La sesión de esta semana ha sido la leche y la sala del taller se ha converitdo en un establo, o mejor aún, en un campo verde a cielo abierto donde pastar y pacer cada palabra. Hemos rumiado algunos textos sobre vacas para tratar de ordeñar nuestra imaginación. Y el resultado han sido unos quesos, requesones, cuajadas y calostros denominación de origen.
Comenzamos la sesión presentando algunos libros interesantes como "Memorias de una vaca" de Bernardo Atxaga; "Alfonsina" (ilustrado por Lourdes Quesada) de Pepe Maestro; "No todas las vacas son iguales" de Antonio Ventura (con ilustraciones de Pablo Amargo); "La vaca en la baca" de José Luis Berenguer Navarro (e ilustraciones de Mónica Gutiérrez Serna); "La vaca que puso un huevo" de Andy Cutbill (ilustrado por Rusell Ayto) o "La vaca flaca" de un servidor, Raúl Vacas.
Dedicamos una atención especial al libro "Una vaca, dos niños y trescientos ruiseñores" de Ignacio Sanz. El autor coincidió con Juan Carlos Mestre en un encuentro literario y este le contó como el poeta Vicente Huidrobro viajó desde Chile a Europa con una vaca a bordo del barco vapor del que también eran pasajeros su mujer y sus dos hijos. Ignacio convirtió esta anécdota en un hermoso libro.Pero también hablamos del poema "Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca" de Rafael Alberti inspirado en la película "Go west". Puedes ver la película completa aquí.
1, 2, 3 y 4
En estas cuatro huellas no caben mis zapatos.
Si en estas cuatro huellas no caben mis zapatos,
¿de quién son estas cuatro huellas?
¿De un tiburón,
de un elefante recién nacido o de un pato?
¿De una pulga o de una codorniz?
(Pi, pi, pi.)
¡Georginaaaaaaaaaa!
¿Donde estás?
¡Que no te oigo Georgina!
¿Que pensarán de mi los bigotes de tu papa?
(Papaaaaaaaa.)
¡Georginaaaaaaaaaaa!
¿Estás o no estás?
Abeto, ¿donde está?
Alisio, ¿donde está?
Pinsapo, ¿donde está?
¿Georgina paso por aquí?
(Pi, pi, pi, pi)
Ha pasado a la una comiendo yervas.
Cucu,
el cuervo la iba engañando con una flor de resada.
Cuacua,
la lechuza, con una rata muerta.
¡Señores, perdonadme, pero me urge llorar!
(Gua, gua, gua)
¡Georgina!
Ahora que te faltaba un solo cuerno
para doctorarte en la verdaderamente útil carrera de ciclista
y adquirir una gorra de cartero.
(Cri, cri, cri, cri)
Hasta los grillos se apiadan de mí
y me acompaña en mi dolor la garrapata.
Compadécete del smoking que te busca y te llora entre aguaceros
y el sombrero hongo que tiernamente
te presiente de mata en mata.
¡Georginaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
(Maaaaaa).
¿Eres una dulce niña o una verdadera vaca?
Mi corazón siempre me dijo que eras una verdadera vaca.
Tu papa, que eras una dulce niña.
Mi corazón, que eras una verdadera vaca.
Una dulce niña.
Una verdadera vaca.
Una niña
Una vaca.
¿Una niña o una vaca?
O ¿una niña y una vaca?
Yo nunca supe nada.
Adiós, Georgina.
(¡Pum!)
Contaba María Asunción Mateos, segunda mujer del poeta, que a Rafael Alberti le gustaba disparar al aire con una pistola de fogueo para festejar la onomatopeya del final del poema y cerrar su recitado con un golpe de efecto. El hecho de llevar esta pistola en la maleta, junto a sus pertenencias, le ocasionó más de un problema en alguna que otra aduana de aeropuerto.
Hablamos también durante la sesión de los vaquerillos encargados de guardar, cuidar y ordeñar las vacas y de los recuerdos de infancia y adolescencia vinculados a la leche: ir a comprarla con la cántara de zinc o de hojalata, la tarea de hervirla y el momento de probar los muchos manjares que nos proporcionaba como las mantequilla, la nata o los calostros. Asimismo tratamos de hacer un retrato robot sobre una vaca a partir de un listado de adjetivos: noble, maternal, curiosa, tozuda, observadora, paciente, rumiante, delicada, triste, ociosa, tierna, soñadora, silenciosa, ensimismada...
Jorge Llopis es autor de uno de los grandes poemas dedicado a las vacas, el "Romance de las pobres vacas". Observen los lectores, los adjetivos que le dedica al bovino y cómo centra las palabras en su capacidad de observación y su condición de madres, además del hecho cierto de su final:
¡Ay, madre, qué pena, pena
que dan siempre las vacas…!
Se instalan sobre la hierba
lentas y protocolarias
con el empaque rollizo
de unas matronas romanas
y con el guante de goma
que les cuelga entre las patas,
a sus terneros lechales
amorosas amamantan.
¡Ay, madre, qué pena, pena
que dan siempre las vacas…!
Sobre tu trozo de campo,
tranquilas y ferroviarias,
observan pasar los trenes
con su traca, traca, traca.
Saben que aquél es el rápido,
el otro, el “Corto de Almansa”,
ése, el exprés de Algeciras,
aquél, el Talgo de Hendaya.
No les asusta el rüido
ni los humos de la máquina,
y conocen los retrasos,
los minutos de parada,
y si hay que hacer transbordo
en Castejón o en Alsasua.
¡Ay, madre, qué pena, pena
que dan siempre las vacas…!
Desde los campos ubérrimos,
donde están como clavadas
miran a los maquinistas,
-flores de carbón y grasa
o, benignas e hipermétropes
bobaliconas y pánfilas,
saludan al revisor
-gorra roja galoneada
con laurel, como un Homero
un Cervantes o un Petrarca-
coronado por la gloria
sobre las rutas de España.
¡Ay, madre, qué pena pena
que me dan siempre las vacas…!
¿Qué misterio inaccesible
tiene el fondo de sus almas?
¿Qué dolor mustio y carnoso
les conmueve las entrañas?
porque las vacas son… ¡madres!
-¡ay, se me salta una lágrima!-
madres que de su ternero
están siempre separadas…
Pero lo peor de todo
su tragedia, su desgracia,
es que la vaca se sabe
del rabo hasta la garganta,
rellenita de chuletas,
de morcillo, aguja y tapa,
y siente horribles cosquillas,
como si su carne blanca,
convertida ya en filetes,
se les moviera, empanada…
¡Ay, madre, qué pena pena
que me dan siempre las vacas…!
Dejamos por aquí alguna curiosidad más sobre las vacas. Los artículos "Referencias a la vaca en la literatura asturiana, sus nombres" y "La ciencia lo confirma: las vacas también mugen con diferentes acentos"; el fragmento de la película "El lado oscuro del corazón" en el que una vaca se dirige al poeta Oliverio Girondo y le habla con la voz de su madre; "La payada de la vaca" de Le Luthiers, un enlace a la web de la revista "La leche", desaparecida hace un año y otro a la web de la editorial "Media Vaca".
Carta a una estrella
No quise que la llevaran al matadero. ¡No! ¡De ninguna manera! ¡A mí "estrella" no!
Mi abuelo me hizo caso, llamó al veterinario para que te diese una muerte feliz, y aquí estamos en las afueras del pueblo, en un terreno perteneciente a mi familia, donde te hemos enterrado. Estamos reunidos mis abuelos, mis padres, mi hermana y yo. Te he escrito una carta.
A mi querida estrella allí donde esté: Recuerdo cual si fuera hoy nuestro primer contacto. Mi abuelo me acerco a ti y me dijo que no te tuviese miedo, que eras mansa y cariñosa. Yo estaba indeciso; entonces depositó unos granos de sal en el dorso de mi mano y me dijo que la cercase a tu nariz. Tú entonces sacaste la lengua y me lamiste la mano. Me diste unos lametazos con tu enorme lengua y me hiciste sentir como si me pasaran por la mano una lija del 8. Me pareció que con tu lametón además de la sal te ibas a llevar mi piel.
Te quedaste con mi aspecto y mi sabor, de forma que siempre que me veías te acercabas e intentabas lamer mi cara, mis manos..., lo que fuese, probablemente buscando ese sabor salado que tanto te agradaba.
Yo te puse el nombre. Un día al verte a lo lejos con la puesta de sol, te vi brillar y pensé: brilla como una estrella, y con estrella te bauticé.
Iba a verte siempre que podía, te veía corretear y pastar, te oía mugir con un tono alegre y suave, te veía feliz.
Me siento culpable de tu desgracia, pienso que por mi culpa te aficionaste al sabor salado, y ese sabor fue tu perdición.
En un rincón de la finca por donde pastabas había unas maromas de plástico allí almacenadas, que por lo visto tenían sabor salado. Otra compañera y tú os aficionasteis a lamer y mordisquear estas cuerdas y con el tiempo llegasteis a ingerir grandes cantidades de plástico, que obstruyeron y ocuparon tu estómago, concretamente la panza. A partir de ahí te resultó imposible comer, no volviste a comer nada.
Los últimos días te vi postrada entre pajas, no podías ni siquiera incorporarte, aunque lo intentabas cuando iba a visitarte; me mirabas, movías la cabeza y las orejas, y se te vislumbraba un cierto brillo en los ojos. Ni siquiera podías mugir, lo intentabas y te salía un sonido ahogado apenas perceptible. Lo único que te alegraba era verme y lamer mi mano. A los pocos lamidos ya tenías que recostarte exhausta.
Te acompañé en el último momento de tu vida y nos despedimos con una mirada.
Ahora estamos aquí toda tu familia adoptiva recordándote y diciéndote un último adiós. Al final de tu vida no te faltó amor y para mí siempre brillarás como una estrella más.
José Luis Fonseca
Grupo A
“Romance de las vacas pobres”
Ay madre, qué pena siento,
siento pena por las vacas,
inocentes, ojipláticas.
¿Qué delito cometieron
por haber nacido vaca?
Herbívoras Segismundas,
en el establo apresadas,
rumiando filosofías
para alimentar su alma,
mientras su cuerpo bovino,
destinado a la matanza,
va comiendo un triste rancho
de forraje y seca paja.
Ay madre, qué pena siento
por la vaca estabulada.
Se preguntan por el ser,
por el no ser, que es lo mismo,
toda una filosofía:
ser o no ser una vaca.
¿Sueñan estas vacas pobres
Con el tra ca trá de trenes
que se dan soberbios humos
atravesando montañas?
¿Con maquinistas que apremian
que se aparten de su paso?
¿Con revisores eléctricos,
con viajeros asombrados?
Las vacas estabuladas,
amarradas, encerradas,
por máquinas ordeñadas,
durmiendo en su estercolero,
cuando miran hacia arriba
y ven, del establo el techo
¿acaso las vacas sueñan
que más allá está el cielo?
¿Sueñan quizá que sus crías,
que fueron arrebatadas,
están triscando en la hierba
bebiendo de fuentes claras?
¿Son felices, esas vacas,
cuando, un día, el vaquero
las libera del establo
y las acerca a los trenes
para darles un paseo?
¿Sueñan que las llevarán
al cielo con sus terneros,
o temen, por el contrario,
que van hacia el matadero?
Ay madre, qué pena siento
por vacas y por becerros.
Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A
Bruna
Mario, hijo de José “El Vaquero"
de la finca “El Jaral”,
lloraba sin consuelo
aquel aciago día
abrazado a Bruna,
la vaca más longeva y querida,
de toda la vaquería
que inerte yacía.
- ¡Despierta, despierta
vaquita mía!
musitaba el niño,
acariciando la cabeza
y el lomo de su amiga.
- Te llevaré a pastar al mejor lugar
y a la charca más cercana,
para que calmes tu sed.
- Cuando llegue el orvallo,
le impediré que moje
y cale tus huesos,
con mi cuerpo pequeño.
- Te cubriré con mi manta
en las noches frías de enero.
- Quiero escuchar de nuevo
tus silencios y mugidos,
agarrarme a tu larga cola
para enfadarte,
solo un poquito.
- Quiero que me esperes
a la salida de la escuela
y contarte mis travesuras,
mientras mi padre
te limpia y ordeña.
El valle se queda en silencio.
El mar en calma y la montaña,
acalla el viento.
Mario se ha dormido
y todos, respetan su sueño.
Marian Pérez Benito
Grupo A
Soneto a las vacas
Muuu a menudo me he dicho que las vacas
murmuran por los ojos poesía,
musitando por la cuaderna vía
mustios versos sin brillo ni alharacas.
Muchos creen que en su carne, leche y cacas
mundanizan su magra teología,
mutilando su fe y filosofía
muñidora de líricas opacas.
Muestre a todos mi docta teoría,
mugiendo a quien la alabe y postergando o
multando a quien se oponga a mi porfía.
Muera aquel que no sienta en vaquería
musicales estrofas, desdeñando
musas vacunas de categoría.
Óscar Martín
Obituario
Rosalinda, la vaca, ha muerto de muerte natural. Rodeada de los suyos, en su rincón preferido de la dehesa salmantina, exhaló su último suspiro en la paz del dios vacuno después de un rápido proceso de debilitamiento general debido a su avanzada edad. Durante los veinte años de su dilatada vida engendró doce hijas, ochenta y cuatro nietas, quinientas veinte biznietas, dos mil quinientas veinte tataranietas y más de diez mil trastataranietas y otras descendientes. Para todas ellas fue un referente de amor maternal, esmerado cuidado de sus terneras y fuente de sabios consejos. Siempre se comportó como una trabajadora eficiente y leal, que contribuyó eficazmente a la estabilidad de toda la cabaña. Durante su existencia mantuvo su carácter terco en todo lo referente a su dignidad, usando la pachorra y la tozudez como forma de convencer a los que la rodeaban de que era una vaca especial. Querida por todos, será recordada durante largo tiempo y deja un hueco difícil de llenar.
Una vez completados los trámites veterinarios, mañana se procederá a la conducción del cadáver e incineración, seguida del esparcimiento de las cenizas para que siga beneficiando a nuestra querida tierra más allá de su sentida muerte. Descanse en paz la vaca Rosalinda.
Manuel Medarde
Grupo A
Definiciones de vaca
Real Academia Española
1.) f. Hembra del toro. 2.) f. Carne de vaca o de buey, que se emplea como alimento. 3) f. Cuero de la vaca después de curtido. 4) f. Dinero que juegan en común dos o más personas. 5.) f. Mar. Depósito o aljibe de agua dulce para la bebida de la marinería. 6.) f. Am. Cen., Arg., Bol., Col., Cuba, Méx., Ur. y Ven. Dinero que se reúne entre varias personas para compartir un gasto determinado.
Word Reference
1.) f. Hembra del toro (vaca lechera). 2.) Carne o piel de este animal. 3.) Guiso de vaca. 4.) col. Persona muy gorda.
Wikipedia
La vaca, en el caso de la hembra, o toro, en el caso del macho (Bos primigenius taurus), es un mamífero artiodáctilo de la familia de los bóvidos.
Luis Erala González (16 años, estudiante de 1º de bachiller)
1.) Animal con cuernos que estudiamos en Naturales. 2.) Lo que hay pintado en los cartones de leche.
Rodolfo Agujas Redondo (57 años, carnicero)
Es un producto cárnico que se compone de: solomillo, lomo alto, lomo bajo, tapa, costillar, babilla, aguja, espaldilla, cadera, brazuelo, redondo, falda, pescuezo, contra y rabo.
Gonzalo Fernández del Toro (43 años, veterinario)
Animal doméstico para la producción de leche y de carne, que sufre las siguientes enfermedades: mastitis, babesiosis, brucelosis, fiebre aftosa, tuberculosis, clostridiosis, leptospirosis, problemas en las pezuñas y parásitos internos.
María Salvador Planeta (19 años, ecologista)
Planta generadora de gases de efecto invernadero, que contribuye a la contaminación general del planeta debido al gran consumo energético que conlleva su mantenimiento.
José María Becerro Francés (29 años, político)
Tipo de ganadería que, debido a la ineptitud de nuestro gobierno, se encuentra en peligro de extinción, lo que provocará la consiguiente desaparición de cientos de miles de puestos de trabajadores autónomos y trabajadores por cuenta ajena, dejando a miles de familias en la ruina, especialmente en las zonas más deprimidas de la España vaciada.
Paquillo Natural Verónica “El vaquilla” (26 años, torero)
La madre del toro, la madre de la fiesta.
Pablo Animal Hermano (70 años, animalista)
Animal con cuernos y rabo, maltratado para beneficio humano que debería guiarse por los siguientes principios: todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo, todo lo que camina sobre cuatro patas o tenga alas, es un amigo, ningún animal usará ropa, ningún animal dormirá en una cama, ningún animal beberá alcohol, ningún animal matará a otro animal y todos los animales son iguales.
Asunción Gómez Carretilla (40 años, dependienta de supermercado)
Producto que se encuentra en el tercer pasillo a la derecha, entre el cordero y el cerdo.
Gandhari Devaki (33 años, hinduista creyente)
Símbolo de la madre tierra, la naturaleza, la fertilidad y la abundancia al que no debemos someter a maltrato, hostigamiento y, por supuesto, consumo como alimento.
Luisa Cuerno Altosvuelos (44 años, ejecutiva de multinacional)
Inversión que a medio plazo será altamente productiva, aunque en el largo plazo puede decaer en la generación de beneficios, pero en la que habrá que analizar cuidadosamente las legislaciones de los ministerios de medio ambiente, sanidad, consumo y trabajo, además de los costes directos e indirectos de la implantación.
Rosalía Terneira Galega (37 años, pequeña ganadera)
Benedita, Anduriña, Carmela, Maruxa, Uxia y Xacinta.
Luis Meforro Mogollón (20 años, influencer)
Pueess, no tengo ni puta idea, solo me dedico a los trapos, hay algo que se llama “piel de vaca”, pero no tengo ni la menor (idea) de porqué se llama así.
Ángel Ganivet Ternera (5 años, segundo ciclo de Educación Primaria)
El peluche de mi hermana Paula.
Pedro Caravana Gómez (56 años, Conductor de transporte animal)
Pasajera tranquila que no se mueve en todo el trayecto y solo sabes que está ahí por algún que otro mugido.
Estrella López Galaxia (82 años, astróloga)
Viva representación de los 5 Cuerpos de la Divina Madre Kundalini, de los 5 Aspectos de la Kundalini-Shakty, resaltando palmario y manifiesto el simbolismo esotérico, maravilloso y esplendente de este animal de las 5 Patas.
Ronny Smith “The brave” (28 years old, cowboy)
Well, I don't know...umh...it's a very docile animal but you should avoid riding it because it's more dangerous than a rearing mustang.
Raúl Vacas Polo (50 años, escritor, poeta, maestro de escritores)
La vaca flaca lleva cencerro,
le pesa mucho, le falta hierro
y aunque comienza la primavera
ya no hace caca ni en la pradera.
Manuel Medarde
Grupo A
Elecciones
—Ya entiendo, mamá, pero ¿y si el 13F ganan los del PACMA?
—Daría lo mismo, Terneri, todos son uno, te lo irá diciendo la vida, tú eres recién llegada al mundo y eso no lo entiendes.
—Pero si es que, fíjate: Partido Animalista Contra el Maltrato Animal. Suena estupendo, no me digas.
—Créeme, hija, me tengo estudiados los programas de todos los partidos políticos y ninguna esperanza. Los humanos son como son; mucho macrogranja sí, macrogranja no, pero en definitiva las vacas, incluso las que pacemos en prado a la buena de Dios, si estamos en este mundo es solo para el matadero y la barbacoa.
—Bueno mamá, nos ahorramos la tristeza de envejecer.
—Sí, eso sí.
Pascual Martín
Grupo B
Lo que pesa una vaca muerta
Querida vaca,
Pronto vendrán los operarios de la limpieza a retirar tu cuerpo de la cuneta. Se quejarán de ti y de lo que pesas. También lo harán de tu amo. No se lo tomes muy en serio. Las personas solemos quejarnos de todo lo que no nos gusta y siento decirte que no creo que se apasionen por trasladarte a un lugar más apropiado. Y, cuando vuelvan a sus casas después de su jornada, es muy probable que les comenten en forma de queja a sus familias lo que pesa una vaca muerta.
Sí, querida vaca, hoy serás la protagonista de sus vidas. Dirán de ti que eres una vaca cualquiera, pero tú sabes que no es así. Tú eres una privilegiada. Tus compañeras no suelen acabar sus vidas a la vista de todos en una cuneta cerca de las vías del tren. Acabarán abandonadas en alguna montaña sirviendo de pasto a carroñeros o despiezadas en algún matadero. Las más afortunadas serán enterradas en la granja donde han contribuido al bienestar de muchas de esas personas.
En cambio, tú, te repito, eres una privilegiada, porque quizá, y solo quizá, alguno de los que te recojan, aparte de criticarte, rumie alrededor de ti y de lo que simbolizas. Comprobaría que pesas tanto como los pensamientos que suscites en él. En ese caso serías la vaca más pesada y la más pensada. Esa cuneta te da la oportunidad de mostrarle que el peso de una vaca muerta no se mide en kilos, sino en pensamientos.
Si te abriera los ojos, vería que tu mirada no solo era triste y melancólica, sino observadora y penetrante. Entendería que has inculcado pausa y lentitud a todo el que te trató. También disciplina y humildad. Por supuesto, tolerancia y paciencia. Además, se daría cuenta de que has formado parte de sus desayunos. Y tomaría conciencia de que el campo sin ti sería más plano y aburrido.
Disfrutaría del intenso negro de tu piel. Le mostrarías que vestirse de negro es hacerlo de forma clásica y moderna a la vez. Que tu color es el de la discreción que llama la atención, de lo riguroso y lo descuidado, de la prudencia y el atrevimiento, de la seriedad y la insensatez, de lo formal e informal.
Querida vaca pesada y pensada, quizá sea capaz de ver que en la oscuridad de tu piel habita la posibilidad de luz y claridad, que la unión de los contrarios es mucho más sencilla de lo que parece o que quejarse es de mediocres.
¡Qué feliz y privilegiado se sentiría quien te recoja si supiera ver que tu peso muerto se vuelve liviano alimentando su mente!
Grupo C
Eterna
Sirena de pastos verdes, de larga cola. Quiero que seas eterna como la Luna. Que seas oronda y lironda como tus primorosos quesos. Que tu ternura nunca sea pasteurizada, que se conserve natural en el tiempo, como esa mirada tan tuya, y tu sonrisa de Lisa Moona. No me daba cuenta que conectabas directamente tus antenas astadas con la Vía Láctea, por eso parecía que siempre estabas distraída, muy lejos, en Babia. Cuánto echo de menos tus orejas de soplillo como abanicos en verano, espantando al unísono mis penas, a las moscas impertinentes, a los tábanos, a los grillos. Todavía puedo sentir tu exuberante pecho en mi rostro, ofreciéndome maternal tu néctar blanco, mugiendo roncos mugidos de amor, como si estuvieses, una cierta forma de inmortalidad al beberte, garantizando...¡ Mi Vaca de la Guarda de alas negras y blancas siempre presente! Te quiero a mi lado, hermosa, nunca ausente.
Tolón Talén
Grupo A
El cielo de las vacas
Mi vaca está en el cielo de las vacas.
Era rubia, pero no tonta, no nos llevemos a engaño.
Se peinaba a lo garçón, era una vaca muy coqueta, de cuernos menudos y cola larga.
Andaba con estilo pero sin darse importancia, se sabía vaca, pero muy afortunada. Pastos verdes y aguas claras. ¡Qué feliz era mi vaca!
Contaba nubes y recitaba estrellas, pues por allí el tren no pasaba.
Era una vaca de pocos amigos, pero muy fieles… dos mariposas, un conejo, unas cuantas hormigas y yo.
En nuestros primeros días de amistad, nos limitábamos a mirarnos. En eso éramos iguales, calladas y observadoras.
Pero después…
Sonreía todo el rato, al tiempo que balanceaba su extensa cola. Hablaba sin parar, que si “mu” por allí, que si “muuuuu” por allá…
Yo con los ojos más grandes que los suyos, la escuchaba con devoción.
Más tarde era yo quien le relataba mis andanzas. Como me las ingeniaba para escapar del castillo, sin ayuda de príncipe alguno, para acudir a su encuentro. Se moría de risa. ¡Qué feliz era mi vaca!
Una tarde soleada le quise presentar a mi hermana, que no se podía creer que mi amiga fuese una vaca tan salada.
Pero Lola no estaba.
De repente la hierba no brillaba y el sol estaba pálido y ojeroso.
Mi hermana no era capaz de comprender: “son todas iguales, cualquiera puede ser tu Lola”.
No era así, Lola no formaba ya parte de esa escena…
Alguien, a quien no logro recordar, dando respuesta a mis lágrimas dijo que se había ido al cielo de las vacas. Por lo visto, las vacas lo hacen muy a menudo, sin avisar.
Eva Hernández
Grupo A
No molestes a la vaca
- No molestes a la vaca; está de parto
- Pues como no para bien, la muy cabrona, veremos si podemos llevarla a casa, me contestó Nacho, recordando las tres veces que habíamos tenido que ayudarle.
Y la Aldeana, la “muy cabrona”, empujo y rompió aguas; se echó y se levantó, se tumbó de costado, abultando su enorme barrigona, con espasmos y quejas contenidas, para nuevamente levantarse, husmear la cama que había hecho y repetir la operación una y cien veces.
- Nos la vuelve a jugar; tampoco pare. Dos horas y apenas si le asoman las pezuñas.
- Y el hocico?. Se le ve el hocico?, le pregunté.
- No, aún no, aunque desde lejos no es fácil distinguir.
- Las pezuñas se orientan al cielo o al ssuelo
- Al cielo, me contestó, sin entender el porqué de la pregunta.
- Pues hay que traerla cuanto antes, ordene.
- La muy puta, cuando no es por esto es por lo otro. Todos los años igual. Nacho estaba realmente enfadado, pues de sobra conocía lo engorroso de tener que actuar de comadrona.
La pobre vaca, cabrona y puta, estaba agotada y no hizo ademán ninguno de escapar. El ternero apretándole las caderas se lo impedía. Los ojos alegres y vivos de continuo, carecían ahora de brillo, hundidos en la cueva del agotamiento.
Ya en el mueco, sujeta la cabeza a un barrote lateral, amparado pecho y vientre por correas para evitar su caída, y con el extractor a mano, era llegado el momento de comenzar.
- Al lío, dije.
Javi se nos había unido y, al igual que Nacho, estaba pendiente de cualquiera de mis indicaciones. Era evidente que si las pezuñas miraban hacia el cielo, el ternero venía de culo. Metí el brazo, venciendo los escrúpulos que siempre tengo en estas guerras, para confirmar que no nacería sin ayuda. No estaba la cabeza. Mis conocimientos eran ciertos. Anude dos cuerdas suficientemente gruesas a las patas del ternero, por encima de los nudillos, las enganchamos al extractor y Nacho comenzó a recoger cable.
- Más despacio. Espera, que tumbamos la vaca.
La fuerza era tan potente que la Aldeana habría caído hacia atrás, de no ser por el palo situado por encima de los corvejones.
Una vez incorporada, continuamos. Lo más dificultoso, las caderas, estaban fuera. El resto se deslizo con suavidad, hasta llegar a la cabeza. Javi me ayudó a sujetarsela, para que no golpeara con brusquedad el suelo. Por sorpresa, un botón de líquido sanguinolento chocó contra mi cuerpo, salpicandome la cara.
- Qué es?, pregunté, macho o hembra?.
No me contestaron, y ahí estaba la respuesta.
Limpiamos boca y nariz del ternerillo y el aire comenzó a llenar de vida sus pupulmones. Soltamos a la Aldeana quién, tambaleándose, comenzó a lamerlo por cada uno de los rincones de su cuerpo. Poco después era Copito quién tambaleando y cayendo, cayendo y tambaleando, apresaba las tetas de una madre fiera y protectora, que llenaba su boca de amarillentos calostros.
Evaristo Hernández
La vaca Lola
Voy a presentarme me llaman la vaca Lola.
Hace un día apacible, estoy paciendo tranquilamente en silencio con mis pensamientos.
Hoy vendrán los ganaderos en busca de una vaca de raza y brava.
No quiero parir, se que me criaron para ello…no soy una vaca cualquiera no quiero seguir la tradiccion. Me niego.
Solamente quiero pacer tranquilamente viendo pasar los días en la dehesa. Cuando el sol se va poco a poco regreso hacia el establo comiendo hasta que el sueño me vence. Me gusta refugiarme en mis pensamientos
Que soy feminista, vaca. Claro que sí.
Josefa Redondo
Grupo A
En la muerte de Flora
Está mal hablar de los muertos, pero se dicen tantas mentiras cuando alguien fallece. La conocí muy bien, y desde hace muchos años. Podría desmontar, una a una, todas las falacias que sobre ella se han dicho, tanto en vida, como ahora que está muerta.
¿Que tenía la mirada triste y cariñosa? ¡Pura hipocresía! En cuanto te volvías corría alegremente hacia sus comadres para criticarte con crueldad y para reírse de tu indumentaria, de tus andares o de tu facha.
¿Generosa? ¿Qué me ha entregado a mí que no se le hubiera pagado con creces? Pocos han tenido vida más plácida, regalada y libre de preocupaciones. Si tenía hambre, ahí estaba uno para alimentarla. Si era sed, le acercaba las mejores aguas. Nunca le faltaron medicinas si se encontraba enferma, ni un techo donde cobijarse al caer la tarde.
¿Pacífica? ¿Paciente? Mejor, testaruda, que allí donde se empeñara en meter la cabeza no cejaba, aunque tuviera que abrirse paso a topetazos. Y sin importarle el daño que hiciera.
¿Maternal? No me hagan largar más de la cuenta, que bien la he visto traer criaturas al mundo y ni llorar cuando luego se quedaba sin ellas. Y, sepan, que poco después de cada pérdida ya andaba arrimándose al macho que tuviera más bríos. Y en nada, otra vez preñada.
Está mal hablar de los muertos, pero que quede claro, yo a esta llorarla no puedo.
Fermín, Vaquero de la finca Valdelazarza.
Pepe Lorenzo
Grupo B
La Morica
El día que vine al mundo nació también la Morica, una vaca asturiana de raza Casina. El abuelo, que era su dueño, decidió unir nuestros destinos y me la regaló ese mismo día. A partir de entonces, siempre se aludía al animal como la xatina de la cría.
Al pasar a nuestra propiedad, mi padre la llevó al cercado que tenía alquilado en Tieves, y junto con la Pasiega, de raza Carrellana, fueron una parte importante de la alimentación familiar. Cuando parían sus terneros nos suministraban tal caudal de leche que daba para las ocho bocas que estábamos en casa: cuatro hermanos, yo, mis padres y la chica que nos atendía. Con el sobrante hacíamos mantequillas y quesos, que estaban deliciosos y que mi madre vendía en el pueblo.
La Morica, por la que yo sentía gran devoción, era una vaca negra que no se podía uncir porque sus cuernos estaban curvados hacia dentro y, para evitar que le hicieran daño, había que recortárselos continuamente. La quería mucho porque era mía y porque con ella hacía valer entre mis hermanos mi rango de propietaria. Mamá no me reñía porque era la única chica y con ello me hacía la importante en un mundo mayoritariamente de hombres. Cada vez que se ponía una jarra de leche en la mesa –y en Asturias era siempre que nos sentábamos a comer- yo chinchaba a mis hermanos diciendo que gracias a mí podían beberla. Hasta que un buen día mi madre, tras advertirme en varias ocasiones, me dio un pescozón con el que se me acabaron las tonterías.
Cuando el abuelo murió y se hizo la partición de la herencia, la Morica no aparecía en la parte que le tocaba a mi madre, pero no supuso una sorpresa puesto que los testamentos no llegaban a pormenorizar todos los detalles. Además, la Morica era la xatina de la cría, como todos sabían. Lo que sí resultó enormemente asombroso fue que el marido de mi tía Emilia, Leandro, la reclamase para sí alegando que formaba parte de la heredad familiar, y señalando que esa pretendida pertenencia no se reflejaba en ningún documento.
A mi madre le pareció muy mal que su cuñado se metiera en esos asuntos pero aceptó la realidad, aunque a regañadientes. No obstante, ella que siempre tenía respuestas muy contundentes le contestó: “puedes quedártela, pero espero que te sirva de bien poco”. Mamá se llevó un gran disgusto por la jugada familiar y yo cogí tal berrinche que mis hermanos estuvieron consolándome una semana entera.
La maldición que le había echado se hizo realidad en poco tiempo. El marido de mi tía empezó a perder peso, tenía dolores generalizados en todo el cuerpo, escalofríos y fiebre, mucha fiebre. El médico del pueblo no encontraba la patología que le aquejaba y consultarlo en la capital estaba descartado, con lo que Leandro perdía peso y cada día se encontraba peor.
Mi querida vaca, que en su plenitud paría casi cada año y daba treinta litros de leche al día empezó también a comportarse de manera extraña y abortó inexplicablemente. Aunque ya empezaba a hacerse mayor nunca había perdido una cría. El veterinario sí dio con la enfermedad del animal. Dijo que era brucelosis o fiebres de malta, como se conocía por aquellas tierras, y que, seguramente, el mal que aquejaba a mi tío era el mismo. Pero mamá y yo sabíamos secretamente que en realidad había sido el conjuro que ella había pronunciado.
Grupo B
DÉJÀ VU
Traca, traca, traca, traca, traca… El mismo sonido mecánico que a Claudio le parecía música, había dejado aturdido a Jorge, que a sus ocho años era la primera vez que viajaba en tren y sólo tenía las referencias cinéticas del moderno coche de su padre y los artefactos de las ferias. El pequeño convoy comenzó renqueante a reducir la marcha hasta quedar varado en un antiguo ramal, antes de cruzar el viaducto de la Varosa y permitir así el paso al expreso de la capital. -Ya estamos cerca de Brega, hijo-.
El chiquillo curioso, se asomó de puntillas al ventanal deseando alcanzar el fondo del desfiladero y agitando la mano gritó: -¡Hala, una vaca muerta!-. Claudio, consternado, saltó de inmediato de su asiento; buscó en la dirección que marcaba el dedito infantil, y al ver el pelaje agrisado y el morro blanco de la res, acercó con ternura la mano a la cristalera como si acariciase al animal, murmurando en un sollozo una sola palabra y regresando a un tiempo, sesenta y dos años atrás, donde otro niño y otro abuelo habían vivido una historia parecida.
-¡Florencia, quiero que se llame Florencia!- El abuelo, más asustado que sorprendido, intentó convencer al chaval del error de su decisión, pues un becerro no podía llevar el mismo nombre de una persona conocida, y menos si ésta era la mujer del nuevo Brigada al frente del Puesto de la Guardia Civil del pueblo. -¡Pero abuelito, tú me dijiste que podía bautizarla!-. -Está bien rapaz. Hagamos un trato. ¿Que te parece si de momento la llamamos Florita?. Aún es una cría, y el otro lo dejaremos para cuando crezca. ¿Te gusta la idea?-. Ambos se fundieron en un abrazo.
Claudio fue un niño enfermizo, atacado por continuas fiebres reumáticas que le mantenían ausente de la escuela por semanas. Por eso su padre, también miembro de la Benemérita en Brega, cuando conoció la formación de maestra de la esposa del Brigada Gallardo, no dudó en explicarle a su superior el estado de salud de su hijo y plantear la posibilidad de que su esposa acudiera a su casa por las tardes a instruir al pequeño. Ella, que no tenía hijos, en cuanto supo de la situación aceptó encantada, y de lunes a viernes, después de comer, cambiaba el mandil por un vestido almidonado, se plantaba unos zapatos de medio tacón y, atrapando al vuelo una nube de perfume, subía feliz a casa de los Ortiz.
-Doña Florencia huele a Lavanda- llegó a confesar Claudio a su abuelo un soleado día de primavera en el que le dejaron subir con las vacas al prado. -¿Y ves la Tasuga?, así de ligera y bamboleante camina- confesó el crío contoneándose. El viejo rió abiertamente la observación ingenua del muchacho y le comentó que la vaca estaba preñada, que pronto nacería su ternero, y que si alguna vez deseaba adular a una mujer, nunca, pero nunca la comparase con una vaca. Claudio escuchó las palabras sin entender que a los mayores no les gustase parecerse a un ser tan adorable.
A los pocos días, la novilla comenzó a aislarse del resto del hato; don Eusebio se dió prisa en regresar al pueblo para buscar ayuda e ir a recoger a su nieto. -Claudio, la Tasuga va a parir, ¿quieres acompañarnos?-. Cuando llegaron a la campa, encontraron a la joven vaca tumbada sobre la hierba nerviosa, con la respiración acelerada y una pequeña pata colgando por debajo de la cola; los tres adultos se acercaron respetuosos a la res mientras el niño contemplaba fascinado el milagro. Tras vanos intentos de incorporarse (tardaría años en saber qué eran las contracciones), a esa primera pata se incorporó su compañera, luego apareció entre ambas el hocico y, cuando acabó de asomarse la cabeza, el cuerpo salió de golpe, arrastrando desmadejado los cuartos traseros. -Es hembra- anunció su abuelo. La madre se levantó torpe, se acercó a la cría y comenzó cariñosa a limpiar los restos del parto y lamer su piel hasta descubrir un lustroso pelaje josco, las ojeras claras alrededor de sus ojos y el morrete despintado propio de su raza. Con el hocico la incitó a incorporarse, y, con andar inseguro pero instinto certero, cabeceó ante las ubres cargadas de calostro. -¿Quieres pensarle tú nombre?- le preguntó su abuelo, y el chico, emocionado, rodeó con sus brazos el cuello ancho y moreno a modo de respuesta. Claudio supo que ese momento nunca lo iba a olvidar.
Pasadas seis décadas regresa a sus oídos el profundo retumbar del deslizamiento del suelo de Cañoalto y el angustioso mugir de la Tasuga mientras se perdía en el vacío su ternera. El grito de desesperación del niño acompañó la desolación de la madre; se aferró al pecho de la vaca llorando hasta que el abuelo, alertado por los gritos, comprobó el alcance de la desgracia.
Tasuga no volvió a ser la misma; sus ojos perdieron la alegría, y taciturna, miraba sin ver. No quiso regresar al prado y pasaba muchos días sin salir del establo; aunque siempre fue magra, se olvidó de comer y su silueta se tornó angulosa; sólo se acercaba alguna mañana hasta la línea de ferrocarril donde se quedaba pasmada, inmóvil hasta que pasaba el tren de medio día; daba con parsimonia media vuelta y regresaba triste y quebradiza a la cuadra. -Se está quedando seca- decía el abuelo, y el nieto, que no entendía el sentido de la frase, reponía de agua fresca el abrevadero de la res deseando que obrase el milagro de la recuperación. Un martes, regresando de la ciudad con el abuelo, cuando el tren desacelerado ya entraba en la vía de servicio, Claudio divisó en mitad del prado el reducido bulto pardusco y huesudo de Tasuga; se había dejado morir de pena, sentada mirando al tren.
Con lágrimas en los ojos y las reducidas manos de Jorge entre las suyas, Claudio comenzó a canturrear una oración a San Antonio Abad por el alma de tan noble animal fuerte, sobrio y resistente en el trabajo, y por sus queridas Tasuga y Florita, que nunca llegó a lucir su verdadero nombre: Florencia.
Grupo A
La vaca Maca
A esos seres de 2 patas que últimamente aparecen mucho por aquí, políticos, creo que se llaman:
Dejad de venir por aquí con ese interés falso, ese comportamiento sobre actuado y esa ropa que pretende ser informal.
Si nos queréis tanto como decís, deberíais cuidar y proteger a quienes nos cuidan y protegen a nosotras y evitar que tengan que dejar de hacerlo.
Deberíais evitar que los pueblos donde vivimos se queden cada vez más vacíos y envejecidos.
Deberíais evitar también que nos maltraten y nos hacinen para comer nuestra carne.
¡Está dicho todo!
¡No volváis más por aquí!
Como os vuelva a ver, os espanto con el rabo como si fuéseis moscas.
¡Muúúúúú!
Grupo B
Crónica del Congreso Bovino
La vaca que dá ternura y terneros,
La vaca que no quiso ser vaca,
La vaca de rayas,
La vaca que echaron del cuento porque mujió a destiempo, y eso que tenía la palabra, en el Congreso Bovino, al que debían asistir vacunadas, a pesar de ser vacas negacionistas, y entre otras muchas, se reunieron ayer para dar forma a sus reivindicaciones.
Eran las vacas despojo, de una sociedad estabulada, que miraban con languidez de vacas reprimidas, amedrantadas y temerosas, a un grupo considerable de vacas madres, pertenecientes a estatus superior de entrada VIP al desolladero, y que megáfono en mano y a mujido pelado, reivindica ban nuevos derechos.
Entrevistamos a la vaca Coronela y su discurso claro: "¡Compatriotas!, no podemos dejar que los migrantes sin lactosa, de crecimiento o desnatados, vengan a quitarnos nuestro trabajo, nosotras somos enteras, puras. Esa es nuestra raza".
Tras un fuerte tumulto de cencerros y crotales en pie de guerra, consiguieron aplacar a la manada.
La lideresa madre, titular de la Cooperativa "SLLEP" - Somos la leche en prosa-, tomó la palabra: "El prado puede ser compartido por todas, incluidas las de raza hindú, las veganas que dan leche vegetal, la tribu caprina procedente de los campos nutricionistas, las incompletas sin lactosa, o las de" chute " de Calcio. Todas juntas haremos una marcha hasta los Alpes Suizos, donde entregaremos en la UBRE Association, las miles de moscas espantadas. Y demostraremos que las vacas unidas hacen la fuerza bovina".
Es el comienzo de la diplomacia.
Seguiremos informando.
Guadalupe Sanchón
Grupo C
MI CUERPO VACA
Seducida por la belleza del toro blanco
Creció un deseo prohibido e incauto
por irrefrenable hechizo, condenaba como fue Pasifae
De noches enteras de corrales
siendo vaca para la bestia en celo
concibió un hijo, digno de verlo sería
producto de su extraña pasión que le había poseído.
Horror y vergüenza de Minos lo fue
un bastardo con cuerpo humano y cabeza de vacuno
Y su madre lo amamantó en la oscuridad
escondida en un recodo de
de su habitación
Llora Pasifae el hijo oprobio de Creta
concebido en su cuerpo como vaca
años de expiación le consumen
Hasta acabar con su presencia
El Minotauro inaudito ser de dos formas
expulsado de la triste morada materna
es abandonado en otra, mansión
de múltiples pasillos secos y sin salidas
que recorre bajo la intemperie interminable
recordando el vientre y la leche que
le dio vida.
Carmen Elena Ochoa
Grupo A
Like a cow
Pongo el título en inglés porque, 'como una vaca' que sería el título en español, suena demasiado a la acción de comer carne, y no es mi caso. Prefiero la verdura.
Así que cuando en el Club de Escritura creativa propuso Raúl que escribiéramos sobre una o varias vacas, todas ellas mansas, me acordé de la vaquilla que soltaron en aquel pueblo de Jaén un catorce de agosto, a las cinco de la tarde, cuarenta grados a la sombra, con la intención festiva de que corriera detrás de los paisanos y diera espectáculo de tropezones y cuernos. La vaquilla, negra como una mosca y bajita como mi sobrino de diez años, se quedó parada debajo del único árbol que había en la placita, a la sombra, quieta como una estatua, sin responder a ningún envite ni provocación, impertérrita, hasta que decidió tumbarse mirando al público, impasible. Dejé de contemplarla y me fui a beber agua en la penumbra del bar más cercano. La vaquilla era lista. Los paisanos, no sé.
También, se me vino a la cabeza, el día que tuve que decir al ingeniero jefe que no podía cumplir con el horario al cien por cien porque estaba dando el pecho a mi hijo, y, él, dentro de la solemnidad y la elegancia de su despacho me espetó: “como una vaca”. Ni siquiera me ofendí, me retiré y ya en mi mesa estuve rumiando que hay gente que a pesar de la Universidad no tienen ni educación ni conocimiento.
Grupo C
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