Literatura Infantil y Juvenil

La sesión del lunes pasado la dedicamos a la Literatura Infantil y Juvenil aunque nos centramos, principalmente, en el álbum ilustrado.
Hicimos un recorrido por numerosos libros y álbumes ilustrados pero centramos nuestra atención en los libros "Días con Sapo y Sepo" de Arnold Lobel y el libro "27 historias para tomar la sopa" de Ursula Wölfel


Arnold Lobel, autor del libro, explica cómo pasó de ilustrar a otros autores a tratar de escribir lo que él sentía, recordaba y pensaba como adulto:

“Me di cuenta de que no había ninguna razón por la que dejar de escribir para niños y comencé a escribir más sobre mis propios sentimientos. Creo que así fue como surgieron Sapo y Sepo. Fue la primera vez que miré hacia mi interior. Es una cosa bastante esquizofrénica. Me preocupaba al escribir que fuera una historia propia de niños, pero al mismo tiempo era consciente de que todas las cosas que sucedieran en ella fueran muy personales para mí y tuvieran resonancias en mi propia vida. No creo que eso me pasara antes. Creo que posiblemente fue porque mis hijos estaban creciendo y tenía más tiempo para ser introspectivo y estudiar el trabajo de otros artistas que me gustaban. Y me di cuenta de que faltaba calidad en mi propio trabajo. Les digo a los grupos con los que hablo que probablemente no haya nada más importante que ser capaz de crear un libro para niños y que al mismo tiempo también lo sea para los adultos, que sea una autoexpresión, que no se haga solo para entretener a los niños. No seré feliz si mis libros no son también divertidos para los adultos.”

Dejamos aquí una de las historias del libro titulada "Solo":

Sepo fue a casa de Sapo. Encontró una nota en la puerta. La nota decía: “Querido Sepo: no estoy en casa. Me he ido porque quiero estar solo”.
-¿Solo? -exclamó Sepo-. Sapo sabe que yo soy su amigo. ¿Por qué quiere estar solo? 
Sepo miró por las ventanas. Miró en el jardín. En ningún sitio vio a Sapo. Sepo se fue al bosque. Sapo no estaba allí. Fue al prado. Sapo no estaba allí. Bajó al río y allí estaba Sapo, sentado en una isla; estaba solo.
-Pobre Sapo -dijo Sepo-. Debe de estar muy triste. Voy a animarle.
Sepo corrió a casa. Hizo emparedados. Preparó una jarra de té con hielo. Lo puso todo en una cesta. Sepo volvió deprisa al río.
-¡Sapo! -gritó-. ¡Sapo, soy yo, tu mejor amigo!
Sapo estaba demasiado lejos para oírle. Sepo se quitó la chaqueta y la ondeó como una bandera, pero Sapo estaba demasiado lejos para verle. Sepo gritó y le hizo señales con los brazos, pero todo fue inútil... Sapo seguía sentado en la isla. Ni veía ni oía a Sepo. Una tortuga pasó nadando. Sepo se subió a la tortuga.
-Tortuga- pidió Sepo-, llévame a la isla. Sapo está allí. Quiere estar solo.
-Si Sapo quiere estar solo- dijo la tortuga-, ¿por qué no le dejas que esté solo?
-Quizá tengas razón -dijo Sepo-. Quizá Sapo no quiere verme. Quizá ya no quiere ser mi amigo.
-Sí, es posible -dijo la tortuga mientras nadaba hacia la isla. 
-¡Sapo! -gritó Sepo-. Lamento mucho todas las tonterías que hago. Lamento mucho todas las bobadas que digo... ¡Por favor, vuelve a ser mi amigo!
Sepo resbaló de la tortuga, cayó de espaldas al río y se dio un tremendo chapuzón. Sapo oyó el estrépito y ayudó a Sepo a subir a la isla. Sepo miró la cesta. Los bocadillos estaban mojados. La jarra de té con hielo estaba vacía.
-Se ha estropeado todo -dijo Sepo-. Lo preparé para ti, Sapo, para que te pusieras contento.
-Pero, Sepo -dijo Sapo-, si estoy contento. Estoy muy contento. Cuando me desperté esta mañana, el sol brillaba y yo me sentí muy feliz. Y me sentí muy feliz porque soy un sapo y también me hizo sentirme feliz estar seguro de que tú eres mi amigo. Quería estar solo para poder pensar en lo estupendo que es todo.
-¡Ah, claro! -dijo Sepo-. Me parece que esa es una buena razón para querer estar solo...
-Ahora, en cambio -dijo Sapo-, me alegro mucho de no estar solo. Vamos a comer.
Sapo y Sepo se quedaron en la isla toda la tarde. Comieron los emparedados mojados sin té con hielo. Eran dos amigos, muy amigos, sentados juntos, solos.



Incluímos aquí un fragmento del artículo “Nostalgia de LIJ: Campos verdes, campos grises” de Santiago Gallego en la Revista Babar en el que habla del libro 27 historias para tomar la sopa de Ursula Wölfel publicado por la editorial Kalandraka:

Los libros de Ursula Wölfel no se pueden sino amar, y con ellos naturalmente también a la mujer que los ha escrito, su reservado humor y su ternura… (Mirjam Pressler)
Ursula Wölfel, profesora de Educación Especial nacida el 16 de septiembre de 1922 en la República de Weimar, escribió esta compilación de relatos en 1970. Comienza con una nota que dice así:
Estas historias son ciertas, por eso resultan incómodas: narran las dificultades que surgen de la convivencia entre las personas, y cómo esas dificultades son captadas por los niños en muchos países: Juanita en América del Sur, Sintayenhu en África, Manolo, Enrique, Pedro y muchos más en nuestro país y en otros. Por ser verdaderas, estas historias no suelen tener un final feliz. Plantean muchas preguntas. Y cada uno debe buscar la respuesta. Estas historias muestran un mundo que no siempre es bueno, pero sí puede ser cambiado.
Nunca nos hartaríamos de decirlo: la literatura de ficción (y la LIJ no es una excepción) tan solo persigue ofrecer representaciones verosímiles de lo que nos rodea o de lo que nos rodeará, conforme a los códigos narrativos de su género —pensemos, por ejemplo, en la ciencia-ficción futurista—. Cualquier adulto que leyera estas historias de Wölfel, y que estuviera al tanto de lo que sucede en el mundo, no tendría inconveniente en atribuirles un alto grado de verosimilitud; con toda probabilidad, hasta sospecharía e inclusive concluiría que son o han sido reales sin necesidad de una nota como la entrecomillada más arriba.
Puede por tanto que la autora la haya introducido porque estos relatos se dirigen a chicos, en la convicción de que es mejor que no quepa duda alguna al respecto. Con estas líneas, escoge desde luego un modo verdaderamente suave de referirse a la infelicidad permanente, a la injusticia de sumo grado y a la maldad (que no están ni mucho menos erradicadas: «narran las dificultades que surgen…»).

Y dejamos como muestra un botón titulado "Esta es la historia del árbol de los niños":

Era una vez una niña que tenía un globo y el viento se lo arrancó de las manos.
"¡Para, para!" gritó la niña. Y el globo se le enganchó en un árbol. La niña se subió a un banco, del banco pasó al árbol y cogió el globo con las dos manos.
"¡Baja!" , le gritaron los otros niños. Pero la niña respondió: "No puedo bajar, porque tengo que agarrar el globo".
Un niño se subió a un árbol.
"¡Baja!" le gritaron los otros niños. Pero él les respondió:
"No puedo. Tengo que sujetar a la niña y  la niña tiene que sujetar el globo".
Después se subió otra niña.
"¡Baja!", volvieron a gritar los otros niños. Pero ella les dijo: "No puedo. Tengo que sujetar al niño y el niño tiene que sujetar a la niña y la niña tiene que agarrar el globo".
Entonces otro niño se subió al árbol, cogió el globo y todos los niños pudieron bajarse del árbol.


Propuesta de escritura


Repartimos entre los asistentes diferentes álbumes ilustrados y pedimos que escribiesen un texto libre que sirviese de diálogo con el libro.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:



La promesa del renacuajo
Jeanne Willis y Tony Ross
Editorial RBA

El verdadero final

¿Quién podía creérselo? Nadie, imposible que un gran amor fuese a terminar con la rana comiéndose a la mariposa. Todos salimos del taller un poco tristes, ese no es final para un cuento.
Preocupados por ello, hemos indagado en el pueblo donde tuvieron lugar los hechos. «Sí, sí m’acuerdo perfectamente —nos dijo el tío Perniles, uno de los más viejos de la localidad— el regato del Perdío, ande las ramas del sauce llegan a casi tocar el agua. Pero ahí no acaba la historia, quiá».
Y empezó a explicarse: todo, en efecto, sucedió como el relato cuenta... hasta donde cuenta —y muy bonitos los dibujos, añadió al hojear el libro—. Pero la mariposa había puesto un huevo antes de acercarse al regato, esa era la cuestión. Y de ese huevo nació al cabo de un mes una linda oruga, también arco iris. Nada más verla, nuestra rana se enamoró de ella locamente; y la oruga lo mismo de la rana. La historia se repetía en todo, incluso en que la una a la otra se pidieran no cambiar en el futuro. «Así que ya ve usté, señor» —concluyó el tío Perniles— una rana que tiene amores con una oruga, y luego con su hija. No sé ande vamos a llegar».
Invitamos al tío Perniles a un vinito y allí la conversación ya procuramos llevarla por otros derroteros no siendo que fuese a caer en la cuenta de que la historia podía continuar con la nieta, la bisnieta...

Pascual Martín
Grupo B





Por cuatro esquinitas de nada
Jerome Ruillier
Editorial Juventud

Una maravillosa manera de explicar a los niños qué es la integración

Por cuatro esquinitas de nada es una deliciosa alegoría sobre la integración, que Jerôme Ruillies nos ofrece en un relato para niños bajo un formato que despierta el interés de cualquiera que se acerque a la publicación, sea pequeño o mayor, y lo cautiva al abrir sus páginas. Nos narra la historia de un grupo formado por ‘redonditos’ y ‘cuadraditos’, con la particularidad de que ‘cuadraditos’ sólo hay uno y el resto son ‘redonditos’. Esta es la base de la historia y en ella reside su complejidad.
La fábula se plasma en dobles páginas y a todo color magnificando, así, el potencial de las ilustraciones, que son maravillosamente simples y, por tanto, extraordinariamente claras para individuos de cualquier edad. Lógicamente los ‘redonditos’ se dibujan con círculos de diferentes colores y ‘cuadradito’ se representa con un rectángulo.
‘Cuadraditos’ y ‘redondito’ se relacionan de forma sencilla y dinámica, sin roces ni diferencias entre ellos, en un entorno natural cotidiano. El escollo aparece cuando el grupo quiere continuar sus juegos en un escenario diferente, que se rige por unas determinadas normas. En este nuevo espacio existen reglas de acceso, las cuales originan el conflicto porque la puerta de entrada tiene forma de círculo y esta circunstancia impide que pueda ser traspasada por ‘cuadradito’. Los ‘redonditos’ se ponen a pensar cómo hacer para que ‘cuadradito’ siga formando parte de su grupo y lo primero que se plantean es cómo modificar a ‘cuadradito’ para que pueda entrar por el hueco y acceder al nuevo espacio común.
Le piden que cambie su aspecto y ‘cuadradito’ intenta por todos los medios transfigurarse para adaptarse a la rigidez de la embocadura. Se alarga, se estrecha, se abomba... sin éxito. ‘Cuadradito’ no puede ser otra cosa que ‘cuadradito’, de la misma manera que ‘redonditos’ nunca dejarán de ser ‘redonditos’. ‘Cuadradito’ y ‘redonditos’ piensan y piensan en cómo hacer para conjugar las formas cuando el escenario se muestra inflexible, pero en ningún momento conciben la idea de dejar a ‘cuadradito’ en el exterior de su nuevo tablero de juegos.
Una vez concluyen que la esencia del ser no puede ser alterada trasladan el planteamiento de resolución al escenario. ¡Eureka! la puerta es el problema, la puerta es la que debe ser transformada y ofrecer la solución. Y pensando y pensando, se dan cuenta de que recortando Cuatro esquinitas de nada de la figura de la entrada ‘Cuadradito’ traspasa el vano sin dificultad. El cuento finaliza con la felicidad del grupo reunido nuevamente jugando. Y colorín, colorado…
Cuatro esquinitas de nada es una deliciosa metáfora que habla a los niños de la diversidad, de la marginación y de la integración desde una óptica positiva. El grupo se muestra siempre unido, pese a sus diferencias y, mientras destaca la particularidad no la percibe como un inconveniente, sino como un activo. Por eso nunca se plantea abandonar a ‘cuadradito’ y seguir su dinámica sin él, al contrario, lucha por que su amigo no quede a la otra parte del muro.
La forma de traspasar la puerta me conduce a una pregunta ¿Por qué no se hace el círculo más grande? Sería otra forma de permitir el paso a ‘cuadradito’. También pondría sobre la mesa un debate sobre otra fórmula de integración.

Maxi Moreno
Grupo B





Madrechillona
Jutta Bauer
Editorial Lóguez


DIARIO DEL TORMES SUPLEMENTO CULTURAL

Jutta Bauer: 
“A mí me parece más fácil escribir una novela que un cuento infantil”

La ilustradora y escritora alemana está estos días en Salamanca para recoger el prestigioso Premio Raúl Vacas de Literatura Infantil.
La destacada ilustradora alemana (Premio Nacional de Literatura Infantil de Alemania, 2001) recibe el lunes el premio Raúl Vacas por su obra “Madrechillona”.


Pepe Lorenzo. 16 de noviembre de 2018.

Siempre se ha dedicado a la literatura infantil, ¿nunca se ha visto tentada a escribir literatura para adultos?
Muchas personas tienen el mismo prejuicio que usted. Piensan que la literatura infantil y juvenil es un género menor. Pero, a mí me parece más fácil escribir una novela que un cuento infantil. Al fin y al cabo, en una novela para adultos proyectamos información sobre un sujeto como nosotros, es como si escribiéramos para nosotros mismos. Mientras que en la literatura infantil nuestro lector está, intelectual y emocionalmente, mucho más distante. Por ese motivo tenemos que hacer un doble esfuerzo, encontrar una historia que le conmueva y un tono y un lenguaje que se le adapten.

¿Cuál es la historia de su obra ahora premiada, “Madrechillona”?
Es una exploración de las conexiones entre un hijo y su madre. En ciertas edades, los sentimientos de ambos están tan entrelazados que una emoción vivida por la madre se transfiere inmediatamente al hijo y viceversa. Este relato trata justamente sobre eso.

Pero usted elige como protagonistas a dos pingüinos…
Podría haber elegido protagonistas humanos pero temí que el niño lector se viera tan implicado en la historia que la angustia llegara a abrumarle demasiado. Elegir animales como protagonistas me proveía de una barrera de seguridad que creí necesaria y no me privaba del suficiente nivel de empatía.

¿Por qué pingüinos? No fue una elección difícil. Todos hemos visto en los documentales televisivos la ternura que las mamás pingüino despliegan con sus crías, cómo las protegen del frío colocándolas bajo su tupido pelaje, cómo las asean, las vigilan…Y, por otro lado, también hemos oído sus chirriantes graznidos cuando se enfadan o se pelean.

Porque usted necesitaba que sus pequeños lectores percibieran eso, la inmensa ternura pero, también, la aspereza.
Precisamente, el libro comienza con una madre chillando a su hijo. En ese momento el pequeño percibe el rechazo de su madre y eso le provoca un desasosiego tan enorme que se siente, literalmente, despedazado.

Y las partes de su cuerpo se dispersan por todos los lugares de la tierra y el espacio…
Así se siente él, dividido, perdido. Y aunque trata con sus escasas habilidades de recomponerse sus logros son escasos.

Ahí está el núcleo del relato, ¿no? En el terror al desapego materno y en la desconfianza en que con sus propias fuerzas pueda revertir la situación.
Exactamente. Y esos sentimientos son fácilmente comprensibles y compartibles por cualquier niño. Reconoce esa angustia como una experiencia propia.

Pero esa situación traumática se supera en el libro…
En efecto. La “sombra” de la madre se cierne sobre el pequeño, por momentos se percibe como una amenaza pero, casi inmediatamente, se convierte en un cielo protector. Ella se ha encargado de ir buscando, recogiendo y “cosiendo” todas las partes del niño. Y él, en el gesto arrepentido y amoroso de su madre, se siente reconfortado y completo.

Una historia sencilla y emotiva, ¿cree usted que conecta con la sensibilidad de los niños?
Creo que sí y así lo he comprobado en multitud de ocasiones.
Pero hay un aspecto añadido que me gustaría destacar. Este relato permite lo que a mí me gusta llamar una “lectura familiar. El niño que lee, o al que le leen, está acompañado. Y en esa intimidad puede manifestar las emociones que la lectura le provoca y sus padres ayudarle a entenderlas y a canalizarlas positivamente. Puede ser un momento de intensa compenetración en la que la afectividad surge de modo natural. ¿Qué más podemos pedir?

Muchas gracias, señora Bauer, por dejarnos entrever lo que encierra este magnífico libro cuyas ilustraciones, también obra suya, tienen una gran expresividad y crean la atmósfera más adecuada a la historia. Pero queríamos preguntarle también por su relación con Salamanca…
¡Ah! Yo me enamoré de Salamanca un verano que pasé aquí mejorando mi español. Tuve, además, la suerte de conocer a muchas personas del mundo literario salmantino. Entre ellas al malogrado Raúl Vacas al que tantos amigos queríamos y hoy, añoramos.

Pepe Lorenzo
Grupo B





















Oh
Josse Goffin
Kalandraka

¡OH!

Libro visual, donde una primera imagen ocupa las dos páginas, que al abrir la segunda página doblada y estirarla se transforma en algo inesperado, curioso, divertido y que puede acabar con la expresión de sorpresa !OH!.

Pero juguemos un poco con esta expresión, y como está dirigido a niños, pensemos que los niños son traviesos, inquietos y muchas más cosas.

Si al coger el libro lo leen al revés, su título sería !HO!. Podemos jugar a dibujar objetos, que empiecen por “HO”, y comprobar si acertamos a descubrir tras el dibujo a: Homero, Honduras, Honolulú, Hong Kong, Hortensia, Hostal, Homer, etc.

También podemos jugar con la expresión !OH!, en un libro sobre banqueros, futbolistas, toreros, políticos, escritores, curas, etc. Ej: Dibujamos una tarjeta de crédito black, que ocupa las dos páginas del libro, y al abrir la cara de las derecha y desdoblar la hoja aparece una hermosa cárcel.

Si fuera ilustrador de libros me lo pasaría en grande haciendo un libro de !OH! para mayores.

Luis Iglesias
Grupo B
















La ola
Suzy Lee
Bárbara Fiore


Arena de mar
espuma con gaviotas
juego de niños

Alfredo Domínguez
Grupo B















El libro negro de los colores
Menena Cottin - Rosana Faria
Libros del Zorro Rojo

Estimada Menena Cottin:

En primer lugar, espero que no te importe que te tutee. Me parece más cercano y más directo.
Ahora voy a presentarme. Me llamo Teresa y vivo en Salamanca (España) Soy ciega de nacimiento y pasé mi infancia y parte de mi adolescencia en internados para ciegos en mi país.
Por eso he conocido y convivido mucho tiempo con otras personas que tampoco ven. Además, ayer, cuando pensé escribirte esta carta planteé la cuestión en un grupo de lectores ciegos del que formo parte desde hace unos meses.
La cuestión no es otra que hacerte llegar mi opinión y la de todas estas personas sobre El libro negro de los colores, desde nuestra realidad.
Está muy bien la idea de hacer un libro que se pueda leer tanto en Braille como en tinta. De esta manera se puede compartir por personas que ven y otras que no. Quizá sea uno de los libros más comercializados que utiliza este formato.
Tengo que decirte, sin embargo, que el relieve del sistema Braille es un poco bajo, que se nota poco.
Antes de escribir esta carta, también me documenté sobre ti en las redes sociales. Me reconcilió contigo saber que no perteneces al mundo de la pedagogía, que no pretendes enseñar los colores a un ciego. No sé si estoy en lo cierto. Si te lo has planteado como algo literario, la ficción es la ficción y desde luego ¡viva la imaginación!
Yo te hubiera agradecido muchísimo que este tema se hubiera tratado con una importante dosis de realismo y naturalidad. Si hubiera sido así, la repercusión que ha tenido nos hubiera venido muy bien para aclarar tantos mitos, estereotipos y creencias falsas sobre las personas ciegas.
Por ejemplo, los colores se ven o no se ven y no hay más. Ni se huelen, ni se saborean, ni se tocan.
Para las personas que nunca los han visto, no son más que una característica de los objetos.
Gracias a la memoria, se aprenden los colores de los objetos más cotidianos, de la comida, de la ropa, etc. También contamos con la ayuda de personas de confianza para actividades como decorar nuestra casa, combinar nuestra ropa, arreglo personal, etc. La tecnología nos facilita mucho las cosas a través de distintas aplicaciones en los teléfonos móviles y dispositivos similares.
Las personas que han visto los colores, conservan su recuerdo durante mucho tiempo, pero es como si se fueran difuminando.
Las personas ciegas no tenemos super poderes. No somos inteligentísimos o por el contrario, tontos de remate. Hemos recibido formación y adiestramiento para realizar actividades tan necesarias como andar solos por la calle, cocinar, manejar un ordenador y otras muchas que nos permiten llevar una vida independiente. Quizá tengamos más desarrollados los sentidos que más utilizamos, pero es cuestión de supervivencia, sin intervención divina de ninguna clase.
Las personas que no vemos, la inmensa mayoría, al menos, asumimos este hecho como algo tan natural como respirar. No estamos todo el día lamentando no ver el cielo, ni el sol, ni la cara de las personas a quienes queremos. Sabemos la importancia que tiene la visión y que al carecer de ella tenemos una discapacidad que no es ninguna tontería.
Pero es lo que hay y no hay que edulcorarlo ni negarlo.
Lo que más agradecemos es la naturalidad, en el trato, sentirnos parte de la sociedad y no necesitamos ni paternalismo ni esa especie de condescendencia que a veces se prodiga a quien se cree muy vulnerable.
No tendremos vida suficiente para conseguir que la gente deje de creer todas esas cosas tan alejadas de la realidad que se piensan de nosotros
Supongo que los humanos hacemos algo parecido con todo lo que desconocemos. A mí me ha tocado en este lado y es lo que puedo contar.
Dejo para otra ocasión, si la hay, el relato de unas cuantas anécdotas que me han pasado y he escuchado a otros por el hecho de no ver. Se conocen con el nombre de cegatadas. Y es que no hemos perdido el sentido del humor por haber perdido la vista.
Espero que no te hayas molestado con mis críticas.
Si quieres volver a escribir algo sobre ciegos, no dudes contar con mi apoyo de forma desinteresada.

Saludos cordiales.

Teresa Sanz
Grupo B




Madrechillona
Jutta Bauer
Editorial Lóguez

Mamáchilla

Fue un chillido tan fuerte que bebé-pájaro impulsado por la fuerza del aire expulsado por mamá-pájaro cayó del nido.
Como no tenía las alas desarrolladas para volar se precipitaba hacia el suelo desde lo alto del nido.
Como no tenía un pico grande con el que pedir ayuda, ningún animal del bosque se dio cuenta de la caída.
Poco a poco el nido estaba cada vez más lejos y el suelo cada vez más cerca. El nido estaba muy alto por lo que el impacto sería morrocotudo.
Las hormigas en el suelo, al ver que algo se les venía encima, corrían hacia su hormiguero para protegerse.
Justo un momento antes del impacto las poderosas garras de mamá-chillona lo cogieron y lo devolvieron al nido donde mamá-chillona pidió perdón a bebé-pájaro.

Javier Giro
Grupo B


El viaje de Nemo (el vencejo)

Los vencejos son aves que pasan toda su vida volando. ¡Pueden dormir volando!
Durante el otoño e invierno en España, los vencejos se van al sur de África, donde hace calor y hay muchos insectos para comer.
En mayo los vencejos vuelven a la península a anidar, y en junio están los pequeños vencejos en sus nidos comiendo y creciendo.
A veces ocurren accidentes, y caen de sus nidos. Es muy triste para muchos, pero algunos tienen suerte y son rescatados.
Plumi, Atos y Nemo son unos vencejos que cayeron de sus nidos. Crecieron en una caja de zapatos y se fueron de vacaciones en una bolsa de mercado. Esas bolsas rectangulares reciclables.
Plumi pensó que ya estaba listo para volar, se apresuró a salir del nido, pero no pudo volar. Atos era un pequeñín que no tenía ni plumas. Estaba muy cómodo en su nido, cuando a alguien se le ocurrió limpiar el tejado, y ¡pum! al suelo.
A los dos los llevaron a un hospital de fauna y ahí compartieron caja con Nemo (un vencejo ya adulto que no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, recuperando su plumaje)
Cuando son pequeños los alimentan sus padres, por eso no saben comer por su cuenta. La persona que los cuidaba tenía que darles comida en el pico ¡cada 4 horas! y debía llevarlos a todas partes. Por eso conocieron media España viajando en una bolsa de mercado.
Cuando tuvieron sus plumaje completo se dedicaron a hacer ejercicios de vuelo: ¡Vaaaamos! ¡Flexiones con las alas! Una, dos,… cinco,… diez. Saltitos para coger impulso, 20 repeticiones.
Un día fresco pero soleado los examinaron, se llevaron a Plumi y Nemo a volar, los más grandes. Plumi despegó, pero Nemo volvió a la caja.
Desde su caja escuchaban las historias de Plumi, que revoloteaba sobre el hospital esperando a sus amigos. Les contaba historias de vuelos entre las nubes, conversaciones con otros pájaros y todo lo que decían los vencejos adultos sobre la migración.
Nemo y Atos habían sido examinados varias veces pero, pasaban los días y no los llevaban a volar.
A finales de julio, el coordinador de migraciones de vencejos de la zona, sacó su megáfono y dijo: ¡compañeros vencejos!, prepárense, recojan sus cosas que en una semana partimos. Nos espera un largo viaje. Vamos a llegar al sur de la península, cruzaremos el mar, y luego el desierto.
Plumi se acercó volando a dónde estaba sus amigos y les dijo: ¡Chicos! Nos vamos en una semana, tienen que volar ya. Si no tendrán que hacer el viaje solos. Nemo sabía que no podría, miraba su plumaje y en una semana no estaría recuperado. No dijo nada, pero ayudó a Atos a hacer sesiones dobles de entrenamiento.
Sin embargo, sus cuidadores ignoraban sus esfuerzos y no lo sacaban a volar. Así que hizo un plan con Nemo para irse con Plumi como fuera.
Nemo lo ayudó a salir de la caja. Cayó en el suelo y de un brinco, consiguió subir a una mesa y acercase a la ventana. Como era pequeño su voz era muy débil, así que Nemo empezó a piar para llamar la atención de los cuidadores.
Llegó una persona y dijo: ¿Pero que haces tú, Atos, saltando frente a la ventana? Aún no estás listo. Atos negó con la cabeza y aleteó todo lo que pudo.
Bueno, vamos a ver.
Lo consiguieron. Los cuidadores salieron con Atos a la pista de despegue de del hospital.
Extendieron el brazo para que tomara impulso, y Atos estaba tan nervioso que cayó al suelo. Nemo y los humanos pensaron que volvería a la caja, pero Atos empezó a saltar, dio un brinco, dos (tal como había practicado), tres y al cuarto brinco, logró levantar el vuelo.
Los cuidadores se quedaron con la boca abierta. Era la primera vez que veían volar un vencejo tan pequeño tomando impulso desde el suelo.
Plumi ya lo estaba esperando y se reunieron para seguir el viaje hacia el sur. Pero, primero dieron una vuelta alrededor del hospital para despedirse de su amigo: ¡Nemo! Dejaremos señales para que nos encuentres. No te olvidaremos.
Nunca lo olvidaron. Nemo se quedó mucho tiempo en la caja. Se hizo entrenador oficial de vencejos jóvenes. Hasta que un día por fin voló, pero de otra manera, se hizo muy liviano y así pudo acompañar a sus amigos Atos y Plumi en todas sus migraciones.

Sivana Revollar
Grupo B



Caperucita roja
Adolfo Serra
Fondo de Cultura Económica

Custodia compartida(Una interpretación de “Caperucita Roja” de Adolfo Serra)

Tejamos una historia con tres colores, aunque ella sólo elija uno para cubrirse. Blanco y negro, dominantes, representando el norte y el sur en una brújula moral aún difícilmente interpretable para una niña. La luz y la oscuridad insondable. Mariposa, niña, y lobo. Rojo el aleteo, roja la capa. Ansías de negar libertad para calmar un impulso. Para saciar un hambre.
Relamiéndose, salivando, el mundo olisquea acechante. Y hay lobos demasiado cerca. Una y otra vez, recreándose en la visualización de su futura presa. Esperando, buscando así seleccionar el instante adecuado para morder.
Ajena y despreocupada, de la mano, hoy toca cambio de hogar. “Negro”, aún no alcanza a ver su rostro, sigue diciendo “papá”. Caperucita desconoce que existe el lobo, pero sabe que en los brazos de su abuela, “el blanco” la protegerá.
Alejándose, la niña aprieta la mano de la mujer mientras susurra “Te quiero”.

Diego Rico Suárez
Grupo A






















Historias de Babar el elefantito
Jean de Brunhoff
Alfaguara Infantil

Babar
Babar se columpiaba con sus hermanos elefantes en el columpio del Parque Especial de los Elefantes.
Iba todos los días a columpiarse, excepcionalmente cuando llovia o nevaba no solía acudir porque el columpio se quedaba congelado.
Uno de los días, Babar observó a un padre que llevó a su hijo a columpiarse, en el Parque de al lado.
- Mira papá, un elefante.
- Hijo, es una cría de elefante también tiene derecho a columpiarse.
Seguro que su madre le ha dicho que lo haga.
Babar pensó que ese niño era muy afortunado.
Tenía el cariño de su padre y su madre.
Amistad y mil valores le empezaron a rondar la cabeza ese día a Babar.
Al llegar a casa lo reflexionó.
Y se sentó en la hierba mientras sus hermanos comían.
- ¿ Qué te pasa Babar no vienes a comer?
-Resulta que ese niño me ha dado hoy que pensar el que estaba en el Parque esta tarde a nuestro lado.
Pero no se comió más la cabeza.
Forzó los valores y los aplicó a su vida diaria.

Iria Costa
Grupo B

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