Walt Wtiman. Canto de mí mismo y otros poemas

Ayer nos adentramos en el bosque para escuchar el murmullo de las hojas que nos trajo Whitman.
Un susurro callado que nos invita a poner la vista y el oído en todo cuanto nos rodea pero también en nosotros mismos.
Ayer abrimos de par en par a un hombre e hicimos resonar nuestro bárbaro sobre los techos del mundo. Aprendimos que estamos aquí, en medio de un poderoso drama, para buscar nuestro verso.



Para conocer un poco mejor a Long Island veamos el retrato que hace de él Rubén Darío en el poema titulado "Walt Whitman":

En su país de hierro vive el gran viejo, 
bello como un patriarca, sereno y santo. 
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo 
algo que impera y vence con noble encanto. 

Su alma del infinito parece espejo; 
son sus cansados hombros dignos del manto; 
y con arpa labrada de un roble añejo 
como un profeta nuevo canta su canto. 

Sacerdote, que alienta soplo divino, 
anuncia en el futuro, tiempo mejor. 
Dice el águila: «¡Vuela!», «¡Boga!», al marino, 

y «¡Trabaja!», al robusto trabajador. 
¡Así va ese poeta por su camino 
con su soberbio rostro de emperador! 

Jorge Luis Borges, traductor del poeta y gran admirador de su obra, señala lo siguiente en el prólogo de "Canto de mí mismo y otros poemas":

He hablado de epopeya. En cada uno de los modelos ilustres que el joven Whitman conocía y que llamó feudales, hay un personaje central —Aquiles, Ulises, Eneas, Rolando, El Cid, Sigfrido, Cristo— cuya estatura resulta superior a la de los otros, que están supeditados a él. Esta primacía, se dijo Whitman, corresponde a un mundo abolido o que aspiramos a abolir, el de la aristocracia. Mi epopeya no puede ser así; tiene que ser plural, tiene que declarar o presuponer la incomparable y absoluta igualdad de todos los hombres. Semejante necesidad parece conducir fatalmente a un mero fárrago de la acumulación y del caos; Whitman, que era un hombre de genio, sorteó prodigiosamente ese riesgo. Ejecutó con felicidad el experimento más audaz y más vasto que la historia de la literatura registra.

Pero para conocer a Whitman hay que adentrarse en él. Hacer nuestras sus palabras. Dialogar, como él hizo, con la Naturaleza, con el entorno, con nosotros mismos. Para encontrar nuestra identidad y para encontrar la identidad del lugar en que vivimos:

14

Por la noche fría el pato silvestre guía su bandada,
Grazna Ya-honk, y es como una invitación desde lo alto,
Los necios piensan que no tiene sentido, pero oyéndolo bien
Sé que tiene su propósito y su lugar en el cielo de invierno.
El ciervo salvaje del norte, de agudos cascos, el gato al borde de la ventana, 
el perro de la pradera,
La lechigada que se prende de la marrana que gruñe,
La cría de la pava y la pava con las alas abiertas,
Reconozco en ellos y en mí la misma ley.

La presión de mi pie sobre la tierra despierta cien afectos
Que se burlan de cuanto puedo hacer para unirlos.

Estoy enamorado de cuanto crece al aire libre,
De los hombres que viven junto al ganado o sienten el sabor del océano 
y de los bosques,
De quienes arman o conducen los barcos, de quienes manejan las hachas 
o guían los caballos,
Puedo dormir y comer con ellos semana tras semana.

Lo más común, lo más barato, lo más cercano, lo más fácil, eso soy YO.
Confío en el azar, lo derrocho a la espera de infinitas ganancias,
Adorándome para entregarme al primero que pase,
No exigiendo del cielo que descienda a mí cuando quiero,
Desparramando todo porque sí para siempre.

19

Ésta es la mesa puesta para todo, ésta es la carne para el hombre natural;
Es para el malvado no menos que para el justo, a todos he invitado,
No permitiré que una sola persona sea desairada o excluida,
La mantenida, el parásito, el ladrón, están aquí invitados.
El esclavo de labios gruesos está invitado, el enfermo venéreo está invitado,
No se hará la menor diferencia entre elllos y los otros.

Éste es el roce de una mano esquiva, ésta es la impresión y el olor del pelo,
Éste es el contacto de mis labios y de los tuyos, éste el murmullo del anhelo,
ésta es la remota profundidad y la altura reflejando mi cara,
Ésta es la voluntaria fusión de mi ser y otra vez la salida.

¿Sospechas en mí un propósito oculto?
Sí, lo tengo, porque lo tiene los aguaceros de abril, y la mica de las rocas lo tiene.

¿Crees que quiero asombrar?
¿Asombra, acaso, el día? ¿Asombra, acaso, el pájaro que canta temprano en el bosque?
¿Asombro yo más que ellos?

Ahora estoy hablando en la intimidad,
No diría estas cosas a los otros, pero a ti te las digo.

Ayer miramos cara a cara a un buey para sentir el reflejo de nosotros mismos. Para advertir que no somos más que nadie y que nada. Que el asombro se reparte por igual en cada elemento de la creación.

[...] Bueyes que agitáis el yugo y la cadena o estáis inmóviles bajo la sombra de las hojas, ¿qué expresan vuestros ojos?

Expresan más que todos los libros que he leído en mi vida [...]

¿Cuál es nuestro verso? ¿Cuál es nuestro grito? ¿Lo que llevamos dentro es inútil o es de gran valor?
Recordemos que "escribir es un trabajo de minero de uno mismo". Lo sabía muy bien el escritor y filósofo José Luis Sampedro.




Propuesta de escritura

Walt Whitman dice en su poema "Historiadores de los tiempos futuros":

Historiadores de los tiempos futuros,
Venid, os mostraré lo que se oculta bajo esta apariencia impasible, os confiaré lo que debéis decir de mí, Publicad mi nombre y colgad mi retrato [...]

Propusimos como tarea escribir nuestro retrato del futuro, escribir el canto de uno mismo de aquí a unos años. ¿Cómo seremos dentro de cinco, diez, veinte años? ¿Cómo será nuestra relación con la naturaleza? ¿En qué habremos cambiado?


Y estos son algunos de los trabajos enviados hasta ahora:


¿Tiempos futuros?

Yo no pienso en el futuro, mi presente es mi futuro. Pensar en mi futuro a largo plazo ya no lo hago. Mi meta, cuando pensaba en él, era el año dos mil, para entonces habría conseguido lo que ya tenía muy claro, tener muchos hijos, ser hija única marcaba, y maestra. Me veía una abuelita como lo eran las de cuando yo era niña, pelo blanco, arrugadita, rodeada de nietos contándoles cuentos que entonces pensaba escribiría para ellos, una abuela dulce y cariñosa, pensaba en la escuela que tendría, que haber vivido tanto, me daría un gran bagaje de conocimientos, que sabría mucho, y que mi vida iba a ser muy feliz, como era entonces mi niñez.

Ahora ya acercándome a los ochenta, mi vida ha sido intensa y plena, tanto en el ámbito familiar, como en el profesional. Conseguí lo deseado, no fue fácil, muchos esfuerzos, lucha, “un duro bregar”.

Y recuerdo primaveras explosivas, verdes paisajes, cantos de pájaros, flores multicolores, olores a romero, lavanda, tomillo, todo invitaba a momentos felices, ¡Y cuántos habían llegado a mi vida! Y los muchos inviernos, el frio que helaba los huesos, los carámbanos que colgaban de los aleros de los tejados, esos días oscuros, un tiempo que deseaba que pasara rápido. ¡Qué duros inviernos de mi vida!, y llegaba el caluroso verano ¡con qué ganas se esperaba!, vacaciones, juegos en la playa, excursiones, un ir y venir, cielos estrellados, esperando ver una estrella fugaz para pedir un deseo. Y llega el otoño una paleta de colores, desde el amarillo al ocre, del rojizo al anaranjado ¡Qué maravillosa es la naturaleza! ¡Qué oportunidades para disfrutar nos ofrece!, el otoño nos la presenta en su máximo esplendor. Pero es entonces cuando la naturaleza en un pequeño trascurso de tiempo pasa de los verdes espléndidos, a esas gamas menos excitantes, más serenas, más plácidos, pero tan espectaculares. Ahora en mi otoño quiero sacar esos pigmentos que igual que en las plantas, aún quedan en mi interior, quiero dar colorido a mi vida, hacer de mi tiempo un otoño dorado, aprovechar todo lo que tengo alrededor, ponerme los menos límites posibles, abrir mis puertas.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Historiador de futuro

Entraña dificultades, por supuesto, pero ser «historiador de los tiempos futuros» no deja de tener su atractivo. Pasa el tiempo, año 2032, es decir tiempos actuales, mes de mayo como entonces, y puedes constatar el acierto que tuviste al historiar. Y voy a constatarlo formalmente, decido, aunque no se me haya ido de la memoria lo escrito. Tiro del último cajón de mi mesa y del fondo extraigo el sobre. Lacrado, tuve esa humorada, lacrarlo, aunque ya por entonces eso no se llevaba. Ahora me doy el gustazo de romper el sello.

Mes de mayo también —leo—, año 2019, fíjate, y parece que fue ayer. Salíamos del taller con esa tarea encomendada: historiar «…de los tiempos futuros».

Era como cambiar de profesión, se me permita la hipérbole. Ninguno de nosotros, pienso, estaba en esa onda, quien más quien menos todos relatábamos de lo vivido, experiencias propias o noticia que tuviéramos de otros que nos las hubieran contado, pero siempre tomando como base lo ya ocurrido; invenciones, pocas. Tarea nueva por tanto; a mí, particularmente, hablar del futuro se me antojaba una dificultad que añadir a las de reglamento. Pero había que ponerse a la tarea, y me puse con ganas. Resultado satisfactorio, los tiempos vinieron a darme la razón. Fueron dos mis propuestas:

La primera, fácil —recuerdo que me dije al trabajarla—. ¿Durante cuánto tiempo puede estarse creyendo en exageraciones de poeta? Durante muy poco, es claro. En efecto, a lo largo de todos estos años jamás tuve la evidencia de que los ojos de los bueyes expresaran más «…que todos los libros que he leído en mi vida». Afortunadamente, porque fíjate la decepción si hubiera sido lo contrario.

La segunda ya era un poco más difícil pues andaba yo un algo desmoralizado. Pero le puse ganas y ya ves, acierto pleno lo mismo. Había terminado la liga en primera, el Betis nos había metido 0-2 en el Bernabéu, el desastre se había consumado, campeón el Barça, el Madrid a 21 puntos. 2019, hay años que bien podían no haberse vivido. Pero a lo que vamos, 2032, 0-3 en el Camp Nou y conseguimos nuestro decimotercer título consecutivo. Y lo que te rondaré, morena.

Dan gana de seguir jugando a escribir «de los tiempos futuros». ¿Para cuándo esa tarea, jefe?

Pascual Martín
Grupo B


CANTO A MÍ MISMO
(casi en el último segundo de mi tiempo)

Si no he sabido transmitir
la ilusión por la vida,
si en mis ojos no habéis visto
pasión a raudales,
si no habéis encontrado a mi lado
más que oscuridad y frío,
entonces mi vida
no habrá servido de nada.

Si no habéis recibido de mi mente
un aire fresco de madrugada,
si con mis manos no he sabido
modelar la impetuosidad del alma,
si de mi boca sólo habéis oído
mentiras piadosas y engaños,
entonces mi vida
no habrá servido de nada.

Si con los años vividos
no he cumplido ni una sola de mis promesas,
si la vida no ha sido ninguna historia
de aventuras imposibles y de ensueño,
si he pecado de ignorancia
o os he maltratado con odiosa arrogancia,
entonces mi vida
no habrá servido de nada.

Si no he sabido miraros a los ojos
con la inocencia de la infancia,
si no he soportado la vejez,
feliz, como una más de las etapas,
si sólo conocéis de mí
la falsedad de una silenciosa farsa,
si al final de mis días
no os he regalado nada, absolutamente nada,
entonces no merezco ni la muerte
y solamente me queda:
el tormento de purgar mis faltas graves,
—por mediocre, por estúpido y aburrido, por no haber comprendido lo maravilloso de la vida— perpetuando mi presencia
hasta que aprenda que lo más hermoso
es una existencia sencillamente...
apasionada y sincera.

Jaume Castejón
Grupo B


Canto de mí misma

Canto hoy a la mujer que nació libre, a la que aspira a serlo nuevamente, si es posible antes de partir de esta tierra, de este ámbito de vida, donde aún se da el milagro de existir.

Canto hoy a la mujer que habitará un espacio ya elegido, aunque ese sea el mismo que la viera nacer, donde crepitan las brasas todo el año, donde el hogar renace en cada amanecer, y se recoge, todavía encendido, en rojos, en naranjas, en malvas y oro encanecido, a la hora del “tramonto”, en la hora más maga; en el lugar que abraza cada noche, con sus alas de arena, con sus brazos de tierra y su áureo regazo abierto y fiel.

Canto hoy a una mujer, más sabia y más serena, que recobra alegría y atesora asombros y regalos cotidianos pero también acoge su dolor, sus tristezas. Canto hoy a una mujer que aún cree y aún duda, que ha aprendido a soltar sus cadenas, a despojarse, de velos y de miedos, pero también de cosas; a la que ha aprendido a compartir, su voz, los dones recibidos; a aquella que ha aprendido a amar sin condiciones, a la que no distingue entre ella y los otros, la que se alegra en toda la alegría, la que sabe tan suya cualquier pena o carencia, la que se sabe parte y una con todo lo que es, con cada ser que encuentra, la que dialoga con cada objeto y ser que la rodea, la que ama, ama, ama, ya sin miedo, ya sin expectativas, ya sin tregua; la que agradece, y bendice, y acepta. La que empieza ya a intimar con la muerte, y la comprende, aunque no haya dejado de temerla.

Canto hoy a una mujer que aún se emociona con un canto de aves, con un rumor de olas, con la poesía, con la mano tendida, con la belleza más sencilla y pequeña: un toque de campana, la cortina de niebla, brotes, hojas caídas, ese humo envolvente de voces en la plaza, la fragancia de las flores primeras, de la tierra mojada, la brisa en una noche de verano, una lágrima a punto de emerger, una sonrisa clara, rocío en la mañana, la carcajada libre, el reconocimiento de un destello en el cuerpo, en la mirada; la alegría sincera y espontánea, la tristeza callada y transformada, ese hambre de amor en todos, y los signos perennes de vida en cada ser, en cada objeto, en todo lo que va contemplando.

Canto hoy a la mujer que un día se sintió abrazada y que hoy todo abraza, a aquella que encontró el hogar en la luz, y hoy ilumina y ama.

Canto hoy a la mujer que inocente nació y, tras la noche más oscura del alma, ya renace a la luz y, despojada, ama.

Marian de Vicente
Grupo B


En el futuro

No más interna mirada,
Acechante, despiadada
Ya nunca juez ni penitencia
El perdón ha sido
definitiva, radicalmente abolido.
Mi pecho se ofrecerá abierto y hospitalario.
El aire se colará con vigorosas ráfagas entre mis huesos
Insuflándome aromas de hierba cortada, de jara y de cantueso.
Saldrán de mí, fétidos, los vapores de la putrefacción y de la culpa.
El cuerpo, tumbado junto al arroyo, dejará crecer sus raíces,
Hundiéndose en la tierra hasta abrazar, cariñosamente, a la retama y al lentisco.
Cuando mire dentro de mí veré, solo, la naturaleza, luminosa y cambiante
Mi sangre será savia del poderoso alcornoque.
Beberé las esencias de la humilde encina.
Al cabo, uno con la tierra, libre. Finalmente vivo.

Pepe Lorenzo
Grupo B


“¡Igualita a su madre!”

Tuve que quitar las hojas del camino para no resbalar. Como cada año, la higuera se había despojado de su manto vertiéndolo sobre el jardín, pero parecía que, en esta ocasión, el follaje se esforzaba en borrar cualquier huella. Abrí la puerta y el olor de su interior me entró por las fosas nasales y recorrió su camino hacia el cerebro para instalarse en mi corazón. Era el olor de mi casa, la esencia de mi madre. Un aroma diferenciado de cualquier otra fragancia, característico, inconfundible.

Ella ya no estaba. Y esa primera entrada en casa ‘después de’ estaba cargada de emociones. Sentí cómo, la pena se apoderaba de mí y constaté nuevamente cómo la muerte me había pillado por sorpresa, - al parecer siempre es así, aunque haya sido anunciada con mucha antelación-.

Los ojos se me llenaban de lágrimas, sin remedio. Entré en el cuarto de baño para coger pañuelos y para enfrentarme al espejo -aún no sé por qué tengo que mirarme al espejo siempre que lloro-. La imagen que me devolvía el cristal me provocó una nueva llantina al verla allí reflejada. Desde niña he oído siempre la misma cantinela: “¡Igualita a su madre!”. Y siempre ha sido así: cada vez me parecía más a ella, cada día se igualaba más nuestro semblante, se ajustaban más los rasgos, la mirada, los gestos y hasta las palabras. Incluso esas frases que sólo decía ella y que, en ocasiones, yo no acababa de comprender cuando era pequeña porque formaban parte de un lenguaje singular que sólo había escuchado en su boca, expresiones que provenían de diferentes idiomas o que eran una mezcla de ellos y que sólo tenían significado propio para mi familia. Esa forma de hablar, con giros divertidos, otros oscuros o incomprensibles, se ha ido incorporando a la mía, como todo lo suyo. No es de extrañar que a veces la vea en mí.

El paso del tiempo no me pesa -aunque el deterioro físico, intelectual o sensorial me irrita sobremanera- . Mis pretensiones no transitan por la inmortalidad, únicamente aspiro a que los míos tengan de mí una percepción semejante a la que he tenido yo de ella toda mi vida.

Maxi Moreno
Grupo B


Y volveré a amar. Como nunca he amado.
Espero en ese momento tener trabajo, para ello porque no paro de estudiar.
Habré gozado, dentro de 20 años, seguiré queriendo a David y Sergio como el primer día.
Y envejeceremos juntos.
Y volveré a tener otro animal de compañía, espero un dragón barbudo.
Tendré mis primeras arrugas, a lo mejor no, a lo mejor dan el pase.
Seguiré yendo al taller como cuando empecé a los 16.
Habré sufrido mil y una historias más y me daré cuenta de lo que de verdad importa.
y sacaré un libro de poemas, aparcaré el miedo y lo enfrentaré.
Un gran sueño que espero que llegue y gozaré. Cuando lo toque.
Seguiré visitando a Curi y Leonardo, muchos años más. Y cuando yo no esté, ellos si.
Espero.
Y espero amar al correcto, al que ame y quiera o sea como yo, o se parezca o al menos quiera.
A ese, realmente. Espero que llegue. Esperaré tu rosa lo que necesite.

Iria Costa
Grupo B


¿Canto de mí mismo?

Heme aquí, disfrazado de poeta,
de rapsoda, de ciego o trovador,
que tienen todos bula en consentirles
mentir al público; más no el historiador.

¡Venga, pues! Hablemos de un buen hombre,
que no fue lo mejor ni lo peor,
en el trecho que va desde este día
al día en que su fuerza declinó:

Arrancó algunos versos de la tierra
y ceñidos al pecho los llevó.
Bebió de fuentes claras agua fresca
para vencer en la guerra,
                          y crecer en el amor.

Cantó, como el salmista, una alabanza
de eterna gratitud al Creador.
Dio besos a su esposa cada día,
siempre menos de los que ella mereció.

Estuvo cuando lo necesitaron
y cuando no, supo pedir perdón.
Fraguó con su talento una novela
y consta que alguien bueno la leyó.

Gustó de la compaña de amistades,
campo hermoso, que siempre cultivó.
Holgó también con gratas soledades
el tiempo que su cuerpo le pidió.

Imploró de Dios misericordia
y no podrá negar que no encontró.
Juzgándose a sí mismo fue tan fiero
que acabó por ceder y no juzgó.

Kilómetros de campos y ciudades
recorrió en permanente ensoñación,
Licuando la verdad de aquellos átomos
áureos e invisibles,
                   que Bécquer concibió.

Midió con tino sus palabras breves
cuando eran graves, y cuando no, no.
No perdió mucho tiempo en fatuidades
que dañan donde duele al corazón.

Olió de las mujeres y las flores
su dulce aroma, con ansia y profusión.
Pero de esas que excitan las pasiones,
de esas solas, seguro, se excedió.

Quiso a cuantos quiso, sin medida,
y se esforzó, para ello, con ardor,
Rugió si en la ocasión le iba la vida,
y si solo la muerte, suspiró.

Sintió que en las albardas de su tiempo
cabía menos de lo que pergeñó.
Tampoco se engañó, dando por bueno
lo poco que a la postre nos dejó.

Unió, al fin, sus anhelos más queridos
haciendo escala de ellos hasta Dios,
Viviendo a lo Manrique con su copla
para ganar aquel mundo mejor.

Y hasta aquí llega el viento, no más sopla,
Zalama de poeta, que no de historiador.

Óscar Martín 
Grupo A


Ejercicio de Esperanza

A cinco años vista,
más sabiduría, mejor salud,
que mi cerebro se ilumine,
con la compasión y con la poesía.

Escribir, viajar lo que pueda,
no pensar contra mí, sufrir lo justo,
amarlo todo, tener amigos,
fundirme con los soles de la tarde,
sentirme una con la naturaleza.

Salir al aire pensando
que brotarán trigos y cardenchas
en mi interior.

Que me nazca un hijo de mi hijo,
y que sigan las canas coronándome.

Emilia González
Grupo B


Anno domini 2.033

Tomando café en una terracita de un pequeño bar, en un pueblo pequeño cerca de la frontera española.
Tomo café una vez por semana con el médico del pueblo. Me pone al día en los avances de la medicina, y se preocupa por mantener mi salud lo mejor posible. Salud aceptable, pues ya he superado la barrera de los ochenta.
Maria ya es una experta en arroces caldosos y en bacalao de mil maneras.
Todas las mañanas practicamos unos ejercicios de yoga para mantenernos ágiles y flexibles.
Si el tiempo lo permite paseos por el campo en plan "marcha"; si vamos acompañados en plan "paseo", charlando amigablemente.
Antes de comer pasamos por el bar de la estación. Contactamos con dos operarios del ferrocarril, personal del ayuntamiento y algún otro paisano, todos muy agradables. Tras dos vasos de vino verde fresquito y unos taquitos de queso, vamos para casa de buen humor pensando en el arroz caldoso que toca hoy.
Después de una cabezadita, corto paseo para reflexionar y dedicar la tarde a labores creativas.
Estoy terminando mis memorias. Quiero que mis hijos las lean para que me conozcan mejor; para que me conozcan antes de haberme conocido realmente. Sigo dibujando y pintando, y también aporreo el piano. Maria se dedica a la lectura, a la cocina, punto de cruz y otros trabajos manuales. Está contenta porque pagamos menos impuestos.
Lo habéis adivinado: estamos viviendo en Portugal.
La España de 2.020 se metió en una espiral de estupidez que no pudimos soportar. Compramos un terrenito con una casita pequeña en un pueblecito cerca de la frontera, y aquí estamos desde entonces.
De vez en cuando vamos a Salamanca, pero sin oír ni leer las noticias.
Creo que por fin nos hemos desintoxicado.

José Luis Fonseca
Grupo A


Siga a ese taxi

La sesión de ayer la dedicamos al taxi y a los taxistas. Por un momento nos sentimos libres entre las calles, avenidas y callejones de la escritura e iniciamos nuestra carrera hacia un destino: la imaginación.
Mezclamos realidad y ficción y nos subimos a ese taxi en el que siempre quisimos gritar: "Siga a ese taxi". Y dos taxis circulan por la ciudad desentrañando el recorrido de las palabras.
Cuántas historias posibles encierra esa frase. Quizá viaje en él algún ladrón, alguien infiel. Tal vez sea un taxi en el que alguien huye de una relación o de su pasado. O es posible que solo esconda una historia cotidiana. O quizá alguien que viaja a la Calle Tristeza, esquina Agonía, para morir. Como Héctor Lavoe en su canción "Taxi".
Hoy descubrimos las dos caras del taxi, una parte prosaica y cotidiana y su parte épica, incluso lírica.



Dejamos en esta parada un artículo de Ana Marcos en Verne (El País) con el título de "Anécdotas de la vida de un taxi madrileño". Daniel Díaz, un taxista de entre tantos, nos cuenta alguna de sus experiencias en su taxi.

Proseguimos nuestra carrera y nos detenemos un instante este articuento de Juan José Millás titulado "Las voces, las calles, los taxistas":

Encogido en un rincón del taxi, intentaba hacer como que no oía la conversación del taxista con un compañero a través de la emisora. Se trataba de una conversación amorosa, dominada por la pasión de los celos. Mi conductor estaba a punto de echarse a llorar, pero el del otro coche hablaba ya entre hipidos. Me dirigía a una clínica de urgencias situada en la zona de ópera, porque acababa de rodar por una escalera y tenía el tobillo izquierdo hecho polvo.-Te digo que ahora estoy haciendo un servicio -decía el taxista masticando las palabras para ver si de ese modo llegaban destrozadas e irreconocibles a la parte de atrás. Lo que pasa es que las leyes de la acústica son muy raras y, en lugar de masticadas, me llegaban digeridas, de manera que accedía a su sentido como a una revelación.
-Me engañas -decía el otro.
-No te,engaño, estoy en Serrano y voy hacia Ópera. Vete hacia allá, tomamos un café y hablamos.
-Es que yo sí que estoy haciendo un servicio.
-Mentira. Si no quieres verme, prefiero que lo digas.
El tráfico estaba fluido; enseguida llegaríamos a Cibeles. El tobillo había dejado de dolerme, pero sentía en torno a él una aureola como de algodón. No me atreví a bajar la mano para tocar el bulto por miedo a que el chófer interpretara el cambio de postura como un deseo de escuchar mejor. El otro dijo que estaba en Doctor Esquerdo y que se dirigía a Diego de León. Sus destinos se separaban como la carne inflamada de mi hueso. Entre la Puerta de Alcalá y Cibeles escuché unos sollozos. Finalmente, el del otro coche, para demostrar que estaba haciendo un servicio, pidió a la señora que llevaba detrás que dijera unas palabras.
-Hola, soy la señora que se dirige a Diego de León. Es muy doloroso verlos discutir así. Déjenlo, por favor.
-Como si no supiera que eres tú, que has sido ventrílocuo antes de trabajar el taxi -insistió el mío.
La voz de la señora me golpeó en algún registro íntimo y me sedujo, de manera que, adelantando el cuerpo, hablé en dirección al micrófono.
-Yo soy el usuario que se dirige a Ópera. Lleva usted razón, señora, se están torturando inútilmente.
-¿A dónde va usted? -preguntó ella.
-A Ópera -respondí-, me acabo de torcer el tobillo en una escalera y me han recomendado un servicio de urgencias.
-Yo voy al hospital de la Princesa, el de Diego de León con Conde de Peñalver. Soy médico y entro de servicio dentro de un rato. ¿Por qué no viene hacia acá y le miramos ese pie?
Mi taxista me hacía señas para hacerme creer que estaba siendo engañado, pero yo ya me había enamorado perdidamente de la voz, porque tenía ese registro de las mujeres que nos hablan en los sueños.
-A Diego de León -ordené.
Dimos la vuelta y comprobé que en esa dirección el tráfico y mi ansiedad eran más densos que en la otra. Durante el trayecto, construí un cuerpo . para la voz e imaginé sus dedos deambulando con sabiduría por mi tobillo. El taxista vigilaba mis emociones a través del espejo. Se detuvo en la puerta de urgencias.
-Ahí está -dijo, señalando el taxi de delante. No vi a nadie en la parte de atrás, pero cojeé hasta la ventanilla del conductor y pregunté por la doctora. Entonces, al otro lado del cristal, un rostro apaisado, que parecía emerger de las profundidades abisales de mi conciencia, me contempló con lentitud, y al abrir su boca de pez emitió el sonido del que me había enamorado. Mientras huía arrastrando el pie izquierdo en dirección a Juan Bravo, escuché una carcajada doble a mis espaldas.


Abandonamos la autovía para volver a callejear en la ciudad y allí nos encontramos con la lluvia. Afuera, en una parada, un hombre con paraguas aguarda a un taxi. Ni un sólo está libre. Es el poeta Karmelo C. Iribarren que grita en voz baja su poema "Los paraguas, los taxis":

Acabo de tirarlo,

35 minutos bajo la tormenta
-esperando un maldito
taxi-
han podido con él.

Pero cómo se ha portado.

Ésa es la diferencia:
los taxis son como ciertos amigos,
nunca están cuando más los necesitas.

Los paraguas, en cambio, mueren por ti.


Es hora del amor. Alguien aguarda al final de la carrera, donde el taxímetro se para y el cliente baja.
Allí, en esta parada, está Luis García Montero que grita "Siga a ese amor" en su poema V:

Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.

Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardarán la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.

Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir,
                                              pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.


Y dejamos, al final del recorrido, un texto de un servidor, Raúl Vacas, que nos servirá de inspiración para la tarea y para orientarnos entre las calles de Salamanca. Su título es "Callejero":

Hoy paseo por la Plaza de la Fuente y veo que las cabinas aún están forradas con anuncios de pisos de alquiler sin contrato. Recuerdo entonces a Raquel, Ángela, María y Max que siempre quisieron vivir en la calle Bientocadas y hace años rastreaban los portales de esa zona en busca de algún piso.

Y recuerdo también la casa de Paqui, en la calle Traviesa, donde hicimos más de una travesura literaria.

A mí, en cambio, me gustaría vivir en la plaza del Ahorro o en la calle Compañía, pero me tocó en suerte vivir cerca del paseo del Rollo.

Quizá algún día viva en la calle del Limón, cerca de Viki; o en la calles del Aire o Dos Encinas; o en la plaza del Jilguero; o en Zamora, junto a Elena, que me llevaba y traía por la calle de la Amargura.

A veces la vida y el callejero coinciden y uno vive en la calle de su historia. Como Déborah, que trabajó con niños en Chiapas y vivió en la calle Guerrilleros; o Miguel, que hasta encontrar novia vivió en la calle Soledad y cuando la perdió (la novia) y cambió de piso no encontró alquiler en la calle Consuelo ni en el paseo del Desengaño.

Qué hermoso sería para un excarcelado vivir en la plaza de la Libertad. Para un alumno de primer curso vivir en la calle Licenciados. Para un amante del vino vivir en las calles Lagar, Bodegones o La Viña. Para un niño vivir en la calle Recreo. Para un egoísta vivir en la Calle Santa Rita. Para dos novios enfadados en la calle Las Paces o la calle El Perdón. Para Gregorio Samsa en la Plaza Cruz Verde.

Qué duro para un suspenso vivir en la calle de la Fe. Para un balsero vivir en la calle Cuba. Para un ciego en la calle de la Luz. Para un feo en la calle Espejo. Para un adicto al parchís en la calle Oca. Para un anciano en las calles Gurruminas, Raspagatos y Sordolodo que ya no existen. Para un enterrador en la calle Marmolistas y ser vecino de Pedro y Pablo. Para un pescador vivir en la calle Carniceros o para un aficionado al saxofón en la Calle Silencio junto a la casa de los frailes claretianos.

Y qué escándalo sería vivir en la calle Galileo y que toda mi vida girara en torno a ti. O en la Plaza de los Gascones y ser tu Cyrano y empañar tus ojos cada noche con el vaho de mis versos. O en la calle Santa Bárbara y acordarme de ti cuando truena. O en la calle Trébol y compartir contigo la suerte de mis cuatro hojas. O en la calle Orégano, junto a un monte.

Pasa la mañana. Me detengo un instante en la calle Mediodía. Miro el reloj. Me pita un coche. Será mejor que me calle.



Propuesta de escritura

1. Escribe un texto en el que el recorrido por las diferentes calles de la ciudad en un taxi dibujen una historia, la de un cliente que viaja con un destino. ¿Se imaginan que ese cliente viaje a la Calle Rómpete el alma (en El Ferrol), o a la Calle Abrazamozas (en Zamora), o a la Calle de las Impertinencias (en Valencia) o a la Calle Bientocadas (en Salamanca) o a la Calle de Volver a empezar (en Vallecas)?

2. Escribe una historia a partir de la frase "Siga a ese taxi" y los diferentes contextos en la que se puede enmarcar. ¿Qué historia puede suceder al pronunciarla?


Y estos son algunos de los trabajos enviados por los participantes en el taller:


Fragmento
(De la novela "Mi ángel de la guarda")

Un día, a media tarde, saliendo Clara y Luigi de casa al mismo tiempo para ir a hacer sus cosas, se despidieron ambos con un beso al salir del portal. Fue un beso breve, en los labios; el típico beso que se pueden dar en cualquier momento quienes sean novios formales o marido y mujer. A Luigi le estaba esperando precisamente un taxi, al que había llamado previamente para que le llevara a casa de un amigo. Cuando montó, el taxista le sonrió, se fijó en su alianza, y entonces le dijo:

─Tiene usted una esposa preciosa ¿eh?

─La verdad que sí ─se mezclaron en Luigi cierto rubor y total satisfacción.

Después el taxista le preguntó que dónde iba, arrancó en cuanto Luigi se lo dijo, intercambiaron un par de comentarios típicos sobre el tiempo y la circulación, y entonces el propio taxista soltó:

─Pues ya es casualidad, porque justo ayer a estas horas recogí a su mujer y hoy le recojo a usted.

─Ya, para llevarla a la facultad de Historia, me imagino ─repuso Luigi, que quisó que el taxista ponderase que no era la belleza la única virtud que adornaba a su mujer─. Normalmente coge el metro o el autobús, pero ayer se le hizo muy tarde estudiando…

─No, la llevé un hotel que hay por la Casa de Campo ─contestó inocentemente el taxista, a quien se le demudaba la cara a medida que avanzaba en su frase.

La respuesta del taxista dejó a Luigi desconcertado durante unos momentos, en los que sopesó si no sería todo un malentendido, por lo que finalmente le preguntó, con el corazón en un puño, si estaba seguro de que la mujer a la que había llevado a ese hotel el día anterior era su mujer, o sea la mujer con la que le acababa de ver antes dándose un beso. El taxista se incomodó entonces muchísimo con la pregunta, sin saber qué contestar, por más que tuviera clarísima la verdadera respuesta; pero es que intuía que dependiendo de lo que le respondiera podría hacer saltar por los aires un matrimonio, así que optó por mostrarse inseguro, afectando que le asaltaban las dudas. Finalmente, y después de unos minutos de tenso silencio, llegó el taxi a su destino. Luigi pagó la carrera generosamente y, antes de bajarse, le preguntó al taxista por el nombre del hotel. Era una pregunta que ya no admitía una respuesta evasiva:
─El hotel Granados ─le respondió muy compadecido y deseoso de volver la mirada al volante para marcharse de allí.

Oscar Alberto Martín
Grupo A


Taxista argentino

En una ocasión que estuve en Madrid y andaba apurado de tiempo para poder coger el Auto-Res de vuelta a Salamanca, me acerqué a un taxi que estaba en su parada reglamentaria del barrio de Moratalaz.
El taxista estaba medio dormido escuchando los partidos de fútbol que radiaban la tarde del domingo. Le comunico si está libre y acto seguido le digo el destino al que debe llevarme.
En cuanto empezó hablar, denotaba ser argentino y futbolero empedernido, pues en un segundo me preguntó si me gustaba el fútbol y de que equipo era.
Sin más comentarios, introduce una cinta de casete y empiezo a oír como narran los periodistas argentinos los goles de su selección.
Con media docena de goles de Kempes y Maradona, llegué hasta la estación de autobuses para coger el Auro-Res; en mi vida se me hizo más corto el trayecto, pero mis oídos aun se acuerdan de algunas frases:
“Avanza Kempes, regatea a un rival , a dos, a tres, a cuatro, tira y gooooooooooooool, goooooooooooool, gooooooooool, goooooooooooooooooooool.
La coge Maradona, dribla a uno, a dos, a tres, se escora a la izquierda, ve al portero adelantado, y lanza un zurdazo que entra por la escuadra, gooooooooooooooooool, goooooooooool, goooooooooooool, goooooooooooooooooooooooooooool.

Luis Iglesias
Grupo B


Mi perrita Lola no sabe ladrar

Llevo a Lolita en un taxi pues cojea. La llevo al veterinario. Va contenta pues me conoce y se siente segura.
Pago, salgo del coche, y me doy cuenta que lola no ha salido conmigo. Se ha quedado dentro, y yo con cara de bobo me quedo mirando como se va, como se aleja...
Reacciono y empiezo a agitar los brazos y a gritar: ! pare , pare!; me desgañito y no consigo nada.
Con tanto movimiento de brazos, se acerca un taxi, interpretando que quería pararlo. Rápidamente me subo, cierro de un portazo, y digo la frase: ! siga a ese taxi !.
( Yo siguiendo a un taxi dentro de otro taxi, una experiencia que siempre había soñado, pero no en estas dramáticas circunstancias ).
Paseo Canalejas hacia arriba, avenida de Mirat, paseo Carmelitas y tuerce a la derecha por Héroes de Brunete. Me tranquilizo pensando que va a la estación de autobuses.
Durante el trayecto veo su cabecita, está dando saltitos en los asientos de atrás, pues debido a su pequeño tamaño apenas sobresale. La imagino angustiada gruñendo.
Pienso que el conductor del taxi no se ha percatado de la presencia de Lola, pues mi querida Lolita no sabe ladrar. Por no molestar, ni siquiera aprendió a ladrar.
Ya veía solucionado el problema, cuando el taxista gira bruscamente a la izquierda, llega al fondo, vuelve a girar a la izquierda y se para ante un semáforo.
Nos acercamos por detrás, y me bajo para rescatar a mi perrita. Justo antes de llegar se abre el semáforo y se me escapa torciendo a la derecha hacia los hospitales.
Vuelvo a subir a mi taxi y rápidamente continuamos la persecución. Dejamos a nuestra derecha el Virgen de la Vega, el antiguo materno-infantil hoy consultas, el Hospital Clínico viejo, el Clínico nuevo recién construido y todavía sin funcionar, llegamos al puente y cruzamos el Tormes. Por entonces mi taxista ya ha llamado a la policía dando todos los datos de la persecución.
Llegamos a Tejares y se desvió por una estrecha calle disminuyendo la velocidad hasta parar. Nosotros hacemos lo mismo: paramos y esperamos.
El primer taxista salió con la perrita en brazos. Sonaron las sirenas de la policía. El segundo taxista y yo salimos del coche. Todo se precipitó y lolita cae al suelo. Al verme salió corriendo hacia mi y la cogí en brazos. Milagrosamente le ha desaparecido la cojera y me besuquea agradecida.
El primer taxista confesó que le había gustado tanto la perrita, que pensó regalársela a su hijo. Nunca imaginó el daño que podría ocasionar a los dueños y a la pobre Lola.

José Luis Fonseca
Grupo A


Un paseo en taxi

-Usted dirá –exclama el taxista ante mi prolongado silencio. Ha esperado pacientemente a que me acomodara en el asiento y que, tras el saludo, le indicara una dirección.

He salido de la estación y, como tenía previsto, he cogido un taxi. Pero ahora estoy indeciso. Hundido en la suavidad del cuero, confortado en el ambiente cálido del coche he perdido el apremio por llegar a ninguna parte. Dudo.

-Deme un paseo por la ciudad –le digo para romper el incómodo silencio-. Ya le avisaré cuando quiera detenerme.

El conductor calla y pone en marcha el motor. No quiero hablar así que aprecio su mutismo.
Las calles van sucediéndose, las veo a través del parabrisas, las reconozco aunque haga varios años que no las piso. Leo los carteles como si esperara encontrar un mensaje escondido, una clave, una indicación.
Calle Guarda. Aquella carretera en obras, yo caminando delante sobre la zahorra, detrás mi madre llevando en brazos a mi hermano pequeño. Un camión nos alcanza, se detiene y se ofrecen a llevarnos. Mi madre se niega con vehemencia y siento su fuerza, su determinación. Nunca he vuelto a sentirme tan seguro, tan a resguardo.
Las farolas van encendiéndose porque la tarde va cayendo. Pasamos por la calle Plasencia y me llega la misma angustia de las noches de soledad en aquella cama de un dormitorio corrido donde dormían o, quizás como yo, añoraban cuarenta almas infantiles. Esperábamos el recreo del martes cuando nuestras madres venían con el hatillo de la ropa limpia y en el que siempre había algún tesoro escondido: una golosina, unas cuantas galletas o tal vez, un oloroso chorizo.
Calle Pan y Carbón. Me llega el aroma del pan horneándose, el calor de la cocina bilbaína me sofoca la cara como entonces. Mi madre reina en aquel espacio luminoso, aseado y cálido. El sudor brilla en su frente mientras remueve el sabroso cocido, las exóticas carillas, el guiso de carne… Me ofrece una rosquilla de nata recién hecha, aún quema pero soy incapaz de esperar. La muerdo y la deshago contra el cielo de la boca, ebrio de azúcar y esencia de anís.
Calle Amparo. Ella tenía siempre tiempo para todos… para cada uno de nosotros. Me recuerdo repasando en su regazo la odiada Geografía, durante la interminable convalecencia de mi operación de apendicitis. En su boca los nombres tenían otra densidad, un sabor de aventura que no podía adivinarse en la tinta de los libros. Tetuán, Fuerteventura, Sidi Ifni…
¡Vaya! Estamos en la plaza de la Cruz Verdadera. No hace mucho dejamos atrás la calle Veracruz. ¿Era necesario repetirse en el callejero? La cruz. Ella siempre tuvo una sobre la cabecera de su cama. Nunca fue muy piadosa pero con eso no consentía broma alguna. Afirmaba que era la verdadera guía de su vida. Yo nunca supe entenderlo. ¡Quién tuviera esas certezas!
En la calle de la Luz se me aparecen sus ojos. La visité en el hospital. Los dos sabíamos que se moría pero ninguno quiso hablar de ello. En cierto momento se me desbordaron las lágrimas, desvié la mirada hacia la ventana para que ella no pudiera verlas. Cuando me rehíce volví la cabeza y me encontré la intensa luz de sus ojos. “Yo también te quiero mucho” me dijo con una sonrisa serena y enseguida cambió de conversación.

Calle Consuelo. Mis hermanos me estarán esperando. Se preguntarán por qué tardo tanto. ¿Qué dolor esquivo retrasando el encuentro? Si hay algún alivio será rodeado por ellos, los que me quieren, los que tanto la han querido.

-Lléveme al tanatorio, por favor!

Pepe Lorenzo
Grupo B


Pasaje en la India


Hacía un calor extremo y la humedad era insoportable. Apenas veinte minutos antes había llovido torrencialmente. Jamás había visto llover de esa manera. No se veía nada a través de las cortinas de agua, aunque los habitantes de Varanasi debían estar acostumbrados, pues estábamos en época de monzones. Los ghats desaparecieron de nuestra vista durante la tormenta, pues el agua caía como cascadas por ellos hacia el río sagrado, el famoso río Ganges. Allí, bajo el crematorio municipal, mi novia y yo nos refugiamos del aguacero, rodeados de hindúes que nos miraban con cara de no creer lo que estaban viendo. Realmente estábamos fuera de lugar. Cuando terminó la lluvia el río

Iba crecidísimo y la ciudad estaba impracticable. Nuestro hotel se hallaba a poco más de ocho kilómetros del centro y decidimos coger un taxi.
Primero tuvimos que convenir el precio con un hombre que no era ni el taxista que debía llevarnos hasta nuestro hotel y después de algún tira y afloja decidimos el precio por la carrera. 300 rupias, ese fue el precio, unos 36 céntimos de euro, por llevarnos al hotel en un taxi-rikshow, es decir, en un carro tirado por una bicicleta. Nos montamos en el
Taxi y el hombre empezó a pedalear con todo su esfuerzo. Enseguida le dije que debíamos dejarlo, pues me parecía que no iba a poder con nosotros dos durante ese trayecto; sin embargo se mostró ofendido y con signos, más que con palabras, se desvivió por cumplir con su cometido. Pronto llegamos a un cruce de calles, completamente inundado.
El taxista tenía el agua a la altura de sus rodillas, es decir, a la altura de media rueda.
Había un auténtico atasco de bicicletas, motos, camiones y personas, todos gritaban, movían sus brazos, daban órdenes, pero nadie avanzaba. El taxista nos miraba sonriente, tranquilizándonos, como si todo fuese lo más habitual. De repente, por nuestra derecha oímos música y cantos. Era un cortejo fúnebre, llevaban a una mujer muerta sobre una tabla o cadalso hacia el río para la ceremonia de purificación y posterior cremación. Sin embargo había un problema, nosotros estábamos justo en medio del itinerario que seguía el cortejo. El taxista intentó salir del lugar que ocupábamos, pero era imposible.
El cortejo llegó a nuestro lado, esperando que nos quitásemos para poder avanzar y ante la imposibilidad de poder dejar paso, algunos familiares de la difunta pasaron por detrás del rikshow y se pusieron en el otro lado, después, y con nuestra colaboración, pasaron el cadalso por delante de nosotros, siguiendo su camino hacia el río.
Un poco después el tráfico empezó a ordenarse y, no sin esfuerzo, el taxista cumplió con su cometido y nos dejó delante de la puerta del hotel. Emocionados por lo ocurrido y agradecidos por el esfuerzo, decidimos pagarle a ese taxista 1200 rupias. El hombre nos besó literalmente los pies y en los tres días que estuvimos en Varanasi, el taxista nos esperaba fielmente en la puerta del hotel y jamás quiso cobrarnos ninguno de los trayectos que realizamos. Más tarde supimos que del primer precio pactado, su jefe se quedaría con la mitad, es decir que con nuestro trayecto sacó, limpias, 1050 rupias, más que suficiente para vivir él y su familia durante dos meses. No es de extrañar que nos besase los pies. Fue un viaje maravilloso, lleno de emociones y vivencias, y puedo asegurar que ese viaje en taxi reafirmó los lazos que hoy me unen con quien fue mi acompañante.

Jaume Castejón
Grupo B


¡Taxi!

Paso la noche sin ti. Nos vuelve a separar ese maldito taxi que te hace pernoctar entre fiesteros y noctámbulos a los que envidias con toda tu alma. Un plato de lentejas. Eso es lo único que consigues después de vueltas y más vueltas: de la calle de los Mártires a la Avda. del Padre Ellacuría, de la calle Ancha a la calle Larga, de la calle Cervantes a Garcilaso de la Vega esquina con Luis de Góngora… Y esas ojeras; y esa mala leche que se te pone cuando te toca limpiar el vómito de la chavala a la que le sentó mal la última copa. Paso la noche sin ti y cada vez te siento más lejana, como si la emisora del taxi te estuviera abduciendo poco a poco y me estuvieras abandonando con sigilo, sin querer hacer ruido, para no molestar. Me pregunto qué verá el retrovisor de tu coche detrás de tus silencios, al filo de tu mirada, porque yo solo veo el abismo. Tal vez, si pasaras por la Plaza de los Oficios y buscaras otro…

Javier Portilla
Grupo A


Un recuerdo a aquel taxista

Hace tanto tiempo, que a punto ha estado de escaparse de mi memoria, pero lo he rescatado, y con tanta fuerza que revivo con gran intensidad aquellos momentos, aquel día. Era un 10 de enero, la fecha no la puedo olvidar, mi cumpleaños. Estaba convocada a las nueve de la mañana para realizar el primer ejercicio de unas oposiciones, en Madrid. Glorieta de Cuatro Caminos, me informaron que por allí pasaban muchos taxis y no tendría problema, llegué con antelación por eso de la dificultad que pudiera tener cogerlo. La mañana era fría y aún con las farolas encendidas. Pasaban taxis a los que yo gritaba, levantaba la mano, corría tras ellos, pero no paraban. Había un barrendero, me miraba, yo lo miraba como preguntándole por qué pasaban de largo, se me acercó y me explicó que era la hora del relevo, había terminado la hora del servicio de noche y era difícil que parase alguno. Yo estaba al borde del llanto, le conté cual era mi situación y a donde me tenía que desplazar, me dijo que ya no llegaría a tiempo.
Pero sí llegó un taxista que paró, como pude lo puse al tanto de la situación. “Túmbese en el asiento, tranquila, vamos a llegar, arrópese bien” ni me lo pensé. Bajó la ventanilla, sacó el pañuelo, tocaba el claxon con insistencia y, a modo de ambulancia, me llevó sana y salva. Le di un abrazo, pero se me olvidó pagar. Faltaban cinco minutos para las nueve. Alguien, al verme tan nerviosa, me recomendó calma, citaban media hora antes del comienzo, estaba previsto que podían surgir problemas. El examen salió bien.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Siga a ese VTC

Me subí en el taxinete y le dije a la conductora, siga a ese VTC. Ella giró la cabeza -una nuca maravillosa- y dijo, tarifa Premium. Rápido -le contesté-me va la vida en ello.

El tráfico era denso, y el patinete adelantaba al vehículo circulando por la acera, o por carriles bici, o por la calzada aprovechando los semáforos, colándose por huecos inverosímiles. Con el corazón en un puño me apretaba a la conductora, ocultándome.

El coche se metió por una calle con poco tráfico, automóviles aparcados en las dos aceras. Pagué un precio justificado y desorbitado a la vez, y saqué mi cámara. Mi mujer se había bajado del vehículo, y estaba parada delante de la puerta de lo que se anunciaría en Internet como un hotel discreto. No podía verme. Esperaba a alguien. Me dio un vuelco el corazón; vi venir a Fulanita, la mujer de su jefe. Despampanante como siempre, moviendo su melena rubia como si desfilara desnuda. Más que un beso, aquello fue un choque de trenes. Sofocos, palpitaciones, taquicardia. No lo he dicho, pero mi mujer se parece a aquellas actrices del cine negro americano, que hablaban a los hombres y estos, milagrosamente, eran capaces de balbucir una respuesta. Armas de destrucción masiva. Desfibriladoras de alta tensión.

Hice la foto. Ahora ya no iba a poder negarse a nuestro trio con Fulanita. Sexo extremo. Ya lo dije: me va la vida en ello.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Taxi

En la emisora local del taxi se recibe una llamada.
Cliente. Buenas tardes. Necesito un taxi para la calle Melancolía,, nº 7, por favor.
Recepcionista en la emisora. Lo intentaré, no se preocupe, pero supongo que sabe que hay muchos taxistas que no quieren ni oir hablar de esa calle y claro, tal y como están las normas, no les podemos obligar.
Cliente. Lo sé, estoy acostumbrada a que tarden en venir. No sé qué manía les ha dado ahora y qué afán por ir a esas otras calles (el optimismo, la felicidad) solo son nombres, tampoco es para tanto. ¿puede decirle al taxista que quiero ir al barrio de la alegría?
Además de que es verdad, seguro que así se anima a venir.
Recepcionista. Así lo haré, descuide.
Pasan 35 minutos hasta que llega el taxi.
Cliente. Buenas tardes. Lléveme al barrio de la alegría, por favor. Déjeme en la primera calle, en esa terraza tan bonita que hay al lado de la floristería.
Taxista. ¡Uy! El tráfico hoy está fatal, tenemos muchas calles cortadas por esa zona. ¡otra manifestación! Desde luego, es que no sé por qué protestan ahora, creo que son las mujeres. No sé qué quieren, si nunca han vivido como ahora, viven mucho mejor que los hombres, ¿dónde va a parar?
Cliente. (Frunciendo el ceño) Bueno, en eso no estoy en absoluto de acuerdo.
Taxista. A ver ¿por dónde vamos? ¿Salimos por el paseo del buen rollo?
Cliente. me agobia muchísimo ese paseo, ese ruido, esa música a todas horas, ese ambiente festivo y la gente sonriendo como si estuvieran haciendo un anuncio de pasta de dientes. Podríamos pasar mejor por la calle de la soledad, es mucho más tranquila y seguro que tiene menos tráfico.
Finalizada esa calle, hay que tomar otra decisión: la rotonda del optimismo o pasar por el barrio de la tranquilidad. El segundo es un trayecto más largo y más complicado pero la clienta lo prefiere, aunque el taxista pone cara de disgusto.
Bordean la plaza de las protestas, que está abarrotada. Se oyen canciones y consignas: ni una más!
Se mastica la tensión en el taxi. El taxista esta pensando en lo pesadas que se han vuelto las mujeres, en esa manía que les ha entrado ahora por protestar por todo. La clienta piensa que tienen toda la razón y que en otra ocasión, cuando haya otra manifestación por las víctimas de violencia machista, no debe perdérsela. Los 2 se mantienen en silencio, mientras en la radio suena la cope a todo volumen.
Después de varios giros, llegan a la avenida del equilibrio.
La clienta, con gran placidez reflejada en su cara, pide la cuenta, paga y se baja.
Quiere hacer el resto del camino a pie.

Teresa Sanz
Grupo B


Encuentro

La noche caía oscura y con niebla sobre la ciudad. Hacia frío, mucho, de ese que cala por dentro, húmedo, denso, profundo. Se subió un poco más el cuello del abrigo, se ajustó la bufanda y aceleró el paso, todavía le quedaba un buen rato para llegar a casa. Las calles estaban prácticamente vacías. Muy de tarde en tarde se cruzaba con alguna persona o veía los faros de algún coche entre la niebla. En uno de ellos vio una luz verde en su techo, un taxi, su salvación. Se lanzó a la carretera levantando el brazo aún con riesgo de ser atropellada pero no podía dejarlo escapar. El taxista la vio y paró, y ella se metió rápidamente dentro. Dio las buenas noches y su dirección y ambos callaron, mejor, no le gustaba la cháchara barata de algunos taxistas y aquella noche menos. Como mirar por la ventana era inútil debido a la niebla, se fijó en el hombre que conducía en silencio. Solo podía ver su oreja derecha y un poco de su perfil cuando se movía. Una sensación rara le revolvió las entrañas y se enderezó en el asiento para verlo mejor. Su corazón comenzó a golpear su pecho atropelladamente. Sí, era él no tenía dudas,conocía perfectamente cada centímetro de su cuerpo, aquella nariz recta, aquella oreja pequeña. Se fijó en sus manos sobre el volante, aquellas manos morenas de dedos largos y finos que recordaba sobre su cuerpo en las noches de insomnio eran las suyas. Empezó a sudar, un sudor frío que le destemplaba el cuerpo. La habría reconocido él? No lo creía, no se había vuelto para mirarla ni una sola vez y su voz ya la habría olvidado, ella tampoco había reconocido la suya. Empezó a secársele la boca y el nudo en la garganta le hacía difícil tragar. Eran dos extraños en un taxi cuando en algún momento lo habían sido todo: tardes en la playa retozando, paseos por la ciudad cogidos de la mano, horas interminables de sofá y películas, largos viajes en coche, cervezas a medias en noches de fiesta, discusiones, reconciliaciones, noches de caricias hasta el amanecer...
Y de eso hacia tanto tiempo, tanto, que ahora solo eran dos extraños en aquel taxi avanzando entre la niebla de una ciudad desierta. Se estaba empezando a agobiar de estar con él en aquel cubiculo del que quería salir. Quería dejar de compartir el aire con él, de mirar sus manos , pero no podía hablarle, no podía saludarle como si nada, como si él no la hubiera abandonado, sin despedirse, como si no hubiera ignorado sus mil llamadas y millones de mensajes. Por fortuna se dio cuenta que ya estaban llegando a su casa y ahora la que quería huir, la que necesitaba huir de allí sin dar explicaciones era ella.
Paró delante de su edificio y casi sin darle tiempo a darse la vuelta para decirle el importe de la carrera ella ya le estaba poniendo un billete en la mano. Sus ojos se encontraron unas milésimas de segundo, lo suficiente para que ella viera en sus ojos reconocimiento, sorpresa, vergüenza, miedo, dolor todo a la vez. Susurró un quédese con la vuelta tembloroso y salió. El frío de la noche la acogió y ella lo aspiró a bocanadas. Se dirigió con rapidez a su portal, entró y entonces se giró, viendo como el taxi aún seguía allí, aunque al poco comenzó a moverse y por fin desapareció entre la niebla. Ella por fin pudo soltar el aire que retenían sus pulmones. Sintió como le temblaban las piernas y se sentó en la primera escalera. Tenía una sensación rara como de vacío, pero también de alivio, como si acabara de soltar un peso que llevaba cargando durante años. Todos aquellos años en los que sus pensamientos volvían recurrentes a él, a todos sus porqués sin respuesta, en los que aún seguía sintiendo algo a pesar del dolor. Y aquella noche, en aquel taxi, se había dado cuenta que ya no eran nada, ya no eran nadie, solo recuerdos. Y sintió ese vacío no como algo malo, si no como un vacío que tenía ganas de llenar, que ahora podría llenar porque ya no tenía nada y por primera vez en muchos años quería todo.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Siguiendo al Taxi

Desde la terraza de la cafetería de Vialia tenía la mejor visión posible de la parada de Taxi situada en la estación de Renfe: podía observar la disposición de los vehículos, comprobar su numeración y, así, localizar el Renault Laguna 8932DLZ que debía vigilar. Era fácilmente distinguible por el anuncio de ‘E.Leclerc’, situado en el maletero. En la misma acera, pero más abajo, estaba mi compañero Pablo, al que se le asignó la tarea de chofer, con el fin de facilitar el seguimiento. Eran las 9 de la mañana, en esos momentos, el objetivo se encontraba en tercera posición, por lo tanto había que estar alerta por si la marcha de los que ocupaban los turnos anteriores se producía de forma rápida.

El encargo había llegado justo el día anterior pero el jefe del departamento me urgió a darle prioridad porque el propietario de la compañía de taxis es su amigo y antiguo colega de correrías, según averigüé más adelante. Al parecer, no se fiaba del conductor, pensaba que trucaba el taxímetro y que utilizaba el vehículo para tareas ajenas al servicio. En la inspección de trabajo no es habitual que un agente se dedique a una labor detectivesca, ni mucho menos con tal urgencia y en exclusiva, pero en esta ocasión la jornada se planteaba así y lo asumí con resignación.

El taxista en primera posición estaba cogiendo el micro de la emisora y se sentaba ante el volante: ¡Se iba! Avisé a Pablo para que pusiera el coche en marcha y se acercara a la parada. La consumición estaba pagada desde el principio para no perder tiempo.

El segundo taxi salió del aparcamiento. El siguiente era el mío. Me encaminé hacia el auto oficial, que por suerte no llevaba ningún distintivo, porque de otra manera estaríamos haciendo el ridículo más espantoso. No quiero hacer un chiste, pero es que a veces la administración es así de absurda.

-Atento, Pablo, que ya sale. Procura no acercarte mucho, no podemos dejar que nos descubra.

El Renault Laguna se incorporó a la calzada y ¡Mierda! rápidamente hizo un giro en medio de la calzada para tomar el paseo de la Estación en sentido contrario. Pablo reaccionó con presteza e hizo la misma operación. Le seguimos hacia la rotonda del Coronel Antonio Heredero Gil y vimos que se desviaba hacia la avenida de Portugal, cuando llegó a Torres Villaroel giró en la rotonda para coger esa calle y llegó al paseo de Carmelitas, siguió por Wences Moreno y entró en la plaza del Oeste. Según Mi Google maps había recorrido 2.1 km y había tardado 8 minutos.

Llamé a la compañía del taxi en la que teníamos un enlace para el seguimiento. Me confirmaron tiempo y carrera a la vez que me anunciaron las nuevas indicaciones para el taxista: que se vaya a la parada situada en la avenida Portugal a esperar un nuevo viaje. Nos disponíamos a ir hacia la zona cuando recibimos un mensaje de nuestro enlace: ‘El conductor nos avisa de que le han parado por la calle y que ya reportará al finalizar el servicio’.

-Vaya, empieza pronto con sus trampas, comento con mi compañero.

Nadie le había dado el alto y el taxi iba de vacío, eso significaba que ahí empezaba realmente la investigación. Teníamos curiosidad por lo que nos iba a deparar. El primer estacionamiento lo hizo frente al hospital de la Santísima Trinidad donde subió un hombre joven. Durante casi media hora estuvimos siguiéndole por diferentes calles de la ciudad manteniendo una ruta con paradas rapidísimas en las que el chico se apeaba del vehículo, llamaba a un timbre y se encontraba fugazmente con otra persona en el portal. Así, hasta nueve etapas entre la plaza del Oeste y la calle de San Quintín, donde se bajó el pasajero.

-Creo que conozco a este joven, le dije a Pablo. Sé que su cara me es familiar, pero no tengo ni idea de qué ni de dónde.

Al instante recibimos una comunicación de la compañía: ‘Se dirige a la parada de la Estación’. Y allí nos encaminamos nosotros. El resto de la mañana fue rutinario, comprobamos todos y cada uno de los servicios con nuestro enlace y no percibimos ninguna irregularidad, aparentemente. Al filo de las tres de la tarde, cuando nos preparábamos para dar por finalizada nuestra jornada –y la suya-, nos entra un nuevo mensaje: ‘Le han vuelto a parar por la calle, reportará más adelante’.

Y ahí estábamos de nuevo encaminándonos a San Quintín para ver cómo recogía al joven que ya conocíamos y del que habíamos tomado imágenes fotográficas subiendo o bajando del taxi y llamando en los portales. En esta ocasión, la excursión nos llevó por diversas urbanizaciones cercanas a Salamanca con varias paradas en las que el ocupante siguió idéntico ritual. Una hora más tarde se apeó en el paseo del Rollo y nuestro taxista volvió a encender la luz verde de ‘libre’.

La aventura finalizó en ese mismo momento cuando la empresa nos advirtió que el Renault Laguna había anunciado su fin de jornada. Fue como una liberación tanto para mi compañero como para mí, porque este ‘trabajito’ nos había dado qué pensar y lo habíamos comentado en nuestras horas de espera: ¿Qué necesidad tenemos de hacer estas chapuzas como si fuéramos detectives de película de serie B? ¿Por qué? La tecnología actual permite localizar todos nuestros pasos por medio de nuestro teléfono móvil, más aún si la persona a vigilar lleva una emisora, un celular y un vehículo.

Al día siguiente entregué a mi jefe de Departamento un informe detallado y adjunté las fotografías que habíamos tomado durante la jornada anterior. Mientras revisaba el material, quise mencionarle la conveniencia de utilizar medios electrónicos sofisticados y muy efectivos para este tipo de trabajos, pero de repente le cambió el semblante, y sin dejar que acabara de hablar, me dio dos palmaditas en la espalda, con un “¡buen trabajo!” y me mandó a mis tareas cotidianas.

Pasaron los días y no lograba enterarme de qué medidas se habían empleado contra el taxista o si le habían puesto una sanción o incluso despedido de la compañía. Por fin me decidí a preguntárselo al jefe.

Todo fue un error de la empresa -dijo-. La realidad es que aquellos servicios estaban solicitados con anterioridad y por eso no aparecían en la agenda diaria. Se comprobó que no hubo ninguna irregularidad ni, mucho menos, un fraude.

Cuando iba a replicar para informarle sobre la actividad sospechosa del pasajero en connivencia con el conductor vi de reojo la foto de graduación de su hijo. La había visto mil veces. Estaba sobre la mesa, al lado de la pantalla del ordenador. ¡Claro que me sonaba su cara!
Por fin se ha aclarado todo –dije, mirándole fijamente a los ojos.

Él, sólo agachó la cabeza.

Maxi Moreno
Grupo B


TAXI FÉNIX

Había aceptado ir a ese curso tedioso en Madrid, y favorecer así a un compañero al que le resultaba más complicado asistir por razones familiares. Se dijo que, al fin y al cabo, podría estar de la misma forma allí que en su ciudad de residencia y que una semana se pasa de cualquier forma.
Su vida anodina y triste podía continuar aquí, allá o en cualquier lugar por una semana, un mes o un año. Además le serviría para romper un poco con la monotonía del paseo diario por las mismas calles de su casa al trabajo y del trabajo a su casa que, a eso y poco más se reducía su vida. Aunque de carácter tranquilo, nunca antes había experimentado esta apatía. Su curiosidad innata por conocer cosas, estaba en una especie de punto muerto. Pocas cosas le satisfacían realmente Salvo por los lapsus de humor que incluso tenía para con él mismo, y que eran su tabla de salvación –se decía a veces-, estaba triste. Triste por decepción. Triste por desamor. Triste por exceso de preocupaciones no compartidas. Triste por los fracasos. Triste por estar triste. Triste, triste, triste; como aquellos tres tristes tigres que tragaban trigo en un trigal; en el trigal de la tristeza –se dijo riendo. Y, a pesar de estar tan triste no encontraba momento para llorar.

Se levantó muy pronto y se encaminó con tiempo a la estación de Renfe. La fresca pero diáfana mañana primaveral invitaba a pasear. Hacía mucho tiempo que no conducía. Nunca le gustó aunque tenía el permiso. Si bien antes prefería viajar en autocar porque le parecía que se veían mejor los paisajes que desde el tren; desde que lo común era transitar por autovías, se decantaba por este último medio. Hay que decir que la edad también tenía que ver. Ahora ya no le daba igual viajar encogido. Prefería la amplitud del vagón del tren y ver correr los campos desde la ventanilla. Aquello le producía una enorme paz. A veces consciente, a veces insconscientemente, allí solía hacer abstracción de sus preocupaciones. Su mente vagaba entre el interior del vagón y lo que había fuera. Por momentos se sentía un espíritu libre a medida que el tren se alejaba de su ciudad dejando atrás su casa y sus asuntos cotidianos. Si antaño era habitual verle leer en los viajes, ahora prefería deleitarse con la lectura de ese otro gran libro abierto que es aquello que se muestra a la vista de nuestros ojos y entra por todos los sentidos.

Era domingo y era temprano. El tren discurría indolente y semivacío hacia su destino.

Se fijó en un niño que viajaba solo. El revisor habló con él y luego, tranquilamente fue a pedir el billete a otro viajero. Como si sintiera su mirada clavada en él, el niño se dio la vuelta y le sonrió. Tenía un abundante pelo claro, una alegre sonrisa y unos ojos pícaros que sonreían doblemente. Él devolvió la sonrisa y de pronto le pareció que algo había ocurrido aunque no sabía muy bien qué. El niño le señaló la ventanilla. Él giró la cabeza para mirar y, en ese momento vio un precioso pájaro que voló visible para él durante unos segundos. Se volvió hacia el niño de nuevo pero sólo le vio de espaldas alejándose e introduciéndose en el vagón de delante. Pensó que en él estarían sus padres y volvió a mirar hacia fuera.

Cuando el tren llegó a Madrid, se bajó tranquilamente. No tenía prisa por llegar al hotel donde había de alojarse, además era muy pronto y no le dejarían pasar a la habitación que tenía reservada. Decidió darse una vuelta por la ciudad. Salió de la estación sin un plan preestablecido. Ni siquiera se había planteado coger un taxí. Pero allí había uno estacionado. Sólo uno. Debía haberse entretenido más de lo que parecía antes de salir de la estación, -pensó. Curiosamente, ni siquiera había gente alrededor. Era como si aquel taxi y su conductor estuvieran esperando exclusivamente por él. El taxista incluso le dirigió una mirada sonriente como invitándole a entrar. Él titubeó, sonrió y sin saber el por qué de aquel impulso, se vio de repente dentro del taxi sentado en diagonal con respecto al conductor. Tras el saludo inicial, éste le preguntó por su destino. Él dijo: -tengo tiempo, sáqueme de aquí. Esta mañana me dejaré llevar. Será usted quien decida por donde quiere hacerlo-. Para su sorpresa, el taxista no se sorprendió. Se limitó a asentir sonriente mientras empezaba la carrera diciendo: -esta carrera hoy la pago yo.

Ojiplático pero sin tiempo para reaccionar, se vio el protagonista de esta historia inmerso en la vorágine de una carrera de taxi que parecía más bien una persecución propia de una película de acción. El sonriente taxista que miraba divertido a través del retrovisor conducía a toda velocidad, esquivando cuantos obstáculos encontraba a su paso por el Paseo de la Castellana. Para mayor sorpresa, nadie parecía darse cuenta y tanto vehículos como transeúntes circulaban normalmente.

Cuando el taxista giraba y tomaba alguna calle menor, aminoraba su marcha tanto a veces, que el coche iba casi parado permitiendo así la observación de cuanto acontecía en ella. Si nuestro hombre, intentaba decir algo; el conductor se limitaba a mirarle con una expresión de divertida bondad mientras ponía el dedo índice de su mano derecha en los labios invitándole a no decir nada. Y él se dejaba llevar sorprendentemente tranquilo, mirando por la ventanilla a la que había bajado el cristal para sentir mejor el aire de aquella mañana y aspirar su aroma.

De repente, otra avenida y el conductor giraba y se volvía nuevamente loco conduciendo a toda velocidad como si quisiera despertarle y ¡vaya si lo hacía!. Pero ahora el hombre no sentía miedo. Realmente se divertía. Tanto que reía a carcajadas y el taxista con él. Si existiera la felicidad bien pudiera ser el estado en que se encontraba en ese momento. Nuevamente calles pequeñas, callejuelas… De nuevo la calma y la vida cotidiana: el ir y venir de la gente; la actividad diaria…

Y de pronto lo vió. Vió al niño del tren. Iba solo. Se dirigió a un taxi y como por arte de magia se introdujo en él.

Se volvió hacia el taxista y casi gritando, le indicó: -¡siga a ese taxi!. Él asintió y ahora sí: ahora puso en marcha el taxímetro y guiñándole un ojo dijo: - En este momento, empieza la carrera pero ésta no será gratis! . Y soltó una carcajada. Pero el hombre casi no le prestó atención atento como estaba a no perder de vista a aquel niño.

Fueron siguiendo al coche, curiosamente, al mismo ritmo de antes. Muy lentos por las calles pequeñas. Como en una persecución por las avenidas. Y entonces el niño se giró y miró por la ventana de atrás. Se reía. Hubiera jurado que se reía de él. Intrigado, volvió a decir al taxista que ni por asomo se le ocurriera perderle de vista. Él se giró y riendo asintió.

Por fin, el taxi que llevaba al niño detuvo la marcha a la puerta de un hostal pintado de una original manera. Se llamaba Fénix.
Una exultante mujer, salió a recibir al pequeño. Hizo un alegre gesto de saludo al taxista. Al del niño y ¡al suyo!.
Hubiera jurado que también le había saludado sonriente a él antes de volver a entrar en la casa.

Entonces decidió que se alojaría allí. Pagó la carrera casi abrazando al conductor del taxi. Se sentía pletórico y en ese estado salió a la calle y llamó a la puerta de aquel hostal. Se volvió y el taxi sorprendentemente ya no estaba.
Mientras esperaba a que alguien abriera la puerta y, casi implorando que fuera aquella mujer, se fijó en el cartel del nombre de la calle. ¡Estaba en la Calle Válgame Dios!.

¡Válgame!, -se dijo cuando la puerta se abrió.

Mercedes González
Grupo A


Siga a ese taxi

Tengo que ir a la urbanización El Carambolo, al Aljarafe sevillano, y no precisamente a ser portador de buenas nuevas.
Llevo todo el fin de semana tratando de retrasar la cita con mi paciente(cierto en este caso) que se encuentra al borde de la muerte.
Ya hace años que esta diagnosticada de una dolencia para la que necesitaba un transplante.
Se le acaba el tiempo y no hemos sido capaces de encontrarle un órgano compatible y esto es precisamente lo que le tengo que comunicar.
Sevilla, domingo cinco de la tarde , calle Sierpes y ¡ni un puto taxi en toda la calle y aledaños!... Tampoco tengo prisa por transmitir el fracaso que llevo por noticia.
Por fin, aparece uno libre al que hago señas. Le indico la dirección y el taxista arranca.
Ya en plena carrera, me dice que le es estrictamente necesario pasar por Triana, pues ha de hacer un recado urgente.
Sopeso las posibilidades y me inclino por la actual comodidad y el excelente aire acondicionado del vehículo y decido asentir, máxime cuando también me dice que este tramo no lo incluirá en la factura.
Pasamos por el barrio de la Macarena hacia el puente de Triana dejando la calle Betis a la izquierda y nos dirigimos a Pages del Corro, donde tiene el tablao mi amiga y paciente “La Anselma” .
Cuando estamos a punto de rebasarla, el taxista da un frenazo y se baja del taxi haciendo grandes aspavientos, como si estuviera preso del ataque de un enjambre de avispas y se dirige hacia otro taxi allí aparcado, a la escueta sombra de un naranjo.
Observo que abre la puerta de atrás del otro vehículo, de la que a duras penas, sale un hombre a medio vestir, con el que se enzarza en una fuerte discusión que, pasa directamente a pelea, cuando por la otra puerta trasera aparece una mujer con cara de susto, pelo revuelto y una de sus medias saliendo por debajo de su falda.
En un momento dado, una navaja refulge en el aire y se clava en el cuerpo de mi taxista.
Salto como impelido por un resorte fuera del taxi no dando crédito a lo que sin duda está pasando ante mis ojos, estoy angustiado y aumenta mi aturdimiento al recibir la bofetada del inclemente calor mezclado con un denso olor a azahar.
Conmocionado y con la boca como si acabara de participar en una cata de polvorones no acierto a articular palabra.
No presto atención si no al otro taxista que, mira ora al caído ora a la navaja que empuña en su mano, con cara entre estupor e incredulidad mientras que la mujer le increpa a grandes voces.
Con un brusquedad , intenta obligarla a entrar en el coche mientras ella grita y se resiste.
Por fin logro comenzar a pedir socorro a grandes voces y comienzan a aparecer algunas personas alertadas por el griterío.
Un coche de alquiler con conductor y su pasajero se ponen a mi lado preguntándome qué ha pasado y en que pueden ayudar.
En ese preciso instante me suena el busca, es el teléfono del marido de mi paciente, con un mensaje sobre la imperiosa necesidad de que me persone en el hospital (me temo lo peor).
Por fin reacciono e inspecciono la herida de mi taxista percatándome de inmediato que reviste extrema gravedad. y comienzo a taponarle la hemorragia como puedo.
Vuelvo a la realidad inmediata al sentir como arranca y sale huyendo el otro taxi y le digo al pasajero del cabify que se ponga al volante de mi taxi para tratar de llegar al hospital mas próximo. El conductor del coche de alquiler se ofrece a hacerlo él y le respondo gritandole. ¡Siga a ese taxi!

Carlos García Riesco
Grupo A


Siga a ese Taxi 

«Siga a ese taxi». Le había sonado bien —se dijo—, voz no en exceso autoritaria, gesto un punto amargo a lo Humphrey Bogart, ya no se puede llevar el cigarrillo colgando.

Lo tenía bien ensayado. Veintidós años desde que pronunciara la frase por primera vez; de entonces acá, no deja de proporcionarse ocasión un par de veces al año. Con las mujeres nunca se sabe, con Marivi menos. Se felicita una vez más por el acierto que tuvo al haberla escogido a ella (no eran pocas las opciones) para compañera de toda la vida.

¿Y quién irá en el taxi de adelante? Aunque da lo mismo eso ahora, cuando el taxi de adelante se detenga y baje su ocupante, él ordenará a su taxista que continúe hasta que buenamente aparezca otro taxi ocupado y «siga a ese taxi», de nuevo. Gesto serio, naturalmente, la cosa no es ninguna broma.

Necesita él un tiempo a bordo para recrear lo sucedido aquellas primeras veces: «Siga a ese taxi». Y en el taxi de adelante iba su mujer, Marivi, veinticuatro años entonces, que ante su inquietud había empezado a maquillarse con esmero cinco minutos antes de que él saliera para el trabajo. El viaje concluía siempre a la puerta del Hotel Majestic. Y duraba la estancia una hora cuando menos. Y cómo ralentiza el tiempo cuando amarga el sentimiento. Cuando al fin salía ella, lo hacía taconeando con esa fuerza, esa energía, que a él le enamoró desde el primer momento y que últimamente parecía incluso haberse potenciado. Se dirigía con ese imperio hacia un taxi (lo habrían pedido desde recepción) que la aguardaba para devolverla a casa de nuevo. Y él, ¿cómo iba sentirse él? Lunes, miércoles y viernes, tres días por semana el mismo tormento. En alguna ocasión él se quedaba rondando la puerta del Majestic, aguardando a ver si salía un conocido… que nunca salía. Gente toda con pinta de viajantes, de turistas, de extranjeros. Derrotado, terminaba por marchar al trabajo, que le agobiaba, como siempre; como siempre no, mucho más que antes, ahora con esas pérdidas de tiempo y encima el comecocos. Era de no creer, acabaría volviéndose loco.

La agencia de detectives, cómo no lo había pensado antes. La agencia de detectives lo aclaró. Marivi, al llegar pasaba a cafetería, ocupaba siempre la misma mesa; le servían el desayuno y se quedaba leyendo la prensa local. Consultaba su reloj de vez en cuando, parecía interesada en cumplir con los tiempos. En la agencia de detectives llegaron a insinuar algo, pero eso no era cuestión suya, se limitaban solo a sugerir; él sabría.

Hoy día ya no se siente tan esclavizado por el trabajo, a todo se aprende. Era cuestión de planteárselo en serio y organizarse; y la verdad es que así la vida se disfruta más. Ha de haber tiempo para todo; para el trabajo por supuesto, pero eso no ha de impedirte cumplir con otras obligaciones, sagradas obligaciones: la mujer, los hijos, una vida social en condiciones... Marivi, qué ocurrencia la suya; y encima se lo tienes que agradecer. Él, por supuesto, jamás se lo mentó; y Marivi nunca dijo nada tampoco, ella es más bien de silencios. Marivi solo en una ocasión, cuando las bodas de plata, dejó caer muy en suave aquello de que una amiga suya siempre andaba repitiendo el dicho del clásico. Eso de que «celos, del amor son alimento».

«Ahí mismo, pare usted, en la esquina». Bajó del taxi, abonó el importe de la carrera y dejó propina. De allí al trabajo, dos minutos andando. Aceleró el paso aun consciente de que hoy, de cualquier modo, habría de ser un día de poco rendir. A las dos había quedado con Marivi. Comerían fuera, ella no tenía gana de andar preparando comida. Y él: «Pues nada, mi reina, tus deseos son órdenes. Pero el sitio lo pongo yo, ¿te parece? En el Majestic».

Pascual Martín
Grupo B


Taxi

-Hola buenas, está ocupado el taxi.
No está ocupado
-¿Dónde quiere que le lleve?
-Lléveme, hasta el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
-Su cara me suena algo conocida. ¿Dónde le he visto antes?
-Soy el actor Antonio Resines. Me habrás visto en la serie Los Serranos.
-Ahora lo recuerdo, tenía unos catorce años, me sentaba en el sofá para ver todos las semanas la serie.
-¿Por dónde vamos?
-Estamos a punto de llegar a la Gran Vía.
-Mejor páreme aquí que voy hasta el círculo de Bellas Artes andando.
-Espere que le doy la cuenta.
-Aquí la tiene.
-Quédese con la vuelta.
-Mucha mierda en la entrega de premios.

David Álvarez
Grupo B


Siga a ese taxi- le dije al conductor justo en el momento en el que se ponía en marcha el vehículo de adelante.
Podía haber luchado un poco más, haberme esforzado, haberme pasado más horas de las que hice estudiando y sacando el tiempo que no tenía para finalizar la carrera de Medicina, que siempre soñé y quise hacer.
Y delante de mi iba el taxi que decidiría si realmente conseguiría el título o no.
El profesor de adelante llevaba todos los exámenes de final de carrera.
Y se dirigía al aeropuerto de Matacán.
Le pedí al conductor que me esperara.
Y me dirigí al profesor.
- Ha aprobado- me contestó ante mi insistencia - no se preocupe pasa.
La alegría que me llevé os lo podéis imaginar.
Aquella noche dormí con una sonrisa en la boca.

Iria Costa
Grupo B

Flor de todo lo que queda: las greguerías

La sesión de hoy la dedicamos a Ramón Gómez de la Serna y a sus greguerías.
Aprovechamos la ocasión para hablar del libro Flor de todo lo que queda, una antología de greguerías que nos encargó a Isabel Castaño y a mí la editorial Edelvives para su colección "Adarga".
El trabajo que ha hecho Isabel Castaño es espléndido pues no se trata de una recopilación sin más, como en otros libros de greguerías, sino que las ha organizado por categorías temáticas, en forma de abecedario, y ha creado con todas ellas ficciones breves. El propio Gómez de la Serna afirmaba que las greguerías “deben defenderse en conjunto –por eso deben ser muchas–, que sean panorama no minusculería”,
El trabajo gráfico de Pablo Amargo, muy afín al universo de Gómez de la Serna, también es sorprendente.


Este es el texto que aparece en la contraportada del libro, o mejor aún, en la cuarta de cubierta, tal y como se define a este espacio en el lenguaje editorial:

Una noche, en mitad de un sueño, Ramón Gómez de la Serna lanzó todas sus papeles al aire y exclamó: “que los ordenen otros”. Este ejercicio de prestidigitación, digno de un autor que perfumó nuestro idioma con la nueva fragancia de las vanguardias, es el que Isabel Castaño y Raúl Vacas nos ofrecen en esta antología, donde las greguerías no solo están agrupadas por categorías temáticas sino tejidas entre sí para formar ficciones breves. 
Ramón, tildado de iconoclasta y blasfemo de las letras por algunos y de genio por la mayoría, vivió entre acontecimientos históricos de gran magnitud como el inicio de la I Guerra Mundial y la Guerra Civil española. Adscrito a la Generación de 1914 o Novecentismo, su principal legado son las greguerías. Hay quien señala que no se trata de un género como tal sino de la expresión natural y espontánea de su humor.
Las ilustraciones de Pablo Amargo, llenas de ingenio y poesía, completan un libro hecho para ver, oír, oler, tocar y gustar.

Y aquí tenéis una muestra de dos de las categorías temáticas: la P de "Profesiones" y la G de "Gastronomía":


P de profesiones
El creador guarda la llave de todos los ombligos.




I
En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado. • El rey cree que su calavera es de marfil y ningún cortesano se atreve a pronunciar la palabra «hueso». • «Hay oro en la luna», dijo el astrónomo, y comenzaron a subir como alpinistas los buscadores de oro. • El alpinista parece que tiene prisa en dar un recado a Dios. • Las monjas pasaban por el claustro como cerillas que se habían salido de la caja. • La mano que pide limosna muestra sin rubor las líneas de un destino aciago. • Usan melena el poeta, el músico, el pintor y el que da miguitas a los pájaros. • Al barrer la peluquería se mezclan todos los pelos caídos y se forma el gris verdaderamente humano.

II
Si vais a la felicidad llevad sombrilla. • La vendedora de violetas da el ramito como si nos condecorase. • La linterna del acomodador nos deja una mancha de luz en el traje. • El pianista tiene el piano lleno de papeles como si siempre estuviese en vísperas de examen. • Atacaba con tal furia las notas, que parecía tocar a cuatro manos. • La cantaora tiene voz de mujer adormecida que canta mientras la peinan. • Cuando la bailarina flamenca levanta los brazos, todos aprovecharíamos el momento para hacerle cosquillas. • El arco del violín cose, como aguja con hilo, notas y almas, almas y notas. • El amor es algo así como bordar juntos.

III
El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la pretensión de que salgamos más naturales. • El gesto que hace la planchadora al acercarse la plancha a la mejilla tiene coquetería de mirarse en un espejo de mano. • La criada tiene un alma con música de acordeón. • La campesina no se pinta, pero enseña sus rojas encías al reír. • El campesino que lleva un conejo colgando de la mano lo lleva con la elegancia con que un inglés lleva un paraguas. • El jardinero invisible saca el reloj y sabe a qué hora en punto debe abrir tal flor o morir tal otra. • No tiene importancia que el cazador mate un pichón, sino que haya matado un vuelo. • ¿Qué vieron los locos para volverse locos?

IV
El hombre más seguro que hay sobre el mundo es ese que en la tarde cabalga lentamente sobre un burro. • El único que cambia de verdad la faz del planeta es el que ara modestamente el terruño. • El arador desentierra el tesoro pobre de la tierra, pero que al fin y al cabo es un tesoro. • Millonaria. Los alrededores del descote llenos de moscas de oro. • Cuando el que está arando encuentra un esqueleto parece que lo hace revivir. • Aquella mujer me miró como a un taxi desocupado. • Era una de esas mujeres peligrosísimas que nos toca la nariz con una flor. • Siete balas de rouge llevaba en la cartera para las distintas horas del día, desde el amanecer hasta la alta noche.

G de gastronomía
Lo más difícil de digerir en un banquete es la pata
de la mesa que nos ha tocado en suerte.





I
Hay mesas frías en las que lo único que tiene alguna gracia es el salero. • En el poema del menú siempre están tachados los mejores versos. • Hay especialistas en pedir el único plato que se ha acabado en el menú. • Entre el género epistolar no hay que olvidar la «carta de los vinos». • El vino blanco se olvida. El vino tinto se recuerda. • Vinos «gran reserva» quiere decir que no dirán a nadie cómo han sido mixtificados. • Me pusieron tantos cubiertos alrededor del plato, que esperé con atroz apetito la víctima de mi cirugía.

II
El que afila un cuchillo con otro en la comida del restaurante es como si se desafiase consigo mismo. • El pescado nace con el cuello abierto, como si estuviese preparado para que le degüelle el cuchillo del comilón. • El tono de las conversaciones del restaurante va subiendo hasta que parece hervir como una cazuela de mariscos. • El langostino huele a todo el mar. • Las ostras son de rústica peña por fuera, pero por dentro son de la más fina porcelana. • A la media botella de vino siempre le faltará la otra mitad.

III
Los violinistas de café reparten lonchas de jamón de violín. • Al servirnos una ración de jamón parece que nos sirven un bello crimen en lonchas. • En el vinagre está todo el mal humor del vino. • El que come patitas de cordero parece volver a cuando de niño se le caían todos los dientes de leche. • Hay una azulosidad en los huesos jóvenes de algunos animales que nos comemos que se ve que aún estaban llenos de ilusión. • El humillo de la botella de champaña recién descorchada es como el de la pistola de desafío recién disparada.

IV
Las rosquillas tienen una forma votiva, bíblica, antigua, ingenua, simpatiquísima, exquisita. • Hay unos tipos de restaurante que no miran a las mujeres de las otras mesas hasta la hora del cigarro y el café. • Elegía el puro como si eligiese una flauta en vez de un cigarro. • La única disculpa de que sea tan chica la taza de café es que preconiza la repetición: —¿Otra tacita? • Los que esperan que se vacíe una mesa en el restaurante lleno logran que nos atragantemos. • Lo más difícil de digerir en un banquete es la pata de la mesa que nos ha tocado en suerte.


Y aquí podéis ver al gran Ramón Gómez de la Serna en acción:




Ernesto Giménez Caballero produjo el poema documental de Madrid en 12 imágenes "Esencia de Verbena". Dice así la sinopsis del vídeo:

Descripción desinhibida de lo que son las verbenas y, sobre todo, de lo que es su esencia, aquello que las nutre y constituye tanto en territorio lúdico y popular como en institución tradicional: autómatas, pasacalles, puestos de fruta, bailarinas, mercados, imágenes religiosas, organillos madrileños, gigantes y cabezudos, barracas de feria, carruseles, caballitos, órganos mecánicos, balancines, güitomas, tiro al "pim, pam, pum", danzarines, enanos, escaparates, teatros maravillosos, abanicos, disfraces, corridas de toros, toreros, mecánicos, fuegos artificiales, barracas fotográficas...; y también una boda, procesiones, la mirada a los muslos de una muchacha que se ajusta una medida, una pareja que pasea y se besa, la multitud...

En el participa Ramón Gómez de la Serna haciendo de Don Quintín en una atracción de feria:





Propuesta de escritura

Escribe una breve antología de 10 greguerías sobre objetos o circunstancias con las que te encuentres a lo largo de la semana.


Y estos son algunos de los trabajos enviados:


Primer amor

Primer amor, muy bien, pero lo importante es que no haya un último.

Para el primer amor todos los semáforos están en verde.

Ese primer amor, ¿te lo has cuestionado?, a lo peor no es tan amor.

Años llevo tratando de acordarme de a quién quise antes de aquel primer amor.

El primer amor te hace poeta en verso libérrimo.

Pepitas, Piluchis, rubias y morenas, bajitas y buenas mozas, de Jaén, de Soria. Nadie ha dicho que el primer amor haya de ser solo uno.

Claro, claro, el primer amor es el que está arriba de la lista.

Luna nueva, cuarto creciente, luna llena, cuarto menguante, y luego viene otra vez luna nueva; ¿por qué no pasa lo mismo con el primer amor?

El primer amor es el que abre la puerta.

Los bichitos que solo viven unas horas, ¿tendrán también su primer amor?

¡Umm! Me acuerdo de mi primer amor cada vez que lamo un helado.

Al primer amor le sobra el tiempo.

Siempre pasa lo mismo, el primer amor te deja en disposición de creer en lo que negabas el día anterior.

Para estrenar primer amor, las chicas deberían pintarse con lápiz de labios adherente.

Con el primer amor, acabas de despegar y ya te están avisando de que te pongas el cinturón, que vas a tomar tierra.

Hay que ver lo poco que dura el primer amor y lo que dura una suegra.

¿Cuánto dura la eternidad del primer amor? ¿Y qué ocurriría si te lo cuestionaras al principio?

El primer amor, es el que deja mejor sabor de boca; debería ir al final.

Siempre me extraño de que a los partidos políticos no se les ocurra incluir en su programa reediciones del primer amor para cada votante.

Pascual Martín
Grupo B


En la calle y en casa

El silbido del afilador, corta el viento y rechina en mis oídos.

El suelo de la calle lleno de colillas y papales, me ensucia el alma.

El viento y la lluvia, nos hace antipáticos.

Con los pantalones rotos, se ven elegantes.

Un cheposo, camina tras su centro de gravedad.

Un estirado, mirando al cielo, tropieza.

La grúa corta el aire y baila un vals.

Moviendo los pinceles , se crea belleza.

Con la mirada y la meada, convierto el váter en un estanque.

Las palomas de la paz, esparcen porquería y malestar.

Cuando dejo de ser vago y escribo, me olvido del lumbago.

José Luis Fonseca
Grupo A


Greguerías

La luna llena reflejada en un mar en calma, es el alimento espiritual de las sirenas.

Las mariposas son las acuarelas del espacio en primavera.

El agua mansa de las lagunas, es el espejo del cielo.

La lluvia son las lágrimas de las nubes doloridas por estar colgadas.
El reloj es el verdugo del tiempo.

Ramón Sánchez Rodríguez
Grupo B


Greguerías

Un estornudo es una afirmación enfática y virulenta.

El mundo es un Chupachups cuyo palito se inserta en mi ombligo.

Hay un dedo en la mano específicamente diseñado para indicar dónde están los agujeros de nuestra nariz.

Es extraño que la “Ñ” en el teclado se haya extrañado tan lejos y esté aledaña a la “L”.

El fuego del mechero enardece el ánima del cigarro.

La tecla ENTER es una sentencia inapelable.

Para proclamar nuestro amor al dinero hacemos la Declaración de la Renta.

Quién reprime nuestros excesos con la cerveza es el cinturón.

La percha es el patíbulo de nuestros trajes.

El tarot. Hay cartas sin sello que algunos creen que sellan el destino.

El paraguas es un cielo sujeto con andamios de fino metal.

La cortina es una guillotina lenta que corta las cabezas de los curiosos.

Andar es una obstinada competición en la que cada pierna pretende adelantar a la otra.

Un maniquí es alguien que no pudo escapar de un escaparate.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Greguerías

Los libros son los ladrillos de las estanterías

La leche es agua bañada en luna

Las hierbas entre los adoquines son vecinas inesperadas

En los cipreses se columpian sueños de eternidad

Los viejos depositan sus sueños en los bancos

Las calles son las venas y arterias de las ciudades

Tras las puertas viven las ausencias y los huecos

En las nubes blancas hay monjas que se desvanecen

Vela encendida, flor que se extingue

Los gatos y las rosas forman buenas parejas.

Emilia González
Grupo B


Mis ¿greguerías?

Cuando las nubes están tristes, se desahogan llorando.

Las sepulturas llenas de flores, forman un jardín para los que ya no están.

Un maniquí desnudo piensa de qué le tocará vestirse hoy.

Los zapatos en un escaparate, no saben qué caminos recorrerán.

Una sonrisa, como una caja de bombones, siempre es bien recibida.

De un plato de fresas con nata, un niño puede pensar que así es el cielo.

Un paraguas cerrado, es el estoque que ataca a la lluvia, pero no acaba con ella.

Un abrazo amigo, es el apoyo que no te deja caer cuando el viento sopla fuerte.

Desayunar con un poema sería la prescripción de un nutricionista que ganaría el Nobel de medicina.

Poner fin a una tarea, es como cerrar la puerta.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


1. La cafetera en marcha es , en la mañana, el gorjeo del despertar.

2. La ducha es una nube a punto de descarga.

3. El despertador es el traidor de los sueños.

4. Las zapatillas son el colchón de los pies.

5. El ascensor es una estación meteorológica.

6. El paraguas es el parachoques de la lluvia

7. Unos labios pintados son el escaparate de la boca.

8. El reloj es el marcapasos del día.

9. La luna es el lunar que ilumina la noche.

10. La almohada es el reposo de los sueños.

Rosa Celia González 
Grupo B


Greguerías mías

Mi perro es una alfombra, suave y calentita.

La cola de mi perro es un plumero.

Mi perro es un peluche que se mueve.

Mi madre tiene voz de bizcocho, blandito y dulce.

Los envases de plástico lloran, cuando están a punto de vaciarse.

Las olas son los rizos del mar.

Las nubes son las arrugas del cielo.

Alguien ha escrito algo en braille en el rallador del pan

Las semillas de los albaricoques son sus almendras sorpresa.

La masa de bizcocho protesta si se le hunde el dedo.

Teresa Sanz
Grupo B


Greguerías varias

La sal de la vida es el picante de determinados momentos

El mar se pasa la vida en salmuera

El camello tiene seguro de sol

El zig -zag es el sendero del beodo

Los árboles son el whatsapp de los perros

Nada como ser botón o cremallera para entender la dualidad permanente.

El polen es semen que no sabe de censuras

El viento arenga la ropa tendida.

El viento es el eterno antagonista del silencio

“Montar el número”, no tiene porque ser “eso que estás pensando”

La posesividad es a una relación, lo que la ortiga a la piel

La Duda, es la autora intelectual de los crímenes contra el sentimiento

y la única que, curiosamente, ha hecho progresar al ser humano.

Las sombras son los espejos del lado oscuro de los objetos.

Los sueños son las telenovelas del inconsciente.

Las dos formas más comunes de falsificar la historia son, la mentira repetida y el silencio cómplice.

La razón es el verdugo de los sueños.

La razón es la equidistancia entre dos ideas contrapuestas pero válidas.

La sinrazón desencadena la injusticia, esta al odio y paren el conflicto.

La guerra es fruto del matrimonio entre la injusticia y el odio oficiado por la sinrazón.

A pesar de que los gatos negros han logrado sobrevivir a la “mala suerte”, los hombres siguen fascinados por la superstición.

La libido es amiga de la aventura y enemiga del hastío.

Una ventana abierta es una invitación al fresco(sobre todo en pisos bajos)

Carlos García Riesco
Grupo A


Greguerías

1. El estrabismo es la paranoia de la mirada.

2. El tonto piensa por defecto.

3. La lengua pone el lazo al regalo de los labios.

4. El divorcio de mutuo acuerdo es el último sí, quiero, de los novios.

5. En los embotellamientos, los conductores borrachos hacen botellón.

6. Los labios apagados dan besos de humo.

7. La promiscuidad es una enmienda a la totalidad del matrimonio.

8. Las tripas del hombre son las cadenas de su espíritu.

9. Era un conductor tan indeciso que se quedaba sin gasolina en las rotondas.

10. El beso tiene la palabra deseo en la punta de la lengua.

Ignacio Aparicio
Grupo A


La luna es un gran almacén de sueños.

En un portalápices descansa un arcoiris.

El número "pi" es un trino infinito.

Estado civil: civil (izada)

El hielo se derrite cuando le besa el sol.

Calendario de cocina: reducción de pasado, presente y futuro.

Interior con plantas: jardín con aspiraciones.

A través de las ventanas se hace compañía al gato que anda por los tejados.

Hijo: principio sin fin.

Llegué, te ví y perdí.

Puro amor: egoísmo puro.

El canto del gallo es el big bang de la madrugada.

Un contable es cualquier persona dispuesta a oír a un chismoso.

La música es un ascensor sin techo.

Hombre: resuelto misterio irresoluto.

Mercedes González
Grupo A


El hombre fue a la Luna y la mujer llego amarte.

En el comienzo solo existía el hombre, la mujer vino de otro planeta.

Cuando todo acabe, quedaremos tu y yo.

No me atrevo a mirarte, porqué me lees el pensamiento.

Cuando todo es agradable, aparecen los nubarrones.

De las discusiones, salen las bodas.

El aire de la mañana, se lleva todos los sueños.

Cuando un hombre está con una mujer, solo ella sabe lo que va a pasar.

Luis Iglesias 
Grupo B


Una peluquería es una carretera por la que raramente una mujer llega donde quiere ir.

El pelo recién lavado huele a la primera vez de todas las cosas buenas.

El mayor admirador del peluquero son sus propias tijeras, que no dejan de aplaudirle; aunque también las hay que se dedican a cuchichear si está cortando bien o está cortando mal.

El cepillo es el administrador de una comunidad que desenreda los problemas vecinales; pero el peine tiene una diligencia superior, pues hace raya.

Los dedos del peluquero son diligentes nadadores que esperan con paciencia su premio: nadar en un mar de seda brillante.

Solo hay un tipo de moscardón capaz de rondar sobre la cabeza de alguien durante un cuarto de hora sin que ese alguien se inmute lo más mínimo: el secador.

La gomina es un coronel que sabe poner firmes a sus soldados.

La laca es un prestidigitador que, mientras manda callar (shhhhh), deja ensimismados a todos los que toca.

El tinte del pelo no es más que una mentira líquida.

El superlativo "fenomenal" probablemente nació en una peluquería; el superlativo "fatal", con total seguridad.

Cuando el peluquero termina su trabajo, el recogedor le pregunta a la escoba:¿me concede este baile?

Óscar Martín
Grupo A