¿Es la felicidad un estado de ánimo? ¿Es un fin en sí misma? ¿Qué nos hace felices? ¿Cual es la fórmula química de la felicidad? La sesión estuvo plagada de interrogantes que tratamos de despejar, primero a través del diálogo y después por escrito.
Reproducimos aquí un par de textos de la ficha de trabajo, el primero titulado "Felices" de Manuel Vicent:
Es muy difícil ser feliz sin hacer el ridículo. En cuanto bajas un poco la guardia te ves al pie de una barbacoa asando costillas para unos invitados y sonriendo en plan californiano con la dentadura postiza, perfecta como el teclado de una pianola. En California los niños de padres felices nacen ya bronceados, del mismo modo que en el Bronx de Nueva York se engendran hijos que vienen al mundo ya tatuados con cristos, serpientes o rostros de Marilyn. Constituyen un peligro mundial las piscinas mentoladas de Malibú y las risas nocturnas que brotan allí en el agua emergiendo de unos cuerpos moldeados, plastificados, cortados por la línea de puntos en las clínicas de cirugía estética o planificados en el gimnasio que se ofrecen a la humanidad como paradigmas de carne. Playas, tumbonas, palmeras, colinas de césped segado, masajes, trampolines, cremas, toallas, dietas, deportes acuáticos, tonos pastel, protección solar máxima, espejos de cloro que reflejan los desnudos del solario: esta iconografía californiana que ha pintado el británico David Hockney es la última forma de terror: expresa la necesidad moderna de parecer feliz a toda costa. Debido a esta dictadura hoy nadie se atreve a aburrirse y menos a confesarlo. El verano actual pertenece también a la cultura americana. Te obliga a simular un grado de dicha y de repente te ves abocado a asar chuletas y chorizos en la barbacoa para unos invitados, mientras se zambullen en la piscina con grandes. carcajadas nocturnas, tipo Santa Mónica. De los veranos antiguos recuerdo su tedio profundo, que era, aromático como un melocotón a punto de pudrirse. Frente a esta felicidad californiana aquel tedio se establecía como una frontera interior que debías conquistar bajo la crueldad de la canícula, pero no existía ningún reto de belleza, ningún simulacro corporal, ninguna ansiedad por ser joven. El aburrimiento del verano te iba calando hasta que todo tu cuerpo se convertía en naturaleza y nadie se avergonzaba de no ser feliz. Simplemente éramos todavía mediterráneos [...]
Y el segundo, titulado "El umbral de la felicidad", firmado por un redactor del diario digital www.eldia.es:
Conozco a un tipo que decía que su mayor satisfacción del día era llegar a casa después de una larga jornada de trabajo y quitarse los zapatos. Aunque sé de sobra que mis siguientes palabras recibirán más de una crítica, estoy plenamente convencido de que hoy en día la gente vive angustiada por tener el umbral de la felicidad demasiado alto. Que el elevado listón que algunos se marcan y luego se empeñan en superar día a día les convierte en unos desgraciados.
De hecho, yo soy uno de los pocos que están completamente en contra de ir trazándose metas inalcanzables para no tener que pasar la existencia anhelando imposibles.
Yo, que con el tiempo he aprendido a usar el optimismo como antídoto a la desazón, he descubierto que existen una multitud de pequeños placeres que, bien gestionados, son capaces de aliviar nuestro desconsolado espíritu y hacernos disfrutar de lo cotidiano como si se tratara de un lujo a la mano de unos cuantos afortunados.
Así, a veces me basta con apurar la última gota del café en medio de una charla con amigos para estar contento, que no feliz, porque la felicidad no es más que un estado transitorio que viene y va como las mareas, y quien aspira a conseguirla a perpetuidad no es más que un pobre iluso.
Me resulta suficiente para alegrarme el día insignificancias tales como que en un almuerzo familiar me cedan el codo del pan o, a escondidas, rebañar con la lengua la tapa del yogur. No encontrar cola en el banco; que, por insólito que parezca, una extraña conjunción astral provoque que la guagua llegue al mismo tiempo que tú a la parada (a veces pasa) o hallar una moneda de un euro en el bolsillo de un viejo pantalón amontonado en el fondo del armario.
Yo, que como ya dije antes no creo en la felicidad plena, colecciono sin embargo un amplio repertorio de momentos felices, como el de descubrir el arco iris después de una gran tormenta, el mágico instante en el que tus hijos aprenden a decir papá o a dar besos, o despertar y comprobar que lo de ayer no fue un sueño.
Esta fue la tarea de escritura:
En la mayoría de los cuentos las perdices acaban estofadas en salsa de felicidad. Pero qué ocurre si el final es otro. Si la felicidad no es más que un fuego de artificio que se consumió en la olla y al final sólo hubo distancia, silencio, tristeza. Para entender la felicidad hay que haber sentido infelicidad. Escribe un cuento o un poema sobre los que no son felices ni comen perdices.
Y estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller:
No soy feliz, ni como perdices
La angustia de un recuerdo
me carcome en el silencio.
Deshecha por la idea,
deshilo el pensamiento,
robo el placer de vivir
que grita su existencia.
Rota la pasión,
trenzo palabras inconexas.
Mi piel se endurece
en el camino de las horas
cuando expreso mi inquietud,
aún incomprendida.
Sofía Montero García
No fue feliz
No fue feliz. Sin Jack no comió perdices.
Rose despertó a la mañana siguiente del hundimiento del Titanic. Pero sin Jack.
Recordó el beso que le dió en la mano cuando se despidió de él, por última vez.
Cuando las heladas aguas del Atlántico le dejaron sin la única persona a la que había querido de verdad.
La había dicho que moriría siendo una viejecita, no esa noche del 14 de Abril de 1912.
Se encontraba sentada en la silla donde hacía macetas de barro y en la TV salió el dibujo de cuando Jack la había dibujado posando con "el corazón de la mar".
Tenía un perro, un pez, miles de fotos de cuando era joven y el único deseo de que el Titanic no se hubiera hundido, de que nada hubiera sucedido esa noche.
De que Jack volvería a besarla y se casarían. Ese era su único deseo.
Iria Costa
Blackheart o corazón oscuro
Caminaba por las noches por los cementerios,
acompañado de las cuatro almas que había contratado el Diablo.
El mismísimo hijo del Diablo andaba perdido y siempre acompañado.
En cierta ocasión, fui a visitar la tumba de mi abuela y lo encontré deambulando por el cementerio.
Era moreno y un color de ojos precioso.
Vestía de negro.
Lo vi en sus ojos, la infelicidad.
Le pregunté por su nombre, y me dijo que "corazón oscuro" o Blackheart.
Yo sabía que él nunca había sido feliz y que no comería perdices. Lo vi en sus ojos.
Iria Costa
Dos minutos
El agudo dolor lacera mi costado y me deja sin resuello. ¡Mala suerte¡ pienso, mientras corro buscando refugio y acomodo entre los escombros y restos que, como pecios de urbanos naufragios, se amontonan en la ribera del río, bajo el herrumbroso puente.
Dos minutos, apenas dos minutos mas y hubiera salido victorioso y triunfante de la caótica y frenética pugna que mantenía contra una cohorte de esqueléticos y mugrientos gatos. El motivo de tal disputa no era otro que la posesión de los despojos de lo que , otrora, fuera un lustroso y sonrosado pollo.
¡Si¡ dos minutos, antes de que un furioso y vengador arcángel , encarnado en venerable anciana, apareciera de súbito y descargara su bastón, como rayo justiciero, sobre mis descarnados lomos.
Dos minutos, infranqueable frontera, lucubro mientras lamo con ansiedad mi dolorido costado intentando a la vez, recuperar mi orgullo disminuido y maltrecho.
Por solo dos minutos volver a no comer, ni pollo ni perdiz, ni ser feliz. ¡Vida perra!
Fernando de Castro
Feliz final
Su madre le agradecía la inyección liberadora arropándolo todas las noches con su mortaja
Elena Vicente
La Perdiz del Cuento
No fueron felices ni comieron perdices, faltaría más. Hay que estar en una situación límite para llegar a eso. Sí, sí todo os parece precioso porque no son vuestros padres, hermanos, hijos, vecinos…los que sufren las consecuencias. Porque se habla mucho de pagar el pato, pero ojalá fuera así.
Te puedo asegurar una cosa. Yo no tengo nada claro quién es el malo del cuento. Estoy muy muy harto de finales felices… para otros. Dejad de decir con la boca llena que hay que ponerse en la piel del otro, y poneos en mis plumas.
Miguel Ángel Pegarz
La historia de Caperucita y el Cazador
No fueron felices. Y no comieron perdices. Ella apenas acaba de estrenar su mayoría de edad. Era una chica culta, liberada, con aspiraciones y posibilidades. Tenía toda una vida por delante y ganas de comérsela. Él ya estaba en su segunda madurez, era un hombre tosco, poco formado y sentimentalmente precario. Estas historias funcionan bien en los cuentos y en determinadas películas, pero cuando se pasa la última página, cuando acaban los títulos de crédito, la realidad suele ser otra.
La fascinación por el salvador y el hombre maduro funcionó un tiempo. La atracción por la afrodita de suaves curvas y pecado hecho carne también. Pero al poco tiempo ella comenzó a verse limitada, atada demasiado corto, privada del aire que siempre quiso. Él fue no soportando que se creyese más lista, y menos aún darse cuenta de que lo era. No soportaba las miradas de otros sobre ella, ni las tolerase y disfrutara. Ella estaba cada día más cansada de sus pocas luces y su estrechez de miras. A él, ella le sacaba cada día más de sus casillas.
Era la historia del daño. Ella disfrutaba dejando en evidencia su inseguridad. Él imponía su superioridad física.
Pero ese cuento no lo contó nadie. Sólo fue una nota en la página de sucesos.
Miguel Ángel Pegarz
Nunca Jamás
Nunca fueron felices. Nunca comieron perdices.
Nunca conocieron el sabor de la manzana envenenada. No hubo espejito mágico. Ni bruja envidiosa. Ni enanitos. Ni beso que les despertara.
Nunca hubo un lobo que les engañara. Ni un leñador valiente que les rescatara de las fauces de una bestia hambrienta y taimada.
Nunca un hada madrina sus harapos convirtió en galas. No hubo carrozas, ni calabazas. No hubo baile donde destacaran, ni zapato de cristal que les buscara. No hubo principe. No hubo convite. No hubo palacio. Ni madrastra, ni hermanastras.
Jamás les abandonaron en el bosque. El chocolate no vistió ninguna casa.
Nunca hubo sapos encantados.
Nunca hubo cuevas que devoraran a aquel que las hallara. Ni genios. Ni lámparas que ocultaran un aceite donde los deseos se ahogaran. Jamás alfombras que volaran. El "abra cadabra" no fue llave que desnudara el alma.
Nunca hubo cantos de sirenas. Nunca sirenas que por amor se amputaran. No hubo espadas que bailaran. Ni voces secuestradas. Ni cabelleras cortadas. Ni espuma que sepultara a la doncella que mejor danzaba. Jamás el corazón de un joven fue de un puñal diana. El mar no veló una promesa truncada.
Nunca hubo husos que hilaran un tiempo de espera. Ni una eternidad opaca. Ni enredaderas verdes. Ni hiedras. Ni madreselvas. Ni pasionarias que un siglo duraran. Nunca hubo un tiempo fantasma. Ni olvidos. Ni venganzas. Jamás el despecho marchitó una esperanza. El letargo no congeló la risa de Bella ni el pulso del reino donde jugaba.
Nunca hubo patitos feos. Ni cisnes con las alas atadas a las huellas de una camada. No hubo piratas. No hubo corsarios. No hubo banderas negras con calaveras blancas. No hubo garfios que robaran el timón del bajel que a su arbitrio navegaba.
No hubo varitas mágicas.
No hubo cervatillos huérfanos.
No hubo un pequeño elefante que de sus enormes orejas, los ciegos que lo vieran, se burlaran. No hubo una pluma negra. Ni un ratoncillo amistoso. Ni una madre condenada. No hubo circo que la inocencia ultrajara.
Ni muñecos de madera con la nariz desmesurada por una mentira vana.
No hubo un camino dorado. No hubo zapatos de plata. Ni espantapájaros sin cabeza, ni león sin valor, ni hombres de hojalata con la vida oxidada. Ni tornados. Ni perros. Ni globos. Ni hechizos que el agua borrara.
Jamas dudó el caracol, que su cabeza, su valor, y su casa estaban donde él se encontraba.
Jamás creyó el caracol, que su corazón, por mucho que se arrastrara, vivía enterrado en un diminuto latón de chapa. Nunca esperó que los sueños de otros le dieran cuerda y palpitara.
Y colorín colorado...
"Ahora ¡a dormir! " "Duerme mucho chiquitín. Cierra tus ojos color violín... mañana sus cuerdas dibujarán libres sus notas. Sus hermosas notas. Tus notas." "Buenas noches amor"
"Buenas noches mami"
Arropó su descanso. Apagó la luz y se fue. El niño dormía. Como todos los pequeños, sonreía.
"Que tu vida no sea un cuento amor"
Poco después, la noche se llenó con la melodía triste que en la habitación contigua modulaba un triste saxofón.
Ana Isabel Fariña
Varias sombras de San Valentín
Feliciano y su mujer lo tenían todo preparado para pasar la mejor y más romántica noche del año. 14 de febrero, noche de los enamorados. Porque ellos lo estaban, y mucho. San Valentín poco tenía que hacer, pues estaba todo planeado y ¡cómo no! lo habían anunciado ya a bombo y platillo en sus respectivos facebooks: Estreno de la superesperadísima producción “50 sombras de Grey” y romántica cena a la luz de las velas en el mejor y más caro restaurante de la ciudad donde no iban a faltar las sabrosas perdices que tanto gustaban a Feliciano. La guinda del pastel la pondrían ellos al finalizar la noche. La habitación, la música sugerente, las sábanas de seda rozando su piel…
Pero no habían contado para nada con el personaje del santoral. Eligieron esa noche dejándose llevar por la sociedad y no por una creencia absoluta en el poder de la popular celebración. Y eso molestó sobremanera a San Valentín quien, ofendido por su desinterés hacia su persona y reputación, les envió una flecha envenenada de desamor. Moraleja: Jamás subestimes el poder de un afamado Santo.
La película resultó tener tantas sombras y ser tan “grey” como su título. Ojalá hubieran tenido a mano las críticas antes de tirar el dinero de esa manera. Aunque, bien pensado, no las hubieran leído ya que a los dos les sobraba la tinta sobre el papel. Con un amargo sabor de boca se fueron al restaurante y tras varias horas de espera con respecto a la que tenían reservada, por fin se sentaron en una mesa. Sus estómagos sonaban a ritmo de la música del restaurante pues la hora habitual de la cena ya había pasado, pero, nada se podía hacer pues, como ya sabemos, es la noche en que todos los enamorados salen a cenar y los restaurantes tienen que hacer su agosto.
Cuando Feliciano se disponía a degustar el primer bocado de sus esperadas perdices, se dio cuenta de que en la mesa de al lado, estaba sentada, nada más y nada menos que, su querida amante cenando amorosamente con otro hombre. No podía ser que sus ojos pudieran ver aquello. Que su Belinda le estuviera siendo infiel no podía tolerarlo. No pudiendo contener sus celos y lleno de irá se levantó como un resorte y le montó una escena a la enamorada chica delante de su mujer quien empezó a entender los frecuentes retrasos de su marido, las cenas de empresa, los fines de semana llenos de trabajo, los viajes fuera de la ciudad.
Ahora fue ella la que se levantó de la silla, cogió el coche y se fue a casa sin esperar a Feliciano. Cuando éste llegó a casa, sin apenas probar las perdices previstas en la anunciada cena, tampoco tuvo lo que más le gustaba y buscaba por todas partes y con todas las mujeres que se le ponían a tiro.
Así que esa noche, a la que le siguieron otras muchas, ni Feliciano ni su mujer fueron felices ni comieron perdices.
Toñi Martín del Rey
El feliz infiel
-¡No seré feliz! ¡No comeré perdices!
-Arturito… ¡No te entiendo! ¡No sé lo que me quieres decir!
Ese fue el saludo que nos dimos mi amigo Arturito y yo a finales de Abril de 1985, después de estar sin vernos cinco meses. Arturito es barman y lleva varios años que los inviernos se va a trabajar a un hotel de una estación de esquiar, que está ubicada en El Pas de la Casa (Principado de Andorra).
Cuando me llamo por teléfono para decirme que ya estaba de vuelta en Salamanca, le note muy raro. Me había llamado desde el Café Bar donde quedamos siempre. Un Café Bar de película, de los de antes: artesonados oscuros, mesas redondas con superficies de mármol y patas de forja; sillas de madera con el respaldo en forma de arco. Dicho Café Bar está pegado a La Casa de las Conchas, o… La Casa de las Conchas está pegada al Café Bar… Acudí a su llamada sin demora. Pensando.- ¡Que le pasara! - Atravesé la Plaza Mayor, cogí la calle La Rúa y fui dejando atrás el murmullo de las terrazas, que a pesar de que era fresca la noche, comenzaban a cuajarse de ambiente. Al llegar al Café Bar, le busque en la planta de arriba, en la cual había una pequeña tarima por donde iban pasando diversos grupitos de músicos. Entre mares de humo tuve un pensamiento futurista. – ¡Quizás algún día prohíban fumar en los bares! – Divise a Arturito con cara de estreñido y tras el extraño saludo que mantuvimos, me atreví a preguntarle:
-¿Qué te pasa “alma cándida”?
Las primeras notas de un viejo saxofón comenzaron a deambular bajo el artesonado de madera; oportunas para arropar el repentino tartamudeo que le entro a mi amigo.
-¡He…he…ro…roto con Marta!
-¡Que me estás diciendo! ¿Con tu Marta? ¿Con tu novia de toda la vida…? Pero si te ibas a casar en poco más de un mes. Yo ya tengo la invitación de boda. Marta ya tiene el vestido de novia en su casa y tú, el traje preparado, la reserva del restaurante a punto y lo más importante: tenéis reservada desde hace más de dos años La Catedral Vieja para la misa de la boda. ¡Dime! ¿Qué diablos está pasando?
El camarero nos interrumpió.
-Señor Artur… ¡Café!
-¡Sí! ¡Por favor! Con dos terrones de azúcar.
El camarero me miro.
-¡Bíter Kas! – dije respondiendo a su mirada. El camarero asintió y con una risita se marcho. -¿Qué es eso de señor Artur?
-No, nada, es que como sabe que iba a casarme…, bromeando, me llama de usted.
-¡Ya! Pues empieza a aclararme todo esto.
-(Tú ya sabes que en el hotel donde trabajo en Andorra, los dueños siempre son los mismos, pero el personal cambia todos los años porque la nieve no es para todos. Nada más comenzar la temporada y de terminar el primer servicio de la noche, salimos todos los compañeros para conocernos mejor. Conocí a una chica, también de Salamanca, que trabajaba como camarera de restaurante. Se llama Olimpia. Cuando íbamos todo el grupo por la calle, Olimpia y yo, hablando y hablando nos quedamos rezagados. Decidimos recorrer todas las discotecas del pueblo por nuestra cuenta. De madrugada, de regreso al hotel… no sé si fue porque nuestros cuerpos tenían frio o calor, o por el alcohol ingerido, de pronto, me encontré revolcándome por la nieve con Olimpia y dándonos unos largos y profundos besos que llegaban hasta las campanillas de nuestras gargantas…)
Puse ojos de plato. El camarero llego con las bebidas. Oportuno para aliviar mi trance. En cuanto este se retiro, Arturito continúo hablando:
-(Yo no quería que esto hubiese pasado, pero cuando nos quisimos dar cuenta, Olimpia y yo estábamos dentro de un torbellino de pasión, lujuria y desenfreno amoroso. Estaba experimentando nuevas sensaciones con Olimpia. Olimpia era alta, morena, de ojos seductores y labios carnosos, era un portento de hembra… Una caja de condones nos duraba un fin de semana…)
-¡Por favor! ¡Arturito! Omite los detalles.
-(Fui sincero con Olimpia y la dije que estaba a punto de casarme y ella, sin dar mucha importancia al asunto, me dijo que tenía novio formal en Salamanca. Asique, los dos estábamos en igualdad de condiciones. El 14 de Febrero, día de San Valentín, decidimos salir juntos a felicitar a nuestras respectivas parejas por teléfono desde la cabina del bar en frente del hotel. Primero llame yo. –“Marta, amor mío, te quiero mucho, te echo mucho de menos, sin ti no puedo vivir. Muchas felicidades en un día tan especial como el de hoy. Pronto estaremos juntos. Te amo mi vida.”- Cuando fuel el turno de Olimpia, ella dijo tres cuartas de lo mismo a su novio…)
-¡Cínicos! – espeté.
-(Al terminar de hablar, nos quedamos mirándonos y sin mediar palabra nos fuimos al hotel… Te puedo asegurar que no perdimos el tiempo en doblar la ropa, porque aquello fue el acto sexual más brutal, sediento y prolongado del siglo. Me sentí el infiel más feliz de la tierra. La temporada llegaba a su fin y la balanza de los remordimientos comenzaba a desequilibrarse. Olimpia y yo, hablamos de lo que haríamos al llegar a Salamanca; llegando al acuerdo de que ella dejaría a su novio y yo a Marta y así, comenzar una nueva vida juntos.)
-¿Y de dejar a Marta vienes ahora?- pregunté escandalizado.
-¡Sí!... No tuve valor de ir por su casa. La llame por teléfono. Quedamos en La plaza Mayor, bajo el reloj. Ella se podía esperar lo peor porque mi voz fue fría y contundente. En el encuentro…un beso insípido en la mejilla…una mirada de cordero degollado…y…Marta…este invierno he estado viviendo con una chica. El restallido del guantazo que me dio, se prolongo a través de todos los soportales. Marta se puso a llorar como una Magdalena y salió corriendo por mitad de la Plaza mascullando maldiciones hasta que la perdí de vista.
-¡Pobre Marta! ¿Y qué maldecía?
-¡El que a hierro mata a hierro muere! Solo hizo falta media hora para que la maldición de Marta comenzase a cumplirse. Con Olimpia había quedado también a esa media hora después en La Plaza Mayor, pero esta vez en los soportales frente al reloj. Fue la media hora más larga de mi vida. Por fin, Olimpia apareció sonriente, radiante, más bella y más seductora que nunca… pero no venia sola. Un chico la acompañaba. Olimpia me beso ambas mejillas y me presento a su novio. A continuación, a él me presento como un compañero de trabajo… un compañero de trabajo…Impotente le estreche la mano. Ella, autoritaria le envió a compra un “fortuna”. Tiempo que aprovecho para decirme que lo nuestro había terminado, que no le podía dejar porque le haría mucho daño. Una vez más me beso como antes y se fue al encuentro de su novio. Se agarraron de la mano y entre la gente, desaparecieron. Columnas, arcos, farolas, medallones…todo me daba vueltas sin saber en qué lugar de la Plaza me encontraba. Luego, de forma inerte, los pies me trajeron hasta nuestro lugar de encuentro.
Me quede mirando a mi amigo Arturito y comprendí que era un pobre diablo que se había quedado “sin costal y sin castañas”. A pocos metros estaba el camarero que lanzaba sonrisitas de complicidad a nuestra mesa, si sospechar que Arturito ya no iba a ser “el señor Artur”, y de que era un infeliz al que se le habían atragantado las perdices.
Nicolás Hernández López
Cazadores novatos
No fueron felices, aquellos tres amigos cazadores, en su primer día de caza.
Habían esperado durante todo el año que abrieran la veda de la perdiz el 12 de Octubre. Completamente uniformados en el Corte Inglés, con viseras, pantalones, botas, camisas, chaquetas Barbour, y zurrones (todo de color verde), y equipados con varias cajas de munición, calibre 12, y escopetas paralelas de dos cañones.
Ese mismo día, de madrugada, se desplazaron a una localidad cercana y empezaron a caminar, monte arriba, monte abajo, pisando los barbechos de la zona, parando a comer los bocadillos que se habían preparado y bebiendo el vino de las botas que llevaban. Así transcurrió un día agotador, en el que tuvieron de todo, sol, lluvia, y viento, y al anochecer, exhaustos y sin haber logrado ninguna pieza, volvieron a casa.
No fueron felices, lógicamente, porque no pudieron comer perdices, como les habría gustado, más aún, cuando al llegar al pueblo ya de noche, la carnicería donde solían venderlas, había cerrado y tampoco pudieron comprarlas y así poderlas cocinar cada uno en sus casas.
(Otro día será)
Luis Iglesias
No fui feliz
No fui feliz
Humedecí los labios con mis lágrimas
Sorbí su sal…
Toqué las tristeza con mis yemas… ¡qué seca!
Emigró la sonrisa, la arruga se pronunció mirando al suelo...
Se vació el corazón de anhelos y deseos…
El tiempo pesaba, el pozo cada vez más cerca
Pozo sin agua a donde iba a parar el llanto de la desesperanza
Alguien clavó un puñal en el recuerdo…
¿muerte, fuiste tú?
Te alías con el silencio y te adornas con la tristeza
Que no, que no quiero llorar…
Quiero comer una perdiz…
Pero voló… voló… voló…
Voló la perdiz…
¡Perdiz!...
¡Cazador de mierda!
¿Por qué has matado mi perdiz?
Nunca podré ser feliz
Vicente M. Martín
Las cosas simples
No eran felices, no comían perdices pero lo seguían intentando. Mira que habían rebajado el umbral, tal como les indicó la psiquiatra que debían hacer, pero nada, la felicidad no entraba en su casa.
En otra de las visitas, trató de inculcarles que encontrarían la felicidad si conseguían disfrutar de las cosas pequeñas. A propósito de esta recomendación, ese día se sentaron juntos a observar el deshielo, ver como discurría el agua nueva entre las rocas selladas por el liquen pero, transcurrida una hora se marcharon para casa sin sentirse de ningún modo especial.
Volvió a cerrarse el ciclo, regresó otro invierno y Hansel y Gretel no eran felices.
Una noche ocurrió algo extraordinario. Las horas discurrían lentas, tan lentas, que se juntaron con las horas del día pero sin que hubiera amanecido, y así cada noche se mezcló con una tras de otra noche y los días no regresaron más. No volvieron a ver el sol, no ocurrió el deshielo, Gretel no volvió a acariciar a su gato en el tedio de la tarde.
Hansel y Gretel decidieron meterse en la cama y no volver a levantarse nunca y, así lo hicieron. Pero soñaban. Soñaban con lanzarse sobre la nieve blanda, comer masa frita con miel, sentir en la cara la brisa del lago en primavera, recoger a una amiga y contarse sus batallas hasta que, ya sin tiempo, se despidieran en la distancia con un “te mantendré informada”, dar los buenos días a los compañeros en la oficina, leer a Bradbury o escribir un cuento.
Antonia Oliva
Campeón del mundo
El feliz infiel
-¡No seré feliz! ¡No comeré perdices!
-Arturito… ¡No te entiendo! ¡No sé lo que me quieres decir!
Ese fue el saludo que nos dimos mi amigo Arturito y yo a finales de Abril de 1985, después de estar sin vernos cinco meses. Arturito es barman y lleva varios años que los inviernos se va a trabajar a un hotel de una estación de esquiar, que está ubicada en El Pas de la Casa (Principado de Andorra).
Cuando me llamo por teléfono para decirme que ya estaba de vuelta en Salamanca, le note muy raro. Me había llamado desde el Café Bar donde quedamos siempre. Un Café Bar de película, de los de antes: artesonados oscuros, mesas redondas con superficies de mármol y patas de forja; sillas de madera con el respaldo en forma de arco. Dicho Café Bar está pegado a La Casa de las Conchas, o… La Casa de las Conchas está pegada al Café Bar… Acudí a su llamada sin demora. Pensando.- ¡Que le pasara! - Atravesé la Plaza Mayor, cogí la calle La Rúa y fui dejando atrás el murmullo de las terrazas, que a pesar de que era fresca la noche, comenzaban a cuajarse de ambiente. Al llegar al Café Bar, le busque en la planta de arriba, en la cual había una pequeña tarima por donde iban pasando diversos grupitos de músicos. Entre mares de humo tuve un pensamiento futurista. – ¡Quizás algún día prohíban fumar en los bares! – Divise a Arturito con cara de estreñido y tras el extraño saludo que mantuvimos, me atreví a preguntarle:
-¿Qué te pasa “alma cándida”?
Las primeras notas de un viejo saxofón comenzaron a deambular bajo el artesonado de madera; oportunas para arropar el repentino tartamudeo que le entro a mi amigo.
-¡He…he…ro…roto con Marta!
-¡Que me estás diciendo! ¿Con tu Marta? ¿Con tu novia de toda la vida…? Pero si te ibas a casar en poco más de un mes. Yo ya tengo la invitación de boda. Marta ya tiene el vestido de novia en su casa y tú, el traje preparado, la reserva del restaurante a punto y lo más importante: tenéis reservada desde hace más de dos años La Catedral Vieja para la misa de la boda. ¡Dime! ¿Qué diablos está pasando?
El camarero nos interrumpió.
-Señor Artur… ¡Café!
-¡Sí! ¡Por favor! Con dos terrones de azúcar.
El camarero me miro.
-¡Bíter Kas! – dije respondiendo a su mirada. El camarero asintió y con una risita se marcho. -¿Qué es eso de señor Artur?
-No, nada, es que como sabe que iba a casarme…, bromeando, me llama de usted.
-¡Ya! Pues empieza a aclararme todo esto.
-(Tú ya sabes que en el hotel donde trabajo en Andorra, los dueños siempre son los mismos, pero el personal cambia todos los años porque la nieve no es para todos. Nada más comenzar la temporada y de terminar el primer servicio de la noche, salimos todos los compañeros para conocernos mejor. Conocí a una chica, también de Salamanca, que trabajaba como camarera de restaurante. Se llama Olimpia. Cuando íbamos todo el grupo por la calle, Olimpia y yo, hablando y hablando nos quedamos rezagados. Decidimos recorrer todas las discotecas del pueblo por nuestra cuenta. De madrugada, de regreso al hotel… no sé si fue porque nuestros cuerpos tenían frio o calor, o por el alcohol ingerido, de pronto, me encontré revolcándome por la nieve con Olimpia y dándonos unos largos y profundos besos que llegaban hasta las campanillas de nuestras gargantas…)
Puse ojos de plato. El camarero llego con las bebidas. Oportuno para aliviar mi trance. En cuanto este se retiro, Arturito continúo hablando:
-(Yo no quería que esto hubiese pasado, pero cuando nos quisimos dar cuenta, Olimpia y yo estábamos dentro de un torbellino de pasión, lujuria y desenfreno amoroso. Estaba experimentando nuevas sensaciones con Olimpia. Olimpia era alta, morena, de ojos seductores y labios carnosos, era un portento de hembra… Una caja de condones nos duraba un fin de semana…)
-¡Por favor! ¡Arturito! Omite los detalles.
-(Fui sincero con Olimpia y la dije que estaba a punto de casarme y ella, sin dar mucha importancia al asunto, me dijo que tenía novio formal en Salamanca. Asique, los dos estábamos en igualdad de condiciones. El 14 de Febrero, día de San Valentín, decidimos salir juntos a felicitar a nuestras respectivas parejas por teléfono desde la cabina del bar en frente del hotel. Primero llame yo. –“Marta, amor mío, te quiero mucho, te echo mucho de menos, sin ti no puedo vivir. Muchas felicidades en un día tan especial como el de hoy. Pronto estaremos juntos. Te amo mi vida.”- Cuando fuel el turno de Olimpia, ella dijo tres cuartas de lo mismo a su novio…)
-¡Cínicos! – espeté.
-(Al terminar de hablar, nos quedamos mirándonos y sin mediar palabra nos fuimos al hotel… Te puedo asegurar que no perdimos el tiempo en doblar la ropa, porque aquello fue el acto sexual más brutal, sediento y prolongado del siglo. Me sentí el infiel más feliz de la tierra. La temporada llegaba a su fin y la balanza de los remordimientos comenzaba a desequilibrarse. Olimpia y yo, hablamos de lo que haríamos al llegar a Salamanca; llegando al acuerdo de que ella dejaría a su novio y yo a Marta y así, comenzar una nueva vida juntos.)
-¿Y de dejar a Marta vienes ahora?- pregunté escandalizado.
-¡Sí!... No tuve valor de ir por su casa. La llame por teléfono. Quedamos en La plaza Mayor, bajo el reloj. Ella se podía esperar lo peor porque mi voz fue fría y contundente. En el encuentro…un beso insípido en la mejilla…una mirada de cordero degollado…y…Marta…este invierno he estado viviendo con una chica. El restallido del guantazo que me dio, se prolongo a través de todos los soportales. Marta se puso a llorar como una Magdalena y salió corriendo por mitad de la Plaza mascullando maldiciones hasta que la perdí de vista.
-¡Pobre Marta! ¿Y qué maldecía?
-¡El que a hierro mata a hierro muere! Solo hizo falta media hora para que la maldición de Marta comenzase a cumplirse. Con Olimpia había quedado también a esa media hora después en La Plaza Mayor, pero esta vez en los soportales frente al reloj. Fue la media hora más larga de mi vida. Por fin, Olimpia apareció sonriente, radiante, más bella y más seductora que nunca… pero no venia sola. Un chico la acompañaba. Olimpia me beso ambas mejillas y me presento a su novio. A continuación, a él me presento como un compañero de trabajo… un compañero de trabajo…Impotente le estreche la mano. Ella, autoritaria le envió a compra un “fortuna”. Tiempo que aprovecho para decirme que lo nuestro había terminado, que no le podía dejar porque le haría mucho daño. Una vez más me beso como antes y se fue al encuentro de su novio. Se agarraron de la mano y entre la gente, desaparecieron. Columnas, arcos, farolas, medallones…todo me daba vueltas sin saber en qué lugar de la Plaza me encontraba. Luego, de forma inerte, los pies me trajeron hasta nuestro lugar de encuentro.
Me quede mirando a mi amigo Arturito y comprendí que era un pobre diablo que se había quedado “sin costal y sin castañas”. A pocos metros estaba el camarero que lanzaba sonrisitas de complicidad a nuestra mesa, si sospechar que Arturito ya no iba a ser “el señor Artur”, y de que era un infeliz al que se le habían atragantado las perdices.
Nicolás Hernández López
Cazadores novatos
No fueron felices, aquellos tres amigos cazadores, en su primer día de caza.
Habían esperado durante todo el año que abrieran la veda de la perdiz el 12 de Octubre. Completamente uniformados en el Corte Inglés, con viseras, pantalones, botas, camisas, chaquetas Barbour, y zurrones (todo de color verde), y equipados con varias cajas de munición, calibre 12, y escopetas paralelas de dos cañones.
Ese mismo día, de madrugada, se desplazaron a una localidad cercana y empezaron a caminar, monte arriba, monte abajo, pisando los barbechos de la zona, parando a comer los bocadillos que se habían preparado y bebiendo el vino de las botas que llevaban. Así transcurrió un día agotador, en el que tuvieron de todo, sol, lluvia, y viento, y al anochecer, exhaustos y sin haber logrado ninguna pieza, volvieron a casa.
No fueron felices, lógicamente, porque no pudieron comer perdices, como les habría gustado, más aún, cuando al llegar al pueblo ya de noche, la carnicería donde solían venderlas, había cerrado y tampoco pudieron comprarlas y así poderlas cocinar cada uno en sus casas.
(Otro día será)
Luis Iglesias
No fui feliz
No fui feliz
Humedecí los labios con mis lágrimas
Sorbí su sal…
Toqué las tristeza con mis yemas… ¡qué seca!
Emigró la sonrisa, la arruga se pronunció mirando al suelo...
Se vació el corazón de anhelos y deseos…
El tiempo pesaba, el pozo cada vez más cerca
Pozo sin agua a donde iba a parar el llanto de la desesperanza
Alguien clavó un puñal en el recuerdo…
¿muerte, fuiste tú?
Te alías con el silencio y te adornas con la tristeza
Que no, que no quiero llorar…
Quiero comer una perdiz…
Pero voló… voló… voló…
Voló la perdiz…
¡Perdiz!...
¡Cazador de mierda!
¿Por qué has matado mi perdiz?
Nunca podré ser feliz
Vicente M. Martín
Las cosas simples
No eran felices, no comían perdices pero lo seguían intentando. Mira que habían rebajado el umbral, tal como les indicó la psiquiatra que debían hacer, pero nada, la felicidad no entraba en su casa.
En otra de las visitas, trató de inculcarles que encontrarían la felicidad si conseguían disfrutar de las cosas pequeñas. A propósito de esta recomendación, ese día se sentaron juntos a observar el deshielo, ver como discurría el agua nueva entre las rocas selladas por el liquen pero, transcurrida una hora se marcharon para casa sin sentirse de ningún modo especial.
Volvió a cerrarse el ciclo, regresó otro invierno y Hansel y Gretel no eran felices.
Una noche ocurrió algo extraordinario. Las horas discurrían lentas, tan lentas, que se juntaron con las horas del día pero sin que hubiera amanecido, y así cada noche se mezcló con una tras de otra noche y los días no regresaron más. No volvieron a ver el sol, no ocurrió el deshielo, Gretel no volvió a acariciar a su gato en el tedio de la tarde.
Hansel y Gretel decidieron meterse en la cama y no volver a levantarse nunca y, así lo hicieron. Pero soñaban. Soñaban con lanzarse sobre la nieve blanda, comer masa frita con miel, sentir en la cara la brisa del lago en primavera, recoger a una amiga y contarse sus batallas hasta que, ya sin tiempo, se despidieran en la distancia con un “te mantendré informada”, dar los buenos días a los compañeros en la oficina, leer a Bradbury o escribir un cuento.
Antonia Oliva
Campeón del mundo
Ya lo había hecho todo, con 29 años consiguió el campeonato del mundo. No quería seguir jugando más, así no podría ser derrotado.
No era feliz. Desde pequeño le habían inculcado que para serlo necesitaba a otra persona. Cada semana la buscaba. Siempre tenía prisa y la paciencia no se encontraba entre sus virtudes. Envidiaba a sus amigos por tenerla ya. Poco a poco se fue acostumbrando a la soledad. Descubrió que podía disfrutar del cine sin ir con nadie. Comenzó una rutina con la cual no necesitaba a nadie para encontrarse agusto consigo mismo. Un día encendió su movil y se percató de que llevaba semanas apagado, de modo que se deshizo de él. Todos los días deambulaba por la cuidad sin un rumbo fijo. Llevaba la misma ropa durante semanas. Daba cuatro pasos cortos y se quedaba un instante inmóvil pensando en cómo iba a comer con el poco dinero que le quedaba. Con esa pinta y una barba de meses nadie lo reconocía. Un día la policía le paró.
-Documentación por favor.
-Déjenme en paz.
-Idéntifíquese o tendremos que detenerle.
-No me importa, mi tiempo no vale nada.
Cada vez salía menos de casa, por lo que se cambiaba aún menos de ropa y ya prácticamente no se aseaba. No era feliz, estaba solo pero seguía siendo campeón del mundo.
Andrés F. Santos
La princesa que comía fresas
Había una vez una princesa feminista y republicana, la única que se conoce en el reino con estas dos características. Por eso, ella nunca se había considerado princesa. Un día alguien le dijo: “buennos días, princesa” El primer día le resultó extraño, dada su condición, teniendo en cuenta, además, que no simpatizaba nada con las princesas de los cuentos, con las de verdad, ni con todas aquellas mujeres a las que ella llama princesas o barbies que utilizan su supuesta debilidad y su atractivo físico para hacer lo que quieren, especialmente con los hombres.
El caso es que aquel saludo le sonó bien y decidió que él sería su príncipe, cotidiano, sin sangre azul.
Se lo siguió llamando un día y otro y ella estaba encantada, confiada y feliz.
Fueron felices un tiempo, pero no llegaron a comer las perdices. Resultó que al príncipe le gustaban más las princesas de los cuentos, quizás más dependientes, más acostumbradas a que reyes, príncipes e incluso lacayos les dirigieran la vida. Quizá no se sentía admirado por su princesa como él necesitaba…….,
Un día decidió comer las perdices por su cuenta. Quizá fue entonces cuando encontró a otra mujer en los bajos fondos de las redes sociales. Quién sabe si se habrá convertido en su princesa.
A la que comía fresas de momento no solo se le atragantaron las perdices, ni el caldo podía tomar. Pero ahora sigue comiendo fresas, como siempre.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Teresa Sanz
El refugio de los recuerdos
Los recuerdos son nuestro bien más preciado, aunque muchos de nosotros no nos percatemos de ello. Es cierto que hay oscuros tormentos escondidos y enterrados en lo más profundo de nuestra memoria, esperando salir a la luz. Y debemos estar preparados, reuniendo la fuerza necesaria para destruirlos, porque eso es lo que hay que hacer con todos los miedos y temores, con los malos recuerdos y las malas experiencias, debemos concentrarnos y observar cómo desaparecen, fundiéndose con el vacío y la nada.
Es inevitable muchas veces caer en un mundo de tinieblas, carente de luz. Una vez que las gruesas y tintineantes cadenas nos rodean y nos atan a este lugar frío y solitario solamente podemos recurrir a nuestro bien más preciado: los recuerdos. Navegamos entre ellos como grandiosos capitanes que se desenvuelven en el furioso mar dominado por una tempestad; revivimos momentos que nos reconfortan y nos evadimos de todo lo demás. Nos perdemos en horas y horas de absoluta felicidad… Pero, ¡cuidado! No podemos abstraernos del mundo real y dejar que nuestros sentimientos se queden atrapados en esos recuerdos tan bonitos para nosotros, pues eso también es peligroso, muy peligroso…
Solía subir a los tejados para observar lo que quedaba de la ciudad y otear el horizonte. Mi mirada se perdía en aquel revoltijo de nubes sangrantes que reflejaban la luz del ocaso, esperando a que el cielo se tornara oscuro y saber que había pasado un día más sumido en aquella angustiosa soledad a la que estaba condenado.
Me preguntaba si habría más supervivientes. Tenía que haberlos. Supervivientes como yo, claro, no de aquellos de los que había huido, aquellos que me obligaron a blindar la ciudad hasta el punto de convertirla en una fortaleza inexpugnable.
Igual que odiaba aquella luz pálida y muerta que bañaba la ciudad y la teñía de un tono melancólico y desalentador, y aquel aura deprimente y triste que envolvía los edificios abandonados y las calles desoladas.
Y, sobre todo, odiaba no poder recordar sus rostros. Sus rostros se habían esfumado de mi mente como volutas de humo. Tan solo me quedaban sus voces. Voces quedas y distorsionadas que me perseguían en sueños, perdiéndose con el viento en susurros lejanos cuando mis ojos se abrían en mitad de la noche.
Los había olvidado a todos… Mi familia, mis amigos… Incluso la había olvidado a ella. La epidemia se los llevó, me dejó solo, me transformó en un alma perdida y errante que vagabundeaba por un mundo que luchaba por resurgir de las cenizas en las que había sido enterrado.
Me despertaba cada día y pensaba en ellos. Siempre pensaba en ellos. Intentaba revivir grandes momentos y me imaginaba una vida junto a Cloe. Soñaba, buscaba.
Pero siempre, siempre hay que despertar.
Y yo no quería aceptarlo. Mi única posibilidad de no perder por completo la locura era aferrarme a ese lugar, a ese refugio… El refugio de los recuerdos, el refugio de lo que pudo haber sido y no fue, un refugio donde me alimentaba de una falsa esperanza y donde vivía una falsa vida.
Pero allí podría volver a recuperar sus rostros, su rostro…
Los primeros días me resultó extraño y siempre acababa exhausto, pues me perdía una y otra vez en aquel laberinto de recuerdos, aquel mundo de sombras y tinieblas. Sabía a lo que me arriesgaba, un paso en falso y me tendría que enfrentar a algo tan oscuro y malvado que no sería capaz de volver a reunir el valor necesario para sumergirme de nuevo.
Perdí la noción del tiempo y del espacio, me convertí en prisionero de aquel espacio surrealista que yo mismo había creado. Después de indagar en lo más profundo de mi mente, caí en una especie de vacío intemporal, rodeado de una nada que me absorbía y me consumía cada vez más. Mis fuerzas se habían agotado, pero sabía que debía continuar intentándolo.
Avanzaba entre aquella niebla, espesa y fría, sintiendo la carga de mis memorias sobre mi espalda. El eco de mis pasos resonaba entre los recovecos de aquel espacio de total oscuridad que parecía no tener fin. Todo era oscuro salvo la niebla, densa y gris, que se extendía lentamente, rodeándome y asfixiándome.
Cuando ya casi me había rendido, apareció ante mí una pequeña puerta de madera vieja, que se abrió con un chirrido. Me condujo a una sala que me resultaba familiar. Había visto antes aquellos tapices que cubrían las paredes igual que había escuchado antes el tintinear de aquellas copas de cristal o la suave melodía que desprendían las arraigadas cuerdas del violín.
Había estado allí, entre toda esa gente que hablaba y reía a la vez que degustaba el vino tinto o los variados y exquisitos canapés.
Me abrí paso entre todas aquellas personas, reconociéndolas una a una, recordándolos, sintiendo cómo se avivaban sus rostros en la fragua de mi memoria. Mi familia, mis amigos… Estaban todos… Todos menos ella.
La busqué desesperado, sin poder pedir ayuda a nadie, pues ninguno de los presentes parecía percatarse de mi presencia. Recorrí todo el local hasta llegar a un rincón alejado de la fiesta, donde me encontré conmigo mismo, aunque algo más joven, trajeado y con una sonrisa de oreja a oreja.
No tuve tiempo de pensar en qué estaba ocurriendo. Mi instinto me obligó a volverme en el acto para descubrir a quién sonreía mi yo del pasado.
Y allí estaba ella, envuelta en su vestido blanco de novia, con la melena recogida y dos largos mechones sobre los hombros desnudos. Sus ojos, dorados y brillantes bajo la luz de las velas, temblaron de alegría al verme.
Antes de que pudiera acercarme, todo a mi alrededor comenzó a contraerse y a difuminarse con un sonoroso estruendo. Me quedé en completa oscuridad, otra vez, solo, perdido, sintiendo cómo la rabia y la impotencia crecían en mi interior.
De pronto, una luz se encendió a lo lejos y escuché cómo su voz me llamaba.
—Cloe… ¿Eres tú? —tartamudeé con los ojos bañados en lágrimas.
Cloe apareció de pronto ante mí, con la mirada triste y melancólica. Ya no llevaba el vestido de novia ni el cabello recogido, ni tenía la piel tan tersa como antes, pero seguía siendo increíblemente hermosa. Deseaba abrazarla, tocarla, besarla, decirle lo mucho que la echaba de menos.
—He venido para ayudarte —me dijo.
—Cloe… Te he echado tanto de menos…
—Debes elegir —continuó mientras las lágrimas comenzaban a aflorar en sus ojos—. El verde te devolverá a la realidad, el negro te atará a tus recuerdos para toda la eternidad y te permitirá volver con todos aquellos a los que perdiste. Tú decides.
Extendió sus manos y me mostró dos pequeños frascos de cristal. Uno verde y otro negro.
—¿Qué? Yo quiero estar contigo, quiero que estemos juntos para siempre.
Tomó una de mis manos y la apretó con cariño.
—Soñar para ser feliz o despertar para vivir. ¿Qué prefieres tú? Antes de que tomes una decisión, recuerda que siempre, siempre hay que despertar.
Y se desvaneció, dejándome clavada una esquirla de hielo en el corazón.
—Cloe…
Todavía podía sentir el suave tacto de su piel cuando tomé una decisión.
Mis párpados se abrieron lentamente, con timidez, cegados por aquella luz pálida y muerta que penetraba a través de la ventana y teñía la habitación de un tono melancólico y desalentador.
Me levanté tambaleante, aún sintiendo su nombre morir en mis labios. Cloe…
Trepé por la escalerilla y subí al tejado, como solía hacer todos los días para observar el atardecer. Me acomodé y eché un vistazo a toda la ciudad, envuelta en aquel aura deprimente y triste. Al otear el horizonte y perderme en el revoltijo de nubes sangrantes que reflejaban la luz del ocaso, di un largo suspiro e intenté contener las lágrimas. Por fin los recordaba, por fin la recordaba a ella. Pero estaba solo.
Entonces esperé a que el cielo se tornara oscuro y supe que había pasado otro día más sumido en aquella angustiosa soledad a la que estaba condenado.
Daniel Ruiz González
Todo y Nada
Que otras manos acaricien tus sueños,
Que otros ojos se iluminen con tu luz.
¡Perdiste!
Te escondes de la realidad a la que cada día abres las ventanas de tu vida,
creyéndote feliz frente a los demás.
Tal vez, un día lejos del de hoy, encuentres todo aquello que siempre anhelaste.
Envuélvete en la oscuridad que se multiplica a plena luz del día,
Sólo así estarás a salvo de ti mismo.
En cualquier caso,
elegiste el camino correcto que te conducía hacia la libertad de
tu espíritu cuando pretendiste seguir aquel misterioso sonido que emanaba de tus sueños,
algo así como ir tras la música hipnótica del Flautista de Hamelin.
Mas, esta vez, fuiste un ratón cazado,
atrapado por las afiladas garras de la realidad.
Lejos quedaron aquellos sueños que, un día no tan lejano,
formaron parte de tu vida.
Aquellos que se esfumaron a través de los poros
de la piel de otros cuando se alejaron de ti, olvidándote.
Intentaste ser feliz pero, aquellas tantas veces no confluyeron los astros,
eso era lo que siempre te decías a ti mismo cuando intentabas
buscar una explicación a tanta mala suerte mientras,
una y otra vez, ofrecías TODO,
para no conseguir NADA, y pensabas que…
Tal vez.
Tal vez mañana.
Tal vez mañana será.
Tal vez mañana será demasiado.
Tal vez mañana será demasiado tarde.
Tal vez mañana será demasiado tarde para…
Tal vez mañana será demasiado tarde para ser.
Tal vez mañana será demasiado tarde para ser feliz.
Y te perdiste…
Tina Martín Mora
Un deseo inconfesable
No fueron felices. Viktor e Ilsa Lazlo abandonaron a salvo Casablanca, a pesar de la niebla, rumbo a Lisboa. Apenas unos días después, tomaron un nuevo avión y se establecieron en Nueva York, desde donde Viktor pudo continuar efectuando su labor de resistencia contra el horror del Tercer Reich. A todos sus mítines y manifestaciones en pro de la libertad acudía también Ilsa, vestida de azul y tocada por una pamela. Admirada por la elocuencia y los altos ideales de su marido se castigaba duramente, a sí misma, por no poder reprimir el tarareo de aquella vieja canción que surgía de sus labios como regurgitada. Le sucedía lo mismo caminando por la Quinta Avenida que tumbada, a hurtadillas, –porque estaba prohibido–, en el césped de Central Park. Y también cuando su vista se sumergía en el horizonte, más allá de los confines del océano.
Pero un día, de pronto, su canto cesó. Bastaron tres palabras para silenciarlo. Tres palabras que tuvo que leer Viktor, en voz alta, para que adquirieran, así, en el corazón de su esposa, el denso espesor de su significado. “Rick ha muerto”. Y con él la esperanza que Ilsa guardaba de volver a verlo en un París libre, con los Campos Elíseos otra vez floridos y la Belle Aurore abierta de nuevo, con Sam al piano.
Apenas sí pudo reconfortarla el abrazo de su marido, al que sintió, de repente, como a un extraño al que deseó, aunque nunca se lo confesaría, haber abandonado una noche de niebla en Casablanca.
Juan José Nieto Lobato
Sofía:
ResponderEliminar“Mi piel se endurece
en el camino de las horas
cuando expreso mi inquietud,
aún incomprendida.”
Muy bien Sofía… en ese camino andamos casi todos.
Iria:
No fue feliz: y solo le dio un beso en la mano, ¡hay que ver qué soso!, un beso en la mano para recordar… ¡tendría que ser un beso “comodiosmanda”!!! en los labios y mirando a los ojos fundiéndose con ellos. Bien Iria.
Blackheart o corazón oscuro: cuidado con ese color de ojos preciosos a ver si te vas a enamorar del mismísimo diablo… ¡hay mucho demonio suelto y no solo en los cementerios!! Bien Iria.
Fernando:
Lacera, lucubro, cohorte, otrora… sin el diccionario no soy nadie contigo.
“El agudo dolor lacera mi costado y me deja sin resuello”… también me he quedado sin resuello al leerte aunque solo he tardado minuto y medio. Muito bem.
Elena:
Ni feliz ni perdiz… ¡ostis! Con la mortaja y la inyección liberadora… “dosmío, qué mieo”.
Miguel Ángel:
La Perdiz del Cuento: no está nada mal, me pongo en tus plumas.
La historia de Caperucita y el Cazador: bien Miguel Ángel, muy bien… “la pura realidad” de tan pura se convierte en “puta”… sí, la “puta realidad” de mucha gente…. ¿no va siendo hora que esta “pura sociedad” se encargue de educar, educar y educar para ser de una “puta vez” felices…? Très bien.
Ana:
Tu texto es impecable… el ritmo, las palabras, las ideas… una auténtica sinfonía de poesía y ternura. No se comerán la perdiz pero nadie puede ser infeliz al leer tu texto, fácilmente nos quedaremos con la boca abierta. Una vez más, Ana, puedes estar satisfecha de tu trabajo. Envidiable y encomiable… que vaya tomando nota algún editor por ahí… ¡Aquí hay tomate!!!
Ana, a tus escritos y a tus pies, reina del taller… Gracias.
Toñi:
Pues sí, así es la vida, muchas veces esos santos que andan disfrazados de casualidad y azar, juegan una mala pasada y ahí estás ¡con el culo al aire! Hay que llevar siempre los calzoncillos limpios por si acaso je…je. Toñi, me ha gustado mucho tu texto, muy bien escrito. Enhorabuena y gracias.
Bueno, por esta entrada seguiré haciendo la crítica, para la siguiente ya veré, que esto desgasta.
ResponderEliminarSOFÍA: Extraño alguna referencia que nos remita a alguna historia. En cuanto al ajuste a la tarea, en cuanto al desarrollo, sin peros.
IRIA: Necesitas una sobredosis de cine negro o drama :-) El romaticismo te puede. Pero eso es una opinión personal dicha desde el afecto, no una crítica.
FERNANDO: Un texto potente. La referencia en mi ignorancia se me escapa, pero no por ello pierde fuerza el texto.
ELENA:
Tú no puedes presentarte al concurso de microrrelato que convoca tu departamento ¿verdad? No me quito el sombrero porque no lo llevo dentro de casa, que si no...
ANA ISABEL: Precioso. Quizá vaya perdiendo un poco de fuerza por alargarse demasiado. Yo lo "versificaría" porque tiene rima y le quedaría bien.
TOÑI: La idea es buena, pero pienso que necesitas darle varias vueltas aún. Destacaría la contradicción de que mencionas que están realmente enamorados y se encuentra con su amante.
Salud y gracias por vuestros textos.
Ya no lo digo más veces, a mi Irazoki me va a durar para toda esta temporada. Mil gracias, y mil más. Miguel Ángel,estupendo, estupendo, estupendo.
ResponderEliminarMiguel Angel: desde luego me haces reir enormemente. Gracias compañero :=)
ResponderEliminarNico:
ResponderEliminarNo está nada mal la historia, la verdad que no, pero quizás la puliría un poquito, un par de lecturas atentas, acento aquí, giro allá. Pero bien, muy bien Nico… ahora solo falta que te estrenes en el taller.
Luis:
Muy bien Luis, en tu línea con los pies muy puestos en la tierra, sin irse por las ramas, lo más por el monte a cazar perdices que no las catan ni de narices… Pues eso, que bien.
Vicente:
Infeliz, sin perdiz pero con mucha nariz.
Antonia:
“Pero soñaban. Soñaban con lanzarse sobre la nieve blanda, comer masa frita con miel, sentir en la cara la brisa del lago en primavera, recoger a una amiga y contarse sus batallas hasta que, ya sin tiempo, se despidieran en la distancia con un “te mantendré informada”, dar los buenos días a los compañeros en la oficina, leer a Bradbury o escribir un cuento”.
Hay tantas veces que uno se metería en la cama y se quedaría soñando siempre… pero el sol, la luna, las estrellas… es tan lindo admirarlos sintiendo al aire acariciar la frente…
Muy buen trabajo Antonia. Si las cosas son muy simples.
Andrés:
Yo creo que si se hubiera lavado un poco y aseado no me cabe duda que ese campeón del mundo hubiera sido menos infeliz… se podía encontrar consigo mismo que creo es la mejor compañía con la que uno puede estar siempre que se eduque para pasar de tanta manipulación y convencionalismos… pero son cosas del guión, claro. Muy bien tu trabajo Andrés, enhorabuena.
Teresa:
Muy interesante tu princesa feminista y republicana, no comería perdices pero las fresas son muy ricas y tienen vitamina C. Muy bien Teresa, me ha gustado.
Dani:
Apuntas maneras… ¡vaya que si apuntas! Nos deleitaste ya con algunos de tus textos. Lo vuelves a hacer. Genial en fondo y forma. Es usted todo un “artista”. No lo dejes “pordios” sigue escribiendo, así de joven, apuntas maneras… ¡vaya que si apuntas! Enhorabuena y gracias.
Tina:
ResponderEliminar¡Que te echamos de menos!!!
Genial y duro dentro de la ternura que siempre impregnas tus escritos.
“Te escondes de la realidad a la que cada día abres las ventanas de tu vida, creyéndote feliz frente a los demás”
Interesante esta paradoja “escondido y abriendo las ventanas de la vida a la realidad”. Es importante sentirse feliz, aunque no lo sea uno… tal vez una mañana ese sueño que todos perseguimos se apiade y por fin nos deje felices con un plato de perdices calentitas. Por qué no esperar. Nunca es tarde si la dicha es buena… se decía por mi tierra… Precioso Tina, sigue deleitándonos con tus escritos.
Juanjo:
Bienvenido al blog, espero que nos regales en más ocasiones tus textos…
Me he visto de repente envuelto en la niebla en blanco y negro, sentado en una butaca destartalada, esa que me ataba muchas tardes cuando no me apetecía hacer deberes y me refugiaba en el cine de barrio de sesión continua… ¡Qué tiempos! (juventud, divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer… diría mi amigo Rubén Darío).
Que enhorabuena Juanjo, que disfrutes mucho de este taller y le saques muchos frutos. Gracias, sigue regalándonos bonitos textos…
Muchas gracias Marcé. He disfrutado mucho leyendo todos los relatos y poemas. Casi tanto como con vuestra presencia cada lunes.
ResponderEliminarGracias a ti amigo JJ Nieto... no estaría nada mal que se animara más gente con los comentarios... un "gracias" un "¡Qué bonito!" a quién no gusta... y cuesta tan poco...
EliminarDoblemente gracias, por tus gracias y por tu participación.
Venttini y Vicente
Juanjo: Bienvenido, y ya sabes si necesitas algo...un saludo.
ResponderEliminar(Continuación)
ResponderEliminarNICOLÁS: Muy visual, muy guionizado. Quizá demasiada profusión de detalles, sobre todo en la primera parte del texto. Tiene fuerza.
LUIS: Para mi le falta poda. Mucho detalle para un argumento breve. Le resta fuerza tanta descripción.
VICENTE: Muy hermoso en la primera parte y divertido en su tramo final. Veo como un giro a mitad del poema.
ANTONIA: Hermoso texto. Yo le veo un poso de esperanza.
ANDRÉS: En algunas cosas hasta me reflejo. Me gusta mucho la frase final, encierra una gran crítica. El resto quizá le falte un poco de reposo o un poco de extensión, no lo tengo claro.
TERESA: Para mi demasiado alegato y poca historia.
DANIEL: La historia me resulta algo confusa, empleas para mi demasiadas imégenes cambiantes, sin acabar de decidirte por una. Cuidado con el abuso del "que" y los adjetivos en exceso. Y con el sonido interno de las frases "presentes parecía percatarse de mi presencia".
TINA: Me gusta ese final.
JUANJO: Me gusta cómo hilas la historia. Sólo me chirría la aclaración de "a hurtadillas porque estaba prohibido".
Salud y gracias por vuestros textos.