El Zascandil

Esta semana dedicamos la sesión a un libro imprescindible, El Zascandil, de Pedro Lópeh, acordeonista y musicólogo especializado en folclore, cultura popular y cante hondo. Desde su apararición, con tan solo 8 años, en el programa "Bravo Bravísimo" en el año 1995, Pedro López, Lópeh para lo creativo, tenía claro que quería ser músico y escritor. Es el fundador del grupo Barrunto Bellota Band y dirige el podcast flamenco "El Café de Silverio". Ha publicado en Akal su ensayo Ramo de coplas y caminos: un viaje flamenco y ofrece charlas-concierto donde mixtura música popular, política y cultura campesina.
La editorial Delirio inició con Las aguas esmaltadas de Manuel Díaz Luis las portadas que tienen como protagonistas a animales. Un gallo en aquella edición, una cabrita en ésta y un cerdo en El último blue lagoon de Roge Gómez. Estas dos últimas novelas, cuando se adquieren en las Ferias del Libro, pueden ser complementadas -según criterio del comprador- con un crotal de regalo que el propio editor inserta en la oreja de dichos animales. Hay libros con marcapáginas y libros con crotal.
Si buscamos en el diccionario de la RAE la palabra "zascandil" nos encontramos con la acepción: "persona inquieta y enredadora que no deja de meterse en líos". Algunos de los personajes de esta novela responden a este epíteto. También el autor tiene algo de zascandil, al menos en lo que a enredador e inquieto respecta pues gusta de la polémica como forma de promoción. Este fue el post que difundió en redes sociales para dar a conocer su novela en la Feria del Libro de Madrid: "Dice don Arturo Alatriste que El zascandil le ha decepcionado porque se lo vendieron como nueva prosa picaresca y no es más que un ‘panfleto ácrata escrito por un palurdo de pueblo, faltón y tinajero’. ¡Tinajero! Esa me la apunto. Viniendo de usted, todo insulto es un halago. ¡A mí, por lo menos, no me han denunciado por plagio!”



En la cuarta de cubierta del libro se anuncia el género que el lector podrá degustar en su interior: un drama rústico, una ópera rural, una novela de espíritu satírico sobre el desarraigo, un cuaderno de campo-campo. Se trata de una tragicomedia que muestra el modo de sobrevivir en una tierra extrema como la Siberia, al sur de Badajoz y el día a día de sus personajes principales durante el útimo siglo. Pedro Lópeh busca el equilibro entre lo caústico y lo mordaz. El libro garantiza carcajadas pero también sobrecoge como un arma rozando la sien. El cierre del libro es una declaración de intenciones por parte del autor. Cita para ello a Pasolini: "Soy una fuerza del pasado. Solo en la tradición está mi amor". Lópeh nos habla de esa tradición pero sin idealizarla y nos muestra con preocupación la falta de identidad y arraigo de las nuevas generaciones. Por las páginas de El Zascandil desfilan maquis, yunteros, cabreros, borrachos y guardias civiles pero también hay concesiones a la globalización y al mundo urbano y tecnológico.
Hay escenas que a pesar de la crudeza de lo narrado nos empujan a la risotada. ¿Se imaginan a José Luis Cuerda y Quentin Tarantino grabando una secuencia? Pues hay fragmentos en el libro, como el dedicado a Romualdo y su manejo del hacha en la poda, que nos recuerdan ese binomio fantástico.
Lópeh es capaz de pasar de cero a cien en la intensidad de lo narrado sin despeinarse sobre su tractor, y ese manejo del ritmo se nota en los diferentes registros que aliña en el transcurso de la narración: desde recetas típicas de Extremadura, cuñas publicitarias, y repertorios de orquesta en la verbenas de diferentes años, a fragmentos de coplas y letras flamencas. Hay textos breves a modo de planos fijos que recrean a un tomavistas que graba, sin sonido, las instantáneas de hombres y mujeres en su acontecer diario.
¿Es El Zascandil una novela de personajes? ¿Es una novela picaresca? La forma nos suscita numerosos ecos pues contiene la crudeza de Luis Buñuel, la verdad de Miguel Delibes, el humor de Berlanga o Cuerda, la prosodia de Julio Llamazares y la fuerza narrativa de Manuel Díaz Luis. Pero la voz de Pedro Lópeh es indudable, una voz que va de un palo a otro y que se recrea, ora en la seguiriya o la bulería, ora en las alegrías. Del negro de la muerte al amarillo del humor.
En la sesión del taller de escritura comentamos algunos pasajes: el del Padre Chaquetas en medio de los cañones de la guerra, las horas de la siesta de la Abuela Vieja, las peripecias de Jose y Javi en la ciudad o bebiéndose la ESO entera en la excursión de fin de curso en Salou y hasta un auténtico tratado sobre la cabra que no la deja, precisamente, en un buen lugar. Si alguien se conmovió con el Miguel Hernández que escribía "En cuclillas ordeño, una cabrita y un sueño" o con las cabras de Pedro, el amigo de Heidi en las montañas suiza; si alguien sintió lástima por las siete cabritillas que se comiò el lobo o rió con la cabra sobre el último peldaño de la escalera que a ritmo de pasodoble paseaban los gitanos por pueblos y ciudades quizá cambie de opinión al leer este genial tratado caprino. Pero que nadie se cabree si ama a las cabras.
Recomendamos el artículo "¿El secreto mejor guardado de la Feria del Libro? El Zascandil" de Víctor Lenore para conocer más de cerca el libro y sugerimos leer la novela escuchando su banda sonora original: una playlist muy particular hecha por el autor que dialoga con muchos de los fragmentos de la historia. 
Un libro en el que el lector tiene mucho que arar y cosechar. No en vano, antes de iniciarse en la historia, se encuentra entre las páginas de cortesía con imágenes de tractores que nos ponen en contexto. Feliz lectura.


Propuesta de escritura:

Si haces flash back y apareces, como en "Amanece que no es poco", en la plaza de tu pueblo en los años de tu infancia seguro que recuerdas a algún animal -doméstico o no- que protagonizó alguna escena memorable que aún perdura en tu recuerdo.
Quizá un gallo, o un burro, o un perro, o un gato, o una cabra, o un conejo, o un bastardo, o un murciélago, o una galliuna, o una vaca, o un caballo, o un ratón, o un pato, o quizá alguno de los muchos animales que servían de coballas para los experimentos científicos. Cuéntanoslo con un aliño que sepa a rural o a rústico. En plan tratado o panegírico, tal y como hace Pedro Lópeh con las cabras.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


La mula “Andaluza”

Mi abuelo tenía una mula a la que llamaban “Andaluza”, a la que pusieron dicho nombre, por habérsela comprado a un agricultor andaluz.
Andaluza, era muy trabajadora, apenas se cansaba, y en el verano yo recuerdo una anécdota que contaba mi abuelo acerca de esta mula.
En el verano la tenían todo el día trillando en la era, dando vueltas y vueltas a la mies para separar el grano de la paja. Cuando llegaba el anochecer, ya estaba cansada, y con ganas de descansar, beber agua y comer para reponerse para el día siguiente. Nada más quitarla los correajes que la ataban al trillo, “Andaluza”, salia disparada hacía una acequia donde sabía que había agua, y se tiraba un buen rato bebiendo, y cuando se cansaba de beber agua, volvía al mismo sitio donde la habían liberado de los correajes, sabiendo que la llevarían a la cuadra a comer y descansar.
Mi abuelo, nos advertía que en cuanto se la quitara los correajes, no había que ponerse en el medio, ya que cuando tenía sed, no miraba a nada que se le pusiera por medio, y nos decía siempre: “son como las mujeres, cuando quieren algo, no hay que ponerse en medio, porque lo van hacer”.

Luis Iglesias
Grupo B


Sombra

El verano de 1987 prometía ser muy aburrido, con muchas horas de estudio por delante para recuperar en septiembre los cates del instituto y no repetir curso, por eso cuando me dieron las vacaciones no me hizo ninguna ilusión pues, por zoqueta, tendría que ir todas las mañanas a clases particulares de matemáticas e inglés mientras todas mis amigas se podían permitir el lujo de levantarse tarde o ir a la piscina sin ninguna preocupación más allá de la de pasárselo bomba.
La cosa se torció a los pocos días de estar de vacaciones. A mi madre le dio un lumbago fuerte y viéndose incapaz de cuidar de mi hermano y de mí decidió meternos en un tren que nos llevaría directamente al pueblo, a casa de mi abuela.
No había idea menos atractiva que esa, todo el verano en un pueblo de mala muerte aguantando mugidos de vaca y cantos de gallo de madrugada.
Hice la maleta sin ganas, con los ojos llenos de lágrimas solo de pensar en tener que aguantar al imbécil de mi hermano dando por saco y a la pesada de mi abuela mandándome recaos.
Mi mundo se vino abajo, prefería mil veces las clases particulares pero no hubo manera de convencer a mi madre y me vi, de un día para otro, durmiendo en un colchón de lana lleno de bultos.
Lo primero que me llamó la atención al entrar en casa de mi abuela fue lo gorda que estaba la gata, parecía que iba a explotar, casi no podía moverse y se pasaba las horas tumbada, bajo el fregadero, en la cocina.
La tercera mañana al bajar a desayunar escuché un ruidito, como el llanto de un bebé, que provenía de una caja y al acercarme vi la estampa más conmovedora de mi vida. Siete gatitos recién nacidos, como ovillos de lana, maullaban sin cesar buscando, a ciegas, la teta de su madre para alimentarse.
Desde ese día mi verano fue otro. Seguir la evolución de esa camada se convirtió en el centro de mi universo, ser testigo de los cuidados tan tiernos de una madre animal me dio una lección tan grande que difícilmente podría haberla estudiado en ningún libro.
Uno de los gatitos, el más torpe, era mi favorito. Lo llamé Sombra por su color negro y porque siempre estaba detrás de sus hermanos, más juguetones y traviesos.
Cuando pudieron despegarse un poco de la madre empecé a cuidar a Sombra por mi cuenta, lo llevaba de paseo al cerro de las amapolas, al molino, al campo grande... Gracias a él empecé a amar esos paisajes del pueblo que antes siempre había aborrecido, las calles tenían un ambiente especial y diferente o quizá era yo la que había cambiado.
De repente me había hecho mayor, tener entre mis manos a un ser tan vulnerable me hizo ser más responsable, ya no estaba siempre de mala leche, descubrí mi lado tierno; hasta mi abuela comentaba que ya no era tan contestona.
Sombra cambió mi vida para siempre, cuando acabó el verano y tuve que volver a casa rogué llevármelo conmigo, al principio mi madre protestó pero al ver la unión tan especial que tenía con el gatito no pudo resistirse.
15 años estuvo durmiendo hecho una bola a mis pies. Todavía hoy echo de menos su peso y su calor en mis tobillos.

Aurora Zarco
Grupo B


Vidas perras

Recuerdo aquellos perros que deambulabam sin dueño por calles y plazas a la busqueda de algo que comer. Perros sin collar ni pedigrí, con vidas duras, vidas de perro por las que nadie se preocupaba. Me hubiera gustado llevarme a casa alguno de aquellos chuchos pero mi madre, ahora veo que con buen criterio, nunca consintió en ello. En un piso modesto con cuatro molondros que criar, sólo faltaba un perrito para completar la estampa.Recibían los cuidados de una familia los que realizabanalgún trabajo.
Generalmente perros solitarios aunque a veces se encontraban con otros y correteaban juntos por un tiempo. Las aglomeraciones se producían cuando alguna perrilla estaba en celo. En ese momento todos los perros de los alrededores concurrían para ver quien la conseguía. Para nosotros constituía un momento de aprendizaje de vida. No había mucho que preguntar, casi todo estaba a la vista. También su enfermedad, incluso su muerte, sucedía delante de nuestros ojos.
Parecería que aquella raza de animales, los callejeros, había ido extinguiéndosepoco a poco y había sido sustituida por multitud de razas que nadie conocía hace unos pocos años y ahora cambian con la moda. No vemos ningún can que no vaya acompañado por su dueño que lo trata como si fuera un niño con necesidades especiales. Llevados en carritos o en brazos de sus papás o mamás van al estilista o al veterinario. Vacunados, capados y cebados con pienso, duermen en camitas antiestrés. Sus dueños entablan conversaciones a las que no pueden responder utilizando en ellas tonos infantiles después de recoger sus heces.A pesar de este buen trato, muchos presentan síntomas de desequilibrio psíquico. Propongo vetericólogo como denominación de una nueva profesión de atención animal que pueda recetarles ansiolíticos para soportar esta vida aperreada.
Una reciente visita a Cabo Verde me ha sacado de mi error; allí, multitud de ellos, todavía,hace vida de perro . Nadie se preocupa de si van o vienen. Nacen, viven y mueren en la calle.

Enrique Martínez
Grupo C


Gilipollas

Desde muy pequeño sé que, si hay un animal tonto, ese es la gallina. Cuando viajábamos en el coche familiar por los pueblos de la montaña leonesa lo tenía muy claro. Siempre con el miedo de atropellar una gallina cada vez que los atravesábamos. Eran los años de las carreteras blancas llenas de baches, que cruzaban por mitad de los pueblos y las gallinas picoteaban por las cunetas. Cuando llegaba un coche, todas se lanzaban como posesas a atravesar la carretera, desafiando el más ancestral instinto de supervivencia. Si estaban del mismo lado de su casa y su corral, se jugaban el pescuezo alejándose en dirección contraria por el medio de la carretera. Si se encontraban del otro lado, todas corrían cacareando por delante del coche, para llegar lo antes posible al refugio del corral. Pero no era algo exclusivo de la gallinas leonesas. También las gallinas asturianas, las de la provincia de Palencia o las de la provincia de Logroño, como se llamaba entonces, o sea la Rioja de ahora, se comportaban de igual manera. Que no es cuestión del lugar de nacimiento, sino que tiene que ver con la naturaleza gallinácea. Además, hay que ser tonta para expresarse cacareando. Bien lo sabemos desde hace mucho tiempo, que por eso cacarear aplicado a las personas humanas tiene el significado que tiene. Y hay que oír a los que cacarean mucho para no decir nada, especialmente si se les pone un micrófono delante. El colmo de la tontería es poner un huevo y empezar a cacarear. Cualquier animal medianamente inteligente, lo primero que hace cuando deposita su descendencia, ya sea en forma de huevo o de cría desvalida, es esconderla y disimular lo máximo posible. Muy al contrario, la gallina no lo hace, se pone a cacarear a pleno pulmón —¡He puesto un huevo, cocoricó, co, co. Lo he puesto yo, cocoricó! — imbécil, para que si hay alguna zorra despistada, que no se haya enterado, cosa rara que las zorras sí que son más listas que el hambre, se ponga alerta de que hay huevo para desayunar. No podía ser de otra manera, con ese culo tan gordo y esa cabeza tan pequeña, no le quedaba otra. Claro, como se pasa todo el día picoteando porquerías y cacareando naderías, tampoco hace falta mucho cerebro. Además, todo está relacionado con lo de “andar como un pollo sin cabeza”, es decir, ir de un lado para otro, corriendo, sin hacer nada. Y es que las gallinas son capaces de salir corriendo si les cortas la cabeza, lo que podría tener su explicación, pero yo me inclino a pensar que en realidad les da lo mismo tener cabeza que no tenerla, como no sea para comer y cacarear, como muchos que yo conozco y no voy a mencionar. A estas alturas ya no se sabe si es mejor ser un pollo sin cabeza o simple y llanamente ser una gallina.Porque hay que ser tonto para estar siempre huyendo a lo loco, de cualquiera que se acerca, incluso del que te da de comer. Así nos luce el pelo con tanto gallina como anda suelto, que algún día nos van a pasar por encima porque nadie, todos gallinas, va a sublevarse para salvar el mundo. Se me pone la piel de gallina solo de pensarlo. Pero todos estos apelativos aplicados a las gallinas tienen que ver con lo tontas que son. Que el refranero y los dichos populares lo dejan bien claro: “ cuanto más escarba la gallina más tierra se echa encima” o “cuando meen las gallinas”, para hacer referencia a algo imposible. Realmente, hay que llevar millones de años escarbando la tierra y echándosela encima sin haber aprendido a echarla para los lados, sin mancharse ni llenarse de porquería. Pero si esto está mal, mucho peor está lo segundo. Hay que evolucionar a lo tonto para no ser capaces de conseguir mear por un sitio y cagar por otro. ¡Hala! ¡Todo junto! por el mismo agujero, y por si fuera poco ¡hala! ¡También los huevos por el mismo sitio! Parece que también debe ser el mismo que usan pasa pensar. Con todas estas cosas casi se me olvidaba comentar las sesiones de cine de cuando era pequeño y teníamos poco dinero. Veíamos las películas en el cuarto o quinto anfiteatro, que los piratas asaltando un barco o los indios y vaqueros matándose a flechazos y tiros eran como cagaditas de mosca, de lo pequeños que los veíamos. Y si te tocaba en el lateral, que era donde más sitio barato había, acababas con una tortícolis que duraba todo el fin de semana. Pues a aquel sitio, en el que tantas películas de sesión doble en blanco y negro vimos, se la llamaba “gallinero”. Por algo será. Bueno, que aquello lo aceptábamos por ser pobres, no por ser tontos, pero al final, la tortícolis era la misma. Incluso cuando los hombres nos comportamos tontamente seguimos haciendo referencia a las gallinas en diversas situaciones. Por ejemplo, tenemos el juego de la “Gallinita ciega”. Hay que ser tonto para intentar pillar a alguien a ciegas, con los ojos vendados, mientras los demás se ríen de uno, que ni ve, ni ve las trampas que hacen los integrantes del corro a los que intenta atrapar. Pero lo más triste del asunto es lo parecidos que somos los hombres y las gallinas, porque no hay peor tonto que un tonto malvado.A los pingüinos se les llama pájaros bobos, a lo mejor porque a nadie se le ocurriría vivir en el polo sur sin estar un poco bobo. Pero los pingüinos son buena gente, mientras que las gallinas son malvadas, tontas y malvadas, vamos, como nosotros. Y esto lo digo con toda la razón, que una gallina está herida, las demás se dedican a picotearla sin compasión, dejándole el cuello y mucho más todo lleno de picotazos y sangre. Pues eso, que lo de hacer leña del árbol caído no es solo cosa nuestra, que las gallinas también saben del asunto. Tanto discutir si el animal más tonto es la gallina, la conclusión es que las gallinas y los humanos somos primos-hermanos. Y por si no estáis convencidos, os recuerdo que además de imbécil, idiota, lerdo, estúpido, lelo, memo,… entre los sinónimos de tonto se encuentra gilipollas y todos sabemos que una polla es una gallina joven y engreída.

Manuel Medarde
Grupo A


El Infarto del Tío Raquín

Tío Raquín tenía una burra que era la envidia del pueblo. La burra no tenía nada de especial, solo que cuando barruntaba que veía del buen tiempo le daba por excretar cagajones de color rosa, y los vecinos lo tomaban como una señal inequívoca de que había llegado el momento de plantar los melones. Tío Raquín cuidaba de su burra casi más que de las niñas de sus ojos; si alguien la pedía prestada la burra para cualquier faena del campo, El Tío Raquín les decía: “En mi burra solo monto yo”. Los vecinos se lo perdonaban pues sabían que el Tío Raquín andaba algo escaso de luces en la mollera. Todas las noches, antes de acostarse, el Tío Raquín le procuraba a su pollina la última ración de cebada. Aquella noche tía Raquina esperó en vano su vuelta, hasta que cansada de tanta espera se personó en la cuadra, y allí estaba el Tío Raquín, tirado a lo largo en el suelo, a unos pasos de la burra, que estaba entretenida hocicando los últimos granos de cebada. Tío Raquín tenía un hematoma en la sien derecha producido al dar su cabeza de lleno contra el duro suelo de pizarra. Tía Raquina desesperada empezó a gritar como una loca: “¡Socorro, ayuda que mi marido se me muere! ¡Socorro! ¡Auxilio!” Tales fueron los gritos de la buena señora, que todos los vecinos del pueblo acudieron alarmados, y acudieron a sus gritos encabezados por el médico, que tras un momento de concienzuda observación emitió el fatídico dictamen: “Sin duda, está muerto”. Tía Raquina empezó a dar alaridos retorciéndose las manos con desesperación: “¿Ha sido un infarto, verdad Doctor? El médico no contestaba. “¡Doctor, está claro que es un infarto! ¿Verdad? ”. Al final al médico solo pudo responder: “estaría más claro lo del infarto si el Tío Raquín no tuviera los pantalones bajados”.

Jesús Vicente Elvira
Grupo C


De la ciudad al pueblo

Había transcurrido el verano de mis trece años, con más pena que gloria. Por entonces vivíamos con mi abuela en una finca cercana a la Ciudad, desde donde iba andando al colegio. Mi padre, después de trabajar en la fábrica, dedicaba su tiempo libre a cultivar los huertos y atender al ganado que siempre estuvo presente.
En el corralón se encontraban las cochineras, donde se guardaba a los cerdos. Solía ayudar a mi padre para darles de comer y mantener limpia su cochina estancia.
Siempre hubo un cebón para procrear y a los demás machos, se los solía castrar para su engorde y posterior matanza.
En casa siempre se sacrificaba un cerdo que servía de sustento para el invierno.
El día de la matanza era una verdadera fiesta. Días antes iba con mi padre al monte a recoger helechos que utilizaba para chamuscar la piel del cochino.
Nos levantábamos muy temprano, aún no clarecía el día. Era como un ritual. Primero la mesa donde iba ser sacrificado, los helechos, la artesa de madera, y un cuchillo, bien afilado que en manos (mejor dicho en la mano del Varillas, carnicero y amigo de la familia porque era manco), con un golpe certero a la altura del cuello del cerdo agarrado fuertemente por mí, por mi padre y las mujeres de la casa, mi abuela, mi madre, y mi hermanar se iba apagando ese chillido ensordecedor, antes de ponerlo en el suelo y hacer una pira con los helechos.
Yo le sujetaba por el rabo, mirando para otro lado, mientras mi padre le sujetaba fuertemente por las orejas, más que miedo, me daba pena ver como se apagaba el bicho que había visto crecer, porque al final le cogías cariño.
No faltaba el aguardiente mientras se quemaban los helechos.
Le cortaban la lengua, la envolvían en un paño limpio y yo era el encargado de llevarla al matadero para analizarla. Mientras, despiezaban al cerdo, separaban los jamones con mucho cuidado y sacaban las tripas que limpiaban las mujeres en el estanque, donde caía un agua de manantial, fría y trasparente.
Después llegaba la parte más laboriosa, durante todo el día, elaborar los lomos y chorizos en la máquina picadora utilizando las tripas lavadas.
Una vez elaborados los chorizos colgaban en el techo de la cocina durante todo el invierno.
Del cerdo se aprovechaba todo, hasta la sangre, para hacer morcillas y sopas.
En la parte alta de la finca, había un gallinero, que nos abastecía durante todo el año con sus huevos y algún gallo nos hacía compañía en la cena de navidad. Recuerdo a mi abuela como lo agarraba por el cuello y en un abrir y cerrar de ojos, la cabeza saltaba para un lado y el gallo daba sus últimos pasos antes de caer al suelo.
También había conejos y nunca faltó un perro en la puerta, atado a una larga cadena y su caseta de piedra.
Como podéis apreciar, siendo un chico de Ciudad, siempre tuve el privilegio de disfrutar desde los siete a los catorce años de una vida rural.
Me quedaba por descubrir la verdadera vida del campo, del pueblo, donde después de aquel verano, me llevé la sorpresa de vivir unas fiestas en el pueblo de la madrina de mi madre. Un pueblo a solo veinte kilómetros de la ciudad.
Tinín, vino a recogerme en su mulo, y a lomos del animal recorrimos el camino que nos separaba hasta su pueblo para disfrutar por primera vez de las fiestas del Cristo, que celebraban en los pueblos de la sierra.
Fue un viaje apasionante, Tinín no dejaba de hablar y de contarme historias, que a mi me parecían auténticos cuentos, que más tarde pude comprobar de primera mano.
Me llamó poderosamente la atención, un rebaño de cabras y sobremanera un macho con unos cuernos enormes. Tinín decía que era un macho cabrío, pero que también se le podía llamar “cabrón” ¡y vaya si lo era! Cuando más despistado estabas, te daba un topetazo y te tiraba al suelo. Era negro como el azabache con largas barbas y muy mala leche. Para leche, la que todas las mañanas sacaba Lumi da las ubres que casi pegaban en el suelo. Lo más curioso es que a estos bichos indómitos y con cuernos no se los podía perder de vista porque aparecían en el huerto del vecino y no dejaban títere con cabeza, con la consiguiente bronca.
Era costumbre por las fiestas sacrificar un chivo. Lo que menos me esperaba es que ese chivito blanco como la nieve al que llamaban Lucero, sería el sacrificado para compartir en una fuente en el centro de la mesa el día grande. Me fue imposible probar bocado.
Para mi fue una experiencia inolvidable, disfrutar del campo, acompañando a Tinín a recoger y encerrar el ganado cuando desaparecían los últimos rayos de sol y caía la tarde.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


León

Mi pueblo era un pueblo típico castellano. Pocas casas de piedra pobre con callejuelas de tierra que confluían en una plazoleta asimétrica. En el centro, un pilón de cemento rasposo, rectangular, ajado y triste, con dosc horros de agua y un fondo verde resbaladizo.
Mi casa era la casa típica de un típico pueblo castellano.
El imponente granito que la abrazaba por fuera auspicaba la atmósfera oscura y fría que invadía las estancias. Nunca hacía calor en aquella casa, ni tan siquiera en verano.
Los techos altos con gruesas vigas de madera ennegrecida y la chimenea que a duras penas rescaldaba el ambiente desolador del comedor austero.
Pequeñas ventanas que oponían tozuda resistencia a los rayos de sol que abandonaban su intento de iluminar el interior de la casa.
Salón-comedor, concediéndole un grado inmeritado. Dos habitaciones aún más frías que facilitaban el sueño en verano. Una cocina que olía siempre a leña ardida.
Adyacente, un pequeño pajar comunicado con la casa por una pequeña puerta de madera maciza.
Pajar y váter al ser allí donde acudíamos cuando las ganas apretaban.
Algunas gallinas dadivosas de huevos frescos, un gallo prepotente que, a veces, las agredía a golpe de picotazos.
Mi cama era la típica cama de la casa de un típico pueblo castellano. Alta, colchón duro o blando, hundido o abombado, según dónde anduviese bailando la lana. Cabecero de hierro forjado con el que en más de una ocasión me rompí la crisma durante las rin̈as con mi hermana. Con ella compartía habitación y cama.
Sábanas blancas, ásperas y desangeladas que mi madre intentaba domar con el brasero de cisco antes de acostarnos para no quedarnos heladas.
Mantas pesadas que caían sobre mi cuerpo diminuto como una camisa de fuerza. ¡Menuda gesta darse la vuelta!
La mesilla de madera oscura con el orinal de porcelana.
Y un armario imponente, tan alto que ni subida en la robusta y pesada silla, conseguía llegar a las perchas. ¡Tampoco es que hubiese mucho por descolgar! El vestido de los domingos, un abrigo de lana y poco más.
Mi familia era la típica familia de un pueblecito castellano. Mi madre, una mujer que siempre me pareció anciana, con sus atuendos negros ensartando lutos.
Mi padre, un hombrehosco mas bondadoso, al queveíamos poco yaquetrabajaba de sol a sol. “En el campo siemprehayalgoquehacer, hija”.
Mi hermana, dos años más mayor que yo, con la que tenìa una relación conflictiva.
Mi hermano, el mayor de los tres, estaba haciendola mili en Melilla por aquellos entonces. Cuando volvía de permiso, dormía en la cama turca que mi madre le preparaba en el comedor.
Además de las gallinas y del gallo maltratador, teníamos un perro, León, que no le hacía honor al nombre pues adolecía de valor y coraje.
León era grande y delgado, con un pelaje dorado que centelleaba en los días de sol, cuando corría como loco detrás de los palos que yo le lanzaba.
León me seguía a todos los lados. Incluso me acompañaba cada mañana hasta la puerta de la inhóspita escuela llevándome con la boca el cabás.
Huía de peleas y se asustaba hasta de su sombra por lo que todos en el pueblo se reían de él: “¡León, el cagón!”
Yo trataba de defenderlo llegando incluso a las manos; pero lo cierto es que León era bastante cobardica.
Aquel invierno llegó a su fin, al igual que la correspondiente primavera. Y con elverano, vino lo mejor que tenía el pueblo, las fiestas del patrón.
Vìa libre a las verbenas, a la romería hasta la ermita del santo y al típico encierro por lascalles.
Era una mañana aún fresca, como la típica mañana de agosto de un típico pueblo castellano. Ese día llegaban las vaquillas para la capea y los novillos para el encierro y la corrida del gran día.
Yo estaba a la puerta de mi casa jugando a las tabas. Mi madre había ido a hacer perrunillas con las otras mujeres al horno colectivo que el panadero les alquilaba para la ocasión.
Mi hermana había ido con ella, “así vas aprendiendo que ya tienes edad”.
Yo preferí quedarme en casa con León que saltaba juguetón cada vez que lanzaba una taba al aire.
He de hacer una premisa. En mi pueblo, como imagino en todos los pueblos castellanos pequeños, la puerta de casa solía permanecer abierta. Todos nos fiábamos de todos ya que todos nos conocíamos bien y no había cabida ni espaciofísico para los secretos.
Estaba tranquila cuando, de repente, León erizó sus orejas y cada músculo de su cuerpo endeble se tensó poniéndome alerta.
Dirigí mi mirada en paralelo con la suya y vi un imponente toro azabache al otro extremo de la calle.
Oí las voces aterrorizadas de algunas gentes:”¡Un toro se ha escapado! ¡Meted a los niños en casa!”, entre gritos de terror.
Me levanté del suelo lo más rápido que pude y fui a refugiarme en casa.
Quiso el destino o la casualidad que aquel día, la puerta de casa se quedase atrancada. Por lo cual, me fue imposible abrirla.
El toro, encabronado, empezó a trotar haciamí. El corazón se me escapaba del pecho y el pánico me paralizó por completo.
En ese momento, León se interpuso entre la bestia y mi cuerpo tembloroso, ladrando con una agresividad nunca vista antes en ningún animal salvaje. El toro lo miró y se lanzó contra él ignorándome.
León comenzó una danza mortal esquivando la cornamenta pero sin amedrentarse, con la intención de alejarlo de mí.
El toro era más fuerte y el pobre León recibía sus embistes rodando por el suelo.
Conseguí reaccionar y comencé a arrojar las tabas que apretaban mis manos contra la bestia, con el fin de distraer su atención de León.
El toro me miró con sus ojos negros llenos de rencor.
En ese instante, llegaron algunos hombres que, con cuerdas y varas, lograron inmovilizar elanimal.
No pude ver nada más porque me desmayé por la tensión acumulada.
Me desperté en mi cama. El médico hablaba con mi madre queestaba tan pálida como el Abundio en su velatorio.
Acerté a decir: “¿León? ¿Dónde está León?”
- “¡Hija! ¡Doctor, ya se ha despertado la niña!”
- “¡León! ¿Dónde está León?”, grité desesperada.
Nadie decía nada.
De improviso, sentí un peso ligero y juguetón sobre mi cama. León empezó a lamerme con devoción.
-“Hija, León tiene algunos rasguños pero está bien. ¡Te ha salvado la vida!”
Y de ese modo, en aquel típico pueblo castellano, “León, el cagón”, pasó a ser “León, el perro que salvó a la muchacha de la Rogelia de que la matase un toro”.
Y no tuve que volverme a pegar con nadie.

Ibones Bueno Vicente
Grupo C


Rimas desde el huerto
La pega

La pega, la pega,
¿qué tiene la pega?
se come los higos
y pica las brevas,
y ni se esconde
para que no la vea.
Se lo come todo,
la pega, ciruelas,
manzanas y peras,
aunque tengan bichos
y ya no crezcan.

A la pega azul
le gusta lo verde,
le gustan las ranas
y las lagartijas
que al sol se recrean.
Y vuela muy cerca
pero ver al erizo
y a la prole de la mierla.

Incluso el oro
y las brillantes pulseras
y la cadena regalo de la abuela,
te roba la pega.

Mi madre llamaba,
"¿dónde está la azada,
la que uso pa las berzas? "
Y mi padre:
"se la habrá llevao la pega"
Y mi padre entonces:
"No encuentro el reló,
lo dejé colgao
de una rama de la higuera".
Y mi madre se queja
mientras recoge las fresas.
"Habrá sido la pega.
¡Coño con la pega!
Podría comerse toas
las malas hierbas.
Como la pille a la pega,
al pozo directa se habrá
de ir la pega"
Y los dos daban palmas
e imitaban
su ronco graznido
para que se fuera
la pega.

Cuando yo era niña
temía a la pega.

No es que pegue
la pega.
Me escondía entre los surcos
de las tomateras
o las pimenteras,
al frescor de las lechugas
y las plantas de berenjenas,
y creía
que vendría la pega
volando desde la madreselva
y me quitaría
el dulce membrillo
de la merienda.

Marisa Sánchez
Grupo C  


Animales

Si pienso en animales, me asaltan varios recuerdos de infancia.El primero que me viene a la cabeza es el pato Marcelino. Mi hermano Miguel compró en las ferias un pato y lo bautizó con el nombre de Marcelino. El pobre pato pasó gran parte de su vida medio borracho porque a Miguel le resultaba tremendamente divertido verlo tambalearse y hasta caerse de bruces después de darle vino con un embudo. Marcelino fue el destinatario de todas sus travesuras. Nunca pensé que después del trato que le dio, mi hermano derramaría tantas lágrimas cuando, después de probar la comida y alabar el gusto sabroso de la carne mi madre le dijo que era pato. No se me olvida la expresión de asombro en sus ojos, la carrera veloz hacia la terraza en busca de Marcelino, que efectivamente no estaba. El pobre Miguel vomitó repetidas veces y nunca perdonó la pérdida. Yo le observé en silencio y pensé en cómo podía estar tan cerca el maltrato del cariño.
Recuerdo también que cuando iba al pueblo de mi tía no había baño y teníamos que ir al corral . El problema es que allí estaba el perro Canuto cuyo mejor pasatiempo era morder las posaderas de los que allí acudían acuciados por sus necesidades más básicas.
Y también me acuerdo del murciélago Gago que se instaló en el techo del pasillo hasta que un día se me ocurrió decirle a mi madre que había una rata colgada boca abajo del techo y entonces se armó de un cepillo y dejó tieso al pobre Gago a pesar de que volaba de maravilla.
Otro recuerdo que tengo es el de un alcotán que llegó volando y le arrancó a mi hermano Tomás un trozo de carne que estaba a punto de llevarse a la boca. Mi hermano lo adoptó y robaba de la nevera todo lo que podía para dárselo, por lo que el alcotán Tristán decidió quedarse y se pasaba el día instalado sobre la cabeza de Tomás, que hacía todas las actividades diarias con Tristán encima, corría, bailaba y hasta se dejaba picotear las manos. Un día mi madre lo descubrió y no hubo que decirle nada, Tristán se fue volando como vino.
Recuerdo también perros abandonados y malheridos que recogía mi hermana y que escondía en los armarios con el afán de curarlos y recuerdo cabritos que le regalaban a mi padre en Navidad y que corrían por el pasillo hasta que llegaba el día señalado y mi madre los degollaba sin ningún pudor.
Pero lo que más me marcó fue lo de los gatitos. Mis hermanos tenían la costumbre de matarlos arrojándolos contra la pared. A mí me resultaba tremendamente doloroso y un día decidí adelantarme y salvar a uno, como si ayudando a uno pudiera vengar todas las muertes gatunas. Lo metí en una caja de zapatos y me dediqué a robar leche de la nevera para darle el biberón. Un día mi madre había dejado la leche fuera y cuando llené el biberón noté que tenía un aspecto extraño. Dudé si dárselo o no, pero decidí que era peor matarlo de hambre y me arriesgué. A la mañana siguiente estaba muerto, rígido…Y lo había matado yo, la salvadora. Entonces pensé que también se puede morir de exceso de cuidados….

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A

Encuentro con Benito González García

La semana pasada tuvimos un invitado especial: Benito González García, escritor salmantino que vivió parte de su infancia y adolescencia en la ciudad alemana de Krefeld, donde tuvo los primeros contactos con la poesía a través de los poetas del romanticismo germano, Friedrich Hölderlin y Henrich Heine. Es diplomado en Relaciones Laborales (2008) y en máster de Creación Literaria (2015) por la Universidad de Salamanca. Poeta y escritor por vocación, publicó el poemario: Al silencio de tu sonrisa, en el 2005. Ha participado en varios libros de poesía con poetas de la ciudad del Tormes e iberoamericanos. Ha sido ganador de varios premios de relatos cortos y poesía, entre los que destaca el de la asociación Zoes de Salamanca, y finalista del II Día Internacional de la Poesía en Segovia. Ganador del premio de Poesía de la Asociación Tierno Galván de Santa Marta 2018, ha participado seis veces en el recital poético salmantino "El cielo de Salamanca".
Tiempo de espinas fue su primera novela. Ambientada en la repoblación de Salamanca en el siglo XII narra las dificultades que pasaban las personas que llegaban de otras zonas para asentarse en la ciudad.
Barbarie es su segunda novela, con ella quedó finalista del premio Ateneo Ciudad de Valladolid 2020 y finalista del Premio Planeta 2021. Está ambientada en la entrada de los pueblos bárbaros en la península a principios del siglo V d.C.
La Sentencia es su tercera novela, llevando a los lectores a la época de la caza de brujas en la provincia de Salamanca, especialmente las mujeres de la sierra salmantina. Esta novela ha quedado ganadora del X Premio Hispania de Novela Histórica.
Benito forma parte del grupo HOMERO, cuya labor fundamental es difundir la poesía de sus componentes y la de otros autores en los pueblos donde son invitados y dónde casi nunca sucede nada cultural. Esta labor la realizan de manera altruista.




Novelas de Benito González García


Benito nos habló de su trabajo creativo, nos contó alguna confidencia y algún cotilleo del Premio Planeta, nos adelantó una primicia de su nueva novela y nos leyó algunas poemas, uno de ellos en alemán. Su iniciación en la novela de ambientación histórica se debe al profesor Mínguez, en los dos años que cursó de Historia. Allí descubrió, entre otros temas de interés, el medievo.

Nos contó que escribe un poema todos los días, como quien hace taichi o meditación; que el tono general de sus poemas es romántico, tal vez por influencia de sus primeras lecturas y que le gusta escribir sin tener un itinerario claro. Basta con un par de hilos de los que tirar y una breve nómina de personajes para comenzar a dar forma a las historias. Afirma que siente la pulsión de contar y que ahora que dispone de tiempo emplea varias horas del día a hacerlo. Pero también le gusta compartir lecturas y poemas en diferentes tertulias literarias de la ciudad. Es autodidacta aunque ha realizado varios cursos formativos que no han respondido del todo a sus espectativas. 

También nos confesó que no se pone límites a la hora de escribir y que son los personajes los que le van guiando en el transcurso de las tramas. "En ocasiones -comentó- es difícil dar muerte a un personaje. Me ocurrió con uno de ellos, una mujer que me hubiera dado mucho de sí pero para que otro de los pernajes pudiera avanzar en la historia tenía que acabar con ella. Mientras lo hacía no pude evitar las lágrimas. Mi mujer, que me sorprendió en ese trance de escritura se extrañó de mi llanto y me decía que la dejara con vida".

Benito es hijo de emigrantes, de ahí que los movimientos y desplazamientos humanos ocupen un papel importante en sus novelas. Cuenta que no quiere someterse el rigor de lo histórico y que los protagonistas de sus historias no son los grandes personajes que aparecen en los libros sino la gente de a pie, la que conforma la intrahistoria del ser humano.

Fueron tres encuentros cercanos, como es él, y muy provechosos para quienes quieren iniciarse en la novela, ya sea de ambientación histórica o no. Y por todo ello le damos las gracias

Dejamos por aquí dos recomendaciones para quien tenga interés en la novela histórica: "La novela histórica como recurso didáctico para las ciencias sociales" un libro elaborada por el Gobierno de España, y el post "7 consejos para escribir una novela histórica" de Teo Palacios.


Propuesta de escritura

El callejero de Salamanca recoge los nombres de muchos personajes históricos o de leyenda vinculados de un modo u otro a la ciudad: desde Torres Villarroel a Juan Picornel, de Beatriz Galindo "La Latina" a Adela Lastra, una mujer que nunca existió. Elige uno de estos personajes y escribe un texto situándolo en su época y contexto históricos. También hay otros muchos personajes que no dan nombre a una calle pero que forman parte del patrimonio inmaterial de la ciudad como los Mariquelos, la emperadadas o los barhados. Cuéntanos sus historias.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


María la brava

Cada 29 días y en luna llena, la imagen fantasmagórica de una mujer atraviesa el portón de la casa misteriosa que hace siglos que nadie se atreve a habitar, se escucha un golpe seco, vuelan los grajos, la puerta no se ha movido. Ella viste un elegante traje negro con cola, que arrastra por las baldosas de granito de la plazuela, cubre su rostro con largo velo negro, en sus manos ensangrentadas porta las cabezas de los dos asesinos de sus hijos. Dos hilos de sangre persiguen sus pasos. Los cuervos revolotean en rededor.
Un aullido abismal de tormento sirve de reclamo para los suyos, que acuden en bandadas a su lado, espectros rudos que portan palos, mazas, hachas y espadas. Los gritos de María se ahogan en el tumulto.
Al motín acuden los otros, ahora ya inmunes a la muerte no tienen miedo de cruzar el corrillo de hierva, aúllan pidiendo justicia y reclamando las cabezas de los suyos.
Dice una leyenda urbana que los viandantes de a pie nunca cruzan la plaza de los bandos en noches de luna llena, los que alguna vez lo hicieron dicen haber sentido angustia y pesadumbre al escuchar alaridos de muerte y venganza, notar golpes, zarandeos y empujones y quedar atrapados en el infierno de su alucinación hasta que aparece el primer rayo del día.

Aronbanda
Grupo B


El alzamiento

Los guardias recorren los campos, las aldeas. Estas gentes brutas e ignorantes han de conocer las nuevas consignas, las nuevas formas de saludo y obediencia. "Desde hoy", dicen, "habrán de levantar el brazo estirado para saludar. Así, hacía el cielo.¿Entendido?" Y alzan el brazo, lo extienden con movimiento brusco, muestran el gesto a los aldeanos sudorosos que trabajan en la era junto al camino, en un campo de trigo alto y seco, dorado al sol, como la piel de los que allí están. Cubren sus ojos con una mano para poder ver. La mañana ciega. Algunos repiten el movimiento, sin dejar la hoz que sostienen. No pretenden burlarse. No se atreverían. Son la autoridad. Pero la imagen resulta burlesca. Nadie le da importancia. Simona sonríe. Recientemente ha sabido que está encinta de su tercer hijo y pronto sabrá que a Justo, su marido, no se lo llevarán a la guerra. Ya pasa de los treinta y supera la edad de leva. Algunos de los jóvenes que trabajan serán llamados a filas. Unos pocos no volverán.
Pero ellos siguen con su sudor y tarea, cortar el trigo para la harina del invierno, su pan. Nadie lo hará por ellos ese 18 de julio de 1936. Otras labores esperan, la trilla, la criba, la molienda. Se encorvarán hacia la tierra setenta veces siete. Doblarán sus brazos o los alzarán. Y todo en medio de ese calor de siega.

Marisa Sánchez García
Grupo C


Carta a los padres
Salamanca a 12 de noviembre de 1891

Queridísimos padres:

Ya ha pasado un mes desde que abandoné el pueblo para venir a esta preciosa ciudad.Poco a poco voy acostumbrándome a mi nueva vida de estudiante universitario.
En este curso, se ha incorporado un nuevo catedrático de lengua griega.Ha venido desde Bilbao.
Se llama don Miguel de Unamuno.Es un sabio.Todos nosotros le admiramos, por su energía, entusiamo, la claridad de sus explicaciones y el afecto que nos demuestra. Nada que ver con la idea que yo imaginaba de todo un señor catedrático; distante, engolado.
Dice don Miguel, que se avecinan tiempos difíciles con los conservadores en el poder.Aún no sé muy bien a qué se refiere, pero también pienso que cuándo no lo han sido.
En la pensión de doña Engracia, me tratan bien.Aunque echo de menos los pucheros de madre, como tres veces al día; muchas patatas y mucha breza, eso sí.Mi cama es cómoda, porque, según me han informado, se vareó esta primavera.
Estudio con gusto y me esfuerzo todo lo que puedo.No quiero defraudarles ni a ustedes ni a don Miguel.
Espero que sigan gozando de buena salud. Les tengo presentes en todas mis oraciones.
Sin más, me despido y agradezco de nuevo la oportunidad que me ofrecen y el sacrificio que les supone el que ahora viva aquí.

Su hijo:

Nicolás

M.L.Fidalgo
Grupo C


Una avenida agradecida

En los años sesenta vivió en Salamanca un médico especial. Se llamaba Alfonso Sánchez Montero y hay una avenida y un centro de salud que llevan su nombre. Paseando por esa avenida he sido consciente de cuánto la merece. Eran años duros y el barrio obrero en el que ejercía como médico rezumaba miseria. La gente humilde no tenía casas, sólo chabolas. Como no les estaba permitido levantarlas lo hacían de noche con las pizarras que encontraban en el suelo y, si por la mañana no habían conseguido fijar un techo, corrían el riesgo de que se las derribaran. No tenían ni camas,sólo unas piedras con unos sacos de arena encima que hacían las veces de lecho. En estos lechos el doctor visitaba a los enfermos y, con el alma en los pies, les dejaba dinero bajo la almohada para que pudieran comprar al menos la leche para los niños. Luchó también para que el barrio tuviera una farmacia, para que asfaltaran las calles, hubiera alcantarillado y escuelas. Para esa gente humilde este doctor organizaba obras de teatro y entregaba lo recaudado para comprar las medicinas. Es admirable tanta vocación. En reconocimiento a su labor hay toda una avenida de 83 metros que lleva su nombre.
Sabemos que cuando nombramos las cosas les damos peso y consistencia real. Ahí está la avenida agradecida y en la pared el letrero con el nombre de mi padre. Yo sólo añadiría unas mayúsculas y quizás un signo de admiración.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


Ellas, en el centro

Llevo diez años viviendo en Salamanca; en concreto, en el Barrio del Oeste de Salamanca. Y al hacer este ejercicio me he dado cuenta de que es un barrio del todo desierto de calles con nombres de mujer. Viví en la calle Wences Moreno, rodeada por otras como Profesor Sáez o Padre Manjón; después me mudé a Muñoz Torrero, alrededor de la que hay otras como Juan de Juni, Nieto Bonal, León Felipe, Churriguera, Padre Báñez, Jaime Vera, Gütemberg o Valle Inclán. Después viví dos años en Isidro Segovia, alrededor de la que solo hay calles con nombres masculinos: Agustín del Cañizo, Melchor Cano, Joaquín Costa o Antonio Espinosa; también está en esa misma zona Álvaro Gil. En los últimos años he vivido en la calle García Moreno, que también está rodeada de nombres propios de hombres: Juan Picornell, Juan Manuel de Villena, Luis Vives y Tirso de Molina.
Pero, ¿dónde están las mujeres? ¿Acaso no hay mujeres ilustres en la ciudad?
Lo que me parece triste es que desde mi calle, tengamos que cruzar todo el barrio y llegar al centro de la ciudad para encontrar una calle con nombre de mujer: Calle Madre Bonifacia Rodríguez Castro; pero las mujeres que la rodean tampoco abundan: cuesta del Carmen, calle Teresa de Jesús y calle las Isabeles; todas ellas, eso sí, asociadas a figuras de la Iglesia Católica; porque ese parece ser el requisito indispensable para que una mujer tenga una calle en el centro de Salamanca.
¿Ni siquiera Carmen Martín Gaite, que nació y vivió en plena Plaza de los Bandos, tiene una calle céntrica? Su avenida está a las afueras de la ciudad, conectando la glorieta del Obispo Mauro Rubio, conocida como “rotonda de Pizarrales”, con la de otro obispo, el Obispo de Boadilla, o “rotonda del cementerio”.
O, ¿por qué la calle María la Brava no está en las inmediaciones de la que fue su casa, también en la Plaza de los Bandos? En cambio, también está alejada, en el Barrio del Rollo, y ni siquiera es una gran avenida. ¡Con lo importante que es María la Brava en la historia de la ciudad!
La única mujer que merece la pena mencionar por formar parte del centro de Salamanca sin tener una relación tan clara con la Iglesia Católica es Beatriz Galindo, y la calle ni siquiera lleva su nombre, sino su sobrenombre: La Latina. Para encontrar la plaza Beatriz Galindo nos tenemos que desplazar hasta el barrio Prosperidad.
Pero, ¿y Lucía de Medrano? Fue la primera mujer catedrática de España, ¿y en Salamanca nos conformamos con ponerle su nombre a un instituto? ¿Por qué no hay una “Avenida Lucía de Medrano”? Sin embargo, Fray Luis de León tiene instituto y plaza; Fernando de Rojas tiene instituto y calle; García Bernalt tiene instituto y calle.
Además, quizá pueda parecer que la Avenida Campoamor recibe su nombre por Clara Campoamor, pero nada más lejos de la realidad. Cómo no, el protagonista vuelve a ser un hombre: Ramón de Campoamor, poeta y político del siglo XIX.
Pero hablemos de las mujeres que sí están. En las afueras de Salamanca hay varias, y no están relacionadas con el cristianismo, al contrario de las que se ubican en zonas céntricas. Quizá por el cambio de paradigma que ha traído el feminismo al siglo XXI, y quizá por eso las calles de nuevos barrios o nuevas construcciones sí se han llamado con nombres de mujeres ilustres.
En algunos barrios alejados del centro es donde empezamos a encontrar calles de mujeres cuyos nombres quizá resuenen más en la cultura popular que los de muchos hombres presentes en calles del centro: Julita Ramos y Gloria Fuertes en Garrido Norte, Las Meninas en Ciudad Jardín o Florinda la Cava en Pizarrales. Es curioso encontrar a Dulcinea del Toboso en Barrio Blanco o a Antona Pérez en el Barrio de Tejares, ambos personajes ficticios, que –alguien cree que– merecen una calle, más que mujeres reales que han hecho grandes avances por el feminismo en España. Y estos son solo algunos ejemplos.
Pero no todo está perdido. Aunque tengamos que viajar a los barrios más recientes de la ciudad, aún podemos encontrar una zona predominante de mujeres: el barrio de La Platina es, de toda Salamanca, el que mayor porcentaje tiene de calles con nombre de mujeres no vinculadas con la Iglesia Católica. Y es que ahí encontramos a Dolores Cebrián, maestra antes de la Guerra Civil, considerada una de las mujeres más inteligentes de la época, y charra de nacimiento; a Ángela Carraffa de Nava, la primera mujer española en doctorarse, en el año 1892; Margarita de Austria, reina consorte de España, esposa de Felipe III; Petra Zugarrondo, pedagoga y maestra de la Escuela Normal de Maestras entre 1859 y 1899; Dolores Barberá París, directora de la Escuela Pública del Ateneo de Salamanca; y Natividad Calvo Montealegre, también directora de la Escuela Normal de Maestras. Y perdonad que las enumere todas, es que me ha podido la emoción.
Después de este pequeño repaso al callejero de Salamanca, de darme cuenta de que en las calles de Salamanca apenas aparecen figuras femeninas, solo me queda una última reflexión que hacer:
No es que ellos no lo merezcan. Es que ellas también.

Mª Ángeles García
Grupo A


Whasquito

Yo soy Whasquito, hijo de Whas, el gran pescador, que era hijo de Hasky, el que vino alalaguna y clavó los pilotes que soportan nuestra cabaña. Ya soy bastante mayor porque, según dice mi madre, han pasado nueve estaciones secas desde que nací. He crecido mucho, soy de los que mejor nadan y ya conozco todos los trucos de pesca que se utilizan en nuestra familia. Después de mí, nacieron cinco hermanos, pero solo quedamos tres, porque dos murieron cuando la gran plaga que trajeron los mosquitos y el más pequeño se ahogó cuando cayó al agua mientras todos dormíamos.
Siempre he vivido feliz, porque todos los niños añúes lo somos jugando en el agua, pescando, ayudando a nuestrasmadres conla recogida de la enea que emplean en el tejido de cestas y esteras, o con la emoción de las primeras rondas de caza con los padres, para cazar las yaguazas y los cuervos que comíamos en contadas ocasiones.
Los añúes convivimos con los bari, los yukpa, los wayú y los japrería, que también habitan en los alrededores del lago grande y de la laguna, pero son distintos de nosotros y no se dedican a la pesca. Yo no conozco a los niños de las otras tribus, porque coincidimos pocas veces con ellos, que no les gusta el agua como a nosotros. Cuando lo hacemos, siempre acabamos peleándonos, tirándonos los frutos verdes del mango, la papaya, el aguacate o el árbol del nim. Pero son peleas de niños, porque las peleas de los mayores se hacen con fechas envenenadas con el jugo madurado de plantas venenosas y serpientes, al que llamamos curare, que tanto sirve para matar a los enemigos como para cazar monos, que se quedan paralizados.
Quitando la vez que se hizo de noche durante el día, cuando el padre de mi padre era un niño, nunca ha pasado nada tan asombroso y extraordinario como lo que acaba de ocurrir estos días. Todos los hombres del poblado han vuelto a los palafitos durante el tiempo de la pesca, nos han cogido a las mujeres y los niños, hemos huido juntos a la selva y nos han escondido en la espesura. Mi amigo Jaku y yo nos hemos escapado para curiosear, a pesar del mandato de adultos. Allí lo vimos. Una barca enorme, tan larga como veinte palafitos, más alta que el mayor de los cocoteros y llena de extraños hombres y extraños animales. Asomado en la barandilla de la gran barca estaba un hombre de pequeña estatura, ágil, de gran genio y mucho mando.
Han pasado unas cuantas jornadas e igual que aparecieron, después de curiosear nuestros palafitos e interesarse en conocer nuestro poblado y nuestra vida diaria, desaparecieron.
Al cabo de los años, el hijo de mi hermanoha conocido al hombre del barco. Todos decían que era el famoso piloto Alonso de Ojeda, por aquel entonces convertido en religiosodespués de haber vivido múltiples aventuras, exploraciones y problemas con la justicia del imperio.

Manuel Medarde
Grupo A


Un día en el diario de Madame Curie

Mi amado Pierre: Ya se que está carta tampoco la leerás ,y quedará en mi diario , de alguna manera necesito contar cómo es mi vida sin ti .Me encuentro en Salamanca, el ayuntamiento en el pleno municipal del mes pasado acordó que una de sus calles llevará nuestro nombre “Esposos Curie “, esta noticia venía acompañada por una carta del rector de la universidad en la que me comunicaba el nombramiento como “Doctora Honoris Causa“ unas distinciones destinadas a pocos de las que me siento muy orgullosa y que me hubiese gustado compartir contigo como otros muchos honores que he recibido cuando tú ya no estabas como los dos premios Nobel que nunca hubiesen sido posibles sin tu apoyo .
He llegado un día antes y como mañana tendré los actos protocolarios, hoy me dedicaré a pasear y visitar lugares de interés de esta bonita ciudad, me hubiese encantado haber compartido todo esto contigo.
Esta mañana salí del hotel sin una dirección concreta y a través de calles con majestuosos edificios de diferentes estilos, llegué a la plaza Mayor, una plaza viva donde se agolpaban estudiantes a la salida de clase que se hacen notar entre jubilados, turistas, familias y paseantes. Las conversaciones se mezclan con el aroma de café que emana de las tascas cercanas.
Quien podía imaginar que una científica polaca como yo formaría parte de una escena como esta?
Deambulando por las calles cercanas a las catedrales llegue a la Universidad, la portada plateresca es espectacular y los claustros góticos muy bien conservados parecían susurrar historias del pasado. Me llamó la atención su biblioteca histórica ,la más antigua de Europa y no pude resistirme a la curiosidad de entrar en busca de material referente a mis investigaciones, de repente me vi rodeada de estanterías de libros antiguos e incunables y con la indicación del bibliotecario, encontré un manuscrito sobre radiactividad de Beckerel y Ruhterford ,fue un momento especial lleno de emoción mientras lo leía .
Y para terminar no podía faltar la visita la Facultad de Químicas, las aulas resonaban con el eco de mentes inquietas ylas palabras de los profesores y murmullos de los estudiantes se entrelazaban en un ambiente intelectual y a la vez cordial.
Por un momento, me imaginé aplicando mis conocimientos aquí en la Universidad de esta ciudad de sabiduría, algo que no es posible ,pero aunque mi nombre no resuene en los pasillos, mi legado, nuestro legado se inscribe en los elementos radiactivos de nuestros descubrimientos.
Mañana seré investida Doctora Honoris Causa y además descubriré una placa en la calle que lleva nuestro nombre , estarás presente en todo momento y los dos quedaremos unidos a Salamanca para siempre.

A. Gómez
Grupo A


Grito de una emparedada

Era el momento de hacerse notar, un grito espeluznante, que recorría, como corriente eléctrica, desde los camerinos hasta detrás de bambalinas, cuando los actores, en silencio de apuntador, entraban en acción, una energía descompuesta hacia su discurso ininteligible.
Desde el departamento de descarga energética hicieron los sondeos pertinentes, el voltaje entraba dentro de los límites admitidos y era inexplicable.
Lo que en orígenes fue el Convento de San Antonio el Real , fue aprovechado por las productoras teatrales y lo convirtieron en el Gran Teatro Liceo. Previo pago de compraventas y permutas, nadie les advirtió que el bien tenía inquilinos, pero eran épocas de oscurantismo y anonimatos y había mucho que silenciar. Pasados los siglos por los siglos, amén, una documentación comprometida puso en pie de guerra a la multinacional textil aledaña, que compró los anejos linderos al Teatro para exposición, probadores y compra de trajes de época, dentro de la ruta comercial de Calle Toro.
Los documentos aparecidos, junto con osarios en posición de horror, gritos y aspavientos, constataban que un 16 de diciembre de 1331, Maria Pérez , entraba en señal de autosacrificio, perdón y búsqueda de la eternidad autoflagelada, a ritmo de marcha fúnebre, enlutada y cabizbaja en el aposento más lúgubre de única instancia, zulo asfixiante y claustrofobico , pared contra pared, que el ser humano, había admitido como forma de redención o castigo. Quizás el patíbulo, un instante, un disparo...pero una agonía emparedada, es la máxima crueldad admisible, que Doña María aceptó empujada al abismo. Formar parte de la arquitectura, de los sedimentos calizos, era una forma de arte, y además había redención, que la Inquisición permitió, suscribió y autorizó. Pero no contaban con la rebelión de los espíritus, que en este caso inundó de vibraciones malignas, con vocerios incorporados, las zonas comunes del edificio en cada representación teatral, mientras la música del Gran Almacén evitaba la pérdida de ventas.
Tal vez sonidos de noticias falsas, tal vez bulos, medias verdades , pero Doña María, emparedada como tantas otras, salía de su ostracismo para recordarnos que el grito es una buena terapia, y que la libertad del ser humano, va más allá de la propia existencia.
El emparedamiento existió, el resto es cuestión de imaginación, o no...

Guadalupe Sánchón
Grupo C

Distintas formas de mirar el agua

Aún recuerdo a aquel joven profesor en prácticas que nos habló de la novela San Manuel Bueno Mártir de Don Miguel de Unamuno. Por aquellos años aún no tenía apenas definida mi vocación literaria y ni siquiera era un buen lector, pero la historia y la explicación del libro me sedujeron. Todo, en la novela, tenía su porqué. Y aún más cada símbolo. La historia la cuenta uno de sus personajes, Ángela Carballino, pues es el ángel quien anuncia, quien cuenta; San Manuel es la representación de Cristo y Lázaro la figura del tonto descreído que resucita en la fe. La montaña es el ejemplo de un pueblo que celebra su credo en la eucaristía y el lago la encarnación de la duda del párroco. En ocasiones siente que su fe se diluye en el agua del lago que cuyas aguas anegaron el pueblo de Valverde de Lucerna. 

Si has paseado alguna vez por lo que, en su día, fue Ribadelago, en Sanabria (Zamora) podrás reconocer los escenarios que inspiraron al filósofo y escritor para su novela. El grupo salmantino de folclore Entavía grabó en San Martín de Castañeda -espejo de soledades- unas panaderas con texto del bilbaíno con el título "Hez del lago de Sanabria". En la canción se recuerda el campanario de Valverde de Lucerna cuyas campanas decían que sonaban en las noches de San Juan.



Esta semana dedicamos las sesiones del taller de escritura creativa al proyecto El eco de la montaña y al libro del que parte: "Distintas formas de mirar el agua" de Julio Llamazares.

Pero antes de sumergirnos en sus páginas recomendamos los artículos "15 pueblos ocultos bajo el agua" y "Más de quinientos pueblos españoles sepultados por embalses" de Laura Muñoz Blanco. Este contexto y el artículo "Voces sobre las aguas" publicado por José-Carlos Mainer en El País nos servirán para conmprender mejor el propósito de la novela de Julio Llamazares. Dice el artículo -publicado en su totalidad- en la ficha de trabajo: "En 1968 se llenó el embalse del Porma y anegó los pueblos leoneses de Vegamián, Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada y Lodares. En aquel año, Julio Llamazares tenía nueve de edad, era hijo del maestro de Vegamián y fue de los primeros en abandonar la zona en pos del nuevo destino de su padre. Los personajes de su novela, Distintas formas de mirar el agua, proceden de Ferreras y fueron de los últimos en salir: como todos los vecinos, fueron realojados, muy lejos de allí, en la comarca palentina de Tierra de Campos, donde ese mismo año de 1968 se completó la desecación de la laguna de la Nava y se construyó uno de aquellos “pueblos de colonización” —Cascón de la Nava— que el franquismo declinante seguía presentando como una de sus grandes conquistas sociales. Ahora, en el año 2014, esta novela cuenta el último regreso de una familia a la vista del agua que cubrió sus tierras para arrojar allí las cenizas de quien fue marido, padre, suegro o abuelo de todos ellos".

Recomendamos la película "El finlandón" dirigida por Chema Sarmiento en 1985. Justo al final. transcurridas 1 hora, 30 minutos y 56 segundos del filme entendemos por qué cinco escritores son convocados para contar sus historias.  Luis Mateo Díez, narra "Los grajos del sochantre", Pedro Trapiello narra "Láncara", Antonio Pereira "Las peras de dios", José María Merino "El desertor". La última tiene como protagonista a Julio Llamazares, el único que faltó a la cita con el Santo pero que dejó en un sobre su texto para ser leído. La historia se abre con uno de los poemas de Retrato de un bañista, libro de poemas escrito por Llamazares cuando el embalse del Porma fue vaciado por completo para la revisión de sus instalaciones y pudo recorren, de nuevo, las calles de Vegamián.

Invitamos a ver, por último, los documentales "Atlas de lo pequeño 1" y "Atlas de lo pequeño 2". Ambos tienen como protagonista al escritor Julio Llamazares. En el primero conocermos su vínculo con Vegamián y lo que supuso para él la construcción del pantano del Porma. En el segundo descubriremos el hemoso proyecto titulado "El eco de la montaña" que hicieron profesores y alumnos del IES Pablo Diez de Boñar (León) a partir de la novela. Puedes conocer los detalles de la ruta literaria en la web y en este artículo.


Propuestas de escritura

Tarea 1. Un bombero mira el agua de diferente manera que un ricachón con piscina cubierta. El saharaui y el beduíno valoran mucho más el agua que un ciudadano derrochador. Quienes practicar la apnea o el buceo tienen una relación con el agua diferente a quien practica surf. El niño necesita el agua para el juego y el anciano para hidratar la piel. El agricultor y el hortelano saben de la importancia del agua para sacar adelante sus cultivos. El jardinero experto administra los litros justos para cada árbol y cada planta. Un directivo de una Confederación hidrográfica tiene un concepto del agua diferente al de quien tuvo que abandonar su pueblo natal porque iba a ser anegado por un embalse. El ecologísta sabe de la importancia de los acuíferos -como el zahorí- y de las reservas hídricas. Las mujeres que lavaban las tripas en los helados ríos en invierno y las lavanderas con sus tajuelas y su jabón de lagarto también sabían de lo necesario del agua. Hay muchas otras maneras de mirar el agua o de relacionarse con ella. En el taller de escritura propusimos eliger una de esas opciones, o incorporar una nueva, y escribir desde ese punto de vista.

Tarea 2. Para casa propusimos acabar la tarea del taller o escribir una oda o un panegírico al agua. O un texto en el que este elemento sea protagonista.

Estos son algunos de los trabajos recogidos hasta ahora:


¡Vaya susto!

Unas gotas me resbalan por la frente. ¡Vaya susto! Qué necesidad de despertarme, con lo a gusto que estaba yo arrebujado en la mantita de la abuela. Ella, que la hizo con tanto mimo, enganchando hilos de color rosa porque soy niña, y ahora la mojan sin consideración y se la dejan deslucida.
Mamá me mira embelesada. Papá reprime una lágrima, toda la familia está presente y no querría que le tomaran por un blandengue llorón. El resto: los abuelos, los tíos, los amigos se llevan los pañuelos a los ojos para secar esas gotas que se asoman de lo más adentro.
Si lo hubieran pensado mejor no hubiese sido necesaria la pila de la iglesia ni el cura. Con tanta salpicadura sensiblera ya habrían podido darme por bautizada.

M. Maximina Moreno
Grupo B


El dueño del agua

El amo de todo era don Juan, el ingeniero jefe. También del agua. Eso pensábamos los niños. Lo habíamos aprendido de nuestros padres, claro.
Disponía a su capricho de las casas, de los caminos, de los árboles y de todas las máquinas, grandes y pequeñas, que participaban en la construcción de la presa. No nos extrañaba que mandara sobre los obreros, o que las mujeres se detuvieran respetuosas a su paso por si tenía a bien dirigirles la palabra o, en casos extraordinarios, hacerles un ruego; que era una orden, ellas bien lo sabían.
Pero lo que más nos asombraba a nosotros, es que también gobernara el agua. Él podía mandar desviar un arroyo, cegar un pozo o llenar o vaciara su antojo el embalse entero. Algunos decían que hasta podía provocar la lluvia. Por eso, cuando nos acercábamos a las orillas del pantano, lo hacíamos con una cautela impropia de la infancia. Nos sentíamos como si estuviéramos a punto de contravenir un mandato divino. Recelosos, echábamos una ojeada a izquierda y derecha temiendo que apareciera él o alguno de sus subordinados y nos prohibiera la pesca, el baño o incluso lanzar piedras para que rebotaran en la superficie lisa del lago.
Los domingos, cuando don Gonzalo, durante el sermón de la misa, nos decía que el Señor era el dueño y creador de todas las cosas, los niños nos lanzábamos miradas cómplices pues habíamos comprendido a quién se refería sin nombrarlo.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Genaro

Llegaron una mañana al Barzal tres hombres trajeados para contarnos lo afortunados que éramos al ser los elegidos para que, con lo puesto, buscáramos otro lugar para vivir, pues nuestro pueblo sería sumergido por las aguas de un embalse que traería riqueza y futuro a la comarca.
Nos mirábamos todos como autómatas, sin saber a ciencia cierta qué significaba aquel anuncio; si en verdad éramos afortunados o por el contrario éramos títeres de un tirano que no aceptaría un no como respuesta.
El caso es que había un plazo, 4 meses, y el que no se hubiera ido para entonces quedaría sepultado bajo el agua sin miramientos.
Ya no se hablaba en la calle de otra cosa. Algunos empezaron a empaquetar sus pertenencias y otros, más remolones, quizá haciéndose la ilusión de que alguien hubiera equivocado las coordenadas y al final su querido Barzal se salvase, esperaron casi hasta el final para abandonar, su casa y su pasado.
Genaro no dijo una palabra, sus ojos se tiñeron de ese gris oscuro que precede a las tormentas, después de casi agotar el plazo impuesto alzó la voz para decir que él no se marchaba. De nada sirvieron las súplicas de los pocos vecinos que quedaban para entonces. No dio su brazo a torcer y cuando al fin anegaron el pueblo, Genaro quedó allí, abrazado al retrato de su Elvira.
El valle entero se inundó, parecía un mar de interior, era desolador pensar que en el hondón estaba nuestro pueblo rodeado de soledad y de silencio.
Algunos nos quedamos a vivir un poco más arriba. Empezamos de nuevo en otro sitio con vistas al pantano, doloroso paisaje que nos trae a la mente cada día el recuerdo de todo aquello que reposa bajo esa alfombra húmeda que vemos al mirar tras los cristales.
Así fuimos conscientes del fenómeno que atrae a los curiosos y a los buzos de todas las partes del mundo sin encontrar explicación a esa luz que cada 8 de noviembre aparece flotando en medio de las aguas.
Los que conocimos a Genaro bien sabemos que es él, sentado en la cocina, escogiendo lentejas o asando a la lumbre unas castañas.

Aurora Zarco
Grupo B


Contemplando el agua

Te miro y no quieres que te vea, porque quieres huir, agua cobarde, lavas y transformas, arrasas y ahogas, quitas la sed y alientas, agua viva, agua muerta, estancada y enferma; si corres contemplo tu huida y no me dejas bañarme en ti dos veces porque fluyes y quieres llevarme en un río hasta el mar, que es el morir. Y yo no quiero, agua negra de remolinos traidores que se llevan vidas inocentes de niños que jugaron en ti, agua turbia, mentirosa, agua brava, revoltosa, agua en cascada, rabiosamente suicidada a la vista de todos, agua rica que anticipa la boca hecha agua, agua helada en patines de infancia, hielo de agua en mi copa adolescente, botas de agua en mis pies de niña, lágrimas de agua en eternas despedidas, agua bendita que cura heridas de culpa, agua malvada que anegas casas pobres y dejas tras tu paso barro sucio en las paredes, agua orgullosa y necesaria, dame de beber, porque te siento en mi garganta y me aclaras la voz agradecida que olvida la traición.

Pilar Sànchez Barbero
Grupo A


Por favor que alguien le quite el título de mar

Para mí todos los mares son iguales vistos desde la orilla. He tocado el agua del Pacífico y me ha parecido la misma que la del Atlántico y que la del Mediterráneo. Todos los mares son iguales… todos no. Hay uno que no merece llevar ese nombre y es el Mar Muerto. Es como una bañera llena de sal con algo de agua. Además ¡Se ve la otra orilla! En el mar nunca se puede ver la otra orilla. Se ve el horizonte en el que se funde con el cielo; y está lleno de vida; cosa que no sucede en el mar muerto. Creo que hay que quitarle el título de mar.
Por si fuera poco, no te puedes bañar a gusto en él. No te deja nadar. Te impulsa hacia arriba dificultándote los movimientos. Como tengas alguna heridita, te va a escocer con ganas, y sin tenerla también te va a escocer la cara recién afeitada.
No tiene vida, no tiene peces, no tiene aves que lo sobrevuelen, no te puedes bañar a gusto, no tiene horizonte que se funda con el cielo, no tiene prácticamente nada que le iguale a los otros mares. Solo agua y sal, mucha sal, muchas sales.
Insisto: ¡que alguien le quite el título de mar!

José Luis Fonseca
Grupo A


El agua como fuente de riqueza

Como hijo de agricultor, en los años 70, viví una experiencia relacionada con el agua, que no olvidaré en la vida.
Mi familia, tenía una tierra de secano, en la cual decidieron dar un sondeo, para tratar de convertirla en regadío y hacerla más productiva.
La empresa contratada para hacer dicho sondeo, cobraba por los metros de perforación, para encontrar el agua. Aquí empezó, la angustia, 30 m, 50 m, 100 m, 150 m, 200 m, y apenas un poco de agua, que no era rentable para regar dicha finca.
Decidieron seguir haciendo la perforación hasta los 300 metros, y más de lo mismo.
El coste del intento de convertir el secano en regadío, fue quedarse sin los ahorros que tenían. Ver llorar a las personas mayores de impotencia ante dicha desgracia, os puedo asegurar que marca.

Luis Iglesias
Grupo B


Nazaré

¿Quién le iba a decir a Lucía que allí, en ese pequeño pueblo portugués, vería por fin lo que andaba buscando en los múltiples horizontes marinos de su vida?
No fue capaz de descubrirlo en un viaje de ensueño por el Adriático.
Tampoco en su amado Mediterráneo, donde pasó parte de su vida, entre múltiples atardeceres y amaneceres rutinarios.
No sabía precisar su interés por descubrirlo, sin embargo se ensimismaba, frente al agua, buscando esa línea invisible del horizonte.
Y allí, en ese pequeño pueblo portugués, que mira al Atlántico,famoso por sus olas gigantescas, se produjo el milagro.
Desde el Mirador do Suberco Lucía vio la línea que surge justo en el momento que el sol se filtra en el mar. Lo divisó un instante. El rayo verde se fijó en su retina para siempre, mientras sujetaba con ansia las manos de su amado.

JB
Grupo C


El agua de la fuente

Ese día me encontraba muy baja de ánimo y decidí ir al pueblo , necesitaba cargar las pilas . Me detuve en El Canalizo, la fuente de mi niñez y pude volver a comprobar que allí el agua es capaz de reflejar mi rostro y provocarme recuerdos .En ese espejo líquido, vi no solo mi imagen sino también las sombras de los días pasados. Cada arruga, cada sonrisa, cada mirada perdida en el horizonte, se desliza sobre la superficie del agua como si fuera un susurro del tiempo, y en ese momento, me siento conectada con cada instante que ha cruzado mi vida, como si el agua fuera un río de memorias que fluye sin cesar.
Estar cerca de esta fuente fue siempre para mí una experiencia sensorial completa. El sonido del agua que fluye es como un cántico suave que me calma la mente y el espíritu. El aire fresco y húmedo que proviene de ella es refrescante y revitalizante especialmente en un día caluroso. La vista del agua cristalina y los reflejos de la luz del sol sobre ella son tranquilizantes y hermosos. Escuchar el murmullo del agua, es una forma de meditación y conexión con la naturaleza. La fuente no solo es un lugar físico, sino también un espacio emocional donde puedo sentir paz y serenidad.

A. Gómez 
Grupo A


El amigo

Miras, te reflejas, y entre las ondas del viento, te veo. Siento tu grito, el eco agonizante, te engulle...
Me enseñaste, amigo, a vivir frente al agua. Soñé con volver, y vuelvo, cuando me faltas, y tu reflejo me extraña y siento la soledad de tu llanto agua.
Tiempo de chapoteos, deslizo mi cuerpo sobre la roca, y tu risa repite volteretas de vida, hasta que el balanceo de ramas, quiebran sueños de futuros y sarmientos.
Yo estaba allí, y te fuiste entre el paisaje y el tiempo. El destino, ¡Ay, el destino!, sufrí tu ausencia en mi culpa.
Siempre pienso, camino hacia el mar, en la esencia, que es tu cuerpo. Y el amanecer me descubre, el sabor salado, agua llanto, brisa agua, lluvia viento.
Tan despacio, me ausento...

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Mujer de agua

El olor a azufre augura tormenta
envuelve el aire asfixiando gargantas
el cielo lleno de rayos y truenos
llueve con fuerza la tierra rebosa.
La novia espera vestida de blanco
dicen que el agua se ha metido en ella
el río furioso arrasa con todo
pide una ofrenda, un amor que lo calme
el viento la empuja, el agua la llama
cantos de sirena a la novia atraen
ella se entrega con pasos inciertos
el río la abraza hundida en su cauce
la lleva con él la tormenta amaina
aparece la calma y emerge el lodo.

Beatriz Gorjón
Grupo A