Cualquiera tiempo presente

La de ayer fue una sesión especial pues convocamos a los clásicos en el marco de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Salamanca.
¿Qué fue de los clásicos? Esa es la pregunta que nos hicimos en la mesa redonda, o cuadrada, que con el título "Cualquiera tiempo presente" convocó a Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y Anónima. Este es el texto que anunciaba la actividad:

Los libros clásicos, los autores y autoras clásicos siguen vivos en la memoria colectiva. No podríamos entender la literatura sin ellos como tampoco, muchas de las obras literarias que se han escrito después, habrían podido ver la luz.
Sin embargo, cada vez se leen menos a aquellos autores que crearon grandes obras universales. Poco a poco, se han ido relegando al desván de la memoria y, aunque sigan siendo grandes “gigantes” de la historia de la literatura, parecen, en muchas ocasiones, como si hubieran muerto.
¿Muerto? ¿De verdad que podemos creer que han muerto?
Cinco escritores, cinco, se reunirán con nosotr@s en una mesa redonda (o cuadrada) para intercambiar experiencias y resolver enigmas. Cinco escritores, cinco posturas, cinco miradas, para arrojar un poco de luz sobre las sombras del pasado.



Don Lope Félix de Vega Carpio, dramaturgo y poeta se presentó de este modo:

Permitidme que os hable de tú. Al fin y al cabo soy hombre moderno, un renovador de las formas y del lenguaje. "Tú puede llamarme Lo, querida" (mirando a la moderadora del coloquio).
Me siento contrariado. Yo, la más alta instancia de la Literatura. El mayor portento que hayan dado las letras. Yo que a los cinco años leía latín y a los doce escribí mi primera comedia. Yo que tuve 2 esposas , 6 amantes y 15 hijos documentados, que escribí 3000 sonetos, 3 novelas, 4 novelas cortas, 9 epopeyas, 3 poemas didácticos y 1800 comedias. Yo, el monstruo de la naturaleza, no puedo ser presentado con una mísera e infelice frase. Qué desaire. Vive Dios.


¿Quieren saber algo? De mí se han dicho las mayores barbaridades: que si soy el Félix de los Eugenios, que si era moribundo de Vega de Tirados, que si escribía con medias, que si no conseguí el grado de bachiller. Me han atribuido textos que no escribí. Aquí les traigo uno. Un presunto fragmento de la obra “El rey don Pedro en Vallecas”, una burla que inventa Jorge Llopis, un escritor de medio pelo que dicen que colaboró con una revista satírica llamada “La Codorniz”. Menuda sátira. No tenía suficiente con Góngora y con Cervantes para que con el correr del tiempo me salgan más enemigos, bromistas y detractores.
Escuchen lo que dicen que escribí. Es escena entre un rey y el condestable:

REY

Amor con ardiente lazo
llevó la fiebre a mi frente.
¡Abrásome, don Vicente!

CONDESTABLE

¿No será cosa del bazo?

REY

No es del bazo, que cautivo
de una belleza rural,
me encuentro aquí , por mi mal,
a pesar de ser altivo.
Piensa, pues, y considera
que tan grande es mi pasión,
que a perder voy la razón.
Condestable de Albatera.

CONDESTABLE

Entra en casa de esa bella
que esquiva triunfa y se engalla,
y urde con tu faramalla
el asalto a esa doncella.
Ella es pura. Pura es ella,
y sencilla es la batalla;
al fin entrará en la malla
de tus redes; has de vella.
Y si no logras vencella,
ni rendilla, ni logralla,
ni siquiera avasallalla
o en un apuro ponella,
mejor harás en dejalla,
porque un hombre de tu talla,
digno de mejor estrella,
cuando una bella le falla,
se aparta corriendo della,
y al punto, para olvidalla,
ingurgita una botella
de aguardiente de Cazalla.


¡Qué yo escribí esto! ¡Vive Dios! Lo escribiría Cervantes, antes.





Lope (Raúl Vacas) nos dejó una versión, o una perversión de su Soneto 126. La escribió para referirse a lo jóvenes: esos vagos, esas almas errantes de pasillo, esa burriciega juventud que solo piensa en el twerking y el en el trap.

Soneto XII. 2.0 (versión Premium)

Descentrarse, amuermarse, estar ocioso,
zángano, harto, holgazán, perdido,
cachazudo, indolente, distraído,
haragán, impasible, perezoso.

No hallar en el colchón más que reposo,
mostrarse hastiado, vago, necio, huido,
flemático, tedioso, distraído,
relajado, poltrón, infructuoso.

Pasar el costo en un cuarto de baño,
beber chupitos por no haber jarabe,
tatuarte en el pecho, hablar extraño,

creer que el hielo en un cubata cabe,
dar la brasa y la chusta a algún extraño,
esto es el trap, quien lo probó lo sabe.


Propuesta de escritura

Tomando como ejemplo esta parodia del poema de Lope de Vega escribe tu propia versión de un cuento, una fábula, un libro o un poema clásico.


Versión postal del poema 20 de Neruda

Puedo repartir las cartas más tristes esta tarde.
Repartir, por ejemplo: las facturas del agua,
y también las de la luz. Las facturas del gas
como si fuera Barrabás.

Puedo repartir las cartas más tristes esta tarde.
Yo las eché, y a veces ellas también me echaron.
En las tardes como ésta las tuve entre mis brazos.
Las miré tantas veces bajo el cielo infinito.

Puedo repartir las cartas más tristes esta tarde.
Pensar que no las tengo. Sentir que las he perdido.
Como para acercarlas mi mirada las busca.
Mi corazón las busca y ellas no están conmigo.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto las quise.
Mi voz buscaba el timbre para decir: ¡cartero!.
De otro. Serán de otro. Como antes de mis dedos.
Su voz, su cuerpo opaco. Su tacto infinito.

Ya no las quiero, es cierto, pero tal vez las quiero.
Es tan carta el amor y es tan largo el olvido.

Porque en tardes como ésta las tuve entre mis brazos,
mis cartas no se contentan con haberlas olido.
Aunque éste sea el último olor que me emanan
y éstos sean los últimos recibos que yo envío.

Jaume Castejón
Grupo B


A un hombre y su móvil
Versión libre del poema "A una nariz" de Francisco de Quevedo

Érase un hombre a un móvil pegado,
Érase un cerebro a medio hacer,
Érase un esclavo del Twitter,
Érase un zombi mal adiestrado;

Era la tarjeta SIM su bien más preciado,
Érase el deseo de un influencer ser,
Érase una voluntad fácil de convencer,
Un títere por los pixeles hechizado;

Érase el dedo índice su cerebro principal,
Érase la cobertura y el wifi su obsesión,
Una vida atrapada en una jaula digital;

Érase un borrego en procesión,
Ignorante de lo carnal, amante de lo virtual,
Pendiente siempre de la bendita notificación.

Jorge Martín
Grupo B


Pintemos un cuadro
Versión del Poema de Mario Benedetti “Hagamos un trato”:

Pinturera
ya sabe
que puede
pintar en vivo
empiece
yo le sigo
ya digo
pintar en vivo
si supone
observa

con desquicio
que le pinto la cara
y con amor
los ojos miro
mientras
contempla a su pupilo
acabe con todo
sin armas
con olvidos
es igual no importa
puede
pintar en vivo

si ahora
contento y altivo
entre sentires
cautivo
crea fervientemente
que
estoy loco
y
puede
pintar en vivo

mas
pintemos un cuadro
deseo
pintar en vivo
en ti
junto a ti
ya sé
¡que atrevido!
estando a su lado
cerquita,
apenas
me ha reconocido
y
callas olvido

imagina recuerda
que supongo
que observo
mi desquicio
que le repinto la cara
y con amor
atrapo
envuelvo
revuelvo
sus sentidos.

y así cerca
abrazados
despacito
me ayude
a comprender
a desvelar su luz
mientras
puede
pintar en vivo. 

María José Arrojo
 Grupo B.


Odisea de lo cotidiano

Al mostrarse en el día la Aurora de dedos de rosa,
Penélope colgó el chal, que entre destejer y tejer andaba con flecos;
púsose el abrigo y llamó a un taxi, su coche estaba en el taller, cambio de aceite;
y la hermosa Penélope hacia allí se dirigió.

En esto Atenea, la diosa de claras pupilas, tomando la forma del taxista, así le habló: 

-Este otoño volveremos a votar, es probable que te toque mesa. Si es así, no lo rechaces,
un dinerito extra no vendrá mal a tu mermada Hacienda. Ahora, ve al Mercado y busca
a Menelao, el de grito potente; mientras, piensa en cómo librarte de tus pretendientes,
se discreta e ingeniosa, la Ley les ampara. Hazlo sola, pues tu hijo intachable
anda de fiestas, que está en la edad, es por esto que no cuentes con él.

Así habló la hija del Crónida, la que porta la égida.
La valiente Penélope, siendo consciente que quien se ocultaba tras aquella barriga
y olor a tabaco del año anterior, era la excelsa, la divina sin igual, diosa entre diosas: Atenea,
se dispuso a seguir sus consejos y dirigióse al Mercado que,
por suerte, estaba al lado del taller.
Aquel día, como predijo la diosa de claras pupilas, se encontraba en el puesto de verduras
Menelao, el de grito potente, que le habló de este modo:

- Penélope, ¿qué te trae por aquí?

A esto repuso la itacense, la serena Penélope:

- Ponme tres chirimoyas y mira a ver si tienes un rato, que tenemos que hablar.

¡Pues si yo tejo y destejo; tú que lías, deslía!
Y así habló la paciente Penélope.

Ángela Mayor
Grupo A


Cien noches de soledad

Muchos años después, frente a las expectantes miradas de los alumnos de la que sería su última clase, Lorenzo García había de recordar aquella mañana remota en que su madre lo llevó al colegio donde iba a permanecer interno durante cuatro años. Plasencia era entonces una ciudad obscura, con paredes de piedras desparejas y muros cuarteados. Pero para el niño era un universo desconocido, como recién estrenado. No había en ninguna calle recuerdos que pudieran apresarle, los objetos ofrecidos en las tiendas no carecían de nombre pero él los desconocía y para mostrar su asombro a la madre, los señalaba con el dedo, detenido momentáneamente ante la titubeante luz de los escaparates. La madre despachó su curiosidad con un súbito tirón de la mano y un displicente “¡Vamos! Que ya tendrás tiempo de descubrir todos estos inventos”.

Un hombretón corpulento, de movimientos osunos y embutido en una americana de botones dorados, se asomó a la portería de aquel zaguán oscuro. Se presentó a la madre como Melquíades y le hizo saber con mucha prosopopeya que el hermano Tomás les recibiría enseguida. Abandonó el cuchitril por una puerta lateral y dejó a los dos en la entrada del claustro, la madre con gesto ansioso y el niño petrificado ante la nueva vida que tanto había anhelado pero que en ese momento, a punto de comenzarla, le producía un intenso temblor en las rodillas y un inquietante hormigueo en la tripa. El niño levantó la cabeza amedrentado y recorrió con la vista las paredes vacías de aquel umbrío vestíbulo. Solo un cartel inscrito sobre una placa de descolorida cerámica rompía la desnudez de los muros: “Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”. Y ante la inscripción, tan críptica, tan inquietante, Lorenzo sintió el mismo estremecimiento, el mismo temor a lo desconocido que le embargaba hoy, en la clase que culminaba su carrera, justo el día en que alcanzaba su jubilación.

Pepe Lorenzo Blanco
Grupo B


Versión del poema
"Cayó una hoja y dos y tres"
Federico García Lorca

Cayó una lágrima
y dos
y tres.
Por la acera caminaba mi sombra.
El amigo quiere un café
y el amante mucho más té.
El alma
no encuentra calma.
Qué congoja
encontrarse dispareja.
La cigüeña
aún sueña.
Y el asno
enfermó del ano.
Pero el adulador
sobrevivió al amor.
Y yo también
porque cayó una lágrima
y dos
y tres.

M Pilar Sánchez
Grupo B


La zorra y el cuervo

Hallábase un hermoso cuervo de plumaje brillante posado en la rama de un árbol.
Al cabo de un tiempo vió acercarse una preciosa zorra de pelo dorado. Enseguida la conoció; se acordó de su madre y de su abuela. Ambas con su especial astucia habían engañado a su padre y a su abuelo tiempo atrás. Ambas habían inducido a sus antepasados, mediante el pecado de la vanidad a soltar el queso que tenían en el pico.
Mediante un corto vuelo, el cuervo se acercó a un tronco de árbol hueco donde tenía escondido el queso. Queso contaminado con listeria a máxima concentración. El cuervo quería asegurar resultados.
Lavó el queso con cuidado para no contaminarse al contacto y emprendió el vuelo.
Al cabo de unos momentos se repitió la escena de años atrás con otros protagonistas: la zorra le saludó amablemente; el cuervo asiente con un movimiento de cabeza.
La zorra ensalza su bello plumaje; él asiente. Entonces la zorra piensa para si: ¡ ya te tengo!.
Comienza a insinuar que un ave tan bella debe cantar de forma majestuosa. El cuervo se hace el remolón...
La zorra insiste perseverando en sus alabanzas, y por fin el cuervo comienza a graznar.
Abre el pico y el queso cae al suelo.
La zorra sonriendo lo muerde y se marcha pensando: ¡Tan tonto como tu padre, tan tonto como tu abuelo!

José Luis Fonseca
Grupo A


Versión de "Miré los muros de la patria mía"
Francisco de Quevedo

Miré el tobillo del vecino mío
antes cubierto, ora destapado
de las modas humanas ya vendado
cautivo y desalmado, me sonrío.

Estamos en invierno te porfío,
¿Loco es acaso o irá colocado?,
de puro esnob parece trastornado
y a causa de estos tiempos se ha hecho un lío.

Salime al bar: coño qué frío hacía
vencida por la edad y hecha despojos
aunque me hablas no entiendo lo que dices.

En Salamanca helar más no podía,
pero no hallé otro en quien poner mis ojos,
del hipster moderno hasta las narices.

Libertad Luengo
Grupo A


Sin ramito
Ramito de Violetas, canción de Cecilia 1974.

Era infeliz en su matrimonio,
Porque su marido era el mismo demonio.
Tenía el tipo "algo más " que mal genio,
Y ella le pedía que fuese un poco más tierno.

Desde hace ya más de tres años,
Sólo reciben cartas del Banco,
Deudas, letras, impagados
Que han soterrado su amor de enamorados

(Estribillo)

Dónde quedaron los versos, dime, dónde quedaron
Si volverán a besar esos labios ajados,
Y como cada primeros de mes, puntual y sin demora,
El fantasma del alquiler dormitará en mitad de su alcoba.

A veces sueñan y se imaginan,
Que un inesperado cambio sobrevendrá a mejorar sus vidas,
Será un tío rico que no conocen,
El Euromillón, la Bonoloto o el cupón de la ONCE.

Quién será quien se acuerde de ellos,
Quién aflojará la soga de sus agarrotados cuellos,
Y así pasan día tras día,
Sin esperanza, sin alegría.

(Estribillo)

Dónde quedaron los versos, dime dónde quedaron,
Si volverán a encontrar la pasión esos labios ajados,
Y como cada primeros de mes, puntual y sin demora,
El fantasma del alquiler dormitará en mitad de su alcoba.

Carmen Pedrero Robles
Grupo A


Primer monólogo de Segismundo
Versión de La Vida es un Sueño por Calderón de la Barca.

¡Ay qué miserable soy, somos!
parece que un delito cometimos
los que al nacer sin plan
nos culpan de sus desagracias.
El placer es cosa seria
y no se encapucha como ladrón
sino que se da rienda suelta
como macho cabrío en aluvión.
Entonces, qué delito cometimos
que sin juicio y sin razón
nos machacan sus enfados
sus torpezas y macarrón
relleno de estupideces y
excusas buenas un montón,
que si ahora falta la perra
que si no se aguanta la inflación
debiste haberlo pensado
y gastarte sin desvelo
protectores de látex duro
que mi abuelo nunca tuvo.
Sin gala ni consciencia
han malentendido su desgracia
¿y teniendo yo más alma que esa
tengo más culpabilidad?

Nacen alimañas y gusanos
nacen los cuervos y los zorros
¿y yo, con mejor instinto,
tenía menos posibilidad?
Nacen nuevas tecnología
redes sociales y virtuales
¿y yo, con más albedrío,
condicionan mi libertad?
Nacen muchos dictadores
los narcisistas y ladrones
los políticos sin temple
y psicópatas como en serie
¿y teniendo yo más vida,
recibo menos amabilidad?
¿Qué razón tienen esos hombres
para calzar sus estupideces
como tema de infelicidad?

Segundo monólogo de Segismundo

Es verdad, reprimamos
esta furia, esta absurda desazón,
porque aun así todos soñaremos:
sí lo haremos aun estando
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
sueña hasta despertar.
Sueña el Rey, sueña el hijo
Sueña el loco y el más lúcido
Sueña el enfermo y el atleta
sueña el pobre y el más rico
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


El Ocupa
Versión en forma de soneto de mi texto "El sexto sentido", trabajo que realicé para la tarea propuesta en "El chico de la última fila"

Eran sus anchurosos ventanales,
y de sus muros el color rosado,
el jardincito siempre acicalado
tentación para un jeta sin cabales.

Siendo yo, bravucón como el Pernales,
queriendo ser ocupa regalado,
a su dueña mentí como un pringado
con una abuela incierta en Castro-Urdiales.

Que Isabel se llamaba y fue su amiga.
quien sus perlas le envía hoy cual presente
y su grata amistad por siempre abriga.

Dijo no querer perlas ni en pendientes.
Ni a Isabel como amiga ni enemiga,
Y en la calle me puso al vil relente.

Pepita Sánchez
Grupo B


Don Juan Tenorio

Vive Dios doña Inés, que vengo desconcertado,¿ no es el día de todos los santos? ¿Recuerda vuesa merced que el día de ánimas representábamos la obra de José Zorrilla? ¡Don Juan Tenorio! Ahora no, Doña Inés, ahora se celebra el día de Halloween, una fiesta que hemos adoptado venida de América. Van con disfraces, pintadas y vesti@s de negro que al verl@s dan tanto miedo que ni los difuntos no salen.
A ver, a ver don Juan no se da cuenta que estamos en otro siglo, las modas cambian nosotros debemos cambiar no anclarnos en el pasado. Ellos se divierten se reúnen los amigos, e intentan hacerse el disfraz más original. ¿Qué es mejor vivir el drama, o ver la alegría que lleva la juventud? ¡Ay don Juan! ¡Cuánto tenemos que aprender!

Josefa Redondo
Grupo A


Soneto a las Musas
Inspirado en el “Soneto a Jesús Crucificado” anónimo siglos XVI-XVII

No me mueve el taller para escribir ,
ni el blog que me tienes prometido,
ni me mueve el halago tan querido,
para dejar por eso de sentir.

Tú me mueves, Musa, me mueve hallarte
oculta en un rincón, muy escondida ,
muéveme, descubrirte, enardecida ,
muévenme tus palabras y tu arte.

Muéveme, en fin, tu ingenio, de tal modo,
que aunque no hubiese premio te buscase,
y aunque no hubiera alma te sintiera.

No tienes que esperarme en el recodo,
pues aunque lo que escribo no gustase,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Rosa Celia González
Grupo B


Amores furtivos

Nos atrapó el deseo por sorpresa
quisimos ser y fuimos un instante
saber que nos tuvimos ya es bastante
¿qué duende en nuestro espíritu hizo presa?

Tu escueta lencería quedó impresa
en mi retina como luz brillante
al ver como esperabas anhelante
que el morbo nos montara en su calesa

Fue una tórrida atracción, tan solo eso,
que concluimos con pactos elegantes
no debes devanarte mas el seso.

Fue excelso coincidir en el exceso
el Edèn reservado a los amantes
con secretos sellados por un beso.

Carlos García Riesco
Grupo A


Llamadme Isabel

Llamadme Isabel. Hace unos años –no importa cuánto hace exactamente- teniendo poco o nulo interés por lo profesional ni por lo material, pensé en pasar a discurrir por la esfera de lo emocional y/o espiritual. Trataba de oxigenarme, de “echar pa’ fuera las telarañas” y de reconciliarme conmigo misma.
Por eso, abandoné la casa, el coche, los trajes de negocios y las herramientas de trabajo, me fui de la ciudad, me apunte a yoga y planté un huerto en el jardín de la casa del pueblo en el que me refugié, aunque no puse un animal/mascota en mi vida porque no me gusta su convivencia. Todo ello para sumergirme en el mar de lo inmaterial: los sentimientos, las emociones, el alma, en definitiva.
Aunque no lo sepan, o no hayan sido conscientes, casi todas las personas, en una u otra ocasión, han abrigado sentimientos muy parecidos a los míos respecto a esa necesidad de dar un nuevo rumbo a su existencia.
Por muy snob que parezca –que lo es- se convirtió en una nueva forma de vida que me ha permitido descubrir un mundo desconocido para mí, en el que lo sensorial se impone sobre lo corporal, lo espiritual a lo terrenal, lo íntimo a lo público… Ignoro cuál es el propósito, ni si existe como tal, no obstante sé que el camino es revelador y que el recorrido en sí es un objetivo.

Maxi Moreno
Grupo B


Vientos del pueblo me llevan (Miguel Hernández)

Notas del reggaetton les llevan,
goles del fútbol les arrastran,
les matan el corazón
y les vetan la garganta.

Los jóvenes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los jubilados la levantan
y al mismo tiempo reclaman derechos
con su clamorosa zarpa.

No soy un de país de cobardes,
que soy de un país de zombies
yacimientos de chorizos,
desfiladeros de tarjetas black
y cordilleras de buitres
con el orgullo en la estafa.
Nunca medraron las hachas de justicia
en los páramos de España.

¿Quién habló de librarse de este yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto a los políticos
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al ladrón detuvo
prisionero en una jaula?

Los asturianos de braveza,
Los vascos de piedra blindada,
Los valencianos de alegría
y los castellanos de alma,
todos callados bajo la tierra
y asfixiados sin poder mover las alas;
ni andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
dieron torrenciales de protestas;
ni extremeños de centeno,
ni gallegos de lluvia y calma,
ni catalanes de firmeza,
ni aragoneses de casta,
ni murcianos dinamitaron
la dejadez propagada,
leoneses, navarros, y los demás, dueños
del hambre, despojados de su sudor y sus hachas,
otros se hacen reyes de su minería,
señores de su labranza,
hombres que se esconden entre las raíces,
ya no son raíces gallardas,
vais de la muerte en vida,
vais de la crisis a la nada:
yugos os quieren poner
políticos de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de libertad y justicia
debe despuntar al alba.

Los ladrones deben morir vestidos
de ajusticiados y con olor de pueblo liberado;
las jóvenes, los jubilados
y los desempleados de orgullo,
y detrás de ellos, el futuro de España
ya ni se enturbia ni se acaba.
La agonía del pueblo
tiene pequeño el calendario,
la del animal político
todos los días acortados.

Si morimos, que muramos
con la cabeza muy alta.
Muertos y veinte veces muertos,
la boca contra la injusticia,
tendré apretados los dientes

pero decidida la barba.

Cantando espero al despertar,
que hay jóvenes que cantan
encima de las mordazas
y más allá de las manifestaciones.

Pilar Zanfaño
Grupo A


Al modo de Juan de la Cruz

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste confundida?
Sin un adiós te fuiste,
dejándome aquí herida;
y aún vago yo en tu busca tan perdida.

Estrellas, si encontraseis
rastros de aquel que amé en vuestro camino,
si su rostro atisbaseis,
enviadme algún signo,
y decidle que honro su destino.

Marian de Vicente
Grupo B

El chico de la última fila

En la sesión de ayer hablamos del libro "El chico de la última fila" de Juan Mayorga, una obra excepcional que reflexiona sobre la realidad y el deseo, sobre los límites de la escritura, sobre la familia y la educación y sobre el hecho de escribir y las consecuencias que ocasiona confundir realidad y ficción. El propio Mayorga dice de esta obra:

Una obra sobre maestros y discípulos, sobre padres e hijos, sobre personas que ya han visto demasiado y sobre personas que están aprendiendo a mirar. Una obra sobre el placer de asomarse a las vidas ajenas y sobre los riesgos de confundir la vida con la literatura. Una obra sobre los que eligen la última fila, aquella desde la que se ven todas las demás.



Pero también hablamos de la adaptación al cine que hizo François Ozon con el título "En la casa".
Nuestro objetivo era reflexionar sobre esa cualidad que nos permite la escritura para adentrarnos en otros lugares -como hace un ladrón con una ganzúa- y en otras vidas. "Todos somos ficciones" -dice Mayoga- "Pobre del que no sea una ficción en el sueño de otro". Incluímos aquí un enlace al trailer de la película.




Analizamos el libro, como pieza narrativa y pieza teatral, y también la película. Nos ayudaron en este sentido algunos artículos como "La escritura como revelación. Claves temáticas y estrategias artísticas en “El chico de la última fila”, de Juan Mayorga" de María Jesús Orozco Vera, "La teatralización de la escritura en El chico de la última fila, de Juan Mayorga", de David Rodríguez-Solás y una de las interpretaciones que hace Carlos Thiebaut en el epílogo del libro con el título "Cinco intentos de interpretación de El chico de la última fila”


Propuesta de escritura en el taller

Escribe una redacción en que aparezcan los siguientes adjetivos: contento, mismo, nuestro, opuesto, oscuro, igual, concentrado, pequeño, mayor, fantástico. 

Jugamos a ser Claudio, el joven escritor, y nos colamos en el interior de una biblioteca guiados por diez adjetivos.



Propuesta de escritura para casa

Elige una casa que conozcas o que te gustaría conocer. Urde un plan para entrar en ella (técnico del gas, correo comercial, círculo de lectores, testigo de Jehová, ladrón, amistad con alguien que la habita...)
Escribe una historia en dos partes. En la primer entras en la casa y se plantea un conflicto. En la segunda se resuelve de manera sorpresiva.

Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:



El truco

¿Cómo no voy a estar CONTENTO? Logré acceder a la Biblioteca Antigua, y mira que lo ponen riguroso. Lo conseguí además, gramo arriba gramo abajo, de la MISMA manera que tenía pensado. Es fácil, a NUESTRA edad. En el extremo OPUESTO ya sería otra cosa, los mayores todo lo ven OSCURO, IGUAL eso lo dan los años. A mí, la verdad, no me resultó difícil una vez CONCENTRADO. ¡Abracadabra!, exclamé serio como yo sé ponerme, y... ¡FANTÁSTICO! me hice PEQUEÑO como un ratón, ¡Abracadabra!, y el vigilante se hizo tres veces MAYOR. Dura solo medio minuto, pero suficiente. Le pasé entre las piernas y él ni enterarse. (Continuará).

Pascual Martín 
Grupo B


El ciclo

Por fin podía entrar en la sagrada, FANTÁSTICA, biblioteca de mi college.
El permiso del rector llegó la noche anterior, y me puso CONTENTA y nerviosa a la vez…
Mi abuelo me había hablado tanto de ella… era NUESTRA memoria, NUESTRO secreto. Y había en mí su MISMO deseo por verla.
Cuando llegué, el OSCURO hall se iluminó con el seco chasquido que produjo el PEQUEÑO conserje al encender la luz. Conserje que, de la misma forma silenciosa y aburrida con que me acompañó, desapareció enseguida por el pasillo de acceso.
Como si fuera el de mi casa, en el extremo opuesto al de la entrada, reconocí el anaquel: IGUAL que mi abuelo lo había dibujado,y allí, en el centro, iluminado y abierto, estaba el PEQUEÑO libro.
Y se hacía MAYOR a medida que me acercaba a él.
FANTÁSTICO, luminoso, especial…
Pero no tanto como el que yo llevaba.
Abrí mi mochila, saqué el ejemplar que mi abuelo me había entregado (NUESTRO secreto), y, con extremo cuidado, lo sustituí por aquél que, durante 30 años, había sido admirado por todos como el verdadero Códice.
El ciclo se había cumplido, otra generación más.

Blanca García-Miguel
Grupo A


Dos bibliotecas (1)

En mi casa habían dos bibliotecas. Una, a la vista, sobre los estantes que estaban a los lados del televisor. Mi madre se ponía CONTENTA cada vez que cogíamos esos libros para hacer las tareas. Lo MISMO le ocurría a mi padre: estaban orgullosos de la educación que nos daban. Esa era NUESTRA biblioteca, a la otra no podíamos acceder. Estaba en la oficina de mi padre, ubicada en el lado OPUESTO de la casa. Allí no debíamos entrar. Era un cuarto OSCURO, solo tenía una pequeña ventana que daba al jardín. Lo sé porque desde afuera, montada en una silla, intentaba ver hacia adentro, e IGUAL no podía distinguir nada.

Un día, mi padre se quedó sentado en el sofá de la sala leyendo el periódico. Estaba muy CONCENTRADO en una noticia, la comentaba con mi mamá, muy invadido por la consternación. Viendo esta escena, aproveché para caminar sin ruido, pero rápidamente, por el PEQUEÑO pasillo que me llevaría a su biblioteca. Logré entrar. El cuarto era un lugar con el misterio que imaginaba. Pero sabía que entre los libros estaba el MAYOR secreto. Mi madre siempre enfatizaba que para estudiar solo necesitábamos los que estaban a nuestro alcance. Que los libros de papá (y de ella) eran solo para adultos. Que nosotros siendo niños, no tendríamos la capacidad para leerlos, ni entenderlos.

Los observé. Los toqué con mis dedos mientras recorría los estantes. Fui dejando sobre ellos un camino limpio, sin polvo. Hasta que me topé con una hilera de tomos gruesos, que estaban forrados con un cuero brillante de color rojo escarlata. Tomé uno de los libros en mis manos. Lo abrí al azar:

¡Lo que vi fue FANTÁSTICO…!

(Continuará)

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


El chico de la última fila

Hoy es un día memorable para Oscar. Su clase de 2ºA tiene programada una visita guiada para conocer las entrañas de la Biblioteca Municipal con motivo de la celebración del Día Internacional de las Bibliotecas

Oscar está pletórico. El lugar le motiva especialmente. En su cabeza siempre bullen ideas, deseos y sueños que surgen del placer de la lectura. Hoy se esforzará por despejar su cabeza. El gorro de su sudadera quedará libre y abandonará su habitual silla de última fila para buscar un lugar estratégico que le permita escudriñar todo lo que va a conocer.

Entra en el edificio junto a sus compañeros. El salón de Actos les acoge. El sol penetra generoso por todos los rincones de la espaciosa estancia. Jordi Sierra es el invitado especial y les da la bienvenida. Oscar ha leído muchos de sus libros, siempre lo admiró como escritor y ahora descubre que es un tipo tremendo, entrañable y vital como la mayoría de sus personajes. Las palabras entusiastas de Jordi resuenan en toda la estancia colándose en todos los recovecos… Oscar se siente identificado con Jordi. Él también fue un ávido lector, su refugio también fue la lectura. Una vez terminado su íntimo discurso que les empujaba a cumplir sus sueños y les exigía absorber la vida como esponjas, se pasó al turno de palabras.

Posteriormente continuaron con la visita por todas las estancias y como si se tratase de un rito ceremonioso descubrieron las estanterías rebosantes de libros que desprendían olores invadidos de historias con alma… La esencia que liberaban era compleja y especial.

De repente en un rincón Oscar se fija en los libros expurgados. Mira a ambos lados nadie lo ve. Lo coge. Se lo guarda en su bolsillo. Él va a devolverle la vida…

Continuará…

M. Pilar Sánchez 
Grupo B


El último examen, o no

Faltaban 2 días para el examen final de matemáticas. El último examen de matemáticas de mi vida, eso sí lo tenía claro, porque el curso siguiente me decantaría por letras, eso estaba más que decidido. Tenía que aprobar para quitármelas de encima. Un día, hablamos de ir al despacho del profesor para coger el examen y poder hacerlo antes y copiar. Fernando, el chico que me gustaba, me propuso que fuera yo a cogerlo. Estaba tan contenta de que hubiera pensado en mí, que no reparé en nada más. Esa misma tarde había que llevar a cabo el plan. Era nuestra última oportunidad, teniendo en cuenta que había que buscar las respuestas, para hacer un examen para aprobar, ya sabíamos que con el profesor que nos había tocado en suerte o más bien en desgracia, un examen perfecto era inalcanzable.

A primera hora de la tarde estaba yo en la puerta del despacho y los demás cubriendo la escalera, que estaba en dirección opuesta. El profesor los miércoles jamás iba al instituto. Disfrutaba de un domingo entre semana. Ventajas de ser profesor. Si había decidido utilizarlo para perpetrar el ejercicio del viernes, estábamos perdidos. Utilicé una llave que habíamos robado en conserjería y abrí sin esfuerzo. Estaba oscuro, pero no quise encender la luz. Había que evitar que alguien nos viera. Encendí la linterna del móvil y empecé a buscar por la mesa. Un ajedrez, 2 marcos de fotos iguales, un ejemplar de “la casa de Bernarda Alba” ni rastro del examen. Con un poco de suerte, estaría en alguno de los cajones. Me encantaba Lorca. Estábamos leyendo parte de su obra en literatura y en el grupo de teatro íbamos a representar “bodas de sangre” exámenes mediante, claro. No lo pude resistir. Empecé a leer , olvidándome por completo del propósito de mi visita a ese despacho. Tan concentrada estaba que no escuché un pequeño zumbido por el pasillo que iba haciéndose mayor cada vez. Ellos me lo contaron después. Los muy imprudentes, por no llamarles otra cosa se pusieron a fumar al lado del detector de humo, por eso cuando escucharon el zumbido, salieron de allí como alma que lleva el diablo. A mí no me quedó otra opción que hacer caso a la señal de evacuación, tal como nos habían insistido hasta la obsesión en los simulacros.

Con la precipitación dejé mi móvil en el despacho del profesor. Me di cuenta cuando llegué a casa. A estos no se les volvió a ver el pelo. Cuando se lo conté todo a mi hermana no me creía.

Me dijo que me parecía a Antoñita la fantástica. No estoy muy segura, pero creo que hablaba de una señora del pueblo de mi madre que decía muchas mentiras y exageraba bastante.

(Continuará)

Teresa Sanz
Grupo B


Su gran secreto

Le gustaba ir a casa de María, su vecina. Ella era una niña vivaracha, alegre, cariñosa, muy espabilada. A María también le gustaba verla allí, el parloteo ingenuo de la niña, sus continuos porqué, le llevaban a su infancia y llenaban un hueco en su soledad. Ella era una persona afectuosa, dulce y, lo más importante, sabia contar historias.

-Madre, voy un rato a casa de María-
-No sé qué tiene, me parece que te mete muchos pájaros en la cabeza-

Iba a ver a María, ¡Qué de cosas le contaba!, ¡cuántos romances y canciones, de su época, como ella decía! Le hablaba de cuando era joven y vivía en Madrid y, de un novio, ¡qué triste se ponía entonces!, lo mataron en la guerra, la niña le acariciaba, María hacía un gesto con la mano, como el que espanta una mosca, para que se fueran esos recuerdos.

A María y a su casa. Esa casa tenía un atractivo especial. ¡Había tantas cosas! Pasaba largos ratos contemplando el reloj de cuco, su cucú era algo mágico, su cabecita no llegaba a entender ese mecanismo; oyendo el sonido del mar, encima de un aparador tenía una gran caracola, regalo de su madrina de un viaje a San Sebastián, a la vez María le enseñaba láminas del mar, veía su blanca espuma, el ir y venir de las olas, el mar azul, -por qué-. En un cajón tenía bigudíes, horquillas, postizos, un cepillo con el mango de plata, que ella al cogerlo parecía que lo acariciaba,- un regalo de su novio-, se volvía a poner triste, sonreía cuando la niña le pedía jugar a peluqueras. Y estaba la muñeca andadora, un gran jarrón de china con dibujos de pájaros azules y, estaba el jardín: árboles frutales, una parra, rosales, un lilo y un pequeño estanque, donde tres peces de colores junto con unas saltarinas ranas, hacían que soñara con un mundo de colores. Y un gato con el que jugaba y se dejaba arrullar como si fuera un niño.

Había otra cosa que no entendía: a su dormitorio no le dejaba entrar, eso cada vez le despertaba más la curiosidad, había llegado a ver por una rendija, en un descuido de María, una gran cama, cortinones rojos que parecían que resplandecían y daban un color especial a la habitación y un olor dulzón, empalagoso. Sobre esto ella sabía que no podía preguntar.

Recordaba aquella tarde, como tantas otras, pero últimamente con más frecuencia, en que llegó Julián, a ella no le gustaba le parecía feo y antipático, entonces María le mandaba irse a jugar al jardín y cerraba la puerta con el pestillo. Esa tarde la niña quiso saber por qué, la respuesta la tenía que buscar y encontrar ella.

Lo preparó, dejó entreabierta una ventana que daba al jardín, empujándola suavemente y conteniendo la respiración entró en la casa, de puntillas se fue acercado al dormitorio, el silencio se interrumpió y, junto a la puerta oía sonidos, le parecía que la cama se movía, suspiros y palabras de María que no entendía. María estaba en peligro, había que ayudarla. Empujó la puerta, corrió hacia la cama. Aquel día la niña dejó de ser tan niña. Descubrió otro mundo. De un fuerte portazo marchó a su casa. Ese iba a ser su gran secreto.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


El debate pendiente

Hace tiempo quería entrar a esa casa, caminar por sus pasillos y escaleras de noche, solo acompañada de mi yo secreto. Los griegos lo llamaban sosia y los romanos alter ego. Llegó el momento de despertar en ese otro mundo, más mágico y oscuro. Siempre había tenido la llave conmigo, sólo estaba esperando la señal de un anfitrión amable.
-Anfitrión: Adelante.
Caminamos mirando hacia el techo porque en el centro del salón había una luz intensa.
El anfitrión desapareció al cerrarnos la puerta sin sentir ningún ruido. De pronto, comenzamos lentamente a recorrer el pasillo. Había una mujer vestida de fiesta fumando un cigarrillo. Disimulamos no verla, aunque, por su volumen, era difícil ignorarla. Escuchamos un debate en el salón. Elegantes caballeros discutían una lucha nacional. Preparaban las reglas del juego con una taza de té en la mano.
De pronto apareció un mayordomo. Recogió los restos de lo que parecía había sido un gran festín. Sintió nuestra presencia.
-Mayordomo: ¿Quién anda ahí?
Nos escondimos rápidamente detrás de las negras cortinas. Mi corazón saltó en silencio al ver un gato dormido. No se movió hasta que se fueron los invitados.
Se apagó la única luz de la casa. Antes vimos sombras que se iban difuminando en el techo. Comenzó un olor a tabaco y nos quedamos aturdidos con el gato.
Había cumplido un sueño. Descubrir lo que sucede en mi casa después de la medianoche. Posiblemente, el anfitrión sería el gato, que baja sigilosamente las escaleras y deja a todos bien dormidos, salvo mi yo secreto, que siente la presencia de propietarios de épocas lejanas que vienen y tratan asuntos pendientes y luego, continúan perdidos por otras moradas.

Lucero Quispe
Grupo A


La casa de mis sueños

Llego a la puerta, no tiene cerraduras. Sí las tiene pero no se ven, es absolutamente plana .
¿Cómo se abre?: conoce mi voz. Con cualquier frase se abre. Pensé en una contraseña, pero se me podría olvidar.
Si me quedo afónico, doy unos golpecitos en la puerta y también se abre; reconoce el tacto de mis nudillos.
Nadie puede entrar sin mi permiso.
Al cabo de un tiempo ,y por comodidad, fue reconociendo la voz de mis seres queridos y ahora pueden entrar cuando quieran.
Llego a la puerta y digo con voz solemne: " ábrete sésamo ".
La puerta se abrió. (Continuará).

Entro.
Al caminar empiezo a ver.
No hay distribuidor, ni pasillos, ni puertas, ni ventanas. Todo es uno.
Una mesa y unas sillas, un sofá y unos sillones, una cama.
A la derecha hay una puerta y al fondo otra: son los cuartos de baño. El resto está abierto.
El suelo está acolchado, suave al tacto, templado. Apetece descalzarse y caminar.
Al fondo hay un armario con muy poca ropa; justo la necesaria para unos meses. Al acabar la temporada, se entrega en el almacén de cambios y renovaciones, y por poco dinero te dan otra nueva. Lo mismo sucede con el calzado. Todo se cambia y se recicla con lo que no hay problemas de espacio.
Hay una sola estantería con una veintena de libros, cuadernos y plumas. Al terminarlos se cambian por otros o se renuevan, como sucede con la ropa.
No hay cocina. Se come fuera o se encarga la comida. Hay un frigorífico con bebidas.
Me siento, me pongo a escribir y entonces...

 (Continuará)

Me despierto en mi casa de toda la vida.

José Luis Fonseca
Grupo A


La graduación

—Buenos días, le estábamos esperando, en la empresa nos dijeron que en tres días estaría resuelto el problema. ¿Es así?
—Buenos días, señora—contesté mirando mis botas de agua blancas, embutido en un mono blanco nuclear que me cubría hasta la cabeza y unas gafas redondas enormes que ocultaban más de la mitad de mi rostro— sí, confiemos que tres días sean suficientes.
—Aquí tiene la llave. Avísenos cuando termine, por favor.
—Si, sí—dije cerrando el enorme guante amarillo sobre la llave.

Aparté mi maleta negra y una garrafa de veinticinco litros con pegatinas de veneno por todas partes para que pudieran huir.

La miré a los ojos, algo se revolvió en mi interior. Atravesé el umbral, cerré con llave y tomé posesión de la casa como si de un castillo conquistado se tratara.

Continuará….

Tres semanas me había llevado el asedio a aquella casa que ahora me pertenecía, por tres días. Unos anuncios en el portal “Desinfecciones NIUNAMAX”, unas tarjetas de visita en los buzones y el trabajo inestimable de un regimiento bien entrenado de cucarachas hicieron el resto.

Ahora yo tenía el control, abrí mi maleta sobre la mesa del salón, conté: siete, ocho, hasta diez cámaras diminutas, colocadas convenientemente tendré acceso a todos los rincones de la vivienda. Yo era el gran hermano, tenía acceso a los secretos de su vida. Comencé por el salón, husmeé todos los cajones, documentos, fotos, recuerdos. Sentía cierto placer en tocar todos esos objetos, tumbarme en su cama, abrir los cajones de la cómoda, oler su ropa interior, hmm…

Yo tenía el control, saqué la foto del bolsillo de la maleta, estábamos todos muy elegantes, era la foto de graduación de segundo de bachillerato, saqué mi rotulador rojo y sentí satisfacción al redondear su cara, era el quinto círculo rojo que hacía sobre la foto. Sólo faltaban dos más.

Tomás García Merino
Grupo B


UN MINUTO (fragmentos)

Me cuadraba de paso y llamé abajo, al portero automático, por si les cogía en casa. «Soy Pedro» —respondí a Mari Tere que preguntaba—, «un minuto, subo un minuto y os dejo un libro».

Nunca se sabe cuánto puede durar un minuto, dependiendo de las circunstancias. El que ahora empezaba a contar se me habría de hacer interminable.

Felicio no estaba. La voz de Mari Tere me sonó extraña no sabría yo decir en qué. Lo que sí parecía claro es que mi llamada importunaba.

—Es que traía un libro —intenté liberarla del compromiso—. Pero deja si no, ya tendremos ocasión, que ando con prisa. Termino de recoger tres ejemplares en la editorial y me dije... Nada, no te preocupes, os lo reservo.
—No, Pedro, por favor, sube. Me pillaste de sorpresa —justificó Mari Tere sobre la marcha. Conforme hablaba se dejó escuchar el mecanismo liberando la puerta.

Mari Tere se amparaba en una ligera bata de color salmón y lucía en sofoco la maraña de su cabellera de valquiria; un desarreglo que no cuadraba en absoluto a la coquetería que parece regla en el sexo guapo. Y digamos lo primero, que Mari Tere no suele descuidar su aspecto personal, a pesar de que bien podría permitirse ese lujo. Probé a dejarle allí mismo el libro, a la puerta (más me hubiera valido). Pero insistió en que pasara.

—Un minuto, anda —me tomó del brazo.

Así prometió ella igual, un minuto. No sé si habría de entenderse que sumado al propuesto por mí. En todo caso, no se me ocurrió echar mano al cronómetro.

Un largo timbrazo. No fue un sonido estridente, creo. Desde luego no justificaba el estremecerse de Mari Tere, que debería estar acostumbrada. Se me hizo raro, por más que tengo bien asumido que los juntaletras mejor abstenernos de imaginar fuera de la ficción, es decir, cuando navegamos eso que se ha convenido en llamar realidad.

(Continuará)

Duró aquello, vete a saber; puestos a calcular, entre media hora y la eterna eternidad. Duró, hasta que vimos a través de los visillos que Mari Tere llegaba a la puerta del salón con una bolsa de basura para depositarla con mucha zalema junto a su marido.

—Rápido, venga, no hay tiempo que perder —y enseguida la reconvención—. ¡Pedro, por favor, los libros!

Pero cómo pudo haber caído en ese detalle; las mujeres son una caja de sorpresas. Hube de volver atrás y recogerlos. Nos llevó a los dos a empellones hasta el vestíbulo. «¿Seguro que ya no hay moros en la costa, cielo?» preguntó el joven en tono divertido, y nada indicaba que se hubiera vuelto loco. Ni contestar ella.

—Bajáis por la escalera hasta el séptimo y quietos allí en silencio, sin dar la luz. Él subirá hasta el octavo. Aguardáis vosotros antes de llamar al ascensor. Cuando se oiga que cierra la puerta..., entonces. ¿Vale?

Ejercicio de tutela de nuestra pequeñez.

Aceptar o aceptar, esas eran las opciones. A ella, seguro, ni se le ocurriría que algo pudiéramos nosotros oponer; dispensó al joven un sonoro aunque apresurado beso en la mejilla y lo propio hizo conmigo. Besos iguales en la forma (cuestión de inercia, pienso), pero seguro que valían distinto.

Pascual Martín 
Grupo B


La biblioteca

No había nadie vigilando. Era una suerte mayúscula. No cabía en mí de CONTENTO. No lo pensé y en dos saltos me introduje en la gran sala. Era la MISMA sala que había visto en mil documentales. Se parecía mucho a la biblioteca de NUESTRO barrio, es decir, que había libros y libros bien alineados en estanterías; pero en el lado OPUESTO, en un rincón que había quedado algo OSCURO, me llamó la atención una cosa extraña. Me dirigí hacia allí para comprobar que había dos ejemplares IGUALES, uno junto al otro. Jamás había visto eso en una biblioteca y tan CONCENTRADO estaba intentando descubrir alguna diferencia entre ellos que no me percaté de que alguien se acercaba. Uno de los ejemplares era más PEQUEÑO, por lo demás parecían idénticos. Al fijarme con mucha más atención me di cuenta que el título del MAYOR tenía un acento que el otro no mostraba. Sin poder resistirme lo cogí. Al abrirlo unos pasos cercanos me alertaron, pero ya había sucumbido al encanto de unas imágenes FANTÁSTICAS…

(Continuará) 

Jaume Castejón 
Grupo B


La taza de azúcar

Fue la única sorpresa agradable en un día triste, frío y muy lluvioso. Llegaba a casa completamente empapado, pues había olvidado el paraguas en el trabajo. El jefe había abroncado a todo nuestro departamento injustamente y sólo tenía ganas de llegar a casa para darme una ducha caliente y olvidarme de todo.

Entró de tras de mí. Era una mujer hermosa, joven, no más de treinta años, vestida con clase con una mirada cautivadora y con bolsas del súper. La saludé y mantuve la puerta del ascensor abierta para que pudiese entrar sin soltar las bolsas.

—¿A qué piso va? —le pregunté.
—Al quinto —me respondió con una sonrisa dulce mientras yo le daba al botón del ascensor—. Gracias, soy la nueva vecina —y volvió a sonreír iluminado su mirada y alegrándome el día.
—¡Vaya! —exclamé—. Yo también vivo en el quinto. Luís —me presenté con una sonrisa—, encantado. Cualquier cosa…
—Sonia. Gracias.

En ese primer mes, desde que coincidimos por primera vez en el ascensor, nos cruzamos tres o cuatro veces. Pero desde la ventana de mi cocina, justo enfrente de la suya, empecé a saber qué horarios tenía por cuando se encendía la luz. Poco a poco fui obsesionándome con su sonrisa, con su voz, con su perfume e incluso me hice el encontradizo para poder intercambiar alguna frase con ella y contemplar esa mirada que tanto me atraía.

Una noche decidí dar el paso. Cogí una taza del armario de mi cocina, puse las llaves de mi piso en el bolsillo del pantalón, salí al rellano y cerré la puerta. Sabía que ella estaba en casa porque la luz de su cocina estaba encendida. Respiré hondo y llamé al timbre.

—Hola —dijo con su maravillosa sonrisa.
—Hola —devolví el saludo—, perdona que te moleste a estas horas…
—No es molestia. ¿Qué ocurre?
—Me quedé sin azúcar —dijo mostrando la taza—, ¿podrías…?
—¡Claro, no faltaba más! Somos vecinos. Espera. Voy a ver si yo no me he quedado sin, pero pasa —me invitó—, no te quedes en la puerta.
—No quisiera…
—Nada. Ahora vuelvo —dijo cogiendo la taza.

Me quedé quieto en la entrada, casi sin atreverme a respirar. Por fin estaba dentro de su casa y enseguida empecé a preguntarme cómo sería, cómo estaría distribuida, qué muebles tendría, cómo sería su armario. Mi obsesión y mi curiosidad pudieron más que mi sentido común y de un impulso abrí la puerta que tenía delante para entrar en el salón. Había una mesa con un par de sillas, un sofá enorme, a primera vista muy cómodo, y una tele junto a un pequeño equipo de música. Al fondo había una puerta de cristal que daba al balcón y a la izquierda, una puerta entreabierta.

A ella se le oía trastear en la cocina y sin pensarlo me dirigí hacia aquella puerta para descubrir que estaba dentro del dormitorio. La cama era muy grande, demasiado para una sola persona. Había ropa de hombre y de mujer tirada sobre la cama. El armario estaba abierto de par en par y la luz del cuarto de baño anexo estaba encendida. La habitación olía a un perfume maravilloso. Daba la sensación que allí se habían estado preparando para salir a cenar o de fiesta. Me acerqué al armario para contemplar un vestido de seda colgado del perchero. Estaba acariciándolo cuando oí ruido detrás de mí. Sabía que Sonia me había pillado y mi mente divagaba a toda velocidad buscando una explicación que seguro me pediría. Poco a poco fui dándome la vuelta…

(Continuará)

—¿Quién es usted y qué hace aquí? —me preguntó un hombre en albornoz con cara de muy mala leche.
—Soy…, soy el vecino —acerté a decir muy nervioso—. Vine a por azúcar, pero ya me iba —me sonrojé.
—¿A por azúcar? —se extrañó.
—Bueno… Todo tiene una explicación. No es lo que parece. Me quedé sin azúcar y pensé que…, tal vez…
—Azúcar, ya —empezó a enfurecerse y a arremangarse las mangas del albornoz.
—Esto… Sonia…, yo —balbuceé muy nervioso —. Adiós.

Salí a todo correr de aquella habitación. Me sentía avergonzado y empecé a ponerme nervioso cuando empecé a oír gritos y discusiones a través de la pared. Llamé a la policía, pero cuando llegaron todo se había calmado. A Sonia no volví a verla y con el vecino procuro no cruzarme. Ahora tengo una taza menos en el armario de mi cocina y últimamente estoy valorando muy seriamente el hecho de comprar una antes de recuperar la mía.

Jaume Castejón 
Grupo B


El chico de la última fila

—Anda, cállate, que tú nunca has tenido ni gusto ni criterio.

Y en realidad era verdad. Siempre era ella la que me compraba la ropa y la que decidía sobre cualquier cosa en la que entrara en juego el buen gusto. Yo solo elegía las brocas del taladro, los neumáticos del coche y cosas similares. Así que cuando estuvimos en Porcelanosa, para elegir el gres y los azulejos de los baños, y se me ocurrió dar mi opinión, no me extraña que me dijera aquello. Pero al día siguiente pasé por casualidad por el lado opuesto de la enorme urbanización donde nos habíamos comprado medio año antes el chalet, y me tropecé con él. Era un imponente chaletazo rodeado de un jardín precioso que me pareció el culmen del buen gusto.

“Si yo pudiera ver ese chalet por dentro podría coger un puñado de buenas ideas de decoración, y luego presentárselas a mi mujer como si fueran mías”, me dije entonces. Y después de darle un montón de vueltas durante una noche de insomnio, resolví llevar a cabo el plan que se me había ocurrido.

El sábado siguiente, por la mañana, después de que mi mujer se fuera de compras, me puse un bigote postizo, unas gafas graduadas redondas que hacía siglos que no utilizaba, me peiné con la raya al medio, como jamás hacía, y con una encuesta improvisada sobre hábitos saludables, me presenté en el chaletazo.

Atravesé el jardín, dejando un flamante BMW a un lado y un elegantísimo cenador al otro, me allegué a la puerta y llamé al timbre hecho un manojo de nervios. Pasó un rato, nadie abría ni se oían pasos. Y cuando ya estaba a punto de marcharme, la puerta se abrió y apareció un hombre ataviado con un albornoz de rayas verticales granates y negras. Le conté a lo que iba, añadiendo que por favor me atendiera, pues solo me faltaba para acabar mi muestreo la encuesta de un varón mayor de… cincuenta años. Y me invitó a entrar.

Desde que entré, no perdí ripio de todo lo que allí había: alfombras, cuadros, cortinas, muebles, colores, incluso olores, de todo tomé nota mentalmente. Al cabo de un rato, sentados tranquilamente en el sofá del salón, desgranando las preguntas del cuestionario, me empecé a sentir a gusto. Parecía incluso que empatizábamos. Y de pronto, se me ocurrió decirle una parte de la verdad.

—Tiene usted un chalet precioso —le dije—. Mi mujer y yo nos hemos comprado uno hace poco y lo vamos a reformar. ¿Me podría enseñar la cocina y los baños? Igual podía coger alguna buena idea.
—Sí, hombre, sí —me respondió con gesto sorprendido pero afable a la vez.

Un cuarto de hora después ya había visto todo lo que quería. Volvimos al sofá, el con un vaso largo de vermut y yo con una lata de cerveza, y se me ocurrió entonces preguntarle que en qué trabajaba.

—En el departamento de recursos humanos de Vodafónica —me respondió.
—Ah, como… —y a punto estuve de decirle que como mi mujer, pero me mordí la lengua a tiempo—. ¡Qué interesante, quiero decir!

—Bueno, eso depende. Me gusta seleccionar personal para trabajar pero no me gusta nada cuando tengo que seleccionar a quien hay que despedir. Y llevo unos días trabajando en esto último —me respondió ahora con un asomo de tristeza—. Créame si le digo que es muy desagradable. Fíjese, esta lista —y extendiendo el brazo cogió un papel que había encima de la mesa de centro— contiene los nombres de veinte empleados que a final de mes se van a ir a la calle. Le aseguro que a nadie le gusta hacer esto.

Devolvió la lista a la mesa de centro y no pude yo menos que echar mis ojos sobre ella, con un pálpito. Las letras eran lo suficientemente grandes como para poder leer los nombres de aquellos desgraciados. Y en el último lugar de la lista, oh fatalidad, aparecía el nombre de mi mujer (continuará).

—¿Y qué criterio utiliza para seleccionar a los que van a despedir? —le pregunté, tratando penosamente de mostrar indiferencia.
—Pues el económico, naturalmente —se encogió de hombros y exteriorizó con un gesto de acidez que la pregunta le parecía estúpida—. Aquí el que no rinde se va a la calle. Punto.

Y sin que me lo pidiera, empecé a darle mi opinión al respecto. Tenía que salvar a mi mujer como fuera. Además, de pronto se me hizo la luz. “Por eso —pensé—, está últimamente tan huraña conmigo y por eso me trata así. Seguro que está angustiada porque sospecha que la van a echar y descarga su malestar conmigo. La pobre”. Así que le dije de todo acerca de las circunstancias personales que podía tener toda aquella gente y que seguro que lastraba su trabajo. Le animé a que entrevistara de uno en uno a todos los que pensaba despedir. Seguro que encontraba allí el porqué de su bajo rendimiento, y si lograba dar con la tecla adecuada, podría estimularlos debidamente y sacarles todo el jugo que llevaban dentro.

—Me caes bien ¿sabes? —me empezó a tutear, mientras se servía otro vermut—, pero eres muy cándido. Tú no podrías hacer mi trabajo.

Estuvimos discutiendo sobre el tema más de veinte minutos. Y cuando ya no supe qué más decirle, volví al cuestionario y le hice las últimas preguntas. Digo yo que me notaría cansado, triste y no sé si angustiado.

—Bueno, ya hemos terminado. En fin, espero que piense en lo que le he dicho y recapacite. No son máquinas que se puedan desechar así como así, son personas.
—Está bien —me dijo—. Lo pensaré.

Al día siguiente se me ocurrió decirle a mi mujer que a lo mejor podíamos poner los muebles de la cocina de color negro y rojo.

—¿Negro y rojo? ¿Tú estás loco o qué? —se me quedó mirando como traspuesta.

Luego le di una idea en relación con el estampado de las cortinas y casi me echa de casa. Así que claudiqué de sugerirle nada más.

Acabó el mes, empezó el siguiente y la vida siguió igual. Bueno, salvo la mejora increíble del talante de mi mujer, que parece que se ha vuelto a enamorar de mí.

Óscar Martín 
Grupo A


Mi sexto sentido

Eran sus amplios ventanales, el color rosado de sus muros y su cancela de forja, causa de mi admiración por aquella casa situada en el extremo de mi calle. También la devoción que su dueña prodigaba al pequeño jardín que florecía exuberante. Todo en sí, atraía un interés inusitado en mi actitud personal de adolescente brabucón. Sin apenas darme cuenta, me acometió el deseo de conocer algo más de la postal que mostraba a primera vista. Comencé a juguetear con la idea de traspasar el umbral de la puerta que despertaba tan feroz apetito en mi curiosidad. Este ensueño, disparatado, comenzó a tomar forma en mi mente hasta convencerme a mí mismo de materializarlo. Había estudiado con meticulosidad un plan que no dejaba de ser arriesgado, y aún así, lo sabía irrenunciable. Llamaría al timbre y me presentaría como el nieto de su amiga Isabel, con la supuesta idea de que todas las mujeres han tenido una amiga llamada Isabel, y sin dar lugar a reacción por parte de la propietaria, diría: “vengo a devolverle las perlas que le prestó a mi abuela para la boda de su hija”. De igual modo, cuento con el hecho de que todas las mujeres se han prestado perlas en algún momento de su vida.

Llegado el día del asalto a la vivienda, mi mano insolente, pulsó el timbre, que cascabeleó alborozado. Segundos después, una mujer abrió la puerta con mirada interrogante, imagen misma de los muchos años acumulados en los pliegues de su piel. Al escuchar el motivo de mi visita, su rostro se tornó de cera, se llevó la mano al pecho y su mano busco apoyo en la puerta para no caer. En aquel momento sentí el veneno de la insensata mentira corroyéndome las venas, y tomándola del brazo la acompañé al interior de la casa. Repuesta de su malestar transitorio, quiso cerciorarse del motivo de mi visita, motivo que yo reiteré apesadumbrado en mi fuero interno. Ella esbozando una sonrisa enigmática me dio las gracias. Luego, mantuvimos una conversación referente a mi supuesta abuela, de la cual parecía saber lo no sabido. Mientras, mi curiosidad campaba por la trasnochada estancia cargada de recuerdos.

Mis visitas a la casa se prodigaban con frecuencia, en la idea de lavar mi falta de honestidad, pero que ella, en su soledad, agradecía. Un día me revestí de valor y le conté la verdad, rogándole perdonara mi estupidez de juventud.

–No te preocupes hijo, lo he sabido todo el tiempo –me dijo–. Mis malditas perlas obran en poder de los archivos policiales de casos sin resolver.

Continuará...

Nunca he tenido una amiga, Isabel, pero sí una hermana con este nombre, veinte años más joven que yo, fruto de las segundas nupcias de mi padre, como también un collar de perlas. Esta hermana, muy querida, marchó a trabajar a la ciudad con apenas veinticinco años. A tres de su marcha, no se sabe el motivo por el cual, un día apareció estrangulada en su apartamento. Parece ser que el arma homicida fue el collar de perlas que yo le presté para la boda de su mejor amiga. Desde entonces me consume la pena. Esto es todo querido muchacho. Espero seguir disfrutando de tu amistad.

Hoy, a diez años de aquel entonces, soy investigador privado y trabajo con la policía. Confío en que un día no muy lejano, pueda ser de utilidad a mi querida amiga en el caso de su hermana Isabel. En ello estoy.

Continuará...

Pepita Sánchez
Grupo B


La casa de mis sueños

La casa está situada en Neguri (Bilbao), en lo alto de una montaña, rodeada de un jardín cuidado frente al mar.
Paseo despacio, la observo. Pienso que algún día la haré un poco mía.
Hoy va a ser el día en que me adentre. No hay nadie.
Lo conseguí. ¡Estoy dentro! Y, como me imaginaba, sus salas son grandes y bien decoradas.
Me sitúo en el salón espacioso, acompañada de grandes cuadros.
Abro las ventanas. La luz del amanecer va entrando poco a poco por ellas. Me siento en la mecedora que veo ante mí, frente al mar. Oigo el susurro de las olas, me dejo arrastrar por el sueño…
De repente oigo pasos. ! Los dueños de la casa! No entienden qué hago ahí.
Van a llamar a la policía.
Les pido disculpas, les digo que sólo quería ver el mar desde allí, que esa ha sido la ilusión de mi vida. Lo entienden, pero enseguida me piden que me vaya.
Y me despierto. Me doy cuenta de que todo ha sido un sueño, pero lo importante es que estuve ahí, por fin entré en esa casa y la hice mía. La ilusión está cumplida.

Josefa Redondo
Grupo A


Aquí hay gato... (Lo dejo a vuestra elección)

Salí de casa enfurruñado y bastante harto del principio de legalidad que imponía en ella mi padre, para tratar de equilibrar mi mente.
Era un dia de otoño de gris nublado vagamente luminoso y el suelo comenzaba a alfombrarse de hojas. Confiaba en que, el contraste entre el olor a la lluvia recien caida y el frío ambiente, despejaran mi cabeza rebosante de información de ytb y ggl, de los mensajes twt y what y de jugar con la play.
Estaba hasta los mismísimos de todo lo que oliera a información o diversión guiadas, necesitaba alejarme de mi yo selfie.
Me atraía más la inmersión en alguna de mis tribus conocidas, pero la mayoría estaban con la preparación de halloween y sentía un tremendo miedo a la propia estupidez de la propuesta. Era como si todos mis amigos hubieran cambiado cabezas por calabazas y mi yo interior se revelaba y me incitaba a hacer algo distinto, atrevido y personal.
Cesé en mis cavilaciones al percatarme de que me encontraba delante del jardín del palacete al que una vez, de niño, fuí de visita con mi padre.
Evocar sus altos techos, de estucos repujadamente labrados e iluminados por profusión de frescos que eran como remembranzas de otras épocas y países, o aquella escalinata alfombrada de azul con sujeciones plateadas, o las ajedrezadas baldosas del vestíbulo, me transportaba a un mundo donde el placer por las cosas bien hechas era un fin en sí mismo.
Un roce contra mis piernas y el cariñoso ronroneo de un gato de angora, gris plateado y de llamativos ojos verdes, me devolvió a la realidad y cuando me inclinaba a acariciarlo, divise como se aproximaba hacia mí,Bea, una de las nietas de la propietaria del palacete.

Algo en mi cerebro me alentó a volver a pisar esa casa, al precio que fuera y tomé en mis brazos al minino, que se dejaba acariciar plácidamente, aparentando no ser consciente de la presencia de la joven pero sintiéndome observado por ella.

-¡Hola!,¿ podrías devolvermelo? dijo señalándolo.
-Me volví lentamente con el gato en brazos
-Hola, ¿Como puedo saber que es tuyo ? respondí

Pareció desconcertada por mi respuesta y continúe

¿Como se llama? No veo ningún nombre en su collar.¿ Podrías demostrarlo? No quisiera dárselo a alguien que no sé si es, o no, su dueño. Parece que le gusto y no me importaría llevarlo a mi casa.
La chica hizo una mueca entre incredulidad y mosqueo, nos conocíamos de sobra e íbamos al mismo instituto, aunque esta era la primera vez que hablábamos.

-Puedo enseñarte su cartilla veterinaria, sé dónde la guarda mi abuela. Espera aquí por favor.

Mientras ella iba a por los papeles, yo seguí con el felino ronroneante, maldiciendo la poca suerte que había tenido con mi argucia,( por lo menos lo había intentado) Pensé que debería estar atento en cuanto volviera, para ver si podía generar otra oportunidad.
Cuando volvió Bea con la cartilla, me desembarace del gato, que nuevamente se puso a frotarse contra mi y me dispuse a hacer como que leía atentamente el documento.
Lo primero que me llamó la atención fue el nombre, no le pegaba lo más mínimo,¿ como se podía llamar así a esa preciosidad de gato? tendría que haber sido un nombre suave, o esponjoso, o achuchable, como correspondería a tan magnífico ejemplar(?) .
Enredado en mi diálogo interior, casi no reparé en mi billete de entrada a la casa, era grandioso, ¡¡¡no había ninguna foto del(ya os diré el nombre, tranquis) gato en la cartilla!!!. Sin poder ocultar una leve sonrisa y con aparente calma le dije a la chica.
Lo siento…… eh, no recuerdo ahora tu nombre, disculpa.

-Beatriz ¿ y el tuyo?
-Vito
-Que nombre mas bailable, apostilló, sonriendo abiertamente.(preciosa sonrisa)

(¿Como se les habría ocurrido ponerle ese nombre al gato? tenía algo de herejía, pensé)

Correspondí con una de mis más celebradas(entre mis amigos) caras, la de “cuantolosientoperolaspifiao”, que ella parecio no comprender y le espeté:

¡Aquí no hay ninguna foto del gato!(Ya os lo diré, ¡coño!).
Ahora , fue ella la que pareció sufrir una torcedura de tobillo….(¡qué momento!).
Al instante se materializó a mi lado. Olía genial ( me sentí partidario de la abolición de fronteras).
Con un rápido movimiento, se hizo con la cartilla y comprobó con horror, que efectivamente, ¡no había foto!
Reponiendose al instante y esbozando una cautivadora sonrisa, me dijo
¿Se te ocurre alguna manera por la que lo pueda demostrar? (Me sorprendieron las tablas que tenía para lo joven que era).
¿No tendras, por casualidad, una foto tuya con el gato?, inquirí.
La chica quedó dubitativa (el minino ahora se frotaba con los dos) e incluso percibí cierto nerviosismo en su cara (a ver si se cree que lo que quiero es una foto de ella ¡esto se me está yendo de las manos!) y guardó un largo y pensativo silencio.
Por fin dijo: Aquí no, pero en mi casa tengo varias.
Bien,le dije, pues vayamos a tu casa y me las enseñas.
Puso cara de “esonoentraenmisplanes” mientras miraba de reojo y con cierto nerviosismo hacia la mansión.

(Ahí dentro hay gato encerrado, pensé)

Me observó como quien escudriña a un caballo que está a punto de comprar y me dijo:
Dentro hay un cuadro con toda la familia en la que también está pintado el gato-(de patético nombre), ¿te bastaría con eso?
Me parece una buena solución, respondí
Si pero, tendrás que prometerme-dijo con contenida vehemencia- que no contarás a nadie que te he dejado entrar en casa de mi abuela(aquello olía cada vez más a “sorprendida con noviete en casa de la abuela”).
Yo, tomando el tiempo que consideré suficiente para saborear mi triunfo y dispuesto incluso, a chafarle el plan que tuviera, con tal de entrar en la casa... ¡prometí!.
Y, con cierta parsimonia, mientras charlabamos de cosas banales, anduvimos el jardín hasta llegar a la magnifica puerta( de madera noble con figuras de nereidas y faunos bellamente esmerilados en sus cristales) que ella abrió para franquearme el paso.( lo que acepté de buen grado para no quebrar el principio de igualdad de sexos) y en correspondencia, ya me encargué yo de cerrarla tras de mí, mientras mi banda sonora interior me cantaba el Serenade de la Steve Miller Band, apoteosis que cesó en el momento en que me di cuenta de que el gato( no seáis plastas, ya os lo diré) ¡No estaba con nosotros!

Continuará...

Francamente, si no hubiera sido por lo pesados que estabais con lo del nombre y por qué había prometido deciroslo, ¡¡jamás hubiera repetido apelativo tan horroroso!!
El minino, que por cierto era gata, se llamaba Ronalda y la llamaban Ron.

Carlos García Riesco
Grupo A


Entre cortinas

Cuando se dispuso a llamar al timbre, se observaba ausente, sus dedos encogidos, su mano temblorosa, su cuerpo rígido de pies a cabeza, sintiendo su intermitente respiración, se ahogaba en un grito silencioso entre su pecho y espalda; durante un instante percibió su corazón latiendo en una sincronía de ritmos insospechados, sombríos, vertiginosos, que durante un tenue momento le impulsaron desde sus entrañas a desaparecer, a difuminarse entre la niebla de la calle y la delicada lluvia de la mañana.

Hacía tanto tiempo que un deseo visceral, extravagante, oscilaba entre la vergüenza y la curiosidad ante la posibilidad de cruzar el umbral de aquella casa que crecía en su interior en toda ocasión en que divisaba su perfil, dibujado, iluminado bajo la luz del día, desfigurado, receloso en el reflejo de la noche. Aquella casa tan familiar y tan lejana, tan conocida y tan ignorada, aquella casa, cuando siendo niña, reconocía ahora, tanto temor e idolatría habían hecho resurgir e impregnaron durante años de estupor, desconfianza y curiosidad, su cuerpo, su alma, su ser.

Lo que le pareció un siglo después, la Señora Levin entreabrió levemente la puerta, mientras dejaba entrever su demacrado e insólito rostro. La Señora Levin a quien desde siempre recuerda vieja, revieja, tan siniestra, con sus ropas oscuras, aquel sombrero anticuado, apolillado, de los años ¿veinte?, su andar cansino, metódico, su mirada inquisitiva, su sonrisa maliciosa que inclinaba en una mueca más irónica e irascible si cabe, la comisura de sus labios, silenciosa y sentenciosa en su actitud, ruda, parca y directa en su hablar,…,. Todo ello había contribuido a que en todos los lugares del pueblo hubieran dejado en el olvido su nombre y condición, para llegar a nombrarla e incluso considerarla, “la Bruja”. Apodo que si bien conocía, jamás intentó desmentir, refutar a su favor, muy al contrario, parecía crecerse en su posición y dar mayores motivos para conservar aquel mote que reivindicaba calladamente, que sentía le pertenecía.

-Buenos Días Señora….Su voz temblorosa y frágil la delataba.
-Buenos Días…. ¿Qué desea?- Inquirió la Sra Levin entre curiosidad y desconfianza.
-Vengo de los almacenes, los almacenes Glamor, para tomar medidas, para las nuevas cortinas,… -Un nudo en la garganta le impedía tragar la saliva que la tensión le generaba, y que acumulándose en su boca, presentía querer fluir en escurridizos chorretes entre sus labios, o dispersos escupitajos entre las palabras que necias, se negaban a salir de sus labios.
- ¡Aaahhh si! Es cierto, las cortinas,… su mueca parecía acompañar al recuerdo, y su mano vacilante, atusaba su sucio, encrespado y tísico cabello pretendiendo sujetarlo en la oreja derecha.- ¿la cita era hoy?, ¿no podría ser otro día…?- su rostro ahora mostraba desconcierto y perplejidad, y sus torpes dedos acariciaban su mentón en un gesto nervioso y extravagante.

Se quedó callada. Su cuerpo, su mente, toda ella deseaba irse corriendo de ahí, ante la posibilidad de trascender aquel portal tan deseado y tan evitado, sin embargo su corazón latía con fuerza y expectación, ante la sola idea de conseguir ver, descubrir, conocer aquel lugar, aquella casa,….

-…Bueno está bien…- sentenció rompiendo aquel incómodo silencio, con rudeza y rotundidad- no pasa nada, lo haremos hoy, aunque la casa no esté muy ordenada y limpia……- pase, pase,… no se quede ahí cual estatua, no tengo todo el día.- concluyó entre rápidos ademanes ilegibles y fulminantes de sus brazos, manos y dedos mientras abría más la puerta y se retiraba con pesadez e ineptitud, para dejarla pasar.

Aún todavía no recuerda bien como comenzó a mover su cuerpo pausada y coordinadamente para penetrar por fin, en aquel anhelado y sobrecogedor misterio, aquella casa, que suponía sombría, embarullada de objetos y enseres, de donde comenzaban a adivinarse fragancias rancias, pegajosas, viciadas,.. y en donde le pareció escuchar el sonido de un gran reloj de pared, que marcaba el ritmo y candencia de los minutos, de las horas, del día y la noche,…

Continuará…

Aquella estancia, que sugería con mucha imaginación ser un salón, estaba increíblemente desordenada. Acumulaba enseres de hogar, y lo que parecían revistas o periódicos viejos, alrededor de las paredes, objetos de toda índole en roñosas cajas de cartón, y multitud de libros en pequeñas repisas y en torcidas y ruinosas estanterías de madera y plástico, que amenazantes, sobrecogía ante la posibilidad de caerse en cualquier momento. Reinando la estancia, ese arcaico y prominente reloj de pared, que martilleaba cada segundo aquel infinito silencio, y que inexorablemente te recordaba el sinuoso paso del tiempo. Mas todo ello hubiera sido simples anécdotas, experiencias, si no fuera por ese insalubre, enranciado y nauseabundo olor a viejo, a carcomido, a encerrado y acumulado que envolvía la estancia, sus sentidos y su mente.

Sentada en un mugriento y maltrecho sofá, con la punta de sus nalgas, sosteniendo y juntando con fuerza sus piernas para no caer, con su cuaderno y su bolígrafo en el regazo de estas, repasaba aquellas embarulladas notas, que le parecían ilegibles en su caligrafía, recordándose mentalmente con cierta dureza, que debía que procurar ser más cuidadosa en su escritura.

Intentando recolocarse de nuevo, sintiendo en sus piernas calambres y un entumecimiento progresivo y espasmódico, decidió apenas recolocar de nuevo la punta de sus nalgas con suavidad y conciencia, evitando dolores y daños mayores, mientras cansina y agotada suspiraba.

-Está usted bien… - le oyó preguntar a la Sra. Lenin, con aquella maliciosa y turbia sonrisa.
-Si, si,…no se preocupe- respondió asustada esbozando un atisbo de sonrisa con estupor- Repasaba mis notas sobre lo que usted solicitó en la tienda,…. Veamos: compró tela para cuatro,…no, cinco ventanas de la casa, tres habitaciones, la cocina y un baño.

Las habitaciones con soporte de guía, las del baño y cocina con anillas…

-Totalmente correcto… ¿podemos empezar a medir ya?.- indicó la Sra Lenin, intimidándola con su penetrante mirada, mientras con insospechado esfuerzo y alaridos sofocados, comenzó a levantarse del sofá que enfrente de ella, clamaba su ruina.

Se mantuvo inmóvil durante unos momentos, ausente en su cuerpo y mente, cuando sujetando su cuaderno y bolígrafo con la mano derecha y rebuscando el metro en su bolsillo de la falda, con la mano izquierda, intentó levantarse y comprobó que sus piernas no le respondían. Adormecidas, perezosas, se negaban a moverse ni apenas un milímetro, sin procurar un agudo dolor desde sus pies a su zona pélvica… En su alarmante asombro, atónita y frustrada, comenzó a jadear en su respiración, a sudar profusamente, mientras aquel frio penetrante, intenso le recorría todo su cuerpo, estrangulando su voz, su grito de desesperación…

-Vamos querida, haremos el recorrido por toda la casa..- le dijo la “Bruja” con insistencia y brusquedad, mientras le apoyaba en su hombro derecho su huesuda, enjuta mano, ejerciendo una presión cuyo efecto acabó por paralizarla por completo, entre penetrantes olores, ruidos jactanciosos, palabras inconexas, dolores inauditos y silencios prolongados,…

Luego solo oscuridad.

Continuará...

María José Arrojo 
Grupo B


En la casa

El año pasado Juanvi, compañero de docencia en la facultad de matemáticas, me invitó a la fiesta de su pueblo, La Fresneda, donde, me había asegurado en varias ocasiones, nos lo pasaríamos muy bien. Tenía el coche en el taller, y para no perderme el “fiestón”, fui en el autobús de línea. En una de las últimas paradas subió al autobús una joven de unos treinta años vestida de doncella, o, dicho de otra manera, de criada, con un uniforme tan pulcro y elegante que llamó la atención de los viajeros y, por supuesto, la mía, ya que empecé a preguntarme que hacia una chica de servicio en un coche de línea en una pobre zona rural tan alejada de Salamanca. A unos pocos kilómetros de llegar a mi destino el autobús hizo una parada en el arcén en la que se bajó la joven criada. Allí la esperaba un gran coche negro, quizá una limusina, en el que se montó, y levantando un espeso polvo desapareció de mi vista alejándose por un empinado camino que acababa en una gran casa de una arquitectura no habitual para la zona en que me encontraba.

Cuando llegué al pueblo y después de abrazar a mi amigo, al que no había visto desde que acabaron las clases, no pude menos que preguntarle acerca de la criada, la limusina y la gran casa, sobre lo que mi mente no paraba de pensar movida por una gran curiosidad. Lo que me contó no disminuyó mi curiosidad, sino que la aumentó de tal manera que al año siguiente volví con mi coche hasta la mismísima puerta de la gran casa. Pero esto ya lo explicare, ciñéndome ahora a lo que me contó Juanvi y lo que yo mismo vi.

Era la casa de los Pontviane, gente muy rica, que vivían allí desde hace unos años. No bajaban nunca al pueblo, con la excepción que luego me contó, por lo que todo alrededor de esta familia constituía un misterio. Antes de volver a la casa habían estado en Filipinas donde el primogénito de la familia trabajó como alto comisionado en la Embajada Española. Allí se casó con una hermosa filipina, heredera de una gran fortuna. Sin tiempo a tener hijos falleció el marido a los pocos años tras una corta enfermedad. La viuda movida por el amor que había sentido por su marido y por lo que él mismo le había hablado de Las Arribes, donde aún conservaba, aunque deshabitada, la casa familiar, decidió venir a vivir a España. Se decía de ella, a la que todos en el pueblo llamaban “la Señora”, que era bellísima y que solamente venia al pueblo a la misa de la fiesta de la patrona, que, casualmente, era al día siguiente.

A pesar del cansancio por el alcohol, el baile y la fiesta de esa noche, puse una alarma en mi teléfono móvil para las 11,00 h. del día siguiente para poder ver a “la Señora”. Unos minutos antes de las 12, hora de la misa, me encontraba en la plaza del pueblo muy cerca de la entrada principal de la iglesia y vi pasar la limusina negra rodeando la iglesia, por lo que supuse que la señora habría entrado por alguna discreta puerta lateral. Entré rápidamente al interior y en la primera fila vi a una señora vestida de negro con una figura que me sorprendió puesto que yo esperaba ver a una mujer de edad avanzada y lo que vi fue a una esbelta señora cuya edad calculé en la treintena. Avancé hasta la primera fila y me situé a unos metros de ella. Tenía un velo que le cubría el rostro, pero la luz de la ventana lateral le marcaba un bello perfil. Aguanté toda la misa esperando una oportunidad que no se presentó porque ella desapareció tan discretamente como había entrado y cuando salí tras ella solamente pude la puerta de la limusina negra cerrándose.

Como he dicho anteriormente al año siguiente volví a la fiesta del pueblo de mi amigo en mi coche con tiempo suficiente para parar en la casa de los Pontviane y con la excusa que había tenido tiempo en perfeccionar en un año, entrar y conocer a la “señora”.

Continuará ...

Gabriel Álvarez 
Grupo B


Salida y entrada

Pasaban los días en la planta de Traumatología de un hospital de, podría ser, Sala manca. Ya operada , Lena esperada su traslado al Hospital Nacional de Parapléjicos, en la antigua capital imperial de Toldo. Se hacía duro el paso de las horas, minutos y segundos, postrada sin poder hacer nada, sin avanzar, con la única posibilidad de pasar, con la ayuda de una “grúa”, simplemente a un sillón de esos de “sky”, típicos de centros como este. Cada instante era una perdida de tiempo, puesto que sin terapia alguna el paso del tiempo le iba consumiendo. Físicamente, y, casi peor, anímicamente.
Todo dependía de que quedasen camas libres en el hospital referido. Referido, y de referencia. El mejor de España para lesionados medulares, le decían. Lena realmente no era muy consciente de lo que tenía exactamente. Simplemente pensaba que no volvería a caminar. Pero por lo que decían...Se trataba de un centro excelente para estos males. Si bien incurables, podían ser encauzados para hacer una vida normal, o lo más parecido a ella. Parecía un hospital de la Champions League de lo hospitales. Por eso era importante salir del Clínico y entrar en Parapléjicos. Salir para entrar, todo ello en ambulancia.
Mientras, como en Casablanca, el tiempo pasaba. Con lo que volvemos al inicio de esto, los días, el tiempo pasaban, en una contrarreloj con el cronómetro roto.

“Continuará”

El cronómetro seguía roto. Existía una lejana posibilidad en un centro privado de Barcelona, pero era altamente complicada. Mientras, el padre de Lena intentaba explicarle como funcionaba una lesión medular. Si solo fuera eso… Le habían arrancado más cosas además de la ilusión, la juventud y la vida.
Un día vinieron unos médicos amigos de un buen amigo. Le hablaron de Toledo, y uno de ellos le tomó la mano. Lena aún no sabe porque se la apretó. De hecho, no recuerda ni su cara ni su nombre.
Algunos días más tarde llegó la noticia. La doctora Méndez le esperaba en dos días en su planta. Como único equipaje un pijama, y un chándal, su madre y ella se subieron a una ambulancia con destino a la castellana ciudad del Tajo. No sin antes ver tres árboles a la puerta del hospital saliente.
La entrada fue de todo menos triunfal. Adiós pijama. Allí, para evitar úlceras por presión, las típicas y temidas escaras, esas prendas sobraban en la cama, que es donde le tocaría estar varios días. En la soledad de su nueva habitación, aun sin compañero, abrió el cajón de su mesilla. “Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo”, ponía en su neceser, en azul y blanco tono INSALUD. El cielo se desplomó sobre su cama.
De ahí en adelante la vida de Lena solo podía mejorar. Y así fue. Bien está lo que bien acaba.

Javi Martín
Grupo A


¡Fantástico!
Querida hermana:

No sabes que CONTENTA me puse ayer MISMO cuando visité por fin aquella habitación que se nos antojaba tan misteriosa en NUESTRA niñez. Sí, hablo de la biblioteca del abuelo, la estancia ubicada en el lado OPUESTO a nuestra sala de juegos.
La encontré OSCURA, tan IGUAL a la de nuestra indomable imaginación de aquellos años, que me parecía estar reviviéndolos. También tenía la misma sensación de peligro, de estar profanando el recinto mágico prohibido.
Tan CONCENTRADA estaba en la estantería repleta de libros que no reparé en la persona sentada en el orejero, un PEQUEÑO sillón situado al fondo de la habitación. Se trataba de un hombre MAYOR que de repente se levantó del asiento, se acercó a mí abriendo los brazos y exclamó:
-¡FANTÁSTICO!

Maxi Moreno
Grupo B


Celadora

La casa al pie de la carretera, de techo piramidal, también la van a abandonar. La decadencia había dejado en cada poblado un cementerio de edificaciones, que a falta de cuidadores enérgicos, se habían convertido en escabrosas ruinas.
Como último reducto los dueños se comunicaron con la agencia inmobiliaria que les había conseguido la casa de sus sueños. Rogaron que les dieran los números telefónicos de aquellas personas que también habían querido comprarla. Alguna vez estuve en esa lista. Hablaron con algunos de aquellos aspirantes. La mayoría estaba fuera en el país. Cuando me contactaron acepté la propuesta de inmediato. Siempre había querido vivir en esa casa. Ahora me convertía en su celadora. La decisión no era para estar tan contenta, considerando las circunstancias, pero lo estaba.
Aun cuando no había ninguna relación entre sus dueños y yo, el gusto por aquella morada blanca, de techos altos e inmensas datileras alrededor, nos unía. Mantener pintada las paredes, regar el jardín y velar por la limpieza, era lo de menos. Querían que cuidara sus pertenencias, y que mantuviera viva su llama. Esto no lo suscribimos en papel, pero lo entendía porque había una conexión por la belleza de aquel espacio vital.
Una semana después, Sara y Ricardo, salieron con cuatro maletas a un país desconocido, ubicado en un lugar muy lejano. Y yo me quedé por primera vez en la casa de amplias escaleras de espiral.
Cuando cerré la puerta de madera con tachones de hierro forjado, sentí un olor a jazmín. Me di la vuelta y al final del pasillo había una pequeña ventana enrejada, sin cristales, de donde se asomaban las flores blancas que daban su aromática bienvenida. Subí a la segunda planta, y entré al cuarto principal: allí estaba el techo en forma de pirámide. Anochecía y los colores se proyectaban sobre las paredes. Se formaba un calidoscopio de palmeras cuando los rayos de luz atravesaban los vitrales de las ventanas, que daban hacia la carretera. Los portarretratos sobre las mesas de dormir, con las fotos sonrientes de Sara y Ricardo, me observaban. Al lado habían dejado un vaso con agua. Me animaban a a quedarme en su hogar. Del baño salía un olor a canela: habían dos pequeñas velas encendidas y toallas azul turquesa cuidadosamente dobladas sobre la bañera. Después pasé por la otra habitación, y luego al amplio balcón, en donde podía estar a la altura del dátil más robusto del jardín. El tercer cuarto estaba cerrado. Me desconcertó. Era el único punto inaccesible de la casa. El marco de esa puerta estaba pintado de negro, a diferencia del azul índigo del resto.
Abajo, la cocina era amplia y dominaba la luminosidad que venía del jardín. El sofá y los asientos en la sala estaban hechos de mampostería, y forrados con cojines de tejidos suaves, con colores cálidos. Sentí que yo también había viajado a otro lugar del mundo. Todo estaba dispuesto para recibirme y salvaguardarme de la ruinosa vida de violencia que vivíamos en esos tiempos.
Embebida en sensaciones, me costó escuchar los pequeños golpeteos que venían de la segunda planta. Al principio pensé que el ruido venía de afuera. Pero luego comenzó a ser más frecuente y contundente.
Hasta ese instante todo había sido perfecto. A partir de allí mi nuevo oficio de vigilancia se convirtió en una pesadilla…

Continuará...

Estuve paralizada por unos minutos, esperando lo peor, aunque no sabía exactamente qué era lo peor. Los ruidos continuaban, a veces de manera constante, para luego caer en una larga pausa. La quietud a la que me sometieron la aproveché para intentar descifrar qué o quién podría generar ese ruido.
Cuando salí de la primera conmoción, me atreví a perseguir el sonido. Entonces empezó a ser menos regular, como si supiera que estaba al acecho. Tomé la vara de vera que utilizaban para espantar los perros callejeros en las caminatas matutinas. Me deslicé por el pasillo de la entrada; me asomé al jardín; abrí el depósito que estaba debajo de la escalera. Nada. Venía de arriba.
Los ruidos cesaron, y como suele suceder la lógica me llevó a pesar que era un simple animal rastrero. A pesar de la inquietud inicial, esa noche dormí profundamente.
A la mañana siguiente no hubo tregua. Me despertaron los golpeteos. Los sentí muy cerca. Me quedé un rato con los ojos bien abiertos, abrazada a la almohada. El sonido viene del cuarto clausurado, pensé. Me acerqué. Esta vez no cesaron. Era como si el animal quisiera que lo encontrara, que lo liberara del encierro. Como los misterios, que pulsan por ser revelados. Busqué el manojo de llaves que estaban en una gaveta de la cocina, cada una con su identificación. Allí estaba la del cuarto cerrado. Volví a buscar la vara de madera. El ruido tamborileado no paraba. Ya no estaba segura si era una rata; o quizás un animal más grande; o una criatura sobrenatural.
Con la mano derecha maniobrando la llave, y en la otra la vara inclinada como un bate de béisbol, logré abrir la cerradura. Al empujar un poco la puerta salió de inmediato un silencioso gato. Sentí gran alivio. Pero cuando la llevé a un ángulo completo, pude ver sobre la cama, entre claros y oscuros, una pequeñísima anciana. Me sonreía con los labios mullidos entre sus encías, y sus párpados casi cerrados por las arrugas. Comenzó a tamborilear sobre una mesa de cama, donde tenía un plato vacío…

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Abandono y regreso

De pequeño, la fascinación por la casa en la que trabajaba su madre. Cuando no había colegio, le llevaba con ella, y él se ponía contento. Le dejaba en un rincón oscuro de la biblioteca. Recuerda la primera vez: se durmió en un sillón después de haber caminado, ¿cuánto tiempo?, por la mayor habitación que había visto nunca, entre tal cantidad de libros que le pareció irreal. Los estuvo mirando, tocando, hojeando… hasta sentirse desmayado. De las otras veces no recuerda apenas nada de la sala, pues vivía ya dentro de los libros. Su madre le encontraba absorto, concentrado, siempre con el mismo gesto de extravío fantástico. Pero aquel día no le encontró. (Continuará)
Un paseo nocturno. La ciudad irreal, la que sabes perecedera, la que imaginas un día ya inundada, los canales ya estelas bajo el mar. Pero hoy, entre esos canales, estrechas callejuelas, la ventana encendida, la biblioteca a flote, un mar de libros y de historias guardadas. La luz en noche oscura; el misterio, desvelándose en solo una mirada. Los ojos, desplegados en manos, brazos, piernas: un cuerpo que se alarga, que asciende, que traspasa la ventana y se adentra, que comienza una nueva andadura, una vida que antes le fue negada, y se asienta en el salón, y comienza a entablar relación con otros ojos, otras manos, otro cuerpo, otra vida; y en el calor y el fuego del hogar, entre libros encuentra y reconoce su morada, el reposo y la vida perdida.

Marian De Vicente
Grupo B