Algo que sucede en el pasado

Hace tiempo que no llueve en Salamanca pero estos días la sala donde nos reunimos quienes formamos parte del taller de escritura creativa de la biblioteca se llenó de nubes. Y llovió. Y esa lluvia caló hondo. Y rápidamente nos pusimos a escribir. Es lo que tienen las precipitaciones.
Hoy me desperté con una nube en un ojo, el derecho; puse una nube de azúcar en el café y subí a la nube la información de esta sesión titulada "Algo que sucede en el pasado".
Lo dijo el maestro Borges en un espléndido soneto: la lluvia es algo que sucede en el pasado. Y el Cabrero le puso voz.
Invitamos a formar parte del taller a San Isidro Labrador quien escuchó nuestro ruego y nos trajo el agua sin necesidad de ninguna danza tribal. Mejor la rogativa y la docena de huevos en manos de las monjas clarisas que acudir al yoduro de plata, a la siembra de nubes o a los cohetes granífugos o bombardeos a las nubes desde avionetas. El tiempo es indomable como las nubes. Y el deseo del hombre por controlar la lluvia un empeño constante.
Rafael Pérez Estrada se presentó en la sala con su mujer de la lluvia.


"Se cubría con una nube de infinitos colores, y era imposible distinguir los hilos de la lluvia, de su pelo de oro. Se maquillaba con la argenta que los caracoles desprenden cuando llegan las lluvias. Gustaba de mirarse en los charcos (las nubes, reflejadas en los charcos la ponían nerviosa)"

Para entender hasta dónde llega la relación entre las nubes, la lluvia y la literatura recomendamos tres artículos: "Una antología eleve a las nubes al cielo poético español", de Alfredo Valenzuela; "Los poetas están en las nubes" y "La lluvia en la literatura Latinoamericana".

Comentamos algunas fotografías de Chema Madoz sobre las nubes y la lluvia y leímos algunos textos, como el poema "Desdicha" de Luis Cernuda y "En abril, las aguas mil" de Antonio Machado. Vemos en ellos dos modos de contemplar la palabra "nube", de manera más subjetiva o en tono realista:

Un día comprendió cómo sus brazos eran
Solamente de nubes;
Imposible con nubes estrechar hasta el fondo
Un cuerpo, una fortuna.
La fortuna es redonda y cuenta lentamente
Estrellas del estío.
Hacen falta unos brazos seguros como el viento,
Y como el mar un beso.
Pero él con sus labios,
Con sus labios no sabe sino decir palabras;
Palabras hacia el techo,
Palabras hacia el suelo,
Y sus brazos son nubes que transforman la vida
En aire navegable.

***

Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
zigzaguea
una centella amarilla.
La lluvia da en la ventana
y el cristal repiqueteo.
A través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra gris se pierde.
Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en el remanso del Duero.
Lloviendo está en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los encinares,
charcos por las carreteras.
Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina.
Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.

Recomendamos los textos "La lluvia" de Arturo Uslar Pietri, "Un gato bajo la lluvia" de Ernest Hemingway y "Vendrán lluvias suaves" de Ray Bradbury. 
La monotonía de la lluvia tras los cristales que Antonio Machado nombra en su "Recuerdo infantil" nos puso nostálgicos y compartimos algunos recuerdos de infancia vinculados a la lluvia, cuando cantábamos a la Virgen de la Cueva para pedir un chaparrón.
Y hablando de chaparrones dejamos por aquí un enlace por si queréis ver el "Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo" de Gabriel García Márquez llevado a escena por la actriz Rielen Pineda de la compañía Teatro al cubo.

La lluvia está muy presente en el folklore (quien no cantó en alguna ocasión: "Esta noche ha llovido, mañana hay barro, pobre del carretero que va en el carro...) y también en el refranero. La lluvia ayudó incluso a Eliza, protagonista de la película My Fair Lady, a pronunciar correctamente el español: "The rain in Spain stays mainly in the plain". De aquí procede la expresión "La lluvia en Sevilla es una maravilla", una traducción adaptada de esta frase. Con la canción de "The rain in Spain" cantada por su profesor Henry Higgins y ella misma damos paso a la propuesta de la semana.



1. Propuesta de escritura durante el taller

La expresión "Estar en las nubes" se asocia con los poetas, los soñadores y los enamorados, entre otros. Existe una palabra para definir a quien se apercibe de la realidad: "Nefelibata". Trata de acomodar dicha expresión en otros contextos vinculados a las nubes

Estos son algunos de los trabajos:

Estar en las nubes

Mil veces se lo escuché a mi abuela: «Mirad a ver esa niña, que parece que está en las nubes». Cómo podía imaginarlo ella, la pobre. Andando el tiempo eso me serviría para recorrer medio mundo viajando gratis total.
Me sentaba cerca del borde exterior de la nube a esperar y cuando sentía ruido de motores me ponía en pie, tiraba un poco hacia arriba de la minifalda y salía. Siempre resultó, los pilotos son prácticamente todos pilotos, no pilotas. Tampoco quiero decir con esto que yo haya sido la inventora del aviónestop.

Pascual Martín
Grupo B


2. Propuesta de escritura para casa

Escribe una historia sobre la lluvia en la que aparezca una tormenta (en sentido real o metafórico) y descríbela brevemente.



Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Escuadrón de reconocimiento

La lluvia torrencial caía con tanta fuerza que hacía imposible la visión más allá de un par de metros. Mathew, el piloto, detuvo el vehículo. El primero en saltar fue Ethan. El suelo era un auténtico barrizal. Impasible bajo la lluvia giró hacia su derecha para quedarse hincado de rodillas en la parte posterior del blindado. Intentó forzar la vista para otear mejor el terreno, pero con la cantidad de agua que caía era imposible distinguir nada. Dentro del vehículo la lluvia golpeaba con fuerza contra los cristales. El teniente hizo otra señal y ante la imposibilidad de asegurar la ausencia de peligro, Stewart salió por la parte izquierda del blindado. Cuando salió el teniente estaban completamente empapados.
—Maldito aguacero —comentó Ethan mirando al cielo gris—. No parece que vaya a parar.
—Silencio —ordenó el teniente—. En peores nos hemos visto y no nos hemos quejado. ¿Qué pasa? ¿Ahora un poco de agua te molesta?
Con la lluvia los colores del bosque cercano se hacían más intensos. El suelo, de arcilla, era un lodazal que dificultaría la marcha, pero al menos tenían la seguridad de que mientras diluviase, el enemigo estaría a cubierto, inactivo y agazapado.

Jaume Castejón
Grupo B


“Mar de nubes.”

En aquel erial perdido y reseco
a pesar de rogativas delirantes
de suspiros de poetas despistados
de la enajenada queja de los labradores
del llanto de los ríos sin memoria ni cauce
del grito mineral de olvidados desiertos
de la sed infinita de niños extraviados
del clamor de profetas sin rumbo
del sueño de alucinados inocentes
nunca se veía caer una gota de agua
porque la lluvia
y todo el mundo debería saberlo
en aquel erial maldito y reseco
se había enamorado del cielo
y estaba para siempre
en las nubes.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


La riada

El día de las nubes llegó a mi corazón cargado de tristeza, haciendo fluir las lágrimas que se fundieron en gotas de lluvia melancólica, de lluvia que fue creciendo hasta formar charcos, charcos que se desbordaron en arroyos, en torrentes liberados de diques o presas, en torrentes desatados hacia un río que creció, y creció, y se convirtió en una riada de nostalgia que anegó todas las estancias en las que se almacenaban los recuerdos que más me afligían: las noches de Reyes con juguetes no queridos, los días de colegio acosado por compañeros desalmados, los meses de adolescente descreído y engañado por una novieta antojadiza, los años de empleo precario, de jefes tiranizantes, el accidente en que perdí la pierna, la quiebra del negocio duramente iniciado,… una tormenta de lágrimas que arrasó mi interior, dejando un vacío inconmensurable, un territorio lavado por el agua amarga, un territorio libre de memoria, opacado por las nubes negras que poco a poco fueron disolviéndose por los rayos de sol que comenzaron a filtrarse, a llenar de luz un terreno que había quedado aprestado para germinar y echar nuevos brotes.

Manuel Medarde
Grupo A


Mi lluvia

Muchas veces he pensado, he sentido y, medio en broma he comentado, que mi cabeza estaba llena de nubes, ni cirros, ni estratos, ni cúmulos, mi clasificación era otra. Unas veces eran nubes huecas, vacías, no había nada dentro, cabeza vacía, sin pensamientos, otras eran nubes que “se diría todo de algodón”, entonces mis pensamientos eran placenteros, mis recuerdos revoloteaban, trotaban por campos de flores acariciando tantos momentos felices y, otras veces, las vacías, las de algodón, se llenaban de lo que no pasó, de tanto que quedaba por vivir, y entonces esas nubes explosionaban, llovían, no podían con tantos sentimientos y lo hacían de una forma serena, no había tormenta, no había truenos, manaban, aliviaban. ¿Cómo podían estar tan llenas esas nubes?
Estoy aprendiendo a bombardear las nubes huecas, no quiero que estén vacías, quiero sentir siempre.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Desintegración

Atardece lluvia. Y abandona el muchacho el colegio con el corazón cortado porque le ha dejado su novia. Llevaban tres días de relación y su novia le ha dicho que le deja porque es un chico triste. Avanza el muchacho por calles desiertas, mientras se empapa de gotas escritas de pena y desaliento, que de cuando en cuando relame y le saben acres, como el fugaz beso de despedida que le acaba de dar ella. Y mira con rabia al cielo encapotado y se pregunta por qué ese cielo es el telón de fondo de toda su vida; por qué no es azul, como el de los demás chicos. Cuando se quiere dar cuenta, encara la última calle del último barrio y divisa las fauces del lobo, en cuya boca tiene su madriguera. La luz del salón está encendida y la sombra del árbol muerto que es su padre se recorta en el cristal roto de la ventana. Ya no hay “hola” ni “adiós”, solo el chirrido de las bisagras y el portazo al cerrar. Su padre no le mira; su padre no mira. Su padre tiene ceniza en los ojos y sostiene un vaso de whisky en la mano, mientras descansa la otra sobre su propia tripa, como si escondiera un mal secreto. A su lado, sobre la mesa, se apilan las facturas. Todas iguales, todas distintas. Dejó a su padre así cuando salió de casa y así se lo encuentra. Y se para el muchacho un instante. Le quiere decir algo. Busca una palabra que sea un rayo de sol a la busca de un imposible deshielo. No merece la pena. Y sube las escaleras, ya sin el brillo del barniz que tuvieron un día, y se encierra en su cuarto. Tira en una esquina la bolsa con los libros de clase y corre a abrir la ventana. Ya echa de menos la lluvia y el viento frío. Es mucho mejor la tormenta de la calle que la que va a haber en casa en cuanto llegue su madre. Se sienta a la mesa, respira hondo, se aprieta la cabeza con ambas manos y luego saca su cuaderno. Sabe que existen mundos bonitos que se construyen juntando palabras bonitas. Y quiere construirse uno donde huir. Coge el bolígrafo e intenta continuar donde lo dejó ayer. “Había un niño feliz que jugaba junto a una cerca, y junto a un río y junto a unas vacas; y había un sol radiante y el río tenía agua cristalina, y jugaba con una escopeta de madera que le había hecho su padre, un labrador honrado. Y jugaba a disparar a los ciervos mientras su madre, que era muy guapa, se reía sin dejar de mirarlo. Y había, había…”. Y se devana los sesos buscando una palabra bonita con la que continuar el relato. Pero no la encuentra. Las gotas que entran por la ventana le están mojando la cuartilla. Se levanta y la cierra, furioso. Ahora baquetean fuera, como si imploraran que las dejaran entrar. Pasa una hora y otra hora. ¿Qué ha hecho en ese tiempo? No lo sabe. Contemplar fantasmas, quizás. Anochece lluvia. Se abre y se cierra la puerta de la calle. Tintineo de llaves. Tacones que repiquetean sobre el piso. Tambores de guerra. La primera voz, la segunda, la tercera. Todas se estrellan contra la misma muda pared. Se rompe un cristal, seguramente el vaso de whisky. Y ahora truena un voz de hombre. Una voz aguardentosa y de caverna. Ahora llueven palabras de miseria, de desesperación, de desahucio. Y el muchacho abre la ventana y ya solo desea que la tormenta de fuera sea tan terrible y que los truenos sean tan estrepitosos que sean capaces de acallar la tormenta de dentro. Pero no es así. Y se acuerda de que cuando era más pequeño y hacía acto de presencia, sus padres se callaban en el acto, como si de repente se hallaran en el vórtice de la tormenta. Sale corriendo del cuarto y baja para que lo vean. Pero no se callan. Ya no es el sol que creía ser. Ya solo es un sol negro que a lo más alumbrará un luctuoso arcoíris con toda su gama de grises. Allí los deja. Sube otra vez a su cuarto. La ventana abierta por fin lo ha helado. Da lo mismo. Se asoma todo lo que puede para que el ulular del viento le penetre hondo en los oídos. Pasa una hora y otra más. Cierra la ventana y baja a cenar. En soledad, aunque sus padres están ahí. Vuelve a subir y se acuesta. Hace mucho que se mudaron de casa las “buenas noches” y los “hasta mañana”. En la paz de un crepúsculo de plomo para su alma hecha añicos no logra conciliar el sueño, hasta que se descubre jugando felizmente, en una mañana radiante, con una escopeta de madera junto a un río delicioso. Había, había… Se levanta corriendo de la cama. Ha encontrado una palabra bonita. La que buscaba. Amanece lluvia.

Óscar Martín
Grupo A


Quizás mañana no llueva

Llueve. Me encantan los días de lluvia. Cuando llueve, mi madre no va a trabajar al campo, se queda conmigo en casa. Pasamos juntos todo el día. Esos días, soy el niño más feliz del mundo.
Ya no me importa si mañana sale el sol o no. Mi madre se quedará conmigo para siempre. Ya lo he arreglado.

Tomás García Merino
Grupo B


“Tiempo de lluvia”

Se sentía un nostálgico empedernido y el olor de la lluvia le traía los mejores recuerdos. Y ensoñaciones. No se lo contaba a nadie porque sabía que le iban a llamar cursi, y con toda la razón, pensaba él mismo.
Era principios de otoño y había ido a pasar unos días en un hotel rural, en plena dehesa.
El verano había sido muy seco y cuando hacía sus paseos solitarios parecía que pisaba una alfombra de polvo.
Esa mañana, después del desayuno, se había puesto a andar en dirección al viejo puente medieval. Era un puente precioso, de sillares de piedra y tres arcos de medio punto, el principal más alto y ancho que los otros dos. Su perfil peraltado, como a dos aguas, se diría diseñado para un escudo de armas.
Se erguía sobre un cauce pedregoso y reseco, donde no parecía haber ni lejana memoria del arroyo. Para llegar al puente había que desviarse del camino, porque, extrañamente, no había ningún sendero que pasara por él. Cruzarlo era un poco como andar sin rumbo, sin origen ni destino.
Antes de llegar al puente había empezado a llover, y del polvo y la hierba seca había emanado un viejo perfume que invitaba al recuerdo. Y el viajero, sin poder evitarlo, había empezado a soñar. Algo así como viajar en el tiempo, al pasado, a la imagen inequívoca de su primer amor, aquella novia casi adolescente que después había desaparecido de su vida sin ninguna explicación. Otro rastro perdido como el que cruzaba el viejo puente.
Asomada al pretil, sobre el cauce seco, vio una joven desconocida. Al pasar a su lado se cruzaron un momento sus miradas, y el caminante pensó que jamás en la vida había visto un rostro tan hermoso. Ninguno de los dos dijo una palabra, como si no se atrevieran a romper el hechizo. El agua seguía cayendo mansamente, como si fuera la esencia de aquel perfume que le embriagaba.
Siguió caminando entre las piedras y los rastrojos. Las gotas de lluvia salpicaban el polvo como si quisieran despertarlo con su fresca caricia. Todo era parecido a un sueño. Un espejismo acogedor en la tormenta.
El viajero, al cabo, volvió al hotel, y pareció despertar al abrir la enorme puerta de roble que daba directamente a un salón antiguo con memoria de infancias perdidas. Y se acercó a la chimenea, sintiendo esa atracción que dirige nuestros pasos hacia el fuego del hogar como llevándonos en andas.
Se sentó en el viejo escaño. Las brasas crepitaban, el humo parecía confundirse con el aroma del campo en su capacidad de ensoñación.
Frente al caminante estaba sentada en un viejo sillón de cuero la mujer que había visto al cruzar el puente. Al mirarla tuvo la extraña sensación de no saber si había vuelto, o todavía estaba allí, en medio del campo, frente a aquella mujer desconocida.
-Hola- dijo nuestro viajero armándose de valor. Qué bonito paseo, es una maravilla el puente, ¿verdad?
- ¿El puente? - dijo la chica. He llegado esta mañana con unas amigas, y todavía no hemos salido del hotel. Pero cuéntame, parece el principio de una gran historia. ¿Quieres una copa?

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Santa Bárbara Bendita

Noche cerrada y hablamos de… fíjate, yo niño. Aquel día en casa todo era una locura: padre, madre, el abuelo, la abuela Isabel, todos se afanaban corriendo de un lado para otro con ropas de abrigo y calzado. La bisabuela Jeroma en eso no participaba; tenía más de noventa años y además andaba en ese momento con el rosario, bisbiseándola letanía, «…Virgo clemens, Virgo fidélis…», al calorcito de la chimenea en su sillón de mimbre. De mí nadie hacía caso, a los niños de seis años siempre le hicieron poco caso los mayores.
En toda la tarde no había parado de llover. «A ver si crece el regato Lamias y no pudieran pasar» le oí desear a madre con fervor, al tiempo que se limpiaba con el dorso de la mano lágrimas de sus ojos doloridos. «Lo quiera Dios» añadió la abuela Isabel. Y lo escucharía la bisabuela, pues rápido cortó los latinajos para mudar el rosario a su mano izquierda, levantarlo al cielo y recitar solemne: «Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita, con papel y agua bendita…».
Lo rezó enterito, que yo no me lo sé. Justo al acabar estalló un relámpago que lo puso todo de día, de la luz que entró por las ventanas. Vino a seguido el trueno, que hizo retemblar la casa toda. Arrancó a llover que se vaciaba el cielo, ahora sí que el regato se desbordaría, y vete saber las miras que tendría en eso mi madre. Pero las mujeres siguieron a lo suyo. Al acabar se fueron a la puerta de atrás con el padre y el abuelo. Se abrazaron con fuerza los cuatro y ellos me besaron fuerte a mí también. A padre la abuela Isabel le puso la escopeta de caza en la mano diciendo con voz segura: «Por si tenéis que usarla, hijo, más vale que no. Id con Dios». Echaron a caminar los hombres y enseguida se los tragó la oscuridad.
Nos metimos para casa y no habría pasado media hora cuando se oyeron aldabonazos en la puerta de la calle, un estremecerse de madre y abuela. Eran cinco los que llegaban. El que hacía de jefe, con pistola al cinto; los demás con escopetas o carabinas colgadas al hombro. «Venimos a por Dalmacio y Rafael», tronó el mandamás. La abuela Isabel dijo que allí no había nadie. Los hombres las apartaron a empujones y se metieron para adentro. Abrían las puertas a golpes. Hasta el corral y la pocilga registraron sin encontrar a nadie. Tampoco dieron con la fiambrera conteniendo unos pocos billetes y alguna joya. La había enterrado padre en el muladar de afuera; yo le ayudé.
Los hombres se marcharon venga de juramentos y de maldecir, había dejado de llover. Que no eran del pueblo, comentaron madre y abuela mientras atrancaban las puertas mejor que solían. «¿Ya se fueron?» preguntó la bisabuela Jeroma. Pero no aguardó respuesta, ella bien sabía. Pasó el rosario de nuevo a la mano izquierda, lo alzó en el aire y: «Santa Bárbara bendita…», otra vez entero. Y otra vez que llovió seguido y a cántaros; un diluvio mientras a la bisabuela Jeroma se le pintaba en el rostro una expresión como de paz vieja.
Se supo a la mañana siguiente: de los cinco hombres, solo tres consiguieron llegar a la camioneta. El mandamás y uno de los otros fueron arrastrados por las aguas del regato y no los encontraron hasta dos días después, ahogados en el pantano. Nunca se había visto una tormenta así en Aldeavieja del Buema.

Pascual Martín
Grupo B


Alto voltaje

Llegó el día que había estado esperando durante mucho tiempo.
Hasta ahora siempre habíamos salido en pandilla chicos y chicas.
Hacía meses que a mí me gustaba María. Tuve que desarrollar múltiples estrategias hasta poder quedar aquella tarde con ella a solas.
Había ensayado miles de frases y de actitudes, siempre con el objeto de agradar, de que aquella primera cita fuese interesante, y le quedasen ganas de repetir.
Por fin aquella tarde de junio quedamos para dar un paseo por las afueras.
Había elegido las 8 de la tarde para iniciar el paseo, con objeto de que nos sorprendiese el atardecer y así poder disfrutar conjuntamente de la puesta de sol.
Cuando nos habíamos alejado del pueblo después de una hora de paseo, el tiempo comenzó a cambiar, las nubes se movieron, se agruparon y se ennegrecieron; casi al momento comenzaron a caer las primeras gotas. Una lluvia suave al principio que va "in crescendo" y que nos obligó a buscar algún sitio donde protegernos de la lluvia.
Vimos un cobertizo medio en ruinas a lo lejos y corrimos a resguardarnos. Aproveché la carrera para agarrar su mano. Por la forma de apretar noté que le agradaba. Empecé a sentir un cierto acercamiento.
Al inicio de la lluvia notamos frescura en el ambiente y el olor típico a tierra mojada. Es un olor agradable en inicio, pero al tornarse la lluvia más intensa, se vuelve espeso y agobiante.
Sentados en un banco de piedra y bajo techo, observamos un cielo que se va haciendo más y más oscuro. De repente se hizo de noche en pleno día.
La lluvia arrecia, cae hacia abajo y hacia los lados, y entre los tonos negruzcos de las nubes surgen los primeros rayos, que zigzaguean hasta llegar al suelo, iluminando el paisaje con una luz intensa. Al cabo de un santiamén, escuchamos el ruido del trueno.
Embelesados observando la tormenta, acerqué mi mano izquierda y toqué su mano derecha. Noté un ligero chispazo a la vez que ella entrelazaba sus dedos con los míos y los mantenía apretados. Enseguida me miró y me sonrió.
Por un instante me pareció sentir cómo el rayo pasa de su mano a la mía y estremece todo mi cuerpo.

José Luis Fonseca
Grupo A


Nunca quise volver

Vuelvo a casa, pero no quiero. Estoy en una estación de tren perdida, en medio de la vaciada meseta, esperando a que hagan el cambio de vías para que pase otro tren. Pero el tren no llega. Afuera llueve de forma recia.
Tengo la cabeza apoyada contra el cristal, y mientras veo las gotas de agua correr, intento adivinar cuál ganará su muerte en el marco inferior de la ventana. Llegar a tu final, así me siento, nunca quise volver.
Estar a resguardo es una sensación inigualable, lo vivo desde mi asiento mientras miro a la gente apurando los cigarros, con esa cara de frío y el diluvio llorando sobre sus hombros. Más aún lo vivo cuando el revisor avisa de que la parada se alargará más de lo previsto. Sí, sé que me lo repito: nunca quise volver.
"Quizá no soy la gota que gana" pienso fugazmente, pero el paso de otro tren cubre de oscuridad y ruido mi ventana, haciendo que me vea reflejado y eliminando cualquier gota de lluvia del vidrio a su paso. Maldito revisor mentiroso...
Los engranajes de las vías vuelven a chirriar, nuestro tren retoma su camino. En el reflejo veo que empieza a llover en mis ojos, pero la ventana está seca. Vuelvo a casa, pero no quiero.

Edwing Vladimir
Grupo A


Cuando la lluvia cae

Cuando la lluvia cae,
se esconden los atardeceres
y la intemperie aparece salpicada
de agua que invade calles y cristales.
Se introduce en la tierra y
en los pensamientos se adentra
como rododendro en el jardín.

Cuando la lluvia cae,
Aparece la sinonimia
en albercas y en estanques
reclamando el derecho de albergue
por días indefinidos.

Cuando la lluvia cae,
las pisadas en el barro
enmarcan huellas,
delatan la quebrantada puerta
de un cortijo desgobernado
donde se encuentran los abrazos y
se funden los labios con total frenesí.

Cuando la lluvia cae,
irrumpe en las calles en un viaje indefinido.
Viaja a ninguna parte,
pues se funde con el agua de los ríos.
Acompasada de la luz trémula y feroz de tormentas,
si cabe, toma más fuerza y
las casas, los umbrales, los patios y los portales
se inundan de agua y luz.

¡Ay, cuando la lluvia cae…!
Llueve en la tarde y en las horas.
Llueve en la calle y en los cristales.
Llueve en los zapatos y en la ropa.
Llueve en los ojos y en el corazón.
Llueve en el pensamiento y en la sinrazón.

Naila


La tormenta

Tal vez fuesen las gotas de lluvia
que chocaban en el cristal de mi ventana,
o el sonido de una tormenta
que parecía muy lejana,
lo que provocó en mí
una triste añoranza,
de hermosos recuerdos
de mi feliz infancia.

Regresaron a mi mente los calurosos veranos
que en la casa de mis abuelos pasaba.
Rodeada de olorosos pinos, vigorosos robles,
jóvenes olivos y encinas centenarias.

No existía una felicidad tan grande
como cuando tumbada en la hierba,
miraba las nubes,
siempre tan iguales y sin embargo,
formando tan diferentes figuras,
que alimentaban mi anhelo
de irme lejos, muy lejos.

“Ve dentro que se avecina tormenta”
- decía mi abuelo.
Siempre acertaba
y yo pensaba:
“¿cómo podrá saberlo?”

Aparecían de pronto oscuras nubes
que poco a poco, cambiaban su tonalidad.
El azul añil que tintaba el cielo,
se tornaba gradualmente en gris marengo.
La oscuridad me estremecía,
y todo me parecía siniestro.

Dentro de casa, desde mi ventana
fui testigo del primer relámpago,
que vaticinaba el comienzo
de la tormenta,
anunciada por mi abuelo.

Al poco rato, sonó un trueno.
“La tormenta todavía está lejos”
-aseveraba mi abuelo.
Me maravillaba su sabiduría
y ante mi atónita mirada,
respondía con una sonrisa:
“Ya aprenderás con el tiempo”

Un relámpago seguido de su trueno,
iluminó el cielo.
A los pocos segundos,
otros vinieron.
Cada vez se oían
más cerca y más fuertes.
Yo sentía mucho miedo.
Fuera anochecía
y sin parar, llovía .

Un ruido ensordecedor
acompañado del sonido de una chispa,
nos sobresaltó aquel día.
“Ha caído un rayo muy cerca”
-mi querido abuelo decía.

Un fuerte olor a madera quemada
inundó la casa.
Jamás podré olvidar nuestras miradas,
al asomarnos en ese preciso instante,
a la ventana.
Vimos la vetusta encina, doblegada
ante el rayo despiadado y destructor.
Abrazados y llorando,
raudos salimos al exterior.

Nunca había sentido un dolor mayor
que al ver encorvado a mi adorado abuelo,
acariciando los restos
de su preciado y vencido árbol.

Nuestras lágrimas se mezclaron
con la intensa lluvia
y juntas lograron regar
con tal intensidad,
la requemada tierra
que pasados unos días,
en el lugar donde la encina murió,
un tierno brote,
nació.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Cien por cien algodón

Todas visten de fino encaje, lo exigen las normas del orfeón,
Estoy en primera fila, parece que hoy soy su invitada de honor.
-¡Silencio! Toc, toc, apunta el Rey...Comenzamos en clave de Sol: do, re, mi, fa , SOL
Llueve, , , 
Escampa..... Y un Arco Iris brillante, ilumina entero el cielo después de un gran chaparrón..
Tiempo... tic, toc, tic, toc...
Se ha terminado el concierto, vuelvo bailando a mi habitación,
Que quiero seguir durmiendo, arropada por la Luna, entre nubes cantarinas, recién llovidas, de esas que no encogen, de esas cien por cien algodón.

Carmen Pedrero
Grupo A


El sonido de la lluvia

Shuvia, esa pronunciación que con su acento lleva el sonido que produce. Shhh, shhh, shuvia. Cada vez que él la escuchaba podía transportarse a su habitación de niño y escuchar el susurro del agua besando los cristales. Pensar que de niño odiaba la lluvia, porque no podía salir a jugar. Sin embargo ahora la esperaba ansioso, solo para escucharla declarar "está shoviendo".
La primera vez que la escuchó decirlo, quedó anonadado. “Es re linda la shuvia, ¿no te gusta?”. La palabra en sus labios sonaba exactamente al pedido de silencio que hace el cielo cuando anuncia la tormenta. Shhh, shhh, shhh.
Es que todo su vocabulario describe el tiempo atmosférico. “Re linda”. Ese “re” enfático que hace caer entre adjetivo y adjetivo, tan natural aunque ella quisiera evitarlo. Suena al runrun de los truenos. Re lindo, re romántico. “Estoy re enamorada de vos”, le había dicho. Y él cayó presa de su verborragia lunfarda sabiendo que iba navegando a una tempestad. Lo único que esperaba era no mojarse, ¡a quién engañaba! “Bueno”, pensó, “al menos no naufragar".

Vanina Palomo
Grupo C


Y pasó la extraña tormenta (experiencia real)

Amenazaba lluvia desde primera hora de la mañana. Descargó un corto chirimiri.
Después fueron abriéndose algunos claros azules, en el cielo blanco.
"Hoy no llueve más", pensé al sentarme en el sillón a echar una "cabezadita" tras la comida.
Cuando volví a abrir los ojos creí que había dormido durante horas, pues, con todas las persianas abiertas, había desaparecido, por completo, la luz en el interior del salón.
Me levanté para ver qué hora era. Había dormido, a penas,
media hora.
Pero el espectáculo que apreció ante mí, me sobrecogió.
El cielo, los árboles, el parque que tenía enfrente, eran totalmente negros, sin luz... Sólo sombras.
Ni un trueno. Ni un relámpago. Sólo silencio.
Era como una tormenta, oscura, negra, completamente sorda.
Sólo se veían iluminados los edificios más elevados que había frente a mi casa (estaba no muy alta, en un 2° piso) como si un gran foco los alumbraba. Y sobre esos edificios podía contemplarse un bonito arco iris, que al principio, claramente, era doble.
Las densas, opacas, nubes que habían tapado, casi por completo, durante varios minutos, la luz del sol.... poco a poco, muy despacio, se fueron aclarando.
Y más tarde se pudo ver una preciosa puesta de sol.

J. Haro
Grupo C



Bendita lluvia

El viento enfurecido comenzó a cantar
un ruido ensordecedor era su sonata principal.
Arrancó árboles, levantó tejados
los nubarrones se volvieron grises
parecen gigantes pesados.
No llores amor, no te asustes,
pronto las tormentas habrán terminado,
volveré a por ti cuando cesen las lluvias,
los truenos, los relámpagos.
Hablaré con los vientos, llevarán mis poemas
montados en cirros hasta tu lado.
Cuando el arcoíris nos deslumbre con sus bellos colores,
Habrá comenzado un nuevo día
con sus recién estrenados perfumes, olores.
Todo va pasando, y el padre Sol reconciliador,
con sus cálidos rayos nos da la vida
nos va calentando.
Ya queda menos mi vida para
volvernos a ver, la tierra descansa
nos devuelve nuestro tiempo nuestro quehacer.
Habrá senderos de pétalos,
verdes inmensos, los pájaros nos aran el coro
y nosotros mi vida,
viviremos en las nubes nuestros sueños.

Ana Isabel Diéguez
Grupo C


Parte meteorológico

A los dos nos sorprendió que nuestra felicidad, un cielo intensamente azul, se fuera enturbiando con densos nimbos de panza negra. Una ligera brisa de suspicacia comenzó a agitar nuestros espíritus, como copas de árboles azotados por el viento. Minúsculas, insignificantes, las disensiones comenzaron a menudear oscureciendo el aire alrededor. Lo hicieron grávido y espeso como nubes saturando un firmamento que acaba tornándose gris como el acero. No tardaron en repiquetear partículas de amargura, átomos de abatimiento, moléculas de desencanto a modo de gotas de lluvia golpeando arrítmicamente un cristal. La situación entre los dos se fue crispando hasta que la tierra pareció estremecerse bajo los pies mientras la atmósfera crujía y resonaba con el estrépito de un trueno. Tal era la oscuridad que nos envolvía que los ojos, aunque abiertos, no veían apenas nada. La imprevista furia de alguna discusión pareció alumbrar el campo de batalla con el resplandor del relámpago, pero solo para hacernos conscientes de la distancia que ya nos separaba. Una disputa final estalló devastando con la potencia del rayo el poco amor que habíamos preservado. Cuando pudimos contener el aguacero de lágrimas era demasiado tarde, nuestros corazones anegados de desdicha habían sido arrastrados por el torrente y abandonados, heridos y maltrechos, en orillas de distintos continentes. Después del temporal un tímido sol iluminaba los charcos.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Lluvia

Era verano, estábamos esperando la lluvia . Apareció la tormenta y la lluvia llegó .Con ella, el olor a tierra mojada, tan limpio, tan casero, tan íntimo.
Estábamos detrás de la puerta abierta, absortos, mirando la cortina de agua , oliendo la tierra , esperando que escampara para salir corriendo de nuevo, a jugar …
Con suerte, quedaba algún charco para nuestro disfrute, no para el de nuestras madres pero, que perdonaban nuestras travesuras, por los recuerdos de su niñez, ese olor a tierra mojada las trasladaba también a esa época, en su gesto apacible se notaba.
Han pasado unos años y algunas vidas. Ahora, seguimos esperando la lluvia, sabemos que es vida y queremos que nos ayude a lavar nuestro dolor; ahora queremos que los charcos no sean profundos para que nuestro corazón no sufra mucho y, las tormentas no las deseamos, pero llegan y hay algo que nos reconforta: el olor a tierra mojada, que nos ayuda a manejar nuestras emociones, a sentirnos queridos, a recordar a los que ya no están, a los cuidados que recibíamos..Los buenos recuerdos se agolpan y hacen que aparezca una sonrisa en nuestro corazón, en nuestros labios.
La lluvia nos lava el alma, nos da energía, la lluvia siempre es vida

Rosa Celia González
Grupo B


He vuelto

Tiemblo de frío.
La espero aquí, silenciosa, paciente, atada a este seco madero,
Me ataron sin culpa ¡Infames!
Me abandonaron en medio del campo, antes de que me prendan fuego.
Cerca se barrunta tormenta,
Se anuncia como una vieja loca,
Vomitando conjuros, rayos y truenos.
Con mis ojos oscuros me persigno,
Encomendando, rabiosa, mi Alma al Cielo.
Las primeras gotas dibujan mi rostro,
Me besan traidoras la boca,
Lamen,suave, mi cuello.
De pronto, arreciando la lluvia,
Se ensaña con mi pelo rojo,
El poco que me han dejado,
Y el viento, iracundo, me arranca mi escaso vestido de paño negro.
A mis pies, mi gato me mira ,
maúlla buscando,asustado, mi aliento.
¿Qué han hecho conmigo y con otras, sólo por ser mujeres sabias y hermosas?
¿Qué han hecho de los hombres, la ignorancia y el miedo?
Volveré, volveré cuando escampe e impere la Libertad y la Cordura, pero...Me he equivocado, y he vuelto.

Carmen Pedrero
Grupo A


La tormenta

Me preparo para ir a dormir. Antes observo cómo las nubes juegan con la luna al escondite, la tapan y la dejan asomarse.
La noche está oscura, se barrunta una gran tormenta. Sobre la medianoche la tormenta descarga con fuerza, rayos, relámpagos, agua. Me metí en la cama. La lluvia chocaba contra los cristales con ira.
Me tapé bien y por fin me dormí.
La lluvia hizo su trabajo, limpió la ciudad y nos obsequió con olor agradable a tierra mojada.

Josefa Redondo
Grupo A


Moncayo

Cae una fina lluvia. Mis musas vienen a mi encuentro, me invade una melancolía relajada.
Desde el balcón de mi habitación veo caer una lluvia fina en el atardecer del Moncayo. Vi a las ninfas revoloteando en la cima. Por fin habían encontrado a un ser especial que creía en ellas.

No recuerdas acaso
los días que celebramos
tu venida a la vida
De repente los recuerdos
desaparecieron…
¿Qué quedó entonces?

Josefa Redondo
Grupo A


Gracias a la lluvia

No se podía creer la lluvia de insultos que le había caído encima sin que nada en el cielo estrellado de aquel modernísimo palacio de congresos fuera premonitorio de tantos: “feminazi” “hijaputa”, “fascista”, “fea”, todos ellos escupidos con furia y apuntando a su pecho.
Se sentó agotada detrás del escenario. Oculta a los que iban abandonando la sala. Le había costado llegar hasta allí dada la tormenta perfecta muy bien vaticinada por los insignes meteorólogos. Y, a todos esos,( aunque alguna “esa” hubo) no entendía cómo se les había ocurrido ir, corriendo peligro su vida por la anunciada ciclogénesis explosiva y con el único objetivo de insultarla. No lo comprendía. Hubiera querido llorar pero sus lagrimares, ya secos, sólo reaccionaban a los colirios. ¡Dios, qué vergüenza!.
¿Cuál podría ser el paraguas que la resguardará de tanto escupitajo? ¿Cómo podría detener tanto dardo envenenado, tanta ira, tanta mala baba? Tanta lluvia de cenizas de un pasado denigrante y estéril.
Se puso en pié, recompuso su ropa como pudo, tomó el anorak perdido encima de unas cajas y se dirigió casi a oscuras a la salida. Oyó en una lejanía de ecos las palabras de María: no te preocupes, ya sabes, es lo que hay, también hay mucha gente que te ha aplaudido. Agradéceselo. Demasiado es que hayan venido con la tarde de perros que hace. Avanzó por el impresionante hall del Palacio, en ese momento, menos mal, vacío. Empujó la enorme puerta de cristal y aunque seguía lloviendo, respiró aliviada, La tormenta había amainado.
Decidió volver andando al hotel. El agua y el viento huracanado habían limpiado las calles.

Araceli Sebastián
Grupo C


LLUVIA Y LLANTO

Una niña toma un impermeable y sale de su casa para encontrarse con la lluvia. No sabe cómo nombrar el instante en que cae el goteo sobre su rostro. Para ella es más que mojarse, es más que frío, es más que un arroyo; más que un río y que el mar, lo que siente. No puede nombrarlo, y por eso lo recordará. Su memoria es anhelo: vive sin saber que vive claramente. Entonces la niña se empapa de los chubascos, por fuera, por dentro. Ella toda es un lluvianto: Lluvia y llanto en la intemperie, por aquello que le está aguardando bajo techo: los gritos de su padre, bien guarecidos; los sollozos de su madre, sin fin; y el odio tan limpio que se destila en el aire del hogar.
Al llegar a casa camina por un pasillo oscuro para alcanzar su cuarto, que afortunadamente da al jardín. Desde allí ve otra vez la manga de agua. Escucha de nuevo las voces de la habitación, que le ensordecen . Sin embargo, como el chubasco sigue cayendo, siente silencio. Y vuelve a correr hacia afuera para alcanzarlo, con el impermeable amarillo y botas de goma marrón.
La niña sonríe debajo del aguacero. Sus fluidos la empapan cuando afloran sus dientes y su lengua. Y tal como esa palabra que no se entiende, y como una luz que no se enciende, su recuerdo y su olvido seguirán existiendo en el escampado de los días húmedos.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Gota de lluvia

Ligera senda ondulada
pequeña transparencia
de burbujas celestes,
en tierras húmedas
de olor,
sensaciones,
mentes abiertas,
limpieza de vida,
tacto con fragancias,
desciende, camino
que arrastra
recorrido,
se expande
incierto.
Óleo blanco,
evapora deseos,
te extingues.
Fuiste tormenta,
brisas de rayos,
viento complejo,
oscilante,
cargadas energías,
fuerza de negra nube,
deshecha en vida,
explosión en pedazos.
Resquebrajo,
entre truenos,
gritos que acechan
horizontes.
Supiste gota
ser calma.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Tormenta

Las tormentas del final del verano son las mejores. La de hoy, tras una mañana espléndida y calurosa, ha cambiado todo, las nubes han oscurecido la tarde, el viento ha levantado nubes de polvo que pronto se han convertido en barro.
Algunos truenos nos emocionan mientras con el pelo empapado corremos buscando refugio. Cuando lo alcanzamos comienza a amainar, la tormenta se desplaza rápidamente para conmover a otras personas. Vuelve la luz y un olor a tierra mojada lo impregna todo.
El arcoíris compite con el que Eva lleva en la camiseta mojada que ayuda a imaginar sus senos. ¿Qué pensaría Noé de este nuevo arcoíris que ya no recuerda su alianza de Dios tras el Diluvio universal?
Tormenta ¡Qué curiosa palabra! Creo que tiene origen común con tormento.

Enrique Martínez
Grupo C


La gran tormenta

Nos llevaba lloviendo (y doliendo ) dos años. Un día sin saber cómo ni por qué, las primeras nubes llegaron para quedarse. Primero fue una nubosidad variable, había días que escampaba y el sol volvía a calentarnos la piel como en el más feliz de nuestros veranos. Luego una borrasca persistente se quedó sobre nosotros. Después ya nunca salía el sol, había días solo con nubes, otros con una niebla espesa que creaba un ambiente denso, irrespirable y otros con una bruma amable que nos daba unos días de tregua.
Por ultimo llego el tiempo de las lluvias, ya solo llovía, todos los días. Y nos acostumbramos a ese agua que caía sin cesar, suave, tranquila pero que había enfriado nuestros sentimientos anestesiándolos.
Y así pasaron dos años, malviviendo en ese tiempo inestable hasta que llego el día de la Gran Tormenta. Las nubes empezaron a desplazarse violentamente agrupándose en montones como arrastradas por hilos invisibles. Cada vez más grandes, cada vez más negras y la lluvia arreció picoteándonos la conciencia como el ataque de mil abejas enfurecidas. Empezaron tímidos los primeros relámpagos como si todavía se pudiera dar marcha atrás a lo irremediable. Pero las nubes estaban cada vez mas oscuras y un trueno ensordecedor que hizo retumbar los cristales desencadenó la Gran Tormenta. Nuestra vida se estaba derrumbando sobre nosotros, no encontrábamos cobijo y no podíamos más que intentar zambullirnos en la riada e intentar salir vivos cada uno por su cuenta, mientras caían relámpagos y truenos cada vez más violentos. Cuando la tormenta terminó y volvió la calma, el fango lo había enturbiado todo y para nosotros ya nunca salió el sol.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Este texto lo escribí en octubre de 2012, 6 días después de perder a mi padre. Entonces formaba parte de un grupo de teatro y nos pidieron que escribiéramos algo sobre nuestra experiencia, después de casi 50 actuaciones por toda la provincia. La obra trataba sobre el agua y el oficio y la vida de mi padre tenían mucha relación con el agua. Por eso pensé dedicárselo a él como un sencillo, pero sentido homenaje. Cuando a principio de curso hablamos en el teller del texto del que estuviéramos más orgullosos yo hablé de "En la lluvia".

En la lluvia

Quiero dedicar este texto a la memoria de una persona muy especial para mí. 
Rufino Sanz Alonso, mi padre, que nos dejó el 16 de octubre de 2012.

No vio la obra, pero, como él diría, "se quedó con ganas".
El dolor, el sufrimiento por su enfermedad, la desesperación y la tristeza por lo que estaba pasando me acompañaron en todas las actuaciones del verano de 2012.
Si las cosas han salido más o menos aceptablemente ha sido porque en muchas ocasiones me ayudó la fuerza del grupo, especialmente la de mi compañera de escena, Laura, la rapera B, con la que he sentido una compenetración casi mágica, tanto en el escenario como en los previos.
La vida y, sobre todo, el trabajo de mi padre tuvieron mucho que ver con el agua.
Durante más de 40 años se dedicó a hacer sondeos, a extraer el agua del suelo.
En principio, a finales de los 60 hacia pozos a mano, con pala y azadón, en la comarca de la Moraña, en la provincia de Ávila.
Junto con sus cuñados creó una empresa que fue de las primeras que empezaron a trabajar con máquinas de sondeos en la provincia de Ávila.
A finales de la década de los 70 cambió las áridas tierras morañegas por las del Valle Amblés, mucho más próximo a Ávila, donde nos trasladamos a vivir a partir del año 1974.
Con su trabajo abasteció de agua a muchos pueblos de la provincia abulense y también a muchos particulares, que así pudieron regar sus cultivos y, más tarde, cuando esto se empezó a poner de moda, sus fincas de recreo.
Se independizó muy pronto y fundó su propia empresa. Su trabajo era duro y arriesgado.
Manejaba él solo una máquina de varias toneladas con una torre de 14 metros.
Él solo la montaba, la desmontaba, entubaba (operación que consiste en colocar tubos en las paredes del sondeo, rodeadas de grava para evitar filtraciones), etc.
Este tipo de trabajo ahora está considerado como peligroso y no lo puede realizar una persona sola, incluso cuando lo realizan varias, tienen que tener unas medidas de protección que entonces ni siquiera se podían imaginar.
Mis primeros recuerdos acerca del trabajo de mi padre VIENEN de esa época en la que en clase nos preguntan en qué trabajan nuestros padres y todo el mundo se quedaba sorprendido, a veces no sabían ponerle nombre a esta profesión, ni yo tampoco, sondista, pocero, o barrenero, como decía mi sobrina Laura cuando era pequeña.
Muchas veces fuimos a verlo trabajar. Me llamaba la atención la cantidad de barro o arcilla que se amontonaba, ese barro con el que jugábamos de pequeños en el pueblo a hacer comidas, dulces, etc.
Lo que más me llamaba la atención de aquellas visitas era el ruido de esa máquina, muy parecido a las que a veces oigo en las obras, pero con su música especial, con el trépano marcando el ritmo y el resto del mecanismo la melodía.
Soportar ese ruido durante tanto tiempo y tantas horas al día, a veces hasta 16, contribuyó a su pérdida de audición en el oído derecho.
Recuerdo que de pequeña no lo veíamos entre semana más que de noche, y cuando trabajaba cerca o en los últimos años, a la hora de la comida, además de los domingos. Pero todos sabíamos que cuando el sondeo se torcía, literalmente, cuando iba mal, ni domingos ni nada se respetaban porque aquello había que salvarlo.
Hubo varias veces que la cosa se complicó tanto que hubo que dejar un gato hidráulico dentro de un sondeo, porque intentar sacarlo entrañaba peligro de accidente grave.
Recuerdo a mi madre con inquietud mirando todo el día el reloj o la ventana cuando hacía mal tiempo y tenía que entubar o desmontar. Eran lentas horas de espera.
También recuerdo varias ocasiones en las que tuvo que ir al médico porque al soldar le había llegado un fragmento de acero al ojo. También cuando venía helado en invierno y curtido en verano. Él siempre decía que no le hacía falta ir de vacaciones para estar moreno.
Conocía la zona donde trabajó como la palma de su mano, sabía perfectamente dónde había piedra, donde arena o arcilla, etc., y aunque los sondeos necesitaban la supervisión de un ingeniero de minas, para él eso era puro trámite porque sabía lo que iba a encontrar antes de que el ingeniero lo visitara.
A pesar de lo duro y lo arriesgado que fue su trabajo yo creo que fue feliz haciéndolo por la ilusión de sacar a su familia adelante, que estudiáramos y que no nos faltara de nada, como él solía decir.
Creo que hizo muchos amigos en su época de trabajo, a algunos los hemos conocido a lo largo de estos años, nos los mencionaba con frecuencia. Casi siempre tenía un buen recuerdo de pueblos y personas para quienes había trabajado.
Un día compró su propia finca e hizo allí su sondeo, que, según decía, era el más profundo de la zona, y allí empezó a construir su pequeño paraíso, rodeado de árboles, césped y sus arizónicas que cortaban el aire para que estuviéramos más a gusto en la piscina.
Plantó muchos rosales y distintos tipos de flores y un huerto, porque todo eso le encantaba, parecía que nunca se cansara de estar en el campo.
Una vez oí que las personas que dejan este mundo van al arcoíris. Es una explicación muy bonita y tranquilizadora.
A mí me gustaría que mi padre fuera a la lluvia, que da vida, que riega el campo, que acaricia, que a veces hasta puede ser traviesa por lo inesperada y que me recuerda mucho a él, le encantaba estar pendiente del tiempo.
Por ser una excelente persona, por tu vida, por lo que nos enseñaste, por el ejemplo que nos diste enfrentándote a tu enfermedad con esa dignidad y esa valentía hasta el final:
GRACIAS PAPÁ.
Te encontraremos en la lluvia.

Teresa Sanz
Grupo B


Tormenta perfectamente ubicada

Aquel verano hicimos un crucero por el Báltico.
El penúltimo día, que era de navegación, nos disponíamos a disfrutar de las bondades del barco cuando aparecieron la lluvia y la tormenta. Entonces cambiamos los planes por la evaluación del viaje, que también había que hacerla.
Al poco rato empezaron a aparecer bolsas en las barandillas por si se necesitaban y las primeras caídas.
Poco después nuestra organizadora nos recomendó, como descendiente de marineros, tomar un cuarto de manzana para evitar el mareo y si esto no surtía efecto, biodramina y cama.
Yo ya había empezado a notar mareo y mis compañeros de viaje lo notaron en mi cara. Cuando acabó la reunión, llegamos con mucha cautela y no poco esfuerzo a nuestros camarotes. Me tomé la biodramina y me metí en la cama. Era el tercer crucero que hacía y la biodramina siempre volvía intacta. Yo la llevaba por si acaso, pero nunca pensé que tendría que utilizarla. Siempre confié que sería suficiente con una piña colada por las noches.
Ya tumbada, notaba cómo las olas movían nuestro barco a su capricho. Enseguida dijeron que no se usaran los ascensores. Después me enteré de que empezaron la advertencia alegando al estado de zozobra y de mala mar en que nos encontrábamos. Si el mareo me afectó al oído, en este caso fue para bien.
La puerta del balcón del camarote no dejaba de silbar. Quizá se había quedado entreabierta. En el balcón sonaba agua. Más tarde comprobé que estaba encharcado y supe que las olas habían llegado hasta el piso décimo.
Traté de situar dónde nos encontrábamos y me asusté más todavía. Íbamos de San Petersburgo a Copenague. Dicen que nos afectó la corriente del golfo de Finlandia, que es muy fría. Según mis conocimientos de geografía estábamos en medio del mar, no nos quedaba cerca ninguna costa. ¡Para echarse a temblar!
Intentaba calmar mis pensamientos. No me podía permitir el lujo de entrar en pánico, recordé a los niños que había en el viaje y pensé que ellos tendrían menos herramientas para controlar su miedo que yo. Recordé también a mi perro, que no me acompañaba en esa ocasión. Lo agradecí. Me sentía incapaz de cuidar de nadie más que de mí misma. Por otra parte pensaba que él era mucho mejor nadador que yo, si había que echarse al agua.
Recordé también que al final no habíamos asistido al simulacro de evacuación del barco y me aterroricé más todavía. Tuve que levantarme varias veces al baño agarrándome a las paredes.
Intentaba alternar estos pensamientos catastrofistas con otros más positivos. Esto pasaría y tendría una buena historia que contar en las reuniones del verano. La tripulación tenía previstas situaciones como esta. Me concentraba en mi propia respiración, intentaba relajarme.
En cuanto las olas volvían a empujar el barco aparecía la cadena de pensamientos negativos y así alterné unos y otros al ritmo de las olas hasta que a las 3 horas amainó.

Teresa Sanz
Grupo B

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