Por eso conviene, en la vida, la muerte y el amor, estar al hilo, enhebrar las palabras y seguir un buen patrón de costura para no dejar ningún hilván suelto.
Tomamos como referencia el libro "El hilo de la vida" de Davide Cali y Serge Bloch publicado en Ediciones B (Grupo Z) para descubrir, después, con qué colores tejemos nuestra memoria.
Propuesta de escritura: pensamos, en primer lugar, cinco palabras o cinco ideas asociadas al color rojo, ¿Es nuestro amor de ese color? ¿El rojo es el color de nuestros sueños? Otras cinco palabras con el rosa y otras cinco más con el naranja y el azul. Con esos cuatro hilos de colores y veinte palabras hilvanamos nuestra historia, la del que fuimos, la del que somos y la del que seremos. ¿Qué espero en el futuro?
Nos fuimos pasando una madeja con esos cuatro colores donde iban tejidas las historias. Nuestro compañero Andrés Santos hizo varias fotos. La Sala de Fondo Local se llenó de color:
Dejamos aquí un vídeo con el contenido del libro, texto e ilustraciones:
Y estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller de escritura creativa:
Billete de ida y vuelta
Fui el brote inesperado de un corte, una herida en el vientre de mi madre. Lo llaman cesárea. Miento, fui antes una aspiración, un plan, un deseo. Vuelvo a mentir, lo siento, lo hago por vocación. En realidad fui el consuelo ante la tristeza que provocó en mis padres un doloroso aborto. De lo contrario, nada. Ni los paseos en bicicleta, ni los castillos de arena, ni aquellas impúdicas miradas hacia los lazos que anudaban las coletas de las chicas en el colegio. De no ser por aquel aborto no habría podido combatir con furia las embestidas de mi hermano o acudir disfrazado de Superman al carnaval. Con los veinte, y no hablo de historia, llegó la época del jazz y de probar los labios de las muchachas al ritmo de Ellington o Davis. Sonando Caravan de fondo, reunía la fuerza suficiente para proponerles, con una sonrisa de idiota en el rostro, exóticos juegos (no confundir con eróticos, que también). Entonces vivir era como ponerse una máscara o jugar a la ruleta rusa sin miedo a perder. Pero me haré mayor, dice la biología, y habré de afrontar nuevos retos que, como le gusta recordarme al sabueso de mi padre, me exigirán abandonar la comodidad en la que me hallo instalado. En cualquier caso, conviene soñar y anticipar mentalmente el destino para que no sea éste el único que lo haga por nosotros. Os diré, por tanto, que me veo sentando en el banquillo de un gran equipo de baloncesto, enviando hombres a la cancha antes de que otros lo hagan a la guerra; entrenando pero también escribiendo, siempre a corazón abierto y sin renunciar nunca a mis creencias y principios; honrando con mis actos, y con mis letras, a aquel feto que renunció a nacer para que yo lo hiciera. Solo de esta manera, actuando con honestidad y sin olvidar nunca mi pasado, podré reconocerme en el espejo cuando asome, entre los visillos, el último atardecer; cuando a la hora pactada reciba la llamada de regreso a ese manantial del que un día partí, aunque entonces lo hiciera como un fino hilo de agua incapaz de saciar su propia sed.
Fui el brote inesperado de un corte, una herida en el vientre de mi madre. Lo llaman cesárea. Miento, fui antes una aspiración, un plan, un deseo. Vuelvo a mentir, lo siento, lo hago por vocación. En realidad fui el consuelo ante la tristeza que provocó en mis padres un doloroso aborto. De lo contrario, nada. Ni los paseos en bicicleta, ni los castillos de arena, ni aquellas impúdicas miradas hacia los lazos que anudaban las coletas de las chicas en el colegio. De no ser por aquel aborto no habría podido combatir con furia las embestidas de mi hermano o acudir disfrazado de Superman al carnaval. Con los veinte, y no hablo de historia, llegó la época del jazz y de probar los labios de las muchachas al ritmo de Ellington o Davis. Sonando Caravan de fondo, reunía la fuerza suficiente para proponerles, con una sonrisa de idiota en el rostro, exóticos juegos (no confundir con eróticos, que también). Entonces vivir era como ponerse una máscara o jugar a la ruleta rusa sin miedo a perder. Pero me haré mayor, dice la biología, y habré de afrontar nuevos retos que, como le gusta recordarme al sabueso de mi padre, me exigirán abandonar la comodidad en la que me hallo instalado. En cualquier caso, conviene soñar y anticipar mentalmente el destino para que no sea éste el único que lo haga por nosotros. Os diré, por tanto, que me veo sentando en el banquillo de un gran equipo de baloncesto, enviando hombres a la cancha antes de que otros lo hagan a la guerra; entrenando pero también escribiendo, siempre a corazón abierto y sin renunciar nunca a mis creencias y principios; honrando con mis actos, y con mis letras, a aquel feto que renunció a nacer para que yo lo hiciera. Solo de esta manera, actuando con honestidad y sin olvidar nunca mi pasado, podré reconocerme en el espejo cuando asome, entre los visillos, el último atardecer; cuando a la hora pactada reciba la llamada de regreso a ese manantial del que un día partí, aunque entonces lo hiciera como un fino hilo de agua incapaz de saciar su propia sed.
Juan José Nieto Lobato
Hilos de colores
Es un hilo rojo quien enreda el corazón
Quien palpita con la sangre
Quien regala sus hebras al huracán y al valle
Quien sueña con la libertad
Quien ata los cadalsos de un ayer oscuro…
Es la fuerza carmesí que bate los silencios
El sentimiento que graba su huella. Los recuerdos
Flecha que se hizo pasión
Anhelo depositado en una tierra sin asfalto…
Es un hilo naranja quien lava y marca la energía
Quien alimenta la mañana con su néctar
Quien al atardecer despide el día
Quien da la bienvenida a la noche
Quien espera en el árbol a ser amado…
Es el sueño de un futuro confuso
Balancín de pensamientos en reposo. Caminos
Cantos de sirenas que se pierden por el aire
Deseos atados…
Es un hilo azul quien adorna la existencia
Quien se refleja en el mar
Quien busca entre farolas mustias la belleza
Quien camina despacio y se admira
Quien corretea por los arroyos en busca de un rio
Es el beso de una estrella cuando amanece
Es un viento sereno
El tiempo que se enredó en los dedos
El color de las lágrimas en el suelo…
Es un hilo rosa quien adormece la noche
Quien deja su color entre las flores
Quien se cuelga en la sonrisa de los sueños
Quien espera al amor en el bordillo
Quien despide en la estación a los viajeros…
¿Es un hilo rosa el silencio?
Tú eres rosa
Él es rosa
Yo soy rosa…
Vicente Martín
Sopa de
Calabaza
Nací poco
después de que
los doctores aseguraran a mi madre que no volvería a serlo. Fue un parto difícil. La
matrona no era capaz de convencerme de que fuera de aquel globo de agua, existía otro igual
de calentito y mucho más grande. Tuvieron que obligarme. Cuando estuve
fuera, más que
rosa, era morada. Me faltaba oxígeno. Un rosario de azotes fue mi bienvenida. Lloré y cuando lo
hice, alguien dijo: "Está bien" y me pusieron encima de un balón sin aire.
Escuché el
tambor que conocía, mi desgarro cesó. Besos y caricias se enredaron. El cordón de plata se volvió a tejer. Me dormí y volé.
Mi sexo fue un inconveniente. Una epidemia de varoncitos me precedía. Tras mi
alumbramiento, continuó. Fui una rareza.
Mi abuela materna, que era una meiga vieja, al ver las marcas naranjas de
mi brazo izquierdo, sin solemnidad, pero con firmeza, decidió nombrarme su
sucesora. Estoy segura de que si no las hubiera tenido, se habría inventado
cualquier otra cosa para cederme su cetro: su escoba.
Crecí entre tétricas homilías rojas y
sopas de calabaza que olían a carroza: las cocinaban por igual fantasmas,
murciélagos o
princesas, la santa compaña, la sirenita o caperucita roja.
Mi primera pérdida fue un diente. Lo taló una fresa. A
la mañana
siguiente, bajo mi almohada, encontré una moneda. "Es mágica -dijeron-
Si sigues sonriendo, te crecerá otro mucho más blanco y muchísimo más fuerte. La trajo Pepito Pérez, un minúsculo roedor
azul, que vive en el hueco de las paredes lejanas de un castillo de
leche". Pronto tuve tres más. Las guardé. Tenía un plan: mi abuela volvería a tener
dientes.
Ese mismo verano, la vendimia trajo el
vino flojo de todos los años y un miedo nuevo e intenso: el fuego. La montaña ardió. Sus larguísimos dedos
dejaron de acariciar el cielo. No hubo clemencia. La risa fresca dio paso al
duelo. Escondí tres castañas en el suelo. Mi abuelo, que era un hombre muy
severo, me vio. "Cuando las puertas del infierno se abren, el primero que
sale es un perro de tres cabezas. Se viste de lobo. Una procesión de muertos
es su cortejo. Toman todos los caminos. Soplan fuerte. Nada se mantiene. Ningún leñador fornido
puede vencerles. Las caperuzas de los inocentes confunden su color con las
llamas. Las casas se desmoronan. La batalla convierte a unos en ogros
hambrientos, a otros en peones crueles. No hay salida. Solo el aliento de un
hada tierna puede disipar las brasas y
llenar de vida la montaña." -Eso dijo-
Recé toda la
noche. Prometí ser obediente y no hacer mas trastadas, dejar la
cama hecha, recoger la habitación y comer y
beber lo que fuera aunque se tratara de
alubias, espinacas o fanta. Me pareció un cambio justo. Lo único que en
ese momento importaba, era que la hechicera -que yo imaginé blanca-
borrara con delicadeza la desgracia. No me escuchó, al menos eso creí hasta que dos días después, mi
abuela me llevó a la cuadra. La cerda había tenido una
camada. Once lechoncitos rosas mamaban. Eran preciosos. La gorrina que les
alimentaba se llamaba Hada.
Cumplí mi
promesa al menos durante tres siglos o
una semana. Me vestí de rosa para que no se me olvidara. Fui una
cenicienta voluntaria. Si cumplía mi palabra, el mundo giraba. Hasta que un día, mientras la
peonza rosada bailaba, me pinchó un beso. Caí en un sueño profundo. La madreselva se enredó en mi cama y
tejió el
maleficio del que nadie escapa. Despareció el horizonte. Se secó el mar. La
cometa se hizo polvo naranja. Todas las margaritas fueron mutiladas. Sus restos
sepultaron a la barredera que me velaba.
En un viaje astral, conocí a un Dalay Lama. Estaba calvo y vestía de naranja.
Me invitó a comer
una hierba muy amarga. Yo acepté. Poco después vomité sobre él. No se inmutó.
Cuando ya no me quedaba nada dentro, me acomodó en un loto y
me enseñó un
mantra: " La vida es el camino que se teje en una sopa de calabaza. Poco
importa que la puntada sea el pespunte de una guadaña. Solo el eco
de un veneno que se anuda alrededor de unas mamas, seca para siempre la montaña ".
Me vestí de azucena.
Con las margaritas deshojadas cosí una barca, con los restos de una naranja bordé una vela: una
cometa mostaza. Con la escoba, golpeé el mar. Volvió a llenarse de agua. Desde entonces navego entre
lanas.
Ayer, una lámpara se enganchó en la madeja que ovillaba. Era una vasija de
hojalata con la boca en forma de embudo. Una aceitera chata con las aristas
cubiertas de orín . La eché un poco de ginebra -es buena para los metales- y
la froté con la
toallita azul con la que limpio las gafas.
Dentro vivía un genio grande y rojo como la lava. "Te
concedo tres deseos por sacarme de esa jaula" -dijo-. Era una trampa.
La lancé lejos. El océano hirvió. Una serpiente gigantesca abandonó el abismo. Su cuerpo se deslizó por la
superficie. Ocultó el sol. Mas de un millón de nudos
rodearon mi navío. Me miró fijamente
con sus trescientos ojos. Estaba furiosa. En sus pupilas vi caravanas de
esclavos. Todos tenían tres grilletes anudados a su garganta y una lámpara en sus
manos. Un becerro de oro les marcaba el paso.
El reptil abrió sus fauces. No llamé al mago. No supliqué vivir. Con un
movimiento preciso, se desenredó y su lengua bífida asió al nigromante y lo encerró en la alcuza
de lata. Luego desapareció. Una escarcha
de lentejuelas y escamas fosforescentes fue su horrible huella.
No tardé mucho en izar anclas. El viento era suave. Se
infló el
volantín y me
dejé llevar.
La mar estaba en calma.
Hoy la luna ha visto como tejía sin descanso en el humo de mi sopa. Es un
bordado sencillo, un cielo azul y rosa, una parra llena de cometas, y dos
mecedoras. Aunque está todo hecho, queda mucho por hacer. He marcado el
rumbo. El timón, como podéis imaginar,
lo lleva mi escoba.
Vida y muerte enamoradas
Nace el tiempo
con un cálido deseo:
vida y luz,
disfraces del pensamiento.
Los días desgarran mi libertad
con un gesto despeinado.
Busco palabras
vestidas de perfume,
para vivir retazos de mi ser.
Los años yacen
trenzados de pasión.
Con mi ritmo,
hilo la mirada
en el sentir del otro.
El presente aflora los recuerdos,
pincelado de cielo,
sumergido en mis pasos.
Atardece el amor
en el latir de los años,
quebrado por la piel
que muere en el silencio.
Sofía Montero García
El hilo de la vida
Me desperté y la cama estaba llena de pétalos de rosas rojas.
Pensé en ti y en tus cálidas palabras aquella tarde de Lunes lluvioso.
Me recordaba a Galicia en sus días tristes cuando observabas el mar y se perdían millones de recuerdos en tan solo y como sería cuando te conocí.
Millones de cartas, millones y millones de caricias.
Bajo el fuego empecé un libro donde venían millones de historias que contar. Era algo realmente fascinante.
El día de San Valentín dibujaste un corazón que tus preciosos labios besaron, nadie me ha echo un regalo así de emocionante y precioso.
Cuando iba por los canales de Holanda me recordaba a Venecia y el color Aquamarina.
También sentí dolor cuando se murió mi periquito Mar al que tanto quise.
Dolor cuando sentí la pérdida de Rosa, aquella abuelita que marcó mis prácticas como Paz.
Me encanta el silencio del atardecer en el arroyo, aquel emotivo día que cogí a mi tortuga. Mi mejor amiga, sin duda.
Acabé agotada de 2- 3 clases dirigidas del gimnasio donde estrené mis nuevas zapatillas rosas y donde aprendí los pasos del Body Combat.
Compré aquella camisa vaquera por un cumpleaños.
La naturaleza siempre me ha dado todo lo que deseo: la calma de intensos campos de amapola y colza.
Iria Costa
El hilo de la vida
Solo conocí lo que es el verdadero amor cuando ya fui lo bastante mayor como para apreciarlo.
En mi casa las comidas estaban llenas de risas. Todo eran codazos y miradas disimuladas y mi padre nos reñía continuamente.
Cuando íbamos al campo disfrutaba del aire que acariciaba mi rostro, del cielo y de las flores. Mis manos se llenaban de ellas y de su aroma.
Mi madre me peinaba y me ponía una cinta de pelo de color rosa para ir al colegio.
Un día me caí y sentí mucho dolor en las rodillas. La sangre roja me asustó y mi madre me consoló besándome con unos labios pintados que eran de un color rojo más vivo e intenso todavía.
Cuando llegaban las Ferias, mi padre nos llevaba y nos compraba una enorme nube rosa de algodón dulce a cada uno.
Recuerdo que la primera vez que ví el mar tenía 14 años y fue allí donde viví aquella intensidad naranja del sol antes de empezar a despegarse del horizonte.
Me gusta poner en mi cama sábanas azules porque me evocan gestos de ternura y cariño.
Me he comprado un vestido nuevo y unos zapatos rojos para salir las noches de luna llena.
Ahora que lo sé, disfruto todo lo que puedo con los buenos amigos. Y me encanta compartir con ellos risas, cariño, amor y mi pasión por la vida. Espero que me siga quedando mucho ovillo para seguir tirando y descubrir todos los colores del arco iris y otros inventados, y que cuando me abrace la muerte, el color sea blanco brillante, de serenidad.
Carmen Alonso
El arco iris de la vida
Me han contado que nací en un país donde las montañas eran altas, los prados verdes y la nieve blanquísima que llegaba hasta las rodillas.
Me han contado que nací el año en que el hambre, la miseria, la censura y el terror acabó en el lugar, donde yo debería haber nacido, un soleado, para muchos, 20 de noviembre. Aunque todavía quedara mucho por hacer…
Todo eso, y más, me han contado. Sin embargo, los primeros recuerdos que tengo del arco iris de mi vida están aquí, en este país, y vienen hacia mí como flashes desordenados.
Mi infancia se tiñe de varios colores:
El rosa intenso de las sabrosísimas fresas que recogía en el huerto con la abuela. No he vuelto a probar unas fresas tan exquisitas.
El rosa pálido de los jamones, los palotes, los pastelitos de la Pantera Rosa y los Frigo Pie que me comía y compartía, entre risas, con los amigos.
Y también el color de los cerdos que alimentábamos durante un año y que con el frío se acercaba su final. El rosa se teñía entonces de un gris momentáneo al escuchar sus gritos atemorizantes y ver sus cuerpos chamuscados. Pero volvía rápidamente el rosa, cuando veía esas majestuosas matanzas en las que estaba rodeada de gente de la familia, y no tan familiares; muchas de esas personas ya no están, al igual que tampoco están esas tradiciones que no volverán ya a formar parte de nuestras vidas. Ese mismo día, en la chimenea, se difuminaban varios tonos naranjas dentro de la nerviosa llama que nos calentaba y nos hacía olvidar el frío de ese diciembre, en el que todos un poco, nos volvíamos, aunque no sin orgullo, un poco asesinos.
Y también me vienen a la memoria, Raquítico y Obeso, esos dos peces que daban vueltas sin parar en la pecera y huían despavoridos, no sabemos adónde, al entrar alguien en el salón. Pienso que Obeso era egoísta y le robaba la comida a Raquítico quien se alimentaba lo necesario para subsistir.
El gris del colegio, el rechazo y las risas de los niños se convertían en el rosa de los libros de la biblioteca a la que acudíamos una vez a la semana.
Y así, entre libro y libro, fui caminando hacia la adolescencia, a la etapa del color rojo, también chapurreado con el gris. El rojo del amor, de la pasión, de los bombones Nestlé, de los primeros besos, de las rosas… y de sus grises espinas, del desamor, de la tristeza, de la amistad traicionada, de las azules lágrimas y también de los príncipes azules quienes, al contrario de lo que ocurre en los cuentos de hadas, se convierten en repugnantes sapos verdes. Unos más repugnantes que otros, claro.
En el presente todavía fluyen, de vez en cuando, las amargas lágrimas de la muerte de la persona que años atrás me llevó a su huerto a recoger y comer esas tan añoradas fresas, recuerdo más querido e intenso de la infancia. Siento también el azul del mar con su rumor y sus olas de espuma blanca de las vacaciones que se juntan, horas después, con el múltiple colorido anaranjado del atardecer en Cabo Trafalgar. La tranquilidad conseguida tras años de doloroso esfuerzo y el color de los zumos que, día a día, bebe Lucía, la niña de mis ojos, a la hora de la comida.
Me gustaría que el futuro fuera un arco iris de luces y sombras, donde las sombras, que siempre estarán presentes, no lo dudo, no sean muy oscuras y den rápidamente paso a luminosas luces que me acompañen en mi camino. Un camino donde la claridad ayude a conseguir los, todavía, inacabados sueños y en el que Lucía, el amor de mi vida, luzca de la misma forma que el sol reflejado en el Océano Atlántico a la hora de la siesta.
Toñi Martín del Rey
Juan José:
ResponderEliminarMucha poesía en tu texto, mucha y bella…
“Fui el brote inesperado de un corte, una herida en el vientre de mi madre. Lo llaman cesárea. Miento, fui antes una aspiración, un plan, un deseo. Vuelvo a mentir, lo siento, lo hago por vocación. En realidad fui el consuelo ante la tristeza que provocó en mis padres un doloroso aborto.”
“reunía la fuerza suficiente para proponerles, con una sonrisa de idiota en el rostro, exóticos juegos (no confundir con eróticos, que también)”
“Entonces vivir era como ponerse una máscara o jugar a la ruleta rusa sin miedo a perder.”
“siempre a corazón abierto y sin renunciar nunca a mis creencias y principios; honrando con mis actos, y con mis letras, a aquel feto que renunció a nacer para que yo lo hiciera.”
Nada tiene desperdicio. Sincera declaración de un vivir hecho de finos hilos que un día el azar dejó caer en nuestras manos para bordar nuestro propio destino harto complicado. Muy grande Juan José, me gusta mucho tu escrito.
Vicente:
De vez en cuando aportas algo, hoy me parece que lo haces… me parece, vamos, que me parece a mí…
“Es la fuerza carmesí que bate los silencios”
Ana:
“Fui una rareza”… Extraordinaria, especial…
“Escuché el tambor que conocía, mi desgarro cesó. Besos y caricias se enredaron. El cordón de plata se volvió a tejer. Me dormí y volé.” Palabras tejidas con mimo y ternura… ¡poesía!
“Tenía un plan: mi abuela volvería a tener dientes.” Generosidad, más ternura.
“No hay salida. Solo el aliento de un hada tierna puede disipar las brasas y llenar de vida la montaña." Esperanza en el aliento de un hada tierna… y las palabras da vida a la montaña.
“La gorrina que les alimentaba se llamaba Hada.” Siempre un lugar para el desenfado.
“La vida es el camino que se teje en una sopa de calabaza. Poco importa que la puntada sea el pespunte de una guadaña. Solo el eco de un veneno que se anuda alrededor de unas mamas, seca para siempre la montaña”. Es precioso el mantra, a mí me lo parece.
“Hoy la luna ha visto como tejía sin descanso en el humo de mi sopa. Es un bordado sencillo, un cielo azul y rosa, una parra llena de cometas, y dos mecedoras. Aunque está todo hecho, queda mucho por hacer. He marcado el rumbo. El timón, como podéis imaginar, lo lleva mi escoba.” Final exquisito que deja un sabor en la boca de miel con queso… Fantástica, extraordinaria…
Sofía:
Como siempre Sofía, cadencia melodiosa de palabras enlazadas para hilvanar los sueños a las nubes y caer en dulce lluvia sobre un campo de flores rojas, naranjas, azules y rosas… Molto bene.
Iria:
“La naturaleza siempre me ha dado todo lo que deseo: la calma de intensos campos de amapola y colza.” Eso es una verdadera suerte, enhorabuena… la calma es un bien escaso, aprovéchala. Bien.
Carmen:
“Espero que me siga quedando mucho ovillo para seguir tirando y descubrir todos los colores del arco iris y otros inventados, y que cuando me abrace la muerte, el color sea blanco brillante, de serenidad.” Pero para eso falta mucho, mucho, mucho… Grande, Carmen, vital, alegre, buena gente… muy buena gente. Mucho ánimo. Gracias, campeona, por compartir tu escrito.
Toñi Martín:
ResponderEliminarEntrañable texto...
" los príncipes azules quienes, al contrario de lo que ocurre en los cuentos de hadas, se convierten en repugnantes sapos verdes. Unos más repugnantes que otros, claro." No perdonas a nadie ... ja...ja. ¡cuántos valores se pierden! una pena...
Lo dicho Toñi, muy entrañable tu escrito, con un estilo directo y claro.
¡Wonderful!