Pablo Neruda y Federico García Lorca pronunciaron en una ocasión un discurso a dos voces. Así explica el poeta de Granada la cuestión: "Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada
"toreo al alimón" en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos
de la misma capa". Eso es lo propusimos en ambos talleres, escribir de tú a tú en un mismo texto.
La editorial Tragaluz convocó en 2014 el II Concurso de escritura
Tragaluz: Alimón.
Tomamos como referencia la explicación de su web para ilustrar la tarea
que realizaremos de forma conjunta, dos a dos, los participantes de ambos talleres.
“Escribir al alimón, es escribir en conjunto con alguien más. Como
táctica de creación literaria implica que dos personas ponen sus plumas al
servicio de una misma idea. Grandes autores han hecho el ejercicio de escribir
con sus pares y los resultados han sido textos que parecen obra de un “tercer
personaje”. Quizá uno de los mejores ejemplos es el de Honorio Bustos Domecq,
el autor nacido de la escritura al alimón entre dos muy buenos amigos: Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Sabemos que un texto al alimón queda bien cuando no es posible
identificar quién lo escribió, sino que los estilos se combinan para dar origen
a una historia que no sería posible sin dos personas pensando en ella.
Escribir en conjunto es una experiencia que enseña y que saca lo mejor
de cada autor. Inviten a un amigo, a una amiga, al novio o la novia, a un
familiar o a un colega, a quien quieran, para que los acompañe en este
ejercicio creativo. Escribir entre dos, un hombre y una mujer, será un juego
divertido. Desde ya esperamos sus propuestas. Las puertas están abiertas para
que seas el próximo autor de Tragaluz”.
Esta fue la tarea de escritura:
Escribe tres líneas de un poema, un cuento o un microrrelato y piensa
en un posible título para dicho trabajo. Te asignaremos a un compañero del otro
taller que tendrá que continuar tu texto. Él hará lo mismo y tú tendrás que
cerrar la historia que él te plantee.
Es importante ser lo más fiel posible al estilo del texto que tengáis
que continuar, de manera que parezca una sola voz.
Grandes autores han hecho el ejercicio de escribir
con sus pares y los resultados han sido textos que parecen obra de un “tercer
personaje”. Quizá uno de los mejores ejemplos es el de Honorio Bustos Domecq,
el autor nacido de la escritura al alimón entre dos muy buenos amigos: Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Y aquí está el resultado: en primer lugar colgaremos los trabajos titulados e iniciados en Fuenlabrada y continuados en Salamanca. Más adelante colgaremos el resto de trabajos.
Noche en vela
Noche en vela
Surge la luna llena
tras las cumbres desgastadas
de las viejas montañas.
Despierta el pensamiento
con su blanco anochecer,
vela el paisaje
en el cielo de la luz,
donde sueñan las estrellas.
Imagen de nácar
en la cúpula del sueño.
Máximo Rodríguez Rodríguez y Sofía Montero García
Noche de príncipe
- Papá. ¿Por qué entierran hoy una sardina?
- Porque enterrar a una Ballena sería más difícil y costoso.
- ¡Ah… claro!
-Luego en casa te lo cuento más despacio. Átate bien el zapato, que te vas a pisar el cordón.
¡Pero papá, no ves que hoy llevo mocasines y estos no tienen cordones!
- No me haces ni caso, te dije que recortaríamos una sardina y la quemaríamos en el patio del colegio, que para hacer una ballena no había suficiente cartón.
-Cuando lleguemos a casa voy a decir a mamá que siempre me das respuestas tontas y además conduce más despacio que está lloviendo.
Jesús Martínez Armero y Luis Iglesias
El juego
El aprendiz sacó el cuaderno y anotó. Mientras tanto, el resto escuchaba con atención al maestro como una bandada de pájaros embelesados con un canto desconocido.
El aprendiz volvió a pensar. Entonces formuló la pregunta.
-¿Qué ideograma se emplea para representar la palabra “jardín”?
El maestro alzó la mirada.
-Piensa que un jardín necesita tener un jardinero que sea como una madre que cuide y juegue con sus hijos.
Pilar Rodríguez de Tembleque y Óscar Fernández
Final o comienzo
La mañana se despertaba con un gélido tono gris. Damián caminaba despacio perdido en un torbellino de sentimientos. Todo volvía a empezar de nuevo…
Se sentó en una roca del acantilado y se inclinó sobre las aguas que había dejado la marea. Salió el sol pero su rostro se reflejó absolutamente gris. Damián, asustado, tocó el agua. Estaba fría.
Inés Fernández Orellana y Emilia González Fernández
Cita a ciegas
Tres líneas ahora es mucho, pero me lleva a pensar en aquello del grano y el granero.
Mira a ver qué se te ocurre, mi querido compañero.
Principio quieren las cosas. Una gota de agua es poca cosa, pero muchas, forman el mar.
Y en el mar viven sirenas. Yo vi una que me miró, me sonrió y con su sonrisa me hizo soñar.
Eugenio Blázquez Sánchez y Ramón Sánchez Rodríguez
Flores de otoño
Ya estoy muerto. Tan sólo el recuerdo es lo que soy. Estoy muerto, sí, aunque mis ojos glaucos sigan mirando hacia aquella dirección.
Mas la esperanza ilumina los días y sus noches trascurren calmadas. Los recuerdos se buscan en un baile infinito sin pausa. La muerte no es nada, es tan sólo el comienzo de algo, esperar, buscar, encontrar al final del viaje del cosmos… ¡más allá del confín de la nada!
Concepción Rodríguez Dorado y Mª Nieves-C. Martín Magdalena
Imagen crucial
Fue verte y derrumbarse todos mis cimientos
todas las esencias de flores desparramarse,
todos los besos borrados de golpe.
La luz fundirse en negra noche
mi voz muda, guardada.
Teñida de silencio y soledad.
Las lágrimas no filtran la mirada
que se desvía en un porqué sin respuesta.
Nacen los reproches,
mueren los recuerdos
y el fuego que calienta la ilusión
ya es solo ceniza confundida
en la arena de una playa sin nombre.
Manuel Espejo Jurado y M. Venttini
Tú, escritorzuelo, y yo
Matemáticamente imposible.
Dos manos no suman una pluma
Y la tinta de dos almas no puede restarse
Más si las premisas cambiasen
Y dos plumas, en el aliento de una mano bicéfala, volasen
Y dos almas desnudas, sin los grilletes del miedo, se rozasen,
tal vez, la tinta que su fugaz coito engendrase
fuera sangre de unicornio
que en blancas llanuras de aire cabalgase
y el sacramento matemático
sin apenas resistencia, se doblegase.
Irene Aparicio López y Anabel Fuentes
El Silencio de los Peces
Hay tanto ruido, tengo tanto miedo, la vida es tan complicada... Dentro de mí ser se abre un abismo de larga duración, una compleja marea de pensamientos inconexos. Si pudiera saber quien soy de verdad... podría encontrar el camino de vuelta a casa.
La pitonisa, abrió los ojos. Su mirada fue un dedo largo que cerró los labios de aquella señora de cabello rojo, palabras enmarañadas y retina seca. Era una mujer madura que sentada en el punto más extremo de la diagonal del tablero, acudía al misterio. En su bolso había una arenilla de esperanza y un yunque de recelo. Olía a mar.
Resultaba fácil saber qué quería: escobar los temores que amasó en su pupila, escuchar el silencio que vive más allá de los sentidos y deshacer el maleficio del laberinto que no tiene salida.
Con suavidad, levantó el pañuelo de terciopelo negro que cubría la esfera. Lo colocó sobre el mantel de hilo blanco que vestía la camilla. Cuando todo estuvo en equilibrio, la bola rodó sola por la superficie hasta encontrar su sitio: el centro de un cuadrado suave y oscuro que nublaba la circunferencia de hebras lechosas.
El globo de cristal de roca despertó de su letargo.
Dentro había una niña. Tenía el pelo lleno de caracolas color grana. Jugaba en un jardín. Perseguía las pompas de jabón que caían desde un árbol desnudo. Casi todas se deshacían antes de que la chiquilla pudiera alcanzarlas. Cuando sucedía, se paraba un momento minúsculo. En un instante diminuto, la brisa traía un nuevo orfeón de burbujas. Su alegría infantil era una catarata fecunda.
Sin saber cómo, una sombra trepó por el tronco y escondió el cofre de las canicas acuosas. Las ramas se llenaron de capullos. Eran enormes. Desprendían un aroma intenso. El jardín se encogió.
Cuando las flores se secaron, la hierba creció gris y dura; y la pequeña, se convirtió en una vaca de piel carmesí que comía de ese pasto y lo rumiaba.
Llegó la tormenta. La acompañó un aguacero furioso y ciego. La becerra púrpura estaba a punto de ahogarse. El árbol se quebró. Parte de su tronco, cayó cerca de la res. Se aferró a él con la boca, con la cola y con las patas.
La marea subía y bajaba sin ritmo.
Un tsunami la lanzó a una playa. No había hierba. Solo arena y un baúl de madera tan pequeño que apenas se veía. Lo pisó. Al hacerlo, la cerradura cedió y comenzaron a salir notas de colores líquidos. Se elevaban. Se unían. Se separaban. Mezclaban sus tinturas y estallaban. La orilla se sembró con sus cristales rotos. Una enorme ola barrió los vidrios. Otra los devolvió convertidos en una pecera del tamaño de la esfera.
Dentro había una anciana. Tenía el pelo rufo y nadaba. Parecía un pez.
Luego todo desapareció.
La habitación olía a salitre.
Después de un tiempo, imposible decir cuánto, la señora de cabello rojo se puso el abrigo y se levantó. Tenía el cuerpo lleno de lágrimas. La pitonisa la acompañó hasta la puerta. Antes de despedirla le susurró: "Eres la hija y la madre del agua donde nadas"
Mientras la mujer de retinas secas descendía por la escalera, la maga pudo ver como en cada peldaño quedaban restos de hierba gris. El acuario esférico que hasta ese momento dormía en el abismo de un monótono trino seco, bostezaba.
"¡Cuánta caracola de mar encalla en tierra árida!" pensó, y cerró su pecera.
Teresa Amado y Ana Isabel Fariña
Acuérdate
De la voz del arroyuelo
del murmullo de la acequia
del silencio clandestino
del feroz crujir de sus pisadas
del estruendo de nuestra respiración
del aullido de los perros
Tras la huida ganamos libertad
recuperamos futuro
pero perdimos memoria
¿Recuerdas?
Enrique Barragán Sánchez y Paz Mateos Corbella
Muerte de un jilguero
Mami, mami, no canta el jilguero
¿está triste por su ala rota?
Lástima, su alegre trinar no volverá.
Partió el jilguero
madeja de color
destino en vuelo.
Se escapó en una tarde,
en una tarde azul
a los pies de una nube.
Ahora canta en las acequias,
eco rumor del agua,
por las mañanas.
Volverá a visitarte:
que te encuentre dormida,
sonriente en la niebla silenciosa
al llegar el alba
María Luisa Montero Fernández y Fernando de Castro Cardoso
Bosque
Juana vivía en el bosque con sus dos hijas, Ana y María, en una cabaña de madera sin agua ni luz. En esa época era lo normal; no había agua ni luz en la mayor parte de los pueblos y ni Juana ni sus hijas, habían conocido otro modo de vida. A pesar de la precariedad del lugar, vivían tranquilas y contentas; las niñas, aún pequeñas , inundaban todo con su alegría y el lugar era muy agradable, con otras cabañas cercanas que las hacían sentirse seguras. Se despertaban temprano, con los primeros rayos de sol que se colaban en la cabaña, entre algunos desvencijados tablones. El clima era cálido en la isla, aunque en la época de lluvias tenían que ingeniárselas para que el agua no les inundara todo.
Cerca había un hermoso manantial así que no tener agua no era un grave problema.
Juana, viuda hacía unos años, a su marido se lo habían llevado unas calenturas, afrontaba la vida con coraje, decidida a sacar adelante a sus hijas. Detrás de la cabaña tenía un amplio huerto en el que cultivaba todo tipo de legumbres y verduras y con estos productos y las ovejas y gallinas que criaba iban tirando. Todos los jueves, mientras las niñas acudían a la escuela, Juana acudía al mercado del pueblo dónde tenía un humilde puesto de venta y, una pequeña clientela que esperaba siempre la llegada de sus frescos productos.
Aspiraba, lo más pronto posible, a poder mudarse a una casa del pueblo cercano, con más comodidades, dónde sus hijas dispusieran de su propio cuarto y un lugar adecuado para estudiar. Quería que tuvieran un mejor porvenir que el suyo y estaba seguro que lo conseguiría..
Había oído hablar de que la luz eléctrica y el agua corriente no tardarían en llegar al pueblo cercano y eso, pensaba, sí que debía ser la felicidad… Soñaba con ese día todas las noches, imaginándose esa nueva vida y siempre se dormía con una plácida sonrisa…
Mª Josefa de Dios Borrego y Rosa Celia González
Al alba
Hora tras hora, luna tras luna, soleá tras soleá hasta que nace el alba y la luz azul y blanca me roba las palmas, me desarma la memoria y me grita su palabra de verdad.
“Tú ya no estás”
Tu partida ha dejado un vacío irremplazable en mi existencia.
Mis ojos persiguen tu silueta tornada casi imperceptible.
Mis manos aún intentan retener tu marcha sin lograr, siquiera, aferrarte.
Araño mis recuerdos.
La aurora me confirma tu ausencia.
Sin embargo, espero con ansia la llegada del ocaso.
Cierro los ojos. Presencio tu tímido regreso.
Una vez más puedo vivirte entre mis brazos.
Enrique Gamella Rodríguez y Toñi Martín del Rey
Encuentro
que se desvía en un porqué sin respuesta.
Nacen los reproches,
mueren los recuerdos
y el fuego que calienta la ilusión
ya es solo ceniza confundida
en la arena de una playa sin nombre.
Manuel Espejo Jurado y M. Venttini
Tú, escritorzuelo, y yo
Matemáticamente imposible.
Dos manos no suman una pluma
Y la tinta de dos almas no puede restarse
Más si las premisas cambiasen
Y dos plumas, en el aliento de una mano bicéfala, volasen
Y dos almas desnudas, sin los grilletes del miedo, se rozasen,
tal vez, la tinta que su fugaz coito engendrase
fuera sangre de unicornio
que en blancas llanuras de aire cabalgase
y el sacramento matemático
sin apenas resistencia, se doblegase.
Irene Aparicio López y Anabel Fuentes
El Silencio de los Peces
Hay tanto ruido, tengo tanto miedo, la vida es tan complicada... Dentro de mí ser se abre un abismo de larga duración, una compleja marea de pensamientos inconexos. Si pudiera saber quien soy de verdad... podría encontrar el camino de vuelta a casa.
La pitonisa, abrió los ojos. Su mirada fue un dedo largo que cerró los labios de aquella señora de cabello rojo, palabras enmarañadas y retina seca. Era una mujer madura que sentada en el punto más extremo de la diagonal del tablero, acudía al misterio. En su bolso había una arenilla de esperanza y un yunque de recelo. Olía a mar.
Resultaba fácil saber qué quería: escobar los temores que amasó en su pupila, escuchar el silencio que vive más allá de los sentidos y deshacer el maleficio del laberinto que no tiene salida.
Con suavidad, levantó el pañuelo de terciopelo negro que cubría la esfera. Lo colocó sobre el mantel de hilo blanco que vestía la camilla. Cuando todo estuvo en equilibrio, la bola rodó sola por la superficie hasta encontrar su sitio: el centro de un cuadrado suave y oscuro que nublaba la circunferencia de hebras lechosas.
El globo de cristal de roca despertó de su letargo.
Dentro había una niña. Tenía el pelo lleno de caracolas color grana. Jugaba en un jardín. Perseguía las pompas de jabón que caían desde un árbol desnudo. Casi todas se deshacían antes de que la chiquilla pudiera alcanzarlas. Cuando sucedía, se paraba un momento minúsculo. En un instante diminuto, la brisa traía un nuevo orfeón de burbujas. Su alegría infantil era una catarata fecunda.
Sin saber cómo, una sombra trepó por el tronco y escondió el cofre de las canicas acuosas. Las ramas se llenaron de capullos. Eran enormes. Desprendían un aroma intenso. El jardín se encogió.
Cuando las flores se secaron, la hierba creció gris y dura; y la pequeña, se convirtió en una vaca de piel carmesí que comía de ese pasto y lo rumiaba.
Llegó la tormenta. La acompañó un aguacero furioso y ciego. La becerra púrpura estaba a punto de ahogarse. El árbol se quebró. Parte de su tronco, cayó cerca de la res. Se aferró a él con la boca, con la cola y con las patas.
La marea subía y bajaba sin ritmo.
Un tsunami la lanzó a una playa. No había hierba. Solo arena y un baúl de madera tan pequeño que apenas se veía. Lo pisó. Al hacerlo, la cerradura cedió y comenzaron a salir notas de colores líquidos. Se elevaban. Se unían. Se separaban. Mezclaban sus tinturas y estallaban. La orilla se sembró con sus cristales rotos. Una enorme ola barrió los vidrios. Otra los devolvió convertidos en una pecera del tamaño de la esfera.
Dentro había una anciana. Tenía el pelo rufo y nadaba. Parecía un pez.
Luego todo desapareció.
La habitación olía a salitre.
Después de un tiempo, imposible decir cuánto, la señora de cabello rojo se puso el abrigo y se levantó. Tenía el cuerpo lleno de lágrimas. La pitonisa la acompañó hasta la puerta. Antes de despedirla le susurró: "Eres la hija y la madre del agua donde nadas"
Mientras la mujer de retinas secas descendía por la escalera, la maga pudo ver como en cada peldaño quedaban restos de hierba gris. El acuario esférico que hasta ese momento dormía en el abismo de un monótono trino seco, bostezaba.
"¡Cuánta caracola de mar encalla en tierra árida!" pensó, y cerró su pecera.
Teresa Amado y Ana Isabel Fariña
Acuérdate
De la voz del arroyuelo
del murmullo de la acequia
del silencio clandestino
del feroz crujir de sus pisadas
del estruendo de nuestra respiración
del aullido de los perros
Tras la huida ganamos libertad
recuperamos futuro
pero perdimos memoria
¿Recuerdas?
Enrique Barragán Sánchez y Paz Mateos Corbella
Muerte de un jilguero
Mami, mami, no canta el jilguero
¿está triste por su ala rota?
Lástima, su alegre trinar no volverá.
Partió el jilguero
madeja de color
destino en vuelo.
Se escapó en una tarde,
en una tarde azul
a los pies de una nube.
Ahora canta en las acequias,
eco rumor del agua,
por las mañanas.
Volverá a visitarte:
que te encuentre dormida,
sonriente en la niebla silenciosa
al llegar el alba
María Luisa Montero Fernández y Fernando de Castro Cardoso
Bosque
Juana vivía en el bosque con sus dos hijas, Ana y María, en una cabaña de madera sin agua ni luz. En esa época era lo normal; no había agua ni luz en la mayor parte de los pueblos y ni Juana ni sus hijas, habían conocido otro modo de vida. A pesar de la precariedad del lugar, vivían tranquilas y contentas; las niñas, aún pequeñas , inundaban todo con su alegría y el lugar era muy agradable, con otras cabañas cercanas que las hacían sentirse seguras. Se despertaban temprano, con los primeros rayos de sol que se colaban en la cabaña, entre algunos desvencijados tablones. El clima era cálido en la isla, aunque en la época de lluvias tenían que ingeniárselas para que el agua no les inundara todo.
Cerca había un hermoso manantial así que no tener agua no era un grave problema.
Juana, viuda hacía unos años, a su marido se lo habían llevado unas calenturas, afrontaba la vida con coraje, decidida a sacar adelante a sus hijas. Detrás de la cabaña tenía un amplio huerto en el que cultivaba todo tipo de legumbres y verduras y con estos productos y las ovejas y gallinas que criaba iban tirando. Todos los jueves, mientras las niñas acudían a la escuela, Juana acudía al mercado del pueblo dónde tenía un humilde puesto de venta y, una pequeña clientela que esperaba siempre la llegada de sus frescos productos.
Aspiraba, lo más pronto posible, a poder mudarse a una casa del pueblo cercano, con más comodidades, dónde sus hijas dispusieran de su propio cuarto y un lugar adecuado para estudiar. Quería que tuvieran un mejor porvenir que el suyo y estaba seguro que lo conseguiría..
Había oído hablar de que la luz eléctrica y el agua corriente no tardarían en llegar al pueblo cercano y eso, pensaba, sí que debía ser la felicidad… Soñaba con ese día todas las noches, imaginándose esa nueva vida y siempre se dormía con una plácida sonrisa…
Mª Josefa de Dios Borrego y Rosa Celia González
Al alba
Hora tras hora, luna tras luna, soleá tras soleá hasta que nace el alba y la luz azul y blanca me roba las palmas, me desarma la memoria y me grita su palabra de verdad.
“Tú ya no estás”
Tu partida ha dejado un vacío irremplazable en mi existencia.
Mis ojos persiguen tu silueta tornada casi imperceptible.
Mis manos aún intentan retener tu marcha sin lograr, siquiera, aferrarte.
Araño mis recuerdos.
La aurora me confirma tu ausencia.
Sin embargo, espero con ansia la llegada del ocaso.
Cierro los ojos. Presencio tu tímido regreso.
Una vez más puedo vivirte entre mis brazos.
Enrique Gamella Rodríguez y Toñi Martín del Rey
Encuentro
Acabo de coger el metro, no llevo destino premeditado. Me gustaría encontrarme con Adela, amiga de la infancia, de la que tengo muy buenos recuerdos. Era morena.
Como estará mi amiga Adela, ¿habrá cambiado? Era morena. Todavía la recuerdo en mis sueños; su forma de ser. El otro día pasé por el parque donde solíamos jugar después de clase. Y allí estaba. Igual de morena. Hablamos de amigos que tenemos en común y queremos hacer una reunión para revivir los viejos tiempos del pasado.
Leandro Robles García y David Álvarez Sánchez
Atrapado
Camina descalzo hacia el balcón. Todos duermen en esa noche profunda. Pisa con firmeza. La luna creciente brilla con disimulo. Tiene los ojos cerrados pero ve la niebla. El viento está en calma. Él tiembla.
Posa sus manos sobre la barandilla. Está fría. Sus dedos se aferran con fuerza. Las nubes blancas navegan por el cielo. El vaho de su boca se pierde en la oscuridad de la noche. Las estrellas lo observan. Él abre los ojos.
La ciudad resplandece bajo la luz de las farolas. Todo está en silencio. Se sube sobre la barandilla y suspira. Mira por última vez hacia las estrellas, ocultas bajo la niebla. El vacío lo llama. Se imagina que unas alas brotan de los músculos de su espalda.
Ahora es libre. Sonríe.
Sara Montoro Valdaracete y Daniel Ruiz
A voleo
Suelto mis pensamietno
lleguen donde lleguen,
a voleo, los libero.
Al volteo, los maleo,
los agito y los salteo,
en una sartén de abismo
sin red de protección.
Y al jaleo, los recibes,
viajados navegantes
sin orégano ni especia
mis pensamientos libres.
Carolina Escudero Viyuela y Carmen Álvarez
Soledad
Solo, serpenteas siguiendo sinuosa senda.
Solo, susurras soltando sonidos sibilantes.
Solo, saltas sorteando surcos soterrados.
Solo, salpicas salvajes sensaciones sombrías.
Solo, sientes salados silenciosos sollozos.
Solo, suplicas sedosas sulfúricas simbiosis.
Solo, sorprendes solícitas seducidas sábanas.
Solo, sueñas sumisos sacrificiales senos.
Solo, sufres secretos satánicos sudores.
Tamara Carrascosa Lozano y Dionisio Alonso Gutiérrez.
Entre tú y yo
Cayó de rodillas a los pies del arlequín con los brazos en cruz pidiendo a gritos socorro.El arlequín se arrodilló un instante a la altura de sus ojos y le maquilló.
Luego emborronó su propia mueca y sonrió.
Vicente Sánchez Aguirre y Consuelo Vicente Matos (Aronbanda)
Vaina
La mujer caminaba bajo el cielo invernal de Febrero en compañía de reflexiones profundas. De pronto, aquel corredor irrumpió con la fuerza de un destructor y, como una cáscara vacía, continuó su trote indiferente.
Aquella imagen, junto a otras muchas oníricas, golpeaba su entendimiento. La estela del deportista sobre la hojarasca de un impertérrito suelo, la luz inocua de unas nubes sin sol; todo parecía sacado de una película inverosímil y lenta, muy lenta. “Vaina” como una crisálida, mitad mujer y mitad insecto, yacía envuelta en un estuche que la naturaleza había preparado con suma perfección. ¿Sería aquél misterioso corredor el señor de las crisálidas? Quizá nunca alcanzaría una respuesta. Miles de plumillas minúsculas seguían adhiriéndose a las paredes de aquel envoltorio que palpitaba levemente al ritmo de su respiración entrecortada. Un sobrecogedor escalofrío zahirió sus terminaciones nerviosas para acabar en un tenue parpadeo y con los ojos bien abiertos. Todo se volvió esclarecedor por un instante. Le esperaba una muerte dulce, eclosionar de aquella “Vaina” para volver a nacer, en algún parque de Febrero, en mitad de ninguna parte.
Rosa Márquez Navarro y Chema García
El desorden de la prisa
Agarro mi mochila atropelladamente. La cierro y espero no dejarme nada. Sólo puedo desearlo, porque no tengo tiempo.
Salgo corriendo con los pantalones aún desabrochados.
No llevo el móvil en el bolsillo. Va a estar vibrando todo el día hasta morir.
Ruedo como una bola con pelos, no se hacia dónde.
Siento que me he dejado la cabeza en alguna parte.
Tengo dos minutos, un ascensor colgado y sesenta escaleras. Las subo de dos en dos.
Al entrar, como había dejado la ventana abierta, las hojas se han esparcido por el cuarto, la tinta se ha derramado
y van entrado palomas a lanzar dardos al blanco.
Rebeca Magán y Antonia Oliva
Mi ciudad y la tuya
Fuenlabrada con tantos sabores de otras tierras, abanico multicolor de costumbres, alegre, abierta a la diversidad, creativa.
Sí, las ciudades, como las personas, mienten. Venden al mundo una cara fresca y bien lavada para que las visiten y, de ser posible, se queden a vivir aunque sea solo por un tiempo. Siempre que sea para contribuir a la economía, claro. La capital lo tiene fácil con sus fuentes, museos y aires cosmopolitas. Los estudiantes de intercambio sueñan con perderse en sus calles.
“Madrid, ah, Madrid”, se dicen y apenas perciben el rumor de aguas escondido en su nombre, tan nubladas están sus mentes con imágenes de paseos por el Retiro. ¿Qué pensarán al oír “Fuenlabrada”? A falta de otras imágenes, acaso imaginarán solo dura piedra tallada. Por eso en el anuncio del piso siempre incluyo esas líneas de mi propia cosecha para convencerles de que Fuenlabrada los acogerá en su pequeño crisol de razas.
Un par de días después de publicar el anuncio recibí tres correos de estudiantes interesadas en alquilar el piso. Una me ha preguntado por el servicio de calefacción. Ya quiero ver qué cara pone cuando descubra que sí, hay calefacción, pero no agua caliente. Otra quiere saber cuán lejos está Fuenlabrada del Prado… Mi niña, que perdida estás. La tercera hace muchas preguntas inteligentes y pretende que baje el precio. Por lo visto es la única que se entera, así que, sin duda, a esa no se lo voy a alquilar. En cuanto a las otras, que vengan, vean y aprendan.
Fuenlabrada con sus muchos sinsabores, abanico multicolor de malas costumbres, desdichada, encerrada en sí misma, ignorada. Mi ciudad.
Mª Ángeles Díaz González e Ismarie Díaz Flores
Luna y las estrellas
Cada noche me esperas mirando las estrellas y la luna a través de esa ventana del dormitorio. Yo siempre me pregunto a quién miras, si a ella o a tus sueños perdidos. O simplemente, ¿al vacío de la noche? ¿Al tiempo que no volverá?
¿Al sentimiento perdido oculto en las estrellas?
La luna y las estrellas.
Fue una noche de amor eterno.
Ese sentimiento de amor que aún perdura.
Marta Moreno Domínguez e Iria Costa
Cítricos
Al alimón y a la naranja,
al pomelo y… ¡vale ya de frutas!
Vida ácida que escuece en las heridas.
Ardor sobre carne viva.
Y, pese a todo: dulzor de mandarina
Coqueta fragancia de bergamota
Indefinible agridulce de uchuva
Amargo frescor de agraz.
¡Vale ya de frutas!
Dulceamarga, cáustica
Avinagrada, aceda, acidulada.
Savia cítrica que ennoblece la vida.
Ana María Matesanz de Francisco y Maritza García Toro
A media voz
Junto a tu voz, la mía. Y entre los dos, Castilla,
cobertor de tomillo, jaras y espigas.
Caudales dibujados con nieve derretida,
al azar caprichoso de sus montañas vivas.
Por viento, un sonoro lamento gaditano
que al ver las mieles de su locura derretidas,
campos de trigales recorre por Castilla
para poder acariciar tu voz de bandida
junto a la mía.
Lidia González de la Fuente y Cristina de Miguel Martínez
Mar sin memoria
Se limitó a abrir la ventana. No era una necesidad imperiosa lo que sentía. Simplemente era el ahogo en su memoria por aquellos textos inacabados sobre sus mares rotos.
Un viento frío del nordeste le recordó el último temporal, cuando las olas de los celos se encresparon y azotaron con fuerza el corazón. Un mar de dudas fue aquel poema que comenzó con música de endecasílabo y acabó en pie quebrado.
Cada recuerdo es un mar aunque también hay mares sin memoria.
Tino González Vega y Marcos Alonso Iglesias
El último sueño
Me llamo Felipe. Soy el espinosaurius más pequeño del valle. Hoy es un día especial. Celebramos la fiesta de la Primavera y tengo que presentarme correctamente acicalado para la ocasión.
Eusebia es enorme y no sabe que existo pero hoy cambiará todo, se ha emocionado con la corona de flores que le he dejado esta mañana en la entrada de la cueva central. El Gran Mago me ha asegurado que en cuanto se la ponga para la fiesta de esta noche, caerá rendida a mis pies.
Mª Gema García Martínez y Andrés Santos
A Rubén Darío
Y quedó sellado en “Grandes escritores”
tu poesía intemporal
y tu marea de letras.
Brindo por las largas horas
en las que he olvidado
mi pesar gracias a tus versos.
Mª Gema García Martínez y Andrés Santos
Romper el hechizo
En la luz de su boca
vive
un secreto sin herida,
el regalo
de respuestas
sin frontera.
En el mar de sus ojos
muere
un suspiro sin válvula
el sueño
de una noche
sin promesas.
En la mies de sus manos
brilla
un poema sin palabras
el fruto
de una tierra
sin cosecha.
En el vals de su alma
crece
una flor sin sombra,
un hechizo
hecho trizas
sin respuesta.
Mari José Palacios y Raúl Vacas
Tarea de escritura conjunta entre los miembros del Taller de Escritura Creativa de la Casa de las Conchas (Salamanca) y del Centro Cultural Tomás y Valiente (Fuenlabrada)
Cristal de sueños
Espejos de cielo
iluminan la mirada
en el balcón de los recuerdos.
Años de dura lucha
corazones palpitando
añoranzas que se fueron.
Cuando volvimos a vernos
lo comprendí,
solo nos queda
vida que vivir.
Sofía Montero García y Máximo Rodríguez Rodríguez.
Días de viento y lluvia
Disfruto los días que amanece lloviendo.
Después de desayunar tranquilamente, cojo la cámara de fotos y me acerco al centro de la ciudad. Por la zona de la catedral, el viento y el frío suele aumentar considerablemente y allí se producen las mejores fotos. Es la lucha del ser humano contra los elementos.
El otro año me premiaron una foto digna de ver, una instantánea preciosa, llovía a mas no poder, y capté a una mujer sujetando el paraguas completamente dado la vuelta con una mano, la otra mano sujetaba la falda como podía, todo reflejado en un charco enorme en el que había perdido un zapato en una alcantarilla. ¡Qué foto!
Llegué a casa, cargado de ilusión cono siempre, mi cámara y yo. Abrí el cajón del aparador y la coloqué en su sitio, entre algodones.
Iba a hacer la comida, me di cuenta de que había un mensaje en el contestador telefónico. ¡Qué raro! ¿Quién sería?
No me acordaba ni dónde estaba la tecla para oírlo. ¡Aquí, ya está!
- Estimado Señor Iglesias, le llamamos del Ayuntamiento. Soy el Delegado de Cultura. Este año para las Fiestas, queremos hacer un concurso de fotografía. Me han enseñado una foto magnífica que hizo usted, la que mereció un premio.
Nos gustaría poner su foto en la carátula del concurso. Cuando tenga un rato pase por el Ayuntamiento, primera planta, pregunte por Martínez. Un saludo.
Me emocioné tanto que se me saltaron las lágrimas. Abrí el cajón y me la quedé mirando.
Luis Iglesias y Jesús Martínez Armero.
El maletín
Después de acudir al entierro de su padre Rafael visitó la ahora vacía casa de sus padres.
Le sorprendió el desorden que reinaba en el hogar, pero le sorprendió más encontrarse un maletín lleno de dinero debajo de la cama de matrimonio.
Después de acudir al entierro de su padre Rafael visitó la ahora vacía casa de sus padres.
Le sorprendió el desorden que reinaba en el hogar, pero le sorprendió más encontrarse un maletín lleno de dinero debajo de la cama de matrimonio
Billetes Republicanos. Cientos de papeles con el rostro impreso de una mujer. Mira de frente con el gesto calmado y la frente despejada. Cientos de rostros que miraban a Rafael al unísono.
No pudo cuantificar el dinero que había allí, y menos aún hacer la conversión a la moneda actual.
Sacó todo los billetes. En el fondo del maletín, encontró un carnet con el nombre de su padre. 1937. Burgos. Volvió a leer. Burgos, 1937. Zona nacional. Rafael guardó uno de los billetes y cerró el maletín bajo llave.
Óscar Fernández y Pilar Rodríguez de Tembleque
Concesionario
Mi coche está pidiendo que lo jubile. Entro en una de las grandes casas de esas criaturas metálicas que brillan como demonios. Un joven atractivo me atendió ¿Teníamos que hablar de vehículos?
Matías que así se llamaba el vendedor, se prestó a contarme todas las ventajas que conseguiría con mi compra. Con un dulce acento argentino me explicaba detalladamente los extras del automóvil y hasta los “plus” que quería incluirme en cada uno de ellos me sonaban a gloria. Después de media hora de charla, no tenía muy claro si quería un nuevo coche o llevarme a aquel susurrador de poesía conmigo. Quedé en pasarme en un par de días, tenía que consultarlo con mi marido le dije, algo que lógicamente no haría.
Al final lo que se planteaba como una aburrida tarde, se había convertido en una divertida “cita”. De ilusión también se vive.
Emilia González Fernández e Inés Fernández Orellana.
Por techo el cielo, por cama el suelo
Con una maleta vieja casi vacía de objetos, pero llena de ilusiones, caminó por el desierto.
Atrás dejaba el ruido de las metralletas, la persecución y … los seres queridos.
Le acompañaba por el día un sol abrasador y por la noche una posada sin puertas, que tenía por techo el cielo y por cama el suelo.
Con los ojos cerrados, Samir miraba su cielo de espejos rotos. Llegó exhausto, aquella debería ser la última duna, gateó por ella, esperaba el paraíso y ...
Ramón Sánchez Rodríguez y Eugenio Blázquez Sánchez.
Desasosiego
Siempre corriendo con prisa acelerada. Su existencia desconoce significados como: calma, sosiego, quietud, tranquilidad, pausa, descanso, serenidad… Mientras soy observador de esa carrera alocada, siempre me hago la misma pregunta, ¿en busca de algo o huyendo de qué?
Ella ama la libertad y yo la intento cautivar pensándola a mi manera. Y me canso y ella sigue igual: mi existencia.
Mª Nieves-C. Martín Magdalena y Mª Gema García Martínez.
Perdido, olvidado
Acurrucado bajo la encina pregunté a las ramas
por qué la lluvia secó mis ojos.
Un verderón solitario me contestó con un suspiro y voló.
Voló sí, para aumentar mi tristeza y…
su ausencia que aún dolía en el alma;
El corazón se aquejaba y dejaba abrazar
por los aromas del campo,
por la luz vespertina y acaramelada
por su voz rota en el silencio
y la mirada perdida en otro camino,
en otra senda por la que nunca transité,
en otro espacio donde tú, ya no existías.
M. Venttini y Manuel Espejo Jurado.
Endecha
Es mi dolor tan grande porque el tuyo, mi bien, no cesa. Porque te veo bailar entre heridas muertas. Porque no encuentro melodías que te alejen de esa eterna Galilea. Alas de cuervo te cobijan.
Son mis pasos tan lentos porque los tuyos, mi niña, están llenos de cadenas. Porque tu esperanza esta presa. Porque no encuentro la clave que disipe el humo que de tu cama hizo trinchera.
Alas de cuervo te cobijan.
Los cuervos levantaron el vuelo y se alejaron abandonando el graznido lúgubre y entonando un canto nuevo porque el día apuntaba radiante sobre los montes azulados que todavía guardaban el brillo de las estrellas.
La niña saltó de la cama y se calzó las sandalias rojas que auguraban un largo y dichoso verano. Corrió a desayunar bajo la parra, la rodaja de pan con miel brillaba dulce y sabrosa, los amigos bajaron la calle corriendo con sus bicis hasta pararse delante de la casa pero la niña no hizo caso de sus llamadas y buscó en su cuarto el libro que quedó abandonado sobre la mesilla la noche anterior.
La cueva de Aladino guardaba los tesoros de Simbad, la puerta de Alicia, los zapatos de Cenicienta y el lobo de Caperucita. Sin duda habían empezado las vacaciones.
Ana Isabel Fariña y Teresa Amado.
Alfileres en la mano
Suaves al tacto redondo y plateado,
fresco metal y cosquillas
Si aprieto fuerte sangre fácil.
Delgados y punzantes como dardos
aguijón que causa mil heridas,
cuando te desprendas de la trémula mano,
¿te hundirás discreto en el barro,
o acaso arrancarás la espina?
Paz Mateos Corbella y Enrique Barragán Sánchez.
Abismo
He acercado a tu voz,
recién nacida,
la mirada abisal en donde sueño,
en donde sueño siempre.
Sueño, sí,
despierto, dormido
sueño siempre, sueño y…
tu voz creo oír
no entrecortada, sino firme
una voz que me llega
¡ánimo, ánimo!
No desfallezcas
y tu voz, me despierta.
Fernando de Castro Cardoso y María Luisa Montero Fernández.
¿Viaje?
Rodrigo y Álvaro llevaban muchos años ahorrando para llevar a cabo ese viaje soñado que ahora iba, por fin a materializarse. Tenían todo preparado, ya solo faltaban tres semanas pero, no sabían por qué, se sentían nerviosos e inquietos, con el presentimiento de que algo iba a impedírselo. Rodrigo y Álvaro soñaban con ir al Caribe para poder disfrutar de la playa, el aire, el sol, el mar, la gastronomía y visitar todas las islas.
Cuando ya tenían los billetes de avión, una noche su padre se puso muy enfermo. Lo ingresaron, no sabían qué tenía. Le hicieron pruebas y le detectaron un cáncer de páncreas, le dijeron que viviría como máximo un mes.
A ellos, al oír esto, se les vinieron los sueños abajo.
Rosa Celia González y Mª Josefa de Dios Borrego.
Volvió para quedarse
Eran las cuatro de la madrugada de una noche invernal. Sonó el teléfono. Ramiro no quería levantarse de la cama. Hacía frío y la calefacción llevaba estropeada ya una semana. Ante la insistencia del timbre telefónico, abandonó su lecho y levantó el auricular: “¿Si?” Una voz al otro lado susurró: “Ya está aquí”.
¡Ya está aquí! respondió Ramiro con la mirada perdida en un rincón de su memoria. Colgó el auricular con un ademán mecánico mientras empezaba a dibujar unos ojos y unos labios en aquel rincón vacío que comenzaba a tener vida. Cuando completó aquel retrato su sombra se despegó del cuerpo muerto de Ramiro, se acercó despacio al teléfono para marcar sin ganas y al sentir que descolgaban al otro lado del hilo decir: “Ya estoy aquí. Y he vuelto para quedarme”
Toñi Martín del Rey y Enrique Gamella Rodríguez.
Tiempo atrás
Cojo el metro en Sol. Cuando estoy en la taquilla me encuentro con un amigo que trabaja en esta misma estación, mientras espero a que llegue el tren recordamos buenos momentos vividos tiempo atrás. Hablamos deprisa queriendo hacer del tiempo un espacio más largo, mientras el tren se acerca.
Hola David, acabo de encontrarte en la Puerta del Sol, me has parecido una persona extraordinaria. Es maravilloso descubrirte, después de tanto tiempo transcurrido. Hablamos de cosas de hoy, como si fueran de ayer. Con una gran sonrisa, y lo importante, el fuerte abrazo, que hizo que pasaran varios trenes.
David Álvarez Sánchez y Leandro Robles García.
La travesía
El sol brillaba con tanta fuerza que le hería los ojos y le abrasaba la piel. No podía más. Caminó a duras a penas a través de aquellas cavidades de roca oscura y se derrumbó sobre el suelo. Estaba exhausta.
Observó el corte del brazo derecho con atención. No parecía profundo, pero cada vez que una gota de sudor lo surcaba sentía un escozor insufrible. Se echó un poco de agua para limpiar la sangre y se puso en pie. Podría aguantar el dolor.
Se acercó al borde del precipicio recogiéndose el cabello. Ante ella se extendía un enorme y rocoso desierto. Pero no se iba a dar por vencida... Ella nunca se daba por vencida.
Gritó con el deseo de librarse del cansancio y que las fuerzas volvieran a su escuchimizado cuerpo. No tuvo suerte.
Suspiró resignada y comenzó su descenso por aquel enorme precipicio.
Nunca hubiera imaginado que en la tierra hubiese algo más que cuevas, así que cuando supo de aquel misterio que todos porfiaban por ocultar, no dudó en abandonar su triste vida y lanzarse a una nueva.
Con esos pensamientos continuó bajando más segura de sí misma. Hasta que lo vió. Era muy pequeño y tenía algo en la espalda. ¿Con qué clase de seres compartía planeta?
Sin mover un solo músculo lo examinó con detenimiento. Flotaba en el aire. ¿¿Cómo podía ser aquello?
Lentamente la boca del personaje se abrió. No pudo por más que cerrar los ojos. Quiso resistir pero le fue imposible.
Se encontraba mucho mejor. Ya no le dolía nada. Abrió los ojos pero todo estaba oscuro, como en la cueva.¡ No podía ser! ¿tanto esfuerzo para nada?
Pero lo volvió a ver. Allí estaba otra vez aquel ser. La miraba con profundos ojos que parecían leer su alma. Apartó la vista y prestó mayor atención a la oscuridad. A lo lejos aparecían unos puntos blancos que le resultaron de lo más extraño.
Todo era diferente pero estaba dispuesta a descubrir su nueva vida. Ahora sabía que después de aquello nunca podía darse por vencida.
Daniel Ruiz y Sara Montoro Valdaracete.
Valentina
Tiene el balcón lleno de flores. No hay invierno en su mirada
Antes de que la escarcha fuera agria, hizo de sus manos tijeras y podó, uno a uno, los muebles de su casa
Fue la Noche de San Juan. La tierra se hizo lava. Entre sus cenizas anidó la savia, en la muerte de su pecho revivió un sonido. El sonido rítmico de la sangre.
Sus pulmones se expandieron de golpe, en el cénit del noveno salto sobre la hoguera.
La sal del mar deshizo el rencor que se aovillaba en su regazo, lloró y lo devolvió a las aguas.
Después volvió a esa casa vacía y recogió la única pertenencia que quedaba: una maleta de cuero, marrón, rectangular.
En el asa que su mano sujetó con firmeza había además una etiqueta en la que se leía un nombre, Valentina.
La tinta estaba fresca.
Aquella maleta era el esqueleto de una nueva identidad.
Hoy, un chal en el que se entremezclan el violeta y el azul reposa sobre piel, aún, desnuda.
Hoy, tiene el balcón lleno de flores. No hay invierno en su mirada.
Anabel Fuentes e Irene Aparicio López.
Warning
Aviso a navegantes:
habrá un próximo derribo;
agárrense las promesas.
Hay moros en la costa
piratas en el Caribe,
vigilados estamos
¿dónde darán que no duela?
Seremos creyentes pero no ciegos
para no verlo,
fingiremos sordera
para no oírlo,
viviremos mejor sin saberlo.
La ignorancia
da tranquilidad a los necios
que ausentes de todo,
llevan vida de contento.
Carmen Álvarez y Carolina Escudero Viyuela.
Charcos
El carámbano oculta el agua en las roderas del camino. Un grupo de niños sale corriendo de una iglesia cercana. La catequesis ha acabado en esa tarde fría y dominical de invierno. Pese a ello, estoy sentado en el banco de la plaza y observo a esos niños que, insensibles a los aguijones del gélido viento, juegan, aprovechando la escasa media hora de luz que queda.
Sigo esperando, como cada tarde, a que aparezcas doblando la calle y, juntos, vayamos a tomar el café. Escucharte, admirar tu sonrisa. Yo juego con tus dedos clandestinamente y tú me sonríes cómplice.
Sigo esperando ese café, que ya no llegará jamás. Ahora, solo un recuerdo inmortalizado, como los charcos helados en esta tarde fría de invierno.
Dionisio Alonso Gutiérrez y Tamara Carrascosa Lozano.
La maleta
Cuando llegó a su nuevo destino dudó si abrir aquella maleta, no quería desenterrar su pasado.
Decidió tirarla al mar, allí en la isla.
Pasaron los días pero aquella maleta no dejaba de aparecer una y otra vez en sus sueños. Se preguntaba ni no habría vuelto a equivocarse una vez más.
En una noche de insomnio se dirigió al lugar donde la había arrojado, y allí estaba en la orilla devuelta por las olas. Con paso vacilante y tembloroso se dirigió hacia ella, y aunque dudó decidió abrirla. Unas lágrimas acompañadas de una ligera sonrisa aparecieron en su rostro.
Al abrirla observó que no sólo entonces había tirado su antiguo pasado. Con él también arrojó sus nuevos sueños e ilusiones ahora recuperados.
Consuelo Vicente Matos (Aronbanda) y Vicente Sánchez Aguirre.
La regla
Siempre existe una primera vez, salvo en aquella tarde que se convirtió en la excepción para que se cumpliese la regla.
Fue un año especial. Fue el año que nevó en Abril. Nevó en Abril y todo cambió. Nadie encontró el primer síntoma, tampoco explicar si el cambio fue sutil o repentino. Lo que sí pudieron comprobar los habitantes de Hiroshima aquel Agosto de 1945 es que aquel año fue diferente. ¿Será porque nevó en Abril?
Chema García y Rosa Márquez Navarro.
Lamari
—Te cambio el anillo por una piedra auténtica de Lanzarote y te regalo esta crema de tamaño familiar del mar muerto
—O si prefieres, te mejoro la suerte con un espejo roto
—¡Míra aquí, cómpramelo! es un perro muy mono que si le tiras del rabo, salta por las ramas.
Antonia Oliva (Para Rebeca Magán)
Amor tras la puerta
Domingo de modorra. Las mantas atrapan como arenas movedizas. En los cristales de la ventana se acumula el vaho de la mañana, afuera llueve. Suena el telefonillo. Lo ignora. No espera a nadie.
Seguro que se han equivocado. Cierra los ojos, pero vuelve a sonar el telefonillo. Quería que el sonido de la lluvia fuera más fuerte que el del timbre. Se tapa la cabeza con las mantas refugiándose en su cueva. Ahí está sola con su oscuridad y su silencio. Afuera la vida puede esperar. Ella ya la ha esperado demasiado.
Le parece sentir una suave presión sobre un hombro. No, es su imaginación amodorrada. Vuelve a sentirlo, ahora con un leve zarandeo y la manta le libera la cabeza,
La luz que se filtra por las rendijas de la persiana apenas le muestra el rostro sonriente de él.
-¡Feliz cumpleaños, dormilona!
Tendrá que salir de la cueva y celebrar su vida un año más.
Maritza García Toro y Ana María Matesanz de Francisco.
La biblioteca
Llena de libros estuvo siempre. Libros antiguos, modernos algunos ya en el depósito. Muchos estuvieron olvidados, y algunos se fueron sacando para leer de vez en cuando.
Yo era usuaria causal, todos los Lunes asistía y prestaba algún libro o revistas. Fue en ese momento, cuando me di cuenta que la lectura era mi gran pasión. Me sentaba siempre en el mismo sitio 3-4 libros de mi mano. Y entonces se me cruzaron aquellos intensos ojos azules que me cautivaron...
Eran azules como el mar, el mar que se encuentra en la lejanía y se une al sol en el ocaso.
Siempre vuelves para verlo como si fuera algo trayente, yo lo llamo mágico.
Cuando pasó por mi lado se me cayó el libro al suelo, él muy amablemente me lo devolvió y yo como una idiota sólo se me ocurrió decirle que me recordaba a los príncipes de los cuentos y películas infantiles.
Tan guapo, tan gallardo y con esos ojos azules, porque hay que recordar que todos los príncipes tienen los ojos azules, por lo menos los de mi tiempo. Un tiempo olvidado por los videojuegos y los ordenadores.
El se echó a reír y dijo: Me han dicho muchas cosas pero nunca que me parecía a un príncipe de cuento. De ahora en adelante lo tendré en cuenta e iré salvando a princesas en apuros, como tú.
Inclinó la cabeza y prosiguió su camino, pero siempre recordaré esos ojos cautivadores que busco en cada novela romántica que devoro con pasión.
Porque hoy soy una lectora nata. Devoro libros, los días y las noches desaparecen.
En cada libro busco mi alma, mi corazón, mi pasión, mi perdón, mi odio y mi deseo de paz y esperanza.
Cuando me pongo triste siempre leo El camino de Delibes. Cuando estoy enamorada Alicia en el país de las maravillas y cuando odio alguna trilogía de vampiros con mucha sangre.
Leo todo lo que cae en mis manos, da igual el estilo. Lo que tiene más mérito es la historia, ya que sin ella, el mundo se quedaría en el olvido. Las luchas entre hermanos y que hubo guerras que duraron muchos, muchos años.
Es una llamada de atención a esos jóvenes que han nacido en la era de los móviles y la tecnología. Aunque mi deseo es que ellos nunca lo vivan, que sólo lo vean en la televisión.
Iria Costa y Marta Moreno Domínguez.
Lo justo
Apenas despertar, sintió la punzada en el estómago. En la gaveta de la mesita de noche guardaba la lista de las tareas por hacer. Más que una lista parecía un manual de instrucciones, escrito por otra persona que no era ella misma y para otra persona que tampoco era ella. Un procedimiento justo y necesario, como se dice maquinalmente en misa: le habían regalado un día más.
Todos los días son regalos y es maravilloso el despertar a la vida, con sus luces y sus sombras, pero vida.
Lo hay en los que quisiera salir corriendo, aburridos, tristes, atareados, pero en su mayoría son alegres, afortunados.
En su lista de quehaceres está lo obligado, el trabajo, responsabilidades y también lo de su cosecha, sus preferencias, sus gustos. La música, el arte, leer, escribir, salir y su lista sería sin fin, en su procedimiento justo y necesario.
Ismarie Díaz Flores y Mª Ángeles Díaz González.
Lejano amor
El soplo del viento se llevó tu amor,
lo arrastró a un cortado infinito,
atraído por una mezcla de verdor,
crecido en los árboles de tu corazón.
Las hojas dejaron su infinita estela.
Diáfanas caricias quebrando el vacío
espirales al unísono,
tú y yo.
¡Refléjate en el río!
Recuérdame en silencio,
vuélvete brisa.
Apacigua el alma y la pluma
amor lejano.
Amor de dos.
Cristina de Miguel Martínez y Lidia González de la Fuente.
Agenda
10 empiezo a sentir
12 no puedo comer
15 me he olvidado de quién eres
17 paseo por el parque sin saber por qué.
19 me dirijo a un banco y espero
20 no hay nadie
21 no cenarás conmigo pero no importa
22 se está muy bien solo
23 mi cama es más grande sin ti. No te necesito.
24 Lloro. Te echo de menos.
Andrés Santos y Lourdes Melchor del Águila
Última cena
Estábamos cenando, nos miramos y sonreí, sin embargo puso una cara extraña y empezó a toser. Antes de que pudiera reaccionar y llamar por teléfono a urgencias, se murió. Se quedó allí, tieso, con la comida en la boca, prometiendo que ese verano visitaríamos Tierra Santa. ¡Era tan católico! Ojalá el deseo de recorrer tan emocionante destino le sirviera para hacer méritos a ojos celestiales y sumar puntos a su favor en el dulce tránsito, tan doloroso en sí.
A mí, después de pasar diez años, me persigue la imagen de Fermín con la tortilla entre los labios.
Maite Ortega y Margarita Fernández Zuñiga.
Títulos de crédito
Nunca más supe de ella. Apareció un instante en la escena final, entre los curiosos que miraban la escena del crimen. Con el fundido en negro desapareció.
Han pasado treinta años. La sala- aquel esplendoroso Cine Shamghái- hoy da sus últimos estertores. Pronto pasará a ser templo de consumo de alguna multinacional francesa.
Yo aguantaré estoicamente los últimos meses hasta mi jubilación, esperando poder reponer en breve aquella espléndia película. Tal vez ese día, tras los cientos de metros de cinta que han pasado por mis manos a lo largo de todos estos años, pueda descubrir por fin el secreto de: “MEI LING, LA ESCLAVA DEL ARROZAL“.
Marcos Alonso Iglesias y Tino González Vega.
Pleamar
Te busco en la otra orilla,
sobre el horizonte
pero tu voz no me alcanza.
Camino por tu ciudad
con pasos invisibles
pero sigues demasiado lejos.
Te llamo en sueños,
sin pisar las grietas
pero eres piedra sin memoria.
Te busco en cada verso ,
entre las letras del abismo
pero tu abrazo ya no me espera.
Mi última frontera
será tu silencio.
Raúl Vacas y María José Palacios
No podía faltar un comentario a esta extraordinaria sesión al alimón:
ResponderEliminarDos talleres de escritura creativa, dos ciudades, dos personas, dos inquietudes, dos sensaciones, dos sentimientos… todo unido en unos textos memorables ¿por qué no?, encomiables ¡claro que sí! admirables ¡por supuesto! Mi reconocimiento al espíritu libre y creativo. Mi reconocimiento a Raúl Vacas nuestro Poeta y Maestro. Mi reconocimiento a todos los participantes.