¿Aló? Cuentos y poemas por teléfono

La sesión del lunes, día 30 de noviembre, la dedicamos al teléfono. Hablamos de cómo este invento revolucionario nos permite hacer más llevadera las distancia y más rápida la comunicación pero también de las consecuencias negativas, sobre todo en su versión móvil, pues apenas nos deja tiempo para pensar y estar solos, sin nadie con quien compartir un toque, un SMS o un whatsapp.
Hablamos también del coltán y de cómo grandes empresas como Nokia, Motorola o Sony, entre otras, lo emplean en los condesadores de los móviles y para ello explotan a niños pequeños que lo sacan de las minas del Congo y propician todo tipo de guerras y enfrentamientos para controlar dicho mineral.


Teléfono negro. Luisa Romero

Con un teléfono rosa en la mano leímos el poema de Jesús Ge "Yo no he dicho eso. Así se lo dije" (Esto no es vanguardia). Pero mejor si lo escuchamos aquí en la versión del autor y, además, en una cabina telefónica:




El texto de Anton Chejov titulado "El teléfono" nos permitió hablar de las interferencias y los cruces de líneas o conversaciones y el relato "Entre las doce y la una" de Quim Monzó de cómo una conversación se puede volver insostenible y rozar el absurdo.
Y para descansar de tanta llamada y tanta conferencia pusimos nuestros móviles en modo avión y nos dejamos llevar por las palabras de José Hierro en su poema "Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono":

Borra de tu memoria
este número de teléfono
2-6-8-1-4-5-6.
Táchalo en tu agenda.
Si ahora marcaras ese número que no puede escucharte,
nadie respondería. Este número sordomudo:
2-6-8-1-4-5-6.
borra, olvídalo, tacha ese número muerto:
es uno más, aunque fue único.

Las hojas de tu agenda tienen más tachaduras
que números y nombres.
Ya quedan menos a los que llamar;
apenas quedan números y nombres que te hablen
o que te escuchen: 2-6-8-1-4-5-6.
Haz todo lo que puedas para que se disuelva en tu memoria:
destrúyelo, trastruécalo:
8-2-6-4-1-5-4,
rómpele el ritmo que le correspondía:
4-5-2-6-1-8-4,
ya no lo necesitas,
no necesitas esos números, esos nombres o sombras.
2-6-8-1-4-5-6:
«¿Está Leonor? »
Y suponiendo que alguien te responda,
será otra voz la que responderá.
Baraja el número, confúndelo, desordénalo.
Así: 1-4-2-5-6-8.
«¿Está Guiomar? »
Baraja los números y nombres, barájalos,
sobre todo los nombres:
«¿Está Guionorr? » «¿Está Leomar? »
Silencio.
Olvida, tacha, borra, desvanece
esos nombres y números,
no intentes modelar la niebla,
resígnate a que el viento la disperse.

¡Colinas plateadas...!

Hablamos también de la película Última llamada, de Joel Schumacher en la que un tipo decide descolgar el teléfono de una cabina pública que suena con insistencia. Cuando pregunta quién llama se verá envuelto en un macabro juego. Un francotirador que le apunta con un rifle con mira telescópica le advierte que si cuelga el teléfono morirá.

Comentamos también la reflexión que Lorenzo Silva hace sobre el teléfono móvil: "Soy de la opinión de que el teléfono móvil es el más salvaje y abyecto atentado que el progreso tecnológico ha producido contra uno de los pocos tesoros espirituales del hombre: la soledad" Después leímos un texto de Hernán Casciari donde se plantea qué hubiera sido de la historia de la literatura si el teléfono móvil hubiera existido siempre. Y leímos, por último, el articuento de Juan José Millás titulado "Confusión":

Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre: era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se marchó al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el trasto colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros. Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, de manera que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué en seguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer. Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.

En esta ocasión propusimos varias tareas de escritura. La primera de ellas la resolvimos allí mismo y salieron cosas muy divertidas. ¿En qué consistió? En completar un diálogo telefónico extraído de la obra The Buenos Aires affaire de Manuel Puig en la que solo se muestra el discurso de uno de los interlocutores:

Oficial – Hable
Voz  – …
Oficial – Sí la escucho
Voz  – …
Oficial –Para consultas está mi asistente, le vuelvo a dar con él.
Voz  – …
Oficial -¿Peligro de qué clase? Ante todo deme su nombre
Voz  – …
Oficial –Le prometemos reserva absoluta.
Voz  – …
Oficial –Hable con menos vueltas. ¿Cuál es el peligro?, ¿de qué clase?
Voz  – …
Oficial –Nadie se va a enterar de su llamada, esté tranquila. ¿En qué consiste el peligro?
Voz  – …
Oficial –Deme los nombres de ellos, y los domicilios.
Voz  – …
Oficial –El nombre del sujeto este que le parece peligroso, y el de ella.
Voz  – …
Oficial –Si usted no está segura la cuestión cambia. Usted sabrá que las falsas alarmas están penadas por la ley. Deme su nombre y número de teléfono, la llamo enseguida.

Para casa propusimos escribir un texto donde se produzca un cruce de líneas, o reproducir, con alevosía y nocturnidad, una llamada al programa "Hablar por hablar" o al teléfono de la Esperanza o incluso recrear un cuento clásico o un fragmento de una novela conocida pero poniendo en la mano de los protagonistas un teléfono móvil.

Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller:


Sin solución

- ¿Es el Teléfono de la Esperanza?
- Sí, dígame.
- Estoy muy deprimida por los múltiples problemas en mi vida personal.
- ¿Cuál es su último problema?
- Me siento mal, ¡muy mal!
- Cuénteme lo que le pasa.
- No lo sé, es un estado general. Me quedo sentada mirando al vecino de enfrente y me cuesta un dolor activar mi cuerpo y mi pensamiento
- Pues, hable con él.
- Me da vergüenza, no sea que piense cosas infundadas. Además , tiene novia, a lo mejor doy pie a un triángulo amoroso.
- Pues, se aguanta con verlo. Yo no veo otra solución.
- ¡Vaya una salida más cómoda! Los demás problemas, ¡ya ni los cuento!
- ¡Bueno, no se ponga así! Llámeme en otra ocasión, a lo mejor encontramos una solución brillante ¡No se desanime!
-Me despido. Estoy peor que cuando llamé. Espero sobrevivir.

Sofía Montero


Línea de la esperanza
Línea de la Esperanza. Es el simple encabezado escrito en la tarjeta de presentación. Abajo, un número de teléfono. Tras pensarlo unos segundos descuelga el auricular y, con dedos trémulos de curiosidad, marca.

Una animada y agradable voz masculina lo saluda:

- ¡Buenas tardes! Se ha comunicado con la Línea de la Esperanza, en un momento lo atenderemos… [Tiririri tiri tití] – suena una alegre melodía que recuerda al cine mudo.

Aguarda con creciente expectación.

- Gracias por llamar a la Línea de la Esperanza …

Retiene la respiración, entusiasmado.

- … en este momento todos nuestros operadores están ocupados, por favor permanezca en la línea [Tiririri tiri tití]

Expira con desilusión. Espera.

- Gracias por su permanencia en la línea, su llamada es muy importante para nosotros, en breve uno de nuestros asesores atenderá su llamada…

En varias ocasiones lo desanima la impaciencia y siente el impulso de cortar la llamada, pero recapacita: “¿y si están a punto de atenderme?”. Y esa simple posibilidad lo mantiene atado al teléfono.

De ahí que, cincuenta minutos después, aún se le pueda ver con el oído pegado al auricular, sin animarse a colgar, porque al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde.

Maritza García Toro


La niña de los fósforos
(La cerillera)

Solo quedaba uno. Lo frotó en la pared y el milagro sucedió una vez más. La estufa de hierro ardía, la habitación era cálida y olía estupendamente. En el centro de la mesa, sobre el mantel blanco, rodeada de porcelana fina, esperaba el plato principal: asado de ganso. Un abeto enorme iluminaba la pieza. Tenía los brazos sembrados de velas, y los pies cubiertos de regalos. Junto a él, estaba su abuela. Nunca la había visto tan hermosa. Vestía una sonrisa dulce. Su mirada era clara. La pequeña era feliz. Alzó los brazos. Iba a abrazarla, cuando todo se esfumó. El palillo se había consumido.

Estaba sola.

Poco a poco, sus pestañas largas y doradas se hicieron nieve. Pesaban como el hambre y el miedo. Lo sabía bien, sus pies no conocían otro calzado. Quiso buscar en el sueño el abrigo de una llama. Pero el invierno es una lagartija que conoce todos los rincones.

Su improvisado refugio tenía las paredes de hielo. El suelo era una moqueta blanca cada vez más dura. El techo un mirador inmenso: ni persianas, ni cortinas, ni cristales. Era tan grande la oscuridad que no había sombras, y es que como todos sabéis, la noche es una diosa ciega.

Como pudo, arrastró su mirada a la ventana, a esa ventana que jamás se cierra, y al hacerlo, vio caer una estrella. Era una señal.

Tenía las manos rojas y azules, rígidas, prácticamente insensibles. Necesitaba algo de calor y como siempre, lo buscó en ella misma. Se ajustó el abriguillo. Recogió los pies bajo sus faldones y metió las manos entre las telas rotas y sus piernas delgadas como costuras. Fue así como encontró el móvil. Era un modelo antiguo. Alguien lo estaría buscando. Tenía línea, no pedía contraseña y aunque poca, le quedaba algo de batería. Por un momento, la oscura deidad que la perseguía, se olvidó de esa esquina: el ángulo agudo que formaban dos edificios.

No conocía a nadie y marcó números al azar. Todos comunicaban, eran incorrectos o estaban fuera de cobertura.

Cuando apenas le quedaba aliento, decidió llamar a uno de los contactos que figuraban en la agenda. Una voz sin cara poseyó la nada. "Ahora no puedo atenderte. Ya sabes, después del pitidito deja tu mensaje. En cuanto el jolgorio pase, te devolveré la llamada".

"Tengo frío" contestó.

A la mañana siguiente, Lola, mientras tomaba su segundo ibuprofeno con su segunda manzanilla, activó el contestador. Tenía decenas de mensajes. Uno la inquietó. Devolvió la llamada pero no lo cogió nadie.

Se asomó a la galería. La lluvia bautizaba el año nuevo. Pronto, la nieve sería un recuerdo cubierto de barro.

Ana Isabel Fariña


Llamo por un asunto

Oficial – Hable
Voz - ¿Es la comisaría?
Oficial – Sí la escucho
Voz – Llamo por un asunto que me parece importante.
Oficial – Para consultas está mi asistente, le vuelvo a dar con él.
Voz – He visto una pareja en mi edificio que me da que pensar, pueden ser peligrosos.
Oficial - ¿Peligro de qué clase? Ante todo deme su nombre.
Voz – Por ahora, prefiero no decirlo.
Oficial – Le prometemos reserva absoluta.
Voz – Eso es lo que Vds. dicen siempre.
Oficial – Hable con menos vueltas. ¿Cuál es el peligro?, ¿de qué clase?
Voz – Es su aspecto. Tienen una pinta intranquilizadora. Y no lo digo porque parezcan moros.
Oficial – Nadie se va a enterar de su llamada, esté tranquila. ¿En qué consiste el peligro?
Voz – Con exactitud no lo sé. Es más bien una sensación. Una intuición de algo malo no esperado.
Oficial – Deme los nombres de ellos, y los domicilios.
Voz - ¿Los nombre de quién, de él, de ella o de los dos? Será difícil porque los he visto una vez.
Oficial – El nombre del sujeto este que le parece peligroso, y el de ella.
Voz – En realidad no conozco ni sus nombres ni donde viven. Llamo sólo por si acaso pudieran estar preparando un atentado. Ya le he dicho que su aspecto es altamente sospechoso o al menos a mí me lo parece. Segura, lo que se dice segura no lo estoy pero más vale prevenir, o al menos es lo que se desprende de los mensajes con los que nos machacan todo el santo día.
Oficial – Si usted no está segura la cuestión cambia. Usted sabrá que las falsas alarmas están penadas por la ley. Deme su nombre y número de teléfono, la llamo enseguida.

Dionisio Alonso


Diálogo para besugos

Voz 1. Buenos días.
Voz 2. Buenas tardes.
1. ¿Está Godot?
2. No. Pero le estamos esperando.
1. ¿Cuándo llegará?
2. Es difícil de precisar. En este momento no lo sabemos.
1. Pero, ¿es seguro que vendrá?
2. Eso creemos, pues tenemos que tratar un asunto importante.
1. Nosotros también. Puede que sea el mismo.
2. La importancia del tema es crucial aunque aún no lo hayamos planteado.
1. Lo mismo nos pasa a nosotros por eso es obligado que hablemos con él, si no, será imposible llegar a un acuerdo.
2. Pero si consiguen primero el acuerdo, nosotros ya no tendremos que reunirnos con él.
1. ¿Por qué no? ¿Y si se trata de dos asuntos diferentes?
2. Quizá tenga razón. Lo sabremos cuando sepamos qué vamos a tratar.
1. Por cierto, ¿cómo es? Digo físicamente.
2. No tengo ni idea. Nunca le he visto.
1. Pero al menos si es joven o maduro, alto o bajo, rubio o moreno, africano, oriental o europeo. Tendrá una pista.
2. Ni la más mínima. De hecho, ahora empiezo a dudar de su existencia.
1. ¿Y se da cuenta ahora? ¿Cuánto tiempo hace que le esperan?
2. Me parece que más o menos lo mismo que Vds. Pero es que nosotros no le esperamos, eso es problema suyo.
1. Pues si no lo esperan, no lo conocen, no saben de qué van a hablar, ¿por qué nos llaman?
2. Por si acaso. De todas formas, gracias por la información. Buenos días.
1. Buenas tardes.

María Garrido


El móvil del sultán

El sultán Shariar era un hombre cruel y misógino que tenía la costumbre de casarse con una mujer distinta cada día y ordenar decapitarla al día siguiente. Un día se casó con Sherezade, la hija de su visir, quien para apaciguarlo decidió regalarle un móvil.

El sultán estuvo toda la noche hablando por wathsapp con otros sultanes y reyes. Poco antes de que amaneciese Sherezade le dijo que había más aplicaciones en el móvil que le podían interesar pero que, como ya era muy tarde, se las enseñaría al día siguiente.

Entonces, el rey decidió no cortarle la cabeza hasta que conociera el resto de aplicaciones del móvil.

A la noche siguiente, Sherezade le enseñó al sultán a manejar las distintas redes sociales: Twitter, Instagram y Facebook. Poco antes de que amaneciese le dijo que el móvil aún tenía muchas posibilidades, pero que se las enseñaría a la noche siguiente. Debido a ello, el rey decidió mantenerla con vida una vez más.

Después de asistir a varios juicios, nombrar a importantes cargos públicos y ordenar unas cuantas ejecuciones, Shariar volvió a su palacio. Sherezade le explicó entonces como podía encontrar en el móvil distintas páginas web con cuentos. El sultán pasó horas y horas leyendo y, en esto, amaneció. Sherezade le dijo que a la noche siguiente le enseñaría más páginas web similares.

Cuando regresó al palacio a la noche siguiente, Shariar no llamó a Sherezade. Cuando ésta entró en sus aposentos, dispuesta a proporcionarle más direcciones, se encontró al sultán departiendo por el wathsapp con al menos cinco contactos y tres grupos al mismo tiempo. Cuando amaneció, Shariar le dijo a su esposa que podía irse.

Pasaron mil y una noches y el sultán siguió sin despegarse del móvil. Ya no volvió a hacer daño a nadie.

Óscar Fernández


Capítulo inédito de Robinsón Crusoe

Hacía una mañana maravillosa. R.C. llevaba contabilizados cien días desde que el barco en el que viajaba naufragó al chocar contra una roca y pudo llegar a duras penas a nado hasta la playa de una remota isla en el continente americano.
En este corto periodo de tiempo, no vio, ni oyó rastro alguno de vida en la isla. Con las tablas que llegaban a la orilla procedentes del naufragio, se construyó una pequeña choza, por la mañana recogía fruta silvestre y de un río cercano cogía algún pescado.
Esa mañana, divisó en la orilla una botella de plástico con algo dentro, una pequeña caja con un papel de instrucciones para montar el aparato, con una carcasa y una batería. Lo ensambló a toda prisa y nada más terminar, empezó a salir voces del mismo:

-Jazztel movil Adsl 30 mb por 30 euros al mes.
-Orange, fútbol gratis todo el año, 40 euros al mes
-Moviestar + internet, deportes y cine 45 euros al mes.
- !Te llamo y no lo coges ! ¿ Donde andas ?.

- Has devuelto el recibo de RBA.....

Todo el día y toda la noche hablando el aparato. R.C. no pegó ojo, hasta que parece se acabó la pila. Volvió a coger la caja de donde había salido y junto al manual de instrucciones lo metió en la botella, con una indicación !No lo necesito, quiero estar tranquilo! R.C. Y lo devolvió al mar.

Luis Iglesias


Cruce (de líneas, de tareas…)

Suena el móvil mientras paseo por el parque, lo miro: “llamada entrante del infierno”. Deslizo la yema del dedo por la pantalla:

-Sí, dígame.
-¿Venttini, Marcé Venttini?
-Pues sí, ¿Quién eres? tu voz no me suena. ¿Cómo sabes mi último heterónimo, este teléfono no está a ese nombre?
-¿No has visto que te llamo desde el infierno?
-No estoy para “coñas”… las bromas por teléfono ya se han pasado de moda… ¿sabes que se pueden identificar y denunciar?
-¡Identifica, identifica! soy el ayudante 343343 del mismísimo diablo.
-Pero qué dices… ¡ayudante del diablo!... claro que sí, y yo soy el sobrino preferido de San Pedro, ¡no te jode!
-Escucha atentamente Venttini, el otro día detectamos en una conversación que tus secretos son inconfesables, que solo los conocen en el infierno… eso nos dio la pista para contactar contigo, el caso es que hemos repasado por activa y por pasiva la “carpeta de secretos inconfesables” y no aparece la forma de hacerte regresar. Por eso te llamamos.
-Seréis bestias incompetentes… ¿no se te ocurre otra forma de enterarte que llamarme directamente al móvil?
-Mide tus palabras Venttini… hablas con el infierno y…
-Y tú con quien crees que hablas, ¡mula vieja! Llevo 309 años viviendo en esta tierra mandando almas y más almas para que el fuego de ese infierno nunca se apague y ahora vienes tú, 343343, interrumpiendo mi paseo para preguntarme sobre mis secretos inconfesables… ¡”portodoslosdiablos”! que hasta el infierno está echado a perder… Soy el 214702, el 39 adjunto de primer nivel de “nuestrodemoniojefe lucifer”… ¿te enteras?... pero ¿qué está pasando ahí abajo?
-Esto es un desbarajuste, Venttini, el trabajo nos desborda… las almas que llegan lo ensucian todo, lo invaden todo… el “demoniojefe” está pensando crear un infierno del infierno… en el cielo ni se inmutan… viven mirándose el ombligo… los cuatro que quedan ¡claro! A mí me han encargado que te busque como sea… han decidido darte un puesto de gran responsabilidad… ¿Qué te parece, piensas regresar?
-Ahora, precisamente ahora… durante siglos he estado suspirando por volver al infierno y justo cuando he encontrado un taller de escritura que es un filón para poder llevar algo de calidad al averno, me lo interrumpen… bien es cierto que eso de hacer un infierno en el infierno me gusta…
Dile a “lucifer” que me deje rematar unos cuantos temas que tengo pendiente y que en breve puede contar conmigo… ¿El camino sigue igual o ha cambiado el protocolo?
- Un poco deteriorado de tanto trasiego, pero sí es el mismo. Informaré al “diablojefe” de tu decisión, se alegrará… todavía se acuerda de ti, pero poquito…
-Pues entonces te conoceré en el infierno.

(Esto ha sido un sueño o un mal pensamiento o una simple tarea de taller… teléfonos, secretos, ventanas al infierno… cruce de líneas, cruce de tareas)

M. Venttini


Cuentos por teléfono
(Basado en un hecho real ocurrido en 1993.No existían los móviles, ni los euros)

-Diga
-Buenos días. Llamo por lo del anuncio de la venta de la plaza de garaje, que he visto en el periódico. Estoy interesada en comprar una y la zona en la que está la suya me conviene.  ¿Podría verla?
-Sí, claro. Mire, trabajo hasta las 2 de la tarde todos los días. Si le parece, podemos quedar a las 2.30, cuando usted quiera, en el Bar “Sol”, el que está al lado del garaje.
-Perfecto. Mañana me vendría bien; asi que allí nos vemos. Mire, para que me identifique, le comento que soy alta, tengo el pelo largo y llevaré un abrigo rojo.
-De acuerdo, yo estaré a la entrada, en la primera barra. ¡Hasta mañana entonces!

2.30 h. del día siguiente. Bar “Sol”
Entro y me dirijo a la barra dónde solo había un señor con una copa de vino en la mano:

-Buenas tardes, Soy Olivia.
-Buenas tardes. Rafael Ortiz, para servirle. ¿Qué desea tomar?
-Un verdejo, por favor. Es mi aperitivo favorito.
-Pues, no faltaba más.” ¡Un verdejo para la señorita, Julián!

Observo, mientras me sirven el vino, que este señor tiene unos  bonsáis al lado de sus pies..
-¡Vaya! No me había fijado antes, pero ¡ qué bonsáis más bonitos ¡ ¿ Se dedica a cultivarlos?
-Sí, y la verdad que el negocio no va mal. Desde que Felipe González habló de su colección, ha aumentado el número de ventas.
-¡Claro! Y si no es indiscreción, ¿a cuánto los vende?
-A 300 pesetas. Es un buen precio
-Sí, podría interesarme comprarle alguno, lo pensaré
-Bla, bla, bla….
-¡Qué simpática es usted
-¡Y luego dicen que la gente de Valladolid es muy seria…
-Bueno, bueno ya está bien de cháchara. Son casi las 3. ¿Le importa que vayamos a ver la plaza de garaje? Se empieza a hacer tarde..
-¿De qué plaza de garaje me habla, señorita?
-¡Qué bromista, señor! Pues de la que usted anuncia que vende. ¿No hemos quedado para eso?
-Disculpe, señorita pero yo no he quedado con usted, no sé de qué me habla. Yo soy comercial de bonsáis y no vendo plazas de garaje.
-Pero, ¿no hemos hablado por teléfono ayer y hemos quedado aquí?
-Le repito, que yo no sé nada de lo que me habla. Yo estaba aquí tan tranquilo, tomándome un vino, y usted ha llegado, ha venido directamente a saludarme y yo le he seguido la conversación.

En este momento, me doy cuenta del tremendo error  y me ruborizo avergonzada.
-¡Discúlpeme, señor. Siento mucho esta confusión; le explico…

Una hora más tarde, ya en casa: ¡Ring, ring!, suena el  teléfono.

-¡Oiga! ¿Olivia? 
-Si, soy yo, ¿qué desea?
-Soy el propietario de la plaza de garaje de la que hemos hablado. Disculpe, no haya podido acudir a la cita pero me surgió un problema a última hora y no me  fue posible. Si le parece, podemos quedar mañana a la misma hora..
-¡De acuerdo! Y ya le contaré lo que me ha pasado…
-¡Hasta mañana!

Rosa Celia González


Cruce de líneas

-¿Diga?
-¡Cómo has podido hacerme esto!
-¿Perdón?
-¡No vengas ahora con disculpas! Eres un… ¡No te mereces ni que gaste saliva insultándote!
- Disculpa pero…
-¡Qué no me pidas disculpas! No tienes perdón, ¡y con ella, no había otra!
-Te estas equivocando…
-¡Tendrás el valor de negarlo! Os he visto con mis propios ojos.
- Pero es que yo…
-No te atrevas a volver a casa, no quiero volver a verte… jamás.
- ¿Estás llorando?
- 
-¿Estás bien?
-Pero… ¿tú…? ¡oh, no!
-Intentaba decírtelo, has debido de equivocarte de número.
-¡Qué vergüenza! ¡Me quiero morir!
-¡No! No. Mira, lo cierto es que es mejor que hayas equivocado el número, es mejor que no le hayas dado la satisfacción de verte así.
-Ya… discúlpame, por favor. Estaba tan cabreada. No escuchaba nada de lo que decías. En serio, perdón por la escena.
-Lo entiendo. Por desgracia, he pasado por algo parecido… ¿tu prefijo es 923?
-Sí, ¿por qué?
-  ¿Quedamos debajo del reloj para tomarnos un café y hablar en persona?

Leticia Vicente


Teléfono de la esperanza

- Teléfono de la esperanza.
- ¡Ay, hija! Tengo un problemón.
- ¿Qué le ocurre? Cuénteme.
-  Pues verás, ¿te acuerdas de la Engracia? ¿Qué tenía un nieto de muy buen ver? Pues ¡mi nieta! Tú te crees que se ha embobado con él. Y lo peor es que él parece corresponderle.
- ¿Y qué problema hay?
- ¡Que qué problema hay! Anda que estás tú hoy buena. ¡Que es el nieto de la Engracia! ¿no te acuerdas que fue ella la que se puso a bailar con mi Argimiro en la verbena del pueblo y luego con tu Heladio? Si no nos hablamos con ella desde entonces. Y ahora mi nieta se junta con su nieto… ¡ay, hija! ¡pero qué disgusto más grande tengo! Con lo buena chica que es ella.
- Pero, señora ¿usted sabe con quién está hablando?
- ¿Cómo que si sé? Contigo, Esperanza. Mira que eres rara, que porque te tengo aprecio que si no…
-No, señora. Se está equivocando. Este es el teléfono de la esperanza… no soy Esperanza.
-Pues si había buscado el número en la guía… vaya error más tonto, ¿no crees?

Leticia Vicente


La princesa comprometida

-Hola, abuelito. Pero, ¿qué haces aquí?
-He oído que estabas enfermo y he decidido venir a contarte un cuento y seguir con la tradición familiar. Cada vez que uno de mis antepasados ha estado enfermo, el abuelo siempre le ha contado un cuento a su nieto para hacerle más llevadera la convalecencia.
-¡Ah no! Abuelo, eso sí que no. No necesito cuentos. Es muy aburrido, y, además, está pasado de moda. Y conociéndote como te conozco, me imagino el tipo de cuentos que me vas a contar: de esos donde el amor verdadero triunfa, con princesas hermosas y príncipes que vienen a salvarlas cuando están en peligro.
-Bueno ésta es una historia muy actual. Déjame empezarla y verás.

Érase una vez en un país muy cercano y muy similar al nuestro, una mujer llamada Buttercup que estaba enamorada desde hacía años de un compañero de facultad. Éste, Westley, también estaba locamente enamorado de ella y con el tiempo empezaron una bonita historia de amor. Cada deseo de Buttercup era una orden para Westley, quien contestaba a su amada “Como desees, mi princesa”. Cada noche, cuando estaban alejados el uno del otro, se mandaban románticos WhatsApp declarándose su mutuo amor y deseándose “Buenas noches”.
Los dos se querían tanto que decidieron empezar una vida juntos. Westley, muy estudioso, ya había conseguido su título universitario, pero la crisis, le impedía encontrar trabajo. Así que decidió escapar a otro país cercano para encontrar una ocupación que le permitiera conseguir dinero para cumplir el sueño de estar junto a su amada.  Buttercup, sin embargo, no podía emigrar junto a él, pues todavía tenía que aprobar varias asignaturas de la carrera que tenía pendientes y se le habían atragantado.
Se juraron amor eterno. Él prometió que volvería a buscarla. Ella juró que lo esperaría y que nunca amaría a otro hombre. La distancia la superaban con llamadas de teléfono y continuos WhatsApp y mensajes de Facebook.
Un día, dieron en la televisión la noticia de que había habido un gran atentado terrorista en el país vecino en el cual Wetsley había encontrado su trabajo. Al principio, ella no tenía noticias de su amado y, desesperada, lo dio por muerto. Al final del día, Wetsley le escribió un WhatsApp diciéndole: “Amor mío, estoy vivo. Espérame, pues ya queda menos para estar juntos”. Ella esperaba y esperaba mientras estudiaba, pero casi todo el tiempo estaba pegada a su móvil, enviándole mensajes a su amor. Por otro lado, Wetsley trabajaba y trabajaba y, mientras descansaba, cogía su móvil y leía los mensajes de Buttercup a los que contestaba lleno de desesperación.
Llegó un día en que los WhatsApp de ella y las respuestas de él se fueron distanciando. Ella, se sentía aburrida de tanta espera. Quería salir a divertirse un poco con sus amigos. Por su parte, Wetsley, empezó a preguntarse si merecía la pena trabajar de sol a sol para volver a su país lleno de dinero. Eso no era vida. Necesitaba pensar un poco en él, disfrutar de su tiempo. Tenía que tomarse su existencia con más calma. Así que, esa noche, salió a divertirse en una cena de la empresa y conoció a una bella extranjera que casualmente trabajaba en el mismo departamento que él.
Por su parte, Buttercup, conoció a un apuesto funcionario, llamado Humperdinck, con el que esa misma noche empezó a salir sin poder olvidar a su amado Westley. Durante unos días no hubo contacto ni por WhatsApp, ni por Facebook. Ni siquiera, llamadas al móvil. Cuando por fin, uno de los dos retomó el contacto, le comunicó al otro. “Lo siento, no sé si nuestra historia de amor tiene futuro. Los WhatsApp no sustituyen tu ausencia”. Y el otro respondió: “Tienes razón. Será mejor que lo dejemos. Tanta tecla me está matando”.
Tanto Wetsley como Buttercup siguieron sus vidas. De vez en cuando se acuerdan del otro y se preguntan “¿Qué habría pasado si hubiera vuelto a mi país?” “¿Qué habría pasado si yo hubiera esperado?”. Y los dos coinciden: “La distancia, mató nuestro amor”.

-Bueno, dime, ¿Qué te ha parecido la historia?
-Pues… hubiera preferido una con un final feliz.
-Ya. Pero no querías una historia clásica de príncipes y princesas. Esta es más de tu tiempo, ¿no?
-Sí, claro. Abuelito, ¿volverás mañana a contarme otro cuento?
-Si quieres…
-Sí. Aunque esta vez preferiría uno más tradicional.
-Como desees

Toñi Martín del Rey


Conversación telefónica

- eeee, ¿Alejandro?
- Iria soy Maribel.
- Maribel, oye, ¿puedo hablar con Alejandro, solo 5 minutos?
- Pero, ¿Qué pasa?
- Esta tarde, fui a casa de mi padre y oí una conversación y esta Alejandro de protagonista, para comentárselo, como le cuento todo...
- ¿De quienes?
- Maria y Camila. Camila me dijo que Alejandro era gilipoyas.
- Bah, Iria, Alex pasa de esas niñatas, pero decírtelo a ti que sabes que se lo dirás, me parece...
- Ya.
Maribel le pasa el teléfono a Alejandro:
- ¡Dime!
- Camila ha dicho que eres un gilipoyas, delante de mí.
- Bueno -me dijo Alejandro- menuda es, y además metiendo mierda ¡Vamos!

Me despedí de Alejandro.

Iria Costa

3 comentarios:

  1. Ana, te confieso, antes de llegar al final del texto, ya sabía que era tuyo, tiene tu sello con esas metáforas eficaces y los símiles certeros. Me gusta mucho. El hambre y el frío son lo mismo con celular o sin él. Tal vez a Hansel y Gretel los hubieran salvado, o la Cenicienta habría recuperado su calzado antes si hubieran tenido un móvil a la mano, pero el abandono y la pobreza no se solucionan con una llamada, porque no se trata de no poder llamar, sino que se trata de los que no quieren escuchar ni ver. A la niña (a esa y a otras) desde tiempos inmemoriales lo que las mata no es el invierno, sino la indiferencia y el olvido. Muy lindo tu escrito, me declaro fan tuya..

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  2. Sofía:
    “Estoy peor que cuando llamé. Espero sobrevivir.”
    Si nos falla “la esperanza”, nos espera “la dolores”. Bien por la tarea.

    Maritza:
    “De ahí que, cincuenta minutos después, aún se le pueda ver con el oído pegado al auricular, sin animarse a colgar, porque al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde.”
    ¡Cuántas expectativas defraudadas! ¡Cuántos cantos de sirenas que prometen lo que no pueden dar! La esperanza es como ese “gorgorito” final que hace el agua cuando irremediablemente se escapa por el desagüe. Bien por la tarea

    Ana:
    “Una voz sin cara poseyó la nada. "Ahora no puedo atenderte. Ya sabes, después del pitidito deja tu mensaje. En cuanto el jolgorio pase, te devolveré la llamada".
    "Tengo frío" contestó.”
    Suscribo cada una de las palabras que hace Maritza en el comentario y añado genial. Bien por la tarea.

    Dionisio:
    “Segura, lo que se dice segura no lo estoy pero más vale prevenir, o al menos es lo que se desprende de los mensajes con los que nos machacan todo el santo día.”
    Sospecho que lo de la sospecha es complicado, se necesitaría un verdadero tratado. Creo en la intuición. Los medios a veces exageran con los miedos y otras no se ponen los medios para combatir los miedos. Bien por la tarea.


    María Garrido:
    "¿Y se da cuenta ahora? ¿Cuánto tiempo hace que le esperan?
    2. Me parece que más o menos lo mismo que Vds. Pero es que nosotros no le esperamos, eso es problema suyo"
    ¡Cuánta incomunicación! hablamos, hablamos y decimos muchas cosas pero ¿nos enteramos? o ¿solamente nos queremos oír a nosotros mismos?… si nos interesáramos más por lo que dicen los otros cuántos malentendidos evitaríamos. Bien por la tarea.

    Óscar:
    “Pasaron mil y una noches y el sultán siguió sin despegarse del móvil. Ya no volvió a hacer daño a nadie.”
    Mira que bien, el móvil fue su salvación… pero pienso que también la imaginación y las historias pueden alegrar mil y una noches. Bien por la tarea

    Luis:
    “!No lo necesito, quiero estar tranquilo! R.C. Y lo devolvió al mar.”
    Yo de mayor quiero ser como R.C. perderme en una isla desierta y prescindir de móviles e internet, sólo con el sol, el mar, la luna, los árboles… y hasta el cielo, que no al infierno como Venttini… jeje. Bien por la tarea.

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  3. Rosa:
    “-Buenas tardes, Soy Olivia.
    -Buenas tardes. Rafael Ortiz, para servirle. ¿Qué desea tomar?”
    Olivia tenía que ser de “buen parecer” porque sino el Sr. Ortiz le hubiera dicho: “lo siento no la conozco de nada”… de todas maneras sí, es verdad, todavía queda gente amable, pero cada vez menos… Muy bien por la tarea

    Leticia:
    “¿Quedamos debajo del reloj para tomarnos un café y hablar en persona?”
    ¡Qué bonito!... todo puede suceder, de un error las tristezas pueden volverse alegrías… voto para que siempre sea así.
    “Tú te crees que se ha embobado con él. Y lo peor es que él parece corresponderle.”
    Todos necesitamos alguna vez que alguien nos escuche, da igual que nos entiendan o no, lo que importa es no sentirse sol@ con nuestros problemas. Muy bien por la tarea

    Toñi:
    “La distancia, mató nuestro amor”
    La distancia, el tiempo, la realidad… todo lo altera, todo lo cambia, todo lo pasa… la fantasía, los sueños, la ilusión permanecen siempre abiertos generación tras generación, la diosa poesía se encarga de ello. Muy bien por la tarea

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