III Certamen de Escritura Creativa

Nota importante: 

Algunos de los textos que forman parte de este Certamen de Escritura superan el número de palabras que se marcaban como condición indispensable en las bases (400). Así nos lo ha hecho saber un compañero del taller que los ha leído con atención y rigor.
Este no es un Certamen Oficial por tanto hemos considerado que sería injusto después del gran esfuerzo que habéis tenido que realizar dejarlos fuera de concurso. Sé también que hay quien ha tenido que recortar su texto para ajustarse a las bases y que ha sido un gran sacrificio prescindir de esas palabras extras que hubieran conformado un trabajo de mayor calidad. También hay quien ha manifestado que no le gusta el carácter competitivo de los concursos. Insistimos en que aquí no hay competencia ninguna. Se trata de un proyecto compartido de escritura y lectura cuyo único objetivo es participar de forma activa en el taller y ocupar estas horas de confinamiento. Recordad que el premio es simbólico, una aplauso de reconocimiento.
A todos os pido comprensión. 
Por esta vez vamos a considerar los 27 textos que figuran a continuación válidos. El último queda fuera de concurso por expreso deseo de la autora. Así que podéis hacer vuestra valoración sobre los que más os gusten sin tener en cuenta su extensión.
Para sucesivos concursos seremos más rigurosos e implacables. ;-) 


Texto 1
La familia


Cuando Luciano Spatulla cayó al suelo aún no estaba muerto. Ni siquiera pudo darse cuenta de la imagen hermosa que el rojo de su sangre dibujaba sobre el blanco de la nieve. Tenía las gafas rotas y las manos cerradas en un claro gesto de dolor. Olía a cobre y a pólvora. Su ejecutor se acercó con cautela para comprobar si todavía respiraba. Notó el cañón de la pistola presionando su occipital. Y en ese instante tuvo la certeza de que quien traiciona a la familia... muere.


Texto 2
Rodina (familia)



Toda la familia está en el gran salón. Antonio, el abuelo, lee el periódico en su sillón cerca de la chimenea. Su pelo y barba blancos se iluminan con la luz parpadeante de las llamas. Delante de él, sentados en el suelo, están jugando Jorge y Alicia. Sara, la madre, está acabando de poner el árbol de navidad ayudada por su marido. Cuando apaga la lámpara del techo, y enciende las luces multicolores del árbol, el abuelo y los niños dejan sus actividades y aplauden con semblantes de júbilo mientras Sara y su marido, Mario, se miran sonrientes. Todas las caras irradian alegría y felicidad.
Más tarde Mario desconecta las luces del árbol y todos desaparecen para subir a los dormitorios que están en el primer piso y las ventanas se van iluminando paulatinamente. Cuando la luz se desvanece de todas ellas Jaroslav se baja del escalón en el que se había subido para poder ver por encima de la valla lo que ha sucedido en la casa y se dirige a la modesta pensión en la que vive.
Cada día después de su trabajo en la fábrica Jaroslav acostumbra a ir por las mismas calles y hace varios meses el resplandor de esta casa le había llamado la atención. La curiosidad le hizo asomarse para mirar. Desde entonces ni una sola noche había dejado de observar a esta familia a través de los grandes ventanales. Se imaginaba a sí mismo en una bonita casa rodeado por su familia. Una familia y una casa que no tenía en Chequia, su tierra.
Los habitantes de la vivienda ya le resultaban familiares, se había acostumbrado a ellos, a sus caras, gestos, posturas y se identificaba con el marido, imaginándose que era él mismo. Al principio asignó mentalmente nombres checos a todos, pero pronto cambió de opinión y les puso nombres españoles.
La ilusión por tener en el futuro una casa propia, una mujer e hijos, le hacía llevadero el paso de los días de soledad alejado de su tierra, el duro trabajo y las penurias económicas.
En la pensión, ocultándoselo a la patrona, para que no le subiera el precio semanal de la habitación, que le resultaba gravoso, calentaba su escasa cena en un infiernillo eléctrico que después escondía debajo de la cama. Después de cenar tachaba en un calendario colgado en la pared los días que pasaban y calculaba los que le quedaban para regresar a su patria con ahorros suficientes para cumplir sus sueños. Se acostaba y pensaba en la familia que veía cada día y se imaginaba en su propia casa rodeado de esposa e hijos.


Texto 3
Que viene la familia


Al ver el título con mayúscula, me vino a la mente la FAMILIA REAL.
Claro, hablar de la FAMILIA REAL, es como hablar de la familia Addams o de la familia Frankenstein, por cada miembro se pueden hacer por lo menos 100 películas, todo ello en Netflix por supuesto, pero no les voy hacer propaganda que para eso están las revistas del llamado corazón, Hola, Semana, los fiscales o los inspectores de hacienda, cuando les dejen intervenir.
“La Familia”, aquí el que manda es el patriarca familiar, el llamado “capo”, al mejor estilo siciliano, compra a las personas y sus voluntades, bien sean miembros del clan, de la policía o de los jueces, todos los negocios donde se gane dinero controlados, que hay que repartir.
La Familia, para un catalán, catalán, es la “Sagrada”. Aquí en este territorio, las normas son otras, el primogénito hereda todo, no es de extrañar que los hermanos que vayan detrás, esté deseando le ocurra un accidente.
La familia, para mí, es mí familia, la que tenemos de descendencia del padre y de la madre, con todos sus tíos, sus primos, sus abuelos, con los que hemos convivido y crecido desde pequeños en nuestro pueblo, donde asistíamos a los nacimientos, a las comuniones, a las bodas, a las matanzas; donde sentíamos de verdad cuando fallecía algún miembro.
“La otra familia”, la que heredas cuando te casas, que no la conoces de nada, puedes tener suerte o no. Empiezas conociéndola el primer año de casado cuando llega la Navidad, aparecen a cenar veintitantos o más, y la única que sabía los que iban a ir era tu mujer, que llevaba encerrada en la cocina todo el día cocinando y no te había dicho nada para que no te asustaras. Todos a mesa puesta, sin aportar nada, solo mucha hambre y mucha sed. Cuando se van, pasada media noche, parece que ha pasado Atila con todo su ejercito tres veces. La empresa donde trabajaba, nos solía dar una cesta de navidad muy completa, no sé quién les facilitó la relación de lo enviado, que ese año no quedo nada, de nada, por decir dos cosas como muestra, el whisky de 12 años, lo quedaron con 2 días, a la ginebra la quitaron hasta la pegatina, parecía la botella del agua, del queso y del lomo, mejor ni hablar.


Texto 4
La historia se repite


“¿Te acuerdas de las tardes bajo los guindos?” Fue la única frase con sentido que escuché de sus labios, a parte del grito sofocado de “me muero”, que repetía cada vez que recobraba la consciencia. Estaba en la cama del hospital con la sola compañía de uno de sus nietos, que se apiadó y no se separó hasta el final. Mi tía Julia no era una persona especialmente apreciada por los suyos, y ella fue la principal responsable, no porque no les hubiese querido, sino porque no supo cómo hacerlo.
Tuvo tres hijos, aunque uno de ellos, gemelo, murió a los pocos días de nacer. Era el tiempo de la posguerra y las penalidades para su crianza fueron duras, más aún siendo madre soltera en un pequeño pueblo. Los cuidó y los protegió de la misma forma que lo habían hecho con ella sus padres, trabajando y haciéndoles trabajar al máximo para sobrevivir.
A sus 94 años se encontró sola y así acabó. María, su primogénita, había emigrado a Alemania en los años 60 y no se ocupó de ella durante su vejez ni tampoco acudió a sus días postreros. Fernando, su hijo, vivía a menos de 40 km del hospital, pero no hizo ni siquiera la intención de acercarse a verla, claro que tampoco lo había hecho los años que estuvo en ingresada, por orden judicial, en la residencia de ancianos cercana.
Durante el funeral, al que acudí en representación de mi familia, todo eran lamentos y nostalgias, desconsuelos y sufrimientos por esa madre, hermana o abuela que ya no estaba. Mi capacidad de asombro se desbordó cuando contaron lo preocupados que habían estado todos por su bienestar y la tristeza por no haber estado con ella en el momento de su fallecimiento, un final anunciadísimo desde hacía semanas. En ese instante pensé que la historia se repetía, que esas mismas palabras e idéntica actitud fueron las que tuvo Julia respecto a sus padres a quienes también abandonó a su suerte cuando ya eran ancianos y por los que decía penar mucho.
Cincuenta años antes nos reuníamos todos en la huerta de los abuelos -padres, hijos, tíos, primos…- para pasar las tardes de verano: merendábamos, jugábamos, o simplemente estábamos juntos. Era el recuerdo más bonito que tenía Julia de su vida y al que recurrió a la hora de su muerte.


Texto 5
El nuevo mundo


Han bajado tumultuosamente por la escalera. El niño, que ha sido el primero en alcanzar el portal, se detiene ante la puerta acristalada. Toda la familia se arremolina junto a él.
–Dejadme salir el primero –reclama el abuelo abriéndose paso a codazos.
–Mejor. Es quién menos tiene que perder –apunta el niño.
–¡Óscar!, un poco de respeto a tu abuelo –le riñe la madre.
El anciano se asoma a la calle con mucho sigilo. Luego agarrándose a las jambas de la puerta saca medio cuerpo. Mira a un lado y a otro.
–Yo diría que todo está igual –sostiene inseguro.
–Vamos, abu, sal de una vez –le increpa la nieta.
Saca una pierna y con mucha desconfianza, comienza a bajar lentamente el pie hasta posar el zapato sobre la baldosa.
–Venga, padre, que no es el primer paseo por la luna.
–¡Parece firme!­ –Levanta el pie y mira si la huella quedó marcada en el suelo.
Al fin sale a la calle y da unos saltitos cortos, como si anduviera sobre fuego. Los demás miran con aprensión, temen que algo inusitado y repentino pudiera sucederle.
–¡Animaos! –les estimula el valiente–­. Huele bien y han brotado las hojas en los árboles
–¿Qué es un árbol? ­–pregunta Óscar.
–¡Este niño es idiota! –protesta su hermana.
–¿Cómo te encuentras, padre? –interroga al explorador.
–Respiro con normalidad. No noto molestia alguna. Siento el sol calentando mi piel… ¡Sí! Yo diría que todo está como antes.
–Lo mismo se está disolviendo por dentro y no se entera –murmura la chica.
–¡María! No digas eso ni en broma –le riñe la madre elevando un dedo amenazador.
El aventurero gira sobre sí mismo y, más confiado, se atreve a otear la avenida.
–¡Anímate, Paco, que no hay peligro! –exclama, volviéndose hacia a su hijo.
Éste se ha colocado en el umbral cuando comienza a oírse el ruido de un motor. –¡El ejército! –grita la madre aterrorizada.
Todos vuelven corriendo hacia las profundidades del portal excepto el abuelo que se ha quedado petrificado. El coche pasa.
–Todo tranquilo ­–masculla el anciano recuperándose del susto.
Se asoman por la puerta, cuatro cabezas que parecen surgidas del muro.
–Loli, ¿lo intento? –duda el padre–. No me gustaría dejaros solos en este mundo.
–Dale, Paco –contesta su mujer con displicencia–. Las autoridades han dicho que podemos salir, que se ha acabado el confinamiento.

Texto 6 
En clave de FA

Mamá se fue llevándose su “m”. El resto de las letras y nosotros, nos sumimos en una profunda tristeza. Hubo incluso momentos en los que ambos perdimos el sentido de la palabra “Familia “. Por un instante, olvidamos que mi Madre había sido costurera, ignorando que había hilado de forma magistral ese ”invisible cordón umbilical “que nos uniría inexorablemente a todos para siempre: su Amor.
Todavía hay días que puedo adivinar su risa cantando en clave de Fa en algún rincón del salón alegrándome el alma. Otras, vuelvo a tener cinco años escondiéndome debajo de su cama las tardes soporíferas de aquellos veranos. ..Y hoy, será la primavera o la nostalgia de la libertad, pero presiento que elegí esta familia, y para ser honesta, creo que elegí bien, muy bien.


Texto 7
Otra familia, diez minutos


Pondicherry, estado Tamil, Sur de la India. Imaginemos la más humilde de las callejuelas, gente descalza, suciedad que todo lo llena.
La mujer ―sesenta años digamos―, bajita, ojos negro azabache, tez cobriza, se dispone a entrar en su casa. Llega el turista curiosón. Él no sabe tamil, la del sari floreado jamás habrá oído hablar español, pero… «Namaste, namaste», sonríe juntando las manos por delante de su rostro. Pasan adentro.
Una estancia mísera, cuatro por tres metros. Comedor y a la vez cocina; y aseo lo más probable, porque está esa cortina en el rincón del fondo. Un hombre sentado en el suelo, comiendo, descalzo, ofrece al recién llegado sitio junto a él. El turista se descalza con respeto pero la mujer le retiene del brazo y no le permite ir hasta el hombre, que insiste no obstante. La mujer insiste más y acaba ganando la porfía; en la India también es así.
La mujer lleva al turista al dormitorio, y el lector sensato ya entiende que no ha de pensar atravesado. La habitación mide los mismos cuatro metros por dos y en ella cabe un par de camas bajas. Y una silla de madera, patas muy cortas, la única en toda la casa. La mujer la coloca junto a su marido. Ahora ya puede sentarse el forastero; en la silla. El turista prefiere cercanía y se sienta en el suelo.
El hombre le ofrece un envuelto mínimo de hojas de plátano, se nota caliente. Contiene unas cucharadas de arroz. Aunque el turista ya almorzó, por nada del mundo renunciaría a ese manjar. Será la comida de la mujer y no habrá más en la casa pero a ella le está alimentando verle comerse el arroz; con los dedos, por supuesto.
Tiranías del reloj, diez minutos. Y aun así, no faltará la bronca del guía. Queda ya solo conseguir que la pareja le acepte unos pocos dólares, para ellos un capital. El turista paliducho también sabe ponerse cabezón y termina por conseguirlo. Tiernos abrazos en la despedida. Solo diez minutos perteneciendo a la familia, pero… «Ganas de liarse a besos con ellos», pondrá luego en su álbum de fotos recordando aquella armonía.
Esa experiencia, no vivirá el turista lo suficiente para olvidarla. Hombre, podría borrársele de la memoria, pero sería únicamente por deterioro. Y llegados a ese punto, a lo peor ya no merece la pena seguirle perteneciendo al mundo.


Texto 8
Verano


Acaban de bajarse del coche. Los niños saldrán eufóricos porque se pasaron el viaje durmiendo, pero a ellos el cansancio se les empieza a notar. Nadie ha dicho nada en la última hora de silencio, de el silencio del sueño, de el del hastío. Ya ni siquiera vendrán escuchando una radio que suena de fondo con un programa de flamenco, un género que les gusta a ambos; a ella porque siempre le gustó la música y quiso dedicarse a ello, a él, porque le resulta exótico. El suelo es de grava fina y una polvareda desagradable que acaban de levantar cuatro diminutos piececitos, les molesta, sobre todo a ella, que siempre odió el polvo de los caminos cuando viajaba con sus padres en aquel coche pequeño y sin aire acondicionado, cuando tenían que abrir las ventanas para combatir el calor.
Nadie se atreve a hablar, a hacer valoraciones. El bochorno aumenta el temor al riesgo de que todo estalle y vuelvan los gritos. Se oyen gritos de fondo, pero estos son los de los niños, que exploran. Eso les salva y los distiende. Pero las valoraciones vendrán más tarde, ahora los pequeños solo quieren estirar las piernas. No parece haber un alma; supongo que es porque es la hora de la siesta, dirá ella. O porque aquí no vive nadie, dirá él, cuatro viejos.
Él, que se fue huyendo del cosmopolitismo urbanita de una ciudad de varios millones de habitantes, donde la mayor parte del tiempo se respiraba gris, se veía gris, se tocaba húmedo. Él, al que el clima isleño le sedujo y él la sedujo a ella con su forma de ver las cosas, con la forma de agradecer la vida cada vez que se ponía una botella de oxígeno y se perdía durante un par de horas bajo el mar, con su sonrisa de niño pequeño al relatar que había visto un pulpo, una morena, o algún banco de túnidos. Él, que se adaptó bien a rebajar las pulsaciones, mucho mejor incluso que ella.
Mamá, quiero ver dibujitos. Este sitio es un rollo.
Pero si acabas de llegar y aún no has salido a la calle.
Ya, pero es un rollo.
Mamá, tambén yo ero ver bibujitos.


Texto 9
El emigrante


Apenas conté veinte personas, incluidos el cura y los dos monaguillos. El frío era helador, no acerté con las medias, por no deshacer la maleta me estoy quedando tiesa. Primero fueron puñados, le siguieron paladas, el ruido de la tierra al chocar contra el féretro fue profundo, seco, sin eco. Mi padre ya está bajo tierra. Espero que la herencia merezca la pena.
Desde el balcón del despacho las vistas eran impresionantes, las montañas nevadas rodeaban un extenso lago. No es mal sitio para vivir. El notario abrió la puerta, mi móvil comenzó a vibrar en mi bolso, no le hice caso, volvió a vibrar. Abrí mi bolso y leí la pantalla «Papá. 3 llamadas perdidas».
Firmé la aceptación de la herencia, puse sobre la mesa la tarjeta de mi abogado en España. El teléfono cobró vida de nuevo, contesté.
—Sí, estoy bien,…en dos días estaré en casa. ¿Tú estás bien papá?...dale un beso a mamá, os quiero.
A través de la ventanilla del avión contemplé el hermoso lago custodiado por las altas cumbres nevadas, parecía una postal, como esas que nunca recibí.
Durante cincuenta años busqué las razones por las que un padre es capaz de abandonar a su hija de solo cinco años, no las encontré, y ahora ya no quiero encontrarlas.


Texto 10
Familia


No sé si es el momento más o menos apropiado, dada la excepcional situación de cuarentena o confinamiento que estamos viviendo, para escribir sobre la familia. En cualquier caso, las circunstancias se prestan a la reflexión, a repensarlo todo, empezando por uno mismo y por aquellos que tenemos más cerca, o no, para poder ir después un poco más allá.
Empecemos: Formo parte de una amplia familia de origen, viven mis padres y mis cinco hermanos, tengo seis sobrinos y me quedan un par de cuñados. Tengo un hijo. Perdí a mi marido, a mi mejor amigo y compañero, hace poco más de dos años, un mediodía de principios de otoño, inesperadamente, cuando tenía cincuenta y dos años.
Vivo sola. Mi hijo está cerca, en otra casa, solo; dice que no debemos vernos, que me cuide, que yo soy de los que están en situación de riesgo. Mis padres están cerca, son mayores, mi padre ya a punto de cumplir los noventa, y con ellos vive mi hermana mayor; juegan todas las tardes a las cartas y se toman juntos un vinito todas las noches; salen a las ocho al balcón, desde el que se ven todas las torres de la ciudad vieja, y aplauden y hablan con vecinos que nunca antes habían visto o saludado, pero yo no puedo verlos. Tengo un hermano cerca; vive con su mujer y sus dos hijos, pero tenemos poco contacto. Tengo una hermana fuera, en Madrid, que vive con sus hijos; tiene cáncer, así que también está en situación de riesgo. Tengo otra hermana cerca, que vive sola, separada hace poco, sin hijos y con dificultades. Mi hermana pequeña vive cerca también, con su marido y Nacho, que tiene cuatro años; me llama cada día y me enseña lo que hace o ha hecho, sus dibujos, sus juegos; jugamos por videollamada al escondite, así que recorre como un loco su casa para que no le pille al final de la tarde. Creo que es el único momento del día en que me río, y me olvido de todo, y me siento vivir.
Luego recuerdo las palabras que siempre me persiguen, las que dijo Jesús cuando le reclamaba su familia: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?”. Y vienen a mí los amigos que he ido conociendo y queriendo, esta familia que he ido formando en torno a mí, estos seres que nos vamos, día a día, eligiendo y cuidando. Y vienen a mí todos los seres, más o menos conocidos, que he ido encontrando en mi vida. Y vienen a mí todos los seres que desconozco y sé que están pasando por lo mismo que yo, que se sienten confusos, perplejos, temerosos. Y vienen a mí todos los seres anónimos que están sufriendo, en su cuerpo, en su mente, en su ánimo. Y vienen a mí todos los enfermos, y los que les cuidan. Y vuelven a mí aquellas palabras: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?”. ¿Quién soy yo para ellos?


Texto 11
El destino


Fuimos una familia normal hasta que murió mi padre. Se cayó mientras arreglaba el tejado de la casa. Aquella tragedia lo cambió todo, yo apenas tenía ocho años y la pequeña Leslie dos. Ella no se enteró de nada, pero a mí, la imagen de mi padre tendido en el jardín, me acompañará siempre. Recuerdo perfectamente aquel día porque desde entonces mi familia vagó por la soledad del infierno durante años, sumida en una tristeza permanente. Mi madre, valiente, decidió que a pesar de todo, seguiríamos viviendo en nuestra casa de Croydon, en el sur de Londres, aunque nada, obviamente, volvió a ser igual que antes porque el tiempo, lejos de espantar los miedos, rellenó aquella casa de una nostalgia repentina.
Dos años más tarde, cuando parecía que volvíamos a ser una familia feliz, el precipicio se asomó de nuevo a nuestra vida y mi hermana Leslie falleció repentinamente en diciembre. El pozo de la familia cavó diez metros más su drama.
En la primavera de 1912, solo cuatro meses después del funeral de mi hermana y aún mal cosido el segundo hachazo del destino, mi madre dijo que nos íbamos a América. Salir de Inglaterra quizá fuera la única forma de burlar la suerte que nos estaba deparando la vida. Vendimos la casa e hicimos las maletas con los pocos recuerdos que queríamos que nos acompañaran. Yo solo tenía 11 años.
El barco hacia nuestro futuro partió desde el puerto de Southampton el 10 de abril. Miles de personas subieron a bordo. Después de aquellos fatídicos tres años, la bandera de la ilusión había tomado de nuevo las riendas de nuestra familia. Teníamos un camarote para las dos, en tercera clase y cuatro días después de salir del sur de Inglaterra vi a mi madre sonreír por primera vez en mucho tiempo, fue mientras paseábamos por cubierta mirando el horizonte fundido en el océano.
La noche del 14 de abril el destino volvió a aparecer de nuevo en nuestra vida y un ruido muy fuerte sobresaltó a todos los pasajeros del TITANIC.


Texto 12
Añoranza

En mi casa confinada, recluida... despojada de ellos; de toda mi familia.
Mi todo queda reducido a nuestras miradas a las cinco de la tarde a través de la cámara, casi sin palabras, solamente risas y besos a distancia. A escuchar sus voces en momentos puntuales del día para compartir el parte diario de nuestras preocupaciones o nuestros pronósticos. Esos ánimos aligeran el lento fluir de las horas.
Es el cálido recuerdo de ellos lo que da sentido a mis días, deseando que transcurra el tiempo y que este ominoso tsunami nos respete. Confiemos… nada más.


Texto 13
Una página feliz del libro de mi vida


Recogido en mi sillón de lectura, devoraba, ahíto de emoción, los párrafos de la inmensa epopeya que nos legó Tolkien en los que se narraba la penosísima ascensión al Monte del Destino por los dos valerosos medianos de La Comarca, Frodo Bolsón y Samsagaz Gamyi. Después de mil doscientas páginas de maravillosa lectura, por fin iba a saborear el que estaba seguro que sería el momento culminante de la novela. Pero de pronto, y por sorpresa, empezaron a llegar a mis oídos unos sonidos completamente discordantes con lo que estaba leyendo y que arruinaron mi concentración. Los sonidos provenían de otra habitación de la casa, así que me levanté raudo del sillón y corrí a cerrar la puerta del cuarto en el que leía. Pero al llegar al umbral, me percaté de que mi mujer se encontraba de pie, bajo el dintel de la puerta del dormitorio de nuestro hijo. Movido por la curiosidad, me acerqué a ella para ver qué estaba mirando, y de inmediato, al verme, me sonrió y se llevó el dedo a los labios para que no dijera ni hiciera nada. Y allí estaba mi niño: de rodillas, de espaldas a nosotros, con una mano sosteniendo el Halcón Milenario y con otra un caza Tie, que quizás pilotara el mismísimo Darth Vader, persiguiéndolo de forma tan implacable como infructuosa. En el suelo del cuarto, el despliegue de los ejércitos Rebelde e Imperial era impresionante. Entonces, pasé mi mano por la cintura de mi mujer y nos quedamos los dos extasiados durante unos segundos viéndolo jugar. De inmediato, le hice ahora yo un gesto a ella para que nos fuéramos sigilosamente de allí, pues me parecía intolerable que, percatado de nuestra presencia, le arruinásemos por un momento la magia de su fantasía. Volví entonces a mi cuarto, pero ya no quise cerrar la puerta. Los sonidos que hacía mi hijo imitando vuelos de naves espaciales, haces de rayos luminosos y choques estrepitosos me emocionaban más que la lectura que tenía entre manos. Y cuando tales sonidos se apagaron, fui consciente de que los instantes recién vividos eran preciosos en mi vida. Así que recogí mentalmente la emoción de la novela que leía, la sonrisa de mi mujer, el descenso en picado del Halcón Milenario y aquellos entrañables sonidos galácticos, que hacían realidad un universo entero, e hice con ellos un delicado ramo que deposité en el altar de mi memoria, a fin de que la escena no se diluyera en el mar del olvido. Y sé que dentro de muchos años, en más de un momento la recordaré y me diré, sonriente y satisfecho: “realmente fui feliz. Y la felicidad era aquello.” Luego, ya más sereno, continué deleitándome con la lectura de la apasionante victoria del Bien sobre el Mal.


Texto 14
Hermanos de sangre


No era mi hermano biológico, pero como si lo fuera. Nos criamos juntos en un barrio de mala muerte de la capital, donde solo sobrevivían los más listos y los que tenían a alguien que les cubriera las espaldas. Nosotros teníamos ambas cosas.
Los años de escuela nos convirtieron en inseparables. Mucha gente nos llamaba “los mellizos”, dando por hecho que en realidad éramos hermanos.
El tiempo pasó y nuestra relación se hizo aún más estrecha. Compartimos el primer cigarrillo, la primera borrachera, e incluso la primera chica, de la que, por supuesto, ninguno estuvo nunca realmente enamorado.
A los dieciséis años teníamos ya nuestro propio negocio. Nada importante ni legal, pero aquellas primeras libras hicieron que nos sintiéramos los hombres más importantes del mundo. Con ellas compramos nuestro primer coche, un destartalado Morris del 27 con el que pretendíamos expandir el truculento negocio por todo el país. Acabó empotrado contra un viejo roble tras una noche de juerga.
La vida era para nosotros una alfombra que pretendíamos desenrollar poco a poco, sin prisas. Hasta que llegó la Gran Guerra. El día antes de partir para Francia nos reunimos en nuestro rincón secreto para despedirnos. Con un buen tajo en la mano y la música de Scott Joplin resonando en el cabaret de la esquina nos dimos un fuerte apretón convirtiéndonos así en hermanos de sangre.
Los alemanes me capturaron durante una incursión cerca de Ruan. Allí una granada se llevó mi brazo izquierdo y parte de la cara. Deberían haberme rematado en el suelo, pero por alguna extraña razón no lo hicieron. Supongo que ser el único superviviente ayudó. No sacaron información alguna de mi boca, pero pronto se dieron cuenta de mis habilidades como orador. Eso, y la fingida amistad que rápidamente entablé con el capitán al mando me salvaron el pellejo.
El final de la guerra llegó, y con él mi larga vuelta a casa. Gracias a mi aspecto físico logré pasar fácilmente desapercibido. Así descubrí que mi “hermano” era ahora parte real de mi familia. Y que la chica que me escribía apasionadas cartas de amor durante los primeros meses en el frente se había convertido en la madre de sus hijos.
No les guardo rencor. Oficialmente estoy muerto. Por eso, cada noche voy al cementerio y rezo por ellos arrodillado en la lápida que lleva mi nombre. Nunca le faltan flores.


Texto 15
Haiku


Coronavirus
reunión con la familia
una esperanza


Texto 16
La familia


Recuerdo que cuando estudiaba, 1°de bachiller, plan del "57". Teníamos una asignatura. F. P. S, que definía la familia, como la primera Unidad Básica de Convivencia. Yo no veía que se ajustaba a la realidad que veía por mi barrio. En algunas el padre, estaba no se sabía por dónde, los hijos varones ya adolescentes, circulaban a su libre albedrío. Los pequeños, pasaban en la calle el tiempo que no estaban en la escuela. Era la madre, la que llevaba el timón del hogar, por llamarlo de esa manera convencional, y las hijas las que ayudaban, solo las chicas. Enseguida se sabía cuando aparecía el cabeza de "familia". Los malos tratos también existían. Todo se callaba y si alguno lo sabía, se trataba de ocultar y echar la culpa al tintorro que nubla él entendimiento y confunde el sentimiento.
Nací y me crié, en una tienda de barrio. De comestibles, donde entonces se vendía de todo, y días que no se cobraba nada. Había varias "familias" que era comprar y apuntar. Y si a final de mes se cobraban los puntos, la madre que administraba solía pasarse a pagar. Compra nueva, era necesario poder alimentar a los hijos, y no solo de pan. Entonces en cada casa, había más de un hijo, algunas eran "familias numerosas". Y lo importante para todos era estar en la calle jugando. Al anochecer era la madre, siempre ella, la que les llamaba, para decirles que fueran, ya era hora de cenar. Cena que muchas noches, le tenían aún que pagar.
Yo muchas veces me pregunté, si estas" familias"
Eran las que definían un Unidad Nacional de Conveniencia. Eran tan distintas a la mía.
En algunas también había abuelos, que también eran atendidos y cuidados por la madre, ella la cabeza y el timón de la familia.
En los tiempos actuales, que diferencia señores. Ahora son mono parentales mixtas, de razas y culturas variadas. Se intercambian culturas y tradiciones. Hijos comunes, otros incorporados. Todo esto es enriquecedor, ya es conocido el dicho: El SABER NO OCUPA LUGAR Y EN LA MESA DE SAN FRANCISCO DONDE COMEN 4 COMEN 5.


Texto 17
La familia 


El próximo mes de junio cumpliría 4 añitos, tristemente no lo hará y no podremos cantarle el cumpleaños feliz y yo no podré regalarle la tarta con sus velitas como siempre hice. Una verdadera tragedia, una pena increíble, pero así es la vida, esto es lo que nos ha tocado vivir. Tenemos que sacar fuerzas de flaqueza, y con resignación, seguir adelante. No queda más remedio, la vida continúa.
La criatura nació el recién estrenado mes de junio de 2016, el día 5, un día y mes preciosos. Antes de parirle su madre, residente desde hace años fuera de España, nos comunicó que iba a dar a luz aquí para estar junto a todos nosotros, los suyos. A toda la familia nos pareció una gran idea y lo más natural por otra parte. La familia en su conjunto daríamos la bienvenida al nuevo miembro y lo celebraríamos como siempre en acontecimientos familiares tan señalados.
Los meses y los días transcurrían llenos de regocijo con la llegada de la alegre e instantánea mercancía, que la madre enviaba con regularidad, fotos y vídeos que certificaban la buena salud del benjamín. Así fueron cayendo las hojas del calendario en un diálogo acompasado con las hojas de los árboles en el otoño.
¡Toda la familia felicísima!
Hasta que hace unos días sin nadie esperarlo ocurrió el trágico desenlace. El detonante fue el dichoso vídeo que la hermana mayor envió a las 18.05pm, vídeo de 2.30 minutos de duración, que bastaron para que se me agotara la paciencia, y el pasado jueves, me armé de valor y ejecuté lo que hasta entonces no se me había atrevido a hacer…
Y sí, le di a la opción “salir del grupo”, eran las 19.39 pm del pasado 19 de marzo, “Día del Padre” (¡tiene guasa la fecha señalada!).
La liberación que experimenté no se puede describir con palabras, por fin había conseguido cortar el cordón umbilical, un sentimiento de felicidad infinita me invadió. ¡La de tiempo y posibilidades por explorar!
¡Qué hartazgo del grupo de La Family no los soportaba más!


Texto 18
Nochevieja


Era como todas las Navidades presentes, las cenas, las compañías, buenos vinos, algunas risas. Y la compañía familiar, esa que nunca falte. Pero en el fondo le echaba de menos, su mirada. Víctor.
Y al ser más pequeño siempre pensabas que le pasaría algo. O que otra le hiciera daño.
Era mi temor todavía. Pero era mi realidad y tenía que cuidar de él. Pasara lo que pasase.
Aquella Navidad mi cumpleaños fue diferente faltaba media parte de mi familia.
Añoraba a mi padre, a mi otra abuela, y a mi tío.
Pero ya nada volvería a ser como antes.
Por mucho que intentara justificarlo o cambiarlo.
Lo que fui o sería en este momento dependería de mi.
Era mi logro personal. Encendí las velas de la tarta, de mi tarta pedí un deseo, estar cerca de Víctor. Solo eso.
Le echaba de menos incluso en los largos días de verano. Lloraba y solo quería que pasara para poder verlo.
Era el comienzo de mi nueva vida y debería aceptarlo.
No dudaría de su cariño al volver.
Porque era mi chiquitín y lo quería.


Texto19
Sueño cumplido


¡Por fin volvía a su pueblo! Sus hijas habían cumplido la promesa! Tantas veces les había dicho que quería volver y ahora allí estaba..
Tuvo que marchar siendo muy joven, hacía ya muchos años, eran tiempos difíciles y en esa época la inmigración era una salida común. Por eso, Engracia, su mujer y él, junto a sus dos hijas adolescentes, decidieron marchar a Suiza dónde ya les habían precedido otros familiares que les animaron a hacerlo .A Jacinto le costó mucho dejar su pueblo, nunca pensó que le tocaría hacerlo pero la situación llegó a ser bastante precaria y por eso se decidieron. Su idea, al exiliarse nunca fue la de establecerse allí definitivamente, sino la de trabajar algunos años, dar una buena educación a sus hijas y volver a su pueblo, ya con una economía más saneada.
Los años fueron transcurriendo y las circunstancias no les acompañaron: Su mujer, que soñaba también con volver al pueblo, murió prematuramente y sus hijas que allí habían formado sus respectivas familias, no tenían el menor interés por volver a un pueblo del que apenas recordaban nada.
Jacinto veía que el tiempo pasaba y que su sueño no se cumplía así que un día hizo prometer a sus hijas que lo llevarían a su pueblo y que solo asegurándole que cumplirían esa promesa podría dormir tranquilo. Ellas se lo habían prometido y él contaba los días para que ese momento llegara …
Y éste era el día. ¡Allí estaba él, en su añorado y querido pueblo ¡cómo lo había extrañado! ¡Cuántas veces cerrando sus ojos había recorrido sus calles y asistido a las fiestas patronales! Pero…uánto había cambiado en esos años! Nada que ver con la imagen que él guardaba. Ni la casa familiar se mantenía en pie, construcciones modernas y dispares se imponían a uno y otro lado del pueblo sin guardar ninguna simetría… Lo veía perfectamente ahora, desde lo alto de la colina que dominaba el pueblo y a la que subía a menudo en su juventud para hacer pastar al ganado. Ahora, lo acompañaban sus hijas en aquélla última ascensión: desde allí esparcirían sus cenizas y así cumplirían el sueño de su padre.


Texto 20
Familia


Origen de vida,
penas y alegrías
que nadie escoge
pero todos necesitan,
para crecer aprendiendo
sus lecciones de
amor, respeto,
generosidad y justicia.
En ella transcurren:

- I –
La feliz infancia

Que pasa deprisa
entre juegos,
llantos y risas.
Dejando el recuerdo
de una cuna
mecida por el viento
y de unas amorosas manos,
tejiendo hermosos sueños.

- II –
La rebelde adolescencia

Que rompe moldes y reglas
en continua búsqueda
de la ansiada independencia,
dejando la huella
de juegos prohibidos,
llantos escondidos y
felices ratos con amigos.

- III –
La dulce juventud

Que abre de par el par,
los brazos al descubrimiento
y al amor.
Dejando la estela
de un velero navegando
hacia otros mares desiertos.

- IV –
La serena madurez 

Que crea nueva familia
con los hijos del ayer,
escuchando el grito
silencioso del tiempo
que anuncia: “La obra
comienza otra vez”
con actores distintos
y la trama, también.

- … -

El final esperará paciente
hasta que de nuevo,
el hoy se haya convertido
en ayer.


Texto 21
Refugio nocturno


Nuestro parecido nos llevó a pensar que existían lazos más estrechos que los consanguíneos. Crecimos sintiendo que teníamos mucho en común. La necesidad de estar juntos se impuso siempre. No habíamos nacido el mismo día, pero una extraña condición gemelar se impuso. Fue un misterio que desde niños nos unió.
Yo sentía miedo en las noches. Mis fantasías aterradoras me perseguían, y se inmiscuían en los sueños. Los juguetes alrededor de mi habitación se transformaban en seres amenazantes y deudores de mis deseos inconscientes. Las cortinas eran fantasmas atrapados en terrenos desconocidos. El viento les daba una voz susurrante de protesta, y a la vez hinchaba sus cuerpos haciendo ver su enojo. Mi cobija se iba tornando cada vez más pesada y asfixiante. Todo crujía y estrangulaba. El aire se respiraba denso, y cuando ya era imposible inhalar o gritar, salía corriendo de la habitación. Desatar el llanto en la espesa oscuridad de la casa me ayudaba a animarme poco a poco, hasta que se asomaba el día. En medio de esas noches buscaba a mi madre, pero luego lo tuve que descartar. Mi padre empezó a dejar la puerta cerrada.
Mi hermano mostraba sus miedos a plena luz: lloraba cuando lo mandaban a bañarse, aclamando que sentía un extraño ahogo bajo la ducha. Repetía una y otra vez que no se montaría en los aparatos del parque el fin de semana. Le alteraban los cambios, y los juegos bruscos. Toleraba poco el choque agresivo de los pasatiempos varoniles y las burlas ante su reveces. Su rabia lo llevaba a actuar con golpes y amenazas fuera de toda proporción. Era como un enano que se empequeñecía mucho más con los miedos, y se engrandecía ante la gigantesca impotencia e injusticia.
Muchas veces desperté a mi hermano en esas noches de terrores incontrolables. Y él, con inmensa gallardía, hacía un campamento en la sala, con sillas, sábanas y almohadas, sobre la alfombra persa: allí dormíamos juntos. Para calmarme hablaba de historias de luchas, y de lo confusa que podía ser la imaginación. Se rendía al sueño en instantes. Y yo me sentía protegida por mi valiente hermano, que no le temía a la oscuridad.
Ni mis padres, ni nadie pudo apreciar nunca su gran virtud; todos ignoraron su verdadera esencia, su valor para resguardarme.
Con los años el miedo se convirtió en el espejo que definió su vida.


Texto 22
En casa de los padres ausentes


Qué forma
que no entiendo,
está por aquí
diciendo:
piensa en mi.
Aunque no puedes verme,
estoy cerca,
y me sientes,
puedes sentirme
aunque no puedas verme,
pues a pesar de todo,
estoy presente.


Texto 23
Familias, llamadas y…


Llamó a su hermano, a Barcelona. Las niñas y él bien. Su mujer, atrapada en Marruecos, desesperada.
Llamó a sus primos en Lugo. Su tía seguía ingresada, con sus problemas intestinales. O era un susto como en otras ocasiones, o el próximo viaje a Lugo sería a una Iglesia. Angelines siempre ha sido muy practicante, como casi toda su familia, empezado por su tío Ángel sacerdote, y por su tía Tere, ex monja.
Sus padres, esparcidos por la Sierra de Francia, estaban ahí, esperándole, con la falta de prisa que tienen los muertos.
Su ex mujer, Helen, aislada en su casa de campo de Chester, con media docena de criados a su servicio. La enfermedad la sufren igual los pobres, y los ricos, pero siempre ha habido diferencias. El, con su apartamento de 50 metros cuadrados, en el tranquilo barrio de Delicias, probablemente sea más feliz, al fin y al cabo, se había quedado con lo mejor, en un divorcio, que, con separación de bienes, le dejaba con su viejo R-5 rojo, y todos los libros que había ido atesorando nómina tras nómina.
Estaba pues, muy bien acompañado, y con múltiples destinos a elegir. En estos días podía disfrutar de la pausada lectura de todos los textos de sus compañeros del taller de escritura creativa, ya que algunos, por tiempo, no había podido leer.
¿Pueden ser familia los libros? Teniendo en cuenta que convives con ellos, les limpias el polvo con cuidado, disfrutas, lloras y ríes con ellos, te apenas cuando acaba vuestro viaje juntos, deberíamos decir que sí.
Si a sus escasos miembros de su familia llamaba poco, con sus amigos, la familia que se elige, de diferentes ámbitos y épocas, estaba en contacto con grupos de eso tan práctico que es el Whatsapp. En uno demasiadas bromas, y poco sentimiento. Así que llamaba a aquellos a los que más apreciada, que, puede presumir, son bastantes. En otros grupos los mensajes eran escasos, hablando simplemente de la situación de cada uno, y sus familias. Y, a pesar del dichoso Whatsapp, hacia llamadas a muchos seres queridos repartidos por todo el país. Tanto familia como amigos. Más de las que recibía, la verdad.
Cuando fue a hacer la última llamada del día sintió que su reencuentro con los hermanos Karámazov quedaba aplazado sine die.
Se había resistido a hacerlo pero se sentía morir, marcó el 900222000…


Texto 24
La matriarca


Me gusta la nieve sucia porque tiene vida, solía decir.
Durante 104 años la noche de Reyes fue siempre el cumpleaños de la abuela Marce. Esa semana, de Nochevieja a Reyes, todos los miembros de su familia la reservaban para celebrar el acontecimiento. Llegaban desde todos los lugares. Y no sólo eso, un desfile de vecinos del pueblo, y hasta gentes de fuera, venían a felicitarla; para muchos de ellos fueron sus manos llenas de caricias el primer contacto que tuvieron con la vida fuera del útero materno, antes de cortarles el cordón umbilical.
La abuela Marce, se vestía con su mejor sonrisa y ese día crecía. Crecía una barbaridad. Su metro cuarenta pasaba a ser de dos diez, o más. La casa familiar hervía de bullicio y preparativos: hija, nietos, bisnietas, tataranietas; incluso Adela, de la que se rumoreaba estaba un poco loca y osaba discutirle a la matriarca, cuando se liaban saltaban chispas. Discutían, eso sí, con la pasión desbordada que da la tranquilidad del amor más absoluto.
Una de las cuestiones que generaba controversia en aquellas celebraciones era la colocación de la mesa a la hora de la cena. Aunque la mesa familiar se podía alargar, no cabían. Todos los años se repetía la misma escena: cómo añadir la mesa auxiliar, cuadrada, que no se adaptaba al formato ovalado de la principal, y lo que era peor: quién se sentaba entre ambas mesas. Pues esto suponía que había dos personas que le daban un poco la espalda a los de la mesa auxiliar, y allí nadie quería perderse nada. Entonces, la abuela Marce se sentaba en una de las uniones y sonreía mirándoles, se acabó el problema, decía su mirada. No existe tal. Eso sí, cuando se cansaba, ya con sus noventa y muchos, Marce, sin mediar palabra, pasaba por debajo de la unión de ambas mesas, a gatas, apoyando su mano en la rodilla de Adela, esta veía aparecer su cabecita blanca de pelo ondulado y moñete trenzado oliendo a Maderas de Oriente. Me voy a la cama, decía, hacéis mucho ruido. Y marchaba riendo.
En realidad, dentro de aquella familia, la abuela Marce, era la única con la que nadie tenía lazos de sangre. En los años cuarenta adoptó a una niña y esta tuvo descendencia. No hubo lazos de sangre pero, por decisión personal de cada cual, todos bailaron al son de sus deseos.


Texto 25
Familia de sangre


Es lo mejor y lo peor la familia de sangre. El amor se exacerba en la madre cuando le nace un hijo, es el misterio de la tierra. Quizá una noche, Adán, el despistado, lo hubo concebido con ella, fertilizo la tierra como aguacero y sol.
Se amaban con otro amor, suponemos. La lucha comenzó entre llantos de la criatura egoísta que, a veces, sonreía y le perdonaban todo.
Pero ay, casi siempre nace un segundo, la parejita, dicen ingenuos. Ha nacido Caín, que observará a su hermano con avidez y cierta envidia, por si le quieren menos.
Si Abel, el primogénito es bueno y luego prospera, él y los hermanos que se añadan son también caínes, por mucho que el mayor haya jugado con ellos, les haya contado cuentos, haya ayudado a la madre y recibido algún que otro golpe de los “pequeños”. La envidia pues, casi el odio, se apoderan de ellos poco a poco, entre besos y carantoñas y juegos violentos.
Los padres siempre creen que luchan por todos por igual, no se enteran de gran cosa, la Navidad, los cumpleaños lo encubren todo.
Pasa el tiempo, los padres mueren, todos lloran, mas comienzan las horas de terror: de disputarlo todo con la connivencia de cuñadas y cuñados.
Despiertan los demonios más ocultos y se mezclan los odios con dinero. Casi siempre Abel ha sido malo y es el culpable del mal reparto de los padres, del reparto del amor, que no aparece por ningún lado, injusticia terrible o así lo creen. Se pelean con una violencia inaudita, feroz, que nace de los arcanos más ocultos. Lo más normal es que dejen de hablarse, por años, para siempre, eso nuca se sabe con certeza. A veces disimulan ante la familia más lejana, ante la opinión pública con gran violencia interior.
Un día, la casa familiar, abandonada, da problemas a los vecinos y hay que actuar. El que había sido un hogar, amenaza ruina, se ha llenado de moho por la humedad de las goteras que, en el comedor, tal vez haya cubierto esa foto de los padres en que parecían una pareja de cine. Grietas en las paredes, los muebles se han carcomido y deteriorado. Las fotos y los libros de todos amarillean de tristeza.
Cuando la casa se va a caer y hay que pagar tanto desperfecto antes de que sepulte a algún vecino, o si algún hermano enferma gravemente, un latido interior les pone a todos la sangre en pie, crea de nuevo un dolor de raíces y el amor de los padres aflora.


Texto 26
Anagrama


Una madre enciende las luces de una habitación. Dos bebés andan a gatas a lo largo del pasillo: uno no tiene nombre, la otra se llama Luna. Por las ventanas se oye al mar respirar. Las olas acarician a dos enamorados.
La madre, con cincuenta años en las manos, pelo suelto y sonrisa de jazmín, abre la puerta a los chiquillos. Se sientan en las sillas de clase y aprenden la lección. El niño sin nombre toma apuntes, Luna alza la vista y ve a los enamorados enterrados bajo la arena. Las notas de cada uno están pegadas en dos puertas diferentes: El niño asciende por unas escaleras y se convierte en abogado penalista, Luna aprieta un pomo y pasa, de puerta en puerta, sin rumbo fijo. Algunas veces vuelve al mar a enamorarse.
La madre se llama Flora. Ya tiene setenta años y le ha dado un derrame cerebral la semana pasada. Su hijo ha recurrido a meterla en una residencia instalada en una habitación contigua para que reciba todos los cuidados que necesita. Ella resiente, pero su salud empeora en los posteriores cinco años. Al final accede a desgana. Flora no vuelve a abrir ninguna puerta; termina mirando las flores el resto de si vida. Algunas veces sus hijos van a visitarla, pero nunca lo hacen juntos. Luna ha encontrado trabajo fijo en otra residencia contigua a la de su madre. Ya no suele mirar por la ventana; se pasa la vida administrando pastillas y viendo a la muerte pasar por delante de sus ojos. Su hermano se ha enamorado de una muchachita de ciudad con un buen trabajo. Se casan a los tres años de conocerse; tienen dos hijos, un chalet a las afueras y una interina. Con el tiempo desaparece su amor y se divorcian.
—Espérate a que crezcan los niños
—Los niños ya lo saben.
Su hermano cae en depresión porque en el fondo sabe que es culpa suya. Los niños van a visitarle los fines de semana. Luna conoce a un reponedor muy lindo al hacer la compra y pasa con él el resto de su vida.
Ambos se hacen viejos. Se dan cuenta porque la gente comienza a tratarles de forma distinta. Cruzan, como su madre, una última puerta, y ante ellos contemplan una pared de cristal.
—Parece que hemos llegado
En el cristal se reflejaba toda su vida
—Tú primero, Nico.


Texto 27
Rutina doméstica


Aquella noche salió tan cansado del trabajo que, tras llegar a casa, decidió irse directo a la cama. Solo se paró para ver que sus dos pequeños dormían plácidamente. Su mujer ya estaba dormida, la miró y pensó que nunca la había vista tan preciosa como esa noche con ese camisón rojo de seda pegado a su cuerpo. De repente, ella se despertó y en vez de gruñirle como todas las noches, le miro fijamente a la cara y se abalanzó a sus brazos como una posesa. Estuvieron haciendo el amor hasta bien entrada la madrugada y luego se quedaron dormidos, exhaustos por esos momentos de lujuria y pasión. El despertador sonó a las ocho y se levantó sigilosamente para ir al trabajo, le dio un beso en la mejilla a su mujer, se tomó un café y comprobó que sus hijos seguían durmiendo. Al salir a la calle, se dio la vuelta hacia su casa y se asombró al ver que no reconocía el edificio. Un poco asustado, también se dio cuenta de que no conocía a esa mujer y que tampoco tenía hijos. Pero decidió que regresaría esa misma noche. La verdad es que hacía tanto que no hacía el amor… Además, siempre había soñado con tener una familia.

* * *


Fuera de concurso
Aguafiestas


Mesa preparada con todas las exquisiteces necesarias para la Cena más importante del año. Un total de treinta platos elaborados en su totalidad por la amante de master chef y cocinera frustrada, prima cocinitas. Las demás no quieren ser menos, así que, a la escasez de platos, se suman las especialidades de cada una de las féminas que no quieren permanecer en la sombra y/o recibir las críticas familiares atribuidas a su torpeza, inutilidad, ineficacia, ineptitud, incompetencia, incapacidad, invalidez. (Súmense aquí todos los –in imaginables adecuados al contexto, incluso los todavía no creados pues todos serán pocos).

La elegancia en el vestir se disfruta, por descontado, en cada trapito preparado para la ocasión. Meses y meses de gestación desde la idea hasta la ejecución final. Todo perfecto: maquillaje, accesorios, perfumes en el aire, taconazos, peinado de peluquería ¡cómo no!, sonrisa “Profident” a juego con la ropita. ¡Uy, qué elegante te has puesto! ¡Estás guapísima! ¡Ese color te sienta de maravilla! Muchos halagos en el aire y pocos o ningún agradecimiento, pues claro, un “gracias” denota bajeza e inferioridad. Y esta noche no es la apropiada para demostrar debilidades.

Muac, muac. Saludos pertinentes. ¡Qué ganas tenía de verte! ¡Se me estaba haciendo el año larguísimo! ¡Si no hubiera llegado este día, me habría venido a verte, seguro! ¡No sabes cuánto te he echado de menos!

Y entre comentario, besito, abrazo, mirada por encima del hombro y examen cargado de envidia, llega la hora de sentarse a la mesa. ¡Uy, chicos, sentaos que van a ser las diez y, si no, a la tía Caridad no le va a dar tiempo a llegar a la Misa del Gallo!

Tres, dos, uno. Pistoletazo de salida.

Veinticinco personas situadas alrededor de la mesa pensando en qué es lo primero a lo que se le va a hincar el diente. Bueno, veinticuatro este año, pues el tío Domingo, que siempre es el primero en llegar a estos eventos hablando en tono altavoz para que su presencia no pase desapercibida, todavía no ha llegado.

–¡Qué raro! ¿Dónde está el tío Domingo?
–Yo qué sé, déjalo que últimamente no hay quién lo aguante.
–Pero sin él, ¿quién va a alegrar la noche? ¡Si es el más dicharachero y gracioso!
–Que venga cuando quiera, ya sabes que siempre tiene que encontrar una forma de dar la nota. Me tiene hartita.

El primer comentario de la noche rompe el hielo y todos comienzan a ponerse al día de los acontecimientos del año:

–¿Sabéis? Me dieron un premio en la exposición de pintura que hicimos este verano en la sala de muestras de la playa.
–¡Enhorabuena! ¡Qué bien! Yo ya leí la tesis, me pusieron un Cum Laude. No me lo esperaba.
–¿Sabéis que a mi Felipe le han hecho fijo en la empresa? ¡Ya era hora porque trabajaba como un burro! Casi no nos hemos visto desde que volvimos de la luna de miel en las islas Malvinas.
–Pues a Diego le han hecho Jefe del Departamento. Por fin le han premiado por su valía.
–¿Y tú Belén? ¿Sigues en paro?
–¡Sí! Sigo haciendo performances por mi cuenta.
–A ver si el próximo año te haces famosa y te vemos en la tele.

–Y Alejandro? ¿Qué tal en la guarde?
–Genial, Bego nos ha dicho que es un niño superlisto y despierto para su edad.

–¿Y tú, Pili? ¿No nos cuentas nada? ¿Algo debes esconder porque estás muy sonriente?
–No, ¡Qué va! Estoy concentrada en probar todos los platos. Marta, las tartaletas de morcilla con champán te han quedado de miedo.

–¿Oye, habéis probado la mousse de nueces que he preparado yo?
–Pues yo espero que os guste la tarta de brownie con mousse de turrón.

De repente, una de las más arregladas para la ocasión se levanta de su asiento y hace sonar una cucharilla con su copa de vino. Carraspea con intención de hacer silencio y, cuando ha atrapado la atención de todos los comensales, suelta con orgullo.

–¿Sabéis? Dimitri y yo nos casamos en noviembre. Hemos elegido esa fecha porque así pueden venir más familiares suyos a la boda. Ya sabéis por el trabajo. Ahora tenemos que buscar alojamiento para todos los invitados. ¡No sé cómo lo vamos a hacer!

Pili, la más cercana a la puerta, oye lejano el timbre entre el tumulto de felicitaciones, abrazos y besos desencadenados ante la Buena Nueva y se acerca a abrir. Imagina que es el tío Domingo, alias Torrente, que viene, ya contentillo, con alguna botella del champán más caro que haya encontrado a última hora para brindar después de la cena.

Sí, es él. Pero Pili no deja de abrir los ojos y echarse una sonrisita al ver a su tío vestido con una túnica color azafrán, la cabeza rapada y una japa de numerosísimas cuentas alrededor de sus manos. Entra entonando una y otra vez la frase “Hare Krishna”.

Al entrar en el salón, los veintitrés asistentes restantes se quedan mudos. Durante unos segundos que parecen horas, se produce un silencio acompañado de cabezas y miradas gachas, bocas abiertas y ojos tan grandes como los platos que adornan la mesa. Al final, su mujer estalla en un grito:

–¿Tú eres imbécil o qué? ¿no te dije que no se te ocurriera venir a cenar con esa pinta? Bastante tenemos con aguantar tus gilipolleces en casa como para que encima nos dejes en ridículo delante de todos. Mañana mismo me divorcio.

Comentario al cual el tío Domingo contesta con una inclinación de cabeza:

–Hare Krishna a todos.

Toñi Martín del Rey

2 comentarios:

  1. Todos me parecen buenos. No tengo claridad mentalpara votar.si por no hacerlo no puedo participar...... Otra vez será.

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  2. Todos me parecen muy buenos. No tengo claridad mentalpara votar.si por no hacerlo no puedo participar..... Otra vez será.

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