También podéis hacer lo propio con el resto
El herrero
Hace tiempo que conozco al herrero de mi pueblo, supongo que desde que
me instalé con mi familia, hace ya algo más de dos años. Se llama Andrés y hace
algunos trabajillos modestos para embolsarse unos euros que le complementen su
trabajo diario en el Hospital. Es camillero ,“de competición “, escuché un buen
día en el comercio y así me lo relato él una tarde que estaba en su taller
reparando un frigorífico. Lo que no me contó el muy granuja es que en alguna
ocasión había volcado a pacientes por
los pasillos haciendo carreras nocturnas junto a su compañero. Dos de ellos no se percataron de nada, puesto
que salían de quirófano sedados como una cuba y cuando despertaban lo que se
preguntaban era el tiempo que les quedaba de vida.
Su fama en el pueblo se consolido con una anciana. La mujer había
entrado en el Hospital aquejada de una amnesia global transitoria. Su hija la
había sorprendido lavando sus bragas en la olla del cocido. Al parecer el
detonante fue éste último; pensé yo, puesto que ya lo había intentado con una
sopa de sobre y las judías verdes congeladas. Un cocido completo el Domingo son
palabras mayores y si no que se lo digan a mi padre, que no desayunaba ni salía
a tomar el aperitivo para dejarse medio estómago ante el condumio.
Los días que hay gente en el comercio uno se entera de muchas cosas,
desde las goteras que tiene el párroco en su casa hasta la menstrua primera de
la hija del alcalde. Ante tanta
algarabía a algunos se les olvida
comprar el pan, y luego vienen disculpándose de la mala cabeza que
tienen. Cuando el tendero se da la vuelta para coger la fruta y en su boca con
media sonrisa aparece el diente de oro, los clientes se apretujan ante el
mostrador para oír el remate final de la historia. En el trance, el mostrador
queda parcialmente destartalado y los fresones de invernadero ruedan entre
zapatillas y tacones.
Después que la Buena Moza recuperó el bastón bajo el entarimado, y que
los clientes ayudasen a poner en su sitio el mobiliario, el desenlace de la
historia me llego lejos, pero audible, al final del pasillo donde curioseaba
los artículos de ferretería.
La anciana cuando llegó al Hospital estuvo toda la tarde tranquila, a
la espera de practicarla unas pruebas a la mañana siguiente. Estuvo mirando la
televisión, aunque la misma permaneció apagada todo el día, ya que nadie había
pagado por utilizarla. Su hija; barruntaban mis vecinos, tenía un curso de
cocina en la Casa de Cultura y que por ello no acudió a estar a su lado.
Cuando Andrés tuvo que pasarla a otra habitación por motivos que nadie conoce, se encontró con
su compañero, que llevaba a otro enfermo en estado muy intranquilo. Se
intentaba quitar la ropa de cama y desprenderse el cableado del gotero.
Recordaba a un león-anciano mascullando entre sus dientes salivados improperios
de ultratumba. Justo en el momento en que las camas se enfrentaban, como si
fueran a demostrar la calidad que cada una escondía entre sus sábanas, el
anciano logró zafarse y ponerse en pie dejando al descubierto su cuerpo
marfileño. En la penumbra del pasillo y el foco de emergencia apuntando su haz
al cimbreo loco de su miembro viril, el octogenario parecía una fiera
desbocada, incapaz a que toda la medicación del Hospital pudiera derribar su
potencial. La mujer ante la visión apocalíptica que presenciaba a escasos
centímetros de su cama, se incorporó como un resorte y sus párpados se
invaginaron del tal manera, que sus globos oculares parecían en algunos
momentos descolgados de sus órbitas. Andrés y su compañero solo pudieron
observar absortos como los dos ancianos se fundían en un abrazo carnal rodiniano más propio de lienzos y museos
que de esta vida insulsa y terrenal. Cuando quisieron saltar sobre ellos, ambos
estaban ya aderezados en un revoltijo de masa muscular y pelo blanco,
imposibilitando el separarlos. Mientras los camilleros andaban también por los
suelos, fatigados, buscándose los zuecos perdidos en la batalla y sujetando
como podían a los amantes, al final del
pasillo pudieron vislumbrar la imagen de una joven que venía corriendo hacia ellos.
La hija de la anciana quedo parada ante los cuatro y observó como su madre
empezó a reír de una manera hilarante, mientras el anciano se encogía al
parapeto de sus rodillas huesudas. La mujer le contó con pelos y señales que su
amante momentáneo le había recordado mucho a su Nicanor el día de su noche de
bodas y que había experimentado una sensación de libertad nunca manifestada.
Mientras la hija, estupefacta aún, se llevaba del brazo a su madre al mostrador
para recoger sus pertenencias, memorizaba algunas recetas aprendidas que
tuvieran como requisito fundamental el empleo de la olla a presión bien tapada
y sellada...
Atrás quedaban los alaridos del anciano, suplicando y maldiciendo a los
camilleros, que no cansados de los acontecimientos acaecidos, desplazaban a
toda velocidad por Radiología los últimos y apasionados ardores de un hombre
ante sus postrimerías.
José Luis Moreno
Cruce de caminos
En su búsqueda de un lugar apacible donde relajarse un rato, una pequeña cafetería en la esquina de la plaza llama su atención. Parece un local coqueto y familiar. Alicia abre la puerta y entra. Una bocanada de aire caliente le acaricia la cara.
A la derecha está la barra, con su máquina de café emitiendo vapor y silbando mientras la camarera calienta la leche. Y a la izquierda se agrupan un puñado de mesas bulliciosas con el ir y venir de tostadas, churros, cruasanes... Alicia se adentra en el local, hacia una puerta que hay en el fondo, preguntándose si allí habrá algún espacio libre o se tratará simplemente de los lavabos. Para su agrado, se trata de un rincón acogedor y bastante silencioso, con sólo cuatro mesas vacías rodeadas de bancos enterrados bajo mullidos cojines.
Mientras se quita el abrigo y lo cuelga en la percha, una camarera se acerca a preguntarle qué desea. Alicia pide un café con leche, en vaso de cristal y con dos azucarillos, como siempre le ha gustado. Se acomoda entre los esponjosos cojines y saca de su mochila el libro que está leyendo: “El 8”, de Katherine Neville. Está tan enganchada a la historia, que aprovecha cualquier instante para leer.
La camarera regresa con su café humeante acompañado de una galletita y allí lo deja, junto a la lectora ensimismada entre las páginas.
El ambiente cálido y solitario del pequeño rincón no se ve alterado hasta mucho tiempo después, en que una chica con aire distraído entra en el lugar y toma asiento en la mesa opuesta a la de Alicia. Hace ya rato que el vaso yace frío y vacío sobre la mesa y Alicia está sólo esperando a terminar el capítulo del libro para salir de la cafetería y retomar su camino. Pero la chica que acaba de entrar llama su atención. Con el rabillo del ojo, la ve quitarse el abrigo y dejarlo en la percha. Luego se sienta apaciblemente, y cuando la camarera acude para tomar nota, ella le sonríe y le pide “un café con leche, en vaso de cristal y con dos azucarillos, por favor”. Aquí, Alicia no puede evitar levantar la vista de su libro y mirarla con curiosidad. La chica permanece ajena a esta mirada y se limita a abrir su bolso y sacar un libro para disponerse a leer.
“¡qué casualidad! Me pregunto qué estará leyendo...¿no será “el 8”?” El libro estaba encuadernado, y la vista no le alcanzaba para ver el título, con lo que siempre le quedaría aquella duda.
Alicia recogió sus cosas y se dispuso a marchar. Durante un instante estuvo dudando si saludar a aquella chica misteriosa y comentarle la coincidencia, pero por recelo a que pudiera pensar que estaba un poco loca, no lo hizo. Se limitó a pagar su café y salir del local pensando en lo sucedido.
Alicia Alonso
La casa de los espejos
Cuando estaba muy fatigado su mente se convertía en un
puzzle mal encajado. Se miraba y observaba su cuerpo sin la proporción lógica.
Se encontraba atrapado en un túnel oscuro, atascado con ideas trastocadas.
Entonces, ella entraba dentro de su casa y recomponía las
piezas alineando cada trozo, alisando y nivelando milimétricamente los bordes,
retrayendo los temores acechantes agazapados y situando a las dudas invasoras
en su justo espacio.
Después de la intervención el espejo le devolvía la imagen
que quería ver.
Antonia Oliva
Poesía loca
Robé
de tus ojos tu mirada
cuando
estabas pensando en otra cosa.
La
guardé en el bolsillo
de
arriba
de mi
camisa
junto
a mi pimiento rojo.
Cuando
tu ausencia me castiga,
abro
el cajón de mi mesilla,
busco
en el bolso de mi camisa:
el de
arriba,
leo
la carta de amor
que
nunca me escribiste.
Y
pienso en otra cosa.
Porque
me importas.
Me
importas un pimiento.
Felipe Cortés
La rebelión zumbante
Hace dos meses falleció un
funcionario de Higiene en un baño público. No había signos de violencia, ni
móvil, así que lo enterramos sin más. Una semana después falleció otro, mismas
circunstancias. Tres días después uno más. Ni rastro de veneno, de lucha, de
nada. con la cuarta víctima ni el más estúpido y optimista creía en el azar.
Empezamos a acompañar a los funcionarios de Higiene por seguridad. No queda
claro si por su seguridad o para asegurar que continuaban haciendo su trabajo.
Sólo logramos que cayeran inspectores y agentes. Y seguíamos, seguimos, sin una
maldita explicación, siquiera un mísero dato al que aferrarnos. Pese a los
denodados esfuerzos por mantenerlo oculto, la opinión pública se enteró. Lo más
curioso del asunto es que ninguno de los usuarios de los baños públicos había
visto nada, ni sufrido daños. Sea quien sea ese cabrón va contra la autoridad.
Porque barajamos algún tipo de loco asesino en serie. Que fuese contra la
autoridad sólo nos puso las cosas más difíciles. Alguna gente no entiende que
la autoridad existe por el bien de todos, y hasta simpatiza con el que va a
jodernos. Pero hace quince días dio un paso más. No creo que sea casualidad que
coincida con la suspensión de las inspecciones de higiene. Necesita matar, y ha
empezado con los civiles. Tres al día, en distintos baños. Es un animal
sediento de sangre. Por decirlo de alguna manera, porque sus crímenes siguen
siendo asépticos. Por eso he venido, directamente enviado por el Secretario
General. Reconozco que no me ha hecho gracia el encargo. No me oiréis decir que
tengo miedo, aunque tampoco soy tan cínico como para decir que estoy tranquilo.
Y en un ataque de sinceridad reconozco que sí, es estúpido pensar que
encontraré algo a simple vista donde un equipo de investigación completo no
halló nada. Pero son manías de perro viejo, como la de estar hablando solo con
este magnetófono.
No veo nada raro. Un momento,
¿por qué está tan negro el techo? ¡Joder, se está moviendo! ¡¿Qué es esto?!
¡Estoy delirando, debe haber un millón!...
Miguel Ángel Pérez
Óleo a mi amigo Carlos
Con mi pincel recreado sobre tu lienzo
plasmé el sentir de Zeus.
Con la miel obtenida de tu hiel
obtuve el color carmesí.
Con tu piel sin mi piel
fecundaré mi olvido.
Gracias por haberte amado.
Gracias por haberte conocido.
Gracias por haberte olvidado.
Manuel Palancares
Porque siempre tengo cosas que decir
Una obra en marcha, sí, articula un destino, pone argumento a los días, eje a las horas.
Estructura una conciencia, ayuda a vivir. Lo de menos, al final, quizá, sea la obra.
Francisco Umbral
Mortal y rosa
Frente a la hoja en blanco,
empieza una andadura sin retorno como el arado al sembrar, como el tractor con
sus siete cuchillas hundiéndolas en la tierra para arrastrarlas hasta el final
del renglón. Hueco, suena a un nada que se va a todos los sitios. Quiero mirar
y no veo, quiero decir cosas, que me salgan de dentro, un interior rebosante de
neuras, prejuicios, deseos, complejos, ilusiones… donde se va tejiendo un vivir
diario que a veces se hace cuesta arriba y otras se deja arrastrar por una
modorra sensiblera dándole sentido a muchas cosas. No sé de donde sale esa
máscara púrpura, que aparece en un estandarte trasnochado, entre penumbras,
roída por arañas, anclada en piedras de montículos falsos. Parece de broma pero
el sonido latente de microorganismos de ciencia-ficción, invade una diminuta
célula de la existencia y se sumerge en un universo privado, que se quiere
transformar en esponja. Es una lástima, nunca llegaré a creerme nada, pues nada
tengo y nada soy.
Sales de ti para navegar no sabes
donde. Hay una luz que ilumina los deseos de rasgar los papeles para que
despejen las ideas que se escabullen por unos orificios amarillos, que se
ciegan por los fuegos intencionados de corazones descreídos y deformes. Es el
momento de sonreír, de ir aligerando una memoria desmotivada que quiere alzarse
hasta llegar a las nubes para flotar y sentir el latido de las estrellas. Ha
caído la tarde fría y ha dado paso a una noche que se enrosca con una luna
llena que se parece a un melocotón dorado. Deseo caminar por los renglones del
cuaderno y dejar una huella que sature el espíritu inquieto de un saltamontes
del ánimo, que pretende ser milagro vital, capaz de rozar el azul inmenso de un
cielo mesetario. Deseo acariciar las largas hebras del destino, que se
resquebraja como un muñeco de nieve.
Me hundo en el mar para mojar los
sentimientos, mezclarlos con las algas saladas y dejar que las olas los
manipulen de aquí para allá, hasta hacerlos chocar contra unas escarpadas rocas
para romperlos en añicos, como una taza china de porcelana. Podría terminar
bajo las ruedas de un avión de pasajeros en un aeropuerto que va a cerrar la
semana que viene y así, los fantasmas del bosque se adueñarán de la pista
agrietada. Vuelvo por los derroteros que hicieron posible ser lo que soy,
aunque reniego de tanta locuacidad banal y preparo las herramientas para
desmontar las formas disimuladas que han convivido siempre debajo del mantel. Fallezco con mis insomnios y mis deseos
desconsolados, me aprieto junto a la ventana del tren que transporta las arenas
movedizas del distrito de la fantasía.
Es hora de cenar, la mesa está
puesta. Un color indefinible se quiere hacer dueño de la situación y fluye por
debajo de las cejas hasta convertirse en sopa de fideos. El sofá está
dispuesto, acoge con los brazos abiertos los músculos cansados que durante todo
el día no han parado de ir y venir. La tele funciona lejana, hay un murmullo
atroz que corroe las entrañas del sillón. Al final sucumbes acunado por un olor
ocre de salón casero. Protegido por los ladrillos revestidos, te adhieres a
unos recursos inventados, que se ramifican a lo largo del techo blanco de
escayola y pintura plástica. Sopas y vino, con un pan de horno de leña, se
asientan ágilmente junto al balcón, para escuchar como se deslizan las ruedas
por el asfalto y el quejido de los motores, movidos por la combustión de
petróleo refinado. Ha llegado el momento en el que la tarde pasa de puntillas y
deja que los maléficos duendes de la noche se hagan con las riendas.
Sin respirar para que no llegue
el aire contaminado de tantas mentiras volantes. Debajo de un puente
imaginario, pretendo esconder el agrio sabor de unas pretensiones y evaporar los
enigmas que se alimentan en las orillas de ríos contaminados, en las ciencias exploradas por ambiciosos
sabios, filósofos y magos de recónditos mundos diminutos. Cada mano se coloca
en la posición que está determinada por una estrella a la que le queda un
millón de años luz para que se pueda ver, cada pie marca un paso por suelos
defectuosos en los que en cualquier momento se pueden hundir. Que raro se hace
remar en un remolque tirado por bueyes chotos que han vendido sus cuernos por
una vaca lechera. ¿Cuánto me queda? me queda el suspiro de ese aire de otoño
que mece las hojas de los plátanos del jardín de mi barrio.
¡Huy! se me han caído los motivos
al suelo, algunos ni se ven, confundidos con el polvo que se convertirá en
barro en cuanto llueva. No sé si agacharme a recogerlos, total, solo son
motivos, no hay que molestarse, ya se crearán otros. Es confortable sentarse en
el sillón cuando despunta el día, un viernes final de noviembre, sintiendo como
detrás de la ventana nieva débilmente, entonces se pone uno a pensar en unos
motivos que se han caído y que ya no interesa recoger… hoy es un día cualquiera
para hacer cualquier cosa, un día más, intenso y frío… me olvido de los motivos
y contemplo los tejados blancos, distraído con el continuo ruido de vehículos
afanados en llegar a sus destinos cargados de motivos.
Siempre estoy regresando al
pasado para disculpar lo que ya nunca será y en las noches sin luna se pasean
los sueños atormentando el descanso para luego despertar, respirar y tomar
conciencia de que se pasó. Me dejo llevar hasta un infinito cualquiera para
darme cuenta de lo que nunca va a poder ser y olvidar que los hilos los manejan
otros, que está ardiendo un leño cuyo humo se escabulle entre los dedos y que
ese humo es negro y aunque intento limpiarlo con el aliento, solo logro que me
de la tos. Voy a tirarme a una piscina de aguas claras, llegar hasta el fondo
para emerger sin aire. Voy a subir al monte más alto que se oculta en la
imaginación para descender sin cuerdas y llegar rodando al valle donde ya se
han secado todas las lágrimas.
(Continuará… ¿o no?)
Vicente M. Martín
Biblioteca: motor de la palabra
Cuando el silencio acuna un
libro,
despierta los caminos de una
idea.
nido de encuentros
que el cuerpo derrite en su
creación.
Cascada de
palabras,
vestidas de
coherencia,
doran un nuevo
pensamiento,
tatúan los
recuerdos,
para ser fruto de nuevos
despertares.
Collar de textos,
pulsera de recuerdos,
ensartan siluetas de papel,
pedalean en el tiempo.
Lectura del ayer perfuma la
inquietud
del sentir en el presente.
Sofía Montero García
Del texto de SOFIA decir que aunque es hermoso, a mi me parece que en el texto va cambiando mucho de imágenes que van un poco inconexas.
ResponderEliminarDel de VICENTE me parece que debería de acortar las frases. Si se trata de leer en alto falta aire. Me costo pillar el mensaje, es un texto confuso. Y capto cierta intencionalidad de hacer parecerse el texto al estilo del citado Umbral.
Del poema de MANUEL me parece hermoso, pero quizá un poco críptico, pero eso creo que le pasa a mucha poesía.
Del poema de FELIPE me gustó la imagen del pimiento doblándole el sentido y que trata con mucho humor un desamor, o al menos eso vi yo en el tema.
Del de ANTONIA me parece muy hermoso y con un lenguaje muy mimado.
Del de ALICIA decir que yo vi un juego metaliterario con "Alicia a través del Espejo" y Alicia frente al espejo.
Del de JOSE LUIS me parece un argumento muy aunque hay algunos detalles en algunas expresiones que no veo demasiado correctos (pocas).
Totalmente de acuerdo con lo que dices de mi texto... le meteré la cizalla.
EliminarTambién estoy de acuerdo con todo lo que se dijo en la sesión.
Es un claro ejemplo de lo que no se debe hacer..¡je..je!
Mis disculpas por el tiempo que se perdió.
Mucha salud.
jajaja, viste un juego metaliterario cojonudo, que yo nunca hubiera visto!
EliminarPuse mi nombre porque no sabía que otro poner (suelo usar "María", así de sosa soy).