Cada cual eligió uno de los sesenta y cuatro caballos y galopamos juntos por el folio.
Sesenta y cuatro caballos
Antonio Pereira
Selección de Úrsula Rodríguez Hesles.
Prólogo de Juan Carlos Mestre.
Colección Calambur 20 años, 144 págs. 12,00 €
Antonio Pereira nombraba lo que importa, la condición de cuanto alegre hace causa con lo luminoso. A nadie que haya leído alguno de sus libros le habrá resultado indiferente la emoción compasiva con que subraya cada una de sus líneas la peripecia humana.
Juan Carlos Mestre
Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923 - León, 2009) se dio a conocer como poeta, aunque pronto le siguió su labor narradora; y de la simbiosis de ambas formas de escritura consiguió extractar con su inteligente humor y delicada socarronería cuentos y relatos, todos ellos poéticas piezas de cuidada expresión a la altura de los grandes narradores universales de lo breve. No en vano, cada vez es más frecuente que se reclame su figura entre aquellos lectores y creadores del microrrelato, que ven en su obra uno de sus solitarios precursores. Pereira es uno de esos artistas que, distante de posturas academicistas y casi sin proponérselo, dejó humildemente un legado cuyo radical magisterio consistió en descubrirnos la natural precisión semántica y emocional con la que nos hablan las palabras cuando éstas son el verdadero hogar de lo que se cuenta. Esta antología, que toma su título de uno de los poemas de Antonio Pereira, ofrece un selecto paseo por una obra urdida con un original y sutil talento poético-narrativo.
Como adelanto, les ofrecemos los poemas que abren y cierran la antología:
Sesenta y cuatro caballos
Los Pereira (o Pereyra) que salen en las enciclopedias heráldicas se nos hacen algo molestos a quienes somos sus parientes de la rama pobre, y es por lo tacaños y esa manera que tienen de saludar, como si diesen los buenos días desde encima de la montura.
Ellos descienden derechamente de don Gonzalo Pereira, pero poco se parecen al antepasado dadivoso.
Lo escribió Pedro de Bracelos: Que teniendo el don Gonzalo treinta y dos caballos, en un solo día regaló todos a distintas personas. La cosa huele a invención y adorno.
Pero sigue la Crónica con que en ese mismo día los volvió a comprar don Gonzalo, aquellos treinta y dos caballos, para así poder regalarlos a otras tantas personas de su estima, y entonces el caso se hace creíble, porque a los bebedores del anochecer nos resulta más fácil aceptar lo enorme que lo mediano.
Oración
Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos
todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse
inspecciono la antena
las macetas con tantas criaturas que por debajo pasan
sufro mucho Señor
y aunque te agradezco no haberme hecho cirujano
ni conductor del autobús escolar
te pido que un ratito te quedes responsable
que aguantes todo esto mientras voy a un recado
y cualquier día no vuelvo.
Información tomada de la página de la editorial Calambur
Y estos son algunos de los trabajos de dicha sesión, cuya propuesta de escritura fue continuar el verso (y para ello cada cual elegía el género) del protagonista de uno de sus cuentos:
LENTA ES LA LUZ DEL AMANECER EN LOS AEROPUERTOS PROHIBIDOS
Una vez estaba en la taberna el poeta inspirado haciendo su papel de poeta inspirado. Todos los respetamos mucho en sus esperaras de la voz misteriosa, aunque nunca se le haya visto una página terminada. Vino un parrouqiano de la taberna con la alegría lúcida d elos primeros vasos, y fisgó el renglón que campeaba en la hoja:
Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos.
El verso hermoso, todavía único, con que iba a arrancar el poema.
El parroquiano suspiró:
–Es un buen empiece, poeta. Pero ahora qué.
Lenta pero no calma –contestó Miguel- es la actividad continua de un aeropuerto prohibido, llena de misterio, que siendo real conduce a la muerte.
Alfredo
Domínguez
“Lenta es la luz del amanecer en los
aeropuertos prohibidos”
Aires de quietud
caminan en la piel
para quitar palabras,
para soñar silencios.
Mientras,
el viento aletea
en la pista de una espera,
como la luz de un largo amanecer.
Sofía
Montero García
Lenta es la luz del amanecer en los
aeropuertos prohibidos…
Él traía la noticia clavada en su
pensamiento. Malas cosas son esas de los tumores del alma.
Ella esperaba en la sala de espera sin
esperanza de aquel aeropuerto sin megafonía, aferrada al último rayo de luna.
La luz de amanecer no pidió permiso para
llegar cuando de la barriga del avión bajó el miedo. Otra vez.
Lenta luz con olor a dolor.
Felipe
Cortés
Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos
prohibidos porque allí donde la noche se ha entregado al pecado, al pecado
carnal para más señas, se produce un despegue lento del día, las miradas se
despiertan obnubiladas, alteradas, buscando la luz abrasadora que las guíe y
que, paradójicamente, te conduzcan de nuevo al camino de lo profundo y la
oscuridad, una oscuridad cautivadora y terrible.
Alberto Sánchez
Alberto Sánchez
Lenta es la luz
del amanecer en los aeropuertos prohibidos. Se empezaban a escuchar unos
rumores aquí y allá, las quejas de niños hambrientos, aquí y allá el despertar
dolorido de unos hombres amontonados desprendiéndose malamente de sus sueños
penosos, aquí y allá sombras esparcidas que se echaban a correr en busca de su
propia realidad.
Fuera, a lo
lejos, iniciaba, eterno, su canto el pájaro.
Sara Pérez
Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos.
Aeropuertos cerrados por falta de llegada y salida de aviones.
Aeropuertos cerrados por falta de pasajeros.
Aeropuertos abiertos a la especulación de los políticos de turno.
Aeropuertos con una niebla densa de corrupción, que nadie sabe por qué no desaparece, ni cuando el cielo está despejado.
Luis Iglesias
LENTA ES LA LUZ DEL AMANECER EN LOS AEROPUERTOS PROHIBIDOS, cuando la lluvia ha mojado la pista rota. Ángel, como todos los días, camina despacio por el borde del cemento agrietado, entre los matorrales, siempre mirando hacia el cielo... Aquel avión que el 15 de septiembre de 1998 tenía que aterrizar ¿llegará algún día?... Unas gotas de agua resbalan por la cara de Ángel, vuelve a llover.
Vicente M. Martín
-Es un buen empiece
poeta. Pero ahora qué-
-Ahora esperamos a que amanezca un poco más y que la
claridad nos guíe a solicitar licencia para el aeropuerto- replicó con sorna el
poeta. Asintió satisfecho el parroquiano –Bien pues. Así tendremos un señor
aeropuerto, no uno forajido-. Dejó volar la mirada el poeta por la puerta
entreabierta.-Pues sí. Ya sólo nos faltarían los aviones- suspiró.
-¡Ay poeta!¡Que te me vas por las nubes!¿Aún no sabes que
eso es secundario?-
Miguel Ángel Pérez
Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos.
Si cruzas la puerta de la cantina cuando están cerrando, te ofrecerán el penúltimo sorbo de oscuridad de una botella de vino tinto.
Tómate esta botella conmigo.
Antonia Oliva
-Ahora, la vida -le respondió.
Cerró el cuaderno y lo dejó en la mesa junto con el bolígrafo. Salió de la taberna, compró un billete de avión, y nunca más se supo de él. El pobre parroquiano está ahora sentado en la mesa, inspirado, con el bolígrafo en la mano, esperando que alguien ocupe su papel.
Elena Vicente
Cuando
iba a meterlo en el horno, el pollo me miró a los ojos y dijo: ¡Por lo que más
quieras! ¡Sácame ese limón del culo!.
Luego me estriño y mi carne no resulta tan jugosa como debiera. Coge esa
manzana tan brillante que tienes en el frutero; pélala con cuidado y disponla
con mimo en mi interior. Acompáñala de tres ciruelas y seis almendras. A
continuación, déjame reposar sobre un suave lecho de cebolla y patata.
Emborráchame con vino blanco y déjame sudar unos 90 minutos.
Después disfruta. Yo también lo haré.
Y así fue.
Toda
la casa olía a azufre. El Diablo estaba sentado en mi sillón, frente al
televisor; y lloraba copiosamente. Me
conmovió. ¡Tan feo! ¡Tan grande! ¡Tan frágil!
Me senté a su lado.
Cuando el telediario terminó, se volvió hacia
mi; con una pezuña secó las lágrimas que surcaban su rostro, con la otra, agarró
su tridente, y usándolo a modo de bastón, se levantó.
¡Cuánta maldad! dijo y desapareció.
Me
quedé dormido en el taxi. Cuando desperté estaba rodeado por cuatro indios
sioux. Fumaban una pipa que olía a
Semana Santa. Supe que mi pasión había llegado y recé. Cerré los ojos y recé
como no lo había hecho desde mi infancia. Mi plegaria: ¡Por Dios, Jesús, si es
posible que pase de mi este cáliz! ¡Por Dios, Jesús, si es posi
Sonó el taxímetro.
“Diez euros”
Abrí los ojos.
Los indios no estaban.
El taxista era mi abuela que me acunaba.
La
ancianita, sentada a mi lado en el autobús, se encendió un puro y, después de
escupir en el suelo, le gritó al conductor:
“¡Estúpido hijo de Adán! Recuerda y haz lo
que tu sabes.”
El conductor paró.
El autobús se volvió nube y de la saliva de
la anciana creció un dragón que miraba con mi mirada.
No hizo falta decir nada.
Subí al Dragón y volamos alto y bajo; lejos y
cerca; rápido y despacio…. Todo a la vez.
Crucé el horizonte y vi que el conductor de
autobús viajaba a mi lado cabalgando un elefante blanco que miraba con su
mirada.
Y es que cuando uno para…. más aún cuando uno
recuerda….
Había
llegado mi hora. Cerré los ojos y oí el chirriar de la guillotina al caer hacia
mi cuello. Entonces supe que no
quería que mis hijos me vengaran. Era inocente. Todo el mundo lo sabía. También
los que me mataban.
Entonces con la fuerza que da la
desesperación, la fe y la rabia; se obró el milagro.
Mi cabeza cayó y al posarse en el suelo, mi
boca tuvo fuerza para gritar: ¡NO QUIERO VENGANZA!
Me han hecho una estatua. Ahora me visitan,
me lloran y se matan.
El
maitre me invitó a la cocina, donde dos tipos me sujetaron mientras otro me
echaba aceite, ajo y perejil. Al principio
me hizo gracia. Yo iba disfrazado de pato Donald y me parecía la puntilla de un
día de carnaval perfecto. En la mesa del restaurante me esperaba Miny y aún
quedaba tanta noche….
Un segundo después me di cuenta de que la
broma no era broma. En la parrilla del fondo de la cocina, yacía un hombre trinchado con su acompañamiento de verdura y el pinche
acababa de pasar a mi lado con una bandeja coronada con la cabeza de un joven
rubio y sonrosado al que algún comensal también había rechazado por estar poco
hecho…, por no saber a nada….
Viendo que no tenía salida, comenté: “Tal vez
el problema radique en el especiado. La carne humana sino se salpimenta con sal
del Himalaya y pimienta de Cayena azucarada no sabe a nada. Más aún, debe ser
sal del Himalaya rosada conseguida en la bahía de Cádiz y Pimienta de Cayena
dulce del volcán azul que sostiene el atolón del pacífico”
Se hizo el silencio.
Un instante.
Dos…
Y de repente….. se oyó: ¡Qué las busquen!
¡Qué las traigan!
La cocina se paró. El restaurante cerró.
Desde entonces sigo aquí. Esperando… Vivo.
Enjaulado. ¡Ay Miny!!!!!!!
El
acomodador del cine encendió su linterna. Un reguero de sangre apareció a
nuestros pies y lo seguimos. “Es sangre
de soñador” dijo. “Será difícil encontrarle”. Avanzamos lentos. Todos los que
nos rodeaban eran sospechosos. Nadie. Nada. Abandonamos la sala.
Entonces, el acomodador sacó del bolsillo de
su pantalón viejo una brújula y ordenó: ¨Por allí”. Yo le seguí.
Como si de una película de aventuras se
tratara; un túnel. Nada más atravesarlo un puente. Caminar por él era difícil.
Casi habíamos conseguido cruzarle cuando el
acomodador gritó: ¡Salta!
No tuve tiempo de pensar. Salté.
El abismo me esperaba. Todo era silencio. Me
recogió el agua.
Ahora no sangro y de vez en cuando, cuando el
acomodador me llama, le acompaño al cine; él enciende su linterna y yo le digo
al soñador que no se sabe: “Mira es sangre… será difícil encontrarle… “
Me
perdí en el bosque y se hizo de noche. Alguien o algo me tiró del bajo del
pantalón.
Miré. Y allí estaba Pulgarcito con sus
miguitas de pan dispuesto a rescatarme.
Esto te lo digo a ti, pero no se lo digas a
nadie.
Ana
Isabel Fariña Fernández
Miguel Ángel Pérez
Había llegado mi hora. Cerré los ojos y oí el chirriar de la guillotina al caer hacia mi cuello. Entonces, como suele decirse, toda mi vida pasó ante mis ojos: mis padres, mi infancia en Galicia, mis sesiones con el logopeda... Mis amigos, mi carrera, mis primeros escarceos por Chueca... luego mi elección como presidente, mi benevolencia ante los adinerados, mis políticas de recortes en servicios sociales, los miles de desahucios perpetrados bajo mi mandato, la represión y censura que impuse sobre la población. Un corte limpio y mi cabeza rodó por el suelo; sólo tuve tiempo para un último pensamiento: "quizás tengan razón, quizás lo merezco".
Cuando iba a meterlo en el horno, el pollo me miró a los ojos y dijo: "¡Por lo que más quieras!, ¡ni se te ocurra cocinarme sin un poco de ajo y perejil! ¿O es que no ves al Arguiñano?
Solté la bandeja sobresaltada y cayó al suelo estrepitosamente. Comprendí lo que mi hijo trataba de decirme. Me quité el delantal y salí de casa en dirección a la consulta del psiquiatra.
Alicia Alonso
Cosas de mayores
El Sr. Luis tiene casi 87 años, está ciego desde hace cinco y un poco sordo. Cuando sale de casa se pone el "aparato del oído" para no perderse nada de lo que la gente hable. En casa sin el aparato oye perfectamente. Ha cogido la costumbre de acudir todos los miércoles al centro de salud a tomarse la tensión y a que le pesen. Hasta ahora, siempre le decían lo mismo: que estaba perfectamente y que no se preocupara tanto, pero a él esto tan simple le servía para salir de casa, echar un parlado con los vecinos y contarse alguna que otra anécdota. La otra semana le ocurrió algo inesperado y que ya está contando a todos los que le preguntan por su salud. Sucede que en algunas ocasiones, los médicos y las enfermeras, cogen vacaciones y son sustituidos por otros profesionales que no conocen personalmente a los pacientes. Como todos los miércoles el Sr. Luis acudió a su revisión particular, la nueva enfermera le tomó la tensión y amablemente le dice lo que siempre le gusta escuchar. Está como un chaval de 18 años, su tensión es de 12-7 y como no le hacía más caso, le dice a la enfermera que si no le pesa, que la otra enfermera siempre lo hace. La enfermera se acerca al Sr. Luis y le da un beso en cada mejilla citándole para la próxima semana. El Sr. Luis se fue para casa todo contento, esta enfermera le gustaba más que la anterior, había entendido que le besara en lugar de que le pesara y ya tenía algo para contarle a los vecinos.
Luis Iglesias
Me perdí en el bosque y se hizo de noche.
Alguien o algo me tiró del bajo del pantalón. Era un duende con cara de
pocos amigos. -Esto es una fiesta privada y no tiene invitación-. Cerré los
ojos incrédulo y al abrirlos sólo recuerdo ver dos gorilas de un solo ojo
agarrándome uno por cada brazo.
Cuando iba a meterlo en el horno el pollo me miró a los ojos y me dijo:¡Por lo que más quieras!¡Que soy hijo único!¿No le enseñas a tus hijos que hay que cuidar y mimar a los animales?.
Cuando iba a meterlo en el horno el pollo me miró a los ojos y me dijo:¡Por lo que más quieras!¡Que soy hijo único!¿No le enseñas a tus hijos que hay que cuidar y mimar a los animales?.
Tenía razón, así que lo senté a la mesa con
nosotros. El pequeño me quedó delicioso.
El
acomodador del cine encendió su linterna. Un reguero de sangre apareció a
nuestros pies y lo seguimos. Nos llevó a la primera fila. Una mujer de
mediana edad y un chico yacían con la cabeza colgando y orificios de entrada en
la sien y el pecho respectivamente. Se sacudió la cabeza y simplemente dijo:
“Ya avisé que este 3D era demasiado realista, pero nadie escucha al
acomodador”.
Había
llegado mi hora. Cerré los ojos y oí
el chirriar de la guillotina al caer hacia mi cuello. Entonces paró en
seco, a pocos centímetros de mi cuello. Me solté, bufé y me fui. Ya les avisé
que podían ejecutarme, pero que ahora o nada.
El Maitre me invitó a la cocina, donde dos tipos me sujetaron mientras el otro me echaba aceite, ajo y perejil. Ya me habían avisado que la nouvelle cusine costaba un ojo de la cara, pero no pensé que fuera el mío.
El Maitre me invitó a la cocina, donde dos tipos me sujetaron mientras el otro me echaba aceite, ajo y perejil. Ya me habían avisado que la nouvelle cusine costaba un ojo de la cara, pero no pensé que fuera el mío.
Toda la casa olía a azufre. El diablo
estaba sentado en mi sillón frente al televisor, viendo “Sálvame”. Se giró
y me dijo: “Disculpa tío, se nos fue la luz abajo y estoy aquí con el
cursillo”.
Miguel Ángel Pérez
Había llegado mi hora. Cerré los ojos y oí el chirriar de la guillotina al caer hacia mi cuello. Entonces, como suele decirse, toda mi vida pasó ante mis ojos: mis padres, mi infancia en Galicia, mis sesiones con el logopeda... Mis amigos, mi carrera, mis primeros escarceos por Chueca... luego mi elección como presidente, mi benevolencia ante los adinerados, mis políticas de recortes en servicios sociales, los miles de desahucios perpetrados bajo mi mandato, la represión y censura que impuse sobre la población. Un corte limpio y mi cabeza rodó por el suelo; sólo tuve tiempo para un último pensamiento: "quizás tengan razón, quizás lo merezco".
Cuando iba a meterlo en el horno, el pollo me miró a los ojos y dijo: "¡Por lo que más quieras!, ¡ni se te ocurra cocinarme sin un poco de ajo y perejil! ¿O es que no ves al Arguiñano?
Solté la bandeja sobresaltada y cayó al suelo estrepitosamente. Comprendí lo que mi hijo trataba de decirme. Me quité el delantal y salí de casa en dirección a la consulta del psiquiatra.
Alicia Alonso
Cosas de mayores
El Sr. Luis tiene casi 87 años, está ciego desde hace cinco y un poco sordo. Cuando sale de casa se pone el "aparato del oído" para no perderse nada de lo que la gente hable. En casa sin el aparato oye perfectamente. Ha cogido la costumbre de acudir todos los miércoles al centro de salud a tomarse la tensión y a que le pesen. Hasta ahora, siempre le decían lo mismo: que estaba perfectamente y que no se preocupara tanto, pero a él esto tan simple le servía para salir de casa, echar un parlado con los vecinos y contarse alguna que otra anécdota. La otra semana le ocurrió algo inesperado y que ya está contando a todos los que le preguntan por su salud. Sucede que en algunas ocasiones, los médicos y las enfermeras, cogen vacaciones y son sustituidos por otros profesionales que no conocen personalmente a los pacientes. Como todos los miércoles el Sr. Luis acudió a su revisión particular, la nueva enfermera le tomó la tensión y amablemente le dice lo que siempre le gusta escuchar. Está como un chaval de 18 años, su tensión es de 12-7 y como no le hacía más caso, le dice a la enfermera que si no le pesa, que la otra enfermera siempre lo hace. La enfermera se acerca al Sr. Luis y le da un beso en cada mejilla citándole para la próxima semana. El Sr. Luis se fue para casa todo contento, esta enfermera le gustaba más que la anterior, había entendido que le besara en lugar de que le pesara y ya tenía algo para contarle a los vecinos.
Luis Iglesias
Por variar llego tarde a la tarea y ya está publicado. No me gusta comentar así, sin estar yo expuesto, porque no me parece ni justo ni valiente. Me pondré a ello en cuanto acabe.
ResponderEliminarDe poesía entiendo aún menos que del resto así que sólo diré que hermoso el de SOFÍA y Sobrecogedor el de FELIPE, de verdad toca.
De las continuaciones de ANA ISABEL las he disfrutado, la mayoría divertidas. Muy ácida la de la guillotina y totalmente subrealista el del taxi.
Me ha gustado leeros y si he de comentar un apartado, que por cierto podrían estar más explícitos, me gustaría comentar el de Vicente M. Martín. Me parece dramática la idea de Angel junto a los matorrales, esperando un vuelo que no llega.
ResponderEliminarAmigo, es un blog de un Taller de escritura. No es más explícito por que es un "complemento". Aunque, personalmente, encantado de que nos leas, y seguro que el resto opina así también.
EliminarMe han encantado la mayoría de las continuaciones, muy divertidas! A ver si me pongo y hago alguna aunque sea tarde!
ResponderEliminar