Para gustos los colores

Ayer me puse rojo cuando un abuelo, entre risas, me contó un chiste verde. Yo no me reí. Tú eres un lila, me espetó y a punto estuvo de escupir también su dentadura. Me pone negro que alguien me insulte. Estuve a punto de poner verde a ese viejo verde pero había demasiada gente junto al quiosco y no quise sacarle los colores. Algunos comentaban los titulares de las portadas de la prensa rosa, otros se quejaban del amarillismo en algunos diarios. Hay quien se empeñaba en verlo todo negro o quien afirmaba que la vida es de color rosa. ¿No hay medias tintas? ¿Todo es negro sobre blanco? Los de sangre azul, comentaban, se ponen morados de punta en blanco con su dinero negro y otros sin blanca, con la cuenta en números rojos. Menudo marrón. Pero así es la vida. Para gustos los colores. Menos mal que tenemos salud y que estamos como una rosa.
Esta entrada aún está muy verde. ¿Quién dijo que escribir es un camino de rosas? No es fácil dar en el blanco, sobre todo si uno tiene la negra o se queda en blanco.

Pues sí. Todo es de color, como dice la canción. O al menos del color con que se mira. Esta semana hablamos de colores. Jugamos como Rimbaud a ponerle color a las vocales, a practicar la sinestesia a buscar el color de nuestra infancia o el color con miramos el futuro.
Leímos, para abrir boca, las palabras que Lorenzo Saval firma -a modo de pórtico- en el monográfico de la Revista Litoral, una clara constatación de la amplia literatura que hay sobre este tema. Una paleta de textos e imágenes, organizados por colores, que para cualquier amante del arte resulta imprescindible. La revista incluye numerosas obras de arte en cada apartado de color. Si quieres explorar en qué obras predomina un color determinado puedes jugar con esta aplicación. 
Recomendamos los artículos "La paleta de colores en la literatura" y "El círculo cromático de la literatura". El primero recorre numerosas novelas en cuyo título se incorpora algún color. ¿Por qué "El manuscrito carmesí" tiene que ser de ese color y no azul? ¿Por qué tituló Doris Lessing su novela "El cuaderno dorado" y no "El cuaderno", a secas?  La literatura requiere especificidad para romper los arquetipos, nos dice. En el segundo encontramos un proyecto realizado por el estudio de diseño Dorothy: una recopilación de 300 libros colocados -de manera un tanto subjetiva- en un círculo cromático donde se pueden percibir los diferentes matices de color. ¿Qué diferencia al rojo de La letra escarlata del de Meridiano de sangre? Un curioso experimento.


Portada de la revista Litoral


En este asunto del color, a pesar de algunas evidencias científicas y del estudio del color desde distintas disciplinas todo es muy arbitrario y subjetivo pues son muchos los factores que influyen en la percepción que tenemos del color. El hecho cultural también es evidente. Pero nos gusta jugar y prueba de ello es también el proyecto "Firmas de color" de la artista británica Jaz Parkinson, donde demuestra que cada libro tiene su propio espectro de color. Lo cuenta Alejandro Gamero en "La piedra de Sísifo" donde firma el artículo "Como sería traducir un libro a colores". Todo un juego sinestésico.
Si alguien quiere profundizar en ese vínculo entre literatura y color puede asomarse a los trabajos "El color en la literatura del modernismo" de José Luis Bernal Muñoz y "Estudio del color verde en la obra de Lorca" de Lara Gómez Urquía.
Carlos del Amor hizo un reportaje en RTVE sobre el libro "El color del tiempo". En dicho libro la artista Marina Amaral y el historiador Dan Jones colorean las imágenes del pasado para narrar un historia del mundo contemporáneo. Algunos amantes del blanco y negro no han visto con buenos ojos esta idea. Y es que para gustos también el blanco y negro.
Hay en la revista Litoral hay un texto que firma Eva Díaz con el título "Magenta, el color de la guerra" donde se explica cómo este color nació en la batalla de Magenta, en Lombardía. Hasta ese momento había sido el fucsina. En el artículo "Magenta, un color de guerra para pintar la paz" tienes más información sobre este hecho.
En la literatura infantil y juvenil encontramos libros tan interesantes como "Pequeño azul y pequeño amarillo" de Leo Lionni (puedes disfrutarlo en este enlace) o "Caperucita Roja, Verde, Amarilla, Azul y Blanca" de Bruno Munari y Enrica agostinelli. En este último, Munari recrea el cuento clásico con cada uno de los colores del título. La caperucita amarilla será niña urbana y la azul, por citar solo dos, tendrá que cruzar el mar para llevarle una cestita con cosas azules a su abuela Celeste.

Dejamos por aquí un poema de Eloy Sánchez Rosillo titulado "Colores". Coincidimos con él en que éstos hacen más habitable el mundo:
Qué sería de mí sin el azul.
Mas no el azul del cielo,
ni el del Mediterráneo o del zafiro,
sino el azul tan sólo, ese color.

E igualmente diría
del amarillo, el blanco, el rojo, el verde.
También el negro es mío.
Y no me es necesario imaginarlos
en el amanecer, en la pradera
donde puso sus nieves el invierno,
en unos bellos labios de muchacha,
sobre la hierba que de marzo brota
en la más honda noche.

Los medito en su ser; a cada uno,
aislado en la pureza de sí mismo.
Los contemplo en abstracto, y me deleita
y me asombra el misterio
de que la forma llegue siempre al ojo
envuelta en el albur de los colores.

Después, como en un sueño, van mis manos
mezclándolos a todos.
combinando en mil modos su inocencia
con la fascinación de tanto hechizo
Y siento como nunca que por ellos
por ellos más que nada.
es habitable el mundo.


Ahora, con todos los colores en los bolsillos, o en la mirada, puedes disfrutar de un paseo por "La tierra vista desde el cielo" con las imágenes de Yann Arthus-Bertrand. Un libro que es un regalo para los sentidos. 


Propuesta de escritura

Elige un color. El que más te guste, el que te defina, el que te inspire. Haz un listado con las primeras diez palabras que vengan a tu mente relacionadas con ese color. Escribe un texto sobre el color elegido poniendo en juego dichas palabras.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Ayer, todo era azul

Por la mañana acudí a la estación de ferrocarril para sacar un billete de ida y vuelta a Valladolid, y la sorpresa empieza, por ser días azules, el precio era el 50% más barato.
El cielo estaba completamente azul claro, sin una nube que se viera en el horizonte, y enseguida me percato, que voy vestido de azul, camisa, pantalón, slip, calcetines, zapatos, corbata, chaqueta, bolígrafo, móvil, tarjeta crédito, tarjeta bonobús, tarjeta de sanidad.
No es posible tanta coincidencia, cuando vuelvo a casa por la noche, en la estantería del hall de la entrada, tengo cientos de búhos, mirándome todos con sus ojos azules, me dispongo a tomar un café y la encimera de la cocina era azul jaspeado, la botella de leche de pascual con su nombre en azul, los cojines del sofá eran azules, las zapatillas de estar en casa eran azules y sobre la cama estaba un pijama azul.
Ahora caigo, soy una gnomo.

Luis Iglesias
Grupo B


Lilas

Gumersindo I de Prompabalia fue el primer Gumersindo y el último rey de este recóndito país, situado entre las Montañas Mandusias y el mar de Carpaslán. La caída de la dinastía Almampénida fue un hecho singular, ejemplo paradigmático en los libros de Historia. Corría el año tricentésimo vigésimo cuarto desde que los almampénidas accedieron al poder, cuando tuvieron lugar los acontecimientos que precipitaron el final de su caudillaje sobre los prompabálidos. Sucedió que en aquel año, el Consejo de Ministros del reino decidió adquirir cinco barcos de guerra, con el fin de tener una flota con la que hacerse valer ante el resto de sus vecinos: los bandulianos del norte y los albarguenses del sur. Como la economía estaba relativamente saneada, había dinero para afrontar la inversión y todos los implicados se llevaron sus mordidas, los cinco navíos estuvieron disponibles en el plazo previsto. Una vez constituida la marina prompabaliana, faltaba dotarla de una bandera propia, que la distinguiera de otras armadas y lo hiciera con una enseña completamente diferente a todas las vistas hasta el momento. Para este fin el ministerio de marina contaba con sus asesores, el ministerio de arte con los suyos, el de comunicación con otros cuantos, el de presidencia con algunos más y el de asuntos sociales con consultores expertos, juntando entre todos estos organismos un total de cinco mil cuatrocientos veintitrés asesores, que tras arduas reflexiones decidieron que la bandera debía de ser de color lila, ya que no existía en el mundo otra con el mismo color ni tan original. Un barco de vela en el centro sería el emblema adecuado para esta bandera. Sin embargo, no consiguieron ponerse de acuerdo en el tono de color lila a emplear, existiendo dos tendencias opuestas al respecto: color lila tono malva y color lila tono amatista. Ante tal tesitura, habiendo razones de peso a favor de cada una de las dos posibilidades, se decidió hacer un referéndum para escoger la bandera más adecuada para la Real Marina de Prompabalia. A tal efecto se dispuso una dotación generosa para que los partidarios de una u otra opción pudieran hacer campaña en favor de su preferencia. Este fue el gran error cometido por el Consejo de Ministros, según la mayor parte de los historiadores y de los cronistas de la época.



Ante la perspectiva de conseguir subvenciones lo más abultadas posibles, los partidarios de la bandera malva iniciaron una agresiva campaña de captación de adeptos, mediante buzoneos, televisión, radio, redes sociales, eventos, conciertos, verbenas y anuncios de todo tipo, incluidas las camisetas de algún equipo de fútbol. Fue un éxito y los promotores se embolsaron suculentas cantidades de dinero. Pero los partidarios de la bandera amatista no se quedaron atrás en la captación de adeptos y por métodos parecidos también consiguieron suculentas cantidades de dinero. En esta situación, con el fin de engrosar los beneficios, ambos contendientes decidieron calentar sus campañas, hasta conseguir que los adeptos se convirtieran en afiliados y posteriormente en fieles de una de las nuevas doctrinas: “Con el malva, Pompabalia primero” y “El amatista hará nuevamente grande a Pompabalia”. Las campañas fueron otra vez grandes éxitos, hasta conseguir la polarización total de la población en dos bandos irreconciliables. Las manifestaciones detrás de cada una de las banderas derivaron en tumultos, luego en enfrentamientos y finalmente en auténticas batallas campales. Ni siquiera la dificultad para bastantes de los seguidores de distinguir el tono malva del tono amatista, lo que muchas veces les hacía mezclarse fortuitamente y provocar incidentes sangrientos, hizo que se calmaran los ánimos. Solo el nombre malva o amatista encrespaba a los seguidores y les ponía en pie de guerra. La división se extendió por toda Pompabalia, haciendo inútiles los llamamientos a la calma de toda la familia real de los Almampénidas. Incluso el ejército se escindió en dos facciones. También la Real Marina se dividió, con dos barcos de bandera malva y dos de bandera amatista, quedando fuera el quinto barco que se había hundido al chocar mientras su dotación discutía sobre el bando al que deberían unirse. El deterioro acabó en una guerra civil, que aprovecharon los bandulianos del norte y los albarguenses del sur para repartirse Pompabalia y enviar al destierro a Gumersindo I.

Manuel Medarde
Grupo A


Gris

Voy a escribir del Gris, versos mayores,
y mejor es empezar por declararlo:
No puedo adjetivar - podéis imaginarlo -
sólo con adjetivos de colores.

Si he de hablar del mar embravecido,
¿qué epíteto ponerle a tanto estruendo?
¿Creéis que pueda hacerme el estupendo
y decir que es un gris de mar teñido?

La ceniza es gris, gris ceniciento.
Sería un no-color, con añoranza
del fuego que alumbró por un momento
el nórdico abedul, que en su ígnea danza
perdió en la hoguera su gris sin un lamento.
Su sacrificio sería su enseñanza

Y los líquenes que al abedul se habían ceñido,
¿de qué color dirán ellos que son?
Quizá gris somnoliento, algo marrón,
algo pardos, como el bosque en que han crecido.

Las rocas grises de los acantilados
que sirven a los faros de pilares,
¿tienen el mismo gris que los sillares
en los muros graníticos tallados?

¿Qué gris muestra la tarde
cuando se ha desatado la tormenta?
¿Es un gris tembloroso, un gris cobarde?,
¿Acongojado, triste? Tal vez sienta
el temor de que en lo oscuro aguarde
una velada atribulada y lenta.

No quisiera escribir “labios de hastío”
aunque yo ya luzca el pelo cano.
El gris que escribió el poeta de su mano
no quiero manejarlo a mi albedrío

Ni tampoco quiero ser como aquel nota
del traje gris al que cantó Sabina.
Junto a su desmañada imagen quien camina,
no es otra que la áspera derrota.

Se me terminan ya los diez países
de color gris de los que, a hablar, me había comprometido.
Solo me quedan ya las nubes grises.
Y me alegro de haberlo compartido.
Solo te pido, s’il vous plaît, que no revises
la métrica algo ilegal que me ha salido.

Carlos Coca
Grupo A


AZUL

se posó el azul
sobre las espigas de oro
de las tierras de Castilla.
Las praderas verdes
se llenaron de azul.
Los ríos, arrastraron su azul
al mar,
donde se juntó con el cielo
en la antesala de un mar
de nubes blancas.
Todo se lleno de azul,
las alas de los pájaros,
el amanecer, la noche,
tus ojos.

P.G.
Grupo C


El día que falleció mi padre, mi madre no se vistió de negro. Eligió para la ocasión un vestido violeta con mariposas.
¡Estaba tan bonita! Su pelo negro acariciaba sus hombros y sus ojos capturaban el color del vestido, parecían dos amatistas brillantes que yo no dejaba de mirar por si en algún momento estallaban y teñían de morado toda la habitación.
Ese día en ella todo era luz, se había pintado la sonrisa y, a pesar de las habladurías de las viejas del pueblo, nadie podía negar que estaba radiante.
Es la mujer más valiente que conozco. Siempre intentó ocultarme los moratones pero yo sabía que mi padre la molía a palos. Aguantó cada golpe con la fuerza de un titán y jamás salió de su boca ni una queja.
—Ya pasará la tormenta, Manuel, me repetía y me abrazaba hasta que me quedaba dormido. Sus brazos eran como un paraguas que protegían mi sueño e impedían que mi padre pudiera hacerme daño.
Nada más acabar el entierro me cogió en brazos y me dijo:
—Manuel, desde hoy para nosotros será siempre primavera y juro que en ese mismo instante percibí un suave olor de lilas y lavanda a pesar de que el viento cortante mordía la piel pues el invierno golpeaba mi cara con su furia de enero.

Color: Violeta.
Palabras: Mujer, amatista, lilas, mariposas, paraguas, tormenta, golpe, invierno, lavanda, moratón.


Aurora Zarco
Grupo B


Amarillo infancia

Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.

Miguel Hernández, “El rayo que no cesa” (1934–1935)


Una vez leí un estudio que decía que la mayoría de personas tiene por color favorito el azul porque es un color que nos recuerda a nuestra infancia[1], y yo me consideraba una de esas personas. Sin embargo, aunque no me retracto porque me gusta cualquier tonalidad de azul, con este relato trato de desmentir que no es mi favorito por el recuerdo de una infancia feliz. Para mí, el color de mi infancia es el amarillo. En esta serie de descripciones encontrarán los motivos. Pasen y lean.

***

Unas manos pequeñas, de unos cinco años, abren un estuche y sacan, de dos o tres veces, un puñado de ceras Plastidecor para esparcirlas sobre la mesa. Al lado, un folio en blanco, la hoja arrancada –o no– de un cuaderno Campus, o cualquier otra superficie sobre la que pintar.
La mano derecha, pequeña, va decidida a por una cera en concreto, por la que empieza a dibujar siempre, que casi no tiene punta. Eso hace que tenga que esperar a que su compañero se vuelva a sentar y la papelera quede libre para poder levantarse, con su sacapuntas rojo y su Plastidecor amarillo, para poder afilarlo.
Se vuelve a sentar, y comienza a dibujar, con tiento y en una esquina del folio, un cuarto de círculo amarillo que no representa otra cosa que al sol. El resto del espacio lo copan un cuadrado y un triángulo que forman una casa, un pequeño rectángulo que hace de chimenea y un garabato gris, de humo. Una especie de árbol al lado de la casa y varias líneas, hechas con un Plastidecor verde, que simulan hierba en el margen inferior del papel.

***

Unas manos pequeñas, de unos seis años, sostienen dos rebanadas de pan Bimbo entre las que habitan un par de quesitos del Caserío. Es la hora de la merienda, y en la tele –en la 2– están echando Arthur, una serie de dibujos, si lo piensas, un poco surrealista: un ratón hormiguero –no un oso– con un jersey amarillo, cuyo mejor amigo es un conejo y que tiene un perro como mascota. Las manos pequeñas vuelven a atender al bocadillo de queso mientras suena la cabecera (and I say hey!), y su dueña saborea uno de los quesitos atrapados entre las dos rebanadas de pan.

***

Un día de la madre, a principios de mayo, una mano pequeña, de unos seis años, está sostenida por la de su madre. Unos pies pequeños y unas piernas cortas tienen que caminar más rápido que sus acompañantes para seguir el ritmo. A pesar de que el cielo amenaza tormenta, la niña ha salido de casa de su abuela para “ir a ver la colza” que sembró su tío a principios de otoño. Un camino que no se le hace corto, pero tampoco largo, y que no sabe que recorrerá decenas de veces a lo largo de su vida. Al menos, una vez cada mes de mayo. Cuando llegan, después de haber recorrido demasiados pasos debido a su corta estatura, un pequeño dedo índice señala el campo cubierto de amarillo. Se asombra al ver la gran explanada de color que adorna un día tan gris.

***

Unas manos algo más grandes, de apenas unos diez años, sostienen la mochila intentando restar algo del peso que están cargando los hombros. Cuando termina de bajar las escaleras del colegio, casi echa a correr por la calle sorteando todo lo que encuentra por el camino: niños, adultos, mochilas y piedras que están fuera de lugar. Llega a casa y apenas son las dos y diez. Se sienta a comer, y su mano derecha sostiene la cuchara. Hoy hay cocido. Su sitio, frente a la tele. Su padre cambia de canal, para que ella pueda disfrutar durante el cocido de su ratito de ocio antes de empezar a hacer los deberes. Comienza la sintonía y ella se prepara para poner sus cinco sentidos en la tele para ver, en Antena 3, Los Simpson.

***

Los dedos de la misma mano, ahora con unos doce años, pasean entre la hierba hasta encontrar lo que estaban buscando. Una margarita. “Y ahora –comienza la voz de su mejor amiga– mira a ver si te quiere”. Y esa mano, de unos doce años, empieza a arrancar pétalos blancos y tirarlos al suelo al ritmo de “Me quiere, no me quiere”, hasta deshojar del todo la margarita y quedarse con un “No me quiere” en el último pétalo. En su mano izquierda, el cadáver de la margarita se corona con el polen amarillo del centro. De mayor aprenderá que no es polen, sino que ese centro amarillo de las margaritas no es más que un montón de pequeñas flores que se forman en círculo y se protegen por los pétalos blancos que hay alrededor.

María Ángeles García
Grupo A

[1] https://www.bbc.com/future/article/20220601-what-your-favourite-colour-says-about-you


Del Color de las Grandes Pasiones y Desgracias.
Del Color de la Vida y de la Muerte.

¿Qué hay debajo del azul de tus pupilas D'Artagnan?
¿Qué hay debajo de la piel sedosa de mis senos, de mi espalda y de mis muslos?
¿Qué hay debajo del suave tacto de las blancas plumas de los cisnes y las cigüeñas?
¿Qué hay debajo, dentro de la vida?
¿Qué hay al inicio y al final de ella?
Rojo. Rojo de vida y rojo de muerte.

Rojo aromático como una taza de té en un bar del centro de Estambul.
Rojo terrible como las gotas de sangre fresca que manchan la nieve, la piel de los abrigos de armiño y las bufandas blancas de lana pura con que adornan sus cuellos los caballeros elegantes.
Rojo insinuante como el listón atado a la cintura de las blancas e impolutas novias turcas, vírgenes recubiertas de oro equivalente a su propio peso y cortadas en dos por un hilo de seda del color de la sangre, símbolo de su pureza.
Rojo intenso como la caperuza que tejieron las arrugadas y viejas, pero habilísimas manos de una abuela, con un hilo carmesí y un ganchillo de plata, para atraer al lobo más feroz de un bosque negro que se vestía de blanco en el invierno.
Rojo brillante, rebordado de plata y diamantina, como el tutú de una Kitri, descarada y bella, que baila entre gitanas y toreros una variación imposible del Quijote de Minkus y Marius Petipa.
Rojo mágico como un par de zapatillas de raso encantadas con las que podrás bailar eternamente y que te puede regalar el mismísimo diablo, si le invocas en una noche iluminada de luna llena.
Rojo aterciopelado como labios de mujer bonita.
Rojo desvergonzado como el de un vestido de satén con el que puedes pasearte, sin recato alguno, entre los andenes de un tren que atraviesa toda velocidad las montañas nevadas de Alemania y Austria.
Rojo suntuoso de encajes finos, como el de esa lencería prohibida que adorna los escaparates de las tiendas del viejo París.
Rojo pesado y oscuro de cortinajes de terciopelo viejo y ajado, que tapan el sol de los amaneceres de invierno en un hotel de Venecia. Rojo que rasga la densa niebla y la voz de los tenores caídos en desgracia, entonando arias de Puccini sobre las góndolas.
Rojo denso y acuerpado que te hace perder los estribos cual vino generoso de la Rioja.
Rojo como el cuaderno de notas del Taller de Escritura Creativa de la Casa de las Conchas en Salamanca. 

Esperanza García
Grupo A


Blanco
(ballena, fantasma, pureza, sudario, terror, ceguera, luz, novia, nieve, página).

La novia de Ahab persigue a la ballena blanca
sobre olas de espuma que mancillan su luto,
como gotas de sangre en un traje de nieve
convertido en sudario.
Pureza maltratada, ceguera de la luz,
se diría un fantasma navegando el terror
en el fondo abisal de la página en blanco.
La novia sumergida en los mares profundos
-la tierra es solo agua, el agua de la muerte,
corrientes despeñadas entre pálidos surcos -
con su piel marchitada de inocencia sin rumbo,
ahogada en un destino que dictaron espectros.
Océano sarcófago,
que en su centro maldito le reserva un sepulcro,
junto a un suicida insomne y su infierno blanco.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Presagio

A Juan siempre le había gustado el color azul, por su sencillez que podía cambiar del cobalto de la cúpula de la iglesia al turquesa del vestido que llevaba su prima Luisa el día del bautizo de su hermano pequeño, del índigo del amanecer al de los ojos zarcos de la hermana mayor de Paco.
Aquella mañana llevaba la camisa celeste que su madre le había planchado, sabía cuanto le gustaba. En la escalera se encontró con Felipe. ¡Qué bonito es el nuevo periquito que tienes en el patio! , le dijo. No es preciso repetir su color. El día se presentaba azulado, de esos en los que todo sucedía como esperaba.
Un aguamarina colgando del cuello de una desconocida, el cielo comenzaba a pintarse de añil, un coche marino, el guardapolvo del tendero, todo buenos augurios.
Tentó el paquete de panfletos que llevaba oculto bajo el anorak reversible que siempre mostraba la misma cara.
El encuentro era a las ocho en la escalinata de la Facultad de Ciencias. Se apeó del autobús con tiempo para dar un rodeo antes de la cita. Era una medida de precaución que nunca estaba de más.
A partir de ese momento sólo encontró grises, nubes en el cielo, el mar quedaba lejos y seguramente luciría ese tono plateado que tanto lo inquietaba.
Casi en la puerta, dos hombres trajeados salían de un coche y se abalanzaban sobre Virginia para introducirla en él. Trató de mantener la calma, debía presentarse en la cita de seguridad para dar cuenta de la detención. Dos grises llegados en una lechera blanquísima lo metieron dentro sin que pudiera zafarse.
Había interpretado mal las señales y ahora se encontraba dentro de un vehículo policial con las luces azules de la sirena apagadas.

Enrique Martínez
Grupo C


Mi color favorito

Es un color compuesto entre el rojo y el azul, con un ligero toque de verde.
Entre el rojo y el azul, más cercano al violeta, pero sin ser tan frío ni tan intenso. Combina la energía del rojo y la tranquilidad del azul, lo que le confiere un carácter tanto vigoroso como sereno.
Se le vincula con la sabiduría y la creatividad.
Siempre fue un color caro y difícil de obtener, por lo que se le asocia con la realeza, el poder, y la nobleza.
Lo vestían los emperadores romanos:” nos vestimos la púrpura”, decían señalando el color.
Lo citó Quevedo:” no es justo que la púrpura del rico se tiña con la sangre del pobre”.
A mí me recuerda algún atardecer; en las mejores puestas de sol está siempre presente.
También lo asocio a la madurez: El color de una ciruela madura.
El mangostán es una fruta púrpura por fuera y blanca por dentro.
Es un color que me envuelve, me protege, me abriga, y cada vez que lo utilizo en la pintura noto un sabor agridulce en la boca.

José Luis Fonseca
Grupo A

Madre no hay más que una

¡La madre que me parió! dijo uno de los participantes en el taller de escritura creativa al terminar la clase. Y no es para menos pues dedicamos la sesión a las madres y su presencia en la literatura.
Comentamos a este respecto el relato "Estos días azules" de Irene Reyes-Noguerol, perteneciente al libro Alcaravea. La autora le presta su voz a Ana Ruiz, madre de Antonio Machado, para recorrer a través de su memoria algunos momentos importantes en la vida de la familia. Un relato espléndido, lleno de poesía y trufado de guiños biográficos y con un uso del lenguaje y de la narración impecables.



Ilustración de Bernardo Carvalho. Del libro Corazón de madre, Libros del Zorro Rojo

Recomendamos los artículos "Una madre enbusca de autor" de Andrés Felipe Solano publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, "La figura dela madre en la Literatura" de Luis Fernández en El Correo Gallego, "Ni santas niperfectas: la madre en la literatura" de José Miguel López-Astilleros en la revista Culturamas, "Al menos enla literatura, madre hay más que una" de Eva Orué en Infolibre y "Las madrespor dentro, en la literatura y en la vida" de Laura Freixas en La Vanguardia

Repasamos algunas de las grandes canciones dedicadas a la madre y elaboramos nuestra particular play list. Dejamos por aquí un botón de muestra, el poema "Todas las madres del mundo" de Miguel Hernández en la voz de Silvia Pérez Cruz. Una delicia.

Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.


***

El último verso que escribió Antonio Machado y que su amigo Corpus Barga encontró en el gabán del poeta le sirve a Irene para enmarcar su relato. La primera partes, "Estos días azules..." le sirve de título y la segunda, "...y este sol de la infancia" de colofón. Infancia y presente resumidos en un verso.
El soneto que sigue y que escribí hace unos años también se enmarca entre esa infancia en la que aprendemos las palabras caligrafiando en la cartilla la frase "Mi mamá me mima" y el homenaje casi póstumo en los últimos días de la enfermedad, un tautograma con la letra eme.

Memento mori
Mi mamá me mima 

Míreme, madre, marque mansamente 
mis manos; meza mi melancolía 
marítima, mi mal, mi melodía; 
muela mi mejor mies, mulla mi mente. 

Mañana morirá modestamente, 
merecerá mi miel, mi mediodía, 
murmurarán mentiras, madre mía, 
madurarán mis miedos mudamente. 

Mímeme, madre, maternal, mundana, 
modele mi memoria misteriosa, 
manuscriba mi mar, mi marejada. 

Muerda, mujer, mi mágica manzana, 
macere mis manías, minuciosa, 
moldee mi mentón, mi madrugada.

Raúl Vacas


Propuesta de escritura

Escribe un texto ya sea un poema, una carta, un relato o un microrrelato sobre la madre. Procura rehuir el lugar común y calibrar la dosis de azúcar en el texto.




Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


¡Ay mis madres!

Memorias de una “trad wife”
Mi abuela tenía razón en todo.

Bebé caníbal
Mamo a mi mamá.

Oftalmólogo
Tienes los mismos ojos que tu madre, me dicen. Qué me van a contar, si yo me los trasplanté.

Poliamor
Mi padre se acuesta con cualquiera, y mi mamá también. Yo sólo me acuesto con los dos.

Como mamá y papá
Mi hermana y yo nos llevábamos a matar.

Amor filial
Mantengo, fija en el recuerdo, la imagen de mi madre antes de que en su rostro aparecieran las primeras arrugas. Y, cuando se me desdibuja un poco, voy al congelador.

Súper Mamá
Mi madre me llevó a un internado de monjas desde mi más tierna infancia. A pesar de los rigores propios de esos centros no puedo quejarme, en general me trataban bien, y nunca me sentí abandonada. Mi mamá quería tenerme cerca y protegerme, el orfanato de las monjas era la mejor opción, sobre todo siendo ella la madre superiora.

Muerte sólo hay una
Yo morí dos veces cuando mi hijo me mató.

Edipo en serie
Siempre he querido acostarme con las madres de todas mis novias, pero los padres se interponían entre nosotros.

El cuento de la madraza
Espejo, espejito mágico, ¿hay alguien más bella que mi hija?

Ignacio Aparicio
Grupo A


Desayuno con bizcochos

—¿Quieres otro bizcocho?
La nieve se acumula, sin prisa, en el alféizar de la ventana. El fuego chisporrotea en el hogar. El crío abraza con sus débiles dedos la taza caliente de porcelana y levanta la cabeza. Tiene la boca manchada de delicioso chocolate. Con mirada mohína dice: «Sí, mamá».
La mujer se muerde el labio y traga, con tristeza, un amargo reproche. Sus ojos se humedecen. Con un leve temblor en la barbilla, alarga el brazo para acercar al muchacho el desportillado plato con los bizcochos.
—Puedes coger dos —le dice con una cariñosa sonrisa. Los golpes suenan en la puerta abierta—. Acaba y no te olvides de limpiarte los morros. Ya viene a buscarte.
—Perdone, señora Marce. ¿Miguelito está…?
—Sí. Está aquí. Tranquilícese. Está terminando de desayunar.
—¡Lo siento! ¡Cada día lo mismo! —se queja el padre—. No acaba de superar la pérdida de su madre. Usted perdone las molestias.

Tomás García Merino
Grupo B


Matricidio y llanto

Nombre masculino. Acción de matar a la propia madre. DRAE

Eras la que generaba el misterio, rebosante de cosas ocultas que esperaban ser descubiertas. De sorpresas que cada uno de nosotros iba a ser el primero en hallar.
Cosas impredecibles nos sucederían al explorarte. El horizonte que, como la felicidad, se aleja cuando lo tratas de alcanzar, nos permitía soñar con lo que estaba más allá.
Ahora nos cuentan que a la montaña más alta del planeta se llega en helicóptero. La Amazonia arde, los Polos se derriten. Se acabó la aventura.
¿Qué hemos hecho con los sueños, Pachamama?
Estabas siempre limpia, sin basuras, sin contaminación.
Si algo destartalaba el equilibrio te encargabas de que los ríos reabsorbieran la suciedad, el viento barría el polvo, la lluvia lavaba el paisaje. Ya no te da para tanto.
Si hoy sales de la autovía para encontrar una esquina arbolada donde comerte el bocadillo que traes, no encontrarás un rincón sin papeles, sin latas, sin obras sin acabar, sin restos de algo.
Te hemos vuelto sucia, embarrada de lodo y escorias.
¿Cómo quererte así?
¿Cómo hemos caído tan bajo, Cibeles?
Eras superior a nosotros: conformabas un orden ajeno a la humanidad y la ponías en su sitio con tu enormidad y tus enigmas. Eras como una lección de humildad permanente. Eras Gea. Una madre de enjundia en la que refugiarse de la banalidad de la vida y de los vaivenes de lo cotidiano.
Marcabas el frío del invierno y el calor del verano y nos ofrecías una regularidad que nosotros traducíamos en tranquilidad. Y esa capacidad tuya de ordenar nos daba, además, la oportunidad de cobijarnos tras de ti.
En última instancia siempre vencías con tu firmeza. Ya no. Tu fuerza ya no nos protege. Hemos calentado las estaciones y contaminado la atmósfera. Y no sentimos ya la callada aceptación de tu poder sino el miedo a que nos fulmines.
¿Qué idiotez estamos cometiendo, jugando a aprendices de brujo, madre?
Nada parece estorbarnos en el afán de perseguir nuestra locura de falso progreso hacia la nada.
Aunque a fuer de ser sincero he de confesar que, si te imagino, te imagino riéndote.
Porque en realidad, a ti te da lo mismo.
En realidad, el llanto es por nosotros. Tu seguirás tu rumbo cuando hayamos acabado de suicidarnos. 

Carlos Coca
Grupo A


Carta a mi madre

Querida madre:
Tu hijo te recuerda con cariño, se siente querido y está agradecido por aquellos años que vivimos juntos.
No recuerdo cuándo nací, ni tampoco los años de lactancia; con dos años me contabas que salíais las madres al patio y gritabais nuestros nombres, los de los niños de mi edad que jugábamos alegremente, íbamos corriendo a vuestro lado, nos dabais la teta durante un rato, y después seguíamos con nuestros juegos.
El primer recuerdo real que tengo es el del día que me llevaste a la escuela, ya con cuatro años, y no me quise quedar con aquella maestra “tan fea y mayor”. Al día siguiente me llevó mi padre, y me convenció dándome unos azotes en el culo.
Me vestías a tu gusto, yo nunca decidí que prendas de ropa me iba a poner. Me peinabas a flequillo de pequeño, y a raya desde el día de mi primera comunión.
Me educaste con las comidas, haciéndome comer todo lo que tenía en el plato. Me decías que tirar el pan era un pecado; si se nos caía un trozo al suelo, había que limpiarlo, besarlo, y después comerlo.
Cuando hacía trastadas me perseguías con la zapatilla, y si no me alcanzabas, me la arrojabas con gran habilidad y precisión; pero nunca me dolió, nunca me dolieron tus azotes y zapatillazos, me pegabas “flojito” para no hacerme mucho daño.
Recuerdo el día que me enseñaste a dibujar. Yo habitualmente calcaba todos los dibujos que debía realizar para los deberes de la escuela. Un día me dijiste: ¿por qué no los dibujas? no sé contesté, es mucho más fácil calcarlos y te quedan perfectos; entonces cogiste una lámina que tenía impreso un loro, papel y lápiz y te pusiste dibujar delante de mí; después de terminarlo me dijiste: ahora tú; entonces cogí papel y el mismo lápiz y lo dibujé. Me quedó muy bien, incluso mejor que el tuyo, eso fue lo que me dijiste. En ese mismo momento me di cuenta de que sabía dibujar.
Me enseñaste a ahorrar; me repetías una frase aprendida de tu madre, mi abuela, que decía: “si dinero quieres que nunca te falte, lo primero que tengas nunca lo gastes”. El dinero en tus manos daba mucho de sí, recorrías con la vecina todas las tiendas de Salamanca, te sabías los precios de todos los productos y siempre comprabas bueno y barato.
Y me protegías, vaya si lo hacías. Como estuviese estudiando, había un silencio sepulcral en toda la casa, no consentías que ni siquiera hubiese un susurro en mi cercanía que llegase a molestarme lo más mínimo.
Qué bien se vivía a tu lado, siempre querido, protegido, bien comido y bien vestido y con frecuentes caricias que al hacerme mayor me llegaban a molestar, y que ahora añoro.
Cómo presumías de hijo cuando te paseabas con el abrigo que te compré. Estabas deseando encontrarte con alguien para decirle que tu hijo te había comprado este abrigo con el primer sueldo que ganó, cómo te había prometido cuando era joven y que lo había cumplido al final.
Me enseñaste a ser obediente. Aún recuerdo una de tus frases favoritas: “el mayor pecado que puede cometer un hijo es desobedecer a sus padres”.
Y a nadie me volverá a llamar el “rey de la casa” y tampoco habrá quien me espere levantada a las 5:00 h de la mañana cuando volvía de juerga en mi época universitaria.
No quiero entristecerme con los recuerdos.
Me despido con un fuerte abrazo que espero te llegue de alguna forma.
Tu hijo que siempre te quiso.

Dirección: Séptimo Cielo. Rincón de Madres.

José Luis Fonseca
Grupo A


Madre

Roca de leche,
en jardín de plata.
Ahonda en el pecho,
en la boca estalla.
Late el nombre,
y te besa el alma.

Las madres no son infalibles, pero tienen que parecerlo.
No lo saben todo, aun así, saben jugar a todos los juegos. Y si las pillas en renuncio, sin ni siquiera inmutarse, te dicen que cambiaron las reglas del juego.
Son fuertes y no siempre amables, aunque una sonrisa suya derretiría tu trozo de cielo. Con sus brazos ganan batallas, en sus brazos se pasan todos los duelos.
Ser madre es un oficio a tiempo completo, no hay festivos ni vacaciones. El salario se cobra en especie… para con ellas cocinar el mejor alimento: en un puchero amor y paciencia con una buena cantidad de besos. Una pizca grande de sal y picardía. Tres medidas de constancia; de alegría, dos tercios. Azúcar, en su justa medida, no conviene almibarar en exceso.

Eva Hernández
Grupo A


En las noches negras

en los días oscuros, cuando la luna
solo alumbraba para algunos,
tú veías la otra cara,
la de la estrechez, la del miedo
a decir lo que pensabas.
Dejaste atrás tus sueños de niña
para comenzar una vida prematura
con el nacimiento de tu primera hija.
Tardes de costura,
domingos en la iglesia,
esperas eternas, entre hortensias
y magnolias
preferidas a las rosas.
Aunque el alma doliera,
siempre con la sonrisa a flor de piel,
disfrutaste a tu manera
de las travesuras de tu segundo hijo;
también de sus primeros poemas
que te tocaban el corazón
aunque no lo dijeras.
Sufriste en silencio su larga ausencia,
aceptaste con resignación
el exilio voluntario de la fría meseta
al mar, a otra tierra más azul,
menos dura, menos negra.
Pasó el tiempo, de manos de la vida
el destino me devolvió a ti, madre,
para disfrutarte convertida en niña
mirando el lado bueno
de la cara de la luna.

P.G.
Grupo C


Los 90 de mi madre

Querida madre:

Tus 4 hijos estamos muy contentos de poder celebrar contigo y con toda la familia un día tan especial. Al final hemos podido estar todos, como queríamos.
Nos diste la vida y nos la has llenado de recuerdos en todas las épocas.
¡Qué guerra te dimos de pequeños! Tantos y tan seguidos! Cuando nos portábamos mal salían de tu boca palabras que no olvidaremos y con las que nos hemos reído mucho después: cafres, herejes, bestiajos, potros sin domar y pielgos.
La seguridad que nos dabas cuando estabas con nosotros es una sensación difícil de olvidar. Cuando nos poníamos malos por la noche nos íbamos a vuestra cama y entre papá y tú, con ese calorcito, parecía que nada malo nos podía alcanzar.
Cuando volvíamos del cole nos preparabas la merienda y siempre nos decías que primero había que hacer los deberes y luego jugar.
Aunque no pudieras ayudarnos a resolver problemas o a aprender lecciones de historia, tu presencia y la forma en que nos organizabas el tiempo nos venía igual de bien.
Has sido una adelantada a tu tiempo. Te hemos oído decir más de una vez que si volvieras a nacer trabajarías fuera de casa y te sacarías el carnet de conducir. También en alguna época te gustaba que la gente fumara, pero eso ahora está mal visto, así que no hemos dicho nada……..
Papá y tú insistíais mucho en que estudiáramos y tú nos decías a las chicas que trabajáramos siempre fuera de casa, que era mucho más lucido.
Los dos nos educasteis en el valor del esfuerzo y siempre hemos tenido presente el sacrificio que hacíais para que nosotros saliéramos adelante.
Con tu ejemplo hemos aprendido a ser agradecidos. Siempre recuerdas a quien te hizo bien, a quien te acompañó en un momento difícil o a quien te dio un buen consejo.
Ojalá seamos tan hospitalarios como tú. En tu casa siempre hay un café, comida o cena para quien llegue sin avisar. Preparas con cariño las visitas y siempre te encargas de que quien vaya a tu casa tenga lo que más le gusta o de llevárselo si eres tú la visitante.
Eres generosa en todos los sentidos.
Es difícil que seamos tan sociables como tú. Hablas hasta con las piedras. Esto tiene tanto de bueno como de malo, porque cuando vamos por Ávila contigo, hacemos más paradas que un via crucis.
Quien te conoce pregunta por ti, te ganas el aprecio de la gente. Hasta aquellos más retraídos, menos amables se transforman cuando te ven o preguntan por ti.
Tus comidas merecen un capítulo aparte, que no podíamos pasar por alto.
¡qué rico todo! Las croquetas, las albóndigas, la tortilla de patata, los torreznos, las patatas revolconnas……….. ¡ esos cocidos para 10, aunque en casa solo estáis 2!
En una ocasión los gemelos de pequeños, cuando vivían en Perú te pedían sopa del cocido para desayunar, del olor tan rico que había en toda la casa.
A veces podríamos confeccionar el menú de un restaurante con la comida que hay: lentejas para2, judías verdes para uno, etc y esas patatas fritas de madre que te vamos quitando de la sartén antes de servirlas.
Tan ricas como las comidas no saben lo que contienen los túper y las sorpresas que nos pones cuando nos vamos: trozos de chocolate, dulces, etc.
Todas tus comidas tienen un ingrediente muy especial, que es el cariño y eso siempre se nota.
Este es un momento de celebración y no queremos que os pongáis tristes al recordar a nuestro padre y cómo vivimos juntos su enfermedad y su pérdida, tan rápida. Eso nos ha hecho darnos cuenta del valor del tiempo que pasamos contigo.
Con la edad que tienes tienes una vitalidad envidiable. ¡no paras! Cuidas a todos los que tienes alrededor, te mantienes al tanto de nuestros asuntos y no sabemos muy bien si la preocupación por los demás es lo que tira de ti para seguir adelante.
Todavía sigues mandando mucho. a pesar de que todos pasamos los 50. Seguro que hubieras sido una buena jefa. A veces nos pides que enviemos whatsapp unos a otros y solo te falta dictarlos.
En la finca también andas siempre cavilando qué se puede hacer en tal o cual seto, cortar, regar y todo lo demás. También eres la primera que te pones a hacer lo que sea, hasta el punto de que a veces tenemos que pararte.
Es inevitable que tengas achaques por la edad, pero nunca te quejas y cuando lo haces, hay que echar a correr, porque ya has aguantado todo lo que podías.
Tienes una memoria envidiable: no olvidas una cita médica, te sabes un montón de números de teléfono y no hace mucho te aprendiste el número de tu D. N. I.
Eres capaz de unir a muchas personas a tu alrededor. En este caso, nada más decir que queríamos hacerte esta fiesta, todo el mundo se apuntó rápidamente.
Gracias a todos por estar aquí.
Gracias madre por darnos la vida, por enseñarnos tanto y estar a nuestro lado.
¡por muchos años más contigo!

Este texto lo escribí para la celebración del cumpleaños de mi madre cuando cumplió 90 años, el 29/10/2022. Su contenido está plenamente vigente hoy.
Su regalo fue reunir a todos sus hijos, nietos, sobrinos y hermanos en una comida. Nos juntamos 40. Después sus sobrinos le regalaron una sesión a cargo del narrador Guti, que nos deleitó con sus historias de viejas.
Todos tenemos un recuerdo maravilloso de ese día.

Teresa Sanz
Grupo B


¿Cuántas madres hay?

“Te voy a comprar un anillo cuando te den el sobre con tu primera nómina. Así lo recordarás siempre”, “Ven a comer este viernes con nosotros. Ya empezó La Cuaresma, pondré potaje y esas empanadillas de natillas que tanto te gustan”. Y me hizo un jersey de lana imitando a mi favorito, me abrió una cartilla para ir metiendo el dinero de la hucha y se puso en la pulsera una medalla de oro con mi nombre y la fecha de mi nacimiento. Años más tarde, cuando le anuncié que ella iba a ser abuela, lo primero que se le ocurrió decirme fue que “ya era hora”.
En mi niñez, el Día de la Madre se celebraba el 8 de diciembre. Mi padre solía comprarme una postal de la Inmaculada para felicitarla, un sobre de los que había que mojar con la lengua para cerrarlo y un sello con la cara de Franco. Me hacía en ella renglones a lapicero para que no me torciera. Al final se le olvidaba borrarlos… y todas las veces me dictaba lo mismo. Ella, al leerla, entre lágrimas de las buenas, me decía emocionada algún "me gusta" y, cuando terminaba de llorar, con la tarjeta pegada a su pecho, no tardaba en añadirle "mucho, mucho...".
Yo no tenía ni Facebook ni Wasap donde hacer público que la quería. Ni falta que me hacía. Las únicas “redes sociales” que había en mi infancia para proclamar ese mensaje a los cuatro vientos eran los discos solicitados, que ya se encargaba Manolo Escobar de ponerle voz y guitarra al asunto. Las colonias con acento francés existirían, pero mi madre ni las conocía ni las necesitó. Le bastaba para oler bien con un frasco grande de litro que tenía guardado en un rincón del aparador. Además, mi padre, seguramente, ni siquiera llegó a saber dónde estaba París.
Todo esto me sucedió en aquel tiempo en el que las fotografías atraparon la luz en blanco y negro, había camillas con azufrador y faldillas al brasero… y lo más importante: madre solo había una. Ahora está de moda lo de tener varias, y en algunos casos hasta ninguna. Ni postales hay apenas sobre las que trazar sus renglones con lapicero. Es más cómodo escribir pulsando sobre el teclado, pero sigo añorando el olor a nata de las gomas, las pinturas Alpino, los lapiceros y la utilidad de la regla de madera. Mi mamá me mimaba.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


Zafarrancho de limpieza

Nos tuvimos que marchar. De nada valieron nuestras quejas, ni las declaraciones de familiares y vecinos. Ninguno se detuvo a escucharnos con atención, a nosotros, las supuestas víctimas.
«La burocracia es lenta, pero una vez que se pone en marcha, resulta imparable», sentenció Don Mateo, el maestro, enseñando las palmas de las manos en un gesto de impotencia. Mamá nos pedía que confiáramos en la cordura de las autoridades, pero nosotros percibíamos sus recelos. «Todo se va a arreglar. Nadie va a separarnos jamás», decía en un débil susurro mientras nos abrazaba contra su pecho.
También salimos en la televisión mostrando nuestro aspecto más saludable, las ropas bien aseadas, la mochila pertrechada de reluciente material escolar y hasta enseñamos nuestras orejas completamente normales.
De nada sirvió. Un luminoso día de abril unos oscuros funcionarios y varios policías uniformados se presentaron ante la reja de la casa. Como cada sábado, mamá había emprendido su zafarrancho de limpieza, antes había hecho la colada y nos había dado nuestro baño semanal. Dos alguaciles se acercaron al tendal donde, entre sábanas y toallas resplandecientes, mi hermana y yo nos secábamos al sol. Su gesto de terror nos permitió adivinar que, el que tuviéramos las orejas sujetas a la cuerda por unas enormes pinzas, les parecía una espantosa tortura. Pataleamos y protestamos mientras nos descolgaban, y redoblamos las protestas cuando vimos a los agentes sacar de casa a mamá con las manos esposadas.
Nunca hemos vuelto a estar tan limpios, ni tan felices.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Madre con hijos

Ella se desperezó lentamente, remolona después de un prolongado sueño, que se había visto interrumpido por un vigoroso rayo de sol. Ya era el momento de ponerse en marcha y disfrutar de aquella brillante mañana de primavera. Hacía un buen rato que los dos mellizos no dejaban de manifestar su intranquilidad, de querer salir a corretear al aire libre. Antes de comenzar el paseo estiró su magnífico cuerpo, entonó los músculos, se aseó rápida y eficazmente, comprobó que todo estaba en orden y, con un leve empujón, animó a sus hijos a salir fuera. No hizo falta indicárselo dos veces, ambos salieron corriendo a pesar de su corta edad y al poco tiempo estaban revolcándose en la nieve. —¡Qué distintos son!— pensó al verlos desde la entrada. Efectivamente, a pesar de tener la misma edad, uno era más rollizo y pesado que el otro, una criatura vital y agitada, que no paraba de moverse de un lado para otro. Al verlos así, entretenidos en su pequeño mundo, decidió que era su momento para comer algo e ir reponiendo sus consumidas fuerzas. Había sido demasiado tiempo sin comer y ahora necesitaba estar en forma para atender a sus hijos. Le bastaría con un alimento vegetal y los huevos y la miel que tenía bien localizados, para conseguir un buen aporte energético que le permitiera afrontar el día con garantía. Sin quitarle el ojo a los hijos se dispuso a injerir estos alimentos saludables, aunque la tarea no era fácil, ya que aquellos no paraban de corretear, en ocasiones los perdía de vista, especialmente al más pequeño, y no había forma de desentenderse completamente de ellos para comer con un poco de tranquilidad. —La maternidad no es una tarea fácil, me esperan unos meses complicados, especialmente con el pequeño revoltoso— imaginó por un momento. No había acabado de aparecer esta idea en su cabeza, cuando un llamada lastimera llegó hasta ella. Un gruñido apremiante emitido por un hijo en apuros. Salió corriendo del lugar donde estaba intentando encontrar cierta tranquilidad para comer. El hijo mayor se encontraba angustiado, en el borde de un terraplén, caminando inquieto para un lado y para otro, mirando hacia una ladera nevada de fuerte pendiente. La madre comprendió al instante que el hijo pequeño debía estar en la ladera, metido en algún embrollo, y era el que emitía aquellas lastimeras llamadas que le habían hecho abandonar su placentera comida. Efectivamente, el pequeño se encontraba a mitad de la cuesta, intentando desesperadamente subir, mientras sus esfuerzos le hacían deslizarse hacia abajo, hacia la parte más pronunciada, que acababa en un cortado de varias decenas de metros de altura. La madre se agobió con la situación e intentó acudir directamente en ayuda del hijo, pero adentrarse directamente en la ladera le hacía deslizarse peligrosamente hacia el precipicio. El pequeño clamaba, cada vez más angustiado, inquieto porque su madre no acudía a ayudarle, como solía ocurrir siempre que lo necesitaba. El hermano mayor también comenzó a lamentarse, haciendo que la situación de la madre fuese empeorando por momentos. Todo parecía precipitarse, pero en algún momento ella tomó una decisión valiente: abandonar la ladera, subir a la parte superior y llamar a su hijo desde allí, lo que implicaba abandonar a los dos pequeños a su suerte y confiar en que las fuerzas y la habilidad del menor fueran las adecuadas para remontar hasta ella. Fueron unos minutos de gran zozobra, los hijos clamando inútilmente por la presencia de una madre a la que habían perdido de vista y la madre desesperada por la integridad de unos hijos, a los que había cuidado desde que nacieron completamente desvalidos. Al llegar al alto, el hijo mayor pudo abandonar su posición y acercarse a la madre, que sintió un gran alivio por él. A su vez, el hijo menor, el inquieto y agitado, pudo descansar por un rato, acompañado y apaciguado por la presencia de su madre. Poco a poco se rehízo y lentamente empezó a subir por la ladera, con algún resbalón que otro pero avanzando hacia arriba. Habría pasado media hora desde el inicio de la alarma cuando finalmente se reunieron los tres. No hubo palabras de reproche y todos habían aprendido una lección que no olvidarían el resto de sus vidas. Pasado el susto, la osa y los dos oseznos emprendieron nuevamente el camino para continuar con aquel primer paseo primaveral.

Manuel Medarde
Grupo A


Cogidas de la mano

Mamá me cogió de la mano y me acompañó al colegio. Las dos íbamos temerosas de qué nos iba a pasar, a ella por dejarme y a mí por quedarme en aquel lugar desconocido, sin su omnipresencia. Ambas superamos ese primer día de alejamiento mutuo sin traumas ni consecuencias.
Otro día, más adelante, cogió de nuevo mi mano y me llevó al médico. Acudíamos a aquella consulta impoluta, donde todos vestían de blanco, para que me curasen de una grave enfermedad. Fuimos durante unos meses hasta que salimos de allí ilesas.
En otras muchas ocasiones me condujo por los diferentes vericuetos de la vida sin soltar mi mano. Tantas, que la memoria me falla. Y en todas salimos victoriosas.
Ahora paseamos un ratito todos los días por delante de casa, acera arriba y abajo, y soy yo quien la tomo de la mano. Así, imitando su gesto, intercambiamos nuestros roles. Y ella sabe que voy a escoltarla en su tramo final, que, esta vez sí tendrá un desenlace fatal para las dos.

M. Maximina Moreno
Grupo B


Haikus sobre la madre

Ojos vigilan
sabiduría en su voz,
abrigo eterno.

Susurros suaves
su abrazo es un refugio
calor sincero.

Hogar seguro
el timón que nos guía
paz que cobija.

Tus manos cuidan
fortaleza de calma
ríe mi madre.

M. Pilar Sánchez
Grupo B


Cómo no odiarla, cómo no quererla

Nuestra madre es alta, elegante y distinguida; también, la misma que es todo eso, es una persona difícil, hay quien dice que inaguantable. Naturalmente, no para nosotros, que la queremos y la conocemos como es, aunque es verdad que no sé qué piensa papá de todo esto.
Trato de explicarme: mi madre es una persona muy atractiva, una abogada cuya reputación le permite cobrar minutas sustanciosas, que viste con elegancia y pulcritud ropas no demasiado caras, aunque lo parecen; y así es ella: no demasiado valiosa, aunque lo parezca; lo curioso es que nadie lo diría, nadie excepto nosotros, sus hijos. Y me he ido por las ramas: mamá es dueña de una mirada dual, a veces la más dulce, al rato acerada y lacerante, y pasa de una a otra sin estados intermedios. Sus pocos amigos, que los tiene muy fieles, lo son porque les interesan sus opiniones, que, en general, son de una ecuanimidad molesta y sorprendente. Opiniones sorprendentemente molestas también cuando se trata de su familia; del mismo modo, actos asombrosamente incómodos para con su cónyuge y progenie. Uno espera de su madre que defienda a su gente, sobre todo a nosotros, sus hijos, en aquellas situaciones en que cualquier otra madre apoya con su subjetividad a su prole. Hasta los animales lo hacen. Bueno, esa creo que es la clave de todo el asunto: mi madre es la menos animal de todas las personas que conozco, su razón impera sobre toda emoción posible, aunque no acierta casi nunca con lo que nosotros diríamos, haríamos u opinaríamos. Y eso no significa que no sea brillante cuando dice, hace u opina. En ese sentido, es difícil, hay quien dice que inaguantable, como ya dije.
Con un par de ejemplos se me entenderá mejor. El primero es muy claro, porque se trató de cómo puso en evidencia a mi hermana mayor en una situación aparentemente cotidiana. Llovía fuerte sobre los cristales del ventanal y estábamos estudiando en la mesa grande de la biblioteca con un par de amigas de Maitane, que es como se llama la mayor de todos los hermanos. Estudia Derecho, creo yo que para emular a nuestra madre, aunque mi hermana es dulce y amable y no creo que esas virtudes le vayan a ayudar mucho en su profesión. Bueno, pues esa tarde lluviosa precisamente es la que eligió mamá para pedirme que saliese a comprarle la prensa, que se le había olvidado y ahora estaba ocupada con un caso importante. Las amigas de Maitane levantaron la vista de sus libros y apuntes y la miraron con lo que yo interpreté como sorpresa e incomprensión por lo que me pedía mamá. Cuando iba a levantarme de la silla para obedecer su encargo, mi hermana dejó sus apuntes y dijo que iría ella, que tenía la ropa más adecuada que la mía para la lluvia. La respuesta de mamá fue: «Tú seguro que me traes el periódico equivocado o una revista de modas, deja que sea Íñigo el que se encargue, que al menos no tiene preferencias opuestas a las mías». Y volvió a su despacho con la mirada más amable de que era capaz. Era para odiarla, pero…
El segundo ejemplo: otro día, papá me reprendía, con razón, porque esa tarde había pasado mucho tiempo, él juzgó que demasiado, con Aitor, mi mejor amigo, jugando un videojuego que había traído a mi equipo, que dice que es mejor que el suyo. Yo escuchaba a papá con la mirada baja y asintiendo a sus razonamientos, porque papá regaña con rigor y también con cariño, y trata de que aprendas algo de cada situación. Entonces llegó mamá. Al verme con gesto serio y asintiendo con la cabeza gacha a lo que papá decía, en lugar de preguntar qué estaba pasando, se dirigió a nuestro padre y pude escuchar que le decía en voz baja y firme que el trato que me estaba dando era vejatorio y humillante, que era preferible hablar con voz calmada y no agresiva y que sentía vergüenza del espectáculo que acababa de presenciar. Papá no respondió, aunque se intercambiaron miradas que preludiaban posteriores monólogos entre ellos. Inmediatamente después vino mamá a mi lado, me miró con una sonrisa y me dijo: «Íñigo, recoge esos bártulos de tu cuarto, vete a casa de Aitor con ellos y, cuando regreses, ven a verme, que tenemos que hablar». Ante tan articulado discurso, ejecuté todo tal como me había sido ordenado.
Me presenté ante mamá, que me hizo sentar en la mesa de su despacho, se reclinó en su sillón de trabajo, me miró como si fuese un cliente y me dijo: «Creo que papá tenía razón en lo que te decía. Aprende de él siempre». Confieso que al principio no comprendí nada de lo que había pasado, pero… vi a mamá preciosa con el pelo largo y moreno enmarcando sus ojos verdes y su sonrisa cautivadora al suave contraluz de las ventanas detrás de ella. Es tan hermosa… Cómo no quererla.

Juan Delgado
Grupo A


Implacable

La historia … … de , con, para , desde … mi madre,
dista mucho de tópicos almibarados o tenaces.
Por supuestísimo que me querría mucho.
Cero dudas.
Demasiado.
Exageradamente supongo.
De esa guisa habrá sido la ‘anulación de parte de mi esencia’.
Sin ella saberlo, por supuesto.
Sin ella quererlo, por supuesto.
-¡Cuidado que te vas a caer !-
-No te metas en líos.
-Mejor te quedas en casa.
Ya harás esa excursión cuando seas mayor….
Ya tendrás tiempo.
El miedo por bandera.
¡Todos los miedos!
Pobrecilla.
Ese miedo que taladra y se queda en tu subconsciente
y en tu consciente y en tus músculos y en tus huesos y en ‘tó’.
Esos miedos.
Lo mejor es que en esos últimos
o penúltimos instantes definitivos conseguí, por fin,
darle el abrazo que nunca pude y el beso que nunca se dejó….
Hoy he puesto una par de velas en la Iglesia
que ella frecuentaba para San Antonio, su gran devoción.

Ismael Marcos
Grupo B


Se llamaba Joaquín

Apenas alcanzó a nacer.
Su madre lo imaginaba dulce, amable, gentil y soñaba con que sería el compañero fiel que no le abandonaría por el resto de la vida.
Era yo profesora de ballet cuando me llegó la primera noticia de su embarazo. Por tratarse de mi hermana menor, a la que nunca dejé de pensar como una niña, semejante noticia me causó una angustia tremenda. Aquello era una locura, pensé, aunque sabía que ella estaría feliz, lo deseaba a pesar de todo y contra todo. A pesar de que no tenía los medios para criarle, a pesar de que el padre de la criatura era un impresentable, un borracho y un vividor que, encima, se dedicaba solamente a maltratarle, pero sobre todo, a pesar de que no hubo médico que consultara en su vida que no le advirtiera de que un embarazo podría destruir la poca salud que le quedaba.
Siendo apenas una adolescente decidí que nunca sería madre D'Artagnan, te lo dije alguna vez. No tuve jamás un impulso hacia la maternidad y siempre me resultó una idea perturbadora la de llevar en el vientre una vida ajena, diferente a la mía durante meses. Pensar en que el inicio de la vida consistía en albergar dentro de un cuerpo una vida, una existencia diferente, independiente a la de ese mismo cuerpo…No, la maternidad no era para mí.
Al recibir la noticia de su embarazo, la imaginé en su condición de enferma crónica con su diabetes mellitus a cuestas. No podía entender cómo aquella niña enferma ahora podía engendrar un hijo, llevarlo en su vientre y después, parirlo. Un hijo que, además, sería mi sobrino, que llevaría parte de mi sangre, que compartiría con él ADN. La idea era para mí, en sí, misma, perturbadora, debo confesarlo.
Cuando conoció el sexo del producto, cuando supo que era un niño lo que venía, comenzó a llamarle Joaquín. Yo alcancé a mirarla embarazada apenas en dos ocasiones en las que visité la casa de mis padres en Ciudad de México. En la última de éstas dos ocasiones ya su vientre había crecido, tenía el rostro hinchado al igual que las piernas y los pies. Al pararse echaba hacia adelante la cadera y se ponía las manos detrás de la cintura, en ese gesto tan típico de las embarazadas. Creo esa fue la primera vez que me di cuenta de que mi hermanita había crecido, que ya no era esa niñita que yo recordaba en nuestra vida familiar en Guadalajara, ni esa adolescente complicada que se escondía de nuestros padres detrás de las puertas para fumar a los trece años. Mi hermanita era una mujer, y una mujer embarazada. La idea me hacía casi temblar.
Una mañana de Octubre, salí de impartir mi clase de ballet, me estaba despidiendo de las alumnas cuando llegó mi coordinadora de profesores y me tomó del brazo y lo más dulcemente que pudo me dijo; “Vamos a la oficina de Difusión Cultural, el director quiere verte” accedí de inmediato, me dejé llevar oliendo algo raro en el ambiente y preguntándome por qué necesita verme en ese momento el director.
La noticia llegó, terrible y dolorosa, a pesar de todos los intentos de mis colegas y mi superior por suavizarla. Mi sobrino había nacido y a los pocos minutos había muerto. Mi madre se había comunicado a la oficina para dar la noticia. En unas horas saldría mi hermano desde Guanajuato para recogerme en casa y juntos nos dirigiríamos a Ciudad de México para el velorio y el entierro.
No pude parar de llorar, delante de todos, me derrumbé. Me convertí en un río, en un mar de lágrimas. Apareció entonces delante de mis ojos aquella criatura que mi hermanita cargaba en su vientre, aquella criatura que me obligó con su existencia a comprender que los años habían pasado y que ella se había convertido en una mujer.
Lloré, lloré y seguí llorando hasta llegar a México. No pude parar. Aún ahora no puedo.
La maternidad nunca fue para mí D'Artagnan.

Esperanza García
Grupo A


Madre

Tú diáfana mirada
siento ingrávida en mi mente
y en mi pecho un torrente
del amor que se me inflama.

De cadencias amalgama
sobre este papel inerte
quisiera hoy convencerte
lo que mi alma desgrana.

Alegoría exponente,
musa, timón, maraña,
en el capullo de seda
donde reflejo mi alma.

Quisiera yo componerte
cómo hija de tus entrañas
madre, los bellos versos
que un día peinen tus canas.

De tu vientre soy el fruto
que con tu sangre regaras
y con tus pechos amantes
mi cuerpo alimentaras.

De tus ojos el espejo
madre, donde miraras
esos, los tibios surcos
que el tiempo marque en tu cara.

Para engañarte, madre,
para llamarte "guapa"
y no sintieras el peso
de los años que se marchan.

Quisiera ser lo posible
de lo que tú no alcanzaras
para cubrir tus quimeras,
madre, y te saciaras.

Quisiera ser de tu cuerpo
los pies donde descansaras
después de los años yertos,
un cuerpo frágil, de nácar.

Para ayudarte, madre,
como tú a mí me ayudarás!
Pena que tú a enseñarme...
y yo a ti, cuando te marchas.


Más, no te asuste la muerte,
!madre! si nos separa,
que al Dios que nos unió un día
le he de pedir en plegarias
!que me reencarne en tu vientre,
madre, donde te vayas!

Extraído de mi poemario Despertares

Leonor Martín Merchán
Grupo A


Premonición

Recordaba mi padre, que el día antes de que mi madre nos dejara, le dijo: !Luis, coge ropa y haz la maleta, te tienes que ir con los hijos!.

Luis Iglesias
Grupo B


A mi madre...

El primer mimo en mi cara
lo dibujaron sus manos
y su arrullo cariñoso
apaciguó mil y un llantos,
aguantó mi rebeldía
con la paciencia de un santo
y guió con su destreza
todos mis primeros pasos.

Ella me prestó sus alas
para que volara alto
y me regaló la vida
sin pedirme nada a cambio.

Quiero disfrutar su risa
todavía muchos años,
cobijarme de los miedos
en el hueco de sus brazos
y sentir que estoy en casa
cuando la tengo a mi lado.

Mi refugio en las tormentas,
mi espejo, mi cielo claro,
déjame que te devuelva
todo lo que tú me has dado.
Deja que sean mis ojos
los que te sirvan de faro
y que le regalen luz
a los tuyos ya cansados
para que sientas, mamá,
lo que yo sentía antaño
y sepas como yo supe
que conmigo estás a salvo.

Aurora Zarco
Grupo B


Madre

Quiero pensar en ti y encontrarte en algún lugar.
Casi la mitad de mis días te echan de menos;
tantas añoranzas violetas extrañan tus manos
que no volví a recordar jamás caricias como aquellas.

Tú, que amabas más que nadie,
sujetabas nuestro mundo recién creado.
Eras como una tarde transparente y plana,
silenciosa y dócil.

Y sin embargo, no llego a ti, estoy perdida.
Extiendo mi mano y solo encuentro tu recuerdo;
rescato tan solo unos instantes

y la niebla envuelve tu figura.
¿Cómo es posible que tus ausencias me acerquen tanto a ti,
que tu despedida sangre rabia e ira?
¿Cómo puedo vivir sin ti?
Quizá como tú lo hiciste, con brío y garra.

Elena Domínguez
Grupo C


Madre

Madre mía,
universo de amor
y origen de vida.

De tu vientre nacieron
la esperanza, la calidez
y el cobijo.

De tu regazo
el consuelo, las caricias
y el cariño.

De tu pecho,
el más generoso
alimento.

De tu alma,
la ternura
y el sentimiento.

De tu corazón,
el más profundo
anhelo.

De las noches de desvelos
la callada sinfonía
de nanas, lágrimas,
y besos.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Entré en aquella habitación sin saber que sería la última vez que lo haría. En un sillón situado cerca de la ventana estaba sentada mi madre. Había una mesa con un florero lleno de crisantemos. Eran grandes y flemáticos, como animales mitológicos sumidos en un estado de introspección. Los rayos del sol propios de una tarde otoñal se filtraban con timidez. Bajo aquella luz, su aspecto lucía extrañamente radiante. Tenía los ojos hundidos, su piel había empalidecido y sus labios ofrecían una mueca grotesca. Sus brazos descansaban sobre el reposabrazos del sillón. Tardé un rato en reparar en el bote que había a mis pies. Me agaché y lo miré fijamente. No sentí nada. Absolutamente nada. Desde aquella perspectiva observé aquel maniquí que, hasta hacía unas horas, había ejercido de madre. La luz de la habitación se fue diluyendo silenciosamente. Mis ojos trataron de luchar contra la oscuridad inútilmente. Cuando el último fulgor se despidió de nosotras, fui consciente de todo lo que habría deseado expresarle.
Nunca logré entenderla; nunca comprendí aquella terrible enfermedad que la asediaba.
Ahora era tarde. 

Lucía Sabater
Grupo A


Madre no hay más que una

La madre estaba encantada con la visita de su hija. Hacía una semana que no se pasaba por allí, y la echaba de menos.
—¿Quieres una tortillita para cenar?— le dijo mientras hacía el gesto de colocarle un mechón de pelo que le caía sobre la frente.
—Esta vida que lleváis tan ajetreada no os da tiempo para nada, pero hay que cuidarse. Tienes que comer un poco más, estás demasiado delgada y la cena también es importante. No te muevas, que te la preparo en un momento. Por cierto—siguió con su perorata—, te he guardado en el frigorífico un taper con cocido y otro con sopa de pescado, llévatelo a casa que tu nunca tienes tiempo para hacer comida como Dios manda—. De nada servía negarse. La madre ya lo tenía decidido y mientras cuajaba la tortilla iba empaquetando en bolsas los recipientes que esperaban en la nevera la llegada de la única destinataria, la misma de siempre.
Ella se había resignado a aceptar todos los cuidados de su madre. Los agradecía aunque la irritaban. A veces le habían hecho perder los estribos pero, con el tiempo, había llegado al convencimiento de que la mejor actitud era no llevarle la contraria y, mucho menos, despreciar sus desvelos. Finalmente salía ganando desde muchos puntos de vista: en economía, en comodidad, en calidad de vida… en casi todo, excepto en libertad.
—Nena —le dijo—, voy a buscarte una peluquería cerca de tu casa para que vayas a arreglarte el pelo. ¡Con lo bonito que lo tienes y lo llevas hecho unos zorros!
—Mamá, no te pases —le contestó de forma airada mientras le lanzaba una mirada asesina—. Recuerda que soy mayor de edad y que hace muchos años que soy independiente. No necesito que me busques peluquera.
—Hija, no me mires así —insistió la madre—. Si no te lo digo yo, ¿quién te lo va a decir? Recuerda que madre no hay más que una.
—No lo olvido, mamá. No me das ocasión para olvidarlo—replicó.
Y mentalmente repitió, como si se tratara de un mantra: madre no hay más que una, gracias a Dios.

Maxi Moreno
Grupo B


Aprender a ser hija

Llorar, cuando en el horizonte, el camino recorrido, se confunde, con el infinito de un presente incierto y un futuro inexistente.

Reflejo tus ojos de perfil,
velada mirada,
grises que fuero negros,
blancos que fueron grises.
Madre, quiero sentir,
entre tus raíces,
el susurro de tu fortaleza.
Cuando un día me hiciste libre,
y entre tus suspiros volé,
abrazo sin reproches,
y miradas sin culpa.
Y ahora, paseas voluntad,
abrazas olvido,
añoras recuerdos,
y sonrisas de nostalgia.
Ahora, en este instante,
necesito tu calma, tu sosiego
y la dicha de tu orgullo.
Mi tristeza lucha contra mi duda,
replica mi desvarío.
No sé dejarte marchar,
ni soplar las alas de tu universo.
Que el tiempo hable,
mientras yo sueño.
Mírame ternura,
dame la mano,
es el comienzo.

GuADAlupe
Grupo C


Madre

Deja esta noche,
por última vez,
la luz encendida de mi cuarto,
madre.
Acaríciame el pelo.
Bésame en la frente.
Cuéntame el cuento de Juan Pimiento.
Cántame una nana, nanita, ea.
Acúname en tus brazos.
Quítame las penas.
Arráncame los miedos.
Vísteme de príncipe.
Vístete de reina.
Bájame del cielo la estrella más brillante.
Regálame esa nube que mece el viento.
Reclina tu cabeza aquí,
junto a mi almohada.
Susúrrame al oído historias de tu infancia,
sueños de joven,
amores de siempre.
Desde hace días,
una sombra
ronda esta casa,
madre.
Una sombra que me busca,
una sombra que me llama.
Tápame los oídos,
que no quiero oírla.
Cúbreme los ojos,
que no quiero verla.
Se llevó al abuelo,
se llevó a la abuela,
se llevó a papá,
te llevó con ella.
No quiero que se acerque.
No quiero que me mire.
No quiero que me hable.
No quiero que me bese.
Acércate tú a mí.
Mírame tú a los ojos.
Háblame tú al oído.
Bésame tú en los labios y,
si te vas,
deja esta noche,
por última vez,
la luz encendida de mi cuarto,
madre.

José Manuel Romero
Grupo C


—!Abuela! ¿Dónde está mi mamá?
—Mi princesita, ¿cómo te cuento que mamá
se ha ido?
Bebió agua del arroyo y desapareció.
—¿el agua estaba encantada?
¿Se la llevó un hada, acaso un duende?
Yo quiero estar con ella, iré a buscarla.
La niña bebió agua del arroyo
y no volvió.

P.G.
Grupo C


El desvelo

Apenas ni un ruido hago en la escalera,
mi madre en el salón, está dormida,
contrasta algo mi cara divertida,
con su cabeza caída, algo ladera.

Tras haber sucumbido ante la espera.
ella habría preferido estar ardida
disipar sus temores por mi vida,
y endosarme su crítica certera.

Despierta, me ve, y su cara se altera
¿ Dónde te has metido una noche entera?,
dice con enfado y voz altanera.
¿Dormiré tranquila antes de que muera?

Fui a por tu desayuno a la churrera…
se calma y dice, como si cediera,
coge arroz con leche, está en la nevera.

Calgari
Grupo A


Madre

Madre, usté canda la puerta y esconde la llave en el alda.
Se estira las medias y se ajusta las ligas.
Mira al cielo, se santigua y me coje la mano,
y andamos deprisa y todo comienza.

Madre, yo sé que no es Santa Bárbara,
que es usté quien apacigua las tormentas y espanta los nublaos,
recitando viejas aleluyas.
Que es usté quien ahuyenta los demonios
quién bendice la cosecha y conjura las verrugas.

Cuando extiende en el río sábanas blancas y las pone a solear en la hierba
usté lava las penas y sacude los miedos.
Cuando se alargan los días, la tierra se orea y merendamos más tarde
yo sé que es usté quien aleja el frío.
Que ha ordenado el mundo, repartiendo tareas desde su mandil.

A tientas, busca mi espalda, me rasca el alma y me alumbra en la oscuridad.
Me quita la fiebre al tocar mi frente
Me limpia el sudor y me quita legañas.
Y con agua me alivia el dolor de barriga

Usté quien nos hace medrar cuando nos saca el dobladillo de las faldas.
Ensancha las costuras echando remiendos, cubriendo vacíos,
y zurciendo agujeros en el calcañal.

Usté enciende el fuego del mundo, atizando la lumbre y limpiando cenizas.
Escalda los miedos, sofríe el silencio preparando el almuerzo
y en el puchero pone nuestras penas a ablandar.
Amasando, macerando, batiendo el hambre con brío,
nos sirve consuelos en platos de barro.
Bendice la mesa repartiendo el pan.

Escardando, haciendo surcos, cultivando remedios de plantas.
Regando las flores para nuestras tumbas.

Ustè da su brazo a torcer, se baja del burro, se casa y se embarca los martes.
y es para ustè la perra gorda, La tierra y la sal.

Aurora Martín
Grupo C


Riega que te riega

Hay personas de las que contarías tantas cosas que es difícil por dónde empezar o si lo miras de otra forma, es facilísimo porque cuentes lo que cuentes son únicas e irrepetibles. Para mí, como para cualquier hija, mi madre es una de ellas.
Para mi madre lo más importante es la familia, por eso siempre está planeando quedadas familiares alrededor de una mesa. Aunque siempre deseó trabajar fuera de casa, nunca se decidió y se ha arrepentido siempre porque ser ama de casa, dice, es muy aburrido. Aun así mi padre siempre la llamaba “la telefonista”, como si de su profesión se tratara. Cuando llegaba a casa siempre preguntaba ¿dónde está la telefonista? y así la seguimos llamando de forma cariñosa. Siempre le gustó mucho hablar por teléfono, pero realmente cuando se entregó a la pseudoprofesión fue cuando apareció la tarifa plana. Ahí la veías a mi madre siempre pegada a un teléfono, hablando con hijos, primos, hermanos, vecinos, amigas, compañías telefónicas… Había familiares que la llamaban para saber noticias de otros familiares lejanos o no tan lejanos porque ella siempre los tenía al día. Así ha creado un ambiente de matriarcado, no sólo con nosotros, sus hijos, sino con los demás familiares. Es la decana de la familia con sus 94 años y ha sabido mantener informados a todos sobre todos.
La premisa de mi madre es que la familia no se elige y nos tenemos que aguantar con la que nos toca, aunque no nos guste. Esta afición por el contacto familiar es debido a su segunda pseudoprofesión que es la de regadora. La familia, dice, es como una planta, si no la riegas, se pierde. Por eso ella siempre, riega que te riega.

Illiberris
Grupo C

Las patas muy cortas

Ayer no hubo taller de escritura creativa porque nadie se acercó a la Sala de Fondo Local. La tarde vestía un ropaje extraño. Tampoco había Sala de Fondo Local, ni siquiera Biblioteca. El día era plomizo y gris vanguardia y las mentiras caían del cielo como lluvia mansa ¿Es la escritura un engaño? ¿El escritor miente? ¿Nos engaña la memoria? ¿Qué matices -si los hay- diferencian a la mentira del engaño? ¿Por qué no hay que asociar la ficción y la mentira en el mismo campo semántico? Todo eso nos preguntamos en una sesión que sí exitió como también existió todo lo demás. Trataba de engañaros.



Ilustración: Ángel Boligán Corbo.

Así es. La sesión de esta semana estuvo dedicada al engaño y la mentira en la Literatura, como tema y como trasunto. Dijo Antonio Machado; "Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía: / también la verdad se inventa". Y de eso hablamos de mentiras y de fantasías. Salieron a relucir el pastor mentiroso, de Pinocho, las liebres que corren por el mar y las sardinas que lo hacen por el monte, el ratoncito Pèrez, los Reyes Magos, el día de los Inocentes. De las mentiras que trataban de salvaguardar la fantasía y la ilusión de los niños o que nos interpelaban para señalar esas "mentirijillas" con las que convivíamos a diario. De las mentiras para aparentar. De las mentiras para gastar una broma. Las otras grandes mentiras las fuimos descubriendo después como muestra Lupe Estéves en su espectáculo "Donde siempre, siempre". Dos artículos intereseantes sobre el binomio "mentira y cuento" son  el escrito por Ricardo Gómez y titulado "Literatura, mentira y ficción" y otro firmado por Estrella Ortiz titulado "Cuentos: la verdad de las mentiras". Andrés Neuman no estaría muy de acuerdo con la afirmación de Gómez: "En cualquier caso, partiendo de algo real o imaginario, construimos una especie de andamiaje que es mentira en el sentido de que nunca las cosas ocurren tal y como las cuenta una única persona, porque los hechos siempre tienen distintas caras. A esta mentira blanca es a lo que damos en llamar ficción." Estrella Ortgiz, por su parte nos señalará las trampas de la memoria que barniza con su pincel mentiroso la realidad: "las dificultades que tiene la memoria para continuar fiel a un hecho del pasado, y cómo el recuerdo se va llenando de polvo y olvidos involuntarios: “si la memoria no me engaña…” Y sí, la memoria engaña irremediablemente. En castellano la palabra mentira proviene de la raíz latina mens, mente. La mentira, pues, se identifica como un producto de la mente, o lo que es lo mismo, de la imaginación." Clara Obligado afirma a este respecto: Nada de lo que recordamos es verdad. Nada de lo que imaginamos es mentira

Hablamos del arte del engaño, de la mentira literaria y de escritores o artistas que pasaron a la historia con una identidad, y una obra incluso, inventadas. ¿Existió Isidoro Capdepón? ¿Has leído la poesía de Emiliano Sandoval y Lindoré? ¿Existieron Marcelo Chiriboga y Jusep Torres Campalans? ¿Existe Violeta C. Rangel? Quizá en los archivos del padrón no, pero sí en la literatura y el arte.

Luis Mateo Díez en un artículo titulado "La condena del mentiroso" publicado en los años ochenta: "Siempre fui, y de ello me vanagloriaba, un embustero pertinaz, con el inocuo agravante de intentar llegar a convertirme en un embustero divertido. Nada en la vida me satisfacía más que aquella fabuladora reconversión de medias verdades sospechosas, de esquinadas certezas inciertas, de bondadosas memorias malévolamente simuladas. Y puedo jurar que tengo conciencia de no haber perjudicado a nadie, de ser un mentiroso apacible y hasta querido como tal, aunque, eso sí, cada vez más disparatado y menos discreto. Un embustero de tomo y lomo predispuesto -como el pastorcillo de "que viene el lobo"- a caer en mi propia e ingenua trampa."

Dedicamos una atención especial a Joan Fontcuberta, un prestigioso fotógrafo que reflexiona en sus obras sobre los peligros de la credulidad. Yo tuve lo suerte de conocer, de primera mano, su exposición "La sirena del Tormes". Otro de su proyecto titulado "Sputnik" causó un gran revuelo en los años 90.  

Recomendamos en la sesión libros como "La verdad de las mentiras" de Mario Vargas Llosa, "La literatura como mentira" de Giorgo Manganelli o "El arte del engaño" de Daniel Tubau y el artículo "La pasarela de los escritores falsos" de Xavi Alén (Jot Down) en el que descubriremos al escritor ecuatoriano Marcelo Chiriboga, al pintor Jusep Torres Campalans, inventor del cubismo, y a Jeremiah Terminator Leroy, apóstol del nihilismo grunge.

Cerramos esta entrada con dos poemas, el primero de Ida Vitale y el segundo de Mario Benedetti. ¿Será que en Uruguay reflexionan más sobre la mentira?

La mentira

Vuelan fronteras de un país
cuyo falso centro está en nosotros
que quién sabe dónde estemos.
El norte está en el sur,
este y oeste se confunden,
el sur se pierde entre la bruma
y dentro lo más vivo es la mentira.

¿Quién no tiene un cachorro de mentira?
¿Quién no le da su fiesta acostumbrada,
lo impone en campo imaginario?
¿Quién no draga o airea
su mínima mentira, sea gris o grandiosa,
y la lleva
donde los pájaros, las mariposas vuelan,
verdaderos, cada uno a lo suyo?

Y cuántos
celan la mentira del otro
mientras sin malicia los mira
la honestísima muerte.


Últimas palabras

Hay mentiras que vuelan como albatros
y otras que vibran como colibríes
embustes enormes como aconcaguas
y otros pequeñísimos como tréboles

suele mentirse como se respira
como se pestañea o se estornuda
mentir en el amor es más difícil
porque en el beso suenan las alarmas

la verdad es tan pulcra tan extraña
como el atajo que atraviesa un bosque
no obstante lo peor lo imperdonable
es mentir en momentos decisivos
por ejemplo en las últimas palabras


Propuesta de escritura:

Hoy vamos a contar mentiras, tralará. Escribe un texto en el que la mentira tenga una consecuencia o una repercusión. Falsea una historia real y trata de convencernos de que todo fue cierto. Inventa a un escritor falso y escribe uno de los textos de un libro que nunca publicó porque no existió. Haz una loa o un elogio a la mentira. 


Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:



Dinero fácil

“Mentía únicamente a la hora de la verdad”.
Isidoro Capdepón Fernández.


“Miento, luego existo”.
Ramón Gómez de la Serna.


Ayer por la tarde iba yo paseando con mi galguita Nare por la calle Los novios -así se llamaba antes, ahora no lo sé, tendría que mirarlo-, cuando se me acercó una señora -no diría elegante, pero muy estilosa sí- y me preguntó si no me importaba hablar un momento con ella. Bueno, la verdad es que sí me importaba, dado mi carácter solitario, misántropo y algo esquizoide -si digo yo esto, ¿qué dirán mis amigos? -, pero le contesté que no, que no me importaba, ese es otro problema que tengo, los reflejos condicionados de la (vieja) buena educación.
Me paré, aunque mi mecanismo de defensa automático activó enseguida la mirada, en busca de una línea de fuga.
La mujer, guapa, mediana edad, vestida de una manera informal, en contraste con su perfume que me pareció un tanto agresivo, me miró, hizo un ademán de saludar a mi perrita -que tiró para atrás, es más miedosa que yo-, y habló.
-Disculpe por interrumpirle, no le voy a entretener mucho tiempo. Depende de si le interesa a usted, o no, lo que le voy a proponer (¿proposiciones?, pensé yo, uy, uy). Mire, estamos buscando modelos de la tercera edad, somos una agencia publicitaria, la mejor, a riesgo de parecer presuntuosa. Trabajamos para las grandes marcas, todo tipo de anuncios en los medios más potentes. Mi propuesta es que trabaje con nosotros como modelo, tiene usted algo especial, le pagaremos bien, simplemente tendrá que viajar de vez en cuando y posar para nuestros fotógrafos. Son los mejores, y saben tratar a la gente, estoy segura de que la experiencia le resultará muy agradable. ¿Qué me dice?
Lo primero que me vino a la mente -ahora lo estoy reelaborando, con tiempo para pensar, pero en ese momento fue un flash- fue “Night on Earth”, aquella maravillosa película de Jim Jarmusch -me he acordado del nombre a la primera- que contiene varias historias, una de las cuales protagoniza una muy joven y hermosa -qué ojazos- Wynona Ryder, que maneja un taxi nocturno en una gran ciudad americana, no recuerdo cuál. Bueno, se sube al taxi Gena Rowlands -me ha costado recordar el nombre, igual que el de su marido, John Cassavetes, pero lo he conseguido sin tirar de Google- que por alguna razón se fija en la chica que lleva el taxi, y tiene el impulso de preguntarle si le gustaría actuar en alguna película. Gena, bueno su personaje, es productora, o tiene relaciones con grandes compañías cinematográficas, y ha visto en Wynona -su belleza, su desparpajo, la fotogenia de sus ojos en el espejo retrovisor, lo que sea- grandes posibilidades. Y eso, le propone, como a mí esta mujer que me ha asaltado -quizá no sea esa la palabra- en medio de la calle, que pruebe en el mundo de la interpretación, cine, Hollywood y todo eso.
Wynona se queda un poco sorprendida o perpleja -igual que yo- y al principio no sabe qué contestar. Gena Rowlands -qué pedazo de actriz- insiste, sin presionarla demasiado, pero insiste, hablando de las posibilidades que se le abren en la vida, una oportunidad que seguramente no se le va a volver a presentar. Bueno, los que hemos visto la película ya sabemos lo que pasó, Wynona le dice que le gusta su trabajo, y que prefiere seguir llevando su taxi (por las noches, en una macro urbe norteamericana cualquiera).
Yo le dije a la señora más o menos lo mismo.
El dinero siempre es importante, sobre todo cuando no lo tienes. Mi pensión me da para llegar a fin de mes, sin demasiadas alegrías, pero, bueno, me da (y cuando no, trapicheo con algunos recuerdos de familia, por su valor sentimetal). Aparte, lo que ya he dicho, soy una persona solitaria, un misántropo, quizá cosas peores, quién sabe. Los cambios me asustan, en fin, aunque creo que lo que me decidió desde el primer momento fue mi perrita. No tengo con quién dejarla, es muy nerviosa y asustadiza, incluso cuando salgo de casa a dar una vuelta y no la llevo conmigo la oigo lloriquear tras la puerta.
Le dije a la señora que no. Ella se despidió dándome las gracias por haberla escuchado, se ve que también es una persona educada. Lo que me decepcionó un poco es que insistió menos que Gena Rowlands, no sé cómo decirlo, me sentí rechazado, otra de mis neurosis, no me falta de nada. Y cuando seguí mi camino con Nare pensé durante unos momentos que me había equivocado, podía volver atrás, llamar a la mujer antes de que desapareciera, decirle que, bueno, podíamos probar. Pero en seguida volví a mi ser. Pensé: yo no soy Wynona Ryder. La inseguridad, la poca autoestima, en fin, otra ocasión frustrada de demostrarle al mundo lo que valgo. La historia de mi vida.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Juan y José

Juan conoció a Soraya en las circunstancias más normales. Recién llegado a la ciudad por motivos de trabajo, se acercó a la biblioteca para recoger algún libro que leer. Allí coincidió con ella en el mostrador. También quiso el destino que volvieran a coincidir en el autobús, donde empezaron hablando de los libros que habían recogido. Se cayeron bien y un par de encuentros después, azares del destino, intercambiaron los teléfonos. Juan no sabía nada de Soraya y Soraya no sabía nada de Juan, solo que tenían gustos parecidos, lo pasaban bien juntos y estaban en disposición de iniciar una relación, que prometía ser larga y gratificante. Poco a poco se fueron conociendo mejor: de donde era él, de donde era ella, por qué razones había acabado cada uno en aquella ciudad, en qué trabajaban, qué amigos iban haciendo, qué familia tenían, etc…
Pasados los días y los meses, Juan y Soraya eran una pareja estable y sin sobresaltos. En una ocasión, Juan se puso algo más trascendente, buscó un momento apropiado y le dijo a Soraya que tenía que revelarle un secreto. Ella tuvo un instante de inquietud, que se transformó en sorpresa cuando, creyendo conocer todo la referente a Juan, este le confesó que tenía un hermano gemelo llamado José, con el que había perdido la relación por una cuestión de herencia y un lío de faldas. Pasada la perplejidad de conocer un secreto que había tardado meses en desvelarle, ella consideró que era algo ajeno a su relación en la que Juan siempre era sincero y franco.
Dos semanas después de esta revelación, estando sentada en una terraza, Soraya vio pasar a Juan, aunque apreciaba algo diferente en el peinado, la ropa y la actitud general. Le llamó, pero él no contestó y se diluyó entre la gente de la calle. La situación se repitió unos días después, en el mismo lugar en el que ella solía tomar su café de media mañana, pero esta vez Soraya abordó al que parecía Juan y le preguntó directamente por su extraña actitud. A pesar de que algo sospechaba, no dejó de sorprenderle la respuesta —Me llamo José, debe haberse confundido con mi hermano gemelo.
Este primer encuentro no tuvo ninguna trascendencia, pero en la siguiente ocasión, fue José quien abordó a Soraya e inició una conversación que se alargó más de lo esperado. Soraya quedó impactada por la situación, estaba con un doble exacto de Juan, pero más extrovertido, simpático, aunque algo menos culto y menos leído, pero con mejor paladar para la música y la bebida, por lo que no dejaba de ser una auténtica tentación. Afortunadamente, la relación con Juan, tratándose de dos profesionales liberales, con horarios amplios, le daba libertad para hacer su vida independiente durante muchas horas al día. En esas circunstancias sucedió lo que parecía inevitable, Soraya inició una relación con José, no muy exigente pero muy satisfactoria. José resultó ser un buen amante, con juegos y entretenimientos diferentes y hasta cierto punto, más divertidos y atrevidos que los de Juan. Así pasaron bastantes semanas, en las que Soraya disfrutaba algún rato a lo largo del día, fundamentalmente dedicado al sexo con el hermano divertido y algo calavera, y el resto del día a partir de media tarde con el hermano más formal y sensato. Por fortuna, Juan no sospechaba nada, ya que, aparte de notar más contenta a Soraya, no se había producido ningún cambio en su relación con ella. Todo lo achacaba a que el trabajo iba bien y no tenían preocupaciones especiales. Ella era feliz y nunca se había sentido tan viva y animada. Le hubiera gustado mantener indefinidamente aquella mentira, que no perjudicaba a nadie y tan positivamente influía en su vida.
Algunas veces, Soraya tenía momentos de zozobra, temiendo que todo se descubriera y su relación con Juan naufragara. No quería eso, Juan no dejaba de crecer como persona y a pesar de su punto serio, era un compañero casi perfecto. No quería perder a Juan, pero se resistía a renunciar a los momentos en compañía de José. Todo iba perfectamente y la mentira se sostenía bastante bien. Pero la vida está llena de sorpresas y lo inesperado puede brotar en cualquier sitio y en cualquier momento. Un día, al regresar a casa, el armario de Juan no tenía la puerta completamente cerrada y Soraya decidió hacerlo, aunque observó que uno de los pantalones de Juan no estaba bien colgado. Al colocarlo, notó que había algo en uno de los bolsillos y, para su sorpresa ya que Juan no fumaba, comprobó que se trataba de un mechero. ¡El mechero de José, con el que encendía un cigarrillo después de hacer el amor!
Soraya esperó sentada en el sofá, bebiendo un vermut, a que llegara Juan. Le enseñó el mechero y le interrogó con la mirada. Antes de escuchar la respuesta ya sabía cual iba a ser, no en vano había convivido bastante tiempo con Juan y con José.
—En realidad no tengo ningún hermano gemelo.

Manuel Medarde
Grupo A


Ángela

Querido Mario:

Ante todo, espero que, al recibo de la presente, te encuentres bien.
No te lo vas a creer, pero otra vez la bendita Cristina ha tenido a bien privarnos del fin de semana, a cuenta, dice, de terminar la presentación que necesitan los jefazos para convencer a los clientes esos de la bebida carbónica de que abran con nosotros una cuenta de publicidad.
O sea, que el fin de semana que tanto habíamos esperado se ha venido abajo y no podremos pasarlo juntos.
Te juro que últimamente pienso muchas veces en dejar este trabajo en el que no puedo ni siquiera planear unos días con la persona que más me apetece estar.
Pero también pienso que en nuestros proyectos de futuro entran dos empleos y una situación económica suficiente para educar a nuestros hijos con lo mejor que podamos conseguir para ellos.
Dale recuerdos a tu madre de mi parte y dile que echo mucho de menos verla y disfrutar de su paella de marisco, ahí en Denia.
Y dile que no me critique mucho. Que tenga un poco de compasión de esa novia que tienes desde hace tanto, pero que siempre está tan ocupada que no tiene tiempo ni de fijar definitivamente una fecha para la boda.
Te quiere.

Angela


¿Cómo va todo, Antoñito guapo?
Todavía estoy flipando en colores con el recuerdo de lo bien que nos enrollamos el puente de Los Santos. Vaya fiestuqui guay.
Antes de que Gonzalo nos presentara no me imaginaba que todavía pudiera quedarme enganchada tanto de un tío.
Y te aseguro que no fueron ni la priva ni la farlopa (bien guapa, por cierto), las que me hicieron fijarme en ti. Mas bien es ese estilo que te gastas entre desinteresado e interesante lo que me atrajo. Esa manera que tienes de pasar de los malos rollos y de los compromisos que a tanta gente le encarcelan la vida.
Y, ahora que ya te he piropeado, te cuento lo jodido: no vamos a poder escaparnos a Ibiza el finde como habíamos quedado.
Una movida chunga en el curro, que ya te contaré, no me va dejar moverme de aquí.
O sea, que por esta vez no vamos a poder lanzarnos a quemar la noche mediterránea.
Pero todo se andará porque me tienes loquita y no pienso dejarte escapar.
Un montón de besazos.
Te llamo.

Angela


Hola, Luis cielo.
Menos mal que al final a la jefa no se le ha ocurrido hacernos trabajar este fin de semana, como me temí que pasara, y que además he podido anular la cita que tenía con Mamen para ir a Denia. ¿Te acuerdas que te hablé de Mamen?
Y menos mal que después de tanta incertidumbre al final hayas podido venir a Madrid.
Si estás aquí el viernes a última hora, te espero despierta porque no pienso privarme ni un solo rato del placer de estar contigo, de charlar contigo, de compartirlo todo contigo.
Nada hay que me guste más que curiosear juntos las librerías de viejo de la Cuesta de Moyano la mañana del domingo.
Me encantan el Prado y sus maravillas cuando las puedo contemplar a tu lado escuchando tus comentarios sobre la pintura de los clásicos.
Y adoro elegir una obra de teatro o una sesión de jazz en el Café Central para disfrutarlos al alimón.
No creo que haya nada mejor que todo eso, si exceptúo el terminar esas deliciosas jornadas haciendo el amor plácidamente, solitos tú y yo.
Con muchísima impaciencia.

AngelaCarlos Coca Senande
Grupo A


ALTER

Como todos sabemos hay una réplica de nosotros mismos a la que podemos recurrir ocasionalmente incluso para que nos suplante si viene al caso.
Sin embargo hoy no sé qué pasa, que llamo a gritos a Alter y no responde. Es extraño porque siempre acude a mi llamada al instante, a veces se retrasa diez minutos en lo que la sustancia que dice que es se apodera de mi cuerpo y hace lo que le pido, es decir, cosas que no me apetece hacer a mí. Pero llevo un rato llamándole incluso con nombre y apellido: Alteeer!!! Egoooo!!!!
¿ Qué le habrá pasado? Quizás se haya confundido y se haya metido en otro cuerpo….¡ la que habrá liado! Pero…. ¿ y si se ha muerto?
Me tiene desesperada, ya no tengo ninguna confianza en él y cuando venga le voy a poner muchas restricciones. Como me canse le voy a someter a un proceso de hipnosis y me hago yo el Alter Ego suyo, a ver qué pasa.
No puede ser, acabo de ver una nota que me ha dejado escrita, dice que me ha suplantado del todo y que se va donde siempre quise ir yo, que se atreve, y que me deja solo, qué miedo….

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A

Comandante Castañeda

Querido mío, te cuento que, hace aproximadamente unos quince días, me cité en un céntrico bar de la ciudad con un compatriota nuestro, hasta ese momento desconocido por mi, que me escribió mediante una de mis redes sociales, diciéndome que tenía información importante que compartirme respecto a ti, D'Artagnan.
Acudí a la cita puntualmente, quedamos en La Casa de las Conchas a las once de la mañana y, en medio de la algarabía cotidiana de las callejuelas del centro de esta bellísima ciudad donde me encuentro, entre turistas y locales, nos dirigimos al café Novelty. Era un día gris, caía una llovizna ligera y hacia un poco de frío. En la Plaza Mayor se celebraba un acto de la policía salmantina y eso parecía aumentar el número, de por sí siempre grande, de personas que frecuentan el corazón de Salamanca los fines de semana.
Entramos al café, nos sentamos en una de sus mesitas laterales y comenzamos a hablar. Yo me pedí mi copa de vino rosado de siempre y él se tomó primero un café y luego una cerveza. Al poco tiempo de comenzar a hablar, el acto de los policías en la plaza culminó y pronto el café quedó repleto de oficiales con sus trajes de gala, sus trajes cotidianos y algunos, hasta con los trajes históricos que habían lucido en el acto recién celebrado. Me alegré en ese momento de haber ganado una mesa, pues pronto estaba todo repleto de gente, no quedó ni una mesa vacía, ni un banco en la barra disponible
El sujeto se presentó como un antiguo asesor de un rival tuyo de aquellos lejanos años de poder del partido hegemónico, tú bien sabes de lo que hablo.
Me dijo que tenía información delicada acerca de ti. Me soltó esta frase así, a quema ropa y, por supuesto, ganó en ese momento de inmediato mi toda mi atención. Me dijo que seguías siendo un espía cubano, que nunca habías dejado de trabajar para la Habana y que tenía pruebas al respecto que este antiguo rival tuyo le había entregado antes de morir. Yo en ese momento le pregunté cómo es que me había localizado y qué esperaba a cambio de esa información. A lo primero contestó que me había localizado por medio de un contacto de mi hermano, camarada del partido y a lo segundo dijo que nada, que no esperaba nada a cambio de esa información, que sólo quería cumplir la última voluntad de ése tu antiguo rival. Ya sabes de quién hablo D'Artagnan….
Entre trago y trago de café y luego de cerveza, me dijo que todos estos años de tu vida publica y política, que si te pones a contar son ya casi cincuenta, habías sido un infiltrado en las altas esferas de la política mexicana. Que aquellos rumores de tu roja juventud, de la traición a tu padre en sus tiempos al frente de la cancillería mexicana para traficar armas a la guerrilla Nicaragüense y de las sospechas de que tu madre era una espía soviética, habían resultado verdad absoluta. Aseguró que nunca habías renunciado al partido socialista, como se creía, y que durante tu tiempo de canciller con Fox, te habías dedicado a compartir información con la Habana y que, esto es tal vez de lo más grave de todo, que estuviste involucrado en la planeación de los atentados a las Torres Gemelas. Que nunca buscaste en realidad lograr aquellos famosos acuerdos migratorios, The Whole Enchilada y que fuiste el instigador de Vicente para el histórico “Cenas y te vas" con el que tristemente pasó a la historia. Aseguro también, sin ningún empacho, que tu gestión al frente de la campaña de Anaya fue igual una mentira del tamaño de una catedral y que tú, espero estés sentado mientras lees esto querido, que tú filtraste la información de la llamada Estafa Maestra con la que perdió toda posibilidad de ganar la presidencia y que lo obligó a exiliarse a EUA para evitar la cárcel.
Al final, después de todas esas mentiras y patrañas que contó de ti D'Artagnan, y de las cuales no presentó prueba alguna, dicho sea de paso, se limitó a sonreír enfáticamente y, después de levantar su copa de cerveza y chocarla contra la mía de rosado, y brindó a tu salud; “Por el comandante Castañeda”. Dijo riendo. Yo me quedé muda ante tal escena, entonces, el muy cínico se puso de pie, metió la mano a uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó una fotografía descolorida y arrugada que puso sobre la mesa y luego se marchó diciendo que la cuenta estaba pagada. En la fotografía, pese a las manchas del tiempo y la distancia D'Artagnan, se alcanzan a ver tú y Fidel en mitad de lo que parece ser un campo de tiro. La imagen no puede ser más comprometedora, vas vestido de militar y llevas una arma al hombro, no tendrías allí más de dieciocho años y él luce en todo el apogeo de su madurez, con su negra y larga barba y un puro en mitad de su sonrisa retorcida y socarrona.He guardado la foto en uno de mis cajones, escondida entre mi ropa interior, allí donde espero que nadie la encuentre jamás y te prometo querido que nunca, nunca publicaré esto. Nadie nunca sabrá que jamás has dejado de ser El Comandante Castañeda.
Lo prometo D'Artagnan, este secreto me lo llevo a la tumba.

Ariela de Campoamor.

Fragmento tomado de los DIARIOS DE VIAJE de la autora, días antes de su misteriosa desaparición en la Ciudad de Salamanca, en la región de Castilla y León, España.


Esperanza García
Grupo A


La mentira

La vi en tus ojos,
no era necesario
que me hablaras.
Hay verdades que duelen
y mentiras que se dicen
para no hacer daño.
¡Tú callaste tu verdad!
¡Yo jugué con el engaño!
Pasaron los años,
y con ellos
nuestro amor de mentira.

P.G.
Grupo C


Rumore, rumore, rumore...

He escuchado a una vecina
que decía, que contaba
que la del cuarto pensaba
que la Mari no cocina;
Que si espera en una esquina
a que llegue algún cliente
para que le clave el diente
al cuello y a la cartera
y no es que yo esto lo viera
son rumores de la gente.

¿Sabías que la Carmina
ha cambiado de marido?
Es que el anterior se ha ido
con una chavala china.
Me lo ha dicho una sobrina
que se lo dijo su novio,
no lo sé seguro, es obvio,
pero te apuesto que es cierto
y si no, pues me divierto
así salgo de este agobio.

Son rumores solamente
pero vamos, me los creo,
ni siquiera me planteo
que son cuentos de la gente.
No creo que nadie invente
cosas así, al buen tun tun,
y cuando suena el runrún
seguro que son verdades
pero espera, ¡No te enfades!
Que tengo chismes aún.

Mira, juro que no miento,
solo digo lo que escucho
y aunque lo exagero mucho
es verdad lo que te cuento.
Espera y mientras me ducho
te digo lo de la Elvira
¿Tú sabías que suspira
por el hijo de la Inés?
a su lado un niño, ¿Ves?
Si es que parece mentira.

¡No soy una mentirosa!
¡Vamos, vaya atrevimiento!
Solo digo lo que siento
¡Vete un poco al cuerno, hermosa!
¡Ah! Y te digo otra cosa:
¡Cuídate de los rumores!
porque tu amiga Dolores
no veas como te pone
te quiere, sí, se supone.
No quiero yo esos amores.

Me voy a hacer la comida
que ya me has entretenido
después llega mi marido
y cree que he estado dormida.
Es que no me da la vida,
eso que estoy aquí sola
te invito a una merendola
y nos ponemos al día.
¡Adiós, adiós, Alegría,
me ha gustado la parola!

Aurora Zarco
Grupo B


Recuerdos de la infancia

Cuando era niño, recuerdo un día en el pueblo de mi padre, que después de cenar me entró un retortijón y salí al corral sujetando el vientre con la mano izquierda, a la vez que tomaba una vara de mimbre con la derecha. La vara o el palo o algo similar había que llevarlo cuando ibas a hacer “aguas mayores” al corral, para espantar a las gallinas que inmediatamente te iban a acosar por querer ser las primeras en comer caliente.
Estaba yo manteniendo el equilibrio en cuclillas, cuando vi moverse una figura negruzca que saltaba por los tejados colindantes, y que en un momento se paró: me miró con unos ojos rojos y penetrantes a la vez que brillantes, de tal forma que me dejó helado; se me cortó el flujo de la deposición y me quedé paralizado. Tras unos instantes que me parecieron horas, en los cuales hasta las gallinas se quedaron petrificadas, la figura negra comenzó a moverse; me pareció que tenía brazos y piernas y que estaba desnudo, era del tamaño de un niño grande, más o menos de mi edad, pero absolútamente negro y sin arrugas; con los ojos de un rojo intenso que parecían dos ascuas después de haber soplado sobre ellas. Se puso erguido sobre las piernas y caminando por el tejado saltó hacia dentro del corral, pasó a mi lado y desapareció de inmediato.
Cuando pude recobrar la compostura me limpié el trasero con un trozo de papel higiénico marca “el Elefante”, que solo limpiaba por una cara, pues la otra era como de plástico. Dejé que las gallinas pudieran cenar con tranquilidad y me fui corriendo a contarle a mis abuelos que había visto al Demonio.
Mi abuelo me comentó que habría sido algún gato negro y grande, que podría haberse puesto a dos patas y que contaba con la agilidad suficiente que yo describía. Yo, a pesar de que me tranquilizó y que me sentía muy protegido ante su presencia, me acosté convencido de que aquella noche había visto a Satanás.

José Luis Fonseca
Grupo A


Frank Stein filósofo

“La mentira -como la caridad bien entendida- empieza por uno mismo.”

Frank Stein


La conocida frase del filósofo de origen judío, nacido en Allegheny, Pensilvania, hermano de la novelista, poeta y mecenas de arte contemporáneo Gertrude Stein -inmortalizada en un retrato de Pablo Picasso-, resume de alguna manera su “Corpus” filosófico, que señala “el mecanismo biológico de supervivencia” como el motor principal de los actos humanos, superior y a la vez subyacente, a las “Bellas Palabras” (“Beautiful Words”, título de su Tratado fundamental).
Ambas estrategias, la mentira, la caridad bien entendida, así como otros impulsos básicos: la procreación, la acumulación de bienes -“Property eagerness”-, el impulso identitario, o la violencia como “ultima ratio”, proveen al individuo, y por elevación a sus organizaciones sociales, de las herramientas necesarias para su preservación individual y colectiva –“Supremacist Preservation”, en palabras del filósofo-.
Centrándonos en la Mentira –“Essential Lies”, segundo tomo de sus Obras Completas- Frank Stein viene a afirmar que no hay mentiras buenas y malas, sino mentiras eficaces y mentiras estériles, ninguna de las cuales, en su opinión, tiene un contenido moral, sino que deben valorarse únicamente en función del resultado, esto es, el éxito o el fracaso de la preservación del individuo y su grupo.
Y para tener éxito esta “Mentira Ganadora” -“Winner Lie”- debe empezar por el autoengaño, individual y social, de modo que se presente como verdad “ab initio”, porque tanto el individuo como el grupo necesitan creer lo que les conviene creer para asegurar su supervivencia, o según el dicho populista “Hay que decirle a la gente lo que la gente quiere oír”.
En resumen, Frank Stein lo que hace es desarrollar las ideas darwinianas, no de la supervivencia del más fuerte -simplificación muy extendida, pero falsa-, sino de la supervivencia adaptativa, aquella que obliga a sumarse siempre al colectivo ganador.
Richard Dawkins, en “El gen egoísta”, desarrolló y actualizó las líneas esenciales de esta tradición evolucionista y filosófica.

(Siguen referencias, bibliografía y links, que desarrollan y amplían este resumen, necesariamente escueto, redactado por IA, que a su vez toma como fuente una suma, abigarrada y extensa, de artículos publicados en Wikipedia).

Ignacio Aparicio
Grupo A


El disfraz de la mentira

En un pequeño pueblo,
La gente hablaba de un elixir mágico que prometía
curar cualquier enfermedad. La noticia se esparció como pólvora, llenando los corazones de los enfermos de una esperanza renovada.
Cada día, los habitantes acudían al mercado, ansiosos por comprar esa poción milagrosa. Sin embargo, el vendedor, con una sonrisa engañosa, sabía que el elixir era solo
agua coloreada. Aún así,
disfrutaba de ver como la
fe de la comunidad florecía. La mentira disfrazada de esperanza, se convirtió en el refugio de aquellos que anhelaban un cambio. En su búsqueda, ignoraron la cruda realidad que los rodeaba.

Leonor Martin Merchán
Grupo A


Verdad-Mentira

Cuando tu miras, lo que yo miro, miramos lo mismo, pero vemos distinto. Parte de una canción de un grupo argentino, que actuó en la plaza de los bandos de Salamanca, hace bastantes años.
Si en vez de usar el verbo mirar, lo cambiamos por otros verbos distintos, nos hace pensar lo diferentes que somos, incluso en temas triviales.

Ocurrió de Verdad:

Tengo la costumbre de jugar a la quiniela de fútbol desde hace bastante tiempo, con un amigo que vive en Burgos, cada uno hacemos una quiniela distinta y nos la enviamos al móvil, antes de que empiecen los partidos.
Puedo decir que hasta ahora no hemos tenido premios dignos de mencionar, salvo un jueves, en los partidos de Copa de Europa, que al llegar a casa por la noche y mirar la quiniela, comprobé que tenía acertados los 14, habiendo fallado el número 15. La quiniela prometía, habían salido 6 doses, 4 equis y cuatro unos.
Hablé con mi amigo, dándole la noticia, y durante la noche yo estuve, despertándome continuamente para comprobar, si ya habían colocado el recuento del escrutinio, tanto en la televisión, como en el ordenador.
A las 5 de la mañana, en un fichero del ordenador, aparece la quiniela millonaria que tanto estábamos esperando. Calculadora en mano, sume todas la cantidades premiadas, dividido entre y dos y descontando el 20% para Hacienda. Nos quedaban a cada uno, 120.000 euros, y aunque eran horas intempestivas, la noticia no podía demorarse y le llamé para darle la buena nueva.
Alfredo, más prudente que yo, no encontraba en su ordenador el resultado del escrutinio.
A las siete de la mañana, en aquella época otro amigo y yo, salíamos andar unos 8 km, y a la vuelta a casa, mi mujer me dijo, que Alfredo había llamado varias veces, comentando que donde yo había visto los resultados era una página pirata, y que el verdadero premio son 500 euros para repartir entre los dos.

Luis Iglesias
Grupo B


Mentiras

I

Al mirar hacia atrás comprendí
la gran mentira de la vida.
Te ofrece besos y caricias,
te convierte en ninfa
y en diosa poderosa.
Te hace sentir eterna
bella, reina y señora.
Que desilusión descubrir
al llegar al final del camino,
que la gran verdad de la vida
ha sido una piadosa mentira.

II

Me quisiste pero
ya no me quieres.
No te atreves a decirlo,
te lo guardas dentro.

Sin mentir, me mentiste
porque la verdad duele
y deja huella en el alma,
de quien amado ha sido.

Más el que huye
porque engaña,
no merece, ni siquiera,
el olvido de quien
abandonado ha sido.

*Sacado del poemario de Lorenzo Balmes

Marian Pérez Benito
Grupo A


Tres Avemarías

Me hicieron creer que me saldrían manchas blancas en las uñas por no decir la verdad, que lo del 6 de enero debía creérmelo para no jugarme las sorpresas. Antes de vestir el traje de marinero me hicieron contarle a un hombre con sotana negra las veces que manifesté lo contrario a lo que sabía, creía o pensaba, y encima me hizo rezar por ello. Y mira que antes había vivido en mi pueblo un niño que llegó a escribir que “la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos” Él decía que no sabía muchas cosas, pero sabía bien de todos los cuentos.
También tuve que tragar con lo de las cigüeñas y las semillitas. Me engañaron en lo de las bases científicas de la vida, con lo de que llegaban a ser piadosas aquellas maneras de enmascarar la veracidad. Y seguí creciendo, luchando y firmando públicamente que los amores tenían que ser sin falsificación alguna. Hasta Hacienda se esmeraba en que fuera correcto con los números y, de no hacerlo, ya no había avemarías por medio. Las penitencias eran económicas y con purgatorios en forma de intereses de demora. Luego me hice mayor, me apunté a un taller de escritura y me ha tocado escribir sobre lo mismo, aunque bien lo podría haber hecho sobre los políticos, las redes sociales y todas las formas actuales que llenarían las uñas de manchas blancas a sus protagonistas. Id en busca del cojo, que no sé si seréis capaces de atraparme antes que a él. Aunque solo ha habido algo en lo que no he hablado con sinceridad. Todo lo demás ha sido y sigue siendo cierto.
Lo que menos me gusta de todo esto son las palabras embustero, patrañero, fulero, bolero, cuentista, farolero, falso. Volveré a creer en los Reyes Magos y en los capazos de la cigüeña. La inocencia pudo ser también aquella pequeña toquilla blanca de flecos en la que se acunaron mis primeras felicidades.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


Déjate de cuentos

Érase una vez un mayordomo de palacio al que la reina le encomendó la misión de llevar a su hija hasta la hechicera del bosque para que esta le proporcionase a la niña una poción mágica para su mal de pulmones. En un descuido del sirviente la niña se perdió y ni la niña ni el hombre volvieron jamás a palacio. El mayordomo quedó proscrito en el bosque bajo amenaza de pena de decapitación si volvía a aparecer.
La niña de tez blanca fue encontrada por siete extraños y deformes hermanos de pequeña estatura que vivían de forma marginal fuera de los dominios de la reina. Llevaron a la niña a su diminuta casa donde vivían hacinados y esta fue utilizada como criada durante años. Barría, cosía, fregaba y cocinaba sin parar hasta que los hermanos volvían de su trabajo en la mina y si en alguna ocasión por cualquier razón no encontraban a su vuelta la casa limpia y la comida a punto la niña era encerrada el resto del día en un cuarto oscuro.
No muy lejos de allí vivía otra niña solitaria, la cual tenía en buena compañía a un lobito bueno que conoció cuando aún ambos eran cachorros. Saltaban alegres y jugaban con palos y piedras. Cuando la niña fue creciendo lobito bueno seguía a la niña siempre en sus paseos por el bosque para protegerla.
Por allí merodeaba a menudo el proscrito, que para sobrevivir se había convertido en cazador y ladrón, por esos días ya contaba con antecedentes por el robo del zapato de cenicienta y la varita mágica del hada madrina, gracias a la cual consiguió su escopeta. Además de ladrón y pendenciero, tenía la fea costumbre de vituperar y vilipendiar a otros personajes de cuento: “que si la madrastra era mala, que si la reina era una bruja y además celosa…”. Era un personaje con mucho cuento que sabía venderse bien y presumía de haber salvado al abuelo de la niña de rojo de un lobo feroz, cuando era el mismo el que entraba de noche a robar en la casa de un pobre anciano que vivía solo y no podía defenderse pues permanecía postrado en su cama hasta que llegada la mañana la niña de caperuza roja iba a levantarle, asearle y darle el desayuno.
Una mañana la niña de capucha roja le dijo a lobito;
- Corre, adelántate hasta la casa de mi abuelo. Me ha puesto un whatsapp y dice que le duele mucho la tripa pues está nervioso pues ha oído ruidos esta noche en casa y cree que hay ladrones que han entrado a robar.
La sensación del abuelo era cierta, la primera vez que oyó ruidos habían entrado a robar Hansel y Gretel, que al caer la noche sintieron mucha hambre. Hurgaron en la olla de las longanizas, tomaron un trozo de pan de la despensa y prosiguieron su camino en busca de una casa con padres.
Cuando el lobo bueno llegó a la casa el cazador andaba buscando sustento en la cántara de la manteca que contenía algunas viandas.
Al oír el aullido del lobo salí corriendo, tropezó y la escopeta se disparó sola alcanzándole en una pierna -justo castigo para el malo del cuento-.
El animal se recostó al lado del abuelo para calmarle. Juntaron lomo con lomo y este le dijo:
- Lobito, lobito, que ojos más grandes tienes.
- Para vigilarte y cuidarte mejor.
Ni que decir tiene que los chismes que difundía el cazador llegaban a los oídos de la gente aburrida del pueblo, entre otros ya mencionados, también decía que una niña a la que el puso de mote Cenicienta tenía una madrastra mala que era una abusadora y tenía a la niña todo el día limpiando y viviendo entre cenizas, cuando la verdad es que la madre había adoptado a la niña con todos los papeles en regla y con mucho amor cosía para ella trajes de princesa para las fiestas de disfraces del cole.
También el maldito cazador tapaba con frecuencia los abusos del príncipe del reino vecino, que tenía la mala costumbre de envenenar con un preparando a base de burundanga a niñas y jóvenes a las que ofrecía apetitosas manzanas para luego besarlas sin su consentimiento cuando se quedaban dormidas.
Y colorín colorado, déjate de cuentos se ha acabado.

Aronbanda
Grupo B


La loba del cuento

De hoy no pasa, se dijo.
Recolocó sus pechos en el corsé rojo y con fingido gesto desvalido, atravesó la pista, sorteando un ciento de cuerpos celestes en movimiento.
Él estaba al final de la luz, con su aire despistado habitual y la mirada ausente. Algo que la invitaba una y otra vez a querer comérselo.
-Perdona, me podrías indicar la salida, me encuentro bastante mareada.
-Por supuesto, deja que te acompañe, dijo. (Al tiempo que la tomaba entre sus brazos, evitando que cayese a sus pies).
Con aire infantil y una estudiada caída de párpados, se dejó llevar.
En un giro el neón iluminó su sonrisa lobuna, se pudo ver como se vanagloriaba de su perspicacia. Mientras el chico repetía “respira, respira, tranquila... casi estamos fuera”.

Eva Hernández
Grupo A


Respiro, pestañeo, estornudo.

Mario Benedetti en su poema Últimas palabras, que aparece en el final de la introducción semanal del blog, dice que se miente como se respira, como se pestañea, como se estornuda. Y que es imperdonable mentir cuando uno emite las que pueden ser sus últimas palabras. Pues eso.

La verdad es que no sé qué contar, señor, y no comprendo qué hago aquí, ni por qué se me investiga. Es cierto que yo conducía el coche que atropelló a ese chico, pero es que él se me puso delante, saltó, perdóneme, pero creo que saltó delante buscando suicidarse. Ya ve que no traté de huir y que intenté ayudar, que llamé a una ambulancia y a la policía, que estuve junto al chico todo el tiempo y que aguanté su mirada vidriosa, incluso sus insultos, con la poca voz que tenía, que creo que ya estaba preparando su estrategia para culparme por la vergüenza que debía sentir al no haber muerto como pretendía. Al mismo tiempo que la ambulancia llegó también la policía y todos se dieron cuenta de mi afán por ayudar, por colaborar en el atestado y en que se aclarase todo. No comprendo cómo han dicho que estaba nervioso y alterado cuando soy una persona calmada, creo que no he hiperventilado en mi vida, y cuando es la primera vez que tengo un problema con la justicia. Bueno, la segunda, porque hace muchos años dijeron que conducía bebido y que iba a no sé qué exageración de velocidad que midió el radar. Pero ya pagué mi deuda con la justicia y con el tiempo recuperé mi carné de conducir. Estoy limpio. Tengo intactos mis derechos civiles.
Tampoco es cierto que yo insultase al policía que me detuvo. Ya sé que la que vale es su declaración, pero eso es algo que nos deja indefensos, que si le caes mal al agente o tiene prejuicios contra los que llevamos el pelo tan corto como yo, pues imagínese. Le dije que no era necesario que me sujetara o que me empujase hacia abajo la cabeza al entrar al coche de la policía, que estuvo a punto de lesionarme el cuello, cuando yo ni pestañeaba, y él reaccionó mal, me llamó “escoria”, lo que también quiero ahora denunciar ante usted, señor, y me amenazó con ponerme las esposas si no me callaba. Por supuesto, yo no estaba hablando.
Y, finalmente, de pasar dos noches en el calabozo, que es el lugar más frío del mundo, tengo un catarro que me sangra la nariz cada vez que estornudo. Y no es porque me meta nada, que lo dejé hace mucho tiempo, pero, perdone señor, es que las cárceles y calabozos de este país dejan mucho que desear.
He sabido que el chico declaró barbaridades en mi contra, que me lo ha dicho un amigo que tengo en los juzgados, pero yo le digo a usted que se abalanzó contra mi coche y que si salió disparado fue por el salto que dio contra el parabrisas, que me lo dejó destrozado cuando intentó suicidarse. También es mala suerte que me eligiese a mí al volante. Sé que está en la UCI y que la cosa está chunga, pero no comprendo cómo aun así mantiene una versión que no se sostiene. Yo es que no entiendo a la gente.

Juan Delgado
Grupo A


¡Cuánto invento!

Mintió cuando le robó el chupete a su hermanita pequeña, y sollozaba "mío, mío, e mío". Mintió cuando se despertó mojado, el pijama mojado, en la cama mojada, y lloraba gritando "yo no he sido, yo no he sido". Mintió cuando llegó a casa con un balón nuevo y decía que se lo había encontrado en el callejón del Tuerto. Mintió cuando presumía de que era huérfano de padre o de madre o de hermana, a la que engañaba con chuches a cambio de tocarle por debajo de la falda. Mintió cuando escondió las notas y dijo que todavía no habían salido. Mintió cuando llegó a casa, su aliento con olor a cigarrillos y él insistía "que no, que lo juro, que yo no fumo". Mintió cuando desaparecieron las mil pesetas de la lata del Colacao, las que guardaban sus padres para imprevistos. Mintió cuando besó a Rebeca, a Susana y a Consuelo, y a las tres les decía lo mismo. Falsificó el carnet para entrar en la disco. Mintió cuando se llevó el coche sin permiso. Y con él, a Rebeca, y le mintió y la convenció para hacerlo. Que no pasaba nada, se mentía a sí mismo. Mintió cuando le dio el "sí, quiero", joven e ignorante. Eso fue delante del cura y de todo el mundo. Mintió en su currículum. “¡Qué más da un currículum!” Mintió a su jefe cuando se despertaba a las diez. A su mujer le mintió mil veces. Que si esto, que si lo otro, que si una reunión del partido. ¿El Mercedes? Que se había convertido en un empresario con recursos. ¿Las vacaciones de lujo? ¡Qué menos! Mintió sobre las medidas de seguridad de aquel pobre trabajador que cayó de tres metros. Le mintió a su segunda mujer con su sensibilidad para la música, el arte y los libros. Me diréis que eso es mucho, pero pasa. Le mintió a Hacienda cada año. Falseaba documentos, permisos. Mentiría a sus amigos. No sé si ellos también mentían. Calumniaba a diestro y siniestro cuando alguien ponía sus mentiras en tela de juicio. Bulos, todos bulos. Falsedades, envidias. Más tarde incurriría en perjurio ante el juez con tal de librarse de una pena por sus delitos. Si se libraba, quizá, con el tiempo, podría llegar a ser diputado.
Mintió, mintió, mintió, mintió.
Pero, si os fijáis bien, aquí, en realidad, la única que miente soy yo. Lo anterior es un simple personaje ficticio, verosímil, quizá, pero ficticio. ¡Cuánto invento!

Marisa Sánchez
Grupo C


Mentirse

Observó su mentira,
desde el amanecer del olvido,
triste y deshabitado,
corazón solitario.
Y vivió su propio engaño,
el mundo,
donde se mecen,
los deseos de felicidad,
la indigencia
y el desatino.
Su autorretrato,
de lenguaje
con palabras vacías.
Su humillada existencia,
eran caminos recorridos
entre vallas de espinos.
Limpia senda,
ocaso de la nada.
Sintió, la vida perfecta,
y ajena.
Su propia mentira.
Un llanto amarró su corazón,
y sus lágrimas,
eclipsaron
la noche de suspiros.
Paseó su mentira,
entre gritos y aspavientos,
fingió un amor de silencio.
Y atrás quedaron la ventana del adiós,
y sus sueños,
que de mentira fueron.
Le avisaron del peligro...
cuando el tren decidió
la parada del tiempo.
Elegir entre la distancia y
la tristeza.
Abrigar los abrazos,
cobijarse,
bajo las brasas
de mantenerse en la mentira
o ser uno mismo...
Y como el árbol,
sintió la verdad de sus raíces,
fortaleza de lo cierto.

GuADAlupe
Grupo C


Galletas de mantequilla

Mi abuela es mi persona favorita. No sé cómo lo hace, pero siempre saca la mejor versión de mi misma. Sabe tantas historias que podría alimentar a cualquiera con independencia de su credo culinario.
El martes por la tarde cuando llegué a casa estaba haciendo galletas de mantequilla. Mis favoritas. El olor es suficiente para despertar el hambre de vida.
Dejé la equipación deportiva en la escalera y me dirigí a la cocina. Allí estaba ella limpiando las huellas que deja el arte de la repostería
- Hola Abu
- Hola tesoro. ¿Qué tal las piruetas?
- Difíciles como siempre, pero posibles, creo
- ¿Ya sabes cuándo será la exhibición?
- El 11 de Junio
- ¡Anda! El día de tu cumpleaños
- Si Abu, el día de mi cumpleaños
- Al final ¿Suelo o pelota?
- Los dos. Suelo individual y pelota en equipo
- Vas a tener que entrenar mucho
- Lo sé Abu, lo sé. Oye ¿Has escuchado las noticias?
- ¿Las noticias?
- Si, lo de las elecciones americanas
- Algo he oído
- Es tremendo ¿no crees?
El horno pitó. La última tanda de galletas estaba lista
Cuando fui a buscar la bandeja que usábamos siempre, ví que estaba ocupada y que, junto a ella, la paellera y la olla rebosaban galletas
- Has hecho muchas Abu
- Sí, he hecho muchas
- ¿Y eso?
- Me entretuve pensando, rumiando historias. Pero no te preocupes cariño, las comeremos todas
- Pero Abu…
- Puedes compartir con el equipo
- Si Abu… pero… ¿y en qué pensabas
- En muchas cosas Candela, en muchas cosas., pero sobretodo en el Minotauro
- ¿En el Minotauro?
- Si, ya sabes, ese monstruo hijo del engaño que se alimentaba de carne humana
- ¿El que mató Dédalo?
- No Candela, Dédalo construyó el laberinto donde encerrar el fruto de la mentira. Acabó con él Teseo, el hijo del Rey de Atenas. Un héroe que se ofreció como sacrificio y al que Ariadna ayudó entregándole un hilo con el que marcar el camino de salida si su gesta tenía éxito.
- Es verdad, es verdad ¿no fue el mismo que después abandonó a la joven en la isla de Naos?
- El mismo ¿Una galleta?
- Están buenísimas como siempre. Pero Abu ¿Por qué te has acordado de esa historia?
- No lo sé. Me acordé sin más
- Abu ¿No crees que estaría bien que en algún lugar del universo Ariadna nos regalara un hilo con el que poder encontrar el camino a….. ¡las galletas de mantequilla! Jeje… - y con tres galletas en las manos empecé a hacer malabares-
- ¡Pero Candela…! Si esa joven existiera es posible que tuviera la madeja llena de nudos, y entonces
- ¿Entonces qué?
- Entonces nada. Por cierto, Candela, te llamó Nilo. Olvidaste el móvil. Le dije que cuando llegaras lo llamabas
- ¿Nilo?
- Si. Me cae bien ese muchacho ¡Es tan patoso!

Ana Isabel Fariña
Grupo B


Un encuentro de verdad

El salón del hotel era un tanto hortera, repleto de cortinas y floreros, pero había algo bueno: camareros que no dejaban de pasar con bandejas de bebidas y algo de comida. Allí estaba Carlos Luis en la fiesta de antiguos compañeros de estudios del colegio, después de haber soportado discursos, saludos efusivos, incluso sonoros, y alguna canción desafinada de la época juvenil. Iba ya por su tercera copa y al darse la vuelta para seguir mirando a Raquel, que siempre le gustó, y que con el paso del tiempo le seguía pareciendo guapa y aún más atractiva, se encontró de bruces con aquel compañero que siempre lo sabía todo y del que no recordaba su nombre.
- Hola, ¿qué tal te va la vida? Veo que no me recuerdas, soy David.
- Ah claro, ya me acuerdo, tu fuiste el más listo, el que lo sabía todo., ¿qué tal?
- Muy bien, la verdad. Trabajo en el banco “Contigo hasta el final”, en el departamento de inversiones de alto riesgo. Me va genial. Cada día hay más gente que cree que puede hacerse rico o muy rico e invierte su dinero de forma desaprensiva: el banco y yo nos quedamos con su dinero, poco a poco, unas veces y en un santiamén, otras.
Carlos Luis, dio un trago largo a su vaso, comió un canapé y, sin saber muy bien de donde salían sus palabras, se metió de lleno en su papel. – terminé los estudios y mis ilusiones se han hecho realidad, como si fueran estrellas enviadas para mí. Con mi curriculum logré un buen trabajo; sin que me costara una especial atención me casé con una mujer estupenda, disfruto de la vida a cada instante; además, viajes y amigos. En fin, un sueño atravesando la realidad. Se despiden. David tiene prisa por reunirse con la mujer que le acompaña.

En la mesa de al lado hay una bandeja, busca un aperitivo y encuentra al simpático y gracioso de la clase: Méndez. – Oye, le dice, te he visto hablando con el más listo, no le hagas caso, es un fantasma, siempre dice que es el más feliz; nada de lo que te haya contado es verdad.

La fiesta se va apagando. Carlos Luis sigue bebiendo. Poco a poco, todos abandonan la fiesta, con sus parejas o en grupo. Vamos al Diablo Rojo, allí habrá más copas, dice alguien al salir.
Carlos Luis está cansado y un poco bebido. Decide volver a casa dando un paseo. Y lo hace despacio, resignado, le gustaría no llegar nunca. Le espera una fría habitación en un piso que comparte con personas a las que detesta. Otro fin de semana solo. El lunes volverá al trabajo mal pagado que ahora tiene; a soportar al inane y fatuo de su jefe y a escuchar sus bobadas del fin de semana en su chalet, rodeado de su familia y amigos.
Se despierta sobresaltado por unos ruidos extraños. Se levanta. Ya ha amanecido. En el salón la luz azul de la mañana se cuela por los ventanales, todo le parece luminoso y claro Se sienta, revuelve los folios que la noche anterior había escrito con letra apresurada y casi ilegible. No reconoce su escritura. Los lee despacio, Descubre que ahí está el comienzo de una historia que navega por su cabeza y que le angustia desde hace tiempo: la verdad y sus mentiras.

Toni Romano
Grupo C


Verdades y mentiras

No quiero verdades como puños, ni quiero oír la simple y cruda verdad.
No vengas con ella por delante, pues seguro que alguna espina me traerá
Yo no creo que la verdad me haga libre aunque venga de la boca de un chaval.
No la quiero ni pura ni desnuda porque ya sé que es amarga la verdad
Y, por favor, no me la digas toda, ni me digas nada más que la verdad
Consabido es que no tiene remedio, o acaso ya te olvidaste de Serrat.

Y al igual que el viejo Sabina, si tengo que elegir, entre todas tus vidas escojo
la de ese viejo truhan y embustero que se puso la patraña por sombrero
Por eso, sin dudarlo, te ruego: cuéntame la mentira más piadosa y quizás
vuelva creer en las hadas, en los Reyes Magos y en el barco de Simbad
Y si por cansancio ante mi insistencia acabaras rendido a mis antojos
a pies juntillas me creeré todo cuanto salga de tus labios hechiceros

Ya sabes lo que te pido: miente aunque la nariz te crezca, miente como hay dios,
miente como un bellaco, como una rata o miente como mienten todos los boleros.
Miénteme y dime que todavía me quieres. Que me quieres como te quiero yo.
Que me estuviste esperando todos estos años, ¿recuerdas a Johnny Guitar?
Di que aún me amas y que, aunque lo intentaras, no me conseguiste olvidar
Que algo tuyo se quedó siempre a mi lado, que nunca te llegaste a marchar.

En verdad, en verdad te pido miente, miénteme sin mesura, miénteme más y más.
De verdad, de verdad miente, miénteme sin medida, miénteme sin parar.
Miente, miente, miente, miénteme más, mucho, mucho, mucho más.

Pepe Lorenzo
Grupo B


La danza de las mentiras

“La verdad, a pesar de la vivacidad de su mirada,
concentraba en su rostro todas las arrugas cosechadas
por los primeros descendientes de Adán.
No en vano lidiaba a diario con tanto embuste.
Ella solo era una y las mentiras muchas.”

(Raclós Àragíc, dramaturgo. Wien 1953)

Asistía a aquel baile invitada como acompañante por mi prima Alethea, que a veces se empeñaba en llevarme de carabina disuasoria, en actos sociales de obligada asistencia.
A pesar de mi ceguera de nacimiento, ella recurría a mí, por mi facilidad para captar y valorar las conversaciones de fondo, que comúnmente revolotean en todo evento que se precie de tal nombre, para luego explayarnos ella y yo en posteriores ocasiones cuando quedábamos para confrontar los hechos.
Alethea, había recibido el convite para el baile que, bienalmente, celebraba la RAMUME(Real Asociación Mundial de la Mentira). Por tratarse de ella, y de lo que representaba, su asistencia era obligatoria por mera regla protocolaria no escrita.
Y allí estaba yo, en medio del jolgorio típico de este tipo de reuniones con mis antenas desplegadas, para captar el mayor número posible de comentarios y conversaciones de los asistentes. Conocía la mayoría de los timbres de las voces que podía escuchar, así como sus nombres y cargos.
Llevaba ya rato oyendo minucias, cuando comenzó el baile. Las conversaciones entre parejas o corros, fluían en corrientes de informaciones más desinhibidas y acordes con la catadura de los promotores de la fiesta. Algunas despertaron mi curiosidad. Parecía como si estuvieran compitiendo para ver quién decía la mentira más grande o elaborada y que, de paso, menospreciara las actividades de sus oponentes.
Puse mi atención en la conversación de la mentira piadosa y la patriótica:
–Piedad: Estoy excitadísima, ya tengo a gran parte de la humanidad convencida de que todo sufrimiento tiene su razón de ser. Dentro de poco, los tendré rezando para agradecer por cada mala noticia.
–Patri: ¡Ando yo empeñado en que el mundo crea lo imposible! Por ejemplo, que empleamos sus impuestos de forma apartidista y transparente.
Mientras Piedad sonreía con condescendencia, se les unió Conspiranoia, que iba tocada con un sombrero de aluminio y un traje de tela de Faraday, donde llevaba prendidos diversos emblemas del estilo lo inverosímil es lo cierto, o cambiemos la mentiras del poder, por el poder de las mentiras. Nada más llegar les espetó:
–Veo que seguís tramando minucias, cuando en realidad podíamos contar verdades que nadie cree. La forma piramidal de construir, la enseñaron los marcianos a los hombres. Desde una base en el fondo del mar, entrenaron a tortugas gigantes, que fueron las que las construyeron.
Piedad y Patri le iban a contestar a Conspiranoia, cuando apareció Descarada y comentó:
–¿ Estás loca? ¿Marcianos? Es evidente que desconoces que la ONU está controlada por una nave sita en la cara oculta de la Luna. Eso es más creíble que tus tortugas marcianas.
En ese momento Alucina y Desmedido se unieron al grupo. Alucina habló:
–¿Estáis seguros de que alguno de vosotros realmente exista? ¿No pensáis que tal vez yo sea la única mentira real en esta fiesta?
–Bueno, aquí nadie te quita el mérito de vivir en tu propio engaño, dijo Desmesurado, pero ninguno es capaz, como yo, de convencer a la humanidad de que los malos siempre reciben su castigo. La gente no hace nada contra los malos, solo espera a que alguien les dé su merecido.
–No hace falta ser tan exagerado, intervino Piadosa, yo los he convencido de que existe el amor verdadero y cuando no lo encuentran se sienten culpables.
Hubo un murmullo de general admiración, que fue roto por la llegada al corro de Marchante que dijo:
–No quiero minusvalorar vuestros logros, pero soy el responsable de que la gente use desodorantes de olor a limones del caribe, del bótox y el retinol para detener la vejez o del gin-tonic con arándanos y semilla de cardamomo e incluso de la viagra sin deseo. Básicamente inventé la tontería y encima me pagan ¿Quien puede superar eso?
Intervino entonces Esperanza, que vestía un precioso traje color esmeralda y el reflejo de su nombre pintado en el semblante. Hasta ese momento había permanecido sopesando los argumentos de unas y otros y comunicó lo siguiente:
–La verdad es que tienen mucho mérito vuestras aportaciones a la confusión humana pero, yo soy la única que, fuertemente respaldada por mis primos Perjurio y Desinformado, ha logrado que los humanos crean que va a haber un cambio cada vez que hay elecciones. Soy la mentira que sostiene a los gobiernos del mundo entero.
De pronto todos comenzaron a hablar a la vez y entre el barullo solo pude oír algunos retazos de las afirmaciones de Conspiranoia:¡La tierra es plana!¡los vigilantes desviarán el asteroide! También de Patri: Llevo milenios consiguiendo que los humanos den la vida en conflictos de intereses espurios, haciéndoles creer que es por amor a su patria.
Sobre el general parloteo se oyó la voz de Alucina:
–¿Y si en realidad…todo esto no fuera más que otra mentira? O peor aún,¿Y si nosotras somos … una parte de la verdad?
Entonces, hubo un carcajeo general, pasado el cual, Omisión, por alusiones intervino y dijo:
–No soy cómplice de nadie ni de nada, solo me limito a callar.
En ese momento mi prima Alethea, se acercó al corro, y los saludó diciendo:
–Queridas amigas, ¿seguís creyendo que la humanidad va a ser tan estúpida, que nunca se de cuenta de la esclavitud a la que la arrastráis?
Entonces Raquítica, una liliputiense muy maquillada, que tenía más soberbia qué tamaño, y a la que por su absoluto mutismo yo no había percibido, arrastró sus deformes piernas, supongo que para ponerse ante Alethea y le dijo:
–¿En verdad te crees única?¿ No te das cuenta que no interesas a nadie? Eres implacable, rigurosa, inflexible y a veces cruel. Tan…directa y aburrida. A los humanos les gustan las cosas más…especiadas. Todos sabemos que solo duras unos minutos antes de que alguien te adorne, te suavice, o te convierta en meme. Dando la espalda a Alethea, arengó sus compañeras y les gritó:
–¡Dejemos a esta perdedora a solas y vayámonos a brindar con agua de la fuente de la eterna juventud! Todos los concurrentes prorrumpieron en vítores y aplausos ante la diatriba y posterior propuesta de Raquítica.
Alethea esbozó una amplia sonrisa y dirigiéndose al grupo sin amilanarse les dijo:
–No olvidéis nunca que, solo hace falta una pizca de mí para haceros desaparecer, o bien para triunfar, pues solo revestidas de verdad alcanzáis vuestro propósito. Me odiáis porque dependéis de mi existencia.
La advertencia resonó como un mazazo que provocó un clamor de silencio en la estancia, por lo que pude oír perfectamente los pasos de Alethea acercándose hacia donde yo me encontraba. Fue entonces cuando di por concluida la audiencia.

Ráclos Aragic Roisec Jr.  Budapest 2024/11/11
Grupo A  


Mentiras

Miénteme, engáñame con la verdad, la razón.
Así te pierdes por la boca, pero te salvas por el corazón.

Los Suaves



A veces lanzo al aire una mentira muy descarada. Hay que tener la mirada serena y la sonrisa socarrona, ese punto de confianza en uno mismo que permita dudar a la otra persona. Ahí radica la belleza de la mentira bien contada: el aplomo del gesto y el poso de una verdad plausible que ejerza de base.
Sin embargo, a mí no me gusta contar mentiras. Yo prefiero las medias verdades. Esas que te salvan de desnudarte con una verdad dolorosa. Por eso ahora noto la tensión en la comisura de los labios y el remolino en las entrañas, debatiéndome entre la mentira pura y dura y la verdad a medias, porque la verdad no está entre mis opciones.
—Estate tranquilo: estoy convencida de que nunca encontrarán el cuerpo sin ayuda.
Él parece liberarse de un peso invisible al escuchar mis palabras, completamente ignorante de que ya he contactado de forma anónima con la policía.

Sara GL Terrén
Grupo C


Mentira dulce

Mentira que aprovecha no es pecado.
Esta frase de mi madre me ha sido muy útil para diferenciar las mentiras más reprobables de aquellas que en base al fin que persiguen, no lo son tanto. No sé si ya conocía esta frase cuando ocurrió lo que relataré a continuación, pero quizá hubiera actuado de la misma forma.
Empezaré por decir que me encanta el queso, en cualquiera de sus variedades. Sin embargo, la tarta de queso me parece un invento extraño. El queso no es dulce. Lo meten en una masa dulce y le quitan su sabor. Además, esa masa puede tener textura de flan, lo que hace que para mí sea directamente incomestible. En contadísimas ocasiones, he podido disfrutar de una buena tarta de queso, con sabor a queso de verdad. En esos casos, los golosos protestan porque la tarta de queso sabe mucho a queso, valga la contradicción. Será que no les gusta. Puede pasarles lo que a mí con la cerveza, que como no me gusta, la tomo con limón. También está el caso de los que prefieren el chocolate blanco al negro. Pienso que no les gusta el chocolate, porque el blanco no tiene esa categoría.
Dejo a un lado las discusiones culinarias y me centro en lo que quiero contar.
Hace muchos años yo estaba estudiando en Madrid y volvía a casa los fines de semana. En una ocasión, mi madre me anunció con su tono habitual de darme una sorpresa que había comprado una cosa muy rica para mí: una tarta de queso. Era la primera vez que ella la veía. Entonces no eran nada habituales. No las ponían en los restaurantes y al menos yo, no había escuchado hablar de ellas.
La probé y no me gustó. No sé cómo no me lo notaron en la cara, porque me han dicho que soy bastante expresiva cuando algo no me gusta.
El caso es que mentí miserablemente para no defraudar a mi madre. Lo peor fue la consecuencia de aquella mentira: un montón de tartas de queso que me comí con la misma resignación otros tantos fines de semana.
Pasado un tiempo, mi madre dejó de llevar a casa aquellas tartas, quizá porque las dejaron de llevar a la carnicería donde las compraba.
Cuando yo me había olvidado de aquel episodio, en el cumpleaños de una de mis hermanas, volvió a aparecer la tarta de queso, esta vez casera. Reaccioné instintivamente y dije sin contemplaciones que no me gustaba. Mi madre se dio cuenta y a partir de entonces, tenemos una anécdota divertida para contar.
Yo aprendí la lección: no he vuelto a mentir sobre lo que no me gusta comer. Quien me conoce, ya sabe que soy muy rara para los postres y no intenta agradarme con ellos.

Teresa Sanz
Grupo B


Carne rebozada para cenar

En la cocina hace frío. Ayer de tarde hacía calor, pero hoy me he levanté aún medio enredado en las sábanos y no pensé en el frío que calaría las paredes de la casa al llegar las nueve y media de la noche.
Me senté en una silla de madera mucho más rígida de lo que parecía a golpe de vista y esperé. Diez minutos, veinte minutos, treinta minutos. Media hora. Mi estómago crujía al compás de las agujas del reloj. ¿Cuándo se iba a abrir la puerta? Tendría que haberse abierto hace ya… media hora. No podía esperar más.
Me levanté y caminé. La nevera podría haber sido Japón y la silla España. Abrí la puerta del electrodoméstico y me golpeó en la cara un frío más frío que el del resto de la casa. Un tupper con filetes rebozados. Esa fue la promesa de la cena. Busqué y rebusqué entre la leche fría, el caldo comprado, el embutido abierto, la fruta poniéndose mala y no encontré nada.
Di media vuelta y abrí la puerta del armario. Macarrones, macarrones, macarrones. Pota, agua, hervir, sal. Sartén, nata, queso rallado. Colador, plato hondo, tenedor mezclar. Abrir boca, macarrón, masticar. Baño, cepillo, pasta de dientes, agua. Pijama, ropa en la silla, cama deshecha. Manta, calor. Una de la mañana, foto en la mesita, una esquela doblada. La certeza de que no volverá.

Sofia Sánchez Meléndez
Grupo C