Esta semana la sala de Fondo Local de Biblioteca de la Casa de las Conchas se llenó de flores, árboles, fuentes y mariposas. De la nada, como en el Génesis, se crearon jardines de todo tipo. Unos interiores, como los del alma; otros botánicos, otros jardines del recuerdo en los que un día fuimos felices. Otros tantos románticos y algún que otro edén. Nos adentramos en el tema con el poema de Mario Benedetti "A la izquierda del roble" que habla del Jardín Botánico Profesor Atilio Lombardo, de Montevideo.
Después atravesamos la verja de un jardín muy especial con el álbum ilustrado El jardín de Babai, de Mandana Sadat, una adaptación de un cuento oriental que se lee de izquierda a derecha (en lengua castellena) y de derecha a izquierda en persa, en una narración complementaria. Las ilustraciones van conformando una magnífica alfombra oriental, un hermoso tapiz.
El artículo titulado "Los seis jardines literarios más reconocibles (de los Capuleto al Edén)" nos sirvió para reflexionar sobre los jardines y el sentido simbólico de dicha palabra. Otro excelente artículo titulado "Los libros se adentran en los jardines" y firmado por Andrea Aguilar nos ayuda a repasar las últimas publicaciones relacionadas con los jardines como Recuerdos de un jardinero inglés, de Reginald Arkell (Periférica) o Aún no se lo he dicho a mi jardín, de Pia Pera.
Paseamos por algunos jardines poéticos como el de Jorge Luis Borges, el de Bertold Brecht y el de Gloria Fuentes en ese orden:
Zanjones,
sierras ásperas,
médanos,
sitiados por jadeantes singladuras
y por las leguas de temporal y de arena
que desde el fondo del desierto se agolpan.
En un declive está el jardín.
Cada arbolito es una selva de hojas.
Lo asedian vanamente
los estériles cerros silenciosos
que apresuran la noche con su sombra
y el triste mar de inútiles verdores.
Todo el jardín es una luz apacible
que ilumina la tarde.
El jardincito es como un día de fiesta
en la pobreza de la tierra.
***
Nubes a la deriva, continentes
sonámbulos, países sin substancia
ni peso, geografías dibujadas
por el sol y borradas por el viento.
Cuatro muros de adobe. Buganvillas:
en sus llamas pacíficas mis ojos
se bañan. Pasa el viento entre alabanzas
de follajes y yerbas de rodillas.
El heliotropo con morados pasos
cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:
el fresno –y un meditabundo: el pino.
El jardín es pequeño, el cielo inmenso.
Verdor sobreviviente en mis escombros:
en mis ojos te miras y te tocas,
te conoces en mí y en mí te piensas,
en mí duras y en mí te desvaneces.
***
Sobre el césped los árboles me hablan
del divino poema del silencio.
La noche me sorprende sin sonrisas,
revolviendo en mi alma los recuerdos.
¡Viento! ¡oye!
¡espera! ¡no te vayas!
¿De parte de quién es? ¿Quién dijo eso?
Besos que yo esperé, tú me has dejado
en el ala dorada de mi pelo.
¡No te vayas! ¡alegra más mis flores!
Y sé, tú, viento amigo mensajero;
contéstale diciendo que me viste,
con el libro de siempre entre los dedos.
Al marcharte, enciende las estrellas,
se han llevado la luz, y apenas veo,
y sé, viento, enfermo de mi alma;
y llévale esta «cita» en raudo vuelo.
...Y el viento me acaricia dulcemente,
y se marcha insensible a mi deseo...
Pusimos un poco de luz en este último jardín de Gloria Fuertes con el libro Ver la luz de Emma Giuliani, un libro poético y conmovedor.
Y por último recorrimos el libro Jardín Gulbenkian de Juan Antonio González Iglesias, un libro "Entre el ecologismo sin homilía y el minimalismo botánico" tal y como señala Luis Bagué en su artículo "Hedonismo ascético". Dejamos aquí una de las flores de dicho jardín, el poema "Nova sint omnia" (Renuévese todo, Santo Tomáss de Aquino) que dedica a Isabel Moreno Ferrero:
Como lugar en el que no entra el odiose proyectó el jardín, sin que ninguno
seamos conscientes de esas protecciones
que nos brinda su espacio. En la acotada
foresta está previsto, sin que conste
en ningún plato, que los mil asaltos
del mundo que profanan la pureza
de nuestro corazón, no ya excluidos
pero en suspenso sí, queden el tiempo
que pasamos. Suenen las pisadas
sobre el solar que fuera reservado
para el silencio. Canta en la distancia
el tren que cruza Normandía. Aquello
que aquí se dice quede para siempre.
Una conversación, un monosílabo.
Trazamos el jardín, con un perímetro
como el de los antiguos templos, limpio
de acciones previas nuevo si es posible
después de tanto que nos ha pasado
a cada uno de nosotros. Grande
es el empeño de trazar recintos
donde Adán o Epicuro se solacen,
donde cualquiera de los ciudadanos
se siente a respirar para que curse
la sangre a lo demás acompasada.
Pensó algo de esto el arquitecto y algo
el paisajista. Todo, sí, el poeta
lo intuyó y el mecenas que lograron
ser, después de los años, jardineros.
Ancho lugar en el que cada cosa
sea matinal, igual que el tren que cruza
como una miniatura la distancia.
Momento de pensar en la liturgia
católica del día de Año Nuevo.
La sonrisa
Abrí la puerta del jardín y… aquello se veía ciertamente obra del Supremo Jardinero; qué belleza, qué profusión de luz y buen aroma, qué paz y bienestar al sol amable de una mañana radiante. Tomé del brazo a Eva y pasamos al interior. Allí, en medio de todo, estaba el manzano con sus frutos en sazón, brillantes, invitadores, jugosos que se los adivinaba; ya nos había dicho Él.
Alargó Eva la mano para tomar uno de los frutos prohibidos. Traté de contenerla pero fue un instante apenas. Me miró como no lo había hecho jamás desde que se me dio por compañera. Y sonreía. Cómo podía yo imaginar que alcanzase a sonreír así una mujer. Me desarmó, cedí al embrujo. Ahí es donde aprendí que un hombre tiene sus debilidades.
Mientras comíamos de la manzana por turno, alcancé a razonarme que las cosas no suceden por azar. Una manera quizá de tranquilizar la conciencia, pero es muy posible que efectivamente todo estuviera escrito. Y si es así, quién es uno para arruinar el guión. Para cambiar la historia del mundo, me refiero. La duda es si todo esto lo entenderán las generaciones venideras.
Pascual Martín
Grupo B
La segunda maravilla del mundo.
Dos amigos, Nebo y Mardoqueo, vecinos de Babel, comentan alegremente, que van a tener trabajo próximamente.
Uno es albañil y el otro jardinero.
A Nabucodonosor se le ha ocurrido hacer un precioso jardín en esta ciudad, a orillas del Éufrates, como prueba de amor hacia su esposa Amitis.
Nebo el albañil, ha visto los planos y le han parecido muy originales. Es un edificio de varios pisos, lleno de terrazas y balconeras, que deberán llenarse de arena, y allí vosotros deberéis plantar árboles, arbustos y flores.
Mardoqueo asiente, diciendo que llevarán cantidades de tierras fértiles, para rellenar aquellas terrazas y así poder plantar palmeras de todos los tipos. Estas plantas son muy vistosas, algunas producen dátiles, otras cocos, y algunas son estériles pero muy bonitas y se aprecian a larga distancia.
Nebo comenta que van a fabricar un depósito de agua en lo alto del edificio, y desde allí descenderán varios arroyos para regar todos los jardines. Estar cerca del Éufrates, y habiendo desarrollado un sistema de noria para la subida del agua, siempre la tendremos en abundancia.
El edificio y los jardines podrán contemplarse desde el exterior a gran distancia, comentan los dos amigos con alegría, así todo el pueblo podrá disfrutar de ellos.
Los dos amigos al cabo de un rato, se encontraron con otro grupo de personas de su misma edad y condición, y todos ellos se pusieron a comentar con alegría el futuro halagüeño que les esperaba, en vistas a la construcción de los nuevos jardines.
Gracias a ellos, los habitantes de Babilonia y todos sus visitantes, pudieron disfrutar de los jardines más bellos de la historia.
Todavía por entonces hablaban el mismo idioma, todavía no se les había ocurrido comenzar a construir la famosa "Torre".
José Luis Fonseca
Grupo A
Jardín sumergido
La chica me llevó a la parte posterior del chalet, al lado contrario de la piscina. Era toda una pared acristalada en la que apenas se distinguía la puerta que daba acceso al jardín exterior. El día tenía una luz brillante, un poco extraña, que reverberaba en las flores y los árboles como en un cuadro digital con los colores alterados, a la vez naturales y falsos, se diría que impresionistas pero modificados por un editor fotográfico. Como si, fuéramos donde fuésemos en todo aquel conjunto residencial, nunca dejáramos de saltar de un cuadro a otro. Igual que en las piscinas de “El nadador”.
El jardín y el bosque -álamos altísimos, árboles de huerta cargados de diferentes frutas luminosas, tilos gigantescos, abetos arcaicos- parecía moverse hacia el interior de la casa. Cómo no recordar “Macbeth”.
La chica me cogió la mano y traspasamos la puerta de cristal. En el exterior el perfume era suave y a la vez intenso, ligero y embriagador, como un aire acogedor y familiar en el que flotara, sutilmente, una indefinible amenaza.
Empezamos a recorrer el jardín y la arboleda.
-Mis padres perdieron la razón cuando murió tu hermana. Se sintieron culpables y se obsesionaron buscando alguna forma de redención -me dijo la chica-. En su enajenación, me culparon a mí. Tendría que haberme ahogado yo, en lugar de ella. Era como una extraña posesión maligna, es lo que yo he llegado a pensar con los años, después de todo lo que pasó. Me cortaron el pelo como lo tenía ella, me pusieron su ropa, que habían pedido a tus padres, me empezaron a llamar por su nombre. Al final, me abandonaron. Se fueron de aquí y no he vuelto a saber de ellos.
-Vamos -me dijo- te quiero enseñar algo. Cruzamos el jardín y paseamos entre los árboles. Nos acercamos a un tilo, asombrosamente frondoso y dominante, pero al mismo tiempo maternal, como si fuera la hermana mayor de aquel pequeño bosque.
Junto al tilo había una lápida con un nombre.
- ¿Ves? Aquí estoy enterrada yo -dijo la chica-.
Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A
Mi jardín
Abierto de par en par. Así es como vistieron mi jardín, sin puertas ni ventanas. Dejé todo el peso en sus alas. Ellas, con sus lenguas, las mariposas de alas transparentes, diseñaron cada surco, acompañando a cada flor y planta (en ramilletes o dormidas en semillas) al lugar donde enraizarían sus pies para el resto de sus días…Unas abejas por aquí…Escuadrones de gorriones zapadores construyeron puentes acolchados con el musgo de las piedras donde afinar su canto en la mañana, y esponjar su plumaje al amparo del agua antes de comenzar sus prácticas de vuelo diarias…Una pareja de colibrís por allá… Unas y otros, dejaron, eso sí, la improvisación al viento, desnudando obsceno a las aromáticas hierbas de su lencería perfumada: Albahaca, Hierbabuena, Romero, Tomillo, y a la luz del Sol, el latido para bombear la savia impaciente por las venas de los Robles, las Encinas con sus huesudos dedos, Sequoias altas y delgadas como mi Madre, Olivos e Higueras, Naranjos, Limoneros, Cerezos y Magnolios, Almendros, Manzanos de Avalon y Sabinas… Una lagartija tomando el sol… Los cactus también tienen su particular lugar defensivo en mi Edén, ahuyentando al granizo, a la tormenta y a la pena. Los más delicados utilizando sus corazas de espinas, poetas enamorados de las rosas más esquivas. No faltan las románticas Camelias, ni la Dama de Noche, ni el sutil jazmín, los Lilos o la impetuosa Madre Selva…Todo un caos ordenado y hermoso, como un cielo estrellado…Una estrella fugaz. Pide un deseo…Luciérnagas, Mariquitas voladoras, Libélulas, Moscardones campeones de Sumo, Moscas, Mosquitos…
Carmen Pedrero
Grupo A
El jardinero ucraniano
Hasta hace poco más de dos semanas generaba vida. Creaba espacios donde predominaba la mezcla de los distintos colores, abundando, sobre todo, el verde. Colocaba flores al lado de flores, plantas al lado de plantas, y árboles que darían sombra y oxígeno a quienes se acercaran a ellos. El olor a naturaleza era mi perfume preferido. Construía jardines y espacios verdes para que las personas pudieran pasear rodeadas de belleza y para relajarse de la agitación profesional. Creaba lugares para que las parejas expresaran su amor y para que los niños pudieran jugar rodeados de naturaleza. Me inventaba espacios para la reflexión y para que la ciudad respirara oxígeno. Todo tenía sentido.
Hoy ya no tengo unas tijeras de podar ni tierra en mis manos, sino pólvora, un fusible de asalto y balas, muchas balas. Me han instruido para matar. Tengo que defenderme porque a alguien del país vecino y sin escrúpulos se le ha antojado que así sea.
Ya no construyo. Creo muerte de la que brotará tristeza y odio. Participo de la destrucción de mis propias creaciones. Hago florecer el odio en mí mismo y lo siembro en los demás. Tengo que mantener vivo lo nuestro a base de matar, de destruir, de acabar con todos aquellos que quieren enterrarnos.
Cada día veo como desaparece lo humano con cada grito descarnado, con cada bala, con cada bomba, con cada sirena… Ya nada tiene sentido: no hay alegría en los parques y jardines, solo muerte y destrucción; el gris predomina frente al verde y el negro frente al marrón; ya no se ven nubes, sino humo; ya no se oye el agua de las fuentes o los gritos de alegría de los niños, sino los silbidos de las balas, que tocan melodías de odio y muerte. Siempre he pensado que una vida sin plantas, sin flores o sin árboles no podía tener sentido. Hoy estoy convencido de ello.
Hace tres horas he cosechado mi última muerte. Miré fijamente al chico ruso y, sin que él me viera, le disparé a la cabeza. Acerté. Cayó desplomado. No podrá volver a su casa. No verá a sus padres o a su pareja, tampoco a sus hijos, si los tenía. Quizá ni su familia entierre el cuerpo.
Ya llevo tres días sin contar mis muertos. Más inhumano no me puedo sentir. ¡Me es imposible explicar con palabras la sensación que tengo cada vez que acabo con la vida de alguien o cada vez que me entero de que algún vecino ha quedado inmóvil en el suelo! ¡Solo levanto la cabeza para apuntar!
Aunque ya nada parezca tener sentido, excepto la muerte, el odio o el rencor; aún florece una semilla verde en mi interior. Semilla que brota en mí el deseo de despertar de este mal sueño y contemplar el final de esta pesadilla para volver a crear esos espacios verdes donde las personas podamos tener un poco de vida y dignidad.
A pesar de que me están intentando robar el amor a la vida, a lo nuevo, a la creatividad y a mi trabajo, no me van a poder quitar la libertad de decidir sobre qué quiero en mi vida. Crear desde la nada era mi motivación, añadir belleza a lo bello mi pasión. Pasear por lo creado mi orgullo. Contemplar en silencio mi trabajo era mi humildad. Volveré a cosechar vida.
Soy Dimitri y mato en Kiev.
José Carlos Arroyo Sánchez
Grupo C
La batalla
El comandante revisa sus tropas formadas en hilera. Son escasas pero los aceros bruñidos, las junturas engrasadas y las maderas pulidas le provocan una sensación de orgullo y seguridad. Cree que cuenta con fuerzas suficientes para combatir al enemigo cuyos troncos forman una avanzadilla que oye crepitar afuera. El sol se ve oscurecido por la tupida maraña de elementos dispuestos a la lucha mientras el viento aúlla entre las hojas afiladas. Dispone al destacamento más aguerrido en el carro, aunque pequeño, debe estar compuesto por los más fuertes y bizarros pues el primer choque siempre es encarnizado y violento. Ha seleccionado al pesado azadón, al hacha temeraria, a la feroz guadaña y al persistente serrucho.
Avanza hasta el fin de la explanada de grava y coloca a la azada en vanguardia, y esta, con gran determinación, progresa golpeando con recios mandobles. De vez en cuando debe detener el avance ante el muro inexpugnable que forman los enemigos. Interviene entonces el hacha con inclementes mazazos que reducen a los más bravíos a míseras astillas. Hay todavía tarea para el serrucho que cercena los tocones rebeldes y los vástagos semiocultos. En el instante en que se han debilitado las energías del contrincante y ya solo menudos brotes oponen resistencia, le llega el turno a la guadaña que con rítmicos vaivenes deja el camino expedito a las herramientas ligeras.
Carga las víctimas en el carretillo y acumula los cadáveres aún sangrantes en una esquina del jardín donde, sin ceremonia ni clemencia, serán incinerados.
Ahora es el tiempo del humilde sacho, y de la pala, y del rastrillo que, poco a poco, irán labrando la tierra, domesticando sus terrones en regueras y arriates.
Cuando tras mucha brega la tierra está esponjosa, pelada y hambrienta es la hora de esparcir las semillas y que la calderilla y la regadera den de beber a los suelos resecos por tantos soles y vientos.
Solo queda esperar y vigilar que las tropas enemigas no se infiltren entre los surcos de salvias y crisantemos, que la tenaz zarzamora se retire de los bancales de piracanta y acebo, que las ortigas y malvas se agosten ante lirios, pensamientos y clavellinas. Y, finalmente, que el muro de romero proteja a las delicadas rosas y a las exuberantes hortensias.
En ese momento el comandante descansará y sentado en el poyo de piedra mirará con calma el jardín y respirará satisfecho, pues sabrá que, de nuevo, habrá triunfado la primavera.
Pepe Lorenzo
Grupo B
JARDÍN DE ANTAÑO Y OGAÑO
(Entremés galante levemente osceno)
Telón
Acto l (Antaño)
Bardo:
En el jardín de las esperanzas
un jardinero se echó a llorar,
tan triste llanto el hombre tenía,
que el propio sol se negó a brillar.
Todas las flores de aquel vergel,
le consolaron con sus colores
y le dijeron : ¡Ya es primavera!
¡No llores más por un mal de amores!
Y el jardinero muy emocionado
y confortado por el cantar,
para su amada , clamando al cielo,
y por volverla a recuperar,
en un poema lanzó un conjuro,
tan colorido y primaveral,
que al escucharlo entre el mar de flores,
el propio viento lo fue a llevar.
Acto II (Ogaño)
Llegó a la niña ese conjuro
con el lamento de aquel doncel,
Pero la moza, está de resaca
y rompe el poema de forma cruel.
La dulce joven que militaba
en las tendencias del porvenir,
mandole al viento a tomar por culo
y con gran morbo se fué a vestir.
Un gran escote, tacón y medias
puso en sus labios rojo carmín,
la falda corta, las uñas largas,
con top muy corto y rojiza crin.
Metió en su bolso (Relator):
Metió en su bolso
unas camperas y algo de costo
pasao de fecha,con un librillo para fumar
e ibuprofeno en un frasco angosto
y unas braguitas color de mar
Unas esposas con espolones,
el candado de la moto,
jabón íntimo pa el toto
y una tira de condones.
Líquido para lentillas
dos tijeras y un exvoto,
de un san Judas entre ardillas
y el resguardo de la loto.
Tablet, talonario de recetas
un tubito de pastillas,
combinao de peladillas
garrapiñadas y unas galletas
La cartera de tarjetas,
llaveros de calavera,
una caja de cerillas
arco iris de bandera,
los ligueros de puntillas
y elevadores de tetas.
Un satisfayer por si las moscas,
con las cremitas de lubricar,
y un joyerito con un collar,
de piedras verdes, bastante toscas.
Linterna a rosca de dos posturas
por si la hubiera que utilizar,
un pack de harina de rebozar
el par de gafas con rayaduras
el cortauñas de limas duras
y un set entero de maquillar.
Y aunque hay más cosas.
en ese bolso,
ya me he cansado de enumerar.
Dueto:
Se echó a la calle
con las amigas.
Tomó cien copas,
se puso a mil.
Y la encontraron
mamada y sola
en los arriates
de otro jardín. Bis
Telón
Carlos García Riesco
Grupo A
Jardín interior
Entrar en mi jardín interior, es un auténtico laberinto,. Quiero ver hacia donde voy y que espero, pero cada vez el laberinto me estresa y me ahoga.
Retomo la lectura de Siddhartha. (Hermann Hesse) El, lo deja todo recorre el camino un camino angosto ¿Qué busca?. No lo sabe hace preguntas que no tienen respuestas. Al final del camino encuentra a un barquero sencillo.(Vasudesa).todos tenemos dentro un Vasudesa que cuando lo escuchamos nos recuerda las cosas que vale la pena luchar, nos recuerda que están en la conquista de nuestros propios miedos y limitaciones. Pero sobre todo nos hace vivir, soñar y experimentar siendo viajeros eternos buscadores da las causas de la vida más allá de miedos y limitaciones.
Josefa Redondo
Grupo A
El jardín de Ignacio
A orillas del Tormes duerme un jardín abandonado, jardín que en otros tiempos fue el sueño de un jubilado charro que se llamaba Ignacio.
Cada tarde desde su jubilación él paseaba por la ribera, y siempre terminaba en el final del camino, que era un barranco con las mejoras vistas de la ciudad. Desde este mágico lugar se deleitaba cada atardecer disfrutando con sus diferentes tonalidades carmesí.
Visita tras visita a ese jirón tormesino, lo fue haciendo suyo y dedicó las horas de asueto a realizar su jardín secreto, para observar el rio y sentir el arrullo de sus aguas.
En el árido promontorio trazó con extrema delicadeza ayudado por la arquitectura natural, parterres, caminos, escaleras, un mirador, incluso un cenador para dos…
Allí crecieron cactus entre amapolas silvestres y convivían dalias con claveles, rosas y adelfas. Cada estación tenía su pulso en el jardín colgante, obsequiando al visitante con una belleza singular. El otoño era mágico fundiéndose los dorados del sol con las hojas que se resistían a caer. La primavera te envolvía de aromas penetrantes y el viento soplaba sin piedad, mezclándose con el trino de algunas aves originando una sinfonía deliciosa. En verano el calor se disipaba y los cantos de grillos y chicharras se sucedían explosivos. Ignacio amaba su jardín y poco a poco por el boca a boca y el auge del senderismo muchos caminantes se acercaban al lugar y él lo mostraba como el mayor tesoro que pudiera tener. Orgullo de jardinero, pasión por su paraíso, pero el tiempo devoró la vida. Ignacio murió y aunque se pretendió mantener el lugar por todas las gentes que hasta allí paseaban el jardín también murió. Se fue marchitando poco a poco. Hoy queda la huella de ese jardinero entregado a un trozo de tierra que hizo que sus últimos años tuvieran un sentido.
Pilar Sánchez
Grupo B
Jardín del alma
Quiero ser jardinera,
cuidar mi alma,
como jardín en primavera.
Apartar las piedras,
mover la tierra,
arrancar las malas hierbas.
Enterrar con mimo semillas nuevas,
regarlas con agua fresca,
y esperar que broten sus bellas perlas.
Cuidar con delicadeza,
las flores nuevas
esperando que arraiguen
en mi tierra entera.
Beatriz Gorjón
Grupo A
Jardín poético
En este jardín tuyo y mío,
los versos más hermosos
cada mañana,
te escribiré.
Entre pareados y aleluyas,
cubiertos de amapolas y margaritas,
te buscaré.
Entre tercetos
rodeados de lirios y buganvillas,
te soñaré.
Entre cuartetos
al lado de jacintos y narcisos,
te añoraré.
Entre redondillas
enredadas en hiedra y madreselvas,
te embrujaré.
Entre serventesios
unidos a las flores del romero,
te dibujaré.
Entre coplas
adornadas con blancas orquídeas,
te desnudaré.
Entre seguidillas,
con fragancia de violetas,
te inventaré.
Entre quintetos,
a la sombra del cilantro,
te adoraré.
Entre las liras,
con olor a menta,
te evocaré.
Con el soneto,
impregnado de hortensias y azucenas
por siempre,
te amaré.
Marian Pérez Benito
Grupo A
El jardinero
Era una persona dotada de mucha sensibilidad, mucha paciencia y mucha constancia. Siempre decía que nada se conseguía en un día y sin esfuerzo. Por eso dedicaba a su jardín lo mejor de su persona. Preparaba, sembraba, quitaba malas hierbas, limpiaba, recortaba, podaba, regaba y solo cuando lo que tenía pensado hacer estaba terminado, se sentaba a contemplar su obra. Era entonces cuando contaba las rosas del rosal blanco o del de color fuego, las que estaban abiertas y las que se abrirían al día siguiente. Es como si hiciera un inventario de su jardín. Conseguía tenerlo limpio, ordenado y perfectamente simétrico, como le gustaba.
Seguro que si hubiera tenido oportunidad y formación suficiente, hubiera disfrutado de la poesía y de cualquier forma de arte, porque en lo suyo, era un artista.
Quizá la vida es una metáfora de la jardinería. ¿cuántas cosas no se consiguen con trabajo, paciencia, quitando de aquí y poniendo de allá?
El jardín le echó de menos cuando se fue y nunca ha vuelto a ser el mismo, como nos ha pasado a los que queríamos a este jardinero, pero seguimos adelante con las enseñanzas que nos dejó y siempre conservaremos un bonito recuerdo y una rosa para él.
Grupo C
Jardín
Abrí la verja del jardín y lo primero que escuché fue el rumor de la fuente, la primavera estaba en todo su esplendor. El olor de las plantas me invadió. Había rosas de todos los colores imaginables, hasta azules y negras, procedentes de injertos. Las rojas, mis preferidas, además, olían como cualquiera se imagina que pueden oler las rosas. Había petunias, gladiolos, claveles, margaritas y otras tantas especies cuyo nombre no sabría especificar. Para enmarcar las flores había vegetación verde, setos, árboles y mucho césped. En el césped, muchísimo trébol, me senté como era mi costumbre y empecé a buscar tréboles de 4 hojas. Encontré bastantes y me hizo ilusión. En el centro del jardín, al lado de la fuente, había 2 bancos de madera y 2 mesas de piedra y otros 2 bancos, a modo de pequeño merendero.
Me senté en un banco de madera y me puse a tomar café mientras leía, 2 pequeños placeres que juntos se multiplican y si se está en un jardín, para mí constituyen un trocito de felicidad.
Así pasé la mañana, mientras mi perra iba y venía, jugaba y entraba y salía de la fuente.
Teresa Sanz
Grupo C
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