La memoria de los sentimientos

La poesía ocupa un lugar de excepción en nuestro taller. Por eso el lunes pasado invitamos a Mari Ángeles Pérez López para hablar de su obra y en especial de Fiebre y compasión de los metales, un libro hermoso y rotundo que brilla y corta en cada una de sus páginas.

Mari Ángeles es una poeta de la materia, como lo fuera Neruda. Pero detrás de esa materia hay una aleación poética invisible al ojo de quien no acostumbra a profundizar sobre las cosas.



Asistimos con rabia y dolor al espectáculo del mundo, donde la barbarie y el odio se imponen como fiebre que no cesa a la maravilla de ser y existir. Esa contemplación, ese dolor que apenas admite compasión se vuelve desahogo y verso en cada endecasílabo blanco de la escritora.

En la mayoría de los textos hay una herida, un temblor, una extrañeza, un miedo provocado por un metal, ya sea bisturí, aguja o punzón; herramientas para la costura o la reparación, ya sea un arma.
María Ángeles nos invita a participar con este libro imprescindible de la memoria de los sentimientos.

Transcribimos a continuación algunos de los poemas:


El bisturí

“El bisturí inocula su dolor.
En el corte limpísimo florece
el polen que envenenan las avispas,
su aguijón turbulento y ofensivo.
La mesa del quirófano está lejos
de la luz y la tierra del jardín,
su amor desesperado por la vida
y el material mohoso del origen,
lejos de la pasión de los hierbajos
y la piedra porosa en la que sangra
la desgastada edad de las vocales
que escribieron verdad y compañía.

En la asepsia que exige el hospital
el bisturí recorta el corazón
de la página blanca del poema,
la sábana que tapa el cuerpo enfermo.
No queda ni memoria ni alarido,
tan solo un hueco rojo en el lenguaje.
En la mano que empuña la salud
hay sin embargo un corte diminuto,
una línea de sangre y su alfabeto.”

                       con Álvaro Mutis
                       también con Gambarotta


Cada aguja

“En cada aguja gime su puntada
la lágrima metálica que moja
con su piedad, su acero luminoso,
lo quebrado, lo enfermo, lo mendigo.

Su compasión empapa los quirófanos,
la disidencia herida de la piel
que se restaña con cordial violencia
en los guantes quirúrgicos de látex.

Su compasión moja también el viento,
los costureros ralos de la guerra,
las fábricas de lana y zapatillas
los tiempos del agravio y la sutura
para iniciar después la misma noche
en cada noche abierta sin dedal.

Por la lágrima bajan la morfina
y el hilo enrojecido de la sangre
que une el dedo meñique al corazón
como vena que el ojo de la aguja
transformó en hilatura y en vivir.
Filamento de luz en lo invisible,
libélula y metal cada puntada.”


El punzón

“El punzón reconcilia los oficios.
Sobre el cuero y la piel, en la hojalata,
en la lámina ardiente del metal
el punzón atraviesa las tareas,
la matriz que sostiene los objetos
como cobijo firme y silencioso,
expoliación, entrega del vivir.

Percute con violencia amabilísima
en el botón del sastre y su cansancio,
su redonda manera de decir
que noche y madrugada son lo mismo
cuanto canta, agotada, la pobreza.

Percute en las insignias, las medallas,
los  broches que apaciguan su altivez
con el beso de acero, con su herida.
Percute en el troquel del beneficio,
también en las monedas que mancharon
el pan envilecido y harapiento
si lo amasó la usura, y no el amor.

Cuando el lucro emponzoña la mañana
el punzón pide a gritos la alegría
con que las manos aman el trabajo
como el surco que hiere y restituye.”

                              con Ezra Pound


Correas

Correas que sujetan las palabras
a la rueda inflexible de la boca,
grilletes de decir y no decir.
El óxido violenta las encías,
las bóvedas oscuras de la sed.
En el temor se enferman las vocales.
Hay luz muy sucia en el mandil del tiempo,
moscas sobre los zocos de la ira,
grumos de desamparo en cada litro
de leche almacenada en los arcones
con que asciende el umbral de la pobreza.

Formas de expiación, desgarraduras,
ganchos de carnicero que desangran
pulmones sonrosados de animal
-uno es Oriente, el otro es Occidente-.
Cada animal conoce su dolor,
es inocente siempre en su dolor.
Y con su gota espesa y pegajosa
la tierra fertiliza los manzanos,
la fruta que también es inocente.

Sin embargo, al morder y al escribir
letras de aire en su cuerpo malherido,
la boca deja un rastro de semillas.
Omnívora y febril, también elige
pedirle compasión a los metales,
pedir a los grilletes que liberen 
su presa con un tajo de puñal
que brilla como un sol inesperado.
Que las correas suelten las palabras.
Que sean compasivos los metales.


Si quieres conocer con más detalle su obra ella misma te la explica en estos vídeos:






PROPUESTA DE ESCRITURA:

[...] Los metales constituyen una “serie” gradual, en la que cada uno presenta una superioridad jerárquica sobre el inferior, hallándose el oro en el punto terminal. Por esta causa, en ciertos ritos se exigía al neófito que se despojara de sus “metales” (monedas, llaves, joyas), símbolos de sus hábitos, prejuicios, costumbres, etc. Sin embargo, por nuestra parte, nos inclinamos a ver en los metales y astros, en cada par asociado y concreto como, por ejemplo, Marte –hierro-, un núcleo ambitendente, cualidad hacia un lado, defecto hacia otro. El metal derretido es un símbolo alquímico que expresa la coniunctio oppositorum (fuego y agua), relacionada asimismo con el mercurio, Mercurio y el andrógino primordial de Platón. De otro lado, resalta el simbolismo liberador de las cualidades “cerradas” (sólidas) de la materia, de donde su conexión con Hermes Psicopompo aludida. Las correspondencias planetarias de los metales son las que siguen, de inferior a superior: plomo (Saturno), estaño (Júpiter), hierro (Marte), cobre (Venus), mercurio (Mercurio), plata (Luna), oro (Sol).

Elige uno de estos siete metales y escribe un texto relacionándolo con su correspondiente planeta. Procura que ese metal se encarne en un objeto: oro (cadena), plomo (soldadito)...


Y estos son los textos enviados por algunos de los miembros del taller de escritura:


Mercurio

Tiene el mismo nombre que su planeta, siempre me cautivó que fuese líquido, su color, su brillo, el ser casi una esfera de espejo.
Todos los metales de hunden en el agua, pero en el mercurio casi todos flotan, incluso el plomo; "eres más pesado que el plomo", aunque deberíamos decir : eres más pesado que el oro, pues el oro si se hunde, y no sólo se hunde sino que se disuelve en el mercurio. Quien haya jugado con la gota de mercurio teniendo el anillo de oro puesto, lo ha podido comprobar.
Era fascinante el comprobar como después de romperse en mil pedazos, con aproximarlos se volvían a unir, no una vez, todas las que fuesen necesarias para saciar tu curiosidad. Era algo milagroso, todo lo que había roto hasta entonces, era casi imposible el volverlo a unir, pero el mercurio tiene esa propiedad.
Lo asocio con los termómetros antiguos. Alguno lo llegué a romper para disfrutar con la bolita de mercurio.
Desgraciadamente se ha descubierto que es tóxico y se han dejado de fabricar, también han suprimido las amalgamas de mercurio para los empastes dentarios, pero no ha habido ninguna campaña para quitarlos, así que tengo el veneno en mis muelas, y moriré envenenado dentro de cien años. "Ciencia vana, que lo que verdad es hoy, no lo es mañana".
Es el primer planeta, el más cercano al sol, el más caliente, el más pequeño.
Mercurio además fue un dios romano, hijo de Júpiter, era el mensajero de los dioses, dios de los viajeros. Tenia alas en los pies; me gustaría tenerlas; ya que esto es imposible, por lo menos tengo alas en la mente, en la imaginación; lo más rápido del universo. En un instante estoy en Mercurio a millones de kilómetros de la Tierra. He llegado más rápido que la luz, que tardaría unos minutos.
Ahora estoy en Mercurio, calentito y viendo el Sol de cerca. No se puede pedir mas.

José Luis Juan Fonseca
Grupo 1


Planeta chatarra

En la tierra la alquimia de la piedra
sueña su lava de oro derretido
transmutada su alma mineral
en elixir de fuego.

Y la escoria esconde en el diamante
su dureza de estrella cristalina
tras el vuelo en un tiempo sin origen
puro como la muerte.

Y somos aleaciones en el barro
las manos enterradas en volcanes
que forman sus figuras caprichosas
en el vientre del agua.

Perseguimos nobleza de metales
en la ganga de sucios vertederos
y estamos condenados por los dioses
a reciclar chatarra.

Ignacio Aparicio
Grupo A


El anillo y la luna

La tristeza en mi dedo
del anillo de plata,
tan ciego y sometido,
buscando devanarse
en un hilo tan dulce
que se ate con el halo
de la luna hermosísima.

Emilia González
Grupo B

(Para Mª Ángeles Pérez López con admiración)


Olores
(Fondo musical:”Midnight in the temple of Baal” de David Antony Clark)

En la oscuridad de aquella estancia, amparado en las sombras, oculto a tu mirada, te observaba y tu cuerpo desnudo se contorneaba. Bailabas con la luz de la luna. Los aceites y los perfumes extendidos por tu piel reflejaban la pasión con la que te movías y los olores de la danza llegaban a mí. Ardía de locura, de deseos, por salir de mi escondite y mostrarme.
Exhausta, con tu cuerpo empapado, caíste sobre las almohadas y la luna se encaprichó en fijar sobre tus pechos aquella luz plateada. Avancé un paso, pero me detuve para contemplar la maravilla de tus sombras. Quise que el tiempo se detuviese, pero mi presencia ya te había alertado.
Con una sola mirada supe que me invitabas a sumergirme en la mezcla de olores que tu piel anhelaba...

Jaume Castejón
Grupo B


Mercurio

Cuando yo era pequeño me sentía más importante que mi hermano porque mi zodiaco era el más potente y mi metal el oro, el suyo solo eran dos peces, pero la historia del Rey Midas me convenció de que el oro no era tan importante y me defraudó un poco aquella idea. Además, me gustan mucho los peces.
Un día por casualidad, (como suceden siempre estas cosas) con la caída accidental de un termómetro en casa conocí el mercurio. Los dos recogimos aquella especie de metal líquido como si del elemento más increíble se tratara, aquellas pequeñas partículas que se unían entre sí como por arte de magia. Convertimos aquello en el juguete más preciado, era una verdadera revelación, su textura, aquella materia nueva se hizo importante para nosotros. El mercurio se paseaba por nuestras manitas sin que mi madre se alarmara, (supongo que aquello era la misma ley que hacía que su abuela años atrás y siempre, después de comer diera a mi madre un gran tazón de sopas con vino tinto y azúcar para que durmiera la siesta.)
Me apasionaba le mercurio. Creía que no podía existir algo tan maravilloso en la naturaleza. Vaciamos los analgésicos de mi madre para recoger nuestro tesoro en un frasquito, había muy poco, así que días después el nuevo termómetro, (esta vez no tan accidentalmente) se rompió dentro de un vaso con ayuda de una cucharilla, y después le siguió el termómetro de la casa de los abuelos. Decidimos entonces hacer crecer más aún nuestro botín tanto que un día pudiéramos llenar la bañera y sumergirnos en él y no jugar con mercurio si no que, él jugase con nosotros, preguntamos a mi padre por ese planeta, nos contó que era el más cercano al sol, que era muy pequeñito y que su núcleo era liquido, entonces en mi cabeza todo encajaba.
-Claro (le conté a mi hermano) era así por que en este planeta no hay mercurio y que había que traerlo desde allí, imaginábamos grandes tuberías entre los dos planetas porque si no en la tierra no habría termómetros.
Después de esto yo decidí abandonar a mi astro rey para admirar con todas mis fuerzas a ese pequeño planeta al que aún no conocía muy bien y lo adopté como mío.
El tarro con nuestro tesoro un día desapareció de su sitio, supongo que mis padres se ocuparían de ello.
En el colegio descubrí la realidad del planeta, se acabaron los amables ríos de mercurio y todas las tuberías que yo creé en mi mente, descubrí que llegar allí era imposible, y que el planeta nada tenía que ver con esa materia tocaya que tanto nos había fascinado, que si había mercurio en la tierra, La hostilidad del planeta y del que un día fue mi juguete favorito y que sumergirse en él era imposible, que flotaríamos y cuan peligroso podía llegar a ser aquello.
Me quedó aquel recuerdo infantil de tardes raras y sueños de pesado metal, me quedó también el gusto por aquel color plomizo e indescriptible y aún suena bien en mis oídos su nombre. Mercurio.
Ayer hablé con mi hermano; le comentaba que antes me gustaba mucho el fútbol, hasta que desapareció la UDS, que había perdido el interés, y él me respondió: adopta un equipo pequeño, modesto, ya lo hiciste una vez, y además, ahora los peces tienen mercurio.

Esther Yubero
Grupo A


La Venus de cobre
(Cuaderno de historias del mono de un exfumador)

Había pasado toda la noche durmiendo de un tirón por el cansancio acumulado en el viaje y cuando desperté, al despuntar el alba, todavía era visible en el cielo el brillo, aunque mortecino, de Venus. La Luna llena se recortaba en el cielo como una pequeña nube de humo que, aun agarrándose tenaz a su forma, sabia que en cualquier momento sucumbiría a su desvanecimiento. Debía darme prisa pues, si quería avituallarme antes de proseguir mi viaje hacia Iquitos Me golpeo su sola presencia cuando la vi de lejos en el mercado del Cuzco.​Cual si hubiera intuido mi mirada, comenzó a girar suavemente su cabeza. Sus largos, lacios y negros cabellos, iniciaron una especie de exótica danza hasta que comencé a percibir el perfil de su rostro que, poco a poco fue desvelando su extraordinaria belleza. Sus ojos se clavaron en mí y ambos sonreímos. El golpeteo de mis sienes y la extrema sequedad de mi boca me alertaban de la tensión del momento que, se acrecentó a medida que nos fuimos acercando el uno al otro, como si de ojear los puestos del mercado se tratase. Nos volvimos a mirar y sonreír y hallé la calma cuando al fin coincidimos en un tenderete de objetos de cobre. Por alguna extraña razón comprendí que las palabras eran innecesarias en ese momento y me encontré haciéndole un gesto de invitación, para que escogiera algún objeto de los allí expuestos. Ella sin vacilar tomó un reluciente dedal de cobre. Por primera vez surgió de mi algo irreconocible, parecido a mi voz, con la que le pregunté por la razón de haber elegido dicho objeto. Mirándome directamente a los ojos, con voz suave y seseante me respondió : " Con este dedal coseré este momento para que jamás, el desgarro del tiempo, rompa el hechizo que ahora nos envuelve”. Y partir de ahí fue todo alquimia. Pero esa….es otra historia.

Carlos García Riesco
Grupo A


¡Dejadme en paz!

Mientras permanecimos entre los brazos de nuestra madre, adheridos o incrustados en su cuerpo, nadie corrió peligro. No sufrimos transformación alguna. Formábamos parte de una misma familia y contribuíamos a mantener hermosa y viva la Naturaleza.
Llegamos a este planeta procedentes del universo hace millones de años, cuando una inmensa mano nos depositó amorosamente en diferentes lugares con la sola intención de estar y ser observados.
Cada uno de nosotros se presentó ante el mundo con formas diferentes, con tonalidades distintas.
Hemos sido reflejo de los rayos del sol en espléndidas mañanas de primavera, en nostálgicos atardeceres de otoño. Vestidos por un manto de nieve, acariciados por el viento, besados por la lluvia, envueltos en la mágica luz de la luna.
Nos consideramos hermanos. Iguales a pesar de las diferencias de color, de formas y cualidades.
Todo era así hasta que llegaron ellos.
Entonces, nos arrancaron de los brazos de nuestra madre roca y nos convirtieron en objetos de uso. Y dejamos de estar para empezar a ser. De la apacibilidad de la quietud y de la calma pasamos a la agitación que provoca toda metamorfosis constante.
Y ahí comenzaron nuestras diferencias, nuestras desigualdades y nuestro distanciamiento.
Oro se convirtió en el más codiciado. Fue símbolo de poder y de riqueza. De ostentación. Comenzó a mostrar su orgullo y eligió el camino de la lejanía.
Plata quiso competir con su blancura, con su elegancia y su belleza pero jamás lograría destronarlo.
Cobre permitió que a través de su color rojizo la electricidad atravesara su cuerpo maleable convertido en hilos como estrechas sendas al final de las cuales podía verse la energía convertida en luz.
Estaño pasó a ser el protector de algunos de nosotros. Ese fue su papel, ese fue el uso que ellos le asignaron.
Uranio y Plutonio corrieron la peor suerte. Jamás imaginaron estar juntos, apresados en una cápsula mortal, aquel 6 de agosto de 1.945.
De mí, dicen que soy pesado y tóxico. De hecho, en un principio no fui considerado miembro de esta familia. Después ya sí. Soy el Plomo.
Nunca quise que me separaran de mi lugar de origen, de entre los brazos de mi madre. Resultó muy doloroso. A lo largo de los años me he visto sometido a todo tipo de golpes, cortes… He sido fundido por el calor del fuego y han hecho de mi forma original objetos de todo tipo; muchos de ellos tal vez hermosos –y me alegro de ello- pero otros tan solo han servido para matar.
En forma de proyectil, de bala…he recorrido millones de cuerpos, destrozándolos llegando a ver todos sus órganos esparcidos a pedazos y rodando por el suelo. Otras, mi contacto ha sido limpio y rápido entre la sequedad de los huesos, el calor de la sangre, la blandura y suavidad del corazón, de los pulmones o la viscosidad de las ramificaciones de un cerebro. A veces, he permanecido la vida entera de un hombre dentro de su cuerpo. Entré y no pude salir y allí permanecí hasta su muerte.
No quiero que me arranquen de los brazos de mi madre. Quiero permanecer pegado a ella, incrustado en su cuerpo. Inmóvil. Sintiendo el calor del sol, los rayos de la luna, las caricias del viento, los besos de la lluvia.
No quiero otro destino que no sea éste; para el que me depositaron aquí. Para ser hermano de mis hermanos y, entre todos, formar una familia dentro de esa otra gran familia que es la Naturaleza.
¡Dejadme en paz! Fui feliz durante millones y millones de años hasta que aparecieron ellos. Los hombres de la guerra, los que nos destruyeron y que se destruirán a sí mismos y a su memoria.
Quiero ser lo que fui y estar donde estuve. No quiero que cambien ni una diezmillonésima parte de mi cuerpo ni que me muevan un milímetro siquiera de donde estoy. Es un ruego, una plegaria, un grito, un por favor.
¡Dejadme en paz! ¡Dejadme en paz!

José Manuel Romero
Grupo A


Prejuicios

Relucen los adoquines mojados
en el brillo plateado de la luna...

El hombre camina muy lento, como si arrastrara una pesada carga. Mira hacia adelante, hacia el final de la calle en penumbra. Sus ojos clavados en el vacío, la mandíbula contraída, avanza indiferente a la lluvia que cae por su cara disfrazando, quizás, sus lágrimas.
Pestañea como si una luz le cegara. Es, otra vez, la misma visión. La mujer está de espaldas, hay una maleta abierta sobre la cama y ella va llenándola de ropa. Él musita su nombre y ella vuelve la cabeza solo un poco, lo justo para que él pueda reconocer en el ojo magullado una mirada de desprecio infinito.
La imagen lo ha paralizado un momento pero, renqueante, sigue avanzando hacia la luna plateada. Mete la mano en el bolsillo y se topa con el mango áspero del cuchillo. Lo aprieta con fuerza y, con un ademán brusco, lo saca de la gabardina. La hoja centellea en la oscuridad. La lluvia arrastra la sangre dejando manchas cárdenas sobre el suelo de piedra.
Otra revelación como un relámpago. Unas manos masculinas que amordazan la boca de la mujer. Ella trata en vano de gritar. En sus ojos vidriosos cristalizan el odio y el miedo.
Pasa una ambulancia silenciosa haciendo destellar las luces. El hombre deja caer el cuchillo y sigue su marcha pesadamente.

C

Otro día de vinagre y plomo. Desde que ascendieron a Ortega la oficina es una tortura para C. Raramente le dirige la palabra y cuando lo hace es para vejarlo con los trabajos más ominosos, esos que rechaza hasta el becario. Y nunca pierde ocasión de menospreciarle, de hablar de él como si no estuviera presente y en los términos más soeces y desdeñosos. ¡Ortega siempre le ha envidiado! !Si pudiera despedirse¡ Pero, ¿qué empleo va a haber para él en esta ciudad en ruinas? Y en casa tampoco hallará comprensión. Lo sabe de antemano.
Eva está en la cocina, sentada ante la mesa vacía, con las manos entrelazadas. C no ha llegado a esbozar un saludo cuando ella le espeta:
-Siéntate. Tengo que decirte algo importante.
Le anuncia que va a dejarlo. Él, primero, incrédulo, guarda un silencio expectante.
-Estoy deshecha. No puedo más. Nunca va a cambiar nada en esta miserable vida que... morimos juntos. Eres tan mentiroso... y tan cobarde. Me voy. Me tengo. Ya no puedo respirar.
C la sujeta por los hombros e implora. Ella se muestra impasible. El comienza a gritar y aprieta las manos. Ella trata de zafarse y entonces llega el golpe en la cara. Eva se detiene y él, abrumado, se separa incapaz de pronunciar palabra.
Pasa una hora. C ha permanecido sentado en la cocina mientras ella se ha ido al dormitorio. Ahora se han comenzado a oír algunos ruidos sordos. Él entra en la habitación. Eva ha puesto una maleta sobre la cama y está colocando en ella su ropa.
-Eva. Él la nombra en un susurro.
Cuando se vuelve un poco, C puede ver el ojo amoratado. A través de él su mirada es aún más retadora.
Se enardece y sin moverse de la puerta le grita:
-¡No vas a dejarme! ¡Te necesito! ¡Yo te quiero!
Ella prosigue su tarea en silencio. C corre a la cocina y vuelve con un cuchillo en la mano. Se coloca tras ella y con la mano izquierda le tapa la boca. Ella se revuelve y trata de gritar. C mira hacia el espejo del armario y descubre un poso de terror en los ojos de Eva. Una mancha roja comienza a extenderse por su vestido.

Relucen los adoquines mojados
en el brillo plateado de la luna...


-Tengo algo que decirte. Le espeta Eva al verlo entrar por la puerta. Quiero que te vayas de mi casa. No puedo vivir así ni un minuto más. Odio este pozo negro en que se ha convertido nuestra existencia... Pensar que me tocas me repugna... Me ofende cada una de tus palabras...
-Eva... Solo puede articular su nombre mientras se acerca para tomarla por los hombros. Ella hace un gesto para zafarse y se golpea en la cara con un estante.
-¡Oh! Lo siento. ¿Estás bien? Pregunta A solícito.
-¡Déjame! Responde ella y sale de la cocina frotándose la parte dolorida.

Él se queda en la cocina indeciso. En su cabeza va pasando revista al tiempo que han compartido. De los primeros tiempos de incontenible pasión a los últimos meses de frialdad y distanciamiento. Es una sucesión vertiginosa de imágenes que lo deja aturdido y desolado. ¿Cómo pudo no haberse dado cuenta? Todo aparece ahora con una luz reveladora, cada acontecimiento anticipando el siguiente. La cabeza le bulle. Se remoja la cara en el fregadero y cuando levanta la vista le sorprende la luz fría, casi metálica, de la luna. Está velada de nubes.
-Quizás llueva. Le incomoda tener un pensamiento tan intempestivo.

Ha pasado bastante tiempo cuando, al fin, se decide y va hacia el dormitorio. Ve su maleta sobre la cama. Ella está poniendo en ella la ropa de A, sus cosas de aseo, sus libros.
-Eva, quizás deberíamos hablarlo más despacio...- Pero las palabras se le quiebran en la boca ante la mirada fría que ve en el ojo tumefacto de ella. Se ha vuelto solo un poco, pero enseguida reanuda su tarea.
Él vuelve a la cocina, se sienta y con la cabeza entre las manos llora mansamente.
-¡Coge tu maleta y márchate! Ella ha entrado en la cocina.
-Pero Eva, vamos a pensarlo mejor.
-¡Vete!
-Pero estos años...
-¡Vete! Repite dejando traslucir un inmenso cansancio.
A levanta la mano tratando de taparle la boca. No quiere volver a oír esa palabra que teme como un veredicto. Eva retrocede un poco hasta toparse con el fregadero. Por un momento su mirada se tiñe de miedo y con una mano empuja el cuerpo de A mientras con la otra busca a ciegas, detrás de ella, algo con que defenderse. Él se aturde, su gesto no era hostil, pretendía sólo evitarse el dolor del imperativo repetido. Se retira un paso. Ella ha encontrado un cuchillo y lo blande, no como una amenaza sino, más bien como una señal, una frontera.
-Yo no quería... Comienza A y, con un gesto impensado, agarra blandamente el cuchillo por la hoja. Ella lo suelta.

Ninguno de los dos se mueve hasta que A ve en los ojos de ella un océano de desafección y certeza. Aprieta la hoja del cuchillo hasta sentir su propia sangre deslizarse entre los dedos. Lentamente, da la vuelta y toma la maleta. Ella lo ve alejarse en silencio.

En el rellano mete el cuchillo en el bolsillo y con la mano manchada de sangre pulsa el botón del ascensor. Al fin, alcanza la calle.

Relucen los adoquines mojados
en el brillo plateado de la luna...

Pepe Lorenzo
Grupo B


Venus

Pude asistir al proceso completo de fabricación; el maestro fundidor se avino amablemente a ello y lo mismo el aprendiz, que se ocupaba en atizar el fuego. Para mí resultó la mar de interesante, ya me habían informado de que nada como Lahij, en Azerbaiyán, para la artesanía en cobre. Desde luego no salí defraudado. Vino luego el martillear el metal fundido hasta modelarlo en capas finas. Con todo, lo que más me gustó, el ornamento de la placas a base de un cuidadoso repujado y el posterior pulido hasta obtener un producto brillante, muy atractivo.

Luego, me costó convencer al artista para la realización del anillo y los pendientes conforme al diseño que le presenté. Logré persuadirlo a base de mucho insistir. Debió ser un argumento definitivo el explicarle la correspondencia del cobre con Venus. Sin falsa modestia, creo que soy un buen convencedor y acerté a planteárselo justo por el lado más conveniente. Lo de enseñarle los cien dólares (que añadiría yo al precio que conviniéramos) es aparte. El trabajo final, una maravilla: dos platos de un dibujo finísimo, un juego de té precioso y por último el anillo y los pendientes, capaces de enamorar a cualquiera. Al final añadí otro billete de cien dólares, pero bien merecía la pena. Mi convencimiento era total, nada podía fallar. Venus... Dejé el establecimiento envuelto en una nube. No demoraría en absoluto el encuentro.

Fracaso. Un fracaso total. La encontré hermosa como la soñaba, si no más aún. No perdió en ningún momento la sonrisa y eso la hacía más bella todavía. Su voz era dulce como la miel, pero el tono firme no dejaba ninguna opción: «Muchas gracias, Patricio, guapo, es todo precioso, pero las diosas somos más de otros metales: plata, oro... Mira a ver, repásate la ficha del taller, es posible que la correspondencia del cobre sea con Venus, sí, pero con Venus planeta».

Pascual Martín
Grupo B


Metal con amor
mentira o realidad
idiosincrasia

Alfredo Domínguez
Grupo B


ÉRASE UNA VEZ UNA NOCHE, EN ARABIA.
“[…]

Sobre ellos, el primer eclipse. La Luna besaba al Sol, y el mundo era de nuevo.”

- Espero le haya gustado. Sin embargo, hay otras historias sobre el inicio de los tiempos. Existen multitud de piedras soñando que son pájaro1… La siguiente, comienza así:

“De todo derivó el mundo, y el resto se dividió en tres. Anhelando placer, belleza o sabiduría; hubo un rey, una artesana, y un ermitaño. En el cielo no había astros, un ave de fuego, volando errática y libre, era sinónimo de luz, la luz necesaria para que el hombre proliferase.

Muchos años acontecieron, y entonces nació un deseo. Era deseo, egoísta, de un rey. ¿Y si el pájaro de fuego fuese de su propiedad, y tan solo pudiese volar entre los muros de su gran palacio? Hizo llamar a todos sus hijos, a fin de cuentas se habían convertido en los guerreros más capaces y diestros, pues trazas de divinidad aún contenía su sangre. Liderados por el poderoso Júpiter, la bella y letal Venus, y el sanguinario Marte, todos acudieron. Sin más dilación, el rey tomó la palabra:

- Traedme al pájaro. ¡Quiero el “ave de fuego”!

- Pero… Padre, el pájaro cumple un cometido muy importante… - entre la prole convocada habló uno de los hijos - ¡No podemos negarle al mundo su luz!… Yo… - de repente, su voz, extinguida. Cayó al suelo. Apenas manaba sangre de la herida que había acabado con él. Veloz, y sin embargo precisa.

- Así se hará Padre, ¡tendrás tu pájaro! – sentenció Mercurio.

Hay multitud de leyendas sobre los hijos del rey y la captura del pájaro. Pues sí, el pájaro fue capturado. Victoriosos, sólo 9 regresaron.

El mundo había perdido su brillo, por capricho y vanidad. A oscuras, el caos amenazaba con maniatar a los hombres, y el rey planeaba sacar provecho de ello. Las doradas alhajas que lo envolvían no eran suficiente, en su retorcida mente, para simbolizar su superioridad; y la “pluma de fénix” demasiado valiosa como para no sacar provecho. La “gallina de los huevos de oro” era suya y a más riqueza, más saciaría sus placeres. Más alimentaría su ego. Después de todo era un dios. “

- ¿Así termina? ¿Has terminado con tu historia?

- No, esposo mío, hay más personajes en esta historia, recuerde, una artesana, un ermitaño, y algún otro, que aún no ha hecho acto de presencia.

- Bien. Aunque ciertamente me hubiese gustado conocer alguna de las leyendas sobre la captura del pájaro…

- Descuide, una historia no tiene porqué ser lineal – Sherezade sonriente, a la par que aliviada, sabía que con ese relato que acababa de inventarse había aplazado su sentencia. Otra vez.

Amanecía un nuevo día, en Arabia.

Diego Rico Suárez 
Grupo A

1 Ver “En el aire, la piedra” de María Ángeles Pérez López.


El brillo cobrizo de Venus

Al abrir los ojos distinguió claramente el círculo marrón que rodeaba su cornea derecha
-¡Ya estamos! -se dijo- Wilson ataca de nuevo...
Desde hacía un año, los síntomas aparecían con mayor asiduidad. Cada mañana respiraba hondo antes de abrir los ojos con la esperanza de que ese fuera un día libre de angustia. Pero hoy no lo era.
La constatación de su mal le producía gran desazón y la conducía cada vez más a la desesperanza. No obstante, se permitía el desanimo justo hasta poner los pies en el suelo, a partir de ese instante iniciaba la rutina diaria ignorando cualquier asomo de incomodidad, de ninguna manera iba a permitir que Wilson gobernara su vida.
Hablaba de Wilson como si fuera un ser vivo con cualidades humanas, aunque no especialmente benévolas, pero lo cierto es que se trataba del nombre que los científicos habían puesto a su enfermedad, una dolencia detectada en la adolescencia y que, ahora en la madurez, estaba demostrando toda su virulencia.
Venera se levantó y fue directa a la ventana para contemplar el cielo. Buscaba a Venus, el único planeta que se puede ver durante el día, pero no pudo localizarlo porque, entre otras cosas, la mañana se presentaba con amenaza de lluvia y aquellos negros nubarrones impedían su visibilidad.
-¡Qué bonito! -Le reprochó mirando al cielo- Hoy te escondes de mí para que no te maldiga. Pues te equivocas porque pensaba mandarte un beso y decirte que sigues siendo mi guía, tal como tú me recuerdas constantemente, no en vano me bautizaron con una variante de tu nombre.
Decidió iniciar sus hábitos matinales y cuando llegó a la cocina no pudo evitar fijar su mirada en el caldero de cobre que colgaba del techo, en el rincón situado frente al frigorífico. Ese caldero formaba parte del patrimonio familiar: lo recordaba permanentemente suspendido encima de la lumbre de la casa de los abuelos y, más tarde, apoyado en la repisa de la chimenea de la casa de su madre. Ahora presidía, desde lo alto, su pequeña cocina siguiendo, así, con la custodia de la herencia.
A medida que avanzaba la jornada, Venera observaba su cuerpo y los cambios que se iban produciendo, de forma lenta pero implacable, que empezaban con la mácula ocular, seguían con el dolor de cabeza y podían llegar a los espasmos musculares o a las temidas convulsiones. Hoy tendría que esmerarse en liberar la dieta de cualquier mínima traza de cobre, evitar los moluscos o el hígado, alimentos cuya ausencia no le producía ninguna desazón, pero retirar el chocolate o los frutos secos la enojaban profundamente.
-Además, tengo que renunciar a los pequeños placeres de la vida - se quejaba para sus adentros a la vez que renegaba una y otra vez de Wilson.
Había adoptado esa personalización de la enfermedad como fórmula cotidiana.
- Ya que me viene acompañando toda la vida y que no me piensa abandonar nunca, es mejor tratarnos como compañeros de viaje que somos, aunque nunca amigos.
- Este iba a ser un día duro -presagiaba. Y por tanto había que contrarrestarlo desde todos los ámbitos posibles. Decidió llamar a sus amigos para dar la vuelta a la situación y buscó rápidamente un pretexto para hacer una fiesta. El motivo era lo de menos, ellos ya lo sabían.
Se dispuso a preparar la merienda a la que estaría invitado su grupo más cercano. Ellos entenderían la convocatoria como en otras muchas ocasiones y acudirían puntualmente a su llamamiento.
Entró en el whatsApp y lanzó su voz de auxilio:
"Llamada a los venusianos. A partir de las 8pm nos encontramos en la terraza de mi casa para dar la bienvenida al lucero de la noche. Invocaremos a Venus Afrodita para que nos ilumine en nuestro tránsito a la vida eterna. Habrá refrescos, alcohol y bocadillos libres de cobre ¡Cobardes abstenerse!"
La respuesta fue inmediata
- OK
- Ahí estaremos
- Olé, otra fiesta!
- aplausos
- dedo pulgar alzado
- aplausos
-copas de cava, jarras de cerveza

-OK
A las 8 en punto de la tarde abrió las puertas de la terraza para observar al planeta con el día más largo del sistema solar, cuyos influjos marcaban su destino. Ese cuerpo celeste y el metal que lo caracteriza le habían señalado el camino desde su nacimiento, no iba a renegar de ellos a estas alturas. Las nubes se abrían y permitían reconocer su brillo inconfundible. Venera decía que le recordaba el brillo cobrizo de su caldero familiar y que ellos tres formaban un triángulo equilátero, permanentemente unido. Sacó la bandeja de copas y brindaron por todo y por nada, sólo por el afán de brindar.

Maxi Moreno
Grupo B


Entre agujas
Herramienta viene de hierro,
el hierro con el que se forjó el rastrillo,
el rastrillo que reúne,
en esta ocasión dos cuerpos.

El escenario, un pinar.
Vetusto, añejo.
Incontables agujas han ido tapizando el terreno.
Nunca solas, sino ayudadas por el tiempo.

Tanto tiempo ha pasado,
que no tendríamos horas
para saber cuántas fueron,
aunque ilusos no lo propusiéramos.

Mar de olas,
olas de tierra,
los montones de agujas,
sobre la verde hierba.

Hierba en forma de musgo,
bañado por las mareas
que implacables se reproducen,
con el relente de las mañanas nuevas.

Dos afanosos recolectores,
con denuedo, peinan la tierra,
dibujan palabras,
aunque no tengan letras.

Y aparece Marte,
el rojo planeta,
el rojo de amarte,
cuando la noche se adueña.
Donde fuimos valor,
valor y guerra.

Concha González
Grupo A


El termómetro

El idioma secreto del mercurio
duerme en un bulbo capilar de vidrio
Si la temperatura de un término
sube más allá del son metálico
que lo asfixia, arde el dogma inquisitorio
que lo condena a ser siervo de un rito

Sin alma que entregar al sacrificio,
el verbo enfermo frecuenta el delirio
El suelo semántico de su trino
se fisura. Hay luz en el cementerio

Si el diamantino medidor térmico
se rompe, si el ardor deviene en grito,
el cinabrio muta. Oro líquido
Solo un río conoce el infinito

El idioma secreto del mercurio
duerme en un bulbo capilar de vidrio
Una cajita estrecha con dígitos
Dentro hay lanas, botones, higos, hilos
Piedras sin alas. Nidos freáticos.

Cuando un vocablo rasga su sudario
amanece.
Lázaro lo sabe

Ana Isabel Fariña
Grupo B

5 comentarios:

  1. Gracias a todos y cada uno por los textos, la acogida, la cercanía metálica que no hiere...

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  2. Sigo con los agradecimientos, inagotables:
    - a Raúl Vacas, por ser quien crea espacios de plenitud y cercanía (siempre, los espacios más queridos)
    - a José Luis Juan Fonseca, por recordarnos que la imaginación es el vehículo más rápido posible. Su motor, altamente ecológico, de una eficiencia digna de las mejores causas, solo se consuma. No consume.
    - a Ignacio Aparicio, por su “Planeta chatarra” que tanta verdad alberga en su llamada ecocrítica
    - a Jaume Castejón por la sensualidad de su escritura, en días de tanto frío y a veces, tanta dificultad aterida
    - a Esther Yubero por unir memoria y presente para que lo pequeño y lo grande crucen sus fronteras (ellas, soñándose líquidas)
    - a Carlos García Riesco por imaginar que en un dedal de cobre caben el amor o el mar completos
    - a José Manuel Romero por poner en su voz la voz del plomo, de los metales atados a la tierra que no han querido nunca abandonarla
    - a Pepe Lorenzo, por hacer brillar el cuchillo del mal y por mellarlo
    - a Pascual Martín por el humor y la sagacidad
    - a Alfredo Domínguez por atrapar en tres versos la paradoja
    - a Diego Rico Suárez por seguir dando vida a Sherezade una noche más
    - a Maxi Moreno por brindar con la vida y hacia la vida
    - a Concha González por los versos teñidos de la fuerza de Marte
    - a Ana Isabel Fariña por conjugar las rimas de la resurrección
    - y con enorme abrazo, a Emilia González, por la dedicatoria generosísima, por su poema delicado y hermoso, por atar hilo y halo del mismo modo que las palabras atan este abrazo largo (y también colectivo)

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    1. Muchas gracias Mª Ángeles por tu comentario. En esta ciudad, en otoño y en invierno y a veces también en primavera, para los que somos de clima más tropical, necesitamos del calor que algunas oalabras produen para sentirnos reconfortados.

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  3. Muchas gracias por tus poemas y por tus comentarios tan generosos.

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  4. Muchas gracias Maria Ángeles por tus poemas y por tus comentarios tan generosos.

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