Abecedario

La semana pasada tomamos como referencia el libro Abecedario. Abrir, bailar, comer y otras palabras importantes... de Ruth Kaufman y Raquel Franco editado por Bruño.
No es habitual que las palabras elegidas para un álbum ilustrado de estas características sean verbos y acciones, lo normal es que sean sustantivos. Ahí radica la diferencia con otros abecedarios al uso.


Somos gente de acción, además de verbívoros, como los seguidores de Verbalia, así que propuse a los integrantes del grupo B del Taller de Escritura Creativa de la Casa de las Conchas que eligieran una letra, al azar, y que escribieran sobre el verbo y las acciones determinadas por la palabras relacionada con dicha letra.


Este es el resultado:



Jaume Castejón eligió la letra K


K

Me había propuesto perder kilos fuese como fuese. Desde mi último viaje a Rusia, la visita al kremlin me dejó agotado. Algo tenía que hacer con mi sobrepeso. Al pasar frente a un kiosko lo vi claro: correr una maratón. Nada más y nada menos que 42,195 kilómetros. Eso exigía preparación y no lo dudé. Dieta estricta a base de kiwi, kéfir y kril. También me apunté a kárate.
El día de la carrera hacía un calor horroroso, más de 308,15 grados kelvin, pero estaba dispuesto a terminar con la prueba. Para mi sorpresa, a 200 metros del final iba el primero. Me sentía como un verdadero káiser, pero de pronto, sin apenas advertirlo, me sobrepasó un kurdo y en mi mente empezó a sonar un kirie.


Pepe Lorenzo eligió la letra E



Escribir
«Escribir. Escribir sin parar. Una noche no va a ser suficiente..

Evariste Galois nació en Bourg-la-Reine, una pequeña ciudad a las afueras de París. Corría el año 1811 y los ejércitos napoleónicos campaban victoriosos por todos los rincones de Europa. Fue su madre Adelaide-Marie quién se encargó de su formación hasta que cumplió los doce años. Destacaba por entonces en latín y en griego y en su conocimiento de los autores clásicos. Ingresó luego en el liceo real Luis-le-Grand de París y allí descubrió lo que adelante serían sus dos grandes pasiones: la revolución y las matemáticas.

«Escribir. Escribir para no caer dormido. Escribir mi nombre: Evariste. Escribir incluso el de la coqueta infame: Stephanie. Escribir cualquier cosa. No dar ocasión al sueño...»

Intentó dos veces ingresar en la prestigiosa École Polytechnique, pero sus maneras heterodoxas y contestatarias le valieron sendos rechazos y ello a pesar de que ya por entonces había resuelto un problema algebraico que había resistido los embates de prestigiosos matemáticos durante más de un siglo.
Participó en la revolución de 1830 lo que le acarreó no pocas penalidades, incluido su paso por la cárcel durante varios meses. Estando en ella escribió una memoria para la Academia de Ciencias en la que sentaba las bases de un nuevo campo dentro de la disciplina del Álgebra: La teoría de Galois. Más de veinticinco años debieron pasar para que esos descubrimientos fueran entendidos y valorados.

«No me queda tiempo. ¿Cómo decir tanto en tan pocas horas? Sé que lo que transcribo a estos papeles es indudablemente cierto, lo que no puedo calibrar es su trascendencia».

Su huella científica es imperecedera y abrió tan amplias perspectivas en la investigación matemática que aún hoy se están recogiendo sus frutos.

«Tengo que mostrar la hermosa conexión entre la resolución de una ecuación algebraica y un grupo de permutaciones. ¡Y con los antiguos problemas sobre construcciones con regla y compás que obsesionaban a los sabios griegos de la antigüedad!»


Para su desgracia conoció a Stephanie Potterin con quien mantuvo una corta relación que debió acabar en un desaire pues por ello fue retado a un duelo. La noche anterior al combate, consciente de su inminente muerte, la pasó en vela escribiendo tres cartas: la primera a sus correligionarios antimonárquicos, la segunda a unos amigos y una tercera en la que resumió todos sus descubrimientos y que pidió que fuera sometida al escrutinio de la Academia. Esta tardó más de diez años en publicarla y debieron pasar otros tantos para que fuera reconocida su enorme aportación al desarrollo de las Matemáticas.

«La muerte es segura, pero que nadie llore. Yo mismo no puedo detenerme a lamentarlo, necesito todo mi coraje para morir a los veinte años».

El amanecer del treinta de mayo de 1832 recibió un balazo en el abdomen. Murió al día siguiente, no había cumplido aún veintiún años.

31 de mayo de 2021. 189 años de gloria.

Pepe Lorenzo
Grupo B



Pascual Martín eligió la letra M



M de Mirar

¿Y por qué la M? Qué sé yo, se me pidió que eligiera una letra y fue la primera que me vino a la mente. Por Mábel será, que me tiene obsesionado. Mábel es el nombre de mi novia. Novia actual me refiero; no ha sido la misma siempre, antes tuve unas cuantas, pero yo creo que con esta es otra cosa.
El caso es que a la “M” correspondía la palabra “mirar” y eso implicaba que habría de escribir un texto en el que apareciese la dichosa palabrita. De modo que me senté al ordenata y ¡hala!, a exprimirme la meninge, que sacar un relato con “mirar” es cosa de mucho pienso.
A mis cavilaciones terminó por comparecer Mábel, no podía ser de otro modo. Mábel y mirar, mirar y Mábel. No dejaba yo de darle vueltas al asunto y, claro, acabó por venirme a la mente la abuela Jeroma y sus chascarrillos, que se acentuaban de parte vieja; de noventa y bastantes años la recuerdo. «No dejes de tenerlo en cuenta, mi niño, cuando escojas la hija, mira a la madre». Y esa es la cuestión, que me fui al móvil y allí seguía la foto que mandó ayer Mábel con su madre en la playa; ese tonelaje (la madre), ese casi bigote (la madre).

Pascual Martín
Grupo B


Maxi Moreno eligió la letra A:




Abrir
Abrir las puertas. Abrir las manos. Abrir el cuerpo. Abrir la mente. Abrir el corazón.

La vida trata de eso –pensaba, mientras caminaba sin prisas hacia la biblioteca-, de eliminar obstáculos para dejar entrar aquello que nos es cercano, de ofrecer refugio a otras almas perdidas, de crear unidad con dualidades. Pero también de expulsar lo que nos es ajeno y de escupir lo tóxico.
Mi cabeza volaba hacia otros lugares y otros momentos mientras manejaba el tiempo a mi antojo, lentamente, sin apurarme por casi nada, únicamente lo imprescindible. Subí las escaleras que dan al patio de las Conchas y me detuve a observar al grupo de turistas que contemplaba el bello recinto en el que se mezclan varios estilos arquitectónicos. Mi mente dio un salto al pasado y, en contraste con el antiguo monumento, visualicé unas puertas automáticas ultramodernas, las que antaño se abrieron para franquearme el paso definitivo al exterior.
Tres años de entradas y salidas del hospital –reflexioné- habían dejado huellas profundas, de las que las cicatrices que me recorrían el cuerpo no eran las peores; el temor a la muerte, la incertidumbre, y, sobre todo el olvido de los de fuera, eran las que marcaban a fuego. Nada más pisar la calle, supe que debía reinventarme, aceptando que mi existencia anterior no había representado nada, arriesgándome a que, tal vez, la nueva tampoco lo significara. Pero sobrevivir era una cuestión perentoria, es algo que sabemos –me dije en su momento y me reafirmo ahora- quienes hemos estado cercanos al fin.
Una pequeña mochila fue suficiente para guardar el equipaje que me acompañó en aquella ruta que nunca he llegado a discernir si consistió en una aventura o en una fuga, un espejismo o una deserción. Para el caso, da igual, fue un alivio dejar atrás todo lo anterior, sobre todo a mí misma, y descubrir otra yo esperanzada, abierta a esa vida desconocida en la que era capaz de ilusionarme sin reservas, de excitarme con cualquier novedad, de emprender proyectos, de conocer personas, de acercarme a los animales y de apegarme a las cosas. De conseguir formar, en definitiva, un conglomerado que llegó a convertirse en mi universo.
El mismo equipaje me acompañó de vuelta: cuatro cosas imprescindibles en un hatillo, pero en esta ocasión viajaba con un mundo entero en el corazón. Dejé atrás la luz, la arena y el mar pero me llevé conmigo las mil sensaciones de las que bebí todo el tiempo. Me alejé de hombres y mujeres valientes, de niños, jóvenes y ancianos entrañables, que me acogieron, me amaron y me dejaron partir. En ese momento evoqué la sensación de plenitud que llegó contigo, la serenidad que se instaló en mí y el bálsamo que trajiste a mi alma. Tu sola presencia y, más tarde, tu omniausencia fueron las que me dieron la fuerza para seguir el rumbo que me ha devuelto a mis orígenes.
Abrí la puerta de la sala de lectura y me dirigí al mostrador de préstamos. Pedí la Obra poética completa de Kavafis para leer y releer cien veces su viaje a Ítaca. ¡Qué clarividencia la del poeta griego! Yo también pido que el camino sea largo, lleno de aventuras y de experiencias.

Maxi Moreno
Grupo B

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