que roen los corazones.
Si te he visto no me acuerdo,
me han roído este recuerdo.
Raúl Vacas
Abecé diario, Ala Delta (Edelvives)
La sesión del lunes, 21 de enero, estuvo inspirada en una actividad que Federico Martin Nebras realizó en Madrid con los miembros del Seminario Ana Pelegrín, de Acción Educativa.
El objetivo principal de dicha sesión era ponernos en contacto con los recuerdos y viajar hacia atrás en nuestra línea del tiempo. Para ello cada asistente acudió con varias fotografías, de momentos diferentes de su vida.
Hubo quien comentó curiosidades, anécdotas, momentos revividos... fue una sesión familiar en la que nos conocimos un poco más de cerca.
Cada cual contó cosas de sí mismo en forma de aleluyas, limerick y otros envases literarios, primero de una forma mucho más encorsertada pues tenían que atender a la disposición de los versos, al número de sílabas y a la rima pero también de forma mucho más espontánea y abierta después, sin ningún tipo de restricción o de pauta métrica.
Las aleluyas nos permitieron conectar con palabras las diversas imágenes en un breve cómic de nuestras vidas. El limerick nos acercó a nuestra caricatura, a nuestra imagen más extravagante o extraña. Y el texto abierto, en forma de monólogo, diálogo o reflexión, nos permitió poner en contacto al adulto con el niño, burlando las coordenadas espacio-tiempo.
Tal y cómo afirmó Federico en aquella sesión, "las imágenes (fotografías) son la mejor manera de leernos y desleernos". De ahí que tratásemos de fijarnos en los pequeños detalles de cada foto como la mirada o el gesto. Y de ahí, sin apenas impulso, al papel.
En el diálogo niño-adulto procuramos reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre la fugacidad de las cosas, sobre el camino que recorrió cada cual, sobre expectativas cumplidas o desechadas.
En esta ocasión la ficción quedó a un lado para dar paso a la realidad.
Estos son los trabajos de nuestros artistas:
Familia Martín Martín, año
1956.
El que está en brazos soy yo, “Vicentito”
El que está en brazos soy yo, “Vicentito”
Diálogo con Vicentito
Vicente: ¡Qué agustito en brazos de Mamá, eh…! “Too rollizo”.
Vicentito: ¡Gu…!
Vicente: Han pasado muchos años (tantos como 57) y muchas cosas… me he ganado la vida trabajando en la banca, ya me han prejubilado (muy joven… en fin), tengo una familia (un hijo), vivo bien, disfruto lo que puedo.
Vicentito: ¡Gu…Gu!
Vicente: ¡Vaya Mamá que hemos tenido!, la mejor, “Vicentito”, que no te quepa duda… Todo, todo se lo debemos a ella, tuvo que repartir su cariño entre nueve (en la foto falta el pequeño que todavía no había llegado), a ninguno nos faltó… sus cuidados, sus desvelos, su ternura… una “super-woman” auténtica… aunque hace 26 años que se fue, está muy dentro… muy dentro “Vicentito”, aquí para siempre…
Vicentito: ¡Gu…gu…guay!
Vicente: Papá tuvo que trabajar duro… la vida no era fácil, ahora tampoco. Apenas tenía 20 años cuando se nos fue… también está en nuestro corazón.
Vicentito: ¡Gu…gu…guapo yo!
Vicente: De pequeño sí, guapo, pero luego la nariz creció y la estatura ¡ejem!... ahora peino canas y me he dejado una barbita blanca, no he engordado demasiado, intento cuidarme…
Vicentito: ¡Gu…gu…güeno tú?
Vicente: Un santo no soy, busco ser lo que se entiende por “buena gente”, todos los hermanos creo que somos buena gente. Por cierto se les ve a todos bien guapos… a mí me lo parece. Hace dos años hicimos un libro/folleto familiar “Lejos y juntos”, lo presentamos durante una comida en un restaurante de Escurial de la Sierra, pueblo de Mamá. El 23 de agosto de 2011 en la pág. 21 del Adelanto de Salamanca, apareció una nota de prensa con la foto de los nueve…
Vicentito: ¡Gu…gu…guau!
Vicente: También hice una marcha andando desde Narros de Matalayegua, pueblo donde nació Papá, a Escurial, unos 15 kmts., me acompañaron 2 hermanas y un cuñado, para sentir las raíces de nuestros padres…
Vicentito: ¡Gu…gu…guachi!
Vicente: Te dejo “Vicentito”, voy a seguir viviendo y disfrutando lo que pueda. Hasta que nos encontremos algún día allá por el infinito donde el espacio/tiempo se confunde.
Vicentito: ¡Gu…gu…güenas!
Vicente M. Martín
Unos dieciocho o
diecinueve años debo de tener en esta foto. La sacó un chico del pueblo, un
verano en que me fui sola, rebuscando en mis orígenes, pero no le estoy mirando
a él, estoy mirando a mi padre, a cientos de kilómetros de allí, y le estoy diciendo :
« Mírame papá, estoy en tu pueblo, he vuelto a tu pueblo».
Mi padre iba a
cumplir diez años cuando tuvo que dejar su país a sus espaldas, cortar con sus
raíces, separarse de sus primos queridos y salir con su madre y sus hermanos
pequeños para juntarse con mi abuelo que ya había pasado la frontera para ir a
trabajar a Francia.
Dejó allí sus
juegos inocentes y felices a orillas del Ebro, se llevó el río las risas que
compartía con los Angelitos, Rafa y Lolita, y nunca olvidaría su adiós
desgarrador en el andén de la estación.
Un poco más de
treinta años pasaron desde el momento en que él, como queriendo dejar una
huella de su infancia, pintó de rojo su nombre en la pared detrás de su casa y
el momento en que está sacada la foto. Y delante de la inscripción que aún
sigue visible a pesar de la mancha que con los años ha ido tapando la mitad de
su identidad, miro a mi padre y le estoy diciendo : « Mírame Manolín,
aquí estoy, orgullosa de lo que fuiste ayer y de lo que soy en este día, y si cierro
los ojos y dejo que afluyan los recuerdos puedo ver al niño que eras entonces.
Estás detrás de cada calle, jugando al escondite, pateando la pelota, o
corriendo detrás de un aro de rueda en medio de un nubarrón de niños.
Y aunque las
lágrimas que parecen deslizarse por la pared siguen señalando los tristes
acontecimientos de aquellos tiempos hoy puedes mirar hacia atrás y dejarte
llevar por el pasado ».
No podíamos saber
ni él ni yo que años después tendría nietos que hablan tan bien español como
aquel niño que correteaba despreocupado
y alegre con sus primos. Hoy tiene tres nietos que cada mañana se despiertan
con la ilusión de juntarse inconscientes, pero sobre todo libres, con sus
compañeros en el cole , cuyos abuelos tienen un trozo de su historia
parecido a la suya.
Eso sí, lejos de
sus primos, de sus tíos y de sus abuelos.
Y es que la
historia, a veces, se repite.
Aquí una foto
sacada el mismo año con la hija de Lolita delante de la casa de nuestros
bisabuelos:
Sara Pérez
Foto 1
PAREADOS DE LAS TRES FOTOS
1.- Un chaval de gesto ausente /en mi memoria aún presente.
2.- Una visión borrosa / de la mujer más maravillosa.
3.- El gesto emocionado / ante el ser recién creado.
Foto 2
LIMERICK (de la foto 2)
Una mujer sonriente
algo esquiva y algo ausente
cruza la mano en su cara
y la foto ¿estropeada?.
¡Fantasmagórico presente!
DIÁLOGO DE LA FOTO MÁS ANTIGUA CON LA ACTUAL (foto 1)
Tienes justamente el doble de edad. ¡Ya te vale tío, y soy
tu foto más antigua! Estoy sentado en una playa gallega. ¡Quien me iba a decir
a mi que ibas a volver a sentarte 18 años después en una playa de Galicia!
Sigues teniendo la mirada perdida, al menos a ratos, sigues siendo una “ciclogéneis
explosiva”, aunque entonces no sabíamos que se llamaba así. Vuelves a estar
loco, mi trabajo me ha costado. Creo que del esfuerzo hemos perdido el pelo.
Aunque no te importa. Lo que aguantaste para dejártelo crecer y luego lo dejas
así antes de que se cayera. Eso no te lo perdono. Bueno, no nos perdonamos
muchas cosas, ni tu ni yo. Aunque las canas te han enseñado a llevarte con el
tipo del espejo. Yo no sabía. Era joven, esa es mi disculpa. Tú eres un abuelo.
Yo no me gustaba, tú aún no sabes si te gustas, aunque ambos disimulamos bien.
Si no nos reconocemos nuestros méritos, ¿quién va a hacerlo? Los dos
escribimos, pero yo para pegarme a la tierra, tú para despegar de ella. Así que
no sé si nos debemos algo más que la ortografía. Al menos me has librado de la epitetomanía del padre Mayo, aunque no
sepas si gracias a Dios. Yo lo tenía claro, se ve que tú no tenías bastantes
líos en la cabeza. No aprendemos. Menos mal que no queremos llegar a viejos.
Miguel Ángel Pérez
Apoyada sobre el cuento del Pastorcillo mentiroso del Libro de Lectura y Comprensión que se encuentra abierto sobre el pupitre de la clase de 3ªB de EGB del Colegio Para Niñas Santa Teresa de Jesús.
Las manos regordetas colocadas en paralelo emergen de un jersey a pico verde con las coderas en los vértices del pupitre que forman el lado mayor de un cuadrilátero irregular con pelo rubio y ojos azules.
Una niña, muy justita de edad, se baña tranquila en el Charco de El Piélago colgada de un flotador blanco.
Es la más chica de las tres. La segunda muchachita más sabionda chapotea y sonríe, la tercera ignora el cuadro. Solo la chiquita mira obediente a aquella mujer de Madrid, que no sabía muy bien quién era, con aquel aparato que la retrata.
Limerick
A un globo me subo en Orduña
en el cesto hay, “uñas” y “pezuñas”.
Hoy soy reina del viento
en un cielo sin tiempo.
Vomito lastre. Me desenfurruña.
Aleluyas
Sentada en tu sonrisa
la vida no tiene prisa.
Salí de ver “el soplao”
con hambre de pan y “prao”
La gran sorpresa del globo
me pilló fuera del globo
La princesa con cara
de luna llena
Erase una vez… Una princesa con
cara de luna llena. Su madre, era una estrella que se hizo humana por amor a un
trovador loco, que cultivaba partituras en la cocina y soñaba con ser nota. Ser
nota y volar.
La princesa tenía una hermana muy,
muy mayor; que quería ser maga. Una gran maga. Por ello, preparaba día y noche,
la pócima de la felicidad. Un brebaje humeante, casi siempre apestoso, que
consumido a la hora adecuada por la persona adecuada, despertaría, según ella,
el recuerdo de un mapa. El mapa de los mapas. El mapa que conoce el camino de
regreso al Edén.
Juntos, vivían en “palacio”. Un
habitáculo pequeño y muy muy modesto.
A la princesita le gustaba, ¡y
cómo!, esconderse; esperar en cualquier lugar -convencida de su invisibilidad-
a que la encontraran; contener la risa y el aire con sus dedos diminutos
mientras llegaban, y desbordarse a carcajadas en manos de quien la descubriera.
Eso y columpiarse. Bueno, y que le contaran cuentos después de tomar un chocolate
caliente. También le gustaba que le contaran cuentos después de tomar un
chocolate caliente.
Un día… mientras la estrella
iluminaba pentagramas y escondía mapas en las pócimas mágicas… la pequeña
decidió esconderse en el jardín que veía desde la ventana de su cuarto.
Era tierra de mayores.
Su madre siempre decía que para
disfrutar de esa tierra había que tener los ojos limpios y el corazón caliente.
Que de no ser así, todo sería veneno de amapola… Plantas carnívoras y veneno de
amapola.
Con esas palabras bailando en su
cabeza, cruzó el umbral a uña de caballo.“No podía pasar nada” repetía una y
otra vez. Ella, sólo quería un lugar, un lugar donde esconderse y esperar.
Frente a la cancela se extendía un camino. Olía bien. Le pareció bonito y lo
siguió. Allí, todos los árboles eran de pan y chocolate; y de sus ramas pendían
preciosos columpios de colores y tamaños extraños. Cerca de uno de los
balancines, había un elefante que se bañaba en helado de fresa y que cuando
alguien se acercaba a él, le duchaba con
su trompa mientras unos cocodrilos con
gorritos de cumpleaños se reían a carcajadas y cinco mariposas batían sus alas
frenéticamente. De ese batir aplausos, nacían colores que un calamar rechoncho
recogía y guardaba en la boca de un pelícano, con la intención de pintar a una
hipopótoma con tonos vivos. Pero sólo le salía un color: el gris pardusco; y
era mate; y la hipopótoma le regañaba porque ella quería tener el aspecto de la
estrella de mar que brilla en los corales. Junto a ellos, unos cerditos vestidos
de cebra jugaban al futbol contra unos leones que recogían su espesa melena en
una coleta alta para tener “mejor visión del juego”. Mientras, unas vacas con
pompones bailaban con unas gatitas ataviadas de tutú un ritmo rápido que la
princesa no reconocía; y una gallina, ¡una gallina violeta! tejía gorros rojos de
piloto en forma de cresta para los palomos calvos que estaban de servicio y una
zarigüella; que se desperezaba plácidamente -ajena al bullicio que la rodeaba-;
se limpiaba los ojos con un algodón de azucar.
Un poquito más allá; antes de
llegar al río de azucar que fluye bajo los limonares…, allá; donde se citaban
las jirafas con los jilgueros…se oía, como una voz ronca relataba una historia.
Era un cuervo negro como su cuarto a al hora de dormir. Tenía un parche en el
ojo izquierdo y una de sus alas era un garfío de acero. Muchas de sus plumas
estaban en mal estado y un esparadrapo las cubría. Unas crias de avestruz le
escuchaban; a sus pies, se abrían miles de agujeros donde esos bebés de cuello
largo, intermitentemente –según el tono
de la narración-, enterraban por completo sus cabezas. La historia era sobre
arañas… sobre serpientes… sobre cucarachas que se comen la luz….sobre páramos arrasados donde no había sitio para la risa ….
Sonaba tan terriblemente terrorífica que se quedó a escuchar, y como era
habitual, se durmió.
Cuando se despertó…, todo había
cambiado.
Olía a hielo. Los pocos árboles
que se veían, se erguían descarnados sobre un campo de amapolas grises. De sus
ramas colgaban arañas, tarántulas grandes como rinocerontes, que la miraban con
ojos de mosca y exhibían amenazadoras sus horribles ocho patas de palo. Por sus troncos, reptaban
serpientes gordas como morsas que escupían un líquido color añil que al tocar
el suelo lo trasformaban en lava. Lava que al instante se congelaba formando
figuras aterradoras de las que manaban hormigas sin cabeza y andar marcial.
Serpientes, arañas y hormigas se desplazaban cada vez que
escuchaban el trueno de un cuerno. Iban a cazar y estaban cerca, muy muy cerca
de ella.
De repente, oscureció.
Un ejército de cucarachas
voladoras -con parches en su antena izquierda- había tomado el cielo. Planeaban
en formación cerrada. Se preparaba una
guerra. Se disputaban la caza.
Sin nada de luz. Con todo el frio… Conoció el miedo.
Las arañas se acercaban cada vez
más. Rozaban sus patas secas y babeaban de
gusto: saboreaban su victoria.
Ella no podía moverse. Las
piernas no le respondían. Se arrastró como pudo hasta lo que parecía un tocón alto.
Se sentó junto a él, de espaldas a él. Estaba pringoso, como si sudara, como si
sudara mucho.
No había respirado aún, cuando notó
como algo se enroscaba suavemente alrededor de sus brazos… de sus piernas…de su
cintura….. y que ese algo, era algo vivo que brotaba del suelo y la iba atando a lo que ella pensó eran los
restos de un árbol…Luchaba por desasirse de su abrazó, cuando de repente…. ¡la
mordió!….
Como pudo, escapó.
Sus piernas volvieron a ser suyas
y corrió. Corrió esquivando en su carrera a un montón de similares con iguales
intenciones. Al fijarse bien, supo que sus perseguidores eran plantas carnívoras. ¡Plantas carnívoras! Nada
tenía sentido. Todo tenía sentido.
La mala suerte quiso que
tropezara con un erizo –el único ser vivo que debía de quedar por aquel
infierno- y cayó, y se golpeó y al golpearse tan fuerte, perdió una vez más el
dominio de su voluntad. Oía lo que decía el viento, el viento que acariciaba a
las amapolas: “Vienen las serpientes” “Se acercan las arañas” “Te quitarán los
ojos” “se comerán tu corazón” “Te vestirán con telas color añil” “Serás amapola
gris” “otra amapola gris”…. no se podía mover. Estaba envenenada…
Al cabo de un rato, dejó de oir y
poco a poco, empezó a olvidar quien era, como todas las amapolas
Un Verderón que lo había visto
todo, aprovechando su letargo; se posó en su hombro. Tenía el Verderón los ojos
limpios y el corazón caliente. Abrió su pico y brotó una nota que volaba libre
alrededor de “luna llena”. Abrió su plumaje y extrajo una pócima humeante, un
brebaje apestoso. Era la hora adecuada. Era la persona adecuada.
Con la puntita de una de sus alas
extendió unas gotas sobre los labios de la princesa. Y la princesita abrió los
ojos.
Un precioso mapa invadió el
espacio. Era el mapa de los mapas. El mapa que conoce el camino de regreso al
Edén.
Frente a ella se extendía un
camino. Olía bien. Le pareció bonito y lo siguió. Todos los árboles eran de pan
y chocolate y de sus ramas pendían preciosos columpios de colores y tamaños
ex…..
En “palacio” todo seguía igual.
Una estrella iluminaba
pentagramas y colocaba mapas debajo de pócimas mágicas.
Viendo su madre que la princesa
lloraba, la abrazó muy fuerte mientras le susurraba “Para disfrutar de esa
tierra hay que tener los ojos limpios y el corazón caliente “. Entonces “luna
llena” se columpió una vez más en su sonrisa
y supo cómo sería la próxima vez que atravesara el umbral. Conocía su
secreto. Un secreto secreto.
Porque has de saber princesa, que los columpios, los cuervos y los
verderones sólo existirán si tú les dejas existir. Si tú les creas y en tanto
creas en lo que creas. El jardín que ahora ves desde tu cuarto, ese con el que
fantaseas, será tan fértil o esteril
como tú lo pintes. Recuerda que la desconfianza ahoga los colores y que dos más
dos a veces son cinco menos uno. Te quiero.
Cuando terminé de contarme esta historia a mi misma; cuando “mi yo niña”
estaba a punto de dormirse –como era habitual-; la pequeña dijo: “Yo también te
quiero Ana”, y lloré. Nunca le dije que yo era ella.
Ana Isabel Fariña
Ana Isabel Fariña
Apoyada sobre el cuento del Pastorcillo mentiroso del Libro de Lectura y Comprensión que se encuentra abierto sobre el pupitre de la clase de 3ªB de EGB del Colegio Para Niñas Santa Teresa de Jesús.
Las manos regordetas colocadas en paralelo emergen de un jersey a pico verde con las coderas en los vértices del pupitre que forman el lado mayor de un cuadrilátero irregular con pelo rubio y ojos azules.
Una niña, muy justita de edad, se baña tranquila en el Charco de El Piélago colgada de un flotador blanco.
Es la más chica de las tres. La segunda muchachita más sabionda chapotea y sonríe, la tercera ignora el cuadro. Solo la chiquita mira obediente a aquella mujer de Madrid, que no sabía muy bien quién era, con aquel aparato que la retrata.
Antonia Oliva
Comentar que la 1 y la tres están cambiadas.
ResponderEliminarY agradecer a Vicente y a Sara el haber escrito desde tan dentro.