Comentamos a este respecto el relato "Estos días azules" de Irene Reyes-Noguerol, perteneciente al libro Alcaravea. La autora le presta su voz a Ana Ruiz, madre de Antonio Machado, para recorrer a través de su memoria algunos momentos importantes en la vida de la familia. Un relato espléndido, lleno de poesía y trufado de guiños biográficos y con un uso del lenguaje y de la narración impecables.
Recomendamos los artículos "Una madre enbusca de autor" de Andrés Felipe Solano publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, "La figura dela madre en la Literatura" de Luis Fernández en El Correo Gallego, "Ni santas niperfectas: la madre en la literatura" de José Miguel López-Astilleros en la revista Culturamas, "Al menos enla literatura, madre hay más que una" de Eva Orué en Infolibre y "Las madrespor dentro, en la literatura y en la vida" de Laura Freixas en La Vanguardia
Repasamos algunas de las grandes canciones dedicadas a la madre y elaboramos nuestra particular play list. Dejamos por aquí un botón de muestra, el poema "Todas las madres del mundo" de Miguel Hernández en la voz de Silvia Pérez Cruz. Una delicia.Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.
La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.
Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?
Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.
Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.
***
El último verso que escribió Antonio Machado y que su amigo Corpus Barga encontró en el gabán del poeta le sirve a Irene para enmarcar su relato. La primera partes, "Estos días azules..." le sirve de título y la segunda, "...y este sol de la infancia" de colofón. Infancia y presente resumidos en un verso.
El soneto que sigue y que escribí hace unos años también se enmarca entre esa infancia en la que aprendemos las palabras caligrafiando en la cartilla la frase "Mi mamá me mima" y el homenaje casi póstumo en los últimos días de la enfermedad, un tautograma con la letra eme.
Memento mori
Mi mamá me mima
Míreme, madre, marque mansamente
mis manos; meza mi melancolía
marítima, mi mal, mi melodía;
muela mi mejor mies, mulla mi mente.
Mañana morirá modestamente,
merecerá mi miel, mi mediodía,
murmurarán mentiras, madre mía,
madurarán mis miedos mudamente.
Mímeme, madre, maternal, mundana,
modele mi memoria misteriosa,
manuscriba mi mar, mi marejada.
Muerda, mujer, mi mágica manzana,
macere mis manías, minuciosa,
moldee mi mentón, mi madrugada.
Raúl Vacas
Propuesta de escritura
Escribe un texto ya sea un poema, una carta, un relato o un microrrelato sobre la madre. Procura rehuir el lugar común y calibrar la dosis de azúcar en el texto.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
¡Ay mis madres!
Memorias de una “trad wife”
Mi abuela tenía razón en todo.
Bebé caníbal
Mamo a mi mamá.
Oftalmólogo
Tienes los mismos ojos que tu madre, me dicen. Qué me van a contar, si yo me los trasplanté.
Poliamor
Mi padre se acuesta con cualquiera, y mi mamá también. Yo sólo me acuesto con los dos.
Como mamá y papá
Mi hermana y yo nos llevábamos a matar.
Amor filial
Mantengo, fija en el recuerdo, la imagen de mi madre antes de que en su rostro aparecieran las primeras arrugas. Y, cuando se me desdibuja un poco, voy al congelador.
Súper Mamá
Mi madre me llevó a un internado de monjas desde mi más tierna infancia. A pesar de los rigores propios de esos centros no puedo quejarme, en general me trataban bien, y nunca me sentí abandonada. Mi mamá quería tenerme cerca y protegerme, el orfanato de las monjas era la mejor opción, sobre todo siendo ella la madre superiora.
Muerte sólo hay una
Yo morí dos veces cuando mi hijo me mató.
Edipo en serie
Siempre he querido acostarme con las madres de todas mis novias, pero los padres se interponían entre nosotros.
El cuento de la madraza
Espejo, espejito mágico, ¿hay alguien más bella que mi hija?
Ignacio Aparicio
Grupo A
Desayuno con bizcochos
—¿Quieres otro bizcocho?
La nieve se acumula, sin prisa, en el alféizar de la ventana. El fuego chisporrotea en el hogar. El crío abraza con sus débiles dedos la taza caliente de porcelana y levanta la cabeza. Tiene la boca manchada de delicioso chocolate. Con mirada mohína dice: «Sí, mamá».
La mujer se muerde el labio y traga, con tristeza, un amargo reproche. Sus ojos se humedecen. Con un leve temblor en la barbilla, alarga el brazo para acercar al muchacho el desportillado plato con los bizcochos.
—Puedes coger dos —le dice con una cariñosa sonrisa. Los golpes suenan en la puerta abierta—. Acaba y no te olvides de limpiarte los morros. Ya viene a buscarte.
—Perdone, señora Marce. ¿Miguelito está…?
—Sí. Está aquí. Tranquilícese. Está terminando de desayunar.
—¡Lo siento! ¡Cada día lo mismo! —se queja el padre—. No acaba de superar la pérdida de su madre. Usted perdone las molestias.
Tomás García Merino
Grupo B
Matricidio y llanto
Nombre masculino. Acción de matar a la propia madre. DRAE
Eras la que generaba el misterio, rebosante de cosas ocultas que esperaban ser descubiertas. De sorpresas que cada uno de nosotros iba a ser el primero en hallar.
Cosas impredecibles nos sucederían al explorarte. El horizonte que, como la felicidad, se aleja cuando lo tratas de alcanzar, nos permitía soñar con lo que estaba más allá.
Ahora nos cuentan que a la montaña más alta del planeta se llega en helicóptero. La Amazonia arde, los Polos se derriten. Se acabó la aventura.
¿Qué hemos hecho con los sueños, Pachamama?
Estabas siempre limpia, sin basuras, sin contaminación.
Si algo destartalaba el equilibrio te encargabas de que los ríos reabsorbieran la suciedad, el viento barría el polvo, la lluvia lavaba el paisaje. Ya no te da para tanto.
Si hoy sales de la autovía para encontrar una esquina arbolada donde comerte el bocadillo que traes, no encontrarás un rincón sin papeles, sin latas, sin obras sin acabar, sin restos de algo.
Te hemos vuelto sucia, embarrada de lodo y escorias.
¿Cómo quererte así?
¿Cómo hemos caído tan bajo, Cibeles?
Eras superior a nosotros: conformabas un orden ajeno a la humanidad y la ponías en su sitio con tu enormidad y tus enigmas. Eras como una lección de humildad permanente. Eras Gea. Una madre de enjundia en la que refugiarse de la banalidad de la vida y de los vaivenes de lo cotidiano.
Marcabas el frío del invierno y el calor del verano y nos ofrecías una regularidad que nosotros traducíamos en tranquilidad. Y esa capacidad tuya de ordenar nos daba, además, la oportunidad de cobijarnos tras de ti.
En última instancia siempre vencías con tu firmeza. Ya no. Tu fuerza ya no nos protege. Hemos calentado las estaciones y contaminado la atmósfera. Y no sentimos ya la callada aceptación de tu poder sino el miedo a que nos fulmines.
¿Qué idiotez estamos cometiendo, jugando a aprendices de brujo, madre?
Nada parece estorbarnos en el afán de perseguir nuestra locura de falso progreso hacia la nada.
Aunque a fuer de ser sincero he de confesar que, si te imagino, te imagino riéndote.
Porque en realidad, a ti te da lo mismo.
En realidad, el llanto es por nosotros. Tu seguirás tu rumbo cuando hayamos acabado de suicidarnos.
¿Cuántas madres hay?
“Te voy a comprar un anillo cuando te den el sobre con tu primera nómina. Así lo recordarás siempre”, “Ven a comer este viernes con nosotros. Ya empezó La Cuaresma, pondré potaje y esas empanadillas de natillas que tanto te gustan”. Y me hizo un jersey de lana imitando a mi favorito, me abrió una cartilla para ir metiendo el dinero de la hucha y se puso en la pulsera una medalla de oro con mi nombre y la fecha de mi nacimiento. Años más tarde, cuando le anuncié que ella iba a ser abuela, lo primero que se le ocurrió decirme fue que “ya era hora”.
En mi niñez, el Día de la Madre se celebraba el 8 de diciembre. Mi padre solía comprarme una postal de la Inmaculada para felicitarla, un sobre de los que había que mojar con la lengua para cerrarlo y un sello con la cara de Franco. Me hacía en ella renglones a lapicero para que no me torciera. Al final se le olvidaba borrarlos… y todas las veces me dictaba lo mismo. Ella, al leerla, entre lágrimas de las buenas, me decía emocionada algún "me gusta" y, cuando terminaba de llorar, con la tarjeta pegada a su pecho, no tardaba en añadirle "mucho, mucho...".
Yo no tenía ni Facebook ni Wasap donde hacer público que la quería. Ni falta que me hacía. Las únicas “redes sociales” que había en mi infancia para proclamar ese mensaje a los cuatro vientos eran los discos solicitados, que ya se encargaba Manolo Escobar de ponerle voz y guitarra al asunto. Las colonias con acento francés existirían, pero mi madre ni las conocía ni las necesitó. Le bastaba para oler bien con un frasco grande de litro que tenía guardado en un rincón del aparador. Además, mi padre, seguramente, ni siquiera llegó a saber dónde estaba París.
Todo esto me sucedió en aquel tiempo en el que las fotografías atraparon la luz en blanco y negro, había camillas con azufrador y faldillas al brasero… y lo más importante: madre solo había una. Ahora está de moda lo de tener varias, y en algunos casos hasta ninguna. Ni postales hay apenas sobre las que trazar sus renglones con lapicero. Es más cómodo escribir pulsando sobre el teclado, pero sigo añorando el olor a nata de las gomas, las pinturas Alpino, los lapiceros y la utilidad de la regla de madera. Mi mamá me mimaba.
Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A
Edipo en serie
Siempre he querido acostarme con las madres de todas mis novias, pero los padres se interponían entre nosotros.
El cuento de la madraza
Espejo, espejito mágico, ¿hay alguien más bella que mi hija?
Ignacio Aparicio
Grupo A
Desayuno con bizcochos
—¿Quieres otro bizcocho?
La nieve se acumula, sin prisa, en el alféizar de la ventana. El fuego chisporrotea en el hogar. El crío abraza con sus débiles dedos la taza caliente de porcelana y levanta la cabeza. Tiene la boca manchada de delicioso chocolate. Con mirada mohína dice: «Sí, mamá».
La mujer se muerde el labio y traga, con tristeza, un amargo reproche. Sus ojos se humedecen. Con un leve temblor en la barbilla, alarga el brazo para acercar al muchacho el desportillado plato con los bizcochos.
—Puedes coger dos —le dice con una cariñosa sonrisa. Los golpes suenan en la puerta abierta—. Acaba y no te olvides de limpiarte los morros. Ya viene a buscarte.
—Perdone, señora Marce. ¿Miguelito está…?
—Sí. Está aquí. Tranquilícese. Está terminando de desayunar.
—¡Lo siento! ¡Cada día lo mismo! —se queja el padre—. No acaba de superar la pérdida de su madre. Usted perdone las molestias.
Tomás García Merino
Grupo B
Matricidio y llanto
Nombre masculino. Acción de matar a la propia madre. DRAE
Eras la que generaba el misterio, rebosante de cosas ocultas que esperaban ser descubiertas. De sorpresas que cada uno de nosotros iba a ser el primero en hallar.
Cosas impredecibles nos sucederían al explorarte. El horizonte que, como la felicidad, se aleja cuando lo tratas de alcanzar, nos permitía soñar con lo que estaba más allá.
Ahora nos cuentan que a la montaña más alta del planeta se llega en helicóptero. La Amazonia arde, los Polos se derriten. Se acabó la aventura.
¿Qué hemos hecho con los sueños, Pachamama?
Estabas siempre limpia, sin basuras, sin contaminación.
Si algo destartalaba el equilibrio te encargabas de que los ríos reabsorbieran la suciedad, el viento barría el polvo, la lluvia lavaba el paisaje. Ya no te da para tanto.
Si hoy sales de la autovía para encontrar una esquina arbolada donde comerte el bocadillo que traes, no encontrarás un rincón sin papeles, sin latas, sin obras sin acabar, sin restos de algo.
Te hemos vuelto sucia, embarrada de lodo y escorias.
¿Cómo quererte así?
¿Cómo hemos caído tan bajo, Cibeles?
Eras superior a nosotros: conformabas un orden ajeno a la humanidad y la ponías en su sitio con tu enormidad y tus enigmas. Eras como una lección de humildad permanente. Eras Gea. Una madre de enjundia en la que refugiarse de la banalidad de la vida y de los vaivenes de lo cotidiano.
Marcabas el frío del invierno y el calor del verano y nos ofrecías una regularidad que nosotros traducíamos en tranquilidad. Y esa capacidad tuya de ordenar nos daba, además, la oportunidad de cobijarnos tras de ti.
En última instancia siempre vencías con tu firmeza. Ya no. Tu fuerza ya no nos protege. Hemos calentado las estaciones y contaminado la atmósfera. Y no sentimos ya la callada aceptación de tu poder sino el miedo a que nos fulmines.
¿Qué idiotez estamos cometiendo, jugando a aprendices de brujo, madre?
Nada parece estorbarnos en el afán de perseguir nuestra locura de falso progreso hacia la nada.
Aunque a fuer de ser sincero he de confesar que, si te imagino, te imagino riéndote.
Porque en realidad, a ti te da lo mismo.
En realidad, el llanto es por nosotros. Tu seguirás tu rumbo cuando hayamos acabado de suicidarnos.
Carlos Coca
Grupo A
Carta a mi madre
Querida madre:
Tu hijo te recuerda con cariño, se siente querido y está agradecido por aquellos años que vivimos juntos.
No recuerdo cuándo nací, ni tampoco los años de lactancia; con dos años me contabas que salíais las madres al patio y gritabais nuestros nombres, los de los niños de mi edad que jugábamos alegremente, íbamos corriendo a vuestro lado, nos dabais la teta durante un rato, y después seguíamos con nuestros juegos.
El primer recuerdo real que tengo es el del día que me llevaste a la escuela, ya con cuatro años, y no me quise quedar con aquella maestra “tan fea y mayor”. Al día siguiente me llevó mi padre, y me convenció dándome unos azotes en el culo.
Me vestías a tu gusto, yo nunca decidí que prendas de ropa me iba a poner. Me peinabas a flequillo de pequeño, y a raya desde el día de mi primera comunión.
Me educaste con las comidas, haciéndome comer todo lo que tenía en el plato. Me decías que tirar el pan era un pecado; si se nos caía un trozo al suelo, había que limpiarlo, besarlo, y después comerlo.
Cuando hacía trastadas me perseguías con la zapatilla, y si no me alcanzabas, me la arrojabas con gran habilidad y precisión; pero nunca me dolió, nunca me dolieron tus azotes y zapatillazos, me pegabas “flojito” para no hacerme mucho daño.
Recuerdo el día que me enseñaste a dibujar. Yo habitualmente calcaba todos los dibujos que debía realizar para los deberes de la escuela. Un día me dijiste: ¿por qué no los dibujas? no sé contesté, es mucho más fácil calcarlos y te quedan perfectos; entonces cogiste una lámina que tenía impreso un loro, papel y lápiz y te pusiste dibujar delante de mí; después de terminarlo me dijiste: ahora tú; entonces cogí papel y el mismo lápiz y lo dibujé. Me quedó muy bien, incluso mejor que el tuyo, eso fue lo que me dijiste. En ese mismo momento me di cuenta de que sabía dibujar.
Me enseñaste a ahorrar; me repetías una frase aprendida de tu madre, mi abuela, que decía: “si dinero quieres que nunca te falte, lo primero que tengas nunca lo gastes”. El dinero en tus manos daba mucho de sí, recorrías con la vecina todas las tiendas de Salamanca, te sabías los precios de todos los productos y siempre comprabas bueno y barato.
Y me protegías, vaya si lo hacías. Como estuviese estudiando, había un silencio sepulcral en toda la casa, no consentías que ni siquiera hubiese un susurro en mi cercanía que llegase a molestarme lo más mínimo.
Qué bien se vivía a tu lado, siempre querido, protegido, bien comido y bien vestido y con frecuentes caricias que al hacerme mayor me llegaban a molestar, y que ahora añoro.
Cómo presumías de hijo cuando te paseabas con el abrigo que te compré. Estabas deseando encontrarte con alguien para decirle que tu hijo te había comprado este abrigo con el primer sueldo que ganó, cómo te había prometido cuando era joven y que lo había cumplido al final.
Me enseñaste a ser obediente. Aún recuerdo una de tus frases favoritas: “el mayor pecado que puede cometer un hijo es desobedecer a sus padres”.
Y a nadie me volverá a llamar el “rey de la casa” y tampoco habrá quien me espere levantada a las 5:00 h de la mañana cuando volvía de juerga en mi época universitaria.
No quiero entristecerme con los recuerdos.
Me despido con un fuerte abrazo que espero te llegue de alguna forma.
Tu hijo que siempre te quiso.
Dirección: Séptimo Cielo. Rincón de Madres.
José Luis Fonseca
Grupo A
Madre
Roca de leche,
en jardín de plata.
Ahonda en el pecho,
en la boca estalla.
Late el nombre,
y te besa el alma.
Las madres no son infalibles, pero tienen que parecerlo.
No lo saben todo, aun así, saben jugar a todos los juegos. Y si las pillas en renuncio, sin ni siquiera inmutarse, te dicen que cambiaron las reglas del juego.
Son fuertes y no siempre amables, aunque una sonrisa suya derretiría tu trozo de cielo. Con sus brazos ganan batallas, en sus brazos se pasan todos los duelos.
Ser madre es un oficio a tiempo completo, no hay festivos ni vacaciones. El salario se cobra en especie… para con ellas cocinar el mejor alimento: en un puchero amor y paciencia con una buena cantidad de besos. Una pizca grande de sal y picardía. Tres medidas de constancia; de alegría, dos tercios. Azúcar, en su justa medida, no conviene almibarar en exceso.
Eva Hernández
Grupo A
Carta a mi madre
Querida madre:
Tu hijo te recuerda con cariño, se siente querido y está agradecido por aquellos años que vivimos juntos.
No recuerdo cuándo nací, ni tampoco los años de lactancia; con dos años me contabas que salíais las madres al patio y gritabais nuestros nombres, los de los niños de mi edad que jugábamos alegremente, íbamos corriendo a vuestro lado, nos dabais la teta durante un rato, y después seguíamos con nuestros juegos.
El primer recuerdo real que tengo es el del día que me llevaste a la escuela, ya con cuatro años, y no me quise quedar con aquella maestra “tan fea y mayor”. Al día siguiente me llevó mi padre, y me convenció dándome unos azotes en el culo.
Me vestías a tu gusto, yo nunca decidí que prendas de ropa me iba a poner. Me peinabas a flequillo de pequeño, y a raya desde el día de mi primera comunión.
Me educaste con las comidas, haciéndome comer todo lo que tenía en el plato. Me decías que tirar el pan era un pecado; si se nos caía un trozo al suelo, había que limpiarlo, besarlo, y después comerlo.
Cuando hacía trastadas me perseguías con la zapatilla, y si no me alcanzabas, me la arrojabas con gran habilidad y precisión; pero nunca me dolió, nunca me dolieron tus azotes y zapatillazos, me pegabas “flojito” para no hacerme mucho daño.
Recuerdo el día que me enseñaste a dibujar. Yo habitualmente calcaba todos los dibujos que debía realizar para los deberes de la escuela. Un día me dijiste: ¿por qué no los dibujas? no sé contesté, es mucho más fácil calcarlos y te quedan perfectos; entonces cogiste una lámina que tenía impreso un loro, papel y lápiz y te pusiste dibujar delante de mí; después de terminarlo me dijiste: ahora tú; entonces cogí papel y el mismo lápiz y lo dibujé. Me quedó muy bien, incluso mejor que el tuyo, eso fue lo que me dijiste. En ese mismo momento me di cuenta de que sabía dibujar.
Me enseñaste a ahorrar; me repetías una frase aprendida de tu madre, mi abuela, que decía: “si dinero quieres que nunca te falte, lo primero que tengas nunca lo gastes”. El dinero en tus manos daba mucho de sí, recorrías con la vecina todas las tiendas de Salamanca, te sabías los precios de todos los productos y siempre comprabas bueno y barato.
Y me protegías, vaya si lo hacías. Como estuviese estudiando, había un silencio sepulcral en toda la casa, no consentías que ni siquiera hubiese un susurro en mi cercanía que llegase a molestarme lo más mínimo.
Qué bien se vivía a tu lado, siempre querido, protegido, bien comido y bien vestido y con frecuentes caricias que al hacerme mayor me llegaban a molestar, y que ahora añoro.
Cómo presumías de hijo cuando te paseabas con el abrigo que te compré. Estabas deseando encontrarte con alguien para decirle que tu hijo te había comprado este abrigo con el primer sueldo que ganó, cómo te había prometido cuando era joven y que lo había cumplido al final.
Me enseñaste a ser obediente. Aún recuerdo una de tus frases favoritas: “el mayor pecado que puede cometer un hijo es desobedecer a sus padres”.
Y a nadie me volverá a llamar el “rey de la casa” y tampoco habrá quien me espere levantada a las 5:00 h de la mañana cuando volvía de juerga en mi época universitaria.
No quiero entristecerme con los recuerdos.
Me despido con un fuerte abrazo que espero te llegue de alguna forma.
Tu hijo que siempre te quiso.
Dirección: Séptimo Cielo. Rincón de Madres.
José Luis Fonseca
Grupo A
Madre
Roca de leche,
en jardín de plata.
Ahonda en el pecho,
en la boca estalla.
Late el nombre,
y te besa el alma.
Las madres no son infalibles, pero tienen que parecerlo.
No lo saben todo, aun así, saben jugar a todos los juegos. Y si las pillas en renuncio, sin ni siquiera inmutarse, te dicen que cambiaron las reglas del juego.
Son fuertes y no siempre amables, aunque una sonrisa suya derretiría tu trozo de cielo. Con sus brazos ganan batallas, en sus brazos se pasan todos los duelos.
Ser madre es un oficio a tiempo completo, no hay festivos ni vacaciones. El salario se cobra en especie… para con ellas cocinar el mejor alimento: en un puchero amor y paciencia con una buena cantidad de besos. Una pizca grande de sal y picardía. Tres medidas de constancia; de alegría, dos tercios. Azúcar, en su justa medida, no conviene almibarar en exceso.
Eva Hernández
Grupo A
En las noches negras
En las noches negras
en los días oscuros, cuando la luna
solo alumbraba para algunos,
tú veías la otra cara,
la de la estrechez, la del miedo
a decir lo que pensabas.
Dejaste atrás tus sueños de niña
para comenzar una vida prematura
con el nacimiento de tu primera hija.
Tardes de costura,
domingos en la iglesia,
esperas eternas, entre hortensias
y magnolias
preferidas a las rosas.
Aunque el alma doliera,
siempre con la sonrisa a flor de piel,
disfrutaste a tu manera
de las travesuras de tu segundo hijo;
también de sus primeros poemas
que te tocaban el corazón
aunque no lo dijeras.
Sufriste en silencio su larga ausencia,
aceptaste con resignación
el exilio voluntario de la fría meseta
al mar, a otra tierra más azul,
menos dura, menos negra.
Pasó el tiempo, de manos de la vida
el destino me devolvió a ti, madre,
para disfrutarte convertida en niña
mirando el lado bueno
de la cara de la luna.
P.G.
Grupo C
Los 90 de mi madre
Querida madre:
Tus 4 hijos estamos muy contentos de poder celebrar contigo y con toda la familia un día tan especial. Al final hemos podido estar todos, como queríamos.
Nos diste la vida y nos la has llenado de recuerdos en todas las épocas.
¡Qué guerra te dimos de pequeños! Tantos y tan seguidos! Cuando nos portábamos mal salían de tu boca palabras que no olvidaremos y con las que nos hemos reído mucho después: cafres, herejes, bestiajos, potros sin domar y pielgos.
La seguridad que nos dabas cuando estabas con nosotros es una sensación difícil de olvidar. Cuando nos poníamos malos por la noche nos íbamos a vuestra cama y entre papá y tú, con ese calorcito, parecía que nada malo nos podía alcanzar.
Cuando volvíamos del cole nos preparabas la merienda y siempre nos decías que primero había que hacer los deberes y luego jugar.
Aunque no pudieras ayudarnos a resolver problemas o a aprender lecciones de historia, tu presencia y la forma en que nos organizabas el tiempo nos venía igual de bien.
Has sido una adelantada a tu tiempo. Te hemos oído decir más de una vez que si volvieras a nacer trabajarías fuera de casa y te sacarías el carnet de conducir. También en alguna época te gustaba que la gente fumara, pero eso ahora está mal visto, así que no hemos dicho nada……..
Papá y tú insistíais mucho en que estudiáramos y tú nos decías a las chicas que trabajáramos siempre fuera de casa, que era mucho más lucido.
Los dos nos educasteis en el valor del esfuerzo y siempre hemos tenido presente el sacrificio que hacíais para que nosotros saliéramos adelante.
Con tu ejemplo hemos aprendido a ser agradecidos. Siempre recuerdas a quien te hizo bien, a quien te acompañó en un momento difícil o a quien te dio un buen consejo.
Ojalá seamos tan hospitalarios como tú. En tu casa siempre hay un café, comida o cena para quien llegue sin avisar. Preparas con cariño las visitas y siempre te encargas de que quien vaya a tu casa tenga lo que más le gusta o de llevárselo si eres tú la visitante.
Eres generosa en todos los sentidos.
Es difícil que seamos tan sociables como tú. Hablas hasta con las piedras. Esto tiene tanto de bueno como de malo, porque cuando vamos por Ávila contigo, hacemos más paradas que un via crucis.
Quien te conoce pregunta por ti, te ganas el aprecio de la gente. Hasta aquellos más retraídos, menos amables se transforman cuando te ven o preguntan por ti.
Tus comidas merecen un capítulo aparte, que no podíamos pasar por alto.
¡qué rico todo! Las croquetas, las albóndigas, la tortilla de patata, los torreznos, las patatas revolconnas……….. ¡ esos cocidos para 10, aunque en casa solo estáis 2!
En una ocasión los gemelos de pequeños, cuando vivían en Perú te pedían sopa del cocido para desayunar, del olor tan rico que había en toda la casa.
A veces podríamos confeccionar el menú de un restaurante con la comida que hay: lentejas para2, judías verdes para uno, etc y esas patatas fritas de madre que te vamos quitando de la sartén antes de servirlas.
Tan ricas como las comidas no saben lo que contienen los túper y las sorpresas que nos pones cuando nos vamos: trozos de chocolate, dulces, etc.
Todas tus comidas tienen un ingrediente muy especial, que es el cariño y eso siempre se nota.
Este es un momento de celebración y no queremos que os pongáis tristes al recordar a nuestro padre y cómo vivimos juntos su enfermedad y su pérdida, tan rápida. Eso nos ha hecho darnos cuenta del valor del tiempo que pasamos contigo.
Con la edad que tienes tienes una vitalidad envidiable. ¡no paras! Cuidas a todos los que tienes alrededor, te mantienes al tanto de nuestros asuntos y no sabemos muy bien si la preocupación por los demás es lo que tira de ti para seguir adelante.
Todavía sigues mandando mucho. a pesar de que todos pasamos los 50. Seguro que hubieras sido una buena jefa. A veces nos pides que enviemos whatsapp unos a otros y solo te falta dictarlos.
En la finca también andas siempre cavilando qué se puede hacer en tal o cual seto, cortar, regar y todo lo demás. También eres la primera que te pones a hacer lo que sea, hasta el punto de que a veces tenemos que pararte.
Es inevitable que tengas achaques por la edad, pero nunca te quejas y cuando lo haces, hay que echar a correr, porque ya has aguantado todo lo que podías.
Tienes una memoria envidiable: no olvidas una cita médica, te sabes un montón de números de teléfono y no hace mucho te aprendiste el número de tu D. N. I.
Eres capaz de unir a muchas personas a tu alrededor. En este caso, nada más decir que queríamos hacerte esta fiesta, todo el mundo se apuntó rápidamente.
Gracias a todos por estar aquí.
Gracias madre por darnos la vida, por enseñarnos tanto y estar a nuestro lado.
¡por muchos años más contigo!
Este texto lo escribí para la celebración del cumpleaños de mi madre cuando cumplió 90 años, el 29/10/2022. Su contenido está plenamente vigente hoy.
Su regalo fue reunir a todos sus hijos, nietos, sobrinos y hermanos en una comida. Nos juntamos 40. Después sus sobrinos le regalaron una sesión a cargo del narrador Guti, que nos deleitó con sus historias de viejas.
Todos tenemos un recuerdo maravilloso de ese día.
Teresa Sanz
Grupo B
solo alumbraba para algunos,
tú veías la otra cara,
la de la estrechez, la del miedo
a decir lo que pensabas.
Dejaste atrás tus sueños de niña
para comenzar una vida prematura
con el nacimiento de tu primera hija.
Tardes de costura,
domingos en la iglesia,
esperas eternas, entre hortensias
y magnolias
preferidas a las rosas.
Aunque el alma doliera,
siempre con la sonrisa a flor de piel,
disfrutaste a tu manera
de las travesuras de tu segundo hijo;
también de sus primeros poemas
que te tocaban el corazón
aunque no lo dijeras.
Sufriste en silencio su larga ausencia,
aceptaste con resignación
el exilio voluntario de la fría meseta
al mar, a otra tierra más azul,
menos dura, menos negra.
Pasó el tiempo, de manos de la vida
el destino me devolvió a ti, madre,
para disfrutarte convertida en niña
mirando el lado bueno
de la cara de la luna.
P.G.
Grupo C
Los 90 de mi madre
Querida madre:
Tus 4 hijos estamos muy contentos de poder celebrar contigo y con toda la familia un día tan especial. Al final hemos podido estar todos, como queríamos.
Nos diste la vida y nos la has llenado de recuerdos en todas las épocas.
¡Qué guerra te dimos de pequeños! Tantos y tan seguidos! Cuando nos portábamos mal salían de tu boca palabras que no olvidaremos y con las que nos hemos reído mucho después: cafres, herejes, bestiajos, potros sin domar y pielgos.
La seguridad que nos dabas cuando estabas con nosotros es una sensación difícil de olvidar. Cuando nos poníamos malos por la noche nos íbamos a vuestra cama y entre papá y tú, con ese calorcito, parecía que nada malo nos podía alcanzar.
Cuando volvíamos del cole nos preparabas la merienda y siempre nos decías que primero había que hacer los deberes y luego jugar.
Aunque no pudieras ayudarnos a resolver problemas o a aprender lecciones de historia, tu presencia y la forma en que nos organizabas el tiempo nos venía igual de bien.
Has sido una adelantada a tu tiempo. Te hemos oído decir más de una vez que si volvieras a nacer trabajarías fuera de casa y te sacarías el carnet de conducir. También en alguna época te gustaba que la gente fumara, pero eso ahora está mal visto, así que no hemos dicho nada……..
Papá y tú insistíais mucho en que estudiáramos y tú nos decías a las chicas que trabajáramos siempre fuera de casa, que era mucho más lucido.
Los dos nos educasteis en el valor del esfuerzo y siempre hemos tenido presente el sacrificio que hacíais para que nosotros saliéramos adelante.
Con tu ejemplo hemos aprendido a ser agradecidos. Siempre recuerdas a quien te hizo bien, a quien te acompañó en un momento difícil o a quien te dio un buen consejo.
Ojalá seamos tan hospitalarios como tú. En tu casa siempre hay un café, comida o cena para quien llegue sin avisar. Preparas con cariño las visitas y siempre te encargas de que quien vaya a tu casa tenga lo que más le gusta o de llevárselo si eres tú la visitante.
Eres generosa en todos los sentidos.
Es difícil que seamos tan sociables como tú. Hablas hasta con las piedras. Esto tiene tanto de bueno como de malo, porque cuando vamos por Ávila contigo, hacemos más paradas que un via crucis.
Quien te conoce pregunta por ti, te ganas el aprecio de la gente. Hasta aquellos más retraídos, menos amables se transforman cuando te ven o preguntan por ti.
Tus comidas merecen un capítulo aparte, que no podíamos pasar por alto.
¡qué rico todo! Las croquetas, las albóndigas, la tortilla de patata, los torreznos, las patatas revolconnas……….. ¡ esos cocidos para 10, aunque en casa solo estáis 2!
En una ocasión los gemelos de pequeños, cuando vivían en Perú te pedían sopa del cocido para desayunar, del olor tan rico que había en toda la casa.
A veces podríamos confeccionar el menú de un restaurante con la comida que hay: lentejas para2, judías verdes para uno, etc y esas patatas fritas de madre que te vamos quitando de la sartén antes de servirlas.
Tan ricas como las comidas no saben lo que contienen los túper y las sorpresas que nos pones cuando nos vamos: trozos de chocolate, dulces, etc.
Todas tus comidas tienen un ingrediente muy especial, que es el cariño y eso siempre se nota.
Este es un momento de celebración y no queremos que os pongáis tristes al recordar a nuestro padre y cómo vivimos juntos su enfermedad y su pérdida, tan rápida. Eso nos ha hecho darnos cuenta del valor del tiempo que pasamos contigo.
Con la edad que tienes tienes una vitalidad envidiable. ¡no paras! Cuidas a todos los que tienes alrededor, te mantienes al tanto de nuestros asuntos y no sabemos muy bien si la preocupación por los demás es lo que tira de ti para seguir adelante.
Todavía sigues mandando mucho. a pesar de que todos pasamos los 50. Seguro que hubieras sido una buena jefa. A veces nos pides que enviemos whatsapp unos a otros y solo te falta dictarlos.
En la finca también andas siempre cavilando qué se puede hacer en tal o cual seto, cortar, regar y todo lo demás. También eres la primera que te pones a hacer lo que sea, hasta el punto de que a veces tenemos que pararte.
Es inevitable que tengas achaques por la edad, pero nunca te quejas y cuando lo haces, hay que echar a correr, porque ya has aguantado todo lo que podías.
Tienes una memoria envidiable: no olvidas una cita médica, te sabes un montón de números de teléfono y no hace mucho te aprendiste el número de tu D. N. I.
Eres capaz de unir a muchas personas a tu alrededor. En este caso, nada más decir que queríamos hacerte esta fiesta, todo el mundo se apuntó rápidamente.
Gracias a todos por estar aquí.
Gracias madre por darnos la vida, por enseñarnos tanto y estar a nuestro lado.
¡por muchos años más contigo!
Este texto lo escribí para la celebración del cumpleaños de mi madre cuando cumplió 90 años, el 29/10/2022. Su contenido está plenamente vigente hoy.
Su regalo fue reunir a todos sus hijos, nietos, sobrinos y hermanos en una comida. Nos juntamos 40. Después sus sobrinos le regalaron una sesión a cargo del narrador Guti, que nos deleitó con sus historias de viejas.
Todos tenemos un recuerdo maravilloso de ese día.
Teresa Sanz
Grupo B
¿Cuántas madres hay?
“Te voy a comprar un anillo cuando te den el sobre con tu primera nómina. Así lo recordarás siempre”, “Ven a comer este viernes con nosotros. Ya empezó La Cuaresma, pondré potaje y esas empanadillas de natillas que tanto te gustan”. Y me hizo un jersey de lana imitando a mi favorito, me abrió una cartilla para ir metiendo el dinero de la hucha y se puso en la pulsera una medalla de oro con mi nombre y la fecha de mi nacimiento. Años más tarde, cuando le anuncié que ella iba a ser abuela, lo primero que se le ocurrió decirme fue que “ya era hora”.
En mi niñez, el Día de la Madre se celebraba el 8 de diciembre. Mi padre solía comprarme una postal de la Inmaculada para felicitarla, un sobre de los que había que mojar con la lengua para cerrarlo y un sello con la cara de Franco. Me hacía en ella renglones a lapicero para que no me torciera. Al final se le olvidaba borrarlos… y todas las veces me dictaba lo mismo. Ella, al leerla, entre lágrimas de las buenas, me decía emocionada algún "me gusta" y, cuando terminaba de llorar, con la tarjeta pegada a su pecho, no tardaba en añadirle "mucho, mucho...".
Yo no tenía ni Facebook ni Wasap donde hacer público que la quería. Ni falta que me hacía. Las únicas “redes sociales” que había en mi infancia para proclamar ese mensaje a los cuatro vientos eran los discos solicitados, que ya se encargaba Manolo Escobar de ponerle voz y guitarra al asunto. Las colonias con acento francés existirían, pero mi madre ni las conocía ni las necesitó. Le bastaba para oler bien con un frasco grande de litro que tenía guardado en un rincón del aparador. Además, mi padre, seguramente, ni siquiera llegó a saber dónde estaba París.
Todo esto me sucedió en aquel tiempo en el que las fotografías atraparon la luz en blanco y negro, había camillas con azufrador y faldillas al brasero… y lo más importante: madre solo había una. Ahora está de moda lo de tener varias, y en algunos casos hasta ninguna. Ni postales hay apenas sobre las que trazar sus renglones con lapicero. Es más cómodo escribir pulsando sobre el teclado, pero sigo añorando el olor a nata de las gomas, las pinturas Alpino, los lapiceros y la utilidad de la regla de madera. Mi mamá me mimaba.
Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A
Zafarrancho de limpieza
Nos tuvimos que marchar. De nada valieron nuestras quejas, ni las declaraciones de familiares y vecinos. Ninguno se detuvo a escucharnos con atención, a nosotros, las supuestas víctimas.
«La burocracia es lenta, pero una vez que se pone en marcha, resulta imparable», sentenció Don Mateo, el maestro, enseñando las palmas de las manos en un gesto de impotencia. Mamá nos pedía que confiáramos en la cordura de las autoridades, pero nosotros percibíamos sus recelos. «Todo se va a arreglar. Nadie va a separarnos jamás», decía en un débil susurro mientras nos abrazaba contra su pecho.
También salimos en la televisión mostrando nuestro aspecto más saludable, las ropas bien aseadas, la mochila pertrechada de reluciente material escolar y hasta enseñamos nuestras orejas completamente normales.
De nada sirvió. Un luminoso día de abril unos oscuros funcionarios y varios policías uniformados se presentaron ante la reja de la casa. Como cada sábado, mamá había emprendido su zafarrancho de limpieza, antes había hecho la colada y nos había dado nuestro baño semanal. Dos alguaciles se acercaron al tendal donde, entre sábanas y toallas resplandecientes, mi hermana y yo nos secábamos al sol. Su gesto de terror nos permitió adivinar que, el que tuviéramos las orejas sujetas a la cuerda por unas enormes pinzas, les parecía una espantosa tortura. Pataleamos y protestamos mientras nos descolgaban, y redoblamos las protestas cuando vimos a los agentes sacar de casa a mamá con las manos esposadas.
Nunca hemos vuelto a estar tan limpios, ni tan felices.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Madre con hijos
Ella se desperezó lentamente, remolona después de un prolongado sueño, que se había visto interrumpido por un vigoroso rayo de sol. Ya era el momento de ponerse en marcha y disfrutar de aquella brillante mañana de primavera. Hacía un buen rato que los dos mellizos no dejaban de manifestar su intranquilidad, de querer salir a corretear al aire libre. Antes de comenzar el paseo estiró su magnífico cuerpo, entonó los músculos, se aseó rápida y eficazmente, comprobó que todo estaba en orden y, con un leve empujón, animó a sus hijos a salir fuera. No hizo falta indicárselo dos veces, ambos salieron corriendo a pesar de su corta edad y al poco tiempo estaban revolcándose en la nieve. —¡Qué distintos son!— pensó al verlos desde la entrada. Efectivamente, a pesar de tener la misma edad, uno era más rollizo y pesado que el otro, una criatura vital y agitada, que no paraba de moverse de un lado para otro. Al verlos así, entretenidos en su pequeño mundo, decidió que era su momento para comer algo e ir reponiendo sus consumidas fuerzas. Había sido demasiado tiempo sin comer y ahora necesitaba estar en forma para atender a sus hijos. Le bastaría con un alimento vegetal y los huevos y la miel que tenía bien localizados, para conseguir un buen aporte energético que le permitiera afrontar el día con garantía. Sin quitarle el ojo a los hijos se dispuso a injerir estos alimentos saludables, aunque la tarea no era fácil, ya que aquellos no paraban de corretear, en ocasiones los perdía de vista, especialmente al más pequeño, y no había forma de desentenderse completamente de ellos para comer con un poco de tranquilidad. —La maternidad no es una tarea fácil, me esperan unos meses complicados, especialmente con el pequeño revoltoso— imaginó por un momento. No había acabado de aparecer esta idea en su cabeza, cuando un llamada lastimera llegó hasta ella. Un gruñido apremiante emitido por un hijo en apuros. Salió corriendo del lugar donde estaba intentando encontrar cierta tranquilidad para comer. El hijo mayor se encontraba angustiado, en el borde de un terraplén, caminando inquieto para un lado y para otro, mirando hacia una ladera nevada de fuerte pendiente. La madre comprendió al instante que el hijo pequeño debía estar en la ladera, metido en algún embrollo, y era el que emitía aquellas lastimeras llamadas que le habían hecho abandonar su placentera comida. Efectivamente, el pequeño se encontraba a mitad de la cuesta, intentando desesperadamente subir, mientras sus esfuerzos le hacían deslizarse hacia abajo, hacia la parte más pronunciada, que acababa en un cortado de varias decenas de metros de altura. La madre se agobió con la situación e intentó acudir directamente en ayuda del hijo, pero adentrarse directamente en la ladera le hacía deslizarse peligrosamente hacia el precipicio. El pequeño clamaba, cada vez más angustiado, inquieto porque su madre no acudía a ayudarle, como solía ocurrir siempre que lo necesitaba. El hermano mayor también comenzó a lamentarse, haciendo que la situación de la madre fuese empeorando por momentos. Todo parecía precipitarse, pero en algún momento ella tomó una decisión valiente: abandonar la ladera, subir a la parte superior y llamar a su hijo desde allí, lo que implicaba abandonar a los dos pequeños a su suerte y confiar en que las fuerzas y la habilidad del menor fueran las adecuadas para remontar hasta ella. Fueron unos minutos de gran zozobra, los hijos clamando inútilmente por la presencia de una madre a la que habían perdido de vista y la madre desesperada por la integridad de unos hijos, a los que había cuidado desde que nacieron completamente desvalidos. Al llegar al alto, el hijo mayor pudo abandonar su posición y acercarse a la madre, que sintió un gran alivio por él. A su vez, el hijo menor, el inquieto y agitado, pudo descansar por un rato, acompañado y apaciguado por la presencia de su madre. Poco a poco se rehízo y lentamente empezó a subir por la ladera, con algún resbalón que otro pero avanzando hacia arriba. Habría pasado media hora desde el inicio de la alarma cuando finalmente se reunieron los tres. No hubo palabras de reproche y todos habían aprendido una lección que no olvidarían el resto de sus vidas. Pasado el susto, la osa y los dos oseznos emprendieron nuevamente el camino para continuar con aquel primer paseo primaveral.
Manuel Medarde
Grupo A
Cogidas de la mano
Mamá me cogió de la mano y me acompañó al colegio. Las dos íbamos temerosas de qué nos iba a pasar, a ella por dejarme y a mí por quedarme en aquel lugar desconocido, sin su omnipresencia. Ambas superamos ese primer día de alejamiento mutuo sin traumas ni consecuencias.
Otro día, más adelante, cogió de nuevo mi mano y me llevó al médico. Acudíamos a aquella consulta impoluta, donde todos vestían de blanco, para que me curasen de una grave enfermedad. Fuimos durante unos meses hasta que salimos de allí ilesas.
En otras muchas ocasiones me condujo por los diferentes vericuetos de la vida sin soltar mi mano. Tantas, que la memoria me falla. Y en todas salimos victoriosas.
Ahora paseamos un ratito todos los días por delante de casa, acera arriba y abajo, y soy yo quien la tomo de la mano. Así, imitando su gesto, intercambiamos nuestros roles. Y ella sabe que voy a escoltarla en su tramo final, que, esta vez sí tendrá un desenlace fatal para las dos.
M. Maximina Moreno
Grupo B
Haikus sobre la madre
Ojos vigilan
sabiduría en su voz,
abrigo eterno.
Susurros suaves
su abrazo es un refugio
calor sincero.
Hogar seguro
el timón que nos guía
paz que cobija.
Tus manos cuidan
fortaleza de calma
ríe mi madre.
M. Pilar Sánchez
Grupo B
Cómo no odiarla, cómo no quererla
Nuestra madre es alta, elegante y distinguida; también, la misma que es todo eso, es una persona difícil, hay quien dice que inaguantable. Naturalmente, no para nosotros, que la queremos y la conocemos como es, aunque es verdad que no sé qué piensa papá de todo esto.
Trato de explicarme: mi madre es una persona muy atractiva, una abogada cuya reputación le permite cobrar minutas sustanciosas, que viste con elegancia y pulcritud ropas no demasiado caras, aunque lo parecen; y así es ella: no demasiado valiosa, aunque lo parezca; lo curioso es que nadie lo diría, nadie excepto nosotros, sus hijos. Y me he ido por las ramas: mamá es dueña de una mirada dual, a veces la más dulce, al rato acerada y lacerante, y pasa de una a otra sin estados intermedios. Sus pocos amigos, que los tiene muy fieles, lo son porque les interesan sus opiniones, que, en general, son de una ecuanimidad molesta y sorprendente. Opiniones sorprendentemente molestas también cuando se trata de su familia; del mismo modo, actos asombrosamente incómodos para con su cónyuge y progenie. Uno espera de su madre que defienda a su gente, sobre todo a nosotros, sus hijos, en aquellas situaciones en que cualquier otra madre apoya con su subjetividad a su prole. Hasta los animales lo hacen. Bueno, esa creo que es la clave de todo el asunto: mi madre es la menos animal de todas las personas que conozco, su razón impera sobre toda emoción posible, aunque no acierta casi nunca con lo que nosotros diríamos, haríamos u opinaríamos. Y eso no significa que no sea brillante cuando dice, hace u opina. En ese sentido, es difícil, hay quien dice que inaguantable, como ya dije.
Con un par de ejemplos se me entenderá mejor. El primero es muy claro, porque se trató de cómo puso en evidencia a mi hermana mayor en una situación aparentemente cotidiana. Llovía fuerte sobre los cristales del ventanal y estábamos estudiando en la mesa grande de la biblioteca con un par de amigas de Maitane, que es como se llama la mayor de todos los hermanos. Estudia Derecho, creo yo que para emular a nuestra madre, aunque mi hermana es dulce y amable y no creo que esas virtudes le vayan a ayudar mucho en su profesión. Bueno, pues esa tarde lluviosa precisamente es la que eligió mamá para pedirme que saliese a comprarle la prensa, que se le había olvidado y ahora estaba ocupada con un caso importante. Las amigas de Maitane levantaron la vista de sus libros y apuntes y la miraron con lo que yo interpreté como sorpresa e incomprensión por lo que me pedía mamá. Cuando iba a levantarme de la silla para obedecer su encargo, mi hermana dejó sus apuntes y dijo que iría ella, que tenía la ropa más adecuada que la mía para la lluvia. La respuesta de mamá fue: «Tú seguro que me traes el periódico equivocado o una revista de modas, deja que sea Íñigo el que se encargue, que al menos no tiene preferencias opuestas a las mías». Y volvió a su despacho con la mirada más amable de que era capaz. Era para odiarla, pero…
El segundo ejemplo: otro día, papá me reprendía, con razón, porque esa tarde había pasado mucho tiempo, él juzgó que demasiado, con Aitor, mi mejor amigo, jugando un videojuego que había traído a mi equipo, que dice que es mejor que el suyo. Yo escuchaba a papá con la mirada baja y asintiendo a sus razonamientos, porque papá regaña con rigor y también con cariño, y trata de que aprendas algo de cada situación. Entonces llegó mamá. Al verme con gesto serio y asintiendo con la cabeza gacha a lo que papá decía, en lugar de preguntar qué estaba pasando, se dirigió a nuestro padre y pude escuchar que le decía en voz baja y firme que el trato que me estaba dando era vejatorio y humillante, que era preferible hablar con voz calmada y no agresiva y que sentía vergüenza del espectáculo que acababa de presenciar. Papá no respondió, aunque se intercambiaron miradas que preludiaban posteriores monólogos entre ellos. Inmediatamente después vino mamá a mi lado, me miró con una sonrisa y me dijo: «Íñigo, recoge esos bártulos de tu cuarto, vete a casa de Aitor con ellos y, cuando regreses, ven a verme, que tenemos que hablar». Ante tan articulado discurso, ejecuté todo tal como me había sido ordenado.
Me presenté ante mamá, que me hizo sentar en la mesa de su despacho, se reclinó en su sillón de trabajo, me miró como si fuese un cliente y me dijo: «Creo que papá tenía razón en lo que te decía. Aprende de él siempre». Confieso que al principio no comprendí nada de lo que había pasado, pero… vi a mamá preciosa con el pelo largo y moreno enmarcando sus ojos verdes y su sonrisa cautivadora al suave contraluz de las ventanas detrás de ella. Es tan hermosa… Cómo no quererla.
Juan Delgado
Grupo A
Implacable
La historia … … de , con, para , desde … mi madre,
dista mucho de tópicos almibarados o tenaces.
Por supuestísimo que me querría mucho.
Cero dudas.
Demasiado.
Exageradamente supongo.
De esa guisa habrá sido la ‘anulación de parte de mi esencia’.
Sin ella saberlo, por supuesto.
Sin ella quererlo, por supuesto.
-¡Cuidado que te vas a caer !-
-No te metas en líos.
-Mejor te quedas en casa.
Ya harás esa excursión cuando seas mayor….
Ya tendrás tiempo.
El miedo por bandera.
¡Todos los miedos!
Pobrecilla.
Ese miedo que taladra y se queda en tu subconsciente
y en tu consciente y en tus músculos y en tus huesos y en ‘tó’.
Esos miedos.
Lo mejor es que en esos últimos
o penúltimos instantes definitivos conseguí, por fin,
darle el abrazo que nunca pude y el beso que nunca se dejó….
Hoy he puesto una par de velas en la Iglesia
que ella frecuentaba para San Antonio, su gran devoción.
Ismael Marcos
Grupo B
Se llamaba Joaquín
Apenas alcanzó a nacer.
Su madre lo imaginaba dulce, amable, gentil y soñaba con que sería el compañero fiel que no le abandonaría por el resto de la vida.
Era yo profesora de ballet cuando me llegó la primera noticia de su embarazo. Por tratarse de mi hermana menor, a la que nunca dejé de pensar como una niña, semejante noticia me causó una angustia tremenda. Aquello era una locura, pensé, aunque sabía que ella estaría feliz, lo deseaba a pesar de todo y contra todo. A pesar de que no tenía los medios para criarle, a pesar de que el padre de la criatura era un impresentable, un borracho y un vividor que, encima, se dedicaba solamente a maltratarle, pero sobre todo, a pesar de que no hubo médico que consultara en su vida que no le advirtiera de que un embarazo podría destruir la poca salud que le quedaba.
Siendo apenas una adolescente decidí que nunca sería madre D'Artagnan, te lo dije alguna vez. No tuve jamás un impulso hacia la maternidad y siempre me resultó una idea perturbadora la de llevar en el vientre una vida ajena, diferente a la mía durante meses. Pensar en que el inicio de la vida consistía en albergar dentro de un cuerpo una vida, una existencia diferente, independiente a la de ese mismo cuerpo…No, la maternidad no era para mí.
Al recibir la noticia de su embarazo, la imaginé en su condición de enferma crónica con su diabetes mellitus a cuestas. No podía entender cómo aquella niña enferma ahora podía engendrar un hijo, llevarlo en su vientre y después, parirlo. Un hijo que, además, sería mi sobrino, que llevaría parte de mi sangre, que compartiría con él ADN. La idea era para mí, en sí, misma, perturbadora, debo confesarlo.
Cuando conoció el sexo del producto, cuando supo que era un niño lo que venía, comenzó a llamarle Joaquín. Yo alcancé a mirarla embarazada apenas en dos ocasiones en las que visité la casa de mis padres en Ciudad de México. En la última de éstas dos ocasiones ya su vientre había crecido, tenía el rostro hinchado al igual que las piernas y los pies. Al pararse echaba hacia adelante la cadera y se ponía las manos detrás de la cintura, en ese gesto tan típico de las embarazadas. Creo esa fue la primera vez que me di cuenta de que mi hermanita había crecido, que ya no era esa niñita que yo recordaba en nuestra vida familiar en Guadalajara, ni esa adolescente complicada que se escondía de nuestros padres detrás de las puertas para fumar a los trece años. Mi hermanita era una mujer, y una mujer embarazada. La idea me hacía casi temblar.
Una mañana de Octubre, salí de impartir mi clase de ballet, me estaba despidiendo de las alumnas cuando llegó mi coordinadora de profesores y me tomó del brazo y lo más dulcemente que pudo me dijo; “Vamos a la oficina de Difusión Cultural, el director quiere verte” accedí de inmediato, me dejé llevar oliendo algo raro en el ambiente y preguntándome por qué necesita verme en ese momento el director.
La noticia llegó, terrible y dolorosa, a pesar de todos los intentos de mis colegas y mi superior por suavizarla. Mi sobrino había nacido y a los pocos minutos había muerto. Mi madre se había comunicado a la oficina para dar la noticia. En unas horas saldría mi hermano desde Guanajuato para recogerme en casa y juntos nos dirigiríamos a Ciudad de México para el velorio y el entierro.
No pude parar de llorar, delante de todos, me derrumbé. Me convertí en un río, en un mar de lágrimas. Apareció entonces delante de mis ojos aquella criatura que mi hermanita cargaba en su vientre, aquella criatura que me obligó con su existencia a comprender que los años habían pasado y que ella se había convertido en una mujer.
Lloré, lloré y seguí llorando hasta llegar a México. No pude parar. Aún ahora no puedo.
La maternidad nunca fue para mí D'Artagnan.
Esperanza García
Grupo A
Madre
Tú diáfana mirada
siento ingrávida en mi mente
y en mi pecho un torrente
del amor que se me inflama.
De cadencias amalgama
sobre este papel inerte
quisiera hoy convencerte
lo que mi alma desgrana.
Alegoría exponente,
musa, timón, maraña,
en el capullo de seda
donde reflejo mi alma.
Quisiera yo componerte
cómo hija de tus entrañas
madre, los bellos versos
que un día peinen tus canas.
De tu vientre soy el fruto
que con tu sangre regaras
y con tus pechos amantes
mi cuerpo alimentaras.
De tus ojos el espejo
madre, donde miraras
esos, los tibios surcos
que el tiempo marque en tu cara.
Para engañarte, madre,
para llamarte "guapa"
y no sintieras el peso
de los años que se marchan.
Quisiera ser lo posible
de lo que tú no alcanzaras
para cubrir tus quimeras,
madre, y te saciaras.
Quisiera ser de tu cuerpo
los pies donde descansaras
después de los años yertos,
un cuerpo frágil, de nácar.
Para ayudarte, madre,
como tú a mí me ayudarás!
Pena que tú a enseñarme...
y yo a ti, cuando te marchas.
Más, no te asuste la muerte,
!madre! si nos separa,
que al Dios que nos unió un día
le he de pedir en plegarias
!que me reencarne en tu vientre,
madre, donde te vayas!
Extraído de mi poemario Despertares
Leonor Martín Merchán
Grupo A
Premonición
Recordaba mi padre, que el día antes de que mi madre nos dejara, le dijo: !Luis, coge ropa y haz la maleta, te tienes que ir con los hijos!.
Luis Iglesias
Grupo B
A mi madre...
El primer mimo en mi cara
lo dibujaron sus manos
y su arrullo cariñoso
apaciguó mil y un llantos,
aguantó mi rebeldía
con la paciencia de un santo
y guió con su destreza
todos mis primeros pasos.
Ella me prestó sus alas
para que volara alto
y me regaló la vida
sin pedirme nada a cambio.
Quiero disfrutar su risa
todavía muchos años,
cobijarme de los miedos
en el hueco de sus brazos
y sentir que estoy en casa
cuando la tengo a mi lado.
Mi refugio en las tormentas,
mi espejo, mi cielo claro,
déjame que te devuelva
todo lo que tú me has dado.
Deja que sean mis ojos
los que te sirvan de faro
y que le regalen luz
a los tuyos ya cansados
para que sientas, mamá,
lo que yo sentía antaño
y sepas como yo supe
que conmigo estás a salvo.
Aurora Zarco
Grupo B
Madre
Quiero pensar en ti y encontrarte en algún lugar.
Casi la mitad de mis días te echan de menos;
tantas añoranzas violetas extrañan tus manos
que no volví a recordar jamás caricias como aquellas.
Tú, que amabas más que nadie,
sujetabas nuestro mundo recién creado.
Eras como una tarde transparente y plana,
silenciosa y dócil.
Y sin embargo, no llego a ti, estoy perdida.
Extiendo mi mano y solo encuentro tu recuerdo;
rescato tan solo unos instantes
y la niebla envuelve tu figura.
¿Cómo es posible que tus ausencias me acerquen tanto a ti,
que tu despedida sangre rabia e ira?
¿Cómo puedo vivir sin ti?
Quizá como tú lo hiciste, con brío y garra.
Elena Domínguez
Grupo C
Madre
Madre mía,
universo de amor
y origen de vida.
De tu vientre nacieron
la esperanza, la calidez
y el cobijo.
De tu regazo
el consuelo, las caricias
y el cariño.
De tu pecho,
el más generoso
alimento.
De tu alma,
la ternura
y el sentimiento.
De tu corazón,
el más profundo
anhelo.
De las noches de desvelos
la callada sinfonía
de nanas, lágrimas,
y besos.
Marian Pérez Benito
Grupo A
Entré en aquella habitación sin saber que sería la última vez que lo haría. En un sillón situado cerca de la ventana estaba sentada mi madre. Había una mesa con un florero lleno de crisantemos. Eran grandes y flemáticos, como animales mitológicos sumidos en un estado de introspección. Los rayos del sol propios de una tarde otoñal se filtraban con timidez. Bajo aquella luz, su aspecto lucía extrañamente radiante. Tenía los ojos hundidos, su piel había empalidecido y sus labios ofrecían una mueca grotesca. Sus brazos descansaban sobre el reposabrazos del sillón. Tardé un rato en reparar en el bote que había a mis pies. Me agaché y lo miré fijamente. No sentí nada. Absolutamente nada. Desde aquella perspectiva observé aquel maniquí que, hasta hacía unas horas, había ejercido de madre. La luz de la habitación se fue diluyendo silenciosamente. Mis ojos trataron de luchar contra la oscuridad inútilmente. Cuando el último fulgor se despidió de nosotras, fui consciente de todo lo que habría deseado expresarle.
Nunca logré entenderla; nunca comprendí aquella terrible enfermedad que la asediaba.
Ahora era tarde.
Entré en aquella habitación sin saber que sería la última vez que lo haría. En un sillón situado cerca de la ventana estaba sentada mi madre. Había una mesa con un florero lleno de crisantemos. Eran grandes y flemáticos, como animales mitológicos sumidos en un estado de introspección. Los rayos del sol propios de una tarde otoñal se filtraban con timidez. Bajo aquella luz, su aspecto lucía extrañamente radiante. Tenía los ojos hundidos, su piel había empalidecido y sus labios ofrecían una mueca grotesca. Sus brazos descansaban sobre el reposabrazos del sillón. Tardé un rato en reparar en el bote que había a mis pies. Me agaché y lo miré fijamente. No sentí nada. Absolutamente nada. Desde aquella perspectiva observé aquel maniquí que, hasta hacía unas horas, había ejercido de madre. La luz de la habitación se fue diluyendo silenciosamente. Mis ojos trataron de luchar contra la oscuridad inútilmente. Cuando el último fulgor se despidió de nosotras, fui consciente de todo lo que habría deseado expresarle.
Nunca logré entenderla; nunca comprendí aquella terrible enfermedad que la asediaba.
Ahora era tarde.
Lucía Sabater
Grupo A
Madre no hay más que una
Grupo A
Madre no hay más que una
La madre estaba encantada con la visita de su hija. Hacía una semana que no se pasaba por allí, y la echaba de menos.
—¿Quieres una tortillita para cenar?— le dijo mientras hacía el gesto de colocarle un mechón de pelo que le caía sobre la frente.
—Esta vida que lleváis tan ajetreada no os da tiempo para nada, pero hay que cuidarse. Tienes que comer un poco más, estás demasiado delgada y la cena también es importante. No te muevas, que te la preparo en un momento. Por cierto—siguió con su perorata—, te he guardado en el frigorífico un taper con cocido y otro con sopa de pescado, llévatelo a casa que tu nunca tienes tiempo para hacer comida como Dios manda—. De nada servía negarse. La madre ya lo tenía decidido y mientras cuajaba la tortilla iba empaquetando en bolsas los recipientes que esperaban en la nevera la llegada de la única destinataria, la misma de siempre.
Ella se había resignado a aceptar todos los cuidados de su madre. Los agradecía aunque la irritaban. A veces le habían hecho perder los estribos pero, con el tiempo, había llegado al convencimiento de que la mejor actitud era no llevarle la contraria y, mucho menos, despreciar sus desvelos. Finalmente salía ganando desde muchos puntos de vista: en economía, en comodidad, en calidad de vida… en casi todo, excepto en libertad.
—Nena —le dijo—, voy a buscarte una peluquería cerca de tu casa para que vayas a arreglarte el pelo. ¡Con lo bonito que lo tienes y lo llevas hecho unos zorros!
—Mamá, no te pases —le contestó de forma airada mientras le lanzaba una mirada asesina—. Recuerda que soy mayor de edad y que hace muchos años que soy independiente. No necesito que me busques peluquera.
—Hija, no me mires así —insistió la madre—. Si no te lo digo yo, ¿quién te lo va a decir? Recuerda que madre no hay más que una.
—No lo olvido, mamá. No me das ocasión para olvidarlo—replicó.
Y mentalmente repitió, como si se tratara de un mantra: madre no hay más que una, gracias a Dios.
Maxi Moreno
Grupo B
Aprender a ser hija
Grupo B
Aprender a ser hija
Llorar, cuando en el horizonte, el camino recorrido, se confunde, con el infinito de un presente incierto y un futuro inexistente.
Reflejo tus ojos de perfil,
velada mirada,
grises que fuero negros,
blancos que fueron grises.
Madre, quiero sentir,
entre tus raíces,
el susurro de tu fortaleza.
Cuando un día me hiciste libre,
y entre tus suspiros volé,
abrazo sin reproches,
y miradas sin culpa.
Y ahora, paseas voluntad,
abrazas olvido,
añoras recuerdos,
y sonrisas de nostalgia.
Ahora, en este instante,
necesito tu calma, tu sosiego
y la dicha de tu orgullo.
Mi tristeza lucha contra mi duda,
replica mi desvarío.
No sé dejarte marchar,
ni soplar las alas de tu universo.
Que el tiempo hable,
mientras yo sueño.
Mírame ternura,
dame la mano,
es el comienzo.
GuADAlupe
Grupo C
Madre
Deja esta noche,
por última vez,
la luz encendida de mi cuarto,
madre.
Acaríciame el pelo.
Bésame en la frente.
Cuéntame el cuento de Juan Pimiento.
Cántame una nana, nanita, ea.
Acúname en tus brazos.
Quítame las penas.
Arráncame los miedos.
Vísteme de príncipe.
Vístete de reina.
Bájame del cielo la estrella más brillante.
Regálame esa nube que mece el viento.
Reclina tu cabeza aquí,
junto a mi almohada.
Susúrrame al oído historias de tu infancia,
sueños de joven,
amores de siempre.
Desde hace días,
una sombra
ronda esta casa,
madre.
Una sombra que me busca,
una sombra que me llama.
Tápame los oídos,
que no quiero oírla.
Cúbreme los ojos,
que no quiero verla.
Se llevó al abuelo,
se llevó a la abuela,
se llevó a papá,
te llevó con ella.
No quiero que se acerque.
No quiero que me mire.
No quiero que me hable.
No quiero que me bese.
Acércate tú a mí.
Mírame tú a los ojos.
Háblame tú al oído.
Bésame tú en los labios y,
si te vas,
deja esta noche,
por última vez,
la luz encendida de mi cuarto,
madre.
José Manuel Romero
Grupo C
—!Abuela! ¿Dónde está mi mamá?
—Mi princesita, ¿cómo te cuento que mamá
se ha ido?
Bebió agua del arroyo y desapareció.
—¿el agua estaba encantada?
¿Se la llevó un hada, acaso un duende?
Yo quiero estar con ella, iré a buscarla.
La niña bebió agua del arroyo
y no volvió.
P.G.
Grupo C
El desvelo
Apenas ni un ruido hago en la escalera,
mi madre en el salón, está dormida,
contrasta algo mi cara divertida,
con su cabeza caída, algo ladera.
Tras haber sucumbido ante la espera.
ella habría preferido estar ardida
disipar sus temores por mi vida,
y endosarme su crítica certera.
Despierta, me ve, y su cara se altera
¿ Dónde te has metido una noche entera?,
dice con enfado y voz altanera.
¿Dormiré tranquila antes de que muera?
Fui a por tu desayuno a la churrera…
se calma y dice, como si cediera,
coge arroz con leche, está en la nevera.
Calgari
Grupo A
Madre
Madre, usté canda la puerta y esconde la llave en el alda.
Se estira las medias y se ajusta las ligas.
Mira al cielo, se santigua y me coje la mano,
y andamos deprisa y todo comienza.
Madre, yo sé que no es Santa Bárbara,
que es usté quien apacigua las tormentas y espanta los nublaos,
recitando viejas aleluyas.
Que es usté quien ahuyenta los demonios
quién bendice la cosecha y conjura las verrugas.
Cuando extiende en el río sábanas blancas y las pone a solear en la hierba
usté lava las penas y sacude los miedos.
Cuando se alargan los días, la tierra se orea y merendamos más tarde
yo sé que es usté quien aleja el frío.
Que ha ordenado el mundo, repartiendo tareas desde su mandil.
A tientas, busca mi espalda, me rasca el alma y me alumbra en la oscuridad.
Me quita la fiebre al tocar mi frente
Me limpia el sudor y me quita legañas.
Y con agua me alivia el dolor de barriga
Usté quien nos hace medrar cuando nos saca el dobladillo de las faldas.
Ensancha las costuras echando remiendos, cubriendo vacíos,
y zurciendo agujeros en el calcañal.
Usté enciende el fuego del mundo, atizando la lumbre y limpiando cenizas.
Escalda los miedos, sofríe el silencio preparando el almuerzo
y en el puchero pone nuestras penas a ablandar.
Amasando, macerando, batiendo el hambre con brío,
nos sirve consuelos en platos de barro.
Bendice la mesa repartiendo el pan.
Escardando, haciendo surcos, cultivando remedios de plantas.
Regando las flores para nuestras tumbas.
Ustè da su brazo a torcer, se baja del burro, se casa y se embarca los martes.
y es para ustè la perra gorda, La tierra y la sal.
Aurora Martín
Grupo C
Riega que te riega
Hay personas de las que contarías tantas cosas que es difícil por dónde empezar o si lo miras de otra forma, es facilísimo porque cuentes lo que cuentes son únicas e irrepetibles. Para mí, como para cualquier hija, mi madre es una de ellas.
Para mi madre lo más importante es la familia, por eso siempre está planeando quedadas familiares alrededor de una mesa. Aunque siempre deseó trabajar fuera de casa, nunca se decidió y se ha arrepentido siempre porque ser ama de casa, dice, es muy aburrido. Aun así mi padre siempre la llamaba “la telefonista”, como si de su profesión se tratara. Cuando llegaba a casa siempre preguntaba ¿dónde está la telefonista? y así la seguimos llamando de forma cariñosa. Siempre le gustó mucho hablar por teléfono, pero realmente cuando se entregó a la pseudoprofesión fue cuando apareció la tarifa plana. Ahí la veías a mi madre siempre pegada a un teléfono, hablando con hijos, primos, hermanos, vecinos, amigas, compañías telefónicas… Había familiares que la llamaban para saber noticias de otros familiares lejanos o no tan lejanos porque ella siempre los tenía al día. Así ha creado un ambiente de matriarcado, no sólo con nosotros, sus hijos, sino con los demás familiares. Es la decana de la familia con sus 94 años y ha sabido mantener informados a todos sobre todos.
La premisa de mi madre es que la familia no se elige y nos tenemos que aguantar con la que nos toca, aunque no nos guste. Esta afición por el contacto familiar es debido a su segunda pseudoprofesión que es la de regadora. La familia, dice, es como una planta, si no la riegas, se pierde. Por eso ella siempre, riega que te riega.
Illiberris
Grupo C
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