Sobrevolamos el especial de la revista Litoral titulado "El arte de volar", con textos que van desde el anhelo de volar hasta la consumación de ese deseo en diferentes tipos de artefactos voladores como el aeroplano, el zepelín, el globo dirigible, el helicóptero o los aviones de vuelos comerciales.
Con un megáfono en mano leímos el poema de Luis García Montero "Life vest under your seat" donde se mezcla un monólogo interior con las explicaciones del comandante procedentes de la cabina del avión:
Señores pasajeros buenas tardes
y Nueva York al fondo todavía,
delicadas las torres de Manhattan
con la luz sumergida en una muchacha triste,
buenas tardes señores pasajeros,
mantendremos en vuelo doce mil pies de altura,
altos como su cuerpo en el pasillo
de la Universidad, una pregunta,
podría repetirme el título del libro,
cumpliendo normas internacionales,
las cuatro ventanillas de emergencia,
pero habrá que cenar, tal vez alguna copa,
casi vivir sin vínculo y sin límites,
modos de ver la noche y estar en los cristales
del alba, regresando,
y muchas otras noches regresando
bajo edificios de temblor acuático,
a una velocidad de novecientos
kilómetros, te dije
que nunca resistí las despedidas,
al aeropuerto no,
prefiero tu recuerdo por mi casa,
apoyado en el piano del Bar Andalucía,
bajo el cielo violeta
de los amaneceres de Manhattan,
igual que dos desnudos en penumbra
con Nueva York al fondo, todavía
al aeropuerto no,
rogamos hagan uso
del cinturón, no fumen
hasta que despeguemos,
cuiden que estén derechos los respaldos,
me tienes que llamar, de sus asientos.
Para volar es necesario armarse de paciencia. Las huelgas, los retrasos en las salidas y llegadas de los vuelos o las escalas en otros aeropuertos ponen a prueba nuestra resistencia y nuestra capacidad de aguante. Pero hay quien vive esos momentos de forma relajada y aprovecha muy bien esas esperas. Prueba de ello es el texto "Carrusel aéreo" de José María Merino:
¿De modo que también han retrasado su vuelo? Pues entonces tenemos tiempo de sobra. Ya le dije que yo he sufrido muchas de estas huelgas. Había pasado varias cuando en una de ellas, esperando la oportunidad de la salida en el aeropuerto de Pamplona, conocí a Judith, una barcelonesa que trabaja en asuntos parecidos a los míos. Nos caímos bien y fuimos intimando, nos hicimos lo que se pudiera llamar novios, y el puente aéreo nos unía los fines de semana. Después de un tiempo, cuando parecía claro que estábamos hechos el uno para el otro, una de estas huelgas retrasó nuestra cita durante más de un día. Tuve que pasar demasiadas horas solo en el aeropuerto, pero allí estaba Milagros, una malagueña profesora de francés. Simpatizamos, y conocerla me hizo reflexionar sobre mi proyectado matrimonio con Judith. Después del verano, ya salía con Milagros. También nos veíamos sólo de vez en cuando, pero esos amores tienen
siempre mucho incentivo para vivirlos. La cosa había cuajado entre nosotros, y yo preparaba mi viaje para conocer a su familia, cuando otra huelga me retuvo en Barajas. Entonces conocí a Alma, una jovencísima bióloga sueca. ¿Y usted ha oído hablar del flechazo? Fue eso, exactamente. Me encontraba con Alma mucho menos de los que lo había hecho con las otras, pero lo nuestro sí que era pasión, sobre todo en vacaciones. Precisamente unas vacaciones interrumpió mi encuentro con Alma una de esta dichosas huelgas, y ella debió de conocer a alguien más interesante que yo mientras esperaba, el caso es que cuando nos vimos me dijo que lo nuestro quedaba cancelado. Estuve sin novia una temporada, pero otra huelga me hizo pasar unas cuantas horas en el bar con una gallega de
nombre Margarita. Mi corazón se enamoró otra vez, qué quiere que le diga, y mi viaje de hoy es para buscar piso, porque estoy pensando trasladarme a Pontevedra y casarme con ella. Antes era los dioses, hoy son esos pilotos. Cambia la cara, pero siguen siendo las manos del destino. Menos mal que la espera se hace muy agradable, y hasta se agradece, cuando uno tiene la suerte de conocer a una mujer tan guapa y tan simpática como usted.
En un vuelo es fundamental que la tripulación de cabina sepa acompañar a los viajeros. De ahí la importancia de las azafatas y los auxiliares de vuelo. José Antonio Mesa Toré lo sabe, de ahí que regale sus mejores palabras a las "Tripulantes de cabina" como a la que aparece en la imagen de Geoge Petty "TWA Stratoliner Hostess":
Ángel mío, sonriente, de uniforme,
con ojos celestiales sobrevuelas
un mundo que te sabes de memoria.
Repasas las aristas: son fronteras
invisibles sus soles y sus lunas.
Bajo tus alas brillan los océanos
como si fuesen tímidas piscinas,
emergen cordilleras diminutas
bajo tus alas. Ríos, y desiertos,
y ciudades anónimas
que allá en el fondo sin remedio mueren,
viven bajo tus alas.
Cuánto vértigo, ángel mío, el mundo
visto así por tus ojos.
Imagino los viajes estelares,
las noches en hoteles de una sola
noche, si bien no sórdidos, sí frías,
y en el cielo que el atlas no contempla
presumo los destinos más infieles.
Toda la vida en vela,
con los pies en la tierra y en las nubes
el corazón ansioso de que vuelvas,
ángel mío, sonriente, de uniforme,
para tocar el cielo con tus alas,
para vivir el mundo por tu boca.
Dejamos aquí un par de vídeos, muy instructivos, donde se nos insiste en la importancia de atender a las cuestiones de seguridad del avión. Conscientes de lo difícil que es captar la atención de los viajeros en ese momento hay quien acude al humor para hacer más llevaderas las explicaciones. O si no vean las dotes escénicas de este auxiliar de vuelo:
Pero también el mensaje puede ser muy diferente al que nos encontramos en cualquier explicación normal. Y si no vean qué manera de ganarse al auditorio del avión con unas instrucciones de andar por casa:
El vuelo es para muchos celebración pero quizá lo sea más el aterrizaje. Hay quien, independientemente de su credo, se sirve de alguna oración litúrgica o laica para agradecer que ese inmenso pájaro se poso en tierra y todos llegamos a nuestro destino.
Andrés Neuman siempre viaja con la "Plegaria del que aterriza" que él mismo escribió:
Cielo, yo que no creo que en ti floten mensajes
y que leo en el alma (y digo alma)
cómo nada más alto nos protege
que el placer, la conciencia y la alegría,
yo te prometo, cielo, si aterrizamos sanos
que guardaré este miedo que hace temblar mi pulso
mientras escribo en manos de la furia del aire.
Lo guardaré, si llego, no para fabular
razones superiores ni para desafiarlas
sino por recordarte siempre, cielo,
liso, llano y azul como ahora te alcanzo,
hermoso, intrascendente, un simple gas que agita
la luz y me conmueve
como sólo un viajero transitorio,
como sólo un mortal puede saberlo.
Propuesta de escritura
Pon a volar tu imaginación y escribe un texto sobre alguna particularidad de los aviones o sobre un viaje digno de ser recordado y escrito.
También puedes escribir un texto sobre el hecho de volar o sobre los auxiliares de vuelo (o aeromozas, como dicen en México).
O puedes, por último, dar forma al texto iniciado en el taller en dos partes: un ejercicio de escritura automática donde reflejar los momentos previos al despegue frutos del nerviosismo, del miedo o del deseo de saberse volando y otro ejercicio en el que contamos la experiencia del viaje y en la que era imprescindible incluir por este orden las palabras "turbulencia", "beso", "cinturón", "grito" y "pasillo" antes de propiciar el cierre y el aterrizaje de la tarea.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Estar en el cielo
Para mí estar en el cielo es estar con Marigel, qué coño el montar en avión. Ni porque este sea un B-747. Además, que muy seguro muy seguro te dicen, pero a ver por qué te cuentan lo del chaleco ese que por si las moscas, aunque ellos dicen la descompresión; y el respaldo de los asientos en posición vertical; y abrocharse el cinturón, ¿es que se va chocar el chisme este con algo, y dónde están los air bag?; y que atentos a las puertas de emergencia, ¿qué emergencia? Y el “life vest under your seat”, que te lo ponen en inglés para que te asustes menos. No sé, como no despeguemos pronto...
Ya estamos volando, llevamos lo menos dos horas. A 30.000 pies dice el tío de la megafonía; esas cosas se las tenían que callar porque te pones a imaginar y si nos caemos, pues peor. Yo sigo con lo mío, lo de estar en el cielo de verdad es con Marigel. Menudas turbulencias hemos pasado, se acongoja uno, se le ponen tal que así los congojos. Terminan de decir que ya podemos quitarnos el cinturón; lo que yo necesito de verdad es que me dé un beso la azafata esa tan maja, ya que no está Marigel. Muy bien la azafata, oye, se vino toda sonriente y que quién había dado ese grito, que no pasaba nada; era cuando lo de las turbulencias, no sé si me explico; yo me hice el dormido. Luego entreabrí los ojos y una maravilla cómo se movía la moza el pasillo adelante mirando a un lado y a otro, esa falda tan estrecha.
Bueno, hemos aterrizado. Hubo un momento que yo me puse en lo peor, porque otra vez los respaldos, y los cinturones, y... que íbamos a tomar tierra, dijeron por megafonía de nuevo. Si yo no quiero pegarme de morros con la tierra —protesté—, yo lo que quiero es que el cacharro este se eche a rodar cuando llegue al suelo de cemento; un suponer como cuando el despegue. Pero bueno, bien, es que yo no lo había entendido, me lo aclaró la azafata. Ahora ya solo falta que abran las puertas y podamos salir de una puñetera vez. A mí que me dejen en paz de gaitas, para estar en el cielo, ya digo, Marigel. Que, por cierto, le tengo que decir que para lo del viaje de novios mejor un crucerito, que te vas en el AVE hasta Barcelona y luego ya todo es por el agua.
Pascual Martín
Grupo B
No era miedo, era otra cosa
Reconozco que nunca he montado en avión. Tampoco he tenido necesidad, conducir me encanta y cuando he realizado un viaje largo siempre cogía un tren de alta velocidad.
Pero el destino todo lo cambia. Un hijo encuentra trabajo en Alemania, y de momento me he librado de ir a verlo, él viene a menudo y a mi mujer y a mi hija les encanta coger el avión y pasar 10 o 15 días en su apartamento, recorrer las ciudades cercanas y hacer turismo en su compañía.
Los tres me han ido mentalizando de las ventajas del avión, rapidez, seguridad, precio, y al final en el próximo viaje decidí ir con ellos.
La noche anterior al vuelo, no me dormía, me imaginaba ya sentado en el avión, nada más despegar empezaban las turbulencias, di un beso a mi mujer por si era el último, me apreté el cinturón más de la cuenta, apenas respiraba, y por si fuera poco una mujer pegó un grito cuando me empezaba a quedar traspuesto, me levante aturdido y miré al pasillo por si yo era el último en salir corriendo.
Era un sueño, el reloj de la mesilla marcaba las 3 de la mañana, me levante asustado, corrí al cajón del cuarto de estar e hice añicos mi billete, acto seguido en el mapa marque la ruta más directa para ir en coche. Al amanecer lleve a mi mujer y a mi hija al aeropuerto, cuando las vi despegar inicié el viaje en coche, sabía que llegaría un día más tarde que ellas, pero iba mentalizado que lo había hecho por motivos de seguridad.
Luis Iglesias
Grupo B
La ilusión de volar
Con mi maleta de piel
me acerco para volar,
busco el destino en pantalla
de Madrid a Gibraltar.
Me siento en una butaca
con mi amiga Rosa Mar,
le pido la ventanilla
para poder visionar.
Siento el ruido del despegue,
ya pronto se va a elevar.
Ajusto mi cinturón,
por lo que pueda pasar.
Me acerco a la ventanilla,
las nubes puedo mirar;
su imagen es muy cercana,
el cielo van a tocar.
El avión se estabiliza.
Escribo para anotar
lo que observo en las personas
que se mueven sin parar.
Ofrecen ricas bebidas,
por si queremos tomar,
simpáticos azafatos
que te invitan a soñar.
Anuncian que ya aterriza,
pronto deja de volar;
sus alas se tambalean
hasta que llega a posar.
Nos dirigimos con ganas
al aeropuerto y tomar
unos pinchos de pescado
que acaban de rebozar.
Nos vamos a la ciudad,
deseosas de encontrar
el hotel donde alojarnos
y allí poder descansar.
Sofía Montero García
Grupo B
Volar
Al fin empieza a rodar por la pista, al fin puedo imitar a la cigüeña en su despegue. Poco a poco, eleva sus patas, las alas abrazan el espacio. Quedan atrás tantas cosas, aumenta la dosis de libertad, flotando en un mar aéreo, la mente vuela, vuela.
Avisan que puedo quitarme el cinturón. Me acomodo en mi ventana para poder utilizar el enorme zoom con el que cacharrearé durante el trayecto. Anuncian turbulencias, la imagen de la ciudad que dejaré por unos días se distorsiona. Doy un beso a mi pareja del alma, por dejarme una vez más - y ya son muchas- la ventana.
Pasados cinco minutos, asoman majestuosas las cumbres nevadas de la montaña, me gustaría tocarlas con los dedos, parecen polos de hielo gigantes. Un grito interior de alegría recorre mi cuerpo. Floto en el espacio, entre las nubes que van haciendo un pasillo que me lleva hacia mi destino: VOLAR
Antonio Castaño Moreno
Grupo A
En el aire
La anciana miró reprobatoriamente a la azafata. Era la tercera vez que, con cualquier pretexto, venía a ofrecer alguna cosa a su vecino de asiento, aquel señor de mediana edad tan amable y elegante. El colmo era que la azafata se inclinaba siempre más de lo necesario, y con la ayuda de un botón estratégicamente desabrochado, dejaba ver el inicio de unos pechos generosos y maternales.
Aquel señor amable y elegante se levantó y se dirigió al servicio. Detrás de la cortina, la azafata le indicó el baño que estaba libre. Como si perdiera el equilibrio por una pequeña turbulencia se inclinó sobre el hombre y se apoyó en su mano. La puerta se abrió, y entraron en el lavabo. Hicieron el amor y acabaron besándose como dos adolescentes que, torpemente, ni quieren ni saben muy bien cómo desenredarse.
Se recompusieron y arreglaron la ropa. Ella se dispuso a salir. La próxima vez, le dijo al hombre, cambiamos los papeles, que me apetece hacerme un poco la estrecha. Sí cariño, dijo él. Oye, esta tarde vas a recoger a los niños, ¿vale?, que ya sabes que tu madre no me puede ver. Vas tú, dijo ella, y no me empieces a tocar los cojones.
Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A
Último aviso
Asiento en posición vertical. Pienso en ti. Apenas si acabamos de despegar. Nunca me dolió tanto llegar a mi destino. Pereza. Hasta mover las piernas me resulta cansado. Te imagino, tanto tiempo sin verte, turbulencia, con tu andar pesado, tu pipa, tus muletas... Un beso te daría en este instante. Ese, que se nos quedó perdido para siempre. Que lio, se me enreda el cinturón, ¡tan patoso como siempre¡ Nervios. Grito… Y al gritar me libero para siempre. Grito, y todo el mundo se vuelve a mirarme. Piensan que soy loco y no me importa. Me siento, al fin libre, libre de decirte lo que siento. De pronto un pasillo, ese que me invita a caminar, levantarme y acercarme a ti. Llorar cuanto antes a mi padre muerto.
Poli Rubia
Grupo A
El sueño
Asiento 13F. Señores y señoras, la compañía les da la bienvenida. Hora local prevista de llegada, las 08:20, temperatura actual en destino 28o. Desearles que disfruten del vuelo y no duden en contar con nuestro personal auxiliar ante cualquier necesidad.
Les comunicamos que se les servirá un menú caliente y, en pocos minutos una azafata les ofrecerá los artículos Duty free que pueden previsualizar en el catálogo situado en el asiento anterior.
En unas horas veré amanecer en otro mundo, con personas diferentes, otros sonidos, luces, montañas, constelaciones, aires y construcciones. Me encuentro expectante cargada de ilusión y muchas ganas de observar y actuar con un enfoque nuevo.
Este aparato posee seis salidas de emergencia, dos situadas en cada una de las alas y las otras en las partes delantera y trasera.
Deseo tener una estancia que me haga mejorar a través del aprendizaje y del entendimiento de otros hábitos y sistemas de vida.
Sobrevolamos el cab ...
¾ Mwananke haini
¾ Perdón no entiendo lo que me dicen
¾ Kifo mauti
¾ No he hecho nada, por favor suéltenme
¾ ¡Kuua!
¾ ¡Kuua!
¾ ¡Kuua!
¾ ¡No, no, por favor!
..rogamos hagan uso de los cinturones de seguridad. En esto momentos sobrevolamos una zona de turbulencias conocida como el Mar del Diablo
Fueron las últimas palabras que pudieron escucharse en el Boeing desde la torre de control. A continuación desapareció dejando una estela vertical y no se hallaron restos del avión y del pasaje ni en tierra ni en el agua.
Antonia Oliva
Grupo B
A ras de cielo
Si vivir es volar a ras de suelo
¿Qué extraño convencimiento convierte
un paseo entre nubes en más muerte
que la velada muerte que con celo
acompaña tu marcha siempre? Cielo,
mar, vereda verde. Beso sin fuerte.
Pasillo de hilaza sin contrafuerte.
Nunca hay cinturón entre tú y tu vuelo.
¿Por qué entonces tal sudor, tanto miedo,
tanto rezo? Si vivir es un paso
¿Por qué tanto apego al grito de un credo
de porsiacasos? No volar es ocaso
Cualquier turbulencia no es más que enredo
de hilos e hilvanes en un contrapaso
Ana Isabel Fariña
Grupo B
Despegamos con ayuda
En el aeropuerto de Orly, sentados en el avión a punto de despegar, observo a dos individuos vestidos con mono de trabajo que deambulan por el interior del avión. Al cabo de un rato parece que han terminado el trabajo y uno le dice al otro: ¿revisaste aquello? y el otro le contesta: bueno más o menos, malo ha de ser que no vuele por eso. Maria, sentada a mi lado me pregunta: ¿qué han dicho? nada, mentí, que todo está en orden. Como ella tiene miedo a volar, estaba pendiente del despegue y no apreció la palidez de mi cara.
Al cabo de unos minutos el avión sale a pista. Observo a Maria agarrada a los reposa-brazos de los asientos con fuerza sobrehumana, cierra los ojos, contrae los maseteros y parece que le da fuerza y velocidad al aparato, por lo que despega con normalidad.
El aterrizaje otro día lo contaré.
José Luis Juan Fonseca
Grupo A
Un huésped no invitado
14 de septiembre de 1988.
11:30. Llegada al aeropuerto de Cancún.
01:00. Entramos en el hotel y tras recoger la llave de la habitación la ocupamos sin demora.
01:30. Llamada telefónica rogando nos personemos en recepción con el equipaje.
03:30. Tomamos vuelo hacia México, nuestro lugar de origen, calados hasta el tuétano y chorreando por cada pelo una gota.
Si digo que soy miedosa, miento. Si digo que no lo soy, miento también. Luego, ¿en qué lugar encasillaría este sentimiento tan común al ser humano como es el miedo? ¡El mismo que en este momento me roe las entrañas! Cierto, que desde el momento en que se me presenta un proyecto de viaje, mi pensamiento se complace en mortificarme con un accidente letal que se me lleva la vida. ¡Es una sensación patibularia la que siento al pisar el primer escalón de acceso al avión! Sin embargo, una vez me ajusto el cinturón, digo para mí ser adentro: “Sea lo que Dios Quiera” No más miedo, no más congoja, que lo que haya de ser será. Pasado este lapsus intimidatorio me relajo hasta perder la noción de que volamos a veinte mil pies de altura y entro en proceso de calma chicha.
Aclarado este punto y por si acaso no tengo ocasión de narrar lo vivido en este vuelo caribeño de dudoso aterrizaje, confieso que tengo los nervios hipermotivados para una crisis histérica que amenaza con un derrumbe personal. Las turbulencias, a cual más agresiva, se suceden en retahíla, intimidando al carácter más templado. Los pasajeros en los asientos, perdida la compostura, y con las manos atenazando los reposa brazos nos miramos incrédulos ante la adversidad que viene a nuestro encuentro. Una mujer corre por el pasillo desesperada gritando ¡Quiero bajarme, Pepe! ¡Quiero bajarme! Mientras, el marido trata de calmarla con un abrazo y un casto beso. Solo nos queda rezar, rogar al cielo un milagro que nos permita besar suelo azteca, que será lo primero que hagamos si salimos de esta. Que no es lo mismo besar el suelo, que tragárselo en un doble salto mortal fallido de este pájaro de acero.
– ¡Viene Gilberto! –dijo alguien en el hotel cuando acudimos con el equipaje a la llamada urgente de recepción que ordenó nuestro traslado inmediato al aeropuerto, y todo fue una carrera contra reloj. El hotel organizando la bienvenida de tan inesperado visitante, protegiendo con cinta adhesiva los cristales de las ventanas y apoyando colchones sobre los mismos para asegurar el inmueble. Los huéspedes en la calle observando los preparativos y a merced del turbión viento-lluvia que no nos dejó un poro de la piel sin su tarjeta de visita.
Y Gilberto llegó como huésped no invitado. Arrasando a su paso cuanto encontró en su camino meteórico de Huracán Categoría 5 (EHSS). Uno de los más devastadores y mortíferos del siglo XX registrados en el océano Atlántico.
Solo en el momento de tomar tierra se pudo apreciar en la aeronave un olor nauseabundo.
Pepita Sánchez
Grupo B
El avión embrujado
Volvía de un viaje desde Lima a Madrid, con escala en Bogotá, el avión, un moderno Airbus era de los que tienen tres asientos laterales y cuatro en el centro e iba medio lleno
En principio creí tener suerte, puesto que mi asiento era de pasillo en un lateral y justo en la terminación de primera clase, lo que permitía estirar las piernas cómodamente, el del medio estaba vacío y el de ventanilla estaba ocupado por una monja al parecer misionera, que ya antes de despegar de Lima, saco un rosario y se desentendió totalmente de lo que a su alrededor ocurriera.
A mi izquierda, uno de los asientos de pasillo centrales, se había instalado un anciano, de elegante porte que denotaba en sus arrugadas facciones una vida intensa. El asiento a su lado, estaba vacío y en los otros dos, había una pareja de jóvenes, al parecer , en la primera fase de noviazgo. Los tres asientos del otro lateral del avión, estaban ocupados por dos mujeres, con atavió bastante formal y un varón, todos ellos entre los treintaitantos y cuarentaipocos. Lógicamente y para no romper la regla de, que siempre me toca la compañía coñazo en los viajes aéreos, detrás de mí, una pareja de mellizos niño y niña, con madre superestupendamenteinteresante y bastante agobiada por la energía de sus retoños, la cual,comenzaron a utilizar con toda una panoplia de patadas , sobre el respaldo de mi asiento, nada más iniciarse el vuelo.
En Bogotá, se ocuparon los asientos que quedaban libres de la fila, a mi lado pretendía sentarse una señora que frisaba los ochenta; , su atavió era alegre y a pesar de sus arrugas, su cara denotaba haber poseído gran belleza ; pero al parecer su letra de asiento correspondía al sector central justo entre el anciano y la chica de la parejita.
Ya pensaba yo que iba a tener más espacio, cuando justo apareció “tremenda señorita”, con cara de casillegotarde , guapa sin paliativos, que no portaba maleta, si un gran bolso de mano y que antes de sentarse, me miró, como evaluándome , esbozó un saludo, más bien dirigido a la monjita, lo que me produjo cierta satisfacción interior al barruntar, que me consideraba sujeto de observación preventiva, lo que está varios escalones antes del de" señorsimpaticomayor" sin interés cinegética alguno.
Durante el despegue me pareció observar cierto nerviosismo en mi compañera de asiento y al cruzar las miradas esbozamos una sonrisa de circunstancias. Pero mi atención la dejó de lado, pues mí oído, captó la conversación que mantenían la señora mayor recién llegada y la jovencita.
Ambas gozaban de voces timbradas y audibles perfectamente desde mi asiento, la conversación, por lógica, giraba en torno a las razones del viaje. La joven, como bien supuse, venía de hacer prácticas sociales de un asentamiento de chabolas en los alrededores de Lima, donde había conocido al joven sentado a su lado, al que trató de presentarle a fuerza de insistencia, pues se hallaba parapetado tras unos auriculares, hasta lograr que le digiere una sonrisa . La señora preguntó a la joven, si las prácticas, únicamente habían sido sociales o , dijo mientras dirigía una pícara mirada al novio, que seguía a lo suyo, más personales.,; las dos comenzaron a reír con manifiesta complicidad. El anciano sentado a su lado ( a mi lado en el pasillo), trataba de disimular, algo, el fastidio que le producía la conversación mientras trataba de enfrascar su atención en una revista de divulgación científica.
Llegó el turno de la mujer mayor y comenzó a contar una de esas historias que a nadie dejan indiferente.EL motivo de su viaje, (segunda vez que montaba en avión en su vida) obedecía a su deseo de visitar, antes de morir, la tumba de un antiguo amor, sepultado en España.
La joven, claramente impresionada, comenzó a requeriría más detalles. Me di cuenta de que la cosa interesaba, al notar la atención de mi compañera de asiento y la voz imperiosa de la mamá, solicitando silencio a sus retoños.
La relatora , tras bastantes circunloquios y en resumidas cuentas, vino a contar, que había sido algo alocada y caprichosa de joven y había conocido a un hombre, bastante mayor que ella, del que se había reído y aprovechado durante un periodo , en el cual, el, había resultado fundamental, para determinar el rumbo de su vida y haciendo precisamente repaso de ella, se cayó en la cuenta de que era la única persona, que la había tratado con respeto y ayudado en momentos cruciales , a cambio ella le dio un mal pago. Era por ello, por lo que viajaba, para recabar perdón ante su tumba.
La historia, parecía haber captado la atención del vecindario, pues durante su discurso, hasta el novio “ en prácticas" , desconecto de sus auriculres . Tenía la mezcla de drama-amor-arrepentimiento y un tufillo a búsqueda de redención, digna de cualquier tipo de novela romántica, drama eslavo, opera oriental o telenovela hispanoamericana
La conversación se interrumpió para dar cuenta de la comida que servía la tripulación de cabina y en la que una azafata, parecía atender con especial esmero a la anciana en cuestión, lo que me hizo pensar, que había sido una de las oyentes de su relato. Al rato de haber concluido la colación, la señora comenzó a sentirse repentinamente indispuesta y la joven solicitó la ayuda de la tripulación que después de un rato de observación, la ayudó para trasladarla a primera clase. Poco tiempo después por la megafonía se preguntaba si encontraba algún médico a bordo; se levantaron al unísono las dos mujeres y el hombre del extremo de la fila y la azafata pidió que la acompañarán a primera y durante un largo tiempo no volvieron a aparecer.
La joven, que había logrado la atención de su novio, el cual trataba de mitigar la preocupación de esta por el estado de la anciana y mi compañera de asiento iniciaron un diálogo cruzado en el terciaba puntualmente la mamá de asiento trasero, ora tratando de quitar hierro a la indisposición de la señora, ora comentando con admiración su decisión y espíritu de aventura a pesar de su edad.
El anciano, saliendo de su mutismo, comentó que esto era posible gracias a que había disminuido el número de escobas y era mucho más cómodo el avión.
La mamá, se picó inmediatamente ante el comentario y le espetó al anciano, que las brujas, eran cosas de los tiempos en los que él vivió.
El anciano con gran temple, le replicó que era inaudito, que ya que había engañado a aquel hombre en vida, no lo dejara tranquilo después de muerto, que la acción justa hubiera sido tratarlo bien y honrarlo cuando estaba a su lado y no putearlo, o al menos, haberle pedido perdón en vida y no asegurarse el perdón por el manido método del que calla otorga.
La mamá, le contestó que el imbécil había sido el tipo que aún dada la diferencia de edad, pretendió a la señora en sus tiempos a sabiendas de lo que podía esperar
EL anciano replicó que era ahí donde residía el verdadero romanticismo, en tratar de posibilitar lo imposible, en hacer realidad un sueño,.
Mi compañera de asiento, le dedicó al anciano una mirada mezcla nomeolvides y quieresrepetirhistoria, que dejaron al anciano silente, a mi perplejo y con el cabello erizado, como cuando sabes que te enfrentas con algo potencialmente devastador.
El anciano, la miró y como dirigiéndose a mí, sentenció : Esta claro que los ciclos renuevan la condición mágica , tenga cuidado.
Se hizo un tenso silencio, interrumpido por la señal de abrocharse el cinturón y el anuncio del próximo aterrizaje
Cuando estábamos desembarcando, al pasar por la fila uno de los asientos de primera vi a la anciana extrañamente pálida inmóvil y silenciosa, miré directamente a los ojos de la azafata que como respuesta bajo los suyos. Comprendí al instante
Dándole vueltas en mi cabeza a lo ocurrido y sobre qué postura era más justa, la del anciano descreído o la de la señora aventurera, me dirigí a por mi maleta y en la cinta transportadora volví a coincidir con mi compañera de asiento quien, de manera dulce y educada, hizo que le cargara las suyas en un carrito, dedicándome tal serie de sonrisas y miradas, que no hubiera sospechado, en el transcurso del viaje, pudiera atesorar
Cuando me pidió mi número de teléfono y ¡¡¡se lo di¡¡ no pude sino hacer un cálculo mental de, cual sería mayor?, el número de imbéciles o el de brujas.
Carlos García Riesco
Grupo A
El aeropuerto
He volado y me siento cómoda, no puedo decir lo mismo de los aeropuertos, con esos edificios impersonales con pisos brillantes por los que me deslizo suavemente.
Gracias, muy amable, me ayudan a fluctuar entre las numerosas personas que me rodean y a las que, a veces, tengo que pedir ayuda. Sólo mi espléndida sonrisa mitiga el estrés que me provoca la falta de total independencia. Siempre surge alguna situación nueva que resolver; trenecitos y autobuses que te trasladan al otro extremo, que no hables el idioma de la persona que tiene que informarte, que el perro del policía olisquee un trozo de bocata sin terminar y te hagan abrir el equipaje, que la puerta de embarque se vuelva loca a pitar y no sepas porqué, que mi deficiencia visual me acompañe...
Cuando por fin estoy acomodada en el avión respiro aliviada, me relajo y duermo hasta que una azafata me entrega un papelillo donde tengo que poner una dirección y contestar a preguntas como: ¿ lleva una bomba en su bolso ? ¡ anda ! como que se lo iba a decir si así fuera.
Llego después de 15 horas y si todo sale bien, recojo mis maletas y entonces llega mi recompensa...me fundo en un abrazo con ese gran cuerpo que me está esperando. Se me humedecen los ojos.
Este vuelo me volvió a traer a tu lado, mi querido hijo.
Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A
Destino
Destino….
A las cuatro de la tarde llego al aeropuerto de Barajas me dirijo al famoso Check – In para enseñar el pasaporte donde he adquirido los billetes para poder viajar , me dirijo a la sala de migraciones donde tengo que tramitar los papeles y mostrar el pasaporte para poder viajar , al terminar de tramitar paso por el escáner .
Llego a sala de embargue donde tengo que esperar como unos veinte minutos antes de subir al avión.
Después de haber esperado como unos veinte minutos entro en el avión me siento en mi butaca le pido al chico que está sentado a mi lado le importaría que me pusiera al lado de la ventana para poder visionar los bellos paisajes si ningún problema cámbiese.
Apunto de salir el avión oigo el ruido del despegue, una azafata que está con nosotros en el avión nos dice pónganse los cinturones por precaución.
Desde la ventanilla del avión puedo mirar desde tan cerca las nubes, las playas tengo que dejar de mirar porque me entra vértigo me digo a mi mismo espero poder contarlo, una de las azafatas nos ofrece por si queremos tomar alguna bebida, deme por favor una botella de Coca Cola aquí la tiene.
Detrás de mí una señora está pidiendo ayuda su marido no despierta se acerca una doctora para ver lo que está pasando, la doctora le dice a la mujer del señor vamos a tomar pulso a su marido a ver si reacciona, al ver que no reacciona la doctora le comunica a la señora que su marido acababa de fallecer.
En ese momento anuncian por megafonía que el avión está apunto de aterrizar minutos antes de salir del avión me acerco hasta donde está la señora para darle el pésame me responde la señora muchas gracias preguntar sin conocernos de nada. Salgo del avión me dirijo hasta el aeropuerto a coger mis maletas.
David Álvarez
Grupo B
Vuelo 23
Vuelve a llover en Nueva York.
Observo como no ha salido el sol.
El contador del taxi para.
Vaya clavada me van a meter.
Estoy en el aeropuerto.
Después de un tiempo sin verle,
Sergio venía desde Irlanda
en el vuelo 23.
Dice que se agarró un mareo
de su vida y la niña de atrás
no paraba de darle patadas y le dolía la espalda.
-Vamos a ver, Sergio, mi niño, no se puede razonar con animales.
Sabía a que me refería.
Iria Costa
Grupo B
El precio de volar
No veía nada, sólo nubes. La sensación de libertad que experimentaba en aquellos momentos nunca la sentía con los pies en la tierra. Yo, mi avión y volar, no había nada más.
Recordaba cuando era un niño de un pequeño pueblo del centro de Alemania, cómo me quedaba mirando las estelas que dejaban los escasos aviones que pasaban. Al principio ni siquiera sabía a qué se debían esos “caminos" que veía en el cielo. Un día le pregunté a mi padre y él me dijo que eran aviones.
- ¿Aviones? ¿ Y qué son aviones?
- Mi padre se quedó pensativo unos segundos. – Son como autobuses pero que vuelan , como las palomas.
La explicación de mi padre me dejó aún más intrigado. No lo entendía. ¿ Un autobús que volaba? Eso no podía ser.
Todos los días a las seis de la tarde llegaba a mi pueblo un autobús desde la capital y desde aquel día de la conversación con mi padre me sentaba en la plaza, hasta que aparecía el destartalado vehículo y yo lo miraba y levantaba la vista al cielo. Aquel montón de chatarra era imposible que volara como los pájaros.
Los domingos por la tarde iba con mi padre al único bar que había en el pueblo, él bebía un vaso de cerveza negra y yo escuchaba atento las historias que contaban sus amigos. También llegaba a aquel bar el único periódico que había en el pueblo. Uno de esos domingos mi padre me lo puso delante.
- Mira, hijo – dijo señalando una foto- eso, es un avión.
Miré la foto, miré a mi padre y volví a la foto.
- Pero, ¡esto no es un autobús!.
- No te dije que fuera un autobús, te dije que era como un autobús, lleva a la gente de un sitio a otro, pero por el aire, volando como un pájaro.
Me quedé toda la tarde mirando aquella borrosa fotografía y leyendo el pequeño texto que la acompañaba. En él, describían un nuevo modelo de avión, más rápido que ninguno que se conociera. Quedé fascinado por aquella imagen, me parecía lo más bonito que había visto nunca. Me gustaba sobre todo el morro, era todo acristalado, y no podía menos que imaginarme metido en él, volando por el cielo y rodeado de nubes. En un momento en que ningún adulto me miraba rasgué la página del periódico y doblándola cuidadosamente me la metí en el bolsillo. Desde aquella tarde serían incontables las horas que me dedicaba a mirar el arrugado papel y soñando que un día yo pilotaría uno igual.
Me pasaba el día mirando el cielo y cuando veía pasar un avión me imaginaba mil y una historias, dónde iría, de dónde vendría, quién iría dentro… me fui incluso apartando de mis amigos, no quería perder el tiempo corriendo por el bosque o jugando a la pelota y ellos tampoco entendían mi obsesión por mirar el cielo y un sucio papel.
Y fui creciendo y mi obsesión por los aviones también y soñaba con el día en que yo pilotaría uno y surcaría el cielo llevando gente de un lugar a otro y conociendo partes del mundo que ni siquiera podía imaginar. Y así llegó el día más feliz de mi vida cuando después de muchos esfuerzos de mi familia entré en la Escuela de Aviación. Y me hice piloto y cuando salí de la Escuela como había sido el mejor de mi promoción la Lufwaffe se interesó por mí y cómo iba a decirle que no. La nueva fuerza aérea de mi país tenía los mejores y mas rápidos aviones del mundo y yo no podía decir no a la oportunidad de pilotarlos. El día que me dieron un flamante Heinkel He III con ese morro acristalado, estilo invernadero, con el que soñaba de niño sentí una emoción muy grande dentro de mi. No pensaba dónde me estaba metiendo y qué era lo que iba a tener que hacer con aquel avión. Me cegaba su belleza y la posibilidad de disfrutarlo.
Y cuando me dijeron que iba a formar parte de la Legión Cóndor, al mando del primo del Barón Rojo, sólo sentía el orgullo y la emoción de sentirme cercano a aquella leyenda. E iba a viajar a España, conocer otros países, otras culturas como siempre había soñado.
Y allí estaba aquella tarde de Abril de 1937 volando hacia un lugar del que sólo conocía las coordenadas y con un nombre impronunciable para mi, Guernica, y con una única misión bombardearlo y destruirlo.
Beatriz Gorjón Martín
Grupo A
Las alas de Jana
Jana extendió sus brazos en forma de alas y dio un paso seguido de otro sobre el borde del estanque. Era un pequeño aeroplano que sobrevolaba el mar.
Descubrió que tenía alas hace ya unos años, cuando escapaba al jardín cada vez que comenzaban los gritos en la cocina.
Ya entonces, se movía entre las nubes con la agilidad de un pájaro y miraba los desiertos y las montañas desde la altura. Recorría los países que veía en sus libros, flotando sobre sus pequeños pies descalzos sobre la hierba. Era su forma de no echarse a llorar.
Se construyó unas gafas de aviador y usaba el casco de su bicicleta para ser un piloto de aeroplano profesional. Incluso se pintaba galones en las solapas.
Muchas veces, los ruidos no cesaban dentro de casa. Y como se hacía de noche y tenía que aterrizar, utilizaba la puerta de atrás como hangar, dirigiéndose sigilosa a su cama sin pedir la cena.
Le dolían los brazos de recorrer tantos kilómetros.
Sara Diego
Grupo A
No era miedo, era otra cosa
Reconozco que nunca he montado en avión. Tampoco he tenido necesidad, conducir me encanta y cuando he realizado un viaje largo siempre cogía un tren de alta velocidad.
Pero el destino todo lo cambia. Un hijo encuentra trabajo en Alemania, y de momento me he librado de ir a verlo, él viene a menudo y a mi mujer y a mi hija les encanta coger el avión y pasar 10 o 15 días en su apartamento, recorrer las ciudades cercanas y hacer turismo en su compañía.
Los tres me han ido mentalizando de las ventajas del avión, rapidez, seguridad, precio, y al final en el próximo viaje decidí ir con ellos.
La noche anterior al vuelo, no me dormía, me imaginaba ya sentado en el avión, nada más despegar empezaban las turbulencias, di un beso a mi mujer por si era el último, me apreté el cinturón más de la cuenta, apenas respiraba, y por si fuera poco una mujer pegó un grito cuando me empezaba a quedar traspuesto, me levante aturdido y miré al pasillo por si yo era el último en salir corriendo.
Era un sueño, el reloj de la mesilla marcaba las 3 de la mañana, me levante asustado, corrí al cajón del cuarto de estar e hice añicos mi billete, acto seguido en el mapa marque la ruta más directa para ir en coche. Al amanecer lleve a mi mujer y a mi hija al aeropuerto, cuando las vi despegar inicié el viaje en coche, sabía que llegaría un día más tarde que ellas, pero iba mentalizado que lo había hecho por motivos de seguridad.
Luis Iglesias
Grupo B
La ilusión de volar
Con mi maleta de piel
me acerco para volar,
busco el destino en pantalla
de Madrid a Gibraltar.
Me siento en una butaca
con mi amiga Rosa Mar,
le pido la ventanilla
para poder visionar.
Siento el ruido del despegue,
ya pronto se va a elevar.
Ajusto mi cinturón,
por lo que pueda pasar.
Me acerco a la ventanilla,
las nubes puedo mirar;
su imagen es muy cercana,
el cielo van a tocar.
El avión se estabiliza.
Escribo para anotar
lo que observo en las personas
que se mueven sin parar.
Ofrecen ricas bebidas,
por si queremos tomar,
simpáticos azafatos
que te invitan a soñar.
Anuncian que ya aterriza,
pronto deja de volar;
sus alas se tambalean
hasta que llega a posar.
Nos dirigimos con ganas
al aeropuerto y tomar
unos pinchos de pescado
que acaban de rebozar.
Nos vamos a la ciudad,
deseosas de encontrar
el hotel donde alojarnos
y allí poder descansar.
Sofía Montero García
Grupo B
Volar
Al fin empieza a rodar por la pista, al fin puedo imitar a la cigüeña en su despegue. Poco a poco, eleva sus patas, las alas abrazan el espacio. Quedan atrás tantas cosas, aumenta la dosis de libertad, flotando en un mar aéreo, la mente vuela, vuela.
Avisan que puedo quitarme el cinturón. Me acomodo en mi ventana para poder utilizar el enorme zoom con el que cacharrearé durante el trayecto. Anuncian turbulencias, la imagen de la ciudad que dejaré por unos días se distorsiona. Doy un beso a mi pareja del alma, por dejarme una vez más - y ya son muchas- la ventana.
Pasados cinco minutos, asoman majestuosas las cumbres nevadas de la montaña, me gustaría tocarlas con los dedos, parecen polos de hielo gigantes. Un grito interior de alegría recorre mi cuerpo. Floto en el espacio, entre las nubes que van haciendo un pasillo que me lleva hacia mi destino: VOLAR
Antonio Castaño Moreno
Grupo A
En el aire
La anciana miró reprobatoriamente a la azafata. Era la tercera vez que, con cualquier pretexto, venía a ofrecer alguna cosa a su vecino de asiento, aquel señor de mediana edad tan amable y elegante. El colmo era que la azafata se inclinaba siempre más de lo necesario, y con la ayuda de un botón estratégicamente desabrochado, dejaba ver el inicio de unos pechos generosos y maternales.
Aquel señor amable y elegante se levantó y se dirigió al servicio. Detrás de la cortina, la azafata le indicó el baño que estaba libre. Como si perdiera el equilibrio por una pequeña turbulencia se inclinó sobre el hombre y se apoyó en su mano. La puerta se abrió, y entraron en el lavabo. Hicieron el amor y acabaron besándose como dos adolescentes que, torpemente, ni quieren ni saben muy bien cómo desenredarse.
Se recompusieron y arreglaron la ropa. Ella se dispuso a salir. La próxima vez, le dijo al hombre, cambiamos los papeles, que me apetece hacerme un poco la estrecha. Sí cariño, dijo él. Oye, esta tarde vas a recoger a los niños, ¿vale?, que ya sabes que tu madre no me puede ver. Vas tú, dijo ella, y no me empieces a tocar los cojones.
Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A
Último aviso
Asiento en posición vertical. Pienso en ti. Apenas si acabamos de despegar. Nunca me dolió tanto llegar a mi destino. Pereza. Hasta mover las piernas me resulta cansado. Te imagino, tanto tiempo sin verte, turbulencia, con tu andar pesado, tu pipa, tus muletas... Un beso te daría en este instante. Ese, que se nos quedó perdido para siempre. Que lio, se me enreda el cinturón, ¡tan patoso como siempre¡ Nervios. Grito… Y al gritar me libero para siempre. Grito, y todo el mundo se vuelve a mirarme. Piensan que soy loco y no me importa. Me siento, al fin libre, libre de decirte lo que siento. De pronto un pasillo, ese que me invita a caminar, levantarme y acercarme a ti. Llorar cuanto antes a mi padre muerto.
Poli Rubia
Grupo A
El sueño
Asiento 13F. Señores y señoras, la compañía les da la bienvenida. Hora local prevista de llegada, las 08:20, temperatura actual en destino 28o. Desearles que disfruten del vuelo y no duden en contar con nuestro personal auxiliar ante cualquier necesidad.
Les comunicamos que se les servirá un menú caliente y, en pocos minutos una azafata les ofrecerá los artículos Duty free que pueden previsualizar en el catálogo situado en el asiento anterior.
En unas horas veré amanecer en otro mundo, con personas diferentes, otros sonidos, luces, montañas, constelaciones, aires y construcciones. Me encuentro expectante cargada de ilusión y muchas ganas de observar y actuar con un enfoque nuevo.
Este aparato posee seis salidas de emergencia, dos situadas en cada una de las alas y las otras en las partes delantera y trasera.
Deseo tener una estancia que me haga mejorar a través del aprendizaje y del entendimiento de otros hábitos y sistemas de vida.
Sobrevolamos el cab ...
¾ Mwananke haini
¾ Perdón no entiendo lo que me dicen
¾ Kifo mauti
¾ No he hecho nada, por favor suéltenme
¾ ¡Kuua!
¾ ¡Kuua!
¾ ¡Kuua!
¾ ¡No, no, por favor!
..rogamos hagan uso de los cinturones de seguridad. En esto momentos sobrevolamos una zona de turbulencias conocida como el Mar del Diablo
Fueron las últimas palabras que pudieron escucharse en el Boeing desde la torre de control. A continuación desapareció dejando una estela vertical y no se hallaron restos del avión y del pasaje ni en tierra ni en el agua.
Antonia Oliva
Grupo B
A ras de cielo
Si vivir es volar a ras de suelo
¿Qué extraño convencimiento convierte
un paseo entre nubes en más muerte
que la velada muerte que con celo
acompaña tu marcha siempre? Cielo,
mar, vereda verde. Beso sin fuerte.
Pasillo de hilaza sin contrafuerte.
Nunca hay cinturón entre tú y tu vuelo.
¿Por qué entonces tal sudor, tanto miedo,
tanto rezo? Si vivir es un paso
¿Por qué tanto apego al grito de un credo
de porsiacasos? No volar es ocaso
Cualquier turbulencia no es más que enredo
de hilos e hilvanes en un contrapaso
Ana Isabel Fariña
Grupo B
Despegamos con ayuda
En el aeropuerto de Orly, sentados en el avión a punto de despegar, observo a dos individuos vestidos con mono de trabajo que deambulan por el interior del avión. Al cabo de un rato parece que han terminado el trabajo y uno le dice al otro: ¿revisaste aquello? y el otro le contesta: bueno más o menos, malo ha de ser que no vuele por eso. Maria, sentada a mi lado me pregunta: ¿qué han dicho? nada, mentí, que todo está en orden. Como ella tiene miedo a volar, estaba pendiente del despegue y no apreció la palidez de mi cara.
Al cabo de unos minutos el avión sale a pista. Observo a Maria agarrada a los reposa-brazos de los asientos con fuerza sobrehumana, cierra los ojos, contrae los maseteros y parece que le da fuerza y velocidad al aparato, por lo que despega con normalidad.
El aterrizaje otro día lo contaré.
José Luis Juan Fonseca
Grupo A
Un huésped no invitado
14 de septiembre de 1988.
11:30. Llegada al aeropuerto de Cancún.
01:00. Entramos en el hotel y tras recoger la llave de la habitación la ocupamos sin demora.
01:30. Llamada telefónica rogando nos personemos en recepción con el equipaje.
03:30. Tomamos vuelo hacia México, nuestro lugar de origen, calados hasta el tuétano y chorreando por cada pelo una gota.
Si digo que soy miedosa, miento. Si digo que no lo soy, miento también. Luego, ¿en qué lugar encasillaría este sentimiento tan común al ser humano como es el miedo? ¡El mismo que en este momento me roe las entrañas! Cierto, que desde el momento en que se me presenta un proyecto de viaje, mi pensamiento se complace en mortificarme con un accidente letal que se me lleva la vida. ¡Es una sensación patibularia la que siento al pisar el primer escalón de acceso al avión! Sin embargo, una vez me ajusto el cinturón, digo para mí ser adentro: “Sea lo que Dios Quiera” No más miedo, no más congoja, que lo que haya de ser será. Pasado este lapsus intimidatorio me relajo hasta perder la noción de que volamos a veinte mil pies de altura y entro en proceso de calma chicha.
Aclarado este punto y por si acaso no tengo ocasión de narrar lo vivido en este vuelo caribeño de dudoso aterrizaje, confieso que tengo los nervios hipermotivados para una crisis histérica que amenaza con un derrumbe personal. Las turbulencias, a cual más agresiva, se suceden en retahíla, intimidando al carácter más templado. Los pasajeros en los asientos, perdida la compostura, y con las manos atenazando los reposa brazos nos miramos incrédulos ante la adversidad que viene a nuestro encuentro. Una mujer corre por el pasillo desesperada gritando ¡Quiero bajarme, Pepe! ¡Quiero bajarme! Mientras, el marido trata de calmarla con un abrazo y un casto beso. Solo nos queda rezar, rogar al cielo un milagro que nos permita besar suelo azteca, que será lo primero que hagamos si salimos de esta. Que no es lo mismo besar el suelo, que tragárselo en un doble salto mortal fallido de este pájaro de acero.
– ¡Viene Gilberto! –dijo alguien en el hotel cuando acudimos con el equipaje a la llamada urgente de recepción que ordenó nuestro traslado inmediato al aeropuerto, y todo fue una carrera contra reloj. El hotel organizando la bienvenida de tan inesperado visitante, protegiendo con cinta adhesiva los cristales de las ventanas y apoyando colchones sobre los mismos para asegurar el inmueble. Los huéspedes en la calle observando los preparativos y a merced del turbión viento-lluvia que no nos dejó un poro de la piel sin su tarjeta de visita.
Y Gilberto llegó como huésped no invitado. Arrasando a su paso cuanto encontró en su camino meteórico de Huracán Categoría 5 (EHSS). Uno de los más devastadores y mortíferos del siglo XX registrados en el océano Atlántico.
Solo en el momento de tomar tierra se pudo apreciar en la aeronave un olor nauseabundo.
Pepita Sánchez
Grupo B
El avión embrujado
Volvía de un viaje desde Lima a Madrid, con escala en Bogotá, el avión, un moderno Airbus era de los que tienen tres asientos laterales y cuatro en el centro e iba medio lleno
En principio creí tener suerte, puesto que mi asiento era de pasillo en un lateral y justo en la terminación de primera clase, lo que permitía estirar las piernas cómodamente, el del medio estaba vacío y el de ventanilla estaba ocupado por una monja al parecer misionera, que ya antes de despegar de Lima, saco un rosario y se desentendió totalmente de lo que a su alrededor ocurriera.
A mi izquierda, uno de los asientos de pasillo centrales, se había instalado un anciano, de elegante porte que denotaba en sus arrugadas facciones una vida intensa. El asiento a su lado, estaba vacío y en los otros dos, había una pareja de jóvenes, al parecer , en la primera fase de noviazgo. Los tres asientos del otro lateral del avión, estaban ocupados por dos mujeres, con atavió bastante formal y un varón, todos ellos entre los treintaitantos y cuarentaipocos. Lógicamente y para no romper la regla de, que siempre me toca la compañía coñazo en los viajes aéreos, detrás de mí, una pareja de mellizos niño y niña, con madre superestupendamenteinteresante y bastante agobiada por la energía de sus retoños, la cual,comenzaron a utilizar con toda una panoplia de patadas , sobre el respaldo de mi asiento, nada más iniciarse el vuelo.
En Bogotá, se ocuparon los asientos que quedaban libres de la fila, a mi lado pretendía sentarse una señora que frisaba los ochenta; , su atavió era alegre y a pesar de sus arrugas, su cara denotaba haber poseído gran belleza ; pero al parecer su letra de asiento correspondía al sector central justo entre el anciano y la chica de la parejita.
Ya pensaba yo que iba a tener más espacio, cuando justo apareció “tremenda señorita”, con cara de casillegotarde , guapa sin paliativos, que no portaba maleta, si un gran bolso de mano y que antes de sentarse, me miró, como evaluándome , esbozó un saludo, más bien dirigido a la monjita, lo que me produjo cierta satisfacción interior al barruntar, que me consideraba sujeto de observación preventiva, lo que está varios escalones antes del de" señorsimpaticomayor" sin interés cinegética alguno.
Durante el despegue me pareció observar cierto nerviosismo en mi compañera de asiento y al cruzar las miradas esbozamos una sonrisa de circunstancias. Pero mi atención la dejó de lado, pues mí oído, captó la conversación que mantenían la señora mayor recién llegada y la jovencita.
Ambas gozaban de voces timbradas y audibles perfectamente desde mi asiento, la conversación, por lógica, giraba en torno a las razones del viaje. La joven, como bien supuse, venía de hacer prácticas sociales de un asentamiento de chabolas en los alrededores de Lima, donde había conocido al joven sentado a su lado, al que trató de presentarle a fuerza de insistencia, pues se hallaba parapetado tras unos auriculares, hasta lograr que le digiere una sonrisa . La señora preguntó a la joven, si las prácticas, únicamente habían sido sociales o , dijo mientras dirigía una pícara mirada al novio, que seguía a lo suyo, más personales.,; las dos comenzaron a reír con manifiesta complicidad. El anciano sentado a su lado ( a mi lado en el pasillo), trataba de disimular, algo, el fastidio que le producía la conversación mientras trataba de enfrascar su atención en una revista de divulgación científica.
Llegó el turno de la mujer mayor y comenzó a contar una de esas historias que a nadie dejan indiferente.EL motivo de su viaje, (segunda vez que montaba en avión en su vida) obedecía a su deseo de visitar, antes de morir, la tumba de un antiguo amor, sepultado en España.
La joven, claramente impresionada, comenzó a requeriría más detalles. Me di cuenta de que la cosa interesaba, al notar la atención de mi compañera de asiento y la voz imperiosa de la mamá, solicitando silencio a sus retoños.
La relatora , tras bastantes circunloquios y en resumidas cuentas, vino a contar, que había sido algo alocada y caprichosa de joven y había conocido a un hombre, bastante mayor que ella, del que se había reído y aprovechado durante un periodo , en el cual, el, había resultado fundamental, para determinar el rumbo de su vida y haciendo precisamente repaso de ella, se cayó en la cuenta de que era la única persona, que la había tratado con respeto y ayudado en momentos cruciales , a cambio ella le dio un mal pago. Era por ello, por lo que viajaba, para recabar perdón ante su tumba.
La historia, parecía haber captado la atención del vecindario, pues durante su discurso, hasta el novio “ en prácticas" , desconecto de sus auriculres . Tenía la mezcla de drama-amor-arrepentimiento y un tufillo a búsqueda de redención, digna de cualquier tipo de novela romántica, drama eslavo, opera oriental o telenovela hispanoamericana
La conversación se interrumpió para dar cuenta de la comida que servía la tripulación de cabina y en la que una azafata, parecía atender con especial esmero a la anciana en cuestión, lo que me hizo pensar, que había sido una de las oyentes de su relato. Al rato de haber concluido la colación, la señora comenzó a sentirse repentinamente indispuesta y la joven solicitó la ayuda de la tripulación que después de un rato de observación, la ayudó para trasladarla a primera clase. Poco tiempo después por la megafonía se preguntaba si encontraba algún médico a bordo; se levantaron al unísono las dos mujeres y el hombre del extremo de la fila y la azafata pidió que la acompañarán a primera y durante un largo tiempo no volvieron a aparecer.
La joven, que había logrado la atención de su novio, el cual trataba de mitigar la preocupación de esta por el estado de la anciana y mi compañera de asiento iniciaron un diálogo cruzado en el terciaba puntualmente la mamá de asiento trasero, ora tratando de quitar hierro a la indisposición de la señora, ora comentando con admiración su decisión y espíritu de aventura a pesar de su edad.
El anciano, saliendo de su mutismo, comentó que esto era posible gracias a que había disminuido el número de escobas y era mucho más cómodo el avión.
La mamá, se picó inmediatamente ante el comentario y le espetó al anciano, que las brujas, eran cosas de los tiempos en los que él vivió.
El anciano con gran temple, le replicó que era inaudito, que ya que había engañado a aquel hombre en vida, no lo dejara tranquilo después de muerto, que la acción justa hubiera sido tratarlo bien y honrarlo cuando estaba a su lado y no putearlo, o al menos, haberle pedido perdón en vida y no asegurarse el perdón por el manido método del que calla otorga.
La mamá, le contestó que el imbécil había sido el tipo que aún dada la diferencia de edad, pretendió a la señora en sus tiempos a sabiendas de lo que podía esperar
EL anciano replicó que era ahí donde residía el verdadero romanticismo, en tratar de posibilitar lo imposible, en hacer realidad un sueño,.
Mi compañera de asiento, le dedicó al anciano una mirada mezcla nomeolvides y quieresrepetirhistoria, que dejaron al anciano silente, a mi perplejo y con el cabello erizado, como cuando sabes que te enfrentas con algo potencialmente devastador.
El anciano, la miró y como dirigiéndose a mí, sentenció : Esta claro que los ciclos renuevan la condición mágica , tenga cuidado.
Se hizo un tenso silencio, interrumpido por la señal de abrocharse el cinturón y el anuncio del próximo aterrizaje
Cuando estábamos desembarcando, al pasar por la fila uno de los asientos de primera vi a la anciana extrañamente pálida inmóvil y silenciosa, miré directamente a los ojos de la azafata que como respuesta bajo los suyos. Comprendí al instante
Dándole vueltas en mi cabeza a lo ocurrido y sobre qué postura era más justa, la del anciano descreído o la de la señora aventurera, me dirigí a por mi maleta y en la cinta transportadora volví a coincidir con mi compañera de asiento quien, de manera dulce y educada, hizo que le cargara las suyas en un carrito, dedicándome tal serie de sonrisas y miradas, que no hubiera sospechado, en el transcurso del viaje, pudiera atesorar
Cuando me pidió mi número de teléfono y ¡¡¡se lo di¡¡ no pude sino hacer un cálculo mental de, cual sería mayor?, el número de imbéciles o el de brujas.
Carlos García Riesco
Grupo A
El aeropuerto
He volado y me siento cómoda, no puedo decir lo mismo de los aeropuertos, con esos edificios impersonales con pisos brillantes por los que me deslizo suavemente.
Gracias, muy amable, me ayudan a fluctuar entre las numerosas personas que me rodean y a las que, a veces, tengo que pedir ayuda. Sólo mi espléndida sonrisa mitiga el estrés que me provoca la falta de total independencia. Siempre surge alguna situación nueva que resolver; trenecitos y autobuses que te trasladan al otro extremo, que no hables el idioma de la persona que tiene que informarte, que el perro del policía olisquee un trozo de bocata sin terminar y te hagan abrir el equipaje, que la puerta de embarque se vuelva loca a pitar y no sepas porqué, que mi deficiencia visual me acompañe...
Cuando por fin estoy acomodada en el avión respiro aliviada, me relajo y duermo hasta que una azafata me entrega un papelillo donde tengo que poner una dirección y contestar a preguntas como: ¿ lleva una bomba en su bolso ? ¡ anda ! como que se lo iba a decir si así fuera.
Llego después de 15 horas y si todo sale bien, recojo mis maletas y entonces llega mi recompensa...me fundo en un abrazo con ese gran cuerpo que me está esperando. Se me humedecen los ojos.
Este vuelo me volvió a traer a tu lado, mi querido hijo.
Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A
Destino
Destino….
A las cuatro de la tarde llego al aeropuerto de Barajas me dirijo al famoso Check – In para enseñar el pasaporte donde he adquirido los billetes para poder viajar , me dirijo a la sala de migraciones donde tengo que tramitar los papeles y mostrar el pasaporte para poder viajar , al terminar de tramitar paso por el escáner .
Llego a sala de embargue donde tengo que esperar como unos veinte minutos antes de subir al avión.
Después de haber esperado como unos veinte minutos entro en el avión me siento en mi butaca le pido al chico que está sentado a mi lado le importaría que me pusiera al lado de la ventana para poder visionar los bellos paisajes si ningún problema cámbiese.
Apunto de salir el avión oigo el ruido del despegue, una azafata que está con nosotros en el avión nos dice pónganse los cinturones por precaución.
Desde la ventanilla del avión puedo mirar desde tan cerca las nubes, las playas tengo que dejar de mirar porque me entra vértigo me digo a mi mismo espero poder contarlo, una de las azafatas nos ofrece por si queremos tomar alguna bebida, deme por favor una botella de Coca Cola aquí la tiene.
Detrás de mí una señora está pidiendo ayuda su marido no despierta se acerca una doctora para ver lo que está pasando, la doctora le dice a la mujer del señor vamos a tomar pulso a su marido a ver si reacciona, al ver que no reacciona la doctora le comunica a la señora que su marido acababa de fallecer.
En ese momento anuncian por megafonía que el avión está apunto de aterrizar minutos antes de salir del avión me acerco hasta donde está la señora para darle el pésame me responde la señora muchas gracias preguntar sin conocernos de nada. Salgo del avión me dirijo hasta el aeropuerto a coger mis maletas.
David Álvarez
Grupo B
Vuelo 23
Vuelve a llover en Nueva York.
Observo como no ha salido el sol.
El contador del taxi para.
Vaya clavada me van a meter.
Estoy en el aeropuerto.
Después de un tiempo sin verle,
Sergio venía desde Irlanda
en el vuelo 23.
Dice que se agarró un mareo
de su vida y la niña de atrás
no paraba de darle patadas y le dolía la espalda.
-Vamos a ver, Sergio, mi niño, no se puede razonar con animales.
Sabía a que me refería.
Iria Costa
Grupo B
El precio de volar
No veía nada, sólo nubes. La sensación de libertad que experimentaba en aquellos momentos nunca la sentía con los pies en la tierra. Yo, mi avión y volar, no había nada más.
Recordaba cuando era un niño de un pequeño pueblo del centro de Alemania, cómo me quedaba mirando las estelas que dejaban los escasos aviones que pasaban. Al principio ni siquiera sabía a qué se debían esos “caminos" que veía en el cielo. Un día le pregunté a mi padre y él me dijo que eran aviones.
- ¿Aviones? ¿ Y qué son aviones?
- Mi padre se quedó pensativo unos segundos. – Son como autobuses pero que vuelan , como las palomas.
La explicación de mi padre me dejó aún más intrigado. No lo entendía. ¿ Un autobús que volaba? Eso no podía ser.
Todos los días a las seis de la tarde llegaba a mi pueblo un autobús desde la capital y desde aquel día de la conversación con mi padre me sentaba en la plaza, hasta que aparecía el destartalado vehículo y yo lo miraba y levantaba la vista al cielo. Aquel montón de chatarra era imposible que volara como los pájaros.
Los domingos por la tarde iba con mi padre al único bar que había en el pueblo, él bebía un vaso de cerveza negra y yo escuchaba atento las historias que contaban sus amigos. También llegaba a aquel bar el único periódico que había en el pueblo. Uno de esos domingos mi padre me lo puso delante.
- Mira, hijo – dijo señalando una foto- eso, es un avión.
Miré la foto, miré a mi padre y volví a la foto.
- Pero, ¡esto no es un autobús!.
- No te dije que fuera un autobús, te dije que era como un autobús, lleva a la gente de un sitio a otro, pero por el aire, volando como un pájaro.
Me quedé toda la tarde mirando aquella borrosa fotografía y leyendo el pequeño texto que la acompañaba. En él, describían un nuevo modelo de avión, más rápido que ninguno que se conociera. Quedé fascinado por aquella imagen, me parecía lo más bonito que había visto nunca. Me gustaba sobre todo el morro, era todo acristalado, y no podía menos que imaginarme metido en él, volando por el cielo y rodeado de nubes. En un momento en que ningún adulto me miraba rasgué la página del periódico y doblándola cuidadosamente me la metí en el bolsillo. Desde aquella tarde serían incontables las horas que me dedicaba a mirar el arrugado papel y soñando que un día yo pilotaría uno igual.
Me pasaba el día mirando el cielo y cuando veía pasar un avión me imaginaba mil y una historias, dónde iría, de dónde vendría, quién iría dentro… me fui incluso apartando de mis amigos, no quería perder el tiempo corriendo por el bosque o jugando a la pelota y ellos tampoco entendían mi obsesión por mirar el cielo y un sucio papel.
Y fui creciendo y mi obsesión por los aviones también y soñaba con el día en que yo pilotaría uno y surcaría el cielo llevando gente de un lugar a otro y conociendo partes del mundo que ni siquiera podía imaginar. Y así llegó el día más feliz de mi vida cuando después de muchos esfuerzos de mi familia entré en la Escuela de Aviación. Y me hice piloto y cuando salí de la Escuela como había sido el mejor de mi promoción la Lufwaffe se interesó por mí y cómo iba a decirle que no. La nueva fuerza aérea de mi país tenía los mejores y mas rápidos aviones del mundo y yo no podía decir no a la oportunidad de pilotarlos. El día que me dieron un flamante Heinkel He III con ese morro acristalado, estilo invernadero, con el que soñaba de niño sentí una emoción muy grande dentro de mi. No pensaba dónde me estaba metiendo y qué era lo que iba a tener que hacer con aquel avión. Me cegaba su belleza y la posibilidad de disfrutarlo.
Y cuando me dijeron que iba a formar parte de la Legión Cóndor, al mando del primo del Barón Rojo, sólo sentía el orgullo y la emoción de sentirme cercano a aquella leyenda. E iba a viajar a España, conocer otros países, otras culturas como siempre había soñado.
Y allí estaba aquella tarde de Abril de 1937 volando hacia un lugar del que sólo conocía las coordenadas y con un nombre impronunciable para mi, Guernica, y con una única misión bombardearlo y destruirlo.
Beatriz Gorjón Martín
Grupo A
Las alas de Jana
Jana extendió sus brazos en forma de alas y dio un paso seguido de otro sobre el borde del estanque. Era un pequeño aeroplano que sobrevolaba el mar.
Descubrió que tenía alas hace ya unos años, cuando escapaba al jardín cada vez que comenzaban los gritos en la cocina.
Ya entonces, se movía entre las nubes con la agilidad de un pájaro y miraba los desiertos y las montañas desde la altura. Recorría los países que veía en sus libros, flotando sobre sus pequeños pies descalzos sobre la hierba. Era su forma de no echarse a llorar.
Se construyó unas gafas de aviador y usaba el casco de su bicicleta para ser un piloto de aeroplano profesional. Incluso se pintaba galones en las solapas.
Muchas veces, los ruidos no cesaban dentro de casa. Y como se hacía de noche y tenía que aterrizar, utilizaba la puerta de atrás como hangar, dirigiéndose sigilosa a su cama sin pedir la cena.
Le dolían los brazos de recorrer tantos kilómetros.
Sara Diego
Grupo A
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