A continuación presentamos el libro Imagina cuántas palabras, de Alkibla Ediciones, un proyecto en el que tuve el privilegio de participar junto a otros cuarenta y nueve escritores y el fotógrafo Clemente Bernad.
Carolina y Clemente, padres de la criatura, nos propusieron escribir un texto en el que debíamos incluir las 50 palabras seleccionadas por más de trescientos chicos de Educación Primaria.
Este es mi texto publicado en dicho libro:
Y si después de tantas palabras
¡Y si después de tantas palabras,
Estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller:
Veinte años después, un profesor de Geografía
Queridos papá y mamá:
Antes de que os impacientéis, deciros que terminé el bachillerato, y hasta un grado en Geografía, materia que imparto ahora en un colegio. ¿Y sabéis qué? No mando deberes para casa. Dejo que los chicos tengan tiempo para jugar al fútbol y al baloncesto, bañarse en la piscina o para pasear al perro o dar de comer al hámster. Un día, hace muchos años, me enseñasteis que no hay nada más importante que los amigos y, por eso mismo, estoy embarcado en una cruzada contra los principales adversarios de la verdadera amistad: el ordenador, la televisión y el reloj. Sí, el reloj, el tiempo que nos esclaviza y limita nuestros momentos de diversión y alegría. Mi receta de la felicidad pasa por leer un buen libro, bailar persiguiendo un balón, o abrir el estuche, sacar unas pinturas y dar rienda suelta a la imaginación.
La Geografía que les enseño a los alumnos no pasaría la inspección educativa. Se basa en la experiencia de mis viajes y en ellos, como en los de Marco Polo, sucedieron cosas maravillosas. Todo empezó cuando decidí seguir a una mariposa que se negaba a libar una flor. “No me gusta su color azul”, me dijo, y echó a volar. Y yo tras ella, provisto de unas gafas que me permiten ver un iglú en el desierto y flores en el polo; paz en el Oriente Medio y corazón en nuestros gobernantes. Con ellas, y subido en mi coche con alas, descubrí el cariño que desprende el sabor de una pizza bajo el sol de la Campania, el amor que hay detrás de la música que suena en las barriadas de Nueva Orleans o el ingenio de esos juegos de malabares que descubrí en Casablanca. Disfruté como un niño descubriendo que el paisaje es el fruto de la convivencia pacífica entre el hombre y la naturaleza, persiguiendo por valles recónditos el siempre esquivo arcoiris, y probando el agua del mar donde acabarán mis cenizas algún día deseando, eso sí, retornar a la playa y cobrar vida de nuevo.
Bueno, padres, os dejo, me voy a dormir que tengo el esternocleidomastoideo muy cargado de tanto jugar y viajar. Necesito urgentemente unas vacaciones. Trabajar un poco, al fin.
Juan José Nieto Lobato
Montaña de palabras
Amor y felicidad
con cariño y amistad,
me ayudan para dormir
y soñar en libertad.
Juego al fútbol en el cole
con un balón de papá,
como una pizza con hambre
que me ha dado mi mamá.
Mi casa tiene piscina
y cestas para jugar,
en la tele veo juegos
que me invitan a cantar.
La música es diversión
porque me incita a bailar,
pienso en la naturaleza
y en mi corazón de sal.
Vacaciones en la playa,
junto al azul, junto al mar,
donde el agua con sus olas
se divierte sin parar.
El bachillerato acaba
no hay deberes que acabar,
mi estuche de perros guardo
y me pongo a descansar.
Salgo al campo donde hay flores,
mariposas de cristal…
Después de una larga lluvia,
el arcoíris saldrá.
El sol se acerca a mi piel,
abro un libro junto al mar
para leer con mis gafas
sobre la flor de un rosal.
Miro el reloj de mi móvil
es tarde para pasear,
me leo en cinco minutos
sobre un iglú especial.
Esternocleidomastoideo
me dueles sin más ni más;
cojo el coche, meto el cambio
y marcho hacia la ciudad.
El ordenador de casa
espera que llegue ya,
lo enciendo, aparece un hámster,
parece que es de verdad.
Adiós amigo lector,
me lo he pasado genial,
con las cincuenta palabras
metidas y sin parar.
Sofía Montero
¡Al fin, vacaciones!
El verano comienza con alegría, este año estoy más feliz que los anteriores, no tengo que hacer deberes, por haber terminado bien el bachillerato; dejaré atrás el colegio y los amigos del barrio y asistiré a la Universidad en otoño, donde espero hacer nuevas amistades.
Como premio, me iré a la Costa Azul, a casa de mis abuelos, allí tengo una pandilla con la que solía jugar al balón; por la mañana partidos de fútbol en la playa, baloncesto por la tarde, con baños en el agua del mar y en la piscina de agua dulce, con bien de crema para no quemarme con los rayos y unas gafas de sol.
Después de merendar alguna pizza con la pandilla, iremos a escuchar música a la disco, bailar y cantar canciones en el karaoke. Procuraré este año no coger mucho cariño con las chicas que me presenten, pues te parten el corazón, los amores de verano los comparo como cuando atrapas una mariposa despistada que está posada en una flor y la metes en un estuche, al menor descuido lo abres y se escapa.
Papá y mamá, han cogido el coche y junto con unos amigos, se ha ido a conocer nuevos paisajes; están en plena naturaleza en Andorra, donde han alquilado por una semana una habitación en un Hotel-Iglu, tenían ganas de disfrutar de paz y tranquilidad, olvidar el reloj, la televisión, el ordenador, aprovechar para leer libros olvidados y dormir a pierna suelta.
El otro día, les envié una ramo de flores por su aniversario y cuando me llamaron para darme las gracias por haberme acordado, mamá me dijo que papá tenía puesto un collarín, que no me preocupara, que había sido, porque el día anterior después de una tormenta, salió un arco iris precioso y por tratar de verlo sacó la cabeza por la ventana y se hizo daño en los dos esternocleidomastoideos.
También me advirtieron de que no se me olvidara dejar el perro y el hámster a los vecinos, que luego ellos nos dejan el loro y la pecera.
Luis Iglesias
Palabras, solo palabras…
Me duele el esternocleidomastoideo de mirar hacia un lado y otro. No sé qué balón seguir si el de futbol o el de baloncesto, para qué tanta televisión en casa. Prefiero jugar en la playa al sol, quiero disfrutar las vacaciones, sin el agobio del ordenador. Pero también puedo leer un libro que trata del amor, de la amistad, del cariño de un papá y una mamá y de un hámster. Creo que ya lo leí cuando estudiaba bachillerato, cuando me llevaban al colegio en coche. ¡Qué tiempos aquellos, diversión, música, amigos, cantar, bailar, juegos, piscina, mar azul y pizza, y aquel perro, ¿cómo se llamaba?... “cano.” Todo era una melodía alegre. Ahora me quedan los recuerdos que guardo en el estuche iglú de mi corazón y la flor seca de la juventud que sueña con mezclarse con las otras flores del jardín a las que una mariposa besa con sus alas. Ya sin deberes, siento la paz del paisaje, de la naturaleza, siento la belleza del arcoíris en las tardes de agua y sol. Mi reloj de un momento a otro se parará, depositaré mis gafas en la mesilla y a dormir.
Vicente M. Martín
Imagina cuántas palabras
La nana de Canelo
Nací con el esternocleidomastoideo atrofiado. Una circunstancia inusual que mi padre de haberlo sabido, habría vivido como una desgracia inmerecida que demandaba una muerte rápida, máxime cuando mis hermanos y los retoños de las camadas vecinas resultaron ser especímenes no solo sanos, sino sobresalientes.
En doce días, las galerías que viven ocultas al sol, se llenaron de promesas de pocos gramos, cola muy corta y cuerpo rechoncho. La naturaleza había cumplido. El paisaje se renovó para no desaparecer, y así como en otras ocasiones, de la renovación resultó una cosecha de flores comunes, esta vez, solo un hámster, yo, quebraba la música del agua: la coral de gotas que nacen ciegas, fluyen por uno o mil cauces y finalmente hagan lo que hagan, la mar alcanza.
Si mi papá no me devoró nada más verme fue porque no me vio. Ebrio de felicidad no olió mi tara. Suceso que mi mamá aprovechó para esconderme en el estuche azul de sus labores de lanas. Recuerdo la paz de aquella mi primera casa, y la música dulce que acompañaba a sus palabras cuando sin que nadie nos viera me acunaba. Recuerdo "la nana de Canelo", mi nana. Recuero el libro que me leía antes de salir el sol, el único que tenía: "La mariposa con gafas". Recuerdo como antes de dormir, su corazón me abrazaba.
Como bien sabéis, el reloj que marca nuestros pasos, tiene la cuerda rápida. A las cuatro semanas somos independientes y a eso de los dos meses nos iniciamos en los juegos de amor y agua. Entonces todo cambia.
Una mañana, mi madre me despertó. Me lamió con cariño el cuerpo y la cara. Yo tenía sueño. La noche anterior, como no iba al colegio, había sido muy larga. Los deberes que me había puesto eran difíciles. Tardé en resolver los problemas de laberintos y en descubrir los falsos silogismos, la lógica sin lógica que atrae tanto como engaña. Según uno de ellos, el fútbol y el baloncesto eran el mismo deporte: jugar con un balón. Según otro, el ordenador y la televisión el mismo aparato: un ingenio que sin coche te acerca a una tierra sin tierra repleta de diversión. Según un tercero, el iglú y la piscina una misma realidad: masas de agua que pueden cubrir a un roedor.
Cuando terminé, comimos pizza de abedul, heno y haya. Después trepamos mil veces por el arco iris que había dibujado en la caja de lanas. Pude cantar en su curva más alta y bailar sin freno mientras me deslizaba por sus patas. Fue una noche larga y fantástica. Fue mi última noche en esa casa tan cálida. Fue la primera vez que atravesé la maraña de túneles donde todos dormían sin conocer sus trampas, ajenos al balanceo de un amor que sin saberlo, les desafiaba.
El camino se hizo claro. Desembocó en una boca de nieve blanca. Reconozco que tuve miedo. Mi defecto me impedía mirar a los lados. Mi cabeza no giraba. El instinto me gritaba que si algún peligro me acechaba, no podría eludir la desgracia. No entendía por qué mi madre insistía en que avanzara.
Salir del pasadizo no me tranquilizó. Una alfombra de lanas frías cubría una caja sin tapa. No podía abarcarla. Pronto concluí que fuera todo era más grande de lo que jamás nadie imaginara.
Nos dirigimos a unas matas. Se ovilló sobre mi y me cantó mi nana. En ese momento supe que el hogar es una balada que te calienta el alma. Me dormí.
Al despertar, un perro grande, elegante y fuerte nos acompañaba. Se llamaba "Bernardo". Era amigo de mi madre. Una amistad extraña. Me entregó a él con absoluta confianza. Trepó conmigo por sus patas, y me acomodó en un cajita metálica que colgaba de su papada. No estaba fría. Alguien, algún día o alguna noche, se había entretenido en forrarla de lanas, y en pintar en el frontón que quedaba justo a la altura de mis ojos, un arco iris idéntico al que yo conocía. Todo me arropaba. Luego me dio un beso como el que me daba cada mañana para que durmiera en calma y dejó junto a mis patas delanteras una bolsa, dentro había un libro, el único libro que tenia: "La mariposa con gafas", unas hojas blancas y una caja de lapiceros nueva. "Tendrás tiempo de leer, quizás quieras pintar o escribir una historia o una carta. Aquí no hay sitio para ti Canelo. Vuelvo a estar embarazada. Mira al frente y no te preocupes por nada. Muchas veces los depredadores solo son fantasmas".
Por lo que pude descubrir en ese viaje que no sabía donde me llevaba, Bernardo y mi madre se conocieron en unas vacaciones tan curiosas como extraordinarias. Él custodiaba un grupo de cabras cerca de un refugio de montaña donde unos jovencitos celebraban su inminente salto a la Universidad. Decían con júbilo adiós al colegio, al bachillerato, a los castillos de arena en la playa y saludaban con euforia, la puerta adulta que les esperaba. Ella disfrutaba en el mismo lugar de un premio: el premio anual que otorgaba la Real Camada al joven o la joven con calificaciones mas destacadas. Era aquel refugio un oasis donde las promesas de distintas especies durante una semana conversaban. Era una apuesta secreta colmada de esperanzas que tres búhos y un unicornio financiaban. Al terminar la estancia, le propusieron que se quedara. Unánimemente fue elegida como la flor más clara. La necesitaban. Ella barajó la opción, pero consideró que si era verdad cuanto afirmaban, su aroma sería más útil perfumando las galerías subterráneas. Desde entonces, ella y él, él y ella hacían lo imposible por mantener el contacto. Ambos estaban convencidos de que el encuentro es posible si se prescinde de la red de intrigas y farsas.
No se cuánto tiempo duró nuestro viaje, podría decir que nada. Fueron tantas las aventuras que vivimos y tantas las que al descansar me contaba, que el tiempo fluyó sin saber que pasaba.
Hoy vivo entre alcatraces, pelícanos y gaviotas. No me escondo. Mi hogar es un nido próximo a la playa. Curiosamente, no me atacan. Miro al frente y sigo mi camino. Como tampoco puedo mirar hacia arriba, he aprendido a ver el cielo en el suelo. Os mentiría si dijera que nunca siento miedo. Lo siento. Pero cuando siento su amenaza, pienso que esas alas oscuras pueden ser simples fantasmas, y reanudo la marcha.
Mañana viene Bernardo. No sé si con él llegará algún animal herido de nacimiento o mutilado por el agua. Si es así, recalará durante un tiempo entre estas arenas saladas. Puede que el descanso y el mimo le permitan encontrar su lugar en el laberinto de un mapa. Muchos ya lo han logrado. Algunos, como yo, se quedaron.
Tengo ganas de ver a Bernardo, porque venga solo o acompañado, sé que traerá una carta. Nada mas abrirla, ponga lo que ponga, escucharé una melodía dulce. La nana de Canelo, mi nana.
Ana Isabel Fariña
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos! […]
César Vallejo
La palabra fútbol está fuera de juego en un poema de amor.
La palabra amor late en las demás palabras. Con el tiempo muda la piel
y pierde brillo como la serpiente.
Jugar es un infinitivo infinito, palabra que da vida.
La palabra esternocleidomastoideo acaba por doler si el beso nunca tiene fin.
Algunos niños guardan esta palabra en sus cuadernos, clavada con alfileres.
La palabra balón es esférica y alguien la despejó del primer verso.
¿Está seguro de que desea apagar el equipo? Pregunta la palabra ordenador.
¿Cerramos aquí el verso con la palabra vacaciones? Respondo.
La palabra música es esdrújula, lúdica, mágica, cálida.
Amigo, en plural, es palabra que llora y celebra en el mismo hombro.
La palabra baloncesto es de cuatro sílabas y tres puntos.
Hámster es una palabra que me roe los recuerdos por dentro.
Amistad es palabra aguda, y grave en ocasiones.
La palabra cariño es ñoña sin el ño.
Coche, como metáfora, son además de palabras medios de transporte.
Colegio es palabra con clase.
Las flores son palabras que perfuman el tiempo.
Mamá es la primera palabra, la más nutricia, la que sirve para todo.
Papá es palabra paralelepípeda.
La palabra perro nunca se alcanza la o con los dientes.
Azul es palabra de mar y de aire.
Cantar es una palabra antigua hecha música.
Me gusta la palabra playa con bandera roja.
La palabra estuche sirve para guardar otras palabras.
Su busca la palabra felicidad.
Mar es palabra monosílaba pero no cabe en la mirada.
Mi abuela se llamaba Paz, les doy mi palabra.
La televisión es una caja de palabras vacías.
La c es el cimiento de la palabra casa.
Juegos, palabra que convoca contra el aburrimiento.
La palabra sol irradia sus rayos como palabras.
La palabra bachillerato es evaluable.
Iglú es una palabra fría pero acogedora.
La palabra libro está llena de palabras.
Para rimar con la palabra piscina hay que mojarse.
Reparto mis palabras como las porciones de la palabra pizza.
Bailar es una palabra silenciosa, llena de músculos.
La palabra deberes es una mezcla de lo que debes y lo que eres.
Flor es palabra que se abre de día y se cierra de noche.
La palabra mariposa liba de verso en verso.
Naturaleza es una palabra en peligro.
La palabra paisaje se disfruta de lejos.
Alegría es una palabra a la que nadie tiene alergia.
La palabra arcoíris se forma con otras siete palabras.
La palabra corazón es de percusión.
Diversión es palabra que gusta a niños y mayores.
Dormir es palabra necesaria para dar forma a los sueños.
La palabra gafas salta a la vista.
Leer es una palabra para cazar palabras
Reloj es una palabra para cazar el tiempo.
La palabra agua corre por el cauce de este río de palabras.
Pero hubo otro texto más que no se incluyó en el libro y que me garantizó otras tantas horas de juego. En este caso las palabras están repartidas entre el título, la introducción y el soneto que conforman el trabajo:
Postal de vacaciones
Papá, lejos de casa, en medio de la naturaleza y debajo de un maravilloso arcoíris que he disfrutado sin gafas, he abierto mi estuche para escribir, con toda mi alegría, un poema a mamá por su cumpleaños.
No echo de menos el colegio, ni la piscina, ni el baloncesto, ni al hámster, únicamente a mis amigos de bachillerato. Creo que esta noche, después de jugar un rato en el ordenador, cenaremos pizza. Aquí está el poema para mamá:
Hoy que no hay fútbol en televisión
y vine en coche a la felicidad
vuelan las mariposas de tu edad
sobre el mudo reloj de la emoción.
Corto las flores de la diversión
la música, los juegos, la amistad,
y guardo con cariño tu mitad
del alma en el iglú del corazón.
Se oye a un perro en la playa al sol ladrar
y cierro en paz el libro en flor que leo
mientras el agua azul duerme en el mar.
Tu amor es mi paisaje y mi recreo.
Por eso es mi deber, mamá, cantar
a tu esternocleidomastoideo.
La propuesta de escritura consistió en escribir, tal y como hicimos nosotros, un texto donde incluir las cincuenta palabras: fútbol, amor, jugar, balón, ordenador, vacaciones, música, amigos, baloncesto, hámster, amistad, cariño, coche, colegio, flores, mamá, papá, perro, azul, cantar, playa, estuche, felicidad, mar, paz, televisión, casa, juegos, sol, bachillerato, iglú, libro, piscina, pizza, bailar, deberes, flor, mariposa, naturaleza, paisaje, alegría, arcoíris, corazón, diversión, dormir, gafas, leer, reloj, agua y esternocleidomastoideo
Veinte años después, un profesor de Geografía
Queridos papá y mamá:
Antes de que os impacientéis, deciros que terminé el bachillerato, y hasta un grado en Geografía, materia que imparto ahora en un colegio. ¿Y sabéis qué? No mando deberes para casa. Dejo que los chicos tengan tiempo para jugar al fútbol y al baloncesto, bañarse en la piscina o para pasear al perro o dar de comer al hámster. Un día, hace muchos años, me enseñasteis que no hay nada más importante que los amigos y, por eso mismo, estoy embarcado en una cruzada contra los principales adversarios de la verdadera amistad: el ordenador, la televisión y el reloj. Sí, el reloj, el tiempo que nos esclaviza y limita nuestros momentos de diversión y alegría. Mi receta de la felicidad pasa por leer un buen libro, bailar persiguiendo un balón, o abrir el estuche, sacar unas pinturas y dar rienda suelta a la imaginación.
La Geografía que les enseño a los alumnos no pasaría la inspección educativa. Se basa en la experiencia de mis viajes y en ellos, como en los de Marco Polo, sucedieron cosas maravillosas. Todo empezó cuando decidí seguir a una mariposa que se negaba a libar una flor. “No me gusta su color azul”, me dijo, y echó a volar. Y yo tras ella, provisto de unas gafas que me permiten ver un iglú en el desierto y flores en el polo; paz en el Oriente Medio y corazón en nuestros gobernantes. Con ellas, y subido en mi coche con alas, descubrí el cariño que desprende el sabor de una pizza bajo el sol de la Campania, el amor que hay detrás de la música que suena en las barriadas de Nueva Orleans o el ingenio de esos juegos de malabares que descubrí en Casablanca. Disfruté como un niño descubriendo que el paisaje es el fruto de la convivencia pacífica entre el hombre y la naturaleza, persiguiendo por valles recónditos el siempre esquivo arcoiris, y probando el agua del mar donde acabarán mis cenizas algún día deseando, eso sí, retornar a la playa y cobrar vida de nuevo.
Bueno, padres, os dejo, me voy a dormir que tengo el esternocleidomastoideo muy cargado de tanto jugar y viajar. Necesito urgentemente unas vacaciones. Trabajar un poco, al fin.
Juan José Nieto Lobato
Montaña de palabras
Amor y felicidad
con cariño y amistad,
me ayudan para dormir
y soñar en libertad.
Juego al fútbol en el cole
con un balón de papá,
como una pizza con hambre
que me ha dado mi mamá.
Mi casa tiene piscina
y cestas para jugar,
en la tele veo juegos
que me invitan a cantar.
La música es diversión
porque me incita a bailar,
pienso en la naturaleza
y en mi corazón de sal.
Vacaciones en la playa,
junto al azul, junto al mar,
donde el agua con sus olas
se divierte sin parar.
El bachillerato acaba
no hay deberes que acabar,
mi estuche de perros guardo
y me pongo a descansar.
Salgo al campo donde hay flores,
mariposas de cristal…
Después de una larga lluvia,
el arcoíris saldrá.
El sol se acerca a mi piel,
abro un libro junto al mar
para leer con mis gafas
sobre la flor de un rosal.
Miro el reloj de mi móvil
es tarde para pasear,
me leo en cinco minutos
sobre un iglú especial.
Esternocleidomastoideo
me dueles sin más ni más;
cojo el coche, meto el cambio
y marcho hacia la ciudad.
El ordenador de casa
espera que llegue ya,
lo enciendo, aparece un hámster,
parece que es de verdad.
Adiós amigo lector,
me lo he pasado genial,
con las cincuenta palabras
metidas y sin parar.
Sofía Montero
¡Al fin, vacaciones!
El verano comienza con alegría, este año estoy más feliz que los anteriores, no tengo que hacer deberes, por haber terminado bien el bachillerato; dejaré atrás el colegio y los amigos del barrio y asistiré a la Universidad en otoño, donde espero hacer nuevas amistades.
Como premio, me iré a la Costa Azul, a casa de mis abuelos, allí tengo una pandilla con la que solía jugar al balón; por la mañana partidos de fútbol en la playa, baloncesto por la tarde, con baños en el agua del mar y en la piscina de agua dulce, con bien de crema para no quemarme con los rayos y unas gafas de sol.
Después de merendar alguna pizza con la pandilla, iremos a escuchar música a la disco, bailar y cantar canciones en el karaoke. Procuraré este año no coger mucho cariño con las chicas que me presenten, pues te parten el corazón, los amores de verano los comparo como cuando atrapas una mariposa despistada que está posada en una flor y la metes en un estuche, al menor descuido lo abres y se escapa.
Papá y mamá, han cogido el coche y junto con unos amigos, se ha ido a conocer nuevos paisajes; están en plena naturaleza en Andorra, donde han alquilado por una semana una habitación en un Hotel-Iglu, tenían ganas de disfrutar de paz y tranquilidad, olvidar el reloj, la televisión, el ordenador, aprovechar para leer libros olvidados y dormir a pierna suelta.
El otro día, les envié una ramo de flores por su aniversario y cuando me llamaron para darme las gracias por haberme acordado, mamá me dijo que papá tenía puesto un collarín, que no me preocupara, que había sido, porque el día anterior después de una tormenta, salió un arco iris precioso y por tratar de verlo sacó la cabeza por la ventana y se hizo daño en los dos esternocleidomastoideos.
También me advirtieron de que no se me olvidara dejar el perro y el hámster a los vecinos, que luego ellos nos dejan el loro y la pecera.
Luis Iglesias
Palabras, solo palabras…
Me duele el esternocleidomastoideo de mirar hacia un lado y otro. No sé qué balón seguir si el de futbol o el de baloncesto, para qué tanta televisión en casa. Prefiero jugar en la playa al sol, quiero disfrutar las vacaciones, sin el agobio del ordenador. Pero también puedo leer un libro que trata del amor, de la amistad, del cariño de un papá y una mamá y de un hámster. Creo que ya lo leí cuando estudiaba bachillerato, cuando me llevaban al colegio en coche. ¡Qué tiempos aquellos, diversión, música, amigos, cantar, bailar, juegos, piscina, mar azul y pizza, y aquel perro, ¿cómo se llamaba?... “cano.” Todo era una melodía alegre. Ahora me quedan los recuerdos que guardo en el estuche iglú de mi corazón y la flor seca de la juventud que sueña con mezclarse con las otras flores del jardín a las que una mariposa besa con sus alas. Ya sin deberes, siento la paz del paisaje, de la naturaleza, siento la belleza del arcoíris en las tardes de agua y sol. Mi reloj de un momento a otro se parará, depositaré mis gafas en la mesilla y a dormir.
Vicente M. Martín
Imagina cuántas palabras
Opción 1. Verano de 2015
Cinco, cuatro, tres, dos, uno... RIIIIING, RIIIIIIING. Suena el timbre del colegio que marca el fin de este eterno año escolar y el principio de las esperadísimas vacaciones de verano. ¡Por fin!
Adiós a los profes y a sus endemoniadas asignaturas; adiós a los inacabables deberes; adiós a las clases particulares de mates y adiós también a las actividades extraescolares de inglés, música, natación, ajedrez y judo.
Se acabó guardar con prisas en la mochila todos los objetos necesarios la noche antes: “A ver... estuche, cuaderno, el libro de mates, el de cono, el de lengua, la agenda uuuhmm, bien, está todo”
Ya no tendré que pasar los trabajos al ordenador para sacar mejores notas gracias a la buena presentación, ni volveré a escuchar durante unos meses palabras sacadas de otro planeta como paronimia, deixis, parietal, números racionales o perímetro, ni contaré otra vez las veintidós letras de esternocleidomastoideo para que no se pierda ninguna. Tampoco me preocuparé más por eso que dicen mis padres que está a la vuelta de la esquina “¿bachillerato? Si ni siquiera sé qué es”.
Los juegos del recreo y de educación física se sustituirán por el fútbol y el baloncesto en las canchas compartidas por los vecinos y amigos. No, ya no estarán los compañeros de clase. Sólo a ellos los echaré de menos.
No dejaré más una serie a medias para meterme pronto en la cama y dormir las ocho horas reglamentarias. Y papá y mamá no volverán a gritar por la mañana para que me de prisa en entrar rápido en el coche: “Vamos, termina el desayuno de una vez, que vamos a llegar tarde. Pero qué lento eres, hijo mío. ¿Has cogido todo? Venga. ¡Qué te has dejado la cazadora en la habitación? ¿No se te ha olvidado nada más? Vamos, que queda poco tiempo. Esperemos que no haya mucho tráfico esta mañana”. PUM, se cierra la puerta del Peugeot y dejamos que la casa cada vez se vaya haciendo más pequeña hasta perderla totalmente de vista.
Después de diez meses de incansable fatiga, abandono todo en la estantería de mi habitación, hasta septiembre, y empiezo a vivir una nueva vida con otros padres. Bueno, los mismos padres, pero diferentes. Los de julio y agosto me gustan mucho más. Estos viven con más paz y alegría y se olvidan de la lista de normas impuesta el mismo día que empieza el curso. No entiendo por qué la pizza que durante el año escolar la comía como mucho una vez por semana ahora puedo comerla cualquier día y a cualquier hora, por qué puedo sentarme delante del televisor todo el tiempo que quiera o por qué puedo acabar las series de televisión sin estar pendiente de las manecillas del reloj.
Sólo que ahora que puedo trasnochar prefiero leer hasta las tantas esas historias de aventuras, detectives, asesinatos, vampiros y fantasía que han avanzado tan poco durante el curso. “Total, si puedo levantarme a la hora que quiera porque ya no hay que madrugar”.
Dentro de unos días nos iremos a la playa. Durante una quincena podré admirar el inmenso azul del mar, jugar a las palas en la orilla o con el balón hinchable que nos han regalado al comprar el protector solar, dejar que las olas me acaricien los pies y borren las huellas dejadas en la arena, tumbarme a tomar el sol en la toalla mientas que, escondido tras las gafas de sol, únicamente pueda imaginar un iglú y lo agustito que estaría jugando con los pingüinos. La verdad es que no sé como mamá puede aguantar tanto tiempo tumbada tostándose al sol. “Hala, otra vuelta. Yo mejor me voy a tomar un refresco que se me van a secar hasta las ideas de tanto sudar”. Mientras bebo, veo como un hombre juega con su obediente perro. Él le tira la pelota y el animal va a buscarla. Así llevan más de una hora, como un boomerang, como mi madre, vuelta y vuelta. “Ahora nos vamos a la piscina del hotel a quitarnos la sal y la arena de la playa y a seguir tomando el sol esta vez en una tumbona”.
Y todo morenito me iré al pueblo con los abuelos. ¡Eso sí es la verdadera felicidad! Volveré a vivir todos esos momentos que guardaré en mi corazón y reviviré una y otra vez durante el frío invierno: el paisaje montañoso acompañado por el vuelo de una mariposa, las flores de los campos, los ruidos de la naturaleza, el croar de las ranas, el cri-cri de los grillos y las chicharras, el piar de los pájaros, el zumbido de los insectos, el relincho de los caballos, el mugido de las vacas.
Me bañaré otra vez en el agua congelada del río a la hora de la siesta. Sentiré de nuevo el cariño hacia esa tímida chica tan especial (“¡qué guapa estás este año, María!”) con la que sueño en secreto que un día será el amor de mi vida y a la que el pasado me atreví a regalarle una flor. Escucharé muerto de risa a las mujeres del pueblo que se atreverán a cantar, o a destrozar, según se mire, una canción a la hora del rosario. Volveré a deleitarme con un nuevo arcoíris en una tarde de tormenta. Y ¡cómo no! disfrutaré otro año de la amistad incondicional de esos chicos y chicas con los que verano tras verano contemplo las estrellas fugaces en la noche de San Lorenzo, me acerco otras al cementerio para salir corriendo a medio camino porque alguien ha empezado a contar un historia de miedo. Y también con ellos iré a bailar en la fiesta del pueblo y ¡quién sabe si, con suerte, alguna lenta con María!
¡Buah! ¡Qué diversión me espera! Voy a pensar con quién dejo este año a Rufino, mi hámster, al que no le gusta tanto el verano como a mí porque todos los años los pasa solo con algún extraño.
¡Con todo lo que tengo que disfrutar y solo pienso en lo poco que dura el verano!
Toñi Martín del Rey
Toñi Martín del Rey
Explorando bajo el arco iris
Cinco, cuatro, tres, dos, uno... RIIIIING, RIIIIIIING. Suena el timbre del colegio que marca el fin de este eterno año escolar y el principio de las esperadísimas vacaciones de verano. ¡Por fin!
Adiós a los profes y a sus endemoniadas asignaturas; adiós a los inacabables deberes; adiós a las clases particulares de mates y adiós también a las actividades extraescolares de inglés, música, natación, ajedrez y judo.
Se acabó guardar con prisas en la mochila todos los objetos necesarios la noche antes: “A ver... estuche, cuaderno, el libro de mates, el de cono, el de lengua, la agenda uuuhmm, bien, está todo”
Ya no tendré que pasar los trabajos al ordenador para sacar mejores notas gracias a la buena presentación, ni volveré a escuchar durante unos meses palabras sacadas de otro planeta como paronimia, deixis, parietal, números racionales o perímetro, ni contaré otra vez las veintidós letras de esternocleidomastoideo para que no se pierda ninguna. Tampoco me preocuparé más por eso que dicen mis padres que está a la vuelta de la esquina “¿bachillerato? Si ni siquiera sé qué es”.
Los juegos del recreo y de educación física se sustituirán por el fútbol y el baloncesto en las canchas compartidas por los vecinos y amigos. No, ya no estarán los compañeros de clase. Sólo a ellos los echaré de menos.
No dejaré más una serie a medias para meterme pronto en la cama y dormir las ocho horas reglamentarias. Y papá y mamá no volverán a gritar por la mañana para que me de prisa en entrar rápido en el coche: “Vamos, termina el desayuno de una vez, que vamos a llegar tarde. Pero qué lento eres, hijo mío. ¿Has cogido todo? Venga. ¡Qué te has dejado la cazadora en la habitación? ¿No se te ha olvidado nada más? Vamos, que queda poco tiempo. Esperemos que no haya mucho tráfico esta mañana”. PUM, se cierra la puerta del Peugeot y dejamos que la casa cada vez se vaya haciendo más pequeña hasta perderla totalmente de vista.
Después de diez meses de incansable fatiga, abandono todo en la estantería de mi habitación, hasta septiembre, y empiezo a vivir una nueva vida con otros padres. Bueno, los mismos padres, pero diferentes. Los de julio y agosto me gustan mucho más. Estos viven con más paz y alegría y se olvidan de la lista de normas impuesta el mismo día que empieza el curso. No entiendo por qué la pizza que durante el año escolar la comía como mucho una vez por semana ahora puedo comerla cualquier día y a cualquier hora, por qué puedo sentarme delante del televisor todo el tiempo que quiera o por qué puedo acabar las series de televisión sin estar pendiente de las manecillas del reloj.
Sólo que ahora que puedo trasnochar prefiero leer hasta las tantas esas historias de aventuras, detectives, asesinatos, vampiros y fantasía que han avanzado tan poco durante el curso. “Total, si puedo levantarme a la hora que quiera porque ya no hay que madrugar”.
Dentro de unos días nos iremos a la playa. Durante una quincena podré admirar el inmenso azul del mar, jugar a las palas en la orilla o con el balón hinchable que nos han regalado al comprar el protector solar, dejar que las olas me acaricien los pies y borren las huellas dejadas en la arena, tumbarme a tomar el sol en la toalla mientas que, escondido tras las gafas de sol, únicamente pueda imaginar un iglú y lo agustito que estaría jugando con los pingüinos. La verdad es que no sé como mamá puede aguantar tanto tiempo tumbada tostándose al sol. “Hala, otra vuelta. Yo mejor me voy a tomar un refresco que se me van a secar hasta las ideas de tanto sudar”. Mientras bebo, veo como un hombre juega con su obediente perro. Él le tira la pelota y el animal va a buscarla. Así llevan más de una hora, como un boomerang, como mi madre, vuelta y vuelta. “Ahora nos vamos a la piscina del hotel a quitarnos la sal y la arena de la playa y a seguir tomando el sol esta vez en una tumbona”.
Y todo morenito me iré al pueblo con los abuelos. ¡Eso sí es la verdadera felicidad! Volveré a vivir todos esos momentos que guardaré en mi corazón y reviviré una y otra vez durante el frío invierno: el paisaje montañoso acompañado por el vuelo de una mariposa, las flores de los campos, los ruidos de la naturaleza, el croar de las ranas, el cri-cri de los grillos y las chicharras, el piar de los pájaros, el zumbido de los insectos, el relincho de los caballos, el mugido de las vacas.
Me bañaré otra vez en el agua congelada del río a la hora de la siesta. Sentiré de nuevo el cariño hacia esa tímida chica tan especial (“¡qué guapa estás este año, María!”) con la que sueño en secreto que un día será el amor de mi vida y a la que el pasado me atreví a regalarle una flor. Escucharé muerto de risa a las mujeres del pueblo que se atreverán a cantar, o a destrozar, según se mire, una canción a la hora del rosario. Volveré a deleitarme con un nuevo arcoíris en una tarde de tormenta. Y ¡cómo no! disfrutaré otro año de la amistad incondicional de esos chicos y chicas con los que verano tras verano contemplo las estrellas fugaces en la noche de San Lorenzo, me acerco otras al cementerio para salir corriendo a medio camino porque alguien ha empezado a contar un historia de miedo. Y también con ellos iré a bailar en la fiesta del pueblo y ¡quién sabe si, con suerte, alguna lenta con María!
¡Buah! ¡Qué diversión me espera! Voy a pensar con quién dejo este año a Rufino, mi hámster, al que no le gusta tanto el verano como a mí porque todos los años los pasa solo con algún extraño.
¡Con todo lo que tengo que disfrutar y solo pienso en lo poco que dura el verano!
Toñi Martín del Rey
Imagina cuántas palabras
Opción 2. Apalabra50S
Toñi Martín del Rey
(Dedicado a Andrea Aguirre.)
Se hizo tarde y mi hermana Mª del Mar me esperaba impaciente en el rellano de la puerta. Se asustó cuando me vio llegar despavorido, blanco y sin aliento.
-¡Pablo! ¿Dónde has estado? ¿Qué te ha pasado? ¿Qué traes entre los brazos?
-¡Te lo puedes imaginar…! ¡Esto es un hámster!
Mamá había convencido a papá de compra una casita en un pueblo costero y desde entonces me paso todo el curso pensando en mis vacaciones en la playa. Y cuando ese día llega, la paz y la felicidad para mi es completa: sin colegio… dormir a pierna suelta, sin deberes, nadar, tomar el Sol al lado del agua, y lo más importante, el reencuentro con mis amigas Vero y Luz. Nos hicimos amigos nada más llegar a dicho pueblo y guardamos nuestra amistad de un año para otro.
Fue mi hermana Mar la que nos comenzó a llevar a explorar la casa desierta de la playa, convirtiéndose en uno de nuestros principales juegos. Pero ahora no quiere ir con nosotros; dice que eso no es para chicas que están haciendo bachillerato, que es cosa de niños. Ahora la gusta escuchar música, leer novelas de amor, bailar en las verbenas del pueblo, cantar en el karaoke del pub, ir a la piscina del pueblo vecino con sus amigos, jugar al baloncesto…, pero, ¿Qué baloncesto? Si lo que hace es dar saltitos delante de los chicos…
-¡Siéntate y cuéntame! – dijo Mar acercándome la mecedora del porche y haciéndose cargo del hámster.
-Aprovechando que había llovido y que no habría gente, decidimos ir a jugar a explorar a la casa desierta de la playa. Nos encontramos con un arco iris que nacía de entre las flores de la vegetación que hay de detrás de la casa y moría en el azul del mar. Un perro demostraba gran alegría intentando atrapar las olas diluidas que morían en la arena.
-¿Y no habría sido mejor que hubieseis jugado al fútbol?
-Fuimos a entrar por donde lo hacemos siempre, por la trampilla que da al sótano. Para nuestro asombro estaba cerrada. Y más asombrados nos quedamos cuando comprobamos que la puerta principal estaba abierta. Entramos sigilosos. Al llegar al salón y tras un rápido escrutinio, el miedo comenzó a invadirnos. La televisión estaba limpia de telarañas, sobre la mesa había un ordenador portátil, un libro abierto a medias de leer, restos de pizza en un plato de plástico, en un estuche había una pipa de fumar que humeaba. De pronto el reloj de pared comenzó a dar las horas y el corazón se nos paralizo. Suspiramos y decidimos ir a la cocina. ¡Qué horterada! En la pared de donde colgaban las cacerolas, sobre ellas, habían puesto un cuadro de un paisaje que predominaba la naturaleza; habían pintado una enorme flor acechada por una mariposa…La puerta del garaje estaba abierta: nos encontramos con un coche que yo nunca había visto. En él estaba inscrito “Dian 6”. En el suelo estaban intentando probar una tienda de campaña en forma de iglú…Y de pronto, otro sobresalto. En un rincón había una caja de cartón que se movía. Le echamos valor, miramos en su interior y nos encontramos con el hámster. Le estábamos rescatando cuando una silueta con falta de cariño, con gafas de culo de vaso y cargada con un baúl, apareció taponando la puerta.
-¡Se acabo la diversión! ¡Me habéis tocado el esternocleidomastoideo! – grito la silueta deforme dejando caer el baúl.
-El pánico nos hizo gritar a la vez. En desbandada corrimos hacia la puerta, derribando lo que me seguía pareciendo una silueta gigante. El extraño hombre se levanto y al echar a correr tras de nosotros, tropezó con el baúl y volvió a caer. Mire hacia atrás y vi como su cabeza rodó como un balón…
-¡Ja ja ja ja!
-¿Por qué te ríes?
-Lo que rodó fue su peluca.
-¡Ahora que lo dices…!
Nicolás Hernández López
Se hizo tarde y mi hermana Mª del Mar me esperaba impaciente en el rellano de la puerta. Se asustó cuando me vio llegar despavorido, blanco y sin aliento.
-¡Pablo! ¿Dónde has estado? ¿Qué te ha pasado? ¿Qué traes entre los brazos?
-¡Te lo puedes imaginar…! ¡Esto es un hámster!
Mamá había convencido a papá de compra una casita en un pueblo costero y desde entonces me paso todo el curso pensando en mis vacaciones en la playa. Y cuando ese día llega, la paz y la felicidad para mi es completa: sin colegio… dormir a pierna suelta, sin deberes, nadar, tomar el Sol al lado del agua, y lo más importante, el reencuentro con mis amigas Vero y Luz. Nos hicimos amigos nada más llegar a dicho pueblo y guardamos nuestra amistad de un año para otro.
Fue mi hermana Mar la que nos comenzó a llevar a explorar la casa desierta de la playa, convirtiéndose en uno de nuestros principales juegos. Pero ahora no quiere ir con nosotros; dice que eso no es para chicas que están haciendo bachillerato, que es cosa de niños. Ahora la gusta escuchar música, leer novelas de amor, bailar en las verbenas del pueblo, cantar en el karaoke del pub, ir a la piscina del pueblo vecino con sus amigos, jugar al baloncesto…, pero, ¿Qué baloncesto? Si lo que hace es dar saltitos delante de los chicos…
-¡Siéntate y cuéntame! – dijo Mar acercándome la mecedora del porche y haciéndose cargo del hámster.
-Aprovechando que había llovido y que no habría gente, decidimos ir a jugar a explorar a la casa desierta de la playa. Nos encontramos con un arco iris que nacía de entre las flores de la vegetación que hay de detrás de la casa y moría en el azul del mar. Un perro demostraba gran alegría intentando atrapar las olas diluidas que morían en la arena.
-¿Y no habría sido mejor que hubieseis jugado al fútbol?
-Fuimos a entrar por donde lo hacemos siempre, por la trampilla que da al sótano. Para nuestro asombro estaba cerrada. Y más asombrados nos quedamos cuando comprobamos que la puerta principal estaba abierta. Entramos sigilosos. Al llegar al salón y tras un rápido escrutinio, el miedo comenzó a invadirnos. La televisión estaba limpia de telarañas, sobre la mesa había un ordenador portátil, un libro abierto a medias de leer, restos de pizza en un plato de plástico, en un estuche había una pipa de fumar que humeaba. De pronto el reloj de pared comenzó a dar las horas y el corazón se nos paralizo. Suspiramos y decidimos ir a la cocina. ¡Qué horterada! En la pared de donde colgaban las cacerolas, sobre ellas, habían puesto un cuadro de un paisaje que predominaba la naturaleza; habían pintado una enorme flor acechada por una mariposa…La puerta del garaje estaba abierta: nos encontramos con un coche que yo nunca había visto. En él estaba inscrito “Dian 6”. En el suelo estaban intentando probar una tienda de campaña en forma de iglú…Y de pronto, otro sobresalto. En un rincón había una caja de cartón que se movía. Le echamos valor, miramos en su interior y nos encontramos con el hámster. Le estábamos rescatando cuando una silueta con falta de cariño, con gafas de culo de vaso y cargada con un baúl, apareció taponando la puerta.
-¡Se acabo la diversión! ¡Me habéis tocado el esternocleidomastoideo! – grito la silueta deforme dejando caer el baúl.
-El pánico nos hizo gritar a la vez. En desbandada corrimos hacia la puerta, derribando lo que me seguía pareciendo una silueta gigante. El extraño hombre se levanto y al echar a correr tras de nosotros, tropezó con el baúl y volvió a caer. Mire hacia atrás y vi como su cabeza rodó como un balón…
-¡Ja ja ja ja!
-¿Por qué te ríes?
-Lo que rodó fue su peluca.
-¡Ahora que lo dices…!
Nicolás Hernández López
La nana de Canelo
Nací con el esternocleidomastoideo atrofiado. Una circunstancia inusual que mi padre de haberlo sabido, habría vivido como una desgracia inmerecida que demandaba una muerte rápida, máxime cuando mis hermanos y los retoños de las camadas vecinas resultaron ser especímenes no solo sanos, sino sobresalientes.
En doce días, las galerías que viven ocultas al sol, se llenaron de promesas de pocos gramos, cola muy corta y cuerpo rechoncho. La naturaleza había cumplido. El paisaje se renovó para no desaparecer, y así como en otras ocasiones, de la renovación resultó una cosecha de flores comunes, esta vez, solo un hámster, yo, quebraba la música del agua: la coral de gotas que nacen ciegas, fluyen por uno o mil cauces y finalmente hagan lo que hagan, la mar alcanza.
Si mi papá no me devoró nada más verme fue porque no me vio. Ebrio de felicidad no olió mi tara. Suceso que mi mamá aprovechó para esconderme en el estuche azul de sus labores de lanas. Recuerdo la paz de aquella mi primera casa, y la música dulce que acompañaba a sus palabras cuando sin que nadie nos viera me acunaba. Recuerdo "la nana de Canelo", mi nana. Recuero el libro que me leía antes de salir el sol, el único que tenía: "La mariposa con gafas". Recuerdo como antes de dormir, su corazón me abrazaba.
Como bien sabéis, el reloj que marca nuestros pasos, tiene la cuerda rápida. A las cuatro semanas somos independientes y a eso de los dos meses nos iniciamos en los juegos de amor y agua. Entonces todo cambia.
Una mañana, mi madre me despertó. Me lamió con cariño el cuerpo y la cara. Yo tenía sueño. La noche anterior, como no iba al colegio, había sido muy larga. Los deberes que me había puesto eran difíciles. Tardé en resolver los problemas de laberintos y en descubrir los falsos silogismos, la lógica sin lógica que atrae tanto como engaña. Según uno de ellos, el fútbol y el baloncesto eran el mismo deporte: jugar con un balón. Según otro, el ordenador y la televisión el mismo aparato: un ingenio que sin coche te acerca a una tierra sin tierra repleta de diversión. Según un tercero, el iglú y la piscina una misma realidad: masas de agua que pueden cubrir a un roedor.
Cuando terminé, comimos pizza de abedul, heno y haya. Después trepamos mil veces por el arco iris que había dibujado en la caja de lanas. Pude cantar en su curva más alta y bailar sin freno mientras me deslizaba por sus patas. Fue una noche larga y fantástica. Fue mi última noche en esa casa tan cálida. Fue la primera vez que atravesé la maraña de túneles donde todos dormían sin conocer sus trampas, ajenos al balanceo de un amor que sin saberlo, les desafiaba.
El camino se hizo claro. Desembocó en una boca de nieve blanca. Reconozco que tuve miedo. Mi defecto me impedía mirar a los lados. Mi cabeza no giraba. El instinto me gritaba que si algún peligro me acechaba, no podría eludir la desgracia. No entendía por qué mi madre insistía en que avanzara.
Salir del pasadizo no me tranquilizó. Una alfombra de lanas frías cubría una caja sin tapa. No podía abarcarla. Pronto concluí que fuera todo era más grande de lo que jamás nadie imaginara.
Nos dirigimos a unas matas. Se ovilló sobre mi y me cantó mi nana. En ese momento supe que el hogar es una balada que te calienta el alma. Me dormí.
Al despertar, un perro grande, elegante y fuerte nos acompañaba. Se llamaba "Bernardo". Era amigo de mi madre. Una amistad extraña. Me entregó a él con absoluta confianza. Trepó conmigo por sus patas, y me acomodó en un cajita metálica que colgaba de su papada. No estaba fría. Alguien, algún día o alguna noche, se había entretenido en forrarla de lanas, y en pintar en el frontón que quedaba justo a la altura de mis ojos, un arco iris idéntico al que yo conocía. Todo me arropaba. Luego me dio un beso como el que me daba cada mañana para que durmiera en calma y dejó junto a mis patas delanteras una bolsa, dentro había un libro, el único libro que tenia: "La mariposa con gafas", unas hojas blancas y una caja de lapiceros nueva. "Tendrás tiempo de leer, quizás quieras pintar o escribir una historia o una carta. Aquí no hay sitio para ti Canelo. Vuelvo a estar embarazada. Mira al frente y no te preocupes por nada. Muchas veces los depredadores solo son fantasmas".
Por lo que pude descubrir en ese viaje que no sabía donde me llevaba, Bernardo y mi madre se conocieron en unas vacaciones tan curiosas como extraordinarias. Él custodiaba un grupo de cabras cerca de un refugio de montaña donde unos jovencitos celebraban su inminente salto a la Universidad. Decían con júbilo adiós al colegio, al bachillerato, a los castillos de arena en la playa y saludaban con euforia, la puerta adulta que les esperaba. Ella disfrutaba en el mismo lugar de un premio: el premio anual que otorgaba la Real Camada al joven o la joven con calificaciones mas destacadas. Era aquel refugio un oasis donde las promesas de distintas especies durante una semana conversaban. Era una apuesta secreta colmada de esperanzas que tres búhos y un unicornio financiaban. Al terminar la estancia, le propusieron que se quedara. Unánimemente fue elegida como la flor más clara. La necesitaban. Ella barajó la opción, pero consideró que si era verdad cuanto afirmaban, su aroma sería más útil perfumando las galerías subterráneas. Desde entonces, ella y él, él y ella hacían lo imposible por mantener el contacto. Ambos estaban convencidos de que el encuentro es posible si se prescinde de la red de intrigas y farsas.
No se cuánto tiempo duró nuestro viaje, podría decir que nada. Fueron tantas las aventuras que vivimos y tantas las que al descansar me contaba, que el tiempo fluyó sin saber que pasaba.
Hoy vivo entre alcatraces, pelícanos y gaviotas. No me escondo. Mi hogar es un nido próximo a la playa. Curiosamente, no me atacan. Miro al frente y sigo mi camino. Como tampoco puedo mirar hacia arriba, he aprendido a ver el cielo en el suelo. Os mentiría si dijera que nunca siento miedo. Lo siento. Pero cuando siento su amenaza, pienso que esas alas oscuras pueden ser simples fantasmas, y reanudo la marcha.
Mañana viene Bernardo. No sé si con él llegará algún animal herido de nacimiento o mutilado por el agua. Si es así, recalará durante un tiempo entre estas arenas saladas. Puede que el descanso y el mimo le permitan encontrar su lugar en el laberinto de un mapa. Muchos ya lo han logrado. Algunos, como yo, se quedaron.
Tengo ganas de ver a Bernardo, porque venga solo o acompañado, sé que traerá una carta. Nada mas abrirla, ponga lo que ponga, escucharé una melodía dulce. La nana de Canelo, mi nana.
Ana Isabel Fariña
Juan José:
ResponderEliminar“Trés jolie”… se diría en francés. “Mi piace” en italiano. Bien escrito, bello y con toques poéticos y exóticos.
“La Geografía que les enseño a los alumnos no pasaría la inspección educativa. Se basa en la experiencia de mis viajes y en ellos, como en los de Marco Polo, sucedieron cosas maravillosas.” Maravilloso y genial.
Sofía:
A primera vista no veo “baloncesto”… Muy conseguido el título “Montaña de palabras”
“Amor y felicidad
con cariño y amistad,
me ayudan para dormir
y soñar en libertad.”
Maravilloso y genial.
Luis:
Extraordinario…
“Procuraré este año no coger mucho cariño con las chicas que me presenten, pues te parten el corazón, los amores de verano los comparo como cuando atrapas una mariposa despistada que está posada en una flor y la metes en un estuche, al menor descuido lo abres y se escapa.”
Maravilloso y genial.
Vicente:
Podría estar mejor, hay que esforzarse más…
“Ahora me quedan los recuerdos que guardo en el estuche iglú de mi corazón y la flor seca de la juventud que sueña con mezclarse con las otras flores del jardín a las que una mariposa besa con sus alas.”
En fin, tampoco está tan mal… ánimo, sin decaer… el futuro es de los que una mala crítica no los derriba…
Toñi:
Una historia sacada de la vida misma, tal y como nos hubiera gustado tenerla… la pena es que actualmente mucha gente, cada vez más, no pueden permitirse unas vacaciones o tener un pueblo con abuelos maravillosos y esa chica de tus sueños a la que jamás se olvidará y que vive en invierno muy lejos, más allá de Barcelona… ¡Qué bonito es soñar! Me ha encantado… Muy bien escrito. Maravilloso y genial.
Ingenioso y creativo tu apalabra50s… Curso con matrícula, Toñi.
Nicolás:
No está mal, simpática tu historia… la puliría un poquito, pero bueno nada mal. Maravilloso y genial.
Ana:
“…quebraba la música del agua: la coral de gotas que nacen ciegas, fluyen por uno o mil cauces y finalmente hagan lo que hagan, la mar alcanza.”
“Recuerdo como antes de dormir, su corazón me abrazaba.”
“la lógica sin lógica que atrae tanto como engaña.”
“…atravesé la maraña de túneles donde todos dormían sin conocer sus trampas, ajenos al balanceo de un amor que, sin saberlo, les desafiaba.”
“En ese momento supe que el hogar es una balada que te calienta el alma.”
“Ambos estaban convencidos de que el encuentro es posible si se prescinde de la red de intrigas y farsas.”
El texto te atrapa. Las palabras son como perlas que se engarzan en un collar mágico. Maravilloso y genial. Genial y maravilloso.