Máscaras

El lunes pasado dedicamos la sesión a las máscaras en la literatura. Hablamos de Gastón Baquero y su espléndido poema "Memorial de un testigo", del libro Travelling de Luis Felipe Comendador, de Oliverio Girondo y su cóctel de personalidades y sobre todo de José Manuel Díez, autor del excelente libro Baile de máscaras, premio Hiperión de Poesía en 2013.




En la presentación que hicimos de Baile de máscaras en la librería Hydria afirmé lo siguiente:

"Este ejercicio de asomarse a la historia -llena de personajes notables y seres anónimos- para expropiar por un instante sus voces y sus vidas –como señala Manuel Rico en su crítica del libro en Babelia– lo hace de forma magistral José Manuel Díez [...]
Adentrarse en
Baile de máscaras es como adentrarse en un probador. José Manuel se va probando las máscaras de diferentes personajes, en un recorrido por la memoria de varios siglos, para asumir sus voces y llevarlas al poema. La expresión “ponerse en el papel” cobra aquí, por tanto, un doble sentido.
En ese recorrido cronológico, que va desde el año 1257 al 2011, el poeta ahonda en los diferentes personajes que marcan su itinerario de escritura -su línea del tiempo particular- para hablarnos de lo que fueron o de lo que pudieron ser. Muchos de esos sucesos son reales, otros son recreados o ficcionados por el poeta.
Hay en esa tarea de asumir otras voces una crítica muy personal sobre el mundo que nos oprime y nos rodea, sobre el individuo en medio de un gran baile colectivo donde cada cual lleva su propia máscara. Y en esa búsqueda de otra nueva identidad, en ese sueño de ser otro en otro cuerpo, José Manuel se nutre de un tono conversacional y de una primera persona impostada, la de cada personaje para encarnar mejor el papel.
El poeta deja a un lado su yo poético para mirar por otros ojos, que en realidad son los mismos pero ocultos tras la máscara. Veremos, al leer el libro, que predominan la segunda y la tercera persona, las que nos permiten acercarnos al otro con palabras distintas.
En ese marco, elaborado con retazos de historias, pensamientos y sentimientos, José Manuel reclama el protagonismo del hombre, de forma aislada, frente a una sociedad que se transforma cada día y que se pone mil máscaras. Le da voz a los sin voz y pone de relieve el valor que en muchas ocasiones la historia niega a los hombres, y en especial a la mujeres. Nos habla, en definitiva, del triunfo del individuo en esta gran mascarada que es la sociedad. Defiende la importancia de la duda y del asombro como forma de conocimiento de la realidad y la vida. Se pregunta una y otra vez por las cuestiones, sencillas o inabarcables, que desde siempre se ha formulado el ser humano [...]"

Dejamos aquí un botón de muestra:

LA JOVEN ELSA BROSNAN DEFIENDE SU BELLEZA LEGÍTIMA FRENTE AL ESPEJO DE UNA HABITACIÓN DE HOTEL (HILTON GARDEN INN. SAINT PAUL, 1985)

No soy la fea.
También soy la muchacha de ojos verdes
que recita a Tagore de memoria
y se desnuda a solas
frente a espejos que niegan la belleza legítima.
También soy la inocente, la que busca
respuesta en las canciones de Otis Redding,
en el cine de Chaplin,
en los largos paseos del brazo de una amiga.

No soy solo la fea.
También soy la muchacha imprevisible,
la que, mientras las otras deliberan
por tristes pretendientes,
baila con ademán, desparejada.
De entre todas, tal vez, soy la más dulce,
la más encantadora,
la que besa mejor a sus pocos amantes.

No soy solo la fea.
también soy la muchacha diferente,
la que a todo suspira,
la menos pudorosa en la alegría,
la que, mientras las otras se entretienen
con flores, con viajes o con joyas,
prefiere optimizar su desventura
de ensueños improbables
confeccionando versos, melodías
o postales anónimas desde Roma o San Gall.

Afortunadamente, no soy solo la fea.
También soy la muchacha virginal, la agraciada
con el don de ser libre, libre, libre.

Y tengo la sonrisa más bella de la Tierra.
Me lo ha dicho mi padre.

José Manuel Díez
Baile de máscaras


Propusimos como tarea escribir un texto, prosa o poesía, en la misma línea que los de José Manuel así que echamos a suertes diferentes contextos y acontecimientos sobre los que realizar el trabajo:

a) Yo estuve allí, el día en que Cristóbal Colón partió rumbo a América.
b) Yo estuve allí, el día en que Isaac Peral inventó su artilugio sumergible.
c) Yo estuve allí, el día en que Don Miguel de Unamuno pronunció su discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca frente a Millán Astray.
d) Yo estuve allí, en los últimos momentos de vida de Federico García Lorca.
e) Yo estuve allí, el día en que tembló Salamanca como consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755.
f) Yo estuve allí, el día en que Galileo compareció ante el Santo Oficio.
g) Yo estuve allí, el día en que el hombre pisaba por primer vez la luna.

Estos son algunos de los trabajos recibidos:


Con Pessoa
“Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo”
Fernando Pessoa



Allí estaba yo, turista en Lisboa disfrutando de un café.
Se estaba poniendo la tarde y me invadió esa sensación placentera
de cuando no esperas nada ni a nadie
ni nada de nadie…

Poco duró. Pues fui interrumpida por Pessoa,
un hombre de apariencia extraña,
con sombrero y capa
que, sin preguntar,
cogió una silla y se sentó a mi lado.

No reaccionó ante mi asombro y tan solo dijo
que su horóscopo le había contado
que un periódico había informado
que un juez había declarado
que una paloma mensajera había anunciado
que por estos tiempos que corrían,
había que fiarse solo de las apariencias.

Alba Bermejo
Grupo A


Tribunal de la Inquisición
12 de Abril de 1633

Seis días después de mi cumpleaños acompañé al maestro Galilei a comparecer ante el Tribunal Inquisidor. Fui como su lazarillo. Antes, para la celebración, habíamos comido rosquillas y queso de cabra en casa de mi familia, con una infusión de yerbas que lo habían reanimado. Estaba muy contrariado por el escándalo e intervenciones referidas a su último escrito. Un año atrás se advino la gran polémica por la publicación del “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, en donde él satirizaba la cosmogonía geocéntrica: “Tú has fijado la Tierra firme e inmóvil…”, decía uno de los dialogantes.
Fui un alumno, o más bien alumna del maestro Galileo. Para poder estudiar en la Universidad de Padua me disfracé de hombre, en complicidad con mi familia y la de él. Yo fui quien contestó a muchas de las últimas cartas venidas del Colegio Romano y del Santo Oficio interpelando al maestro. Él me dictaba algunas frases, que no abandonaría para defender la postura científica. Yo las atenuaba. Él ya estaba enfermo, cansado y casi ciego.
Ese mes de abril le obligaron a acudir desde Florencia hasta Roma, a pesar de su minusvalía física. La indignación de la Iglesia se había exacerbado porque Galileo además de ser acusado de violar la prohibición del 1616 (presentar prueba científicas de sus hipótesis) había escrito su obra en lengua vulgar, y no en latín, como se exigía para que estos escritos no llegaran directamente al hombre de la calle. Creo que gracias a esta trasgresión la visión general del mundo dejó de ser tan ingenua, aunque no fue suficiente para abrirse ante la ciencia sino hasta unos cuantos siglos después.
Las sesiones en el Tribunal fueron interminables. Hasta yo me sentía extenuada. Contestaba y defendía sus argumentos una y otra vez. Había fabricado un microscopio compuesto (en septiembre de 1624), decía: y eso le daba una visión exacta y comprobatoria de su teoría. Esto no contradecía las escrituras bíblicas. Galileo a veces se vencía ante las largas apelaciones y lecturas complejas de versículos bíblicos. Yo lo tenía que despertar, pero como si no se hubiera perdido de nada, respondía coherentemente a la pregunta final.
Por faltas probatorias de los comunicados que le advertían sobre la improcedente de sus escritos, ya como última instancia se le impuso abjurar de sus ideas, bajo amenaza de torturas. Sentí el temblor en su cuerpo en esos instantes. Estaba dispuesta a acompañarlo hasta la muerte ante su negación. Pero él abjuró y lo condenaron a prisión perpetua, aunque dándole la concesión de que fuera confinado en su propia casa. Sentí que el mundo se había salvado, no solo él. Sabía que continuaría a su lado escribiendo sus ideas en la estancia segura de su hogar.
Al levantarnos de los asientos, al mismo tiempo que sus jueces, el ruido de los pasos, el movimiento de sus pesados trajes, y los murmullos de su omnipotencia en el recinto, se confundieron con el eco de la última sentencia que le escuché al maestro: “Y, sin embargo, se mueve”… Se hizo un silencio repentino en la sala. Galileo Galilei continuó caminando, arrastrando sus pies con una mayor cojera, y muy apoyado en mí para lucir más ciego y más indefenso que antes.
En ese tiempo había una epidemia de peste en Italia. Morí antes de que pudiera tomar las notas de su sexta y última parte de los Discursos…

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Venceréis pero no convenceréis

Salamanca 12 de Octubre de 1936.En el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se celebra la fiesta de La Raza. Surge un altercado entre Millán Astray y Unamuno. Este hecho tuvo influencias, primero en Unamuno que fue destituido de su cargo como rector de la Universidad y en el resto de la sociedad, en pocos meses fue traducido y narrado por numerosos medios a, lo largo y ancho de Europa.
Esto ha sido utilizado a lo largo de los años para representar el triunfo de la inteligencia contra la fuerza.
22 de Noviembre de 2019.Severiano Delgado, presenta su libro sobre el Mito de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. ESTE ESTUDIO acaba de hacer añicos este mítico episodio después de más de 8 décadas.
El autor busca alzar a Unamuno en papel de valiente que se atreve a enfrentarse al infame militar.
Unamuno vivió confinado en su casa en resignada, desolada, desesperación y soledad. Y gran paradoja su féretro fue portado por falangistas.
Marzo de 2020.dialogo y no entendimiento entre nacionalistas y españoles.
Después de 84 años. Ese famoso suceso sigue vivo. Y el diálogo no lleva a ningún entendimiento.

Pepa Agustín
Grupo B


Lepanto

Yo vi Nafpaktos (aproximadamente),
y alguien dijo “es Lepanto, fuerte abierto
hacia el mar, Cervantes en tierras griegas.

Se alzó tu espíritu,
en estatua que nunca está a la altura,
sangre del Manco en las nubes
del atardecer de oro y agonía,
en éxtasis guerrero: “La más alta ocasión
que vieron los siglos”, escribirías.

Oigo los ecos del combate en silencio,
fulguraba tu alma, ardía,
nobleza y honor más tarde en el Quijote,
condensaste el honor en tu criatura,
que fallara la vida sería sólo
un accidente.

La tarde, decayendo, me habló de ti,
habías conquistado el dolor y la gloria,
y la esencia de los dioses,

Grecia te acogerá para siempre.
Dormitando soñé que era Ana Franca,
tu amante apasionada,
grumete disfrazada te curé las heridas,
a besos si hubiera podido
y el cirujano no me interrumpiera.
…”Ana”…”Ana”, en medio de la fiebre,
hubiera rescatado tu sangre en un cáliz.

Imagino que piensas:
“Te amaré como un loco,
el mar y tú sabréis mi gran secreto,
Te amaré más que a la gloria”.
No habrá un hombre como tú en mi vida,
no te canses, las vendas
no pueden sujetar tanto ardor, tanta sangre.

Y yo, Ana Franca, silenciaré a la fuerza
un amor imposible, que a las distancias
y que a los siglos venza”.

Emilia González
Grupo B


Galileo

Lo sé muy bien porque lo viví de cerca. No se me pregunte cómo puede ser, cada cual tiene sus secretos y si algo revelo ahora es tan solo por razón del encargo que se nos hizo en el taller el lunes pasado. Galileo Galilei no llegó a pronunciar la conocida frase; o no lo hizo al menos en el momento de serle leída la sentencia que le condenaba a prisión perpetua. El haber dicho entonces «Y sin embargo se mueve», hubiera supuesto un desafío al tribunal de cardenales de la Inquisición y eso no conducía a parte alguna.
Tengo escuchado su pesar: perdida ya la causa, lo que hizo fue abjurar de sus ideas conminado por el tribunal del Santo Oficio. Con ello se hizo acreedor a la clemencia papal, siéndole conmutada la pena de prisión perpetua por la de arresto domiciliario de por vida. Jamás trató de ocultarlo el maestro, limitándose a decir en su descargo que se había presentado en Roma enfermo, agotado, tras haber sido retenido durante más de cuarenta días en la Toscana por causa de la peste, que es algo así como el Covid 19 de nuestros días.
Se le permitió iniciar el cumplimiento de su pena como invitado de su amigo el arzobispo de Siena. Lo continuó después en su villa de Arcetri, que es de donde yo puedo contar. Allí el maestro ―yo fui testigo privilegiado―, continuó sus trabajos relativos a la nueva ciencia, que no dejaría hasta su muerte. No entraré en detalle, pero le ocuparon: el heliocentrismo por supuesto, la mecánica, las montañas de la luna, las nuevas estrellas que iba descubriendo con su mejorado telescopio, los satélites de Júpiter, las manchas del sol, la estructura del imán, argumentos para el fenómeno de las mareas, etc. Y ahí, en el etcétera, es donde quiero yo hacer hincapié.
Mentiría si dijese que el maestro y yo siempre estábamos en la tarea. Para él hubiera sido imposible dada su edad, así que de vez en cuando se concedía un descanso que también lo era para mí. Es cuando aprovechábamos para sentarnos en el diván, frente a su amada creación última, muy atento él pese a que ya por entonces había perdido la visión del ojo derecho.
Jamás quiso dar a conocer el resultado de su trabajo. «Imagínate, Marco» ―me dijo en una ocasión― «lo que necesitaban para crucificarme los jesuitas del Colegio Romano». Y a qué viene que recuerde esas palabras yo ahora, siglo XXI, en especial cuando juega el Real Madrid. Esas palabras, junto a las que pronunció ya en sus últimos días en tono profético: «¿Sabes qué me da por pensar, querido discípulo? Pues que esto no es mal invento; ya verás como andando el tiempo alguien acaba por resucitarlo. Lo mismo deciden llamarlo televisión».

Pascual Martín 
Grupo B


Carta hallada en el desván del número trece de la calle Compañía de Salamanca el ocho de agosto de mil novecientos tres por el eminente politólogo austriaco Dr. Thomas Würtz (padre)

Mi muy caro y querido Fernandín, hijo de mi alma:

Ante todo quisiera tu padre darte las gracias por tanta solicitud que me muestras, a través de tus largas epístolas, en estos días de cautiverio, en los que tantos amigos y familiares se han olvidado de mí por haber caído en desgracia. Ante todo decirte, ya que me lo vuelves a preguntar, que no me arrepiento de nada de lo que hice. Y sé que tú siempre estarás orgulloso de mí por tal motivo. ¡Ea! Que no todo el mundo puede ir diciendo por ahí que su padre le soltó un bofetón al general Murat después de hacerle una peineta y ciscarse en Bonaparte.
Aquí, en la cárcel, qué te voy a decir, no se está del todo bien. El lecho es duro, la comida escasa y frecuentemente pútrida, las ratas abundantes y hay un póster de Buster Keaton en la pared con una mirada venal que me descompone. Ya, yo tampoco sé quién es Buster Keaton, pero ahí está.
Me pides en tu último billete que te cuente una vez más cómo fue aquello del terremoto de Lisboa, que casi tira la torre de la catedral. Y como añades que lo necesitas para aderezar con detalles desconocidos por el vulgo tu tesis doctoral (por cierto, nada que objetar al título “Monumentos a punto de irse a la mierda que se salvaron in extremis”), intentaré hacer un ejercicio de memoria, siendo conciso y preciso en lo posible.
Mira, por entonces yo, que frisaba ya los ochenta años, tenía la costumbre de quedar a tomar unas tapas por la Rúa Mayor con Juan de Herrera, que por entonces tenía ya casi doscientos años más que yo, y con dos de los Churris, o sea, Joaquín y su sobrino Manuel de Churriguera, que era con los que tenía buena relación, porque bien sabes que con Alberto, el hermano de Joaquín, no tenía trato desde que se la lié parda con lo del amojonamiento de Villamayor, que eso ya te lo he contado muchas veces . El caso es que después de ponernos todos tibios de vino de Pitarra y hasta las orejas de chanfaina en el Brasilia, salimos a la calle los cuatro y nos pusimos a discutir sobre qué diantre hacer con la torre de la catedral, porque como el inútil de tu tío Pantaleón le hizo esa bestialidad de patio de campanas, que pesaba él solo más que toda la catedral junta, resulta que se estaba agrietando el fuste y era obvio que se iba a venir abajo en cuatro días. Juanito decía que lo mejor era entibar, mientras que los Churris eran partidarios de aligerar los vanos y reforzarla con arbotantes externos. Yo, por mi parte, y aunque lego en la materia, por aquello de meter baza y decir algo, me limitaba a decir que ninguna propuesta me parecía adecuada y que lo mejor era “remetella”. Pero cuando me inquirían qué quería decir con eso me callaba como un muerto porque ni yo mismo sabía qué podía querer decir. Total, que en llegando a la plaza de Anaya nos quedamos todos mirando la torre como embobados, y en estas se acercó un vecino de la calle Meléndez, que se llamaba Diego Torres Villarroel, que era primo segundo de una cuñada de tu abuela Goya, y nos dijo que nos pusiéramos en el medio de la plaza porque iba a haber un terremoto y donde estábamos nos podía caer una cornisa en la cabeza. Y como al tal Diego ya le teníamos por brujo de mucho atrás, corrimos todos, incluido él, al medio de la plaza. Y oye, fue quedarnos quietos y echarse la tierra toda un tembleque que no nos morimos del susto allí mismo de puro milagro. “Aunque para terremotos, dijo Diego, el de San Francisco, y si no al tiempo”. El caso es que en cuanto nos recuperamos del susto y se disipó la calima que había dejado en el aire el seísmo, pudimos ver con gran disgusto que el cimborrio de la catedral se había agrietado y que la torre se había inclinado, no tanto como la de Pisa pero sí lo suficiente como para temer su caída más pronto que tarde. Entonces fue cuando Joaquín dijo aquello de “¡me cago en todo lo que se menea, mi cimborrio!” (muy irreverente él, habida cuenta de que lo que se acababa de menear era la catedral), porque era él quien lo había diseñado, y enganchó a correr hasta perderse tras la puerta oeste de la seo, me imagino que para hacerse idea de la envergadura de la calamidad.
Luego, cuando nos quisimos enterar, ya se había congregado en la plaza un montón de gente, para ver asimismo la magnitud del desastre. Allí estaban Unamuno, el Lazarillo de Tormes, Carmen Martín Gaite, El Viti, y otros muchos vecinos del barrio. Incluso me pareció ver al “Cuco” Silvani, aquel que le metió un gol al Barcelona cuando el Salamanca disfrutaba de las mieles de la Primera División. Entonces empezaron otra vez a discutir Juan de Herrera y Manolo Churri sobre qué hacer ahora con la torre, porque si antes había que meterle mano, ahora ya ni te cuento. Juan decía que sin lugar a dudas había que “remetella” mientras que Manolo decía que no, que había que tirarla y levantar otra. Y como le preguntara yo a Juan que quería decir con eso de “remetella”, inmediatamente cambió de opinión, y por fin se puso de acuerdo con Manolo en que había que tirarla y hacer otra. Pero entonces fue cuando llegó otro vecino, un francés, que como buen francés nos caía a todos como una patada en la entrepierna, y se puso a decir que lo mejor era encadenar la torre, tensar las cadenas y luego recubrirlas para que no se vieran. Juan entonces se echó a reír y dijo como que “este tonto de Dios se cree que la torre es la tienda de Miramamolín en la batalla de la Navas de Tolosa”, y Manolo, siguiéndole la gracia, añadió que “muy bien, y además ponemos las cadenas en el escudo de la villa, como los navarros”, echándonos todos a reír de muy buena gana del gabacho; por bobo y por gabacho.
Pero hete aquí que estando en esas se presentó el arzobispo Fonseca, dando gritos y aspaventeando a diestro y siniestro, haciéndose hueco entre el gentío para ver con sus propios ojos el estado externo de la catedral, pues se acababa de levantar de la siesta y no se había enterado de nada. Y luego de lamentarse muy de veras por el estropicio, se apresuraron Juan, Manolo y el gabacho a darle su parecer sobre lo que hacer con la torre. El obispo, después de escucharles a todos con atención, se sacó un celular de entre los ropones y se alejó de la multitud para hablar con tranquilidad. A los pocos minutos volvió y dijo que acababa de hablar con Zurich y le habían dicho que el cimborrio se podía cambiar porque lo cubría el seguro pero que la torre no, ya que los cuerpos bajos, al ser de la catedral vieja, no estaban asegurados, porque solo estaba asegurada la catedral nueva. Y por tanto, había que optar por lo más económico, o sea, que se había de hacer lo que decía el gabacho, un tal Devretón, que no tiene nada que ver con Bretón, el hijo de la portera. Luego el obispo se encaró con otro vecino, un lusitano fetén que se llamaba Mariquelo y que no dejaba de mirar a Su Reverendísima con cara de susto, y le dijo que subiera a la torre a dar gracias a Dios porque el templo, a fin de cuentas, no se había venido abajo. Al hombre no pareció gustarle la idea, pero claro, si te lo pide un arzobispo, tú me dirás qué vas a hacer.
En fin, que este es el relato verídico de los hechos, hijo mío. Espero que le sirva de empujoncito a tu tesis doctoral para que le otorguen el “cum laude”.
Nada más te digo por esta vez. No me canso de pedirte que reces por mí y que te alejes como de la peste de toda esa francesonería masona que Dios condene al infierno.
Dales un beso en la frente a tu madre y a cada una de tus trece hermanas, y diles que las quiero muchísimo, a casi todas por igual.
Un abrazo de tu padre,

Faustino.

PD: Te ruego que no me vuelvas a hablar más en tus cartas del “procés”. Ya me carga.

Óscar Martín 
Grupo A


Venerado Padre Brandissi, Colegio Jesuita de Roma

¡Al fin triunfó la justicia! Costoso ha sido convencer a los envidiosos dominicos del Santo Oficio, pero han tenido que reconocer la contundencia de los argumentos que la Orden siempre ha defendido. ¡Aunque con menos dureza de la que prometió el Santo Padre, el blasfemo Galileo Galilei ha sido castigado!
La pena se ha reducido a una liviana prisión en sus propios aposentos, pero, al menos, la prohibición de redactar nuevos ensayos y libros deja a la Verdad alejada de su herética pluma. Aunque en su alegato volvió a repetir su cantinela de que “el libro de la Naturaleza está escrito con el lenguaje de las Matemáticas”, acabó postrado de rodillas delante del tribunal, renegando de sus execrables teorías que se oponen al Orden Natural y a las Sagradas Escrituras.
Como usted bien sabrá, yo mismo sufrí el escarnio y la maledicencia de Galilei cuando publiqué mi Libra astronómica donde, con toda claridad y certidumbre, se demostraba la falsedad del sistema heliocéntrico. Catorce años he tenido que esperar para ver mi honor reparado y mi doctrina reconocida. ¡Dios sea loado y que caiga sobre el hereje pisano la furia divina!
Se han ido propalando rumores de que el reo se mantuvo altivo hasta el final y que después de la apostasía, se atrevió a pronunciar un desafiante “eppur si muove”. Desentiéndase, Padre carísimo, de esa invención. Me hallaba yo a solo unas varas del ignaro y juro por las llagas de Nuestro Señor que ninguna palabra salió de su boca después de la abjuración. Y que si sus labios se entreabrieron fue para emitir un lastimoso quejido. En su rostro se adivinaba el dolor con que la postración le laceraba las rodillas, pero me atrevo a asegurar que el lamento provenía de más adentro y que no era ajeno al resquemor de su orgullo malherido.
Demos gracias al Señor Todopoderoso que, por mor del empuje de la bendita Orden Jesuita, la Verdad haya sido restablecida por los siglos de los siglos.
Que el Altísimo infunda paciencia y sabiduría a Su Ilustrísima.

Roma a 24 de junio de 1633.

Orazio Grassi, jesuita. AMDG

Pepe Lorenzo
Grupo B


El terremoto
llegó de Portugal
torre inclinada

Hubo un temblor
ascensión a la torre
del Mariquelo

Alfredo Domínguez
Grupo B



En la luna

Hoy 20 de julio de 1994, Neil  Armstrong, Michael Collins, Buzz Aldrin y yo terminamos de dar  una rueda de prensa para  festejar el 25 aniversario del primer alunizaje con el Apolo XI. Cada uno de nosotros relató episodios de su particular vivencia. Armstrong se mostró dubitativo, parco en palabras, generalmente refugiado en sus pensamientos. Él nunca pretendió  protagonismo. Ha relatado una vez más que fue el azar el que dispuso que él fuera el primero que pisara el yermo suelo lunar. Por cuestiones prácticas y de la posición en que estaban sentados en la capsula y la dirección que abría la puerta, él descendió lentamente y sin realizar alardes de la acción. Posteriormente le siguió Aldrin, más  seguro de sí mismo, alegre, satisfecho por  la hazaña, con pisadas más firmes. Collins y yo dentro de la nave observando el vasto paisaje de  colinas sin estrellas, con reflejos deslumbrantes y en ese paraje el lento movimiento de nuestros compañeros que semejaban dos enormes batracios.
Me asombró su firmeza entre tanta desolación.  Realizaron  la  misión con eficacia recogiendo con rigor  muestras del suelo y colocando la bandera norteamericana que ondeó con ostentación. Cada minuto de aquel hito era sobrenatural. Su repercusión y trascendencia para la humanidad era directamente  proporcional al sentimiento de grandeza que anidaba dentro de nosotros mismos. Y todos estos  fascinantes entresijos fueron recordados hoy por todos nosotros una vez más. Ya que finalizada  la histórica misión cada uno siguió su propio camino y  hemos coincidido muy pocas veces, hoy ha sido una de ellas y esta rueda de  prensa ha servido para limar asperezas que surgieron  de aquel gran desafío de la Humanidad.

M. Pilar Sánchez
Grupo B


Tiemblan las piedras

El sábado 1 de Noviembre de 1.755 nunca se irá de mi memoria. Eran poco más de las nueve de la mañana cuando empecé a sentir una angustia indescriptible que poco a poco se iba apoderando de mí. Yo me encontraba ayudando a mi padre en labores de carpintería, se había atascado una de las puertas de la Sacristía, era una ardua tarea, pues esa puerta podría llegar a pesar alrededor de una tonelada. Aquella mañana, como todas, aparecía por la puerta principal de la Catedral, la muchacha más linda de toda la ciudad de Salamanca. Me quedaba ensimismado mirándola mientras ella, con caminar lento, se acercaba al banco de siempre, se arrodillaba, y con las palmas de sus manos juntas y en actitud meditativa, comenzaba sus rezos. Me había enamorado locamente de ella; a veces, nuestras miradas se cruzaban y entonces era como si un rayo de luz me atravesara todo el cuerpo y me inundara de paz. Ese día, festividad de Todos los Santos, me encontraba cerca de ella, ensimismado, como siempre, cuando un terrible estruendo se dejó oir por todo el recinto de la Catedral; desde ese momento empezó el caos, nadie imaginaba que podría ser ese horrible ruido. A los pocos minutos empezaron a entrar en la Catedral, riadas de gentes con los rostros desencajados, despavoridos, gritando. Nadie sabía nada, el caos y la confusión inundaba el ambiente. Empezaron a resquebrajarse las columnas y una gran nube de polvo se desparramó por todo el recinto. Quise ir hacia mi enamorada intentando ponerla a salvo, pero había desaparecido. No la pude encontrar. Mis ojos se humedecieron por la tristeza, qué le habría pasado, dónde estaría.
Después de varios minutos, cesó el ruido. Poco a poco fuimos saliendo de la Catedral, el panorama que vimos fue desolador, las calles estaban llenas de escombros, casas derruídas, árboles tronchados. Pero ocurrió el milagro, no hubo ninguna víctima. Yo traté de encontrar entre las gentes a la chica de mis sueños, pero no la volví a ver.
Horas después, nos enteramos que había sido un gran terremoto procedente del Atlántico y que había arrasado toda la ciudad de Lisboa, allí sí hubo víctimas, no tuvieron tanta suerte. En Salamanca, la torre de la Catedral sufrió una inclinación y para evitar que se desplomara, hubo que reforzarla por una de sus caras.
Yo vivía con mi familia dentro de la Catedral, éramos los encargados del mantenimiento de la misma, Mariquelos nos llamaban, no se muy bien de donde venía ese nombre, mi padre nunca me lo dijo. El Cabildo catedralicio nos encargó subir a la torre todos los años por esa fecha para dar gracias a Dios por haber salvado a los salmantinos y pedir que ese terrible suceso no se repitiera.
Yo era el hijo mayor de la familia de los Mariquelos y, la primera subida a la Torre, después del terremoto, me tocó realizarla. Era un acontecimiento bastante importante y me hacía feliz, pero tenía algo de miedo, era la primera vez y no sabía si lo lograría. Cuando estaba en lo alto de la Torre y a punto de tocar las campanas, la ví, estaba allí, entre la gente, sus ojos me miraban, una sensación de embriaguez recorrió mi cuerpo, dejando de ser mío por unos instantes, hasta que un escalofrío me despertó mientras caía al vacío.

María Dolores Marcos
Grupo A


El viaje

Cada vez que voy a salir de viaje ordeno mis cosas, como si esa travesía me fuese a llevar por el camino seguro de la muerte. Se despierta en mí un afán de facilitar a los demás el arreglo y significación de lo que me pertenece. Acomodo mi cuarto, mi ropa, mis prendas, mis libros y, por supuesto, los papeles. Dejo en la gaveta del escritorio y en la mesa de noche el dinero que reuní los días previos. También guardo allí, entre otros, recuerdos que he atesorado desde la infancia de mis hijos: tarjetas, dibujos, juguetes en miniatura (que siempre me han gustado). También algunas fotografías viejas de carnet o pasaporte, que incluyen dos imágenes sepia de mis padres, cuando aún se tenían algún aprecio. Tengo además marcalibros escritos con palabras de fuego por amigos entrañables, y hasta un pequeño visor que en el fondo proyecta una diminuta escena de un día de circo en familia: la lupa vivifica la imagen cuando la observo. Cada objeto, útil o no, que dejo en esos escondites de madera, rebozados de memorias, quizás guarden una intención: dejar claves para crear una historia imaginada, tal como las que escribí sobre mis abuelos o mi madre, después que partieron.
Pienso que morir debe ser un paseo interminable por los mismos lugares que has habitado: Eternamente permaneces en un limbo, que a la vez gira en torno a lo que fue tu huella en el tiempo. De alguna manera, puedes acomodar a tu antojo el curso de los acontecimientos que hubieses querido cambiar en algún momento. Es como estar jugando a ser un director de cine que se antoja en crear varias versiones de la misma película. Y todo para llegar al mismo punto: la muerte.
Por ahora me ocupo de dejar todo en orden. Dejar una llama en mi ausencia. Velar porque el centro de mi existencia siga encendido. Cuando regrese del viaje, mi vida seguirá en ese lugar, sembrada de recuerdos, fantasías, sucesos, giros y emociones. Y esa llama se avivará aún más cuando la muerte se haga presente, dejando una marca, una historia, un legado. Luego, en la infinita soledad podré cambiar a voluntad los diferentes destinos de mi viaje, forjando un tiempo de espera que me reunirá con los que aspiro serán mis futuros compañeros de juego.

Carmen Elena Ochoa Pacheco
Grupo A


Crónica de un suceso, I-XI-1755

Mi nombre es Diego Tadeo González, nací en Ciudad Rodrigo en 1733 y actualmente estudio Gramática, Filosofía y Teología en la Universidad de Salamanca.
El día uno de noviembre de 1755, día de todos los santos asistía yo a misa mayor en la catedral; al finalizar el “gloria in excelsis”, repentinamente se movió todo el pavimento, columnas y bóvedas, crujiendo el suelo y agrietándose las paredes. El suelo no paraba de moverse, la gente corría, se caían y se pisaban entre sí, locos por encontrar la salida. Entré en pánico y salí corriendo como pude hasta la plaza. Una vez fuera, me sosegué y comencé a mirar a mí alrededor, por si fuese necesaria mi ayuda. El suelo continuó moviéndose durante unos minutos que me parecieron siglos, pero me tranquilicé al ver que la torre no se caía y no se veían heridos de consideración.
Junto a un grupo de paisanos hice un recorrido para valorar los daños y si era necesaria nuestra ayuda. El palacio del obispo estaba dañado, pero no demasiado. Al otro lado de la plaza, el colegio mayor S. Bartolomé o “colegio viejo” sí había sufrido bastante; en la espadaña que corona el colegio se había quebrado una piedra de cinco pies, cayendo un trozo hacia dentro y otro hacia fuera sin herir a nadie; de todas formas hubo que derruirlo. En su lugar, cinco años después se comenzaría a construir el palacio de Anaya. También estaba dañada la linterna de la cúpula de la iglesia de la Clerecía.
Volví a la catedral cuando el temblor había cesado y pude observar el deterioro que había sufrido el claustro de la catedral vieja. Al volver a la nueva se veían grietas en su primoroso crucero, que a posteriori hubo que apuntalar desde el pavimento hasta el remate, evitando su desplome. También se tuvo que desmantelar la cúpula del cimborrio, para volverla a levantar posteriormente.
En la torre, la aguja donde se fija la veleta se había doblado, y profundas grietas verticales recorrían toda su estructura, hasta llegar al cuerpo de las campanas. Se consideró la posibilidad de derribarla ante el riesgo de desplome. Al final la solución vino de la mano del ingeniero francés Baltasar Devreton: instalar unas cinchas a base de cadenas metálicas y contrafuertes de piedra, y en el interior vigas de madera. Las obras duraron dieciséis años, pero se salvó la torre de la Catedral Nueva.
A partir de entonces la familia de los campaneros apodados “Mariquelos” quedó encargada de vigilar los desperfectos, subiendo hasta la torre de campanas y por fuera hasta la veleta.
A partir de aquel aciago momento, el pensamiento europeo comenzó a experimentar un cambio, de forma que se empiezan a estudiar los terremotos como explosiones subterráneas y no como un castigo divino; aunque todavía hubo algún escrito curioso como el de los protestantes de Londres que lo atribuyen al repudio de Dios contra los portugueses por su veneración a la Virgen María o como una condena divina por los abusos de la Inquisición.

José Luis Fonseca
Grupo A


Máscaras

Paseo por el pueblo de Lorca leyendo unos versos de Poeta en Nueva York.
Me saluda el lechero y el panadero que justo van a dejar el pan y la leche en la puerta donde vive Federico.
- La mujer gorda paseaba desnuda...- releí
¡Que versos mas hermosos!
Belleza poética en cada verso.
Aparece su madre con cara de agotamiento y desesperación.
- ¡ Han encerrado a Federico! ¡Lo acusan de traidor!! Lo han trasladado al Gobierno Civil la cárcel improvisada del pueblo de Víznar.
Allí se encontraba junto a otros detenidos.
La madrugada del 18 de Agosto del 36 a las 4,45 de la madrugada fusilaron a Federico.
Pude ver a su madre rota de dolor, y a su familia.
Me trasladé en el tiempo para poder visualizarlo y darlo de conocer al mundo.
El cuerpo nunca apareció y nunca se recuperó. Entre mis manos tengo "bodas de sangre".
Desde la primera página, lo he imaginado.
Aún perdura su esencia y belleza como persona.

Iria Costa
Grupo B

2 comentarios:

  1. Oscar genial tu texto.No he parado de reirme. Enhorabuena

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  2. Cierto, cómo siempre te superas a tí mismo. El rest

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