer y de comunicar que había que seguir comiendo y comiendo sin parar.
Al cabo de cinco meses, por fin nos los habíamos comido todos. Algunos compañeros blancos habían fallecido en el camino, pero en este momento ya sólo circulábamos blancos y rojos por aquellas avenidas, habiendo desaparecido por completo los moraditos.
Al cabo de un año reaparecieron.
Entonces ya sabíamos lo que había que hacer.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Metamorfosis COVID

A la hora establecida, Drius Kriportnil, explorador galáctico, entró con paso firme en la Sala de Informes, una pompa de cristal glacial con vistas abarcadoras de todo el Espacio Oeste, y se sentó en el asiento asignado. Le esperaba allí el Comité Evaluador, compuesto por la Suma Inteligencia, dos sabios superiores y dos sabios inferiores, todos ellos levitando sobre sus respectivos tronos. En la evaluación se emplearían, simultánea e incluso solapadamente, las tres formas de comunicación permitidas conforme a los Usos Milenarios: Bocalii, como medio principal de expresión, Telelpathia, para explicar y comprender conceptos nuevos, y Oculii, para mostrar imágenes facilitadoras de la comprensión.

—Comience con su informe sobre la vida hallada en el planeta Tres del sistema solar Qcinco-Meridión, coordenadas “treinta y dos-curva-luz, SieteVecesFuerza” —le ordenó la Suma Inteligencia.

—El planeta sobre el que informo, tomando fuentes escritas contenidas en medios rudimentarios como el papel y sobre todo tecnológicos, posee vida desde hace varios cientos de millones de rotaciones axiales, siendo asombrosa la cantidad de seres vivos que lo habitan. Sin embargo, hay una única especie dotada de inteligencia superior. Sus miembros se llaman a sí mismos “Seres Humanos” y pueblan su planeta, que ellos llaman Tierra, desde hace más de un millón de rotaciones.

—¿De qué modalidad de seres inteligentes estamos hablando? —le preguntó un sabio superior.

—Sentimentales, sabiduría —estiró horizontalmente sus dos antenas Drius Kriportnil, sabiendo que esa respuesta había de suscitar preocupación en el comité.

—Inteligencia y sentimentalismo, mala combinación —ponderó la Suma Inteligencia—. Evolucionan conforme a una dinámica polar, en constante tensión entre el bien absoluto y el mal absoluto. Cuando la tensión se rompe y empuja hacia el mal absoluto, casi siempre se produce la autoextinción de la especie. Pero continúe, por favor.

—Y sin embargo, a pesar de esa combinación, no se los puede considerar actualmente un peligro, ni siquiera para ellos mismos —prosiguió el explorador galáctico—. La razón de ello es la increíble transformación que han experimentado desde que, hace ya unos doscientos mil ciclos solares, padecieron una pandemia provocada por un virus que llamaron “Covid-19”. La pandemia provocó una mortandad espantosa durante largo tiempo, aumentada por la hambruna permanente que padecía la población como consecuencia de una crisis económica sin precedentes. Y aunque se descubrían vacunas constantemente, no lograban sin embargo detener al virus, pues mutaba todos los años al llegar el otoño, haciéndolas totalmente inútiles. Pero un día la comunidad científica se fijó en una zona especialmente pobre del planeta, y casualmente muy cercana al lugar donde se originó la pandemia, cuyos habitantes parecían inmunes al “Covid-19”. Después de estudiarlos detenidamente, llegaron a la conclusión de que su inmunidad se debía a la ingesta masiva de hojas de morera, a falta de un alimento mejor. De inmediato, los “Seres Humanos” se emplearon a fondo en la plantación masiva y a nivel planetario del árbol que producía la ansiada hoja, de la que todos empezaron a comer a mansalva. Con ello lograron volverse prácticamente inmunes al Covid-19, aunque a costa de un cambio fisiológico y de comportamiento más que notable. Pasaron, en quinientas generaciones, de caminar moviendo alternativamente sus dos extremidades inferiores a reptar con ellas, para lo cual sus llamados pies triplicaron su longitud. Además se volvieron seres mucho más corpulentos y sedentarios, de movimientos torpes y pausados. Pero el cambio fundamental se produjo en su carácter, que se amansó hasta el punto de que desde hace más de cien mil ciclos solares conviven todos ellos de la forma más pacífica que se pueda imaginar.

—Dices, Drius Kriportnil—apreció un sabio inferior— que comiendo hojas de morera se han vuelto esos humanos “casi” inmunes. ¿Quieres decir que no totalmente?

—Cierto, sabio inferior, no totalmente. Cada sesenta años una mutación del Covid-19 ataca a su sistema inmunológico de forma irremediable para su fisiología.

—¡Luego mueren! —exclamó la Suma Inteligencia.

—No, no mueren —repuso Drius Kriportnil—. Cuando llegado el otoño les ataca esa cepa maligna, pierden totalmente el apetito y su cuerpo empieza a producir hilo de seda, que expulsan de continuo por la boca. Entonces, en menos de una rotación planetaria, se envuelven en un capullo hecho con su propio hilo de seda y al poco tiempo lo abandonan completamente matamorfoseados en unas criaturas aladas similares a las que ellos mismos llaman ángeles. Esas criaturas viven tan solo unos días y se limitan a procrear, poniendo cada una de ellas dos huevos antes de morir.

—¡Qué interesante! —exclamó de nuevo la Suma Inteligencia—. La Naturaleza, siempre sabia, busca su propio modo de sobrevivir.

—Así es —continuó Drius Kriportnil—. Y cuando llega la primavera, los huevos eclosionan y vienen al mundo unas criaturas similares a los humanos a la edad de quince años, dotados ya de una inteligencia superior y ávidos de comer hojas de morera, convirtiéndose, después de varias mudas de su piel, en las criaturas que les he mostrado “oculii”.

—Sobresaliente, Drius Kriportnil —le felicitó la Suma Inteligencia, adelantando su ojo central para reflejar su complacencia con el informe—. ¿Su sugerencia final?

—Mantenerlos en observación, venerado Comité. Aunque, como he dicho, ahora son inofensivos, nunca se sabe. Quizás la Naturaleza, por algún motivo, quiera algún día devolverlos a su estadio primitivo, inteligente y sentimental, siendo entonces una amenaza para la vida del Universo —concluyó el explorador galáctico.

—O una oportunidad para su salvación —le corrigió la Suma Inteligencia—. Recuerde que viven en tensión entre el bien absoluto y el mal absoluto; y a priori no puede saberse qué fuerza abrazarán si la tensión se rompe. Puedes retirarte, Drius Kriptornil. Has hecho un buen trabajo.

Entonces Drius Kriportnil se levantó de su asiento, se despidió del Comité Evaluador estirándose tres metros, conforme establecían los Usos Milenarios, hizo de su cuerpo una elipse y salió rodando de la Sala de Informes a la hora asimismo establecida.

Óscar Martín 
Grupo A


Mensaje en una botella

La cubierta estaba atestada, no cabía nadie más, algunos desgraciados no pudieron subir, los abandonamos en tierra. Íbamos todos sentados sobre el frio metal, hombro con hombro, pena con pena. Había visto antes una imagen similar, muchas veces, en la tele, grupos de refugiados, con la mirada perdida, muertos de hambre, muertos de miedo. Ahora éramos nosotros los refugiados, cerca de cuatrocientas almas, mujeres, niños, ancianos, habíamos conseguido escapar de la zona contaminada, alejarnos del virus. Navegamos sobre un mar totalmente en calma, no había olas, parecía un espejo.
Nuestro buque avanza bajo un cielo azul abovedado, no nos hemos cruzado con ningún barco, no se ven gaviotas, esto no es buena señal. Los altavoces del puente de mando emiten un pitido de alarma y justo después el aviso: «Agárrense fuerte, impacto en menos de un minuto», me aferro fuerte al brazo de mi madre y rodeo a mi hermana pequeña, la atraigo hacia mí, intento protegerla con mi cuerpo. Comienza la cuenta atrás: …siete, seis, cinco,…, un silencio sepulcral se extiende sobre la cubierta, es el preludio del gran golpe, se oye un sonoro: «¡Clinc!», como si de un diapasón gigantesco se tratara, las vibraciones sonoras atraviesan el barco de proa a popa, nos estremece, pero ya nos vamos acostumbrando, es la séptima vez que ocurre. Mi padre lo repite una y otra vez: «nuestra única salvación pasa por que consigamos romper el culo de la botella».

Tomás García Merino
Grupo B


Holding of souls

“Ya lo dije yo: Y en el año de los gemelos surgirá una reina desde el oriente que extenderá su plaga de los seres de la noche a la Tierra de las siete colinas transformando en polvo a los Hombres del crepúsculo para culminar en la sombra de la ruindad"

* * *

—Hola, quiero ver al jefe supremo.
—¿Tiene cita?
—No, no tengo cita.
—Lo siento, no puede recibirle, está muy ocupado.
—Dígale que soy “el ángel caído”
—Pero…
—Usted dígaselo.
—Espere un momento, por favor —susurra algo sobre el micrófono que le marca la mejilla— pase, lo espera tras esa puerta blanca.
—Gracias señorita —. Se dirigió raudo hacia la puerta.
—Pasa, cuánto tiempo, siéntate, pero te aseguro que no dispongo de mucho tiempo, estoy muy atareado.
—Por eso vengo, ¿qué coño habéis hecho? habéis armado la de dios, y nunca mejor dicho —se sentó sobre un mullido cojín blanco, parecía una nube— tengo un montón de almas amontonadas a las puertas, no doy abasto, además las hogueras dan para lo que dan, ya no sé qué hacer, ¿pero qué ha pasado?
—Te voy a ser sincero, además no puedo mentirte —se acariciaba la blanca barba— se nos fue de las manos, es verdad, mandé un castigo a un grupo que se lo merecía, quería que aprendieran la lección, pero con esto de la globalización se nos descontroló, se ha extendido por todo el planeta, de ahí este caos, pero lo estamos controlando.
—Pero a ver, si está bien, tú castígalos, que aprendan —le miraba por encima de su cabeza siempre le había atraído esa luz celestial en forma de triangulo que le brotaba de la nuca— yo te entiendo, pero la próxima vez me avisas, no hay problema. Mira yo sabiéndolo con tiempo me llevo para abajo a tres o cuatro de recursos humanos, de estos de las grandes empresas, pero no cualquier mindundi, y con otros dos indeseables de las empresas temporales de trabajo que les echen una mano y me dejan todo niquelado y por cuatro perras. Pero me tienes que avisar con tiempo. ¿Y toda esa tropa que tienes abajo no te echan una mano para salvar almas?, así me quitarían algo de trabajo.
—Esa es otra. Resulta que ha coincidido con la campaña de la declaración de la Renta, y se dedican todo el tiempo a convencer a los pecadores para que marquen la casilla con la cruz, ¡para lo que ha quedado la cruz!, con todo lo que me hizo sufrir y ahora, ya ves, el dinero lo ensucia todo.
—¿Pero el tema está controlado?
—Eso pensábamos, a ver, han hecho un gran esfuerzo, con decirte que hasta han cerrado los bares, como decía el otro: “que venga Dios y lo vea”, pues sí, es verdad, he ido y lo he visto. Parecía todo bajo control, pero ahora hay un grupo… Vamos que yo los entiendo, sin toros, sin caza, sin procesiones, no tienen empleadas domesticas sobre las que descargar su ira, no pueden ir a sus club de golf, ni lavar su conciencia en las tiendas de lujo, ¿que van hacer los pobres?, pobres de espíritu, tú ya me entiendes —asentía mientras se acariciaba los cuernos— nunca pensé que se echarían a la calle como un grupo independentista, y encima sin respetar las medidas de seguridad, pero ahí los tienes, esto es un sin dios, je, je. Así qué ya te aviso, estate preparado que para otoño tenemos otro repunte de demanda.
—Pues gracias por avisar, te dejo que yo también tengo jaleo, está el de la cementera esperando para llevarse la ceniza, tengo los depósitos a rebosar. Nos vemos.
—¡Vete con Dios!
—¿Cómo?
—Es una broma. Hasta la vista.

Nostradamus
Grupo RH-


Una prueba más

“Aligerar el alma, para poder flotar sobre la vida”
Luis Landero


A Basilio las cosas nunca le salieron como él quería ni esperaba. Lo perecedero condicionó su existencia, el divorcio y la pérdida de empleo fueron claves demoledoras que le llevaron por derroteros desconocidos invadidos de incertidumbre y desesperanza. Recorrió tortuosos caminos aprendiendo a vivir con ayudas y prestamos, con carencias y ausencias. Deambuló como vestigio desasistido y sin alma.
Vive en un centro de acogida del centro de la ciudad rodeado de colegas con vidas semejantes, incluso más desbastadoras y con infortunios mas descarnados. Se siente reconfortado en esa atmósfera de insegura seguridad,
Hoy, Basilio incorpora una amenaza más a su vida. Como un vómito de lava el maldito Covid-19 le acecha. Siente su cuerpo temblar. Le rondan las décimas de fiebre y la tos le arrebata las palabras. No encuentra respuestas a todo lo que le acontece… Se siente cómo un funambulista siempre peligrando en el filo de la navaja… ¡Que vida tan imperfecta!

M. Pilar Sánchez
Grupo B


¡Alarma!

Amanece el día con la noticia de que el virus ha desaparecido. ¿Quién lo ha hecho desaparecer sin mi consentimiento, dijo el Presidente de Estados Unidos?. Las empresas farmacéuticas ponen el grito en el cielo, ! ya casi teníamos un antídoto ! !Y ahora que hacemos con la cantidad de dinero que llevamos invertido !. ! Que decimos a nuestros accionistas! .Los mandatarios de Brasil, China , Estados Unidos y Rusia, se reúnen urgentemente, !Ahora que teníamos a toda la gente acojonada en sus casa, se nos vuelven a escapar y a pedir igualdad de derechos!.

Luis Iglesias
Grupo B


El horror

Esto no es vida ni lo era,
vieja anormalidad había
antes del tiempo del coronavirus.
Pero ahora este mundo sacudido,
sangra por sus heridas invisibles.
La pandemia nos trajo el gran aviso,
no es un thriller, tampoco un comic negro,
es un desinfectado apocalipsis
de vacías calles y parques mudos.
Ángeles asfixiados entre plástico y látex
en hospitales como morgues frías,
acompañan y cuidan a los ya casi muertos
que son números ciegos en mares de ataúdes;
morir en soledad es ya costumbre
de los viejos molestos que saben demasiado.
También las mascarillas nos asfixian ahora,
tapabocas de la brisa pura,
individuos sin rostro, dos metros de recelo,
el miedo al otro, de un infierno avance;
en esos metros cabe la realidad que falta:
La belleza, los besos, palabras verdaderas.
No se ven los cerebros troquelados
por la canallocracia enriquecida,
el móvil no nos cuenta el quid de la cuestión.
Otros forman en fila famélicas legiones
que crecen como huesos desatados,
inútiles desechos, sólo los niños lloran.
Los destierros en casa son bombas de tristeza,
Ya lo dijo Lord Byron: “No hay amor”,
sólo falsa apariencia empantallada.
Esto no es vida, hay que volver a ver
la huella de los dioses sobre la hierba,
rebelarse ante la Bestia del Dinero,
rescatar el amor y la sabiduría,
y volver a ser hombres con sus almas.

Emilia González
Grupo B


La ecuación de la vida

YO, miro a su alrededor; el mundo era como deseaba; su lenta destrucción no le estaba afectando; lo fundamental era predominar ante su imperio, había luchado por conseguir ser el dios de todo aquello y por supuesto no cambiaría ni un ápice su forma de actuar ,”cayera quien cayera e incluso sus propios descendientes “.
Lejos, en un lugar donde el control de YO era inalcanzable, aunque lo había intentado durante millones de veces; Tú, El y Ella trasteaban con su computadora buscando el territorio más apropiado para ir de vacaciones, le entusiasmaron los impresionantes reportajes de las zonas habitadas por Yo, deseaban ir, con tanta fuerza que nada les impediría alcanzar ese destino.
Solo faltaba conseguir su billete “día x - hora y”.
Y allí estaban, tropezándose con YO, no hubo ni un insignificante saludo, la desilusión les envolvió en una gran cólera, nunca hubieran sospechado lo sucedido. El orgullo y la soberbia de YO, provoco tremenda rabieta a nuestros protagonistas, que valiéndose de su diminuto tamaño, invadieron el ser de YO, adentrándose en sus entrañas, hasta el punto de echar por tierra el altar en que estaba sumido. Era increíble estaban consiguiendo lo que nunca YO pudo imaginar, cambiar radicalmente una forma de vida.
Cerré despacio el viejo libro;” ficción y solo ficción”, era tarde y no podía seguir con mi lectura, mañana 14 de marzo de 2020, emprendería un viaje muy especial, donde no sería capaz de imaginar las sorpresas que me esperaban.

Josefina Félix
Grupo A


Emperador

Napoleón, China, despertar, temblor. Catarsis.

Javier Martín
Grupo A


La fuga inversa

No podía haber engaño y pensé que era el dinero mejor invertido en toda mi vida.
EL plan, parecía tenerlo todo, simple, silencioso y seguro, pero ahora, en la soledad de aquel angosto y claustrofóbico túnel, me estaba acordando de todos los parientes muertos del corrupto oficial de policía chino que me lo había facilitado.
Trate de dominar mis ganas de gritar, tenía la certeza de que mi corazón y mi cabeza iban a estallar al unísono, era presa del pánico y deseaba con todas mis fuerzas morir y acabar de una vez, cuando me sobrevino el vómito.
Extrañamente, aquello pareció calmarme lo suficiente, como para intentar recorrer los pocos metros, que según el plano, me faltaban para llegar al mercado contiguo a la cárcel y donde me esperaban para facilitar mi huida.
Centré mis escasas fuerzas físicas y mentales en un solo objetivo¡ reptar ,reptar,reptar!.
Cuando de nuevo comencé a sentir, como la amenaza de la desesperación volvía a mi, alcancé a vislumbrar una tenue claridad y como un autómata seguí arrastrándome con el único propósito de alcanzar esa luz , no muy seguro de si la visión era real o fruto de mi perturbada imaginación.
La luz comenzó a ser más fuerte hasta que llegó un momento en que tuve que seguir avanzando casi a ciegas, mientras comenzaba oír voces cada vez más cercanas.
De repente sentí como tiraban de mis brazos y comenzaban a rociarme con un agua con olor a amonio, mientras las voces, casi gritos, aumentaban a mi alrededor.
Cuando pude comenzar a ver, había una profusión de figuras blancas, portando máscaras de gas, que me quitaron la ropa, me metieron en una especie de bolsa de plástico, me tumbaron en una camilla y me introdujeron en una ambulancia.
De camino a mi ansiada libertad y algo molesto por el continuo ulular de la sirena, pensé: ¡Joderrr, como se lo montan los chinos para una fuga clandestina!
Hospital Central de Wuhan 11 de Noviembre de 2019

Carlos García Riesco
Grupo A


Ficción no ficción

Cuando vi por primera vez (siempre a través de una pantalla) las calles de mi ciudad vacías completamente, lo primero que acudió a mi mente fue una imagen que vi en 1997 donde un jovencísimo Eduardo Noriega corría asustado por los 6 carriles de la Gran vía de Madrid totalmente desiertos, sin nadie, (un golpe fuerte para empezar una película de ficción) dentro de otra ficción del genial Amenábar.
Ahora confundo esas imágenes magistrales con la realidad, no hay quien pueda evitarlo, en aquel entonces, solo me maravillaba lo que el cine podía hacer, algo imposible, algo que de no ser así nunca se produciría, pero aquí estamos, viviendo en 2020 una visión paralela, que aún confundo con fantasía, que mi mente aún no puede gestionar como real.
Este choque entre realidad y ficción. Todo es posible y todo puede suceder.
Ahora me asusta ver películas de guerra con ciudades totalmente destruidas, me asustan algunos efectos por ordenador que ya no me cabe duda pueden ser reales, se mezcló en mí la realidad y la ficción para siempre, ahora me confundo, tengo miedo. Jamás pensé en ver la Gran Vía madrileña de tal guisa, ni la salmantina.
No quiero ver películas apocalípticas ni quiero ver imágenes de Polonia en 1944.
Necesito que alguien me diga que es mentira, que esto no ha pasado, ni esta pasando ni volverá a pasar.
Para mi, ya no hay una separación entre lo que mis ojos puedan ver y lo que pienso… todo es cuestión de tiempo.
Hoy no existe ninguna diferencia.

Esther Yubero
Grupo A


Silencio

Vengo del silencio
de ciudades desalmadas
edificios firmes y vacíos
con azulejos vencidos
personas ausentes
enfermas y vivas
sacrificiales suicidas
todos observando las calles
las diminutas flores silvestres
que presagian su esperanza
signos desvaídos
vagos y hambrientos
ante un presente indescifrable

He llegado al silencio
lluvia y primavera lo alimentan
los árboles desgarran la tierra
permanecen a la vista
y los pájaros los mamíferos
en una ciudad sin tiempo
de calles recorridas
estómagos llenos
rumores inquietantes
en las miradas que se buscan
en unos ojos que se abrazan
y una boca ausente
frente al futuro
a la espera
tan solo de un beso

Carmen Elena Ochoa
Grupo A

La ciudad fantasma

En los primeros días de pandemia y confinamiento pudimos ver, en vivo o a través de imágenes, calles y plazas de ciudades completamente vacías. Y también comprobamos con perplejidad cómo muchos animales, ante la ausencia de los humanos, paseaban o deambulaban por dichas calles y plazas, muchos de ellos asustados.
Allí donde hay una ciudad vacía o fantasma hay muchas historias escondidas. Sólo hay que buscarlas.
En este artículo "Trece de las ciudades fantasma abandonadas más grandes del mundo y las espeluznantes historias que las rodean" podemos descubrir algunas de esas historias motivas por diferentes circunstancias. En nuestro caso, un virus.



Aquí no hay árboles, ni coches, ni paradas de autobús, ni parques ni gente. Sólo torres de edificios. 
En un paisaje desértico sólo se ven torres de edificios abandonados, a medio terminar, sin nada más. 
Este proyecto está a 50 km de la capital de Irán, Teherán, y se llama Mehra Mer.


Incluimos aquí dos textos muy diferentes sobre la ciudad. El primero, un poema de Luis García Montero titulado "La ciudad", un acercamiento poético al significado de la ciudad y lo urbano. Y un artículo de opinión de Manuel Llorente titulado "Dos ciudades fantasmas".

Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.

En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse
soñando con un perro.

No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes
los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.

Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen
las ciudades por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
La gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.

De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes,
porque apenas existen los kilómetros.

Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo.

***

La sombra espesa y húmeda de L’Aquila se derramaba por las costuras del pasado 15 de agosto. Ese día escuché sin oír el espanto del miedo de una ciudad fantasma envuelta en andamios que intenta recuperar un pulso imposible, volver a la vida. Vi el silencio triste y amargo de centenares de casas abandonadas, la maldición esculpida en el aire de sus callejuelas desiertas. Tenía frío en pleno verano. Murieron 308 personas a traición hace siete años. Algunas de ellas, invisibles y presentes, se asomaban hace unas semanas al paso lento y dudoso de los escasos turistas que habíamos acudido sin saber por qué a esa pequeña ciudad que simboliza lo incomprensible. Nueve días después volvía a temblar la región de los Abruzzo. Y de noche, que es cuando llegan las mayores tragedias. Amparado en la nocturnidad, cuando todos duermen, el vientre de la tierra se revolvió y saltó sobre sí mismo como una víbora. Hincó el diente venenoso en la yugular de los hombres y abandonó el espanto. Los temblores aún retumban en el alma quienes habitan el corazón de Italia.

"El vientre de la tierra se revolvió y saltó sobre sí mismo como una víbora. Hincó el diente venenoso en la yugular de los hombres y abandonó el espanto"

Hoy, 4 de septiembre, he vuelto a contemplar el silencio de la huida. Las ruinas de lo que iba a ser una hermosa colonia a orillas del Guadiana que dejó de construirse hace años, cuando la hecatombe de L’Aquila, más o menos. Los esqueletos de algunos edificios, como gigantes crucificados al viento, aparecieron sobre una colina que mira hacia Portugal. Chalets y colonias de casitas adosadas languidecían sin cristales, las puertas forzadas, las jambas arrancadas. Todo estaba desventrado. Apenas quedaba en pie el nombre de las calles con nombres de escritores (Francisco de Quevedo, Miguel de Unamuno, Rosalía de Castro).

También surgieron apariciones. De repente una boca de riego, en medio del secarral, mojaba un trozo de acera agrietada. Una nota en un buzón de Correos, de impecable amarillo, recordaba que se recogen cartas de lunes a viernes a la una de la tarde. ¿Seguro? ¿Quién se acercaría hasta allí? Quiero conocer a ese valiente que ha llegado en ese desierto a un buzón con la fe suficiente para entregar un mensaje de angustia, una felicitación de cumpleaños, una propuesta de cita o de viaje, tal vez una escueta postal. Es como un mensaje en una botella lanzado al mar.

"Y silencio. La desolación envuelta en un silencio festivo. Como si hubiera acudido tarde a la llegada de los bárbaros que escribió Kavafis"

Algunas casas sí que lograron terminarse. Las delata el coche en la acera, unas cortinas, flores, un triciclo, una ventana abierta por donde mariposea una voz pausada. Ese oasis te hace dudar de lo que has visto, del caos que todo lo asola. De la pintada sobre un generador abierto: “los putos amos”. Quien escribió eso se consideró el rey de un imperio: ningún enemigo a la vista, todo destruido, todo por edificar.

Me alejo en la bici hasta la casa donde habito en medio del silencio abrasador de la mañana del domingo y me lanzo a la piscina en el más escrupuloso silencio. Doce, trece brazadas (según) por cada largo. Se superponen los ecos de las dos ciudades fantasma. Paredes desconchadas, cristales rotos, sacos de cemento abiertos y ya petrificados, paradas de autobús sin nadie, farolas apedreadas, calles que desembocan en un terraplén, carretillas volcadas. Y silencio. La desolación envuelta en un silencio festivo. Como si hubiera acudido tarde a la llegada de los bárbaros que escribió Kavafis.

Dejo de nadar y me apoyo en el borde. Veo un tallo verde que surge del suelo que bordea la piscina. Y cerca, el trazo de una grieta. Ya de pie me fijo que hay dos, tres grietas más, que el suelo está como abombado. Es imposible que hasta aquí haya llegado ningún temblor desde Italia, lo hubiera sentido, se hubiera comentado en la radio, en la televisión. Puede que las grietas se deban al terreno, a cuando construyeron la autopista, a que no asentaron bien la piscina.

En el ecuador del primer domingo de septiembre, a pleno sol, un gato me contempla desde la rama de una acacia. Ahora soy yo el observado. Quizás las grietas y el silencio de esas ciudades abandonadas sean, también, una metáfora de algo que no logro discernir.


Propuestas de escritura

Hay muchas maneras de describir la ciudad en sus diferentes contextos: el diario de un turista que llega a dicha ciudad, el monólogo de quien al final de la noche hace recuento de lo visitado, un diálogo entre un habitante de la ciudad y un extraño, un poema río en el que se recogen las sensaciones que nos produce dicha ciudad, una breve y poética postal.
Estamos acostumbrado a vivir la ciudad con su algarabía y banda sonora de siempre pero qué ocurre cuando la ciudad, ya sea por una guerra, una catástrofe natural o una pandemia queda vacía. Esa ausencia de ruido y de gente nos obliga a explorar nuevas maneras de contar el vacío.
Escribe un texto donde quede reflejado ese vacío que hemos vivido durante estos días de confinamiento.


Estos son los trabajos recibidos:


El Poema

Último vistazo al poema antes de irse a la cama. Rebeca lo encuentra una vez más precioso. Puede que juegue ahí la melancolía de la clausura impuesta. «Querida Rebeca:» Otro acierto, ¿ves? el género epistolar, así lo que se dice llega más directo a dónde tiene que llegar. Y ese final tan de Carlos: «…en lágrimas deshecho, soñando el fin de mi tormento», puro Góngora.

***

Una vez termine la reclusión ―el “confinamiento” dicen por lo fino los del Gobierno― y la “desescalada” (otro invento) sea efectiva, ya podrá verse con Carlos en el trabajo y será entonces la ocasión: «Qué razón tienes, cariño al ensalzar como lo haces la poesía, cómo puedo haber estado tan ciega. Cuando lo que a uno le guía es dar rienda suelta a los sentimientos del corazón…». Algo así, ya dará con las palabras precisas; figúrate con tantos días como aún quedan para el desencierro, a ver por qué no vamos a poder decirlo así las de Ciudad Rodrigo.

***

…Nadie por los alrededores, pero ya ves la tontería pensar que alguien pudiera fijarse en ella cuando ayer por la mañana depositó el sobre en el buzón de correos cien metros por debajo de su casa, de camino al súper, que es de los pocos sitios adonde te dejan ir con este maldito coronavirus.

(Fragmentos de un relato de Pascual Martín: el primer párrafo, uno del centro y una parte del final. El juego sería (pero siempre que no distorsione) completar los párrafos que enlazan esos tres)

Pascual Martín 
Grupo B


La ciudad vaciada

¿Qué tiempos de desventura son estos, María? ¿Qué inesperado desastre se ha llevado de golpe nuestra fortuna y nos ha precipitado a esta cruel indigencia? Ayer vivíamos rodeados de lujo y comodidad y hoy nos vemos desposeídos y arrumbados en la más infame de las miserias. Nuestra casa ha sido arrasada sin misericordia y entregada al frío y a la oscuridad. ¡Y quién podía esperar que nos arrancarían la ropa con tan humillante grosería!

Mira la calle vacía, habitada solo por sombras. ¿Qué apocalipsis de recelo y desconfianza se ha abatido sobre esta ciudad? Observa los pocos que pasan por delante. Donde antes bullía una multitud ávida de charlas, risas y abrazos, hay ahora una procesión exigua de almas en pena. Caminan vacilantes, se miran con suspicacia y eluden el contacto con bruscas contorsiones. Van embozados como malhechores y como ellos, tienen la mirada huraña y esquiva. Transitan con prisa hacia un destino cierto, aunque saben inseguro, y pasan de largo sin echarnos siquiera una ojeada. Les han arrebatado la imaginación y el deseo, la sustancia misma de tu razón de ser y de la mía.

Porque, ¿sabes María?, estábamos aquí para que, contemplándonos, imaginaran que nuestro mundo de lánguida elegancia y mesurada riqueza estaba al alcance de sus manos. Que traspasando nuestro umbral podrían cumplirse sus más íntimos deseos y convertirse en protagonistas de una vida de abundancia y felicidad.

¿Sollozas porque te sientes olvidada? Entiéndelo, desmontaron el escaparate y apagaron las luces, nos quitaron la ropa y nos dejaron aquí, desnudos y expuestos al frío y a la indiferencia. ¿Qué sentido tendría que se acercaran? Si lo hicieran, ¿qué crees que verían tras el cristal? Nada de nada, si acaso el triste reflejo de su infortunio.

(Inspirada en una hermosa fotografía de Ismael Marcos).

Pepe Lorenzo
Grupo B


Fotografía: Ismael Marcos

Ciudad sitiada

Hace un día feo, frío, fantasmal,
Salamanca nunca estuvo tan triste,
la muerte es gris, confinados
en casas celda los hombres,
humanidad borrada.

Las calles, pasadizos de una morgue
parecen;
los que salimos al pan,
panaderías cerradas,
pan de supermercado,
no es lo mismo.

La calle Compañía simboliza
soledades atroces de otras calles
que nos conducen a otra espesa niebla.

En la sala de la Salina
exposición cerrada,
se titulaba Requiem,
con un nido pintado se anunciaba.

¿ Dónde están los humanos si aún hay calles
que añoran su presencia?.

Las campanas convocan
a despertar espíritus dormidos.

Emilia González
Grupo B


Metamorfosis

Siempre que escuchamos el término “cuidad fantasma” pensamos en una ciudad sin habitantes, una ciudad vacía. Ahora estamos viviendo en una ciudad fantasma, llena de gente, pero fantasma, solo unos pocos han podido escapar, el resto estamos atrapados, los que mueren también consiguen escapar.
Somos fantasmas dentro de nuestras casas, no necesitamos cubrirnos con sábanas blancas, con una mascarilla es suficiente. Cada uno arrastra su pesada cadena como puede. Las calles vacías, las casas llenas, llenas de fantasmas.
Qué pena de infidelidad confesada un día antes del estado de alarma, qué estúpido arranque de sinceridad, paseo arrastrando mi vergüenza, mi mascarilla es demasiado pequeña, no cubre todo mi rostro, no tengo donde esconderme.
Qué pena de ERTE, treinta años haciendo lo mismo y ahora…, deambulo por la casa, descubro que tengo casa, hay gente, mi mujer, mis hijos, todos en mi casa, los posesivos me asfixian, intento hablar con ellos, no tengo palabras, no sé cómo se hace, estoy vacío.
Vacías están las calles. Los adolescentes pegan sus narices al frío cristal de la ventana, por encima de la mancha de vaho observan la calle, está vacía, imaginan a sus colegas detrás de los cristales, con bolsas blancas colgadas de sus manos, bolsas blancas cargadas de alcohol, de risas, de confidencias, de vida.
Muchos fantasmas encerrados en sus casas, mucho tiempo para pensar, van descubriendo sus miserias, no las pueden ocultar, solo está permitido tirar la basura una vez al día, a la esquina de su calle, no más lejos, desde allí el hedor llega a su casa. Ciudad vacía, casa llenas de gente vacía.
Estamos encerrados como gusanos en una caja de zapatos con agujeros, devoramos las hojas de nuestra pena, comemos y devoramos hasta que ya no podemos más. Destilamos nuestra pena convertida en filamentos de seda, buscamos un rincón escondido y tejemos un capullo, un sitio donde escondernos, saldremos convertidos en crisálidas, extenderemos nuestras preciosas alas, con un continuo aleteo sobrevolaremos las calles, calles vacías de una ciudad desierta, fantasmas convertidos en bellas mariposas, creadoras de larvas, creadoras de gusanos, gusanos en las calles vacías, gusanos en la ciudad fantasma.

Tomás García Merino
Grupo B


Tiempo de vacío

Dos meses ya de arresto, disfrazado de enviado protector. Sesenta días de lenta procesión entre la amplia recua de ángeles y demonios que se alternan desordenadamente en este ir transcurriendo. Nos creímos un futuro, un horizonte de promesas y unos sueños que nunca fueron nuestros. Hoy me espera un mundo desnudo de certezas. El ayer ilusorio es absorbido por la evidencia de este hoy apresado, como gotas de lluvia sobre la tierra reseca.

De pronto, me despierto y no hay hoja de ruta. Camino por calles sin calzadas ni aceras, oliendo a miedo recién regado, donde las fachadas se alzan amurallando vestigios de otro tiempo. Un tiempo que ya no es el mismo que aquel otro; escaso, huidizo, atropellado, escurriéndose siempre entre mis días como arena entre los dedos. El tiempo ahora no es de nadie. Nunca lo fue, pero antes le seguíamos como un perro a la soga de su amo. Ahora la soga se ha quedado enredada al cuello y en el intento de deshacernos de ella, clava sus garras en la garganta para que no olvidemos nuestra condición de siervos, o para que no recordemos lo que en verdad somos.

Este nuevo tiempo es un estado denso, un deambular que arrastra una herrumbre pesada en los tobillos, una niebla fangosa entre las sienes, un pozo en medio del pecho que atraviesa la tierra de parte a parte. Se ha parado, y ya no me lleva a ningún futuro. Me ha arrancado el mañana del calendario y de mi frente. El pasado me pisa los talones, me tira del pelo, me acecha desde el fondo de los armarios y exige también su espacio; ese que no le dediqué, ese que exige su duelo. Y yo me resisto a no poder huir, de nuevo, hacia ese mañana disfrazado de nuevas oportunidades, de ilusiones coronadas de mejores comienzos, como si respirar no fuese suficiente fortuna, suficiente dicha, suficiente...

Todos los días ya son ese mañana donde, el ahí afuera me es ajeno y su sustituto me sabe a traición. Temo el encuentro porque mi boca ya no busca más afán que otro sabor y los brazos temen abrirse al viento del desierto. Aquí dentro, debo velar y despedir a mis muertos hasta que al fin puedan emprender su vuelo. No cabe mayor pérdida; pasado y porvenir quebrados, alejándose desde este punto en medio de nada, justo donde tendré que empezar a recordarme, en este infinito abismo, donde todo no es sino el recuerdo de un delirante sueño.

Cansada de buscar inútiles refugios, la rendición es incondicional, mientras me dejo caer sobre la algodonosa luz de la nada. A lo lejos, como un leve tic-tac martilleante, un interrogante se va alejando hacia los rincones de mi desconcierto: ¿y ahora qué?... Apenas acude el eco de un suspiro, propagándose por los confines de este vacío abisal que tan solo me devuelve la respuesta del silencio arrastrando sus insondables pasos.

Nuria Morán Aguirre
Grupo B


Ciudad desierta

Las calles están desiertas. Solo algún coche de policía patrullando, vigilando, a falta de la responsabilidad de unos pocos, eso mismo, que las calles estén desiertas.
Un enemigo tan pequeño e invisible como mortal nos he recluido en casa. Enclaustrados como estamos hemos caído prostrados ante él. Nada escapa a su paso. Nos dijeron que afectaría solo a un determinado perfil de población. Falso. Tan poco sabíamos del letal contrincante que la única medida ahora es el aislamiento, la separación, la llamada “distancia social”, que debería calificarse como física, porque, por ventura o desventura, estamos tan intercomunicados que no puede llamarse tal.
Aislamiento, separación, alejamiento, enclaustramiento. Prisioneros en nuestra propia vivienda. Ir al “súper” se ha convertido en una actividad de riesgo. Pasear al perro en un privilegio. Trabajar un peligro. Viajar un atrevimiento. Abrazar un suicido.
A las ocho de la tarde aplausos. Aplausos para los que más lágrimas ven, y sufren. No son héroes, son profesionales, soldados que han ido al frente sin fusil, ni EPI.
La muerte ataca, y su víctima parte en solitario. Los cementerios están vacíos, incluso en los entierros.
Las calles vacías. Las casas llenas. Las familias, o muy separadas, o muy unidas. Esta guerra ha sido como la anterior, “nos ha pillado en zona”.
Esperanzas, pocas. Soluciones, algunas. Consenso y unidad escasos. Palabras, demasiadas. Hechos, luctuosos.
El Sol, la Luna, las estrellas. Siguen ahí, impasibles. Al resto del Universo nuestro drama le permanece ajeno. Parece, además, que la polución baja. ¿Será este un castigo que nos impone un Planeta cansado de nuestros desmanes y desvaríos?
Cuando esto pase, porque todo pasa y todo llega, habremos perdido a tantos… Qué es una ciudad solitaria durante unas pocas semanas en el largo discurrir de nuestro tiempo. Cierto, es duro, pero sería más duro mirar atrás en un tiempo futuro, y ver que, por impacientes, hemos dejado a, todavía más, amigos, familiares, desconocidos, en el camino.

Javi Martín Caamaño
Grupo A


Estado de alarma

Accedieron a la ciudad por una amplia avenida. No había más que algunos pájaros volando de un lado a otro. Lo demás era silencio. Una ligera brisa provocaba que algún papel o plástico olvidado se desplazase rodando por el suelo. El cielo, azul intenso, confería una luz especial, diferente, a los edificios. Los cristales de las ventanas de los pisos más altos reflejaban un sol amarillento que empezaba a asomar por el horizonte. Daba la sensación de que los habitantes de aquella urbe la habían abandonado, pues no se veía a nadie. Los vehículos estaban perfectamente estacionados. Era como si la población hubiese desaparecido durante la noche.
Allí estaban, sin atreverse a penetrar en la ciudad. Eran cuatro. Vestidos con buzos militares, mascarillas que les cubrían todo el rostro con dos grandes filtros a cada lado. Con guantes y protecciones en las botas para impedir que nada estuviese en contacto con el aire. Llevaban un fusil entre sus manos protegidas. Observaban atentamente hacia todos los lados.
Uno de los militares, el de menor rango, acertó a hablar. Su voz sonó extraña, apagada, a través de los filtros de su mascarilla.

—Teniente, esta ciudad parece vacía, es como una ciudad fantasma.
—Silencio —le reprimió el teniente en voz baja—. Vamos.

Empezaron a caminar y el sonido de sus pasos, del roce de la tela y el plástico de su indumentaria, producía un eco extraño. El aire tan limpio, antaño contaminado, olía al mar cercano, a plantas frescas y a flores. Avanzaban lentamente, contemplando a la vez, la fascinación de una ciudad aparentemente vacía y la desolación de una ciudad sin bullicio, sin vida.

—Atentos a todo —volvió a ordenar el teniente, rompiendo ese abrumador silencio—. Recordad. Hay confinamiento. No hay excusas, no hay excepciones. Cualquiera que asome o salga a la calle debe ser abatido.

Jaume Castejón 
Grupo B


El vacío

El silencio se oye, silencio en la ciudad, la ciudad está vacía, sus plazas, calles y parques solitarios, tal vez el zureo de alguna paloma o el trino de un pájaro. Y en las casas también hay vacío.
Y pasa el tiempo, y las ciudades empiezan a recupera vida, dejan de ser ciudades fantasmas, sus plazas, sus calles, sus parques se ven concurridos, pero en esos parques hay bancos vacíos.
Vidas, almas han quedado desgarradas, ¿cómo se puede vivir ese vacío? Habrá que taponar los poros para que lo que ha quedado dentro no se escape, el cariño, la compañía, de familiares y amigos harán de tapones, esa alma, esa vida, no se debe secar, se nutrirá de recuerdos, esos momentos ¡tantos momentos! que vivieron juntos y, se quedarán para siempre en su corazón.
Y la vida sigue, y habrá que aprender a vivirla, mitigar el vacío.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Ayer era bullicio,niños corriendo..... gente hablando generalmente alto,abuelos con pasos inciertos con sus cachavas yendo al parque donde sentarse y hablar o llendo al club de los jubilaos para poder echar una partida de domino.
Hoy, por culpa del virus,las calles desiertas.LA ciudad vacia,se siente la tristeza y el miedo.
Después de pasar varios días encerrada sali a tirar la basura,fui consciente como el miedo te bloquea,miras para un lado y para otro ..te apartas de las personas que vienen de enfrente.Es triste ver tan vacias las calles.Nunca el silencio duele tanto

Josefa Redondo
Grupo A


Hoy al terminar su trabajo, turno difícil por todo lo que se está viendo en el hospital, deseaba salir a la calle. Respira y agradece el aire fresco en su rostro, 7 horas con protección de mascarillas es algo agobiante. Tiene ganas de caminar, piensa que le gustaría dar un largo paseo, pero no ha dado ni 30 pasos y percibe una gran soledad, recuerda lo que está ocurriendo y ve como afecta a su ciudad, siempre con gente, hoy por no ver, no ve ni palomas, y mira que hay últimamente por Salamanca. Sigue caminando hacia su casa y nota que le va invadiendo una gran tristeza y no quiere que ese sentimiento se apodere de ella, ya ha tenido bastantes esta tarde y no precisamente de los que se consideran buenos para la salud. Evoca sus salidas de turnos nocturno, donde también, algunos fueron difíciles, complicados, pero ninguno como el de hoy. Salía con ganas de poder sentir buenas sensaciones y se va dando cuenta de que no está ocurriendo eso, pues se siente muy triste y también miedo, no ve a nadie por la calle. Entonces de que tiene miedo? Si no hay nadie.? Suena su móvil y lo activa con rapidez, agradece que alguien llame y así, dejar ese devaneo que tiene su cabeza. Atendiendo esa llamada, va llegando a su casa. Manda un abrazo a su comunicante en este momento amigo salvador y entra en el portal de su casa. Desea dejar su tristeza en ese portal y entrar en casa con una gran sonrisa. La que siempre ofrece a los que tienen la suerte de tenerla cerca. Siempre sonríe y no desea que este virus se apodere de lo mejor que tiene, SONRISA 😊.

Pepita Agustín
Grupo B


Sobre la inspiración

Inspiraciones
suenen entrecortadas
en hospital

Alfredo Domínguez
Grupo B


Desde mi casa

Los primeros días del confinamiento, desde mi ventana, veo ambulancias pasar a todas horas camino del hospital, de vez en cuando algún coche fúnebre en la misma dirección. La televisión nos anuncia cientos de contagios y de muertos al final del día.
A las 8 de la tarde salimos al balcón para aplaudir a todas aquellas personas que se están jugando la vida diariamente para tratar de atajar esta pandemia.
Leemos las noticias por los periódicos digitales, en la residencia donde está mi padre fallecen 18 personas, llamo para ver su estado y me dicen que el no está en la lista, pero si en los contagiados, le han puesto un tratamiento.
A los 15 días del tratamiento, las pruebas efectuadas ya dan negativo, tiene 94 años y ha superado de momento el virus maldito, pero no se puede acceder a verlo, solo noticias por teléfono, “está intranquilo” es lo que más nos repiten cuando preguntamos por su estado.
Para hacer más llevadero este encierro, multitud de artistas gratuitamente nos ofrecen preciosas canciones: El grupo Godaiva, nos deleita con la letra y música en “Se que estas conmigo”. Fernando Maes a sus seguidores desde casa ofrece conciertos todos los jueves.
Ya llevamos dos meses sin salir, el alto riesgo sigue vigente, no nos sirven oxígeno por estar atendiendo a los hospitales, la angustia es grande pero soportable, el miedo libre, internet, los amigos y el teléfono han hecho posible que todo sea mas liviano, pero vemos que muchas personas han fallecido o están aún contaminadas o lo están pasando mal, muy mal, empresas y negocios cerrados, los políticos a la greña, unos trabajando y otros poniendo trabas, inconcebible, no entiendo esta sociedad.

Luis Iglesias 
Grupo B