Hablamos del significado de la palabra "íncipit" y compartimos algunos inicios de poemas, cuentos y novelas que nos gustan como los que transcribimos aquí
1. Me siento viejo. Decaído. Ayer tuve la certidumbre y hoy me pongo a contarlo. Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse.
Adriano González León. Viejo
2. Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertid en un monstruoso incesto.
Franz Kafka. La metamorfosis
3. En casa había una enciclopedia de la que mi padre hablaba como de un país remoto, por cuyas páginas te podías perder igual que por entre las calles de una ciudad desconocida.
Juan José Millás. El orden alfabético
4. Los corazones son como los perros: hacen bastante compañía, pero supone un fastidio tener que ir recogiendo en bolsitas de plástico toda la mierda que van dejando por ahí.
Alejandro Cuevas. La peste bucólica
5. Al día siguiente no murió nadie.
José Saramago. Las intermitencias de la muerte
6. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Gabriel García Márquez. Cien años de soledad
Nos detuvimos a comentar brevemente el microrrelato de Max Aub titulado "La uña", un texto cuyo incipit nos sitúa en un cementerio y nos invita a recorrer el trayecto que sigue una uña para ejecutar su particular venganza. Lo transcribimos aquí:El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa. Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no tuvo dificultad para despuntar deslizándose hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la cama. Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni ¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola.
Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.
En el trabajo titulado "La corporeidad de los elementos fantásticos en Aub, Cortázar, García Márquez y Süskind" Laura Hatry relaciona el procedimiento narrativo usado por Max Aub en su microrrelato con otros textos similares. Merece la pena leerlo.
Y recomendamos, por último, el libro "En un lugar de la mancha", de Jordi Vicente y Carlos Cubeiro publicado por Comanegra, un libro en el que se recogen -tal y como reza el subtítulo- "50 grandes inicios de la literatura ilustrados y comentados-
En el transcurso del taller propusimos seis incipit correspondientes a seis microrrelatos publicados en la antología Por favor, sea breve. Antología de relatos hiperbreves de cuya edición en Páginas de Espuma se encargó Clara Obligado. Publicamos aquí los microrrelatos originales y después las versiones escritas en el taller a partir de cada uno de los inicios.
Microrrelato 1
Armisticio, de Juan José ArreolaCon fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí dónde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas.
Y estas son las versiones escritas a partir del íncipit:
Con fecha de hoy retiro de tu vida
mis tropas de ocupación..
Avasallarte a ti con sentimientos,
sojuzgándote yo
dictando humillaciones
no es justo y necesario.
Hoy me he visto en mi propio espejo,
acuchilló mis ojos la vergüenza,
orgullo de cuchillo
que quema el corazón,
un corazón de niño que me ama.
Tú me ayudaste a cultivar las rosas
como fiel jardinero,
por eso ya te debo
las rosas de mi mundo
que, avara, te he negado.
Sentimientos dictados nunca fueron amor,
son invisible asesinato y suicidio
de ti, de mí, no quiero
equivocarme más.
Ya se marcha el ejército vencido,
nunca quise en verdad
que tú fueras yo sin los dos.
Emilia González. Grupo B
Veintiuno de octubre de dos mil veintiuno
Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación, me llevo la máquina de fotos, los libros de micología, la colección de botellines de cerveza, las novelas de Zane Grey, la equipación del club de futbito, los palos de golf, la estantería con los vinilos, la bicicleta estática y las pesas, la guitarra eléctrica, los esquíes, la videoconsola...
Manuel Medarde. Grupo A
Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación, hago entrega de todas las armas que esgrimí, abandono las posiciones que arduamente conquisté y firmo, rendido, todas las capitulaciones que me exiges. Acepto el veredicto que dicta la evidencia: Nuestra historia ha terminado.
Pepe Lorenzo. Grupo B
Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación, entierro las trincheras que cavamos a nuestro alrededor y te reclamo todas las armas que te entregué.
Beatriz Gorjón. Grupo A
Con fecha de hoy, retiro de tu vida mis tropas de ocupación.
No pienses que es un armisticio, si no la estrategia lógica ante tu continuo asedio.
Calgari. Grupo A
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua para que se oyese arriba, creando los nenúfares musicales.
En el jardín abandonado y silente y sobre las aguas verdes, como una sombra en el agua, se oyeron unos compases de algo muy melancólico que se podía haber llamado “La alegría de morir”, y después de un último “glu glu” salió flotante el violín como un barco de los niños que comenzó a bogar desorientado.
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua. Y el deseo de su celoso vecino, que cuando comprobó el engaño, le invitó a pescar en el lago.
Tomás García Merino. Grupo B
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo el agua. Allí lo encontró la policía, con un bloque de cemento en los pies para que no flotara, vestido con frac y pajarita y con el violín y el arco atados a sus manos con alambres. Una fantasmagórica estampa causada por su otro gran sueño: el juego y las apuestas.
Jaume Castejón. Grupo B
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua, cuando al fin lo consiguió miles de cetáceos le dieron una gran ovación.
Manuel Medarde. Grupo A
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua. Nunca imagino que sería su último concierto
Áfrika Gómez. Grupo A
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua, no sabía porqué, quizá había algo de premonitorio en aquel sueño. Ese funesto día de abril, se encontraba en la cubierta del Titanic , tocando sin pausa, junto a otros violinistas, mientras el transatlántico se hundía.Fue de los últimos en ser engullido por el mar, aferrado a su amado violín...
Rosa Celia González Monterrubio. Grupo B
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua y escuchar la canción de las olas. Como no sabía nadar ni contener la respiración consumió su vida intentando lograrlo. Todo su esfuerzo fue infructuoso pués cuando ya había alcanzado cierta pericia, todo el agua desapareció de la faz del planeta...
Nieves Martín. Grupo B
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua y para ello, busco y urdió la manera de hacerse amigo de un delfín.
Calgari. Grupo A
El pozo, de Luis Mateo Díez
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Éste es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje
Olvido
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía 5 años. Era algo que siempre pensé podía suceder. Le gustaba jugar por ese lugar, donde ese pozo, nunca fue tapado correctamente, desde que hicieron la expropiación de la finca.
Una vez más la administración olvidó hacer bien su trabajo.
Pepa Agustín. Grupo B
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años, al cabo de seis horas lo sacaron hecho un hombre.
Manuel Medarde. Grupo A
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años, pudimos sacarlo vivo. Desde entonces la familia empezó su sinvivir.
Calgari. Grupo A
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía 5 años. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer mismo. Estábamos jugando en el corral del pueblo y, sin apenas darme cuenta, dejé de verle. Primero le llamé a voces y, al no contestar, le busqué por toda la casa, pero no lo encontré. Al ver la trapa del pozo caída, me asomé y allí lo vi flotando. Nunca se me olvidará esa imagen, es hoy mismo y me siento culpable por no haber cuidado de mi hermano, conociendo lo inquieto que era.
Luis Iglesias. Grupo B
La mina de oro
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía 5 años.
Tras buscarlo durante horas por todo el pueblo, a Juan, el alguacil, se le ocurrió echar un vistazo en el pozo que teníamos en nuestro corral, aledaño a la casa que habitábamos.
Tras la izada del cadáver, de un color pálido azulado, recuerdo a mi madre, sentada en el suelo entre la multitud, meciendo a Alberto en el halda, mientras le susurraba con dulzura al oído.
Y aún escucho también, de una forma nítida y precisa, los gritos extemporáneos y groseros de mi padre, obcecado por lavar y amortajar a su hijo en la intimidad. Insistiendo en que él y solo él lo haría, con la única ayuda de mi madre. Un empeño, todo sea dicho, que entendí un par de días más tarde, el día del entierro.
Ese día, tras el funeral, recogidos los tres ya en casa y cuando toda la tristeza del mundo se alimentaba en nuestra cocina, mi padre sacó de la petaca de cuero desvaído lo que parecía medio cigarro liado con cuarterón. Lo deshizo ante nuestros ojos y mostró el polvo, de un color amarillo intenso, que contenía.
– Esto– dijo enjugándose las lágrimas – estaba por toda la cabeza de Alberto.
Tomás C. Grupo B
Instrucciones para dar cuerda al reloj, de Julio Cortázar
Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa
Ella salió de la consulta y se dirigió a la armería más próxima. Compró una pistola y decidió resolver el problema.
M. Maximina Moreno. Grupo B
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo, el fondo está a más de cien años de distancia.
Manuel Medarde. Grupo A
Allá en el fondo esta la muerte, pero no tenga miedo porque a ella le va a dar igual.
Calgari. Grupo A
La ruleta de los recuerdos, de Alfredo Castellón
Cargo mi revólver marca Browning, con un montón de recuerdos de mi vida. Giro un par de veces su cilindro como queriendo alejarlos de la memoria, pero al fin, coloco el cañón sobre mi sien y disparo. El recuerdo que me tenía quer matar falla. Tengo curiosidad por conocer el contenido que me ha perdonado la vida. Intento abrir el proyectil fallido, pero enseguida me arrepiento y lo dejo. Quizá el siguiente aclare las cosas y me brinde la oportunidad de la muerte. Me preparo y... Esta vez no falla.
Sin duda era uno de los recuerdos más queridos de mi vida, piensa mientras muere.
Y estas son las versiones escritas a partir del íncipit:
Cargo mi revolver marca Browning con un montón de recuerdos de mi vida, y empiezo a disparar a diestro y siniestro haciéndome daño con alguno de ellos. Son heridas que no sangran, pero duelen de forma distinta.
José Luis Fonseca. Grupo A
Cargo mi revolver marca Browning con un montón de recuerdos de mi vida para defenderme a tiro limpio de la soledad.
Manuel Medarde. Grupo A
Desesperanza
Cargo mi revolver marca Browning con un montón de recuerdos de mi vida. Especialmente los más tormentosos y sórdidos. Aquellos que me alejan de mi yo autentico… ¡Pummmmmm!
Pilar Sánchez. Grupo B
Cargo mi revolver marca Browning con un montón de recuerdos de mi vida. Ese revolver que tenía ante ella, le trajo a la memoria el Smith Wesson, que estuvo en el cajón de la mesilla, el tambor estaba cargado, siempre quería verlo así, que no faltara ninguna bala, tan nuevo, sin usar, sin estrenar. Hoy se prepara a cargar este Browning, coge seis balas especiales, van a proyectar; concordia, paz, tolerancia, diálogo, comprensión, armonía y, en la recámara meterá amor.
Inés Izquierdo Pérez. Grupo A
Tengo mi revólver marca Browning cargado con un montón de recuerdos de mi vida, ante la certeza de que ya gasté la mayor parte de mi pólvora.
Calgari. Grupo A
La fama, de Enrique Anderson Imbert
El poeta la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos poetas que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?
La Fama, sin detenerse, miró al poeta por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:
-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un joven periodista abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para un estudio consagratorio. Te prometo que allí estaré.
-¡Ah, te lo agradezco mucho!
-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.
El poeta la vio pasar aprisa; y a prisa corrió tras ella y se quejó de que todavía no le hubiera pagado los derechos de sus tres últimos libros de poemas.
Manuel Medarde. Grupo A
El poeta la vio pasar aprisa y aprisa corrió tras ella y se quejó:
¿Adónde vas corriendo como siempre? ¿Por qué corriendo siempre y no me ves?
¿Adónde escapas siempre que no alcanzo a darte compañía? ¿Por qué huyen tus pies?
¿Acaso mi presencia no te agrada o son estas palabras las que evitas?
¿Adónde vas corriendo, y son ya tantos años, y sigues siempre sola, y no me ves?
El poeta la vio pasar aprisa y aprisa corrió tras ella y se quejó por no haberle devuelto el pañuelo
que él había dejado caer, delicadamente.
Calgari. Grupo A
Tomamos como referencia el incipit del microrrelato "Revolución de letras" de José Ángel Barrueco (El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.) y construimos a partir de él un nuevo texto.
Estos son los trabajos recibidos hasta ahora
1
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. La luz se cortó de repente. Todo empezó a temblar. Afuera se podía oír, claramente, el silbido de las bombas y su detonación. Allí corría gran peligro, pues su apartamento estaba junto al palacio del gobierno. No había manera de recuperar el cuerpo de su novela. Cogió libreta y bolígrafo y se lanzó a la calle para escribir, a la vieja usanza, una nueva historia: el diario de la revolución.
Jaume Castejón
Grupo B
El literato cobarde
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Una fuerte corriente de rebeldía se había apoderado de los circuitos internos del aparato. La pantalla se iluminaba y se apagaba con ráfagas de luz y el teclado no respondía a las pulsaciones: si marcaba la a, aparecía la palabra adelante, con la b, bancos y sucesivamente: corrupción, desigualdad, esclavitud, finanzas, gobiernos, hambre, indigencia, JAQUER, levantamiento, medioambiente, naturaleza, odio, prevaricación, quiebra, REVOLUCIÓN, sistema, tumulto, UNETE, victoria, xenofobia, yermo y ZAFARRANCHO.
El escritor, confuso, decidió desactivarlo todo completamente, como tantas otras veces había hecho para solucionar problemas informáticos fuera de su alcance y de su comprensión. Esperó dos minutos para iniciar de nuevo la sesión y el monitor se había convertido en un escenario teatral por el que desfilaban personajes enmascarados vestidos con túnicas blancas. Las caretas se asemejaban a los clásicos antifaces griegos de la risa y el llanto. Cada actor llevaba una de las palabras escrita en la toga y se movía de un lado a otro, juntándose y separándose con otros, cruzándose entre sí, uniendo vocablos y creando conceptos.
En el proscenio se estaba produciendo un movimiento hipnótico del que no era capaz de sustraerse. La imagen le atrapaba de tal manera que creía estar allí dentro, moviéndose entre los enigmáticos personajes. Las palabras formaban imágenes en su mente y los circuitos de su cerebro se aceleraban acompasándose con los de la computadora. Podía distinguir claramente el mensaje de aquellos fantasmas en sus carteles humanoides. Pensó que podría ser el argumento de una próxima novela, pero su cabeza ya no daba para más. Desenchufó de nuevo todo el sistema electrónico. Cogió el vaso vació y lo rellenó de güisqui hasta el borde. Se apartó del escritorio y se tumbó en el sofá, intentando sustraerse de esa cadencia inquietante.
Le despertó el sonido de la pantalla al encenderse. Sorprendido y asustado miró hacia ella y se encontró con un baile de letras mayúsculas que al ordenarse decían: COBARDE.
M. Maximina Moreno
Cascada
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. No daba crédito a lo que veía. Comprobó la botella de whisky, estaba vacía. Observó el caos a su alrededor: ceniceros colmados de colillas, botes de cerveza vacíos sobre la moqueta, papeles grasientos de los bocadillos de calamares. Ese había sido su hábitat durante los últimos meses.
Se lavó la cara con agua fría y volvió frente al ordenador con el deseo de que todo fuera producto de su imaginación. Nada podía fallarle, esa misma tarde finalizaba el plazo para entregar su manuscrito. Se frotó los ojos y vio como las letras seguían cayendo lentamente por la pantalla. Una S mayúscula que, hasta ese momento, formaba parte del título caía rebotando en una i de la primera línea. Al segundo, la i siguió el mismo camino que la S. Las letras se perdían en las profundidades de la pantalla. Levantó el teclado y vio el camino que seguían las letras desertoras. Atravesaban la mesa del escritorio y descendían por la pata izquierda hasta la moqueta. De rodillas, siguió la caravana de signos que escalaban la pared junto al radiador. Alcanzó a leer la palabra que habían formado: “Síguenos”. Abrió la ventana y comprobó como caían al vacío.
En la portada del periódico las letras formaron el siguiente titular: “El prestigioso novelista local y amante de las letras, falleció en el día de ayer, víctima de un virus”
Tomás García Merino
Grupo B
En otro lugar
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Su pluma de ave del Paraíso, no pudo aguantar más, y sintiéndose repudiada durante aquel último año, se puso en jarras delante del teclado. Más dudosos que nunca, los interrogantes abrían y cerraban a su antojo frases inexistentes en la pantalla, acrecentándose a cada segundo, un murmullo atronador de mayúsculas y minúsculas: ¿PERO QUÉ DESCARADA? ¿qUién se ha creído qué es? ¿nI que fueRA sU MUsa?...¡Pardiez! ¡Yo así no puedo!, dijo Miguel, y dando un monumental golpetazo encima de la mesa, volvió a perderse en la portada del releído libro de cabecera de Alonso, a la espera de que en otro lugar (del que en un futuro sí quisiera acordarse) pudiera acabar apaciblemente su obra, aunque fuese a pedal.
Grupo A
Autor de recursos
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Eso lo cambiaba todo, pero Amelio Castrela no es hombre al que desalienten las dificultades; rápido se llegó al balcón cerrando puertas y contraventanas. Instalado en su asiento de nuevo, llamó al personaje principal de la obra.
Pascual Martín
Grupo B
El protagonista
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador, cuando se produjo la revolución.
Alguien llamó a la puerta y él abrió un poco sobresaltado, luego de mirar la mirilla. En el dintel apareció Pablo, un amigo de infancia y de bar, que le miraba arrobado, aunque sus manos temblaban.
En un momento, después de la parálisis inicial, notó los brazos de su amigo como una boa cariñosa sobre sus hombros: “Me he decidido después de una noche de insomnio, te quiero y creo que tú lo sabes”.
Se la jugaba Pablo porque sus miradas constantes en el bar, por encima del vidrio de los vasos, emitían señales un poco furtivas, pero evidentes
El escritor sintió que le habían abierto las entrañas, su yo oculto emergió y respondió a Pablo con un beso en el que vaciaba todo su sentir.
“Pasa y espera, tengo algo urgente que hacer, he mentido en esta novela autobiográfica, siempre prometimos no escribir falsedades sentimentales”
Pablo se arrellanó feliz en un sillón, mientras el escritor, su ya casi amante,
añadió, jubiloso y liberado, feliz como en su vida, una frase llameante, en letras mayúsculas y nerviosas “ PAULA ES PABLO, cambiar todas las mentiras”.
El final ya estaba escrito.
Grupo B
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. El silencio le abrazó con sus gélidas manos dejándole mudo. Todo ha cambiado. Su perpleja mirada se clavaba en la brillante pantalla mientras intentaba repasar mentalmente todo lo escrito.
- No puede ser, no puede haber salido de mí todo ésto- la atmósfera no era como en tantas películas nos han enseñado, no había coches ardiendo ni una jauría reventando la ciudad puño en alto. Simplemente el mensaje había calado después de tanto. Él estuvo encerrado en su escritura durante tanto tiempo que no formó parte de ello, pero sí, se gritaba que la revolución sería feminista o no sería, y fue. Vaya que fue. El literato con su obra acabada se dió cuenta que, a pesar de la dilatada experiencia, su pluma tenía más que aprender que contar.
Edwing Domínguez
Grupo A
Una revolución menor
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Porque revolución era, sin duda, la vuelta de sus hijos adolescentes a casa, lo cual se producía invariablemente cada tres meses, cuando abandonaban el internado por mor de las vacaciones. Su sola presencia le agobiaba y producía en su ánimo un efecto disolvente como agua vertida sobre azucarillo. Y no se trataba sólo de que el bullicio y la algarabía, tan nefastos para su concentración, se instalaran en el hogar, en forma de constantes idas y venidas y hasta carreras, charlas telefónicas a grito pelado que traspasaban los más gruesos muros de hormigón, músicas de radio a todo volumen y otras pesadillas diversas pero muy hermanas de las anteriores; se trataba, sobre todo, de una cuestión de inteligencia y de invasión de la intimidad que actuando como una pinza solía tener efectos demoledores. Sí, era consciente de que sus dos hijos, Laura y Gerardo, eran más inteligentes que él, tanto que se las habían apañado para dar con la novela que estaba escribiendo, y que el muy infeliz pensaba que escondía a buen recaudo en algún lugar recóndito del disco duro de su ordenador. Y una vez que supieron de su existencia, le apretaban las tuercas a su padre para que les dejara leer lo que había escrito durante su ausencia, con ánimo de someterlo a su exigente crítica. Y como no tenía carácter para negárselo hasta al menos tenerla terminada, pues se comportaba con ellos más como abuelo que como padre, accedía entre apenado y resignado, teniendo que sufrir luego sus embates inmisericordes contra el texto, de los que de todos modos tomaba el hombre buena nota para hacer luego las pertinentes rectificaciones. Sin embargo, y a falta de un par de páginas para concluirla, había hecho esta vez un esfuerzo tan grande por darle a la novela un final limpio y sin tacha, ante el que no cupiera otra plegarse y alabar, que incluso se podría decir que estaba deseoso de que lo leyeran sus hijos, de modo que cuando se la solicitaron, se precipitó sobre una carpeta y sacó dos ejemplares grapados que les entregó sin vacilar.
Una hora después nuestro literato hubo de reconocer, casi sin aliento, que la muerte del protagonista era absurda, que había un desfase de fechas irreparable, que la actitud última de la mala de la novela no era verosímil y que había dos preguntas trascendentales que quedaban sin responder, con todo lo cual no se podrían salvar más que las primeras cuarenta páginas de las cuatrocientas de que constaba. Y pensó, en fin, el pobre hombre con amargura, que no en vano las revoluciones se lo llevaban siempre todo por delante.
Óscar Martín
Grupo A
9 de noviembre de 1989
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. En todas las emisoras de radio y televisión del mundo se escuchó la noticia: están destruyendo el muro de Berlín. El" muro de la vergüenza", cómo le llamábamos entre los muchachos cuando era un niño. Tenía 10 años cuando lo pusieron una noche. Partieron Berlín en dos, separando familiares y amigos por el capricho de unos dirigentes estúpidos, que, ateniéndose a criterios absurdos, decidieron partir Alemania en dos. Nunca logre entenderlo, por más que me lo explicaron compañeros, profesores y familiares.
A la vista de aquellos acontecimientos, empiezo a entender Plauto con aquel "homo homini lupus", y a Einstein con lo de "solo hay dos cosas infinitas...
Me alegré sobremanera de la liberación de la Alemania del Este, pues intentando ponerme en el lugar de los allí encerrados, en ocasiones me veía convertido en esclavo del sistema, y en otras me veía corriendo por aquel pasillo entre ambos muros, siendo acribillado por las balas, y muriendo en el intento de escapar; obteniendo así la libertad mediante la muerte.
Ambas soluciones me parecen lícitas, todo depende de la prisa que uno tenga en alcanzar la libertad.
José Luis Fonseca
Grupo A
Novela sin título
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Sabía que eso iba a pasar y había escrito todo lo que había podido, pero no pudo acabarla a tiempo. Temía que su trabajo desapareciera debido a los acontecimientos que pasarían a partir de ese día. Comenzó a imprimirla para mantenerla a salvo y retomarla cuando todo estuviera estabilizado de nuevo, pero se le acabó la tinta y no tenía ningún cartucho de repuesto.
Salió a la calle y se dirigió hacia la tienda de su amigo donde este le facilitaría uno. La tienda estaba cerrada. Diez segundos de máxima angustia se apoderaron de su mente hasta que rompió el cristal y cogió el cartucho salvador. Corrió hasta su casa y continuó con su labor. Cuando faltaban unas cinco páginas por imprimir, golpearon fuertemente a su puerta. <<¿Me necesitan para escribir nuestros manifiestos o me buscan para acabar conmigo?>> Se preguntó.
No abrió. Rompió el ordenador y huyó, sin destino, por el jardín. Su inseparable bolso de cuero marrón golpeaba su costado derecho con cada zancada que daba.
José Carlos Arroyo
Grupo C
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo una revolución. Todo comenzó con la premeditada inacción de las conjunciones que, solapadamente, impedían la unión natural de unas oraciones con otras. Se agravó después de que adverbios y adjetivos decidieran rebelarse contra la aviesa tiranía a la que les sometían verbos y sustantivos.
El escritor presenciaba atónito como su texto se deslavazaba y se trastocaba irremisiblemente. Nada resultaba como había imaginado, las frases, confusas e inconexas, no eran las que él había concebido y tecleado.
Cuando preposiciones y determinantes se dejaron arrastrar a la protesta el caos era ya incontrolable. Temió el autor que fueran sus propios dedos los que estuvieran desobedeciendo los dictados del cerebro y se demoró mirándose las manos desconcertado. Sacudió enseguida la cabeza desechando por absurda tal idea, pero los siguientes intentos de construir frases coherentes volvieron a fracasar.
Se percató en ese momento de que, de todas las categorías de palabras, solo le quedaban bajo control las interjecciones y entonces, temiendo que quizás fuera la última palabra de su novela, tecleó letra a letra, cerciorándose de no cometer ningún error: ¡Socorro!
Pepe Lorenzo
Grupo B
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Tiempo después, apilaba bajo el colchón, tres rollos de papel higiénico. El último capítulo escrito a escondidas tras los barrotes de una celda donde nunca amaneció.
(A Miguel Hernández y su nana de la cebolla)
Mamen Somar
Grupo C
Desenmascarado
“No queda nada de lo que fue nada” (José Hierro)
El literato ultimaba su última novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. En dos horas debía enviar en archivo adjunto el borrador a su editorial. El plazo se cerraba. En ese tiempo una última revisión, para examinar si cumple sus expectativas. La casa y todo él en silencio. Con precipitación enciende su portátil. No hay nada. Todo vacío. Absolutamente nada… Hiperventila, exorciza sus demonios… Corre al dormitorio y desierto .Ni rastro de ella.
Pilar Sánchez
Grupo B
Rebelión
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. La pantalla empezó a emitir unos intensos destellos, acompañados de fuertes pitidos que sorprendieron al atónito escritor. Su sorpresa fue mayor al contemplar que las páginas de su novela recorrían de izquierda a derecha y arriba a abajo la pantalla sin ningún control.
Marian Pérez Benito
Grupo A
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.
El mundo había quedado a oscuras, no porque el sol no siguiera saliendo cada mañana, pero el universo de las conexiones en red había terminado: el apagón tecnológico llegó tan inesperado como su encendido se había ido sigilosamente colando en nuestras vidas hasta llegar a hacerse imprescindible.
El literato no había hecho copia de seguridad y el mundo de la nube se había esfumado. Era la que creía su última novela, la única en la que se había atrevido a expresar aquello a lo que siempre apuntaba pero nunca hasta ahora había afrontado: hablar directamente de su vida.
El relato de todo lo que era, o creía ser, o le importaba, estaba ¿dónde ya? Y sin embargo reconoció el valor de esa escritura que ya nunca nadie vería, leería, en su propio ser. Por fin, se había visto a sí mismo, se había reconocido. Y en ese arriesgado y arduo solitario ejercicio de tantos, tantos meses, se había ido gestando su sanación.
Marian de Vicente
Inteligencia artificial
El literato ultimaba una novela escrita ordenador cuando se produjo la revolución. Le quedaba sólo el último párrafo, el final memorable para la novela en la que llevaba trabajando cinco años. Su gran obra maestra. Pero lo que escribió en el teclado no era lo que leía en la pantalla, era totalmente distinto. Aporreo con furia la tecla Supr, Supr, Supr, que se le pusiera rebelde el ordenador cuando le quedaba tan poco para terminar le enfureció. Volvió a escribir y de nuevo no se correspondía, Supr, Supr, Supr aporreo con violencia otra vez. Se levantó y dio un paseo nervioso por la habitación. ¿Qué pasaba?,¿sería un virus?, menos mal que tenía varias copias guardadas en diferentes formatos. Intentó relajarse y escribir lo que tenía en la cabeza para el final desde hace meses. Esta vez lo escribió del tirón, sin levantar la vista del teclado y cuando puso el punto final, esperó unos segundos con miedo antes de levantar la vista. Empezó a leer, no coincidía con nada de lo que había escrito, y ya con el dedo encima del Supr siguió leyendo hasta el final y la boca se le abrió en una mueca de asombro. Volvió a leerlo otra vez y otra y otra, hasta cinco veces más y por fin la cerró. Lo que había escrito su ¿ordenador? era mucho mejor que su final, infinitamente mejor, era el final redondo que necesitaba su novela. Y tras volver a leerlo una vez más y de sentirse idiota porque no se le hubiera ocurrido a él, con dedos temblorosos escribió FIN y esta vez sí las teclas escribieron lo que quería.
Beatriz Gorjón Martín
Grupo A
El resplandor.
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.
Para aquel otoño que se avecinaba tenía grandes planes, faltaban dos días y el calendario marcaría su comienzo. Iba a iniciar su gran sueño, su proyecto, ¡cuántas sensaciones ante esa perspectiva!, solo le quedaba poner fin a su novela, pero antes tenía que escribir la última decisión que adoptaría Mario ¿le daba otra oportunidad o su marcha era sin retorno? Y, de repente una gran explosión, un gran resplandor, junto a una gran columna de humo, y se olvidó del Mario de su novela, porque la tierra empezó a rugir. Todo está esperando poner la palabra FIN.
Grupo A
El último libro
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Las mujeres, que se sentían maltratadas por los varones en la trama, como venganza estaban empezando a eliminarlos del texto. Cuando ya solo quedaba el protagonista -que era su alter ego-, supo que ya no iba a tener tiempo de finalizar su relato.
Grupo C
El literato ultima una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución..Sí, podría denominarla así porque lo que estaba ocurriendo revolucionaría su vida de tal modo que ya nunca volvería a ser la misma.
Absorto como estaba buscando el final de su novela, no había reparado en el fragor que se oía exteriormente hasta que se hizo tan atronador que su cuerpo empezó a temblar y tuvo que aferrarse a los brazos de su sillón para poder levantarse y acercarse al balcón. Cuando lo abrió , se quedó petrificado al ver que una colada de lava incandescente avanzaba, imparable, no muy lejos de su casa. No pudo evitar que unas lágrimas resbalaran libremente por sus mejillas. No daba crédito !!!
Ahora sí, reaccionó con rapidez, tenia que salir con urgencia pero, antes de abandonar su casa, cogió solamente su pequeño portátil, quería salvar su novela ; el tiempo diría si algún día podría darle fin..
Rosa Celia González Monterrubio
Grupo B
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución
Fue rápido, apenas en unos minutos, el desorden se apoderó de la situación. A la voz de ¨Control mas Alt¨, en un “Escape” perfecto, junto a un “Suprimir” seguido de “Pausa”, los adjetivos movilizaron a los sustantivos, y apoyados por los artículos, en clara mayoría, redujeron al novelista preso de pánico.
Los médicos determinaron, el novelista falleció por sobredosis…
Guadalupe Sanchón
Grupo C
El literato última una novela en el ordenador cuando se produjo la revolución. Ruido de cacerolas, silbatos, gran avalancha de personas mucho ruido, todo eso percibió de pronto nuestro literato, que estaba centrado en su deseo de terminar la novela. Molesto se levantó, y salió de su tranquila, cómoda y silenciosa habitación. Ver la ruidosa manifestación, le hizo recordar y tomar conciencia de la gran revolución que estaba anunciada, y vio que ya había empezado. Mucho se pedía últimamente al ciudadano, y la paciencia termino.
Ayer el gobierno anunció nuevas subidas, pero No salariales. Y seguir cumpliendo con tantas peticiones... Que la ciudadanía ya no aguantaría más. había decidido iniciar una revolución.
Josefa Agustín
Grupo B
Revolución y punto final
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. No podía creer lo que estaba ocurriendo allí delante de sus propios ojos. Las letras, palabras, frases, párrafos, todo lo escrito se empezó a desdibujar después de un baile endiablado.
Al principio el literato pensó que todo aquello era producto de su extrema debilidad ya que llevaba varios días sin tomar nada sólido. Había decidido que no perdería tiempo en comer hasta que no pusiera el punto final a la novela.
Se dirigió al baño a refrescarse la cara, después a la cocina para hacerse un café bien cargado. Mientras esperaba a que la taza se llenase reflexionó sobre lo ocurrido. Después de darle vueltas y más vueltas llegó a la conclusión de que la razón para aquel despropósito era que los personajes de la novela no estaban conformes con el final que él había ideado. De modo que la única salida era buscar otro final.
El literato encontró la solución, esta vez escribiría un final a lo Flannery O’Connor, sería un final misterioso, con un mensaje cifrado y una modificación de los personajes. De esa forma para cuando los personajes llegaran a darse cuenta de los cambios ya sería demasiado tarde, la novela ya estaría en los escaparates de las librerías.
No sería posible una revolución o éso creía él ...
Grupo B
Revolución interna
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.
Desde el momento en que vio en él la manzana mordida , comprendió que ese había sido el instante en que el ser humano fue consciente de su propia obsolescencia.
Tuvo la certeza de que este era el motivo, el principio, la coartada, de cuántos miedos, evoluciones, desesperanzas, anhelos y revoluciones, se han producido desde el principio de los tiempos… y así empezó la suya propia.
Calgari
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.
Un ruido ensordecedor proveniente del piso de arriba, empezó a inundar la habitación donde estaba escribiendo. Miro el reloj y son las dos de la mañana. Llamo por teléfono al vecino del cuarto para preguntar si está pasando algo en su casa y la respuesta me deja anonadado: “Estoy barnizando el piso, ¿ocurre algo?”.
A continuación, me comunico con la Policía Municipal: les indico el motivo de mi llamada para que acudan a ver a mi querido vecino y le pongan una multa si se lo merece, pues es su labor.
Dos policías municipales se personan en menos de diez minutos y, después de hablar con ellos, suben al piso de arriba. Oigo decir a mi vecino a los agentes, con toda la cara del mundo, que está barnizando su piso y que si yo no quiero ruido que me vaya a vivir a un chalet a Valdelagua.
No conozco el resultado de lo que le dijeron, pero cesó el ruido y, por fin, pude seguir escribiendo, si bien el final del relato lo tuve que cambiar.
Luis Iglesias
Grupo B
Pásalo!
El literato última a una novela escrita a ordenador, cuando se produjo la revolución.
"De momento" –decía el correo electrónico que usaron para comunicárselo –"eres el único que lo sabe. Sí pasados unos días no recibes más noticias al respecto, teme lo peor y siéntete libre de difundir la noticia.
Posdata: en el anexo adjunto encontrarás direcciones de varios blogs, donde podrás pregonar la buena nueva, de una forma masiva y sutil.
¡ Felices y revolucionarios días!
Tomás C
Grupo B
Un día cualquiera
El literato ultimaba una novela escrita en el ordenador, cuando se produjo la revolución. Una alarma sonó a las cinco de la mañana. Martina se despertó emitiendo un largo y agudo llanto de desconsuelo. Su mujer le hablaba desde la habitación, ya voy cariño, ya voy, mientras soltaba un interminable chorro de orina sentada en el váter. El escritorio de Francisco estaba frente a la ventana del cuarto principal. Llovía torrencialmente. En ese instante llegó una ambulancia con una sirena ronca a la casa de los vecinos del frente. La señora Paquita abrió la puerta llorando. Los paramédicos corrieron hacia adentro. Sacaron al señor Martín sujeto a una camilla. Paquita lloraba y la lluvia no cesaba. Martina tampoco. Pedrito y Alejandra se despertaron más rápido que de costumbre . Se acercaron al escritorio, le pidieron agua a su padre. Las dos últimas frases estaban por escribirse, sus dedos en el aire sobre el teclado. Se dirigió a la cocina y se fue la luz. La lluvia estaba haciendo estragos. Dos vecinos en sus coches estaban saliendo de retroceso y chocaron, no se vieron, no se escucharon. Francisco sintió el golpe. Los niños se asomaron a la ventana. Regresó la luz. Frank intentó regresar al escritorio, su mujer le pidió que le diera desayuno a los niños, Martina no se sentía bien. Los chicos se tomaron su leche con galletas. Ya estaba amaneciendo. Aún se escuchaban las voces de los vecinos discutiendo por quién tenía la razón. Dejó de llover. La luz del amanecer se asomó en el vecindario. Los niños, por primera vez, se vistieron a tiempo para ir al colegio. Frank continuaba con su bata, y pensó que quería tomar café. Pero no. Su mujer le dijo que se apurara para llevar a los niños al colegio. Cambió la bata por un abrigo, salió con los niños. Las últimas frases le rondaban en la cabeza. Los niños peleaban, gritaban, y por fin se bajaron. De regreso a casa por la autovía pudo dar con aquellas palabras finales de la novela. Comenzó a buscar cualquier papel y un boli para anotarlas. El asfalto estaba muy mojado. Frank continuó buscando, y encontró una factura del supermercado. Comenzó a escribir sobre el volante. El coche comenzó a deslizarse. Frank descuidó por unos segundos el volante. La última frase no la pudo terminar. En algún momento había pensado en un final abierto. Así quedó.
Grupo A
Pequeña revolución
El literato ultima una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución. Lo primero que se le viene a la mente cuando lo recuerda fue el sonido del teléfono y la voz entrecortada de su mujer anunciando el veredicto del ginecólogo: son gemelos.
Reunió la energía y la concentración justa para guardar la última versión del documento que contenía su novela. Le había ocupado el último año de su vida y el plazo de la editorial estaba al límite.
Aquel día lo pasó con su mujer en casa, compartiendo la emoción del momento, la alegría y ¿Por qué no reconocerlo? El vértigo que le produjo la noticia sin saber por qué. Ella estaba contentísima. Su ilusión era tener gemelos y criarlos juntos.
Decidieron de común acuerdo no decir nada hasta que el embarazo hubiera superado los 3 meses, por si había complicaciones.
Pasado ese tiempo todo fue un no parar. La familia preguntando, queriendo comprarlo todo, los cambios en la casa, el reposo absoluto que le prescribieron a su mujer los dos últimos meses, el adelanto del parto.
Sus hijos vinieron al mundo una semana después de la publicación de su novela. ¡una locura!
Grupo B
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.
El escritor ya no era joven por lo que las palabras absolutas no conseguían emocionarlo, él prefería utilizar palabras más modestas, más relativas. María, su hija pequeña le había comunicado el triunfo de unos militares revolucionarios en la isla de la que procedía la familia y de la que tuvieron que salir huyendo hacía demasiados años. En ocasiones anteriores, otros militares revolucionarios también habían prometido el establecimiento de una democracia formal con sus libertades y un reparto más justo de la riqueza . Transcurridos unos años todo seguía igual. Sus novelas así lo habían contado. Los cambios sucesivos trajeron el establecimiento de condiciones más duras para la población en general y para los suyos en particular. Nada hacía pensar en que en esta ocasión las cosas fueran a ser diferentes. En los primeros momentos, todas las declaraciones eran esperanzadoras pero transcurrido un tiempo, los nuevos dirigentes se preocupaban únicamente en llenar las alfojas para cuando unos nuevos revolucionarios los hicieran salir del poder recién conquistado. Al menos ese era el final de la novela que estaba acabando de escribir.
El novelista pensó que debería dar una oportunidad a las esperanzas de su hija pero sintió al mismo tiempo una pereza inmensa. Se sintió hastiado por tantas promesas incumplidas.
A la mañana siguiente, llamó a su editor desde la estafeta de correos para comunicarle el envío de la novela, urgiéndole a publicar el libro sin dilación.
Enrique Martínez
Grupo C
Un grito en la tormenta
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador, cuando se produjo la revolución, su cordura se torno en delirio, su estabilidad se aparto de el, su corazon abrupto queria escapar del pecho, y su mente difusa se quebraba por momentos, cuando se percato que aquel maldito ordenador, que durante tanto tiempo había sido su fiel compañero y confesor de sus ideas, le había traicionado, al borrar uno por uno todos los capítulos de su libro.
Juan Carlos Zarco
Grupo C
Libertad
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador, cuando se produjo la revolución.
Como cada día se encuentra delante del ordenador, esa maquina en la que tecla a tecla va narrando sus pensamientos, ideas, vivencias…
Pero un día se bloquea, la sudoración es fuerte, la pantalla, las teclas le superan, le pueden, tiembla. Se asoma a la ventana y viendo pasar la vida delante de él, se relaja.
Vuelve otra vez a su medio de vida, a su pasión y sigue sin entender nada.
Después de un tiempo comprende. Su mente se niega a colaborar, sus teclas ya son unas desconocidas, la pantalla no le acompaña, lo único que le unirá a su existencia será seguir “asomado a una ventana”.
Ana Isabel Diéguez
Grupo C
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución...
Y, tuvo que empezar de nuevo porque se había perdido el final. Esta vez la escribió en papel, unas veces con lápiz, otras con boli y para el final coqueteó y eligió la pluma. Cuando terminaba de reescribir la novela se produjo la contrarrevolución. Y, entonces, decidió pasarla al ordenador. No pudo contener el llanto.
Araceli Sebastián
Revolución de letras
El literato ultimaba una novela escrita a ordenador cuando se produjo la revolución.
Las letras del teclado, comenzando desde los extremos (la cu, la a y la zeta en la izquierda, la pe y la eñe en la derecha), ascendieron en orden por las yemas de sus dedos. Como un veneno disuasor de avance veloz, contaminaron sus venas con la ne3grura de sus signos, prosiguiendo su discurrir por los antebrazos, los hombros y el cuello, regiones en las que iban depositando palabras completas que fueron engordando su piel hasta conferirle la apariencia de un viejo pergamino sepia. La acumulación de frases y oraciones formaron sobre su carne un libro maldito de sentencias y anatemas, de referencias cruzadas que trató de leer en vano en el papel que era su cuerpo. Pero un hombre no puede ser libro y la tinta clausuró su respiración.
El literato expiraba en la alfombra, enfermo de literatura y saber, cuando las letras regresaron obedientes al teclado, al acecho de otra víctima.
José Ángel Barrueco