Tomamos como punto de partida el Cuento de Navidad de Charles Dickens. Recomendamos algunos libros como La otra Navidad de Papá Noél y Los doce terrores de la Navidad. Analizamos algunos textos como "Christmas story" de Niall Binns y uno de los poemas de Navidad de Joseph Brodsky pero nos centramos en "El cuento de Navidad de Auggie Wren" de Paul Auster.
Esta historia publicada en The New York Times el 25 de diciembre de 1990, fue llevada al cine por Wayne Wang quien propuso a Paul Auster que escribiera el guión de la película. El resultado fue la película Smoke. Dejamos aquí varios fragmentos de la película y el cuento con que acaba el filme.
La propuesta de escritura de esta sesión consistió en escribir un cuento o un poema sobre la Navidad pero sin incurrir en los tópicos propios de estas fechas.
Estas son las tareas de algunos de los participantes en el taller
No sabía por qué lloraba. Mi cuajo iba en aumento. Algunas imágenes volvían, subían a un "sobrao", los peldaños llenos de zapatos. Allí, esperaba una mesa, una mesa junto a otra mesa y miles de velas iluminándola. La sopa se vertía en platos de una vez al año. Había una casa, una casa grande y muchos hermanos, una estufa a gas y un pandero, un pandero con cascabeles. Tal vez era el pavo que hace unos días paseaba ufano por la galería, el que ahora desnudo y dorado se paseaba por unos platos de una vez al año. También había sidra. Y se podía beber. Se podía tomar sidra, sidra con el sabor inolvidable de una vez al año.
Vicente M. Martín
Nace el pensamiento
La noche teje los recuerdos
con hálitos de voz.
Pensamientos de paz
navegan en la calle,
crean sensaciones
bajo el canto del amor.
Melódico sabor a Noche Buena
destruye la tristeza
con cálidas palabras
en el gélido latir de un Nuevo Ser.
Álbum de horas en silencio
despierta la mañana,
nace una nueva realidad
para sellar la verdad en nuestra vida.
Amanece,
el Misterio de Jesús se hace presente.
Fuente de palabras
merodea en su imagen.
Cometa de versos
despierta melodías
tatuadas de creación.
Tez de vida,
acaricia la mañana,
mensajera de los días,
vestida de Navidad,
barniz de amor
en el corazón de la mente.
Sofía Montero
Otra Navidad
El coche de línea, se alejaba lentamente de la estación de autobuses, dejando un olor a gasoil por donde pasaba. La combustión del motor no era correcta y los gases se expandían contaminando el aire y los pulmones de las personas que lo inhalaban.
Leo, se sentó en su siento preferido, en el número 2, cerca del conductor, lo que le permitía ver la carretera y las localidades por donde transcurría el viaje.
Acababa de cumplir 14 años, y durante los últimos cinco, en Navidad siempre hacía el mismo recorrido. El día 24 su padre le montaba en el autobús en Salamanca y su madre lo recibía en Zamora. Allí estaba hasta el día 31, para hacer el trayecto en sentido contrario.
Según iba cumpliendo años, Leo lo iba pasando peor, y aunque tenía dos familias que lo querían muchísimo, cuando escribía a los Reyes Magos, siempre les decía lo mismo: ! No quiero juguetes, quiero ver a mis padres juntos !.
Luis Iglesias
La corbeta
Existe un país más allá del horizonte donde la magia vive libre. Es el país de los muñecos de nieve. Mires donde mires, bufandas de colores, sombreros de copa, narices de zanahoria, y ojos redondos y grandes como botones grandes y redondos se mueven. Si miras con perspectiva, desde la rama más alta del abeto que les alimenta, el espectáculo siempre es luminoso. Cuerpos gordotes salpicados de tintes llamativos bailan sobre un lienzo siempre blanco. Suelen llevar los brazos pegados al tronco, tan pegados que parece que no los tuvieran. Cuando la alegría les desborda los extienden. Solo entonces se puede ver la rama fina de la que están hechos. Un brote eternamente tierno, en apariencia fácil de quebrar.
Sé que sabéis de lo que os hablo, porque todos en alguna ocasión hemos visitado sus tierras.
Pues bien, cuenta la leyenda, que un día, su fina línea acogió un buque extraviado. Un navío de sal. Una corbeta negra como la agonía
Cuando sus tripulantes descendieron con sus relucientes zapatos de piel de cabra, sus levitas distinguidas y sus sombreros elegantes, nadie podía sospechar que tras sus gentiles formas se escondía la promesa de una desgracia inmensa.
Cortos de vista, nada más pisar el suelo de ese país -por olvidado- recién hallado, ajustaron sus quevedos a sus prominentes narices, como si de algún modo merced a ese gesto rutinario, el artificio binocular pudiera aumentar su visión, y con ello, hacerles comprender cuanto presenciaban. Ninguno sabía, a pesar de su avanzada edad y sus dilatados estudios, que los ojos solo ven cuando son libres para hacerlo. Por eso, precisamente por eso, por esa invisible tiranía que les dominaba, por esa ceguera inconsciente que paseaban, por mucho que miraron y remiraron a su alrededor no vieron. Para ellos, para todos ellos, el lugar al que una deriva inesperada les había guiado era absurdo, carecía de fundamentos sólidos, no había argumentación alguna que con una mínima coherencia sustentara su existencia. Tarde o temprano, la nieve siempre se deshace. No es posible que los muñecos hablen. Tampoco que jueguen entre ellos. Menos que se abracen o te abracen... Los abetos no tienen luces. La dicha es una flor ficticia con la que se engaña a los niños, a los débiles y a los ignorantes.
Durante cuarenta días y cuarenta noches, en grupo y por separado, revisaron los anales más antiguos, consultaron cientos y miles, miles y cientos de libros secretos y profundos manuales, tomaron anotaciones, interpretaron y reinterpretaron sus apuntes, cotejaron sus juicios... la conclusión fue unánime. Había que acabar con esa ilusión que les rodeaba. Ellos eran hombres formados, auténticos eruditos, sujetos con la claridad y el sentido suficiente para no sucumbir a la fantasía, quimera que maquilla la realidad con falsos malabares. Y había que hacerlo porque no todos, no todos los humanos "desgraciadamente" poseían idéntica condición. De llegar allí como ellos habían llegado, arrastrados por una corriente inesperada... Había que salvarlos.
Alrededor de una opulenta mesa, entre exquisitos bocados y copas deliciosas, se organizaron. Su plan de trabajo era sencillo y eficaz.
No podía fallar.
No podían fallar.
En cuanto la digestión de los manjares con los que copiosamente se habían regalado se lo permitiera, ellos mismos, con sus propias manos, talarían los abetos, después, secarían su madera. Cortada y seca, le prenderían fuego. Una hoguera enorme pondría fin a ese espejismo cálido. Sus llamas harían de la nieve, agua. De ese lugar, no quedaría nada, absolutamente nada. Después con la satisfacción que produce el trabajo bien hecho y el deber cumplido, proseguirían su marcha.
Y así fue.
Aún estaba el sol alto cuando las hachas entonaron su réquiem.
En poco tiempo, la masacre estaba consumada.
Al menos, eso es lo que los ancianos pensaban.
Llegó la noche, y mientras el sueño les reponía de su funesta hazaña, una estrella que dormía, despertó.
Su brillo rompió la oscuridad. El cielo se rasgó y por sus fisuras descendieron un reno de ocho patas al que le brillaba la nariz, y un camello de tres cabezas tres veces coronado. El reno, lo montaba un abuelito barbudo y panzón. Unas alforjas rojas repletas de nieve eran el resto de su carga. Sin que nadie les viera, la esparcieron por el horizonte. El camello lo conducían tres magos. Unos cofres repletos de semillas de imposibles, zanahorias, botones, gorros y bufandas eran todo su tesoro. Sin que nadie les viera, las esparcieron por el horizonte. La tierra, confiada les esperaba.
En un nada y por un nada, se dibujaron una vez más, cordilleras blancas, inmaculadas. Por sus enormes laderas con la intermitencia rítmica de una danza mágica, comenzaron a descender bolas que rodaban y rodaban hasta que de tres en tres se juntaban. Al tiempo, por el surco que descendían, cientos y miles, miles y cientos de abetos nacían y se estiraban. El espectáculo, desde sus ramas más altas, era una vez más luminoso. Cuerpos gordotes a merced del viento, se iban salpicando de tintes llamativos y bailaban sobre un lienzo de papel eternamente virgen.
Al despertar, desde la cubierta, los científicos ataviados con sus pantuflas de piel forradas de lana, sus pijamas de cuerpo entero con botonadura nacarada, sus batines de seda y sus gorros de dormir a juego con las gafas, contemplaban el paisaje que les rodeaba. Todo era igual, incluso más hermoso que antes que sus hachas cantaran a coro la canción que sus razonables estudios les mostraron como la más acertada.
Durante dos días y cincuenta noches "Imposible" fue la única palabra que se escuchó en la corbeta extraviada.
La mañana del tercer día, la niebla abordó su navío y sin que el buque o sus tripulantes lo apreciaran, les envolvió con una tupida manta. Cuando la bruma desapareció, el horizonte estaba de nuevo lejos y ellos navegaban camino de casa.
Ninguno se atrevió a tirar el pequeño abeto que sin saber cómo había aparecido en sus camerinos.
Cuando llegaron a puerto, se dispersaron. De su brazo derecho colgaba una valija de libros, de la izquierda un árbol. El árbol de la vida le llamaban.
Nunca más volvieron al país que existe mas allá del horizonte, al país donde la magia vive libre, pero todos ellos antes de morir dejaron como único testamento una carta. En ella, con letra bien clara escribieron:
"La magia existe.
Una semilla de alegría desnuda que se comparte.
Todos los muñecos de nieve lo saben.
No hay fuego que la reduzca. No hay frio que la mate.
Son sus brazos, abrazos cálidos que se desbordan, sarmientos de madera tierna,
aparentemente frágiles.
Comprobarlo es fácil. Solo hay que creer en ella. Concebir su posibilidad de forma
inmaculada. Evitar que la duda empañe su nacimiento y entregarse.
La confianza es una estrella que no conoce mas palacio que el calor de una bufanda,
de un pañuelo de lana vestido con colores imposibles que dichoso baila. Blanco es su escenario. Rítmica su eterna y virginal danza.
La vida nace para ti "nativitate", cuando lo descubres y te descubres.
Noche tras noche, un camello de tres cabezas y un reno de ocho patas vuelan sobre
las llamas. Entonces, el árbol de la vida respira"
Ana Isabel Fariña
Tiempo de Navidad
Una nevada
cubre la superficie
papel en blanco
Hay nieve blanca
entre huellas de hierro
estación de tren
Época invernal
brasero con pantuflas
cuadratura anual
Cristal de hielo
mañana neblinosa
caída segura
Alfredo Domínguez
La magia de la Navidad
Jennifer, Claudia y Bruno eran tres adolescentes de trece
años, inseparables desde que comenzaron a cursar párvulos. Los tres tenían
buenas notas, eran alocados, inquietos y compartían la misma afición, que era:
cumplir retos. Algunas veces, el llevar a cavo la ejecución de alguno de esos
retos les había dado un disgusto a sus padres. Como fue el caso de cuando los
tres fueron invitados al pueblo de los padres de Claudia y el reto fue: quien
le ataba más botes de lata al rabo de un perro. El resultado fue tres perros
corriendo como rabiosos por todo el pueblo. Así que hubo tres broncas y tres
castigos muy similares.
El mismo día
que comenzaban las vacaciones de Navidad, Jennifer, Claudia y Bruno, al
terminar las clases se encontraban en la sala de juegos de costumbre. Cada uno
de ellos vivía en puntos diferentes de la ciudad; se disponían a despedirse y
Jennifer salto como un resorte. Jennifer, de los tres, era la más alta y
delgada. Tenía el cabello negro, los ojos azules como el cielo y una sonrisa
que era la alegría del pequeño grupo.
-¡Tengo una
idea! – grito Jennifer haciéndose notar.
-¿Cuál?-
pregunto Claudia. Claudia era pelirroja, con pecas y de carácter conformista.
Bruno era
regordete, con hoyitos en las mejillas, inteligente, travieso y el que de los
tres, aportaba las ideas más descabelladas. Por eso respondió con cara de
sorpresa al grito de Jennifer.
Jennifer
propuso como reto para las vacaciones buscar la Magia de la Navidad. Bruno y
Claudia no dejaban de estar asombrados pero un reto era un reto y no dudaban en
que lo conseguirían.
Cuando
Jennifer llego a su casa, contó a sus padres el acuerdo que había hecho con sus
amigos y les pidió ayuda.
-¡Hija! No
te preocupes que eso está hecho.- dijo el padre soltando un guiño a la madre.-
De momento nos vamos a buscar a Jesús.
-¡A Jesús!- exclamo
Jennifer, quedando sorprendida.
Sin decir
nada, el padre agarro a Jennifer de la mano y medio a rastras se la llevo. Al
lugar donde quería ir el padre lo tenían que hacer en coche. El coche era viejo
y una vez más a Jennifer la tocó empujarle para que arrancase.
-¡Papa! A
ver cuando cambias de coche.- protesto la niña.
-Año
nuevo…coche nuevo…
-¡Siii! Eso
llevas diciendo cuatro años.
Entre las
protestas de Jennifer fueron dejando atrás el bullicio y las luces Navideñas. Cuando
se quisieron dar cuenta estaban a las afueras de la ciudad, justo debajo de un
puente de hormigón que sostenía una carretera con una circulación ensordecedora.
Había casetas hechas de cartones, maderas y mantas viejas. Jennifer, con cierta
pena escrutó el lugar y pronto comprendió que en aquel horrible lugar dormían
los que se habían quedado sin techo…y con el frío que hacía.
-¡Jesús!
¡Jesús! ¡Jesús!- llamo el padre gritando.
De una de
las casetas, salió un mendigo alto, flaco, con barba larga y pelos desgreñados. Jennifer
quedo atónita cuando su padre y Jesús se abrazaron efusivamente. La niña, aun
quedo más boquiabierta cuando su padre, a empujones le metió en el coche para
llevárselo a casa. En el momento que llegaron al puente, Jennifer había aconsejado
a su padre que no parase el motor del viejo coche, de lo contrario la habría
tocado volver a empujar.
Lo que quedo
claro para Jennifer fue, que su madre era cómplice de su padre, porque nada más
llegar a casa acogió con ímpetu al mendigo. Se trataba de un amigo de toda la
vida. La madre le hizo afeitar, duchar y le dio ropa del padre. Jennifer quiso
colaborar en la trasformación del mendigo y sonriendo le peino su largo pelo y
termino por hacerle una elegante coleta.
Jesús…”el pastelero” que así le
llamaban sus padres, era una buena persona agradable y educado que lo había perdido
todo por problemas familiares y malos entendidos. Las Navidades, poco a poco
iba pasando y “El pastelero” se encontraba más y más confortable. Mostraba una sonrisa bonachona y los ojos le
chispeaban, cuando junto a los padres charlaba y se acaloraba al recordar los viejos tiempos. Durante esos días, en la
casa de Jennifer se hablo de la verdadera amistad. Se comió, se bebió, se
celebro la Navidad como nunca se había celebrado y los ojos de Jesús se
inundaron de lagrimas en señal de felicidad y agradecimiento.
Como todas
las noches, el padre fue a la habitación de Jennifer para darla las bunas
noches:
-¡Jennifer!
¿Has visto las lagrimas de felicidad de Jesús “el pastelero”?
-¡Si papá!
-¡Bien! Pues…
ahí tienes La Magia de La Navidad.
La Navidad
llego a su fin y Jesús desapareció.
Jennifer
regreso al instituto junto a sus amigos y nada más tener ocasión, hablaron de
su reto.
Claudia dijo
que creía haber encontrado La Magia de la Navidad en la iglesia del pueblo de
sus padres, cuando fueron a adorar al Niño Jesús, pero que no estaba segura
porque lo podía confundir con el ambiente navideño. Bruno, riendo y exagerando
dijo que La Magia de la Navidad la había encontrado en los polvorones,
mazapanes, turrones y bombones que se había comido. Jennifer y Claudia no
estuvieron de acuerdo, ya que no veían nada mágico en el que Bruno se templase
a comer como un poseído. Jennifer contó su historia y para ella el reto había sido conseguido. Bruno y Claudia
vacilaron y solo terminarían en creer si conocían al mendigo. Jennifer no lo
pensó demasiado y llevo a sus amigos debajo del puente. Buscaron a Jesús, pero no
estaba, nadie savia de él. Jennifer decidió llevar a sus amigos a su casa y
preguntar a su padre por el paradero de Jesús:
-¡Papa! ¿Has
visto el Audi A3 nuevo que hay en la puerta?
-¡Sí! Y esa
es la llave.- dijo el padre indicando un llavero que había en la mesita de la
entrada.- Me le ha regalado Jesús. Alguien le había guardado un décimo de
lotería en el bar que frecuentaba cuando las cosa le iban bien. Dicho décimo ha
sido premiado con el gordo de la lotería de la Navidad. Si queréis ver a Jesús,
le encontrareis en la pastelería que siempre regento y que ha podido recuperar.
¡Tomar la dirección!
Los tres
inseparables amigos buscaron la calle y en ella la pastelería:
-¡Repostería
y Pastelería Jesús! ¡Allí esta! – grito Bruno apuntando a la tienda
relamiéndose.
Jesús
recibió con una alegría radiante a Claudia y a Bruno. A Jennifer la dio un
cordial abrazo y se deshacía en elogios y en darla las gracias:
-Jesús, no
tienes que darme las gracias, yo solo seguía los pasos de mis padres.
A parte de
pasar a saludarle, también le dijeron cual era el motivo por el que estaban
allí. Jesús saco dos cosas. Una enorme bandeja de pasteles y un periódico
atrasado. Les enseño un artículo que habían hecho sobre los de “sin techo”, y
en el cual había una fotografía de Jesús de cuando vivía bajo el puente. Claudia
se encogió de hombros y termino por creer en la historia de Jennifer. Bruno no
las quitaba la razón pero a vez decía con la boca llena:
-¡Vosotras
decir lo que queráis…! Pero, en este momento la verdadera Magia de la Navidad
esta en los pasteles de Jesús.
Nicolás
Hernández López
CUENTO DE (accidentada) NAVIDAD
Todo estaba dispuesto en la mesa como cada año. La abuela presidiendo, con el recuerdo del difunto en la cabeza. Ya hacía un par de años que no discutía ocupar el lugar principal con su hijo mayor. Había aceptado los argumentos de su primogénito; los tiempos evolucionan y el género no debería pesar. Sus hijas y su nuera, en perfecta sintonía, se ocupaban de los preparativos y el menú, siempre atentas a su consejo. Los nietos seguían creciendo, algunos ya haciéndose mayores, en aquella mesa. Y como siempre sus yernos discutiendo desde el inicio de la cena.
La conversación fue subiendo de tono mientras el vino bajaba y varios nietos se habían unido ya a una enconada discusión. Entre el fragor la abuela llevó una mano al pecho y la otra al pulsador de emergencias. Alguien cogió el teléfono apresuradamente.
Un tipo corpulento vestido de rojo y con una poblada barba cana entró al salón acompañado de una chica y un chico que se afanaban ella en seguir sus instrucciones y prestar consejo y él en proporcionar lo que pidieran. El resto guardaba un espeso silencio. Todos querían a la anciana matriarca más allá de sus diferencias. El brindis final había quedado en suspenso a expensas de ese hombre. Al rato dibujó una sonrisa franca entre las canas de la barba y pronunció cuatro palabras que sólo él podía pronunciar: “Se recuperará. Feliz Navidad”.
Miguel Ángel Pérez
CUENTO DE (accidentada) NAVIDAD
Todo estaba dispuesto en la mesa como cada año. La abuela presidiendo, con el recuerdo del difunto en la cabeza. Ya hacía un par de años que no discutía ocupar el lugar principal con su hijo mayor. Había aceptado los argumentos de su primogénito; los tiempos evolucionan y el género no debería pesar. Sus hijas y su nuera, en perfecta sintonía, se ocupaban de los preparativos y el menú, siempre atentas a su consejo. Los nietos seguían creciendo, algunos ya haciéndose mayores, en aquella mesa. Y como siempre sus yernos discutiendo desde el inicio de la cena.
La conversación fue subiendo de tono mientras el vino bajaba y varios nietos se habían unido ya a una enconada discusión. Entre el fragor la abuela llevó una mano al pecho y la otra al pulsador de emergencias. Alguien cogió el teléfono apresuradamente.
Un tipo corpulento vestido de rojo y con una poblada barba cana entró al salón acompañado de una chica y un chico que se afanaban ella en seguir sus instrucciones y prestar consejo y él en proporcionar lo que pidieran. El resto guardaba un espeso silencio. Todos querían a la anciana matriarca más allá de sus diferencias. El brindis final había quedado en suspenso a expensas de ese hombre. Al rato dibujó una sonrisa franca entre las canas de la barba y pronunció cuatro palabras que sólo él podía pronunciar: “Se recuperará. Feliz Navidad”.
Miguel Ángel Pérez
Sofía:
ResponderEliminarEn tu estilo característico. Muy bien
Luis:
Breve, claro, contundente, la vida a veces se empeña en regalar todo menos lo que màs queremos… ¡hay que joderse! Muy bien Luis.
Ana:
“Existe un país más allá del horizonte donde la magia vive libre “
Hay textos tuyos que me han gustado, me han encantado y me han fascinado… éste además me ha emocionado.
Cuando un texto emociona, todo lo demás sobra.
Solo unas frases llamativas:
“…los ojos solo ven cuando son libres para hacerlo.”
“La dicha es una flor ficticia con la que se engaña a los niños, a los débiles y a los ignorantes.”
“Ellos eran hombres formados, auténticos eruditos, sujetos con la claridad y el sentido suficiente para no sucumbir a la fantasía, quimera que maquilla la realidad con falsos malabares.”
“La confianza es una estrella que no conoce más palacio que el calor de una bufanda.”
“Noche tras noche, un camello de tres cabezas y un reno de ocho patas vuelan sobre las llamas. Entonces, el árbol de la vida respira"
Ana, te regalo la lágrima que se derramó en la letra “A” de mi ordenador…
Alfredo:
Cuarteto de haikus exquisito con sabor a mazapán y a nueces con higo. Perfecto.
Gracias
EliminarNicolás:
ResponderEliminarValiente, muy valiente, tienes todo mi reconocimiento y además me ha gustado... porque solamente el escribir tiene su mérito y el publicarlo más. Por tanto amigo Nicolás, extraordinario, fabuloso. Por supuesto no te van a dar el Nadal... pero hay que tenerlos bien puestos para escribir un cuento.Enhorabuena y gracias por tu entusiasmo. Bueno, solo una pequeña crítica: pasa el corrector ortográfico... ¡je...je! pero eso para mí es lo de menos. Nos vemos el 2º trimestre.
En primer lugar perdón por el retraso. En segundo, recomendar la película, Raúl nos la recomendó hace un par de años y no me arrepiento nada de haberla visto.
ResponderEliminarVICENTE:
Me gusta tu ficcionalización de recuerdos. Real o no a eso me suena y me gusta cómo llevas al personaje entre sensaciones e imágenes sueltas.
SOFÍA:
Muy de Navidad y muy de navidad creyente (dicho sin ninguna connotación) . Y muy de tu estilo.
LUIS:
Una Navidad cada vez más extendida. Le has cogido muy bien el pulso. Aunque los autobuses de esa linea mejoraron mucho, que alguno me toca coger a veces.
ANA ISABEL:
Un texto muy tuyo, muy tigre. Me gusta, me parece una alegoría preciosa de cómo matamos y como sobreviven las ilusiones. Quizá en segundo párrafo reiteres mucho la argumentación de distintas formas. Y yo retiraría la canción final a otro texto. Aclara innecesariamente, creo que queda más redondo sin ella, aunque es un texto aprovechable de forma independiente.
ALFREDO:
Los dos primeros te quedaron es cascada casi, por un momento pense que ibas a enlazar la serie de haikus. En el 3º, cambia el orden de plabras en el 1er o 3er verso, te quedó en rima (te quedan 6 sílabas por agudas pero eso es menor). En el último te sale una síalaba de más por el hiato. si cambias "Caída segura" por "cae seguro" lo eliminas sin cambiar el sentido.
NICOLÁS:
Tiras de modificar un argumento bastante típico de las historias navideñas y lo modificas bastante bien. Al principio abusas mucho de la t, produciendo varias cacofonías. Si quieres mantener la repetición del tres como recurso, busca verbos alternativos para eliminar el problema. Y una vez desarrollada la trama principal yo optaría entre dos opciones: o no cuentas historia de los otros dos niños, a lo sumo una anécdota, desarrolla también la otras historias, si no se te desequilibra un poco. Las descripciones, si quieres hacerlas, yo las pondría más al principio, cuando presentas a los personajes, ya que realmente a la historia en si no le aportan nada. No me entiendas mal con estos consejos, como digo, en general llevas muy bien la historia y no hay incongruencias.
Todos los comentarios son personales y con ánimo respetuoso. Disculpad si metí alguna patada en el comentario que no es mi día más descansado.
Salud.
Gracias por tus comentarios...
EliminarGracias por tus sugerencias
EliminarMiguel Angel:
ResponderEliminarDudaba, dudaba... bueno, está bien, me gusta tu cuento. No entro en más. Eso sí, un poquillo retrasaíllo... ¡más vale tarde que nunca!. Gracias Miguel Angel.