Memoria de la nieve

Cómo no hablar y escribir sobre la nieve después del paso de Filomena que ha cubierto gran parte de España con un edredón blanco que aún tarda en irse del todo.
El lunes pasado hablamos de la nieve e hicimos memoria de ella. ¿Qué recuerdos nievan sobre nosotros cuando nieva? ¿Qué nos evoca la nieve? ¿Cuántas anécdotas pueblan nuestro pasado con relación a este elemento tan inspirador?
Recorrimos brevemente algunos poemas del libro "Memoria de la nieve" de Julio Llamazares, Premio Nacional al Libro mejor editado en 2020, un libro que ya tiene una edad madura pero que fue reeditado por la editorial Nórdica quien propuso a Adolfo Serra abordar la parte gráfica del poemario. El resultado es un libro deslumbrante como la propia nieve.




Chantal Maillard señala sobre de la nieve: "Dicen nieve. ¡Quién pudiera recuperar la extrañeza de la nieve tras la palabra que la nombra!". Por eso nuestra intención es nombrarla, darle forma con palabras sobre el papel en blanco, también nevado.

Juan Carlos Mestre colgaba hace unos días en su muro de Facebook este hermoso poema titulado "Nieve", traducido del gallego por Guadalupe Grande, una excelente amiga y escritora que murió hace unos días:

Nieva. Nieva sobre los asnos amarrados a la argolla de la tienda de ultramarinos y sobre los hombres atados al miedo de sí mismos. Nieva sobre el derecho de la tierra a guardar silencio y la solidificación de los incrédulos. Nieva como una idea fija sobre las cosas propiamente desaparecidas y sus correspondiente presencias en el reino de los motivos inexistentes. Nieva sobre la moralidad circular de los hijos ilegítimos y las esferas de los hábiles en el espectáculo de la simpatía cósmica. Nieva con sorna sobre la sarna de las sociedades secretas y la invenciones estéticas. Nieva sobre los artistas y los pantanos y la fidelidad de las poetas a las confusiones trágicas. Nieva en mí y nieva sobre ti que vinculas tus ojos a esta escritura como un animal extraño a las orejas en punta de un can. Nieva sobre los soñadores bajo la tierra negra de los crímenes civiles y sobre los que ebrios viajan en barco hacia ninguna parte. Nieva sobre los marranos que van a ser sacrificados y sobre los adolescentes a los que acaba de rozar el conflicto. Precisamente nieva sobre sobre la lengua ensangrentada y el descenso al rostro de las piedras terrenales. Nieva sobre la fatiga y la vibración de las fuentes en los cántaros y en el cuenco de las manos. Nieva en los documentos del ocultismo y en la sonoridad química depositada en el corazón de las palabras. En verdad, nieva sobre lo verdadero, los laureles y las derrotas.

Y dejamos también por aquí, para cerrar este breve repertorio de textos, un recuerdo de infancia de Juan José Millás titulado "La nieve":

Un día, de pequeño, me desperté en medio de la noche y me asomé a la ventana. La calle estaba nevada. Enfrente de mi casa había una fuente pública, de granito. Me fijé en las formas que la nieve había adoptado en cada una de sus partes y no se me escapó la perfección con que los copos habían cubierto unas, dejando al aire libre otras. El conjunto tenía algo de pintura, como si un artista hubiera pasado su pincel por aquel trozo del paisaje urbano al que daba mi dormitorio. Un gato dejó unas huellas diminutas sobre la superficie blanca de la acera. La calle, pese a la hora, resplandecía. Parte de aquel fulgor se colaba en la habitación. Estuve así, embobado frente al espectáculo, varios minutos, limpiando con la manga de la chaqueta del pijama, cada poco, el cristal, que se empañaba con mi aliento. Finalmente el frío me hizo volver a la cama.
Pese a la excitación, volví a dormirme enseguida, agradecido por el privilegio de haber visto la nevada unas horas antes que los demás. En el desayuno, cuando todos pronunciaran frases de asombro, yo contaría mi experiencia nocturna. O quizá no: me acusarían de mentir. Tenía pocos años, pero había aprendido que no es bueno mostrar determinadas singularidades en público. Me guardaría aquella experiencia para mí solo, pues. No necesitaba compartirla para que me hiciera feliz. Estaba, por otra parte, habituado al secreto. Se empieza a escribir porque se tiene un secreto que sólo la página en blanco escucha sin juzgar, sin censurar, sin rechazar.
El caso es que al día siguiente, cuando me desperté, fui corriendo a la ventana y no había nieve. Quiero decir que no había nevado. Ustedes dirán que fue un sueño, pero no, no fue un sueño. Sé que estaba despierto cuando lo vi. Fue una de tantas cosas inexplicables que nos pasan a lo largo de la vida y que olvidamos, o negamos, para no complicárnosla. El caso es que de todas formas tuve que guardar el secreto. Y no se lo había desvelado a nadie hasta hoy que, al levantarme, he visto la calle nevada una vez más. Por fortuna, no la he visto yo solo: también el quiosquero y el panadero y el vecino estaban de acuerdo en que había nevado.

Un último regalo, ahora musical, sobre la nieve:

 



Propuesta de escritura

Escribe un texto de la extensión y forma que consideres dedicado a la nieve. Procura, como hace Millás en su texto, incluir en tus palabras el contexto de la noche.



Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Allende

Allende las altas nubes,
allende el cielo estrellado,
allende anidan los sueños
de algodón y de hilo blanco,
allende el tiempo no fluye,
allende viven los astros,
allende se abren las puertas
de castillos y palacios
que entre vapores y gasas
se entrevén en el espacio,
dos ángeles rubicundos,
dos ángeles malcriados,
regordetes, mofletudos,
de ojos engolosinados,
al amparo de la Virgen,
que los dos la han camelado,
se baten con dos almohadas,
cual diablillos enzarzados.
Almohadas de pluma de ave,
de fundas de fino paño,
tan delicado y tan suave
que imposible se hagan daño.
María, toda paciencia,
los reprende por lo bajo,
pero con tanta dulzura
que sus intentos son vanos.
Y la guerra continúa
a base de almohadillazos,
a la cara, a la barriga,
a las piernas y a los brazos,
sin que paren en sus risas,
tan divertido es el rato.

Pero de pronto una almohada
se ha quejado,
se ha quejado…
y por un boquete grande
la pluma abandona el barco.
Y los angelitos tristes,
con ojos anonadados,
la ven desaparecer
más abajo, más abajo.

Y allende las altas nubes,
y allende el cielo estrellado,
y allende anidan los sueños
de los angelitos blancos
la pluma de aquella almohada
en nieve se ha transformado,
y ahora cae sobre la tierra
dejando un suspiro helado:
el de los dos angelitos
que sin juego se han quedado.

Óscar Alberto Martín
Grupo A


La nieve 

En ella toda la luz se refleja,
De ella no se desperdicia nada
Tiene poder como si fuese un hada
Nada ni nadie nunca la acompleja.

Que cualquier ser vivo, es mucho más vieja
Mucho te deslumbra con su mirada
Sola, nunca se siente abandonada
Sabe que con la tierra hace pareja.

Me gustaría verla como amigo
Encontrármela tras cualquier recodo
Patinar, amar, y jugar contigo.

Te muestro mi amor del mismo modo
Aunque tenga que ir con el abrigo
Porque para el campo, lo eres todo.

José Luis Fonseca
Grupo A


Nieve azul

Esto que voy a relatar me lo contó mi abuelo. Nunca supe si ocurrió en realidad o se trata de otra de sus historias inventadas. Hasta este momento no me he atrevido a hacerlo público, hice una promesa, por lo que se puede considerar este escrito como una confidencia, o más bien un desahogo. Seguro que algún lector puede arrojar luz sobre la autenticidad de los hechos o, como he dicho antes, en realidad se trata de pura fantasía de un abuelo para impresionar a su nieto.

Yo tenía doce años y estaba en casa de mis abuelos, en el pueblo, era diciembre y ya tenía vacaciones. Al despertar una mañana mi abuelo no estaba. Mi abuela me había preparado el desayuno como todos los días, un tazón de cola-cao y una tostada de pan de hogaza, tan gruesa que apenas entraba en el tazón.

—Abuela, ¿dónde está el abuelo?
—Ha subido al monte, a bajar las vacas. Dice que va a empezar a nevar y no va a parar en tres días.
—Pero…, si hace sol, ¿cómo va a nevar abuela?
—Ya le conoces, está como una cabra, cada día peor. Dice que se lo ha dicho “su pierna”. Últimamente habla más con su pierna que conmigo. ¡Dios mío lo que hay que aguantar!

Recuerdo que, un poco antes de comer, vi a mi abuelo en el zaguán, sacudiéndose las botas y aguantando la bronca de su mujer para que no manchara el piso al que acababa de pasar la fregona. Yo corrí a darle un abrazo y le pregunté por lo que me había dicho la abuela de la nieve. Me cogió en brazos y me acercó a la ventana, corrió el visillo y vi caer unos enormes copos de nieve, descendían lentos, sin prisa, como pelusas de los álamos. Salí corriendo al jardín con los brazos estirados, mirando al cielo, abriendo la boca, para apresar copos de nieve. ¡Qué sensación en la lengua!, ¿quién no ha hecho esto alguna vez de niño?

No paró de nevar en todo el día. Después de cenar le pedí a mi abuelo que me contara una de sus historias. Afuera era noche cerrada y la nieve se iba acumulando en el suelo, en el tejado del establo, en las copas de los árboles. Sentado en su sillón, junto a la chimenea, me acogió en su regazo, y comenzó su relato:

“Esto que te voy a contar no lo sabe nadie, solo yo, y ahora lo voy a compartir contigo, será un secreto entre los dos, ¿de acuerdo?

Ocurrió hace mucho, mucho tiempo, sucedió en mi pueblo, era una noche parecida a esta, no paraba de nevar. Ese día se celebraba una boda, yo asistí. Los novios eligieron ese frío día de diciembre porque no les quedó más remedio, la novia estaba embarazada. El novio estaba cumpliendo el servicio militar, lo fueron retrasando hasta que a él le dieron permiso. Antes la mili no era como ahora hijo, no te creas, los soldados tenían que estar tres años haciendo el servicio, el maldito permiso llegó un poco tarde, la novia tenía ya una barriga enorme, estaba de ocho meses. La chica lo había pasado muy mal, sus padres estaban avergonzados y no querían saber nada del malnacido que había dejado preñada a su niña. La pobre tuvo que hacerse cargo de todos los preparativos de la ceremonia y del festejo. Pero era una boda y los vecinos del pueblo tenían ganas de fiesta.

Se divirtieron en el banquete, no faltó la buena comida ni el buen vino. Los invitados bailaban alegres, todos estaban felices. Algo ocurrió, la novia discutió con sus padres y salió huyendo del salón, en plena noche, con más de medio metro de nieve. No saben bien por qué sucedió, si por el frío, por los nervios o por el disgusto, pero la novia comenzó a sangrar. Los invitados salieron en su busca, fue fácil encontrarla, siguieron el impresionante reguero de sangre que había dejado en la nieve. Temieron lo peor, se sobrecogieron al ver la nieve roja. La encontraron junto a la ermita, a la salida del pueblo, el parto había comenzado. Con la ayuda de los invitados la llevaron de vuelta al salón, entre ellos iba el médico, la tumbaron en la mesa de los novios para dar a luz. El bebé nació muerto, era un chico, pero traía gemelos y el segundo estaba vivo, era una niña, arrancó a llorar y todos los presentes aplaudieron, algunos lloraron. Gracias a la pericia del médico la novia pudo salvar la vida.

Todos estaban comentando lo ocurrido cuando Manolo, el panadero, entró en el salón dando voces, pidiendo a los demás que salieran afuera a ver lo que había ocurrido, tenía la cara desencajada. Yo también salí, y aún no me creo lo que vi. La nieve ya no estaba roja, era azul, como el color de las alas del arrendajo, todos se quedaron boquiabiertos. Alguien dijo que la novia tenía sangre azul, y desde entonces en el pueblo la conocen como “La Reina”, y al novio como “El Rey”. La niña creció sana y llegó a ser una preciosa princesa.

Pero de esto que te he contado, ni una palabra a nadie, será nuestro secreto, ¡chócala!”

Nunca supe si esta historia ocurrió de verdad. Hace unos meses mi abuelo falleció, fuimos a enterrarle a su pueblo y en el cementerio oí como una vecina le decía a mi abuela: “Lo siento mucho reina, es una pena que el rey nos haya dejado”.

Cogí la mano de mi madre y le dije: “Vámonos a casa princesa”.

Tomás García Merino
Grupo B


Nieve

La nieve a veces viene acompañada de sorpresas.
El relato que cuento aquí, ocurrió hace bastantes años, y la culpa la tiene una nevada inesperada una mañana de mitad de enero.
Para mi compañero de trabajo y para mí, era un día más, salimos de casa sobre las siete de la mañana, con destino a realizar una visita de inspección a una oficina de la raya portuguesa. Cuando llevábamos una hora aproximada de viaje paramos en una gasolinera a repostar y a informarnos, ya que empezábamos a ver coches que venían en sentido contrario repletos de nieve.
Acertamos al pararnos y preguntar, nos comunicaron que a unos cuatro kilómetros la carretera estaba cortada.
¿Que hacemos?, mientras tomamos un café en la propia gasolinera, decidimos ir a otra oficina cercana y así aprovechar el día.
El director de la oficina al cual conocíamos de otras veces al vernos aparecer se asustó un poco y enseguida empezó a hablar sin que nosotros dijéramos nada.
El solo se descubrió, !El cheque lo tengo en el cajón y el cliente ha quedado hoy en pagarlo, pero no hay ningún problema, ahora mismo le llamo y ya veréis como lo paga!.
El cliente apareció al poco tiempo por la oficina , pagó el cheque y todo quedó regularizado.
Al poco tiempo de esta visita, el director fue trasladado a Salamanca y cuando sacamos la conversación de este día, le recuerdo lo pardillo que era de joven, se ríe, pero no se cree del todo lo de la nevada.

Luis Iglesias
Grupo Presencial


Nieve

Sonaba como melodía suave y lejana, pero mi Niña Grande ordenó autoritaria bajar las persianas y acerrojar las puertas. Se acercaba, desbocado, el Viento del Norte. La noche, temerosa de que le arrebatara las estrellas, las ocultó tras las cortinas de la oscuridad. A su paso, las ramas de los árboles se apartaban y alguna hoja traviesa se dejaba llevar en busca de aventuras y emociones. Aullaba al adentrarse en el monte y silbaba al penetrar entre las rendijas de las ventanas o chocar contra los cables sujetos a los postes de la luz. Ya me había acostado. Me tapé la cabeza con la sábana de listas verdes y marrones, porque soy un poco miedica. Comencé a rezar bajito y me dormí, pero seguí rezando hasta el despertar.

Quizá había soñado. Todo era paz y calma. Levanté la persiana y una claridad deslumbrante invadió la habitación. Nieve había llegado. Se lo oí a mi Niña Grande. Me alegré. Tío Juan ya estaba esperándome en el tractor de ruedas gordas, para echar de comer a las vacas. Desde lejos nos apremiaban la Miradora y la Coronela. Me desespera su impaciencia. La Jardinera no encontraba su ternero y bramaba con desconsuelo. Tío se fue delante en el tractor, yo detrás, andando, brincando sobre la nieve mullida y dibujando caminos torcidos, con el palo que llevaba de la mano, para que psearan las hormigas, Bajo los fresnos gordos, la nieve se desprendía brusca sobre mi cabeza.

¡Qué susto!. Del hueco de Tronco Viejo salía un sonido entre lamento y quejido; débil, como de niño pequeño. Salté hacia atrás como impulsado por un resorte mecánico. A través de un pequeño agujero logré ver una perrita sola y desvalida. Algunas partes de su cuerpo aparecían cubiertas de nieve. Tiritaba. La cogí, se la retiré y la apretujé contra mi pecho. Con cuidado pasé la mano por su lomo; la recorrió un ligero escalofrío. Volví a hacerlo y levantó su carita asustada y me sonrió agradecida. Aunque froté fuerte con mi bufanda, las manchas blancas no desaparecieron. Le puse mi pañuelo al cuello, la metí en el bolsillo del gabán, y la llevé a casa.

Su llegada fue motivo de regocijo tanto para Alba como para Blanca y Carmen. Juntas decidieron que el nombre más bonito para ella era Alegría.

Nieve, al enterarse de sus huellas en el cuerpo de Alegría, comenzó a llorar. Lloró y lloró hasta convertirse en agua. Despacio y silenciosamente, se alejó ribera abajo, hasta desaparecer. Alegría nunca le guardó rencor. Al revés, ladró una y mil veces suplicándole su vuelta al invierno siguiente.

Y volvió.

Pastaban las vacas en el prado de la Casa Solitaria y Nieve, de puntillas, comenzó a cubrir el suelo. Ninguna se percató, hasta que Toro Rojo soltó un bufido que las asustó y todas corrieron a refugiarse al bosque de las encinas donde juegan los conejos. Blanca, Carmen y Alegría no cabían en sí de gozo. Les faltó tiempo para exigir a mi Niña Grande que las dejara salir de casa para hacer un muñeco. No esperaron respuesta y me vi cogido por las manos en medio del prado. Juntos, comenzamos a rodar una piedra pequeña hasta convertirla en una bola enorme. Carmen decidió que era el cuerpo. Alba bien sabía que un cuerpo sin cabeza no es muñeco, y, ale, a dar vueltas a otra bola. Nadie me ayudó a subirla y se me enfadaron, con gran enfado, un brazo y dos costillas. Abu le colocó los ojos y la nariz. ¡Fantástico!. Alegría, sin consultar, corrió al pajar y regresó con dos botas viejas en la boca. ¡Es verdad, nos faltaban los pies!. Cuando ya el orgullo se nos desparramaba por la cara, llegó mi Niña Grande con un sombrero de abuelo Juan y una bufanda de abuelo Alicio. A Muñeco de Nieve solo le faltaba andar. ¡Indescriptible!.

Alegría olvidó cerrar la puerta del pajar y Panadero, el becerrito del biberón, al asomar su cabeza, quedó fascinado por tanta libertad, tanta blancura, tanta belleza. Salió. Corrió a un lado y otro, saltó, hizo piruetas y terminó sentado en aquel extraño y húmedo colchón. Cuando reparó en Muñeco de Nieve, enloqueció pensando que por primera vez tendría un compañero de juego. Se acercó y le propuso revolcarse, pero Muñeco de Nieve permaneció impasible. Le demostró lo sencillo que era. Impasible. Le propuso jugar a las carreras y corrió a toda velocidad hasta la casa vieja. Impasible. Comenzaba a enfadarse. Lo intentó otras dos veces y como seguía con la misma actitud, le dio un empujón en la espalda cayéndolo de bruces. La cabeza se desprendió del cuerpo, la nariz se rompió en tres pedazos y una bota se la tragó la tierra. Panadero huyó al pajar, en tanto Muñeco de Nieve comenzó a llorar desconsoladamente. Ni siquiera las caricias de Blanca o los arrumacos de Alegría la aplacaron. Y lloró y lloró, hasta convertirse en agua. Despacio y silenciosamente, se alejó, otra vez, ribera abajo, hasta desaparecer. Nieve lo acompañó. Sus lágrimas fueron llenando las charcas secas que encontraba en su camino. En ellas, cuando llegan los calores, Panadero y sus amigos se divierten buceando y chapoteando, mientras sus mamás cotillean, como viejas, en corrillo.

Ayer, Alba, Carmen, Blanca y hasta la pequeña Laia, me preguntaron si sabía dónde vivía el invierno, pues habían oído algo sobre su intención de cambiar de temperatura. Les contesté que, esforzándome, podría encontrarlo. Me ofrecieron todos los besos de chocolate, melocotón, espuma y algodón que guardaban en la mesilla, si lograba que Nieve volviera a visitarnos. Me comprometí. Cobré por adelantado.

Evaristo Hernández
Grupo B


Contrastes 

Calor de chimenea, dentro
frío de nieve, fuera
crepitar de leña, dentro
mar de espuma blanca, fuera.

La nieve comenzó a caer
de forma impenitente
la tarde de aquel
frío día de diciembre,
transformando el paisaje cotidiano
en otro diferente.

La oscura noche
cubierta por un manto blanco,
mostraba un resplandor extraño
produciendo un vaivén
de sentimientos olvidados,
que el sonoro silencio de los copos
volvió a hacer presentes.

En esa noche clareada
la lumbre conoció el frío, fuera
y la nieve apagó el fuego, dentro.

Marian Pérez Benito
Grupo presencial


Nieve en el Patio Chico

Esta tarde me he acercado a mi patio para sentir el invierno. Contemplo absorta el mágico binomio de piedra y nieve.
Nieve que se acumula en las escamas de la torre y desdibuja sus perfiles. Las gárgolas ateridas intentan escapar de la somnolienta capa que las sepulta. La nieve no cesa… Continúa cayendo. Ocupa todos los recovecos.
Nieve blanca y fría que congela el alma de todos los habitantes pétreos del lugar. Algunos sacuden sus corazas y dejan entrever sus sueños.
El silencio ensordecedor es roto por copos que se desploman y caen estrepitosamente. La estampa es sublime.
La nieve no cesa… y yo permanezco inmutable deleitándome con el milagro del invierno que me envuelve.

Pilar Sánchez
Grupo B


Diario de nieve

Domingo, 29 de diciembre de 1985

Después de noche buena y navidad, como todos los años, mi familia y yo fuimos al pueblo para hacer la matanza, a la que fue casa de mis abuelos en Collado de Contreras (Ávila). Llegó el día de regresar a la capital, porque mi padre trabajaba el lunes. Terminamos de comer y entre unas cosas y otras, ya era media tarde cuando salimos. Hacía frío y el color del cielo anunciaba nieve. Ya estaba nevando cuando salimos a la carretera y así continuó todo el trayecto. Íbamos muy despacio, había muchos coches y no habíamos recorrido ni la cuarta parte del camino cuando se hizo de noche.

En un momento dado, mi padre vio que el peligro era inminente y pronunció una de sus frases antológicas, que sacada de contexto nos ha proporcionado buenos ratos de risa. Dijo: no me pongáis nervioso, que nos vamos a matar. Aquello fue una alarma. Empezamos a llorar y a decir que nos bajábamos. A partir de ahí empezó la operación salvamento. Mis hermanas se bajaron para ir al pueblo más próximo a llamar a un amigo de una de ellas, que podía traernos cadenas. Hay que decir que nuestra indumentaria no era la mejor ni para andar ni para presentarnos en ninguna parte. Veníamos con la ropa más vieja que teníamos. Yo me quite las botas y se las dejé a mi hermana, que para eso iba de avanzadilla. Iba andando con mi madre por la nieve, con las zapatillas de estar en casa de mi hermana. Mi padre y mi hermano se quedaron en el coche. Pasado un rato que nos pareció muy largo, un coche paró para que subiéramos. Otros muchos habían pasado, quizá porque no podían parar, pero la verdad es que nuestro aspecto no ayudaba mucho. Yo completaba mi atuendo con un abrigo viejo que me cubría desde la cabeza. Las que iban de avanzadilla pasaron también lo suyo y cuando llegaron al pueblo tuvieron que repetir 2 veces la historia, porque la primera vez no les hicieron caso. Estuvimos 4 horas en la carretera, hasta que llegaron las cadenas y pudimos llegar a casa.

El amigo de mi hermana, que resultó ser algo más, cenó con nosotros. Recuerdo perfectamente el menú: unas gambas al ajillo, que me supieron a gloria.

Teresa Sanz
Grupo B


Fríos de antaño

Baja el termómetro y se baten records de bajo cero. Lo de hacer frío es de siempre; batir records en cambio es pasatiempo moderno, en algo tienen que dar los que no pueden jactarse de haber conocido tiempos lejanos. El frío de aquel año de mediados del siglo pasado, no se sabe de cierto, pero en nuestra ciudad pongamos 19 grados bajo cero, que algo me suena la cifra. Salamanca y Albacete las temperaturas más bajas de toda España.

A lo mejor fue una valentía; por lo menos a mí me lo estuvo pareciendo unos años. A veces tardan en abrirse las entendederas, pero todos terminamos por asesar, como decía mi abuela. Cuando aquello dejó de ser valentía, pasó ser, temeridad, insensatez, qué sé yo, joven inconsciencia.

Llevaba helando días y días, temperaturas como no recordaban los más viejos de la localidad (los viejos entonces eran otros). Aquella mañana pasamos por el termómetro de la zapatería frente al Gran Hotel, y ocho grados bajo cero. No se movía el aire y se notaba como calorcito en comparación con los días anteriores. Y don Rogelio que se había caído en la calle con el hielo y se había roto no sé qué. Nos lo dijeron los bedeles cuando aguardábamos para entrar a su clase. Y la hora siguiente además la teníamos libre; la ocasión la pintaban calva.

Había nevado la noche pasada y, ya se sabe, el manto de santa Leonor cubre el campo y el río no. Pero en esa ocasión el blanco sudario cubría también la superficie del agua helada por encima del Puente Nuevo (antes no le sabíamos el nombre de verdad). Una superficie plana, extensa, inmaculada, ni la más leve mancha, ni un solo copo que sobresaliera, como que hubieran planchado la nieve. Qué tentación. Y la juventud no está hecha para resistir tentaciones.

Cruzamos a la orilla del Arrabal. Descendimos el terraplén con precaución para no resbalar y ahí se nos acabaron las cautelas. Pisabas a la orilla, en lo plano, un centímetro escaso de nieve, y no te hundías; pero debajo era el Tormes nada menos, helado. Echabas una pierna adelante y lo mismo. Contados quedan los dos primeros pasos, imagine ahora cada cual los que siguieron hasta que nuestro grupo alcanzó la orilla opuesta, el río «candado», qué bonitas palabras a veces la gente del común. ¿Valentía, temeridad, inconsciencia? En todo caso, a servidor no se le adjudique la mayor culpa, yo iba segundo.

Habíamos creado ruta. Poco después aquello se fue poblando y encantador el paisaje desde el puente, mirando aguas arriba. En las fotografías que al día siguiente ofrecían los periódicos, parecíamos un reguero de hormigas. Uno de los recién llegados atrapó una avefría y pronto tuvo a su alrededor una veintena de personas a ver el pájaro. Demasiado peso, se rajó el hielo. Sonó como un trueno sordo en tormenta de verano y salimos todos corriendo espantados, cada cual en una dirección; a lo mejor eso fue una suerte. Yo apunté al centro del río, pero quién estaba para pensar.

No llegó a ceder el hielo. No se formó agujero quiero decir, aunque ya se comprende, en otro caso no estaría contándolo aquí ahora. No paré de correr, pero enseguida comencé a torcer rumbo hacia la orilla. No habré corrido nunca más en suave; lo mismo ni dejaba huella en la nieve. Terminé arribando. El último de la panda, pero sano y salvo. Me di permiso para respirar.

Lo contó la prensa y enseguida la policía montó guardia para impedir que alguien emulase la hazaña. En nuestros hogares se comentó (por parte de los mayores) la locura de aquellos insensatos, pero nosotros ya habíamos acordado que ni mu.

Como para que ahora nos vengan diciendo de los récords de Filomena. Qué ganas de darse importancia, tú, hasta a las borrascas se les pone nombre.

Pascual Martín
Grupo presencial


“Noche de luna nieva”

En la noche nevada la luna está observando
el eco de tus pasos,
crujido de cristales como astillas de seda,
el temblor, el silencio, la memoria del sueño,
la vigilia del hielo.

Entenderá la luna de extraños alfabetos,
tizas en la pizarra de este desierto helado,
encriptados mensajes en diamantes de espuma
mientras cruza el fantasma de un unicornio blanco.

La luz quema los ojos como un rayo de noche,
con destellos de luto sobre un velo de virgen
reducido a cenizas,
y acabará el invierno aplazando el destierro.

El sueño de tu impronta,
el calor del recuerdo,
la memoria del hielo,
despertará tu huella como una primavera
que hará sobre tus pasos sus caminos de agua.

Tras la nieve y la noche
el adiós
de un pañuelo de novia
con lágrimas de luna.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Juan y la nieve

El día de Reyes, Ella te trajo su cita inevitable, debilitó tu corazón y ya no volviste a hablar. La angustia comenzaba, la lucha con el ángel de la muerte y tú tan fuerte, nos decías con tus ojos azules que esta vez ya no.
Noche oscura de hospital ibas entrando en el sueño sueño sueño. Te acariciaban y abrías los ojos, como un valiente perdedor, luchaste aún con el ángel, hasta el alba del día ocho. Dulcemente dormido en la gran paz. La nevada comenzó a caer con copos aún inocentes, y quiso acompañar tu muerte extendiendo su blanco sudario, exhibiendo el alma de de los seres blancos, como tu propio espíritu.
Para siempre quedó la gran nevada asociada a tu muerte. La noche del velatorio estaba espectral, casi clara, velada, como de otro mundo.
La nieve caía ya dominada por un viento feroz e implacable, formando dunas caprichosas. Esa nieve alimentará a otros seres de la tierra que tanto trabajaste.
La muerte fue la nieve, la Gran Madre iba a recogerte de nuevo en su seno. Habías entrado dulcemente en la nada, fundido con el todo desconocido, la tierra, de nuevo cuna.
La nieve se enfureció aún más el día de tu entierro. Llegar al cementerio fue una odisea, caminar entre tumbas fantasmagóricas, sacudidos por el viento y la nieve, una experiencia terrible y extraña. todas las fuerzas de la naturaleza parecían haberse conjurado. Tan solo el mar de flores que cubrió tu tumba, hablaba del cariño que te tenemos a ti, tan duro y generoso, que nos amaste tanto, brizna ya de algún dios.

Emilia González
Grupo B


Cuéntame cosas

Esa tarde la pasaría con Janet, seis años recién cumplidos, esa edad en que los niños están ansiosos por aprender, esponjas absorbentes, sus “por qué”, “para qué”, “cuéntame” incansables, para los que no vale salirse por la tangente, tienes que ser convincente, en esos momentos prefiere la realidad a la fantasía, sabe distinguir un cuento de “algo que sea de verdad”. No dudaba que querría hablar de Filomena, de la nieve, aquella mañana había viajado desde Cantabria y sin duda el paisaje que contempló y ese nombre habían revolucionado su cabeza y, esta niña da muchas vueltas a las cosas, el sr. Piaget sabía mucho de la lógica infantil, yo tenía que prepararme para el bombardeo, sigo marcada por la costumbre de preparar las clases.

-Bisa, ¿Nos han mandado los chinos toda esta nieve y le han puesto ellos ese nombre? ¿Por qué Filomena? ¿Quién es Filomena?-
-Venga abuelilla, a ver cómo se lo explicas, me tiene loca con esas preguntitas que he reservado para ti -

Volvió a pensar con su lógica, unía al Covid, con esta nevada de la que oía que era una catástrofe, no pude menos que sonreír, pero había que ponerse seria, tenía que quedar claro que los chinos no tenían culpa, ni de la nieve, ni del nombre, quizá se decepcionó un poco, quizá ya se removió en su interior la idea a la que nos agarramos los mayores cuando buscamos a alguien a quien culpar y así liberarnos nosotros. Estas son divagaciones mías, sigo con Filomena. Le hablé de la costumbre que hay de poner nombre a los terremotos, a las borrascas, y ahora tocaba un nombre que empezara por la letra F, que ese nombre lo ponían los hombres del tiempo y que esta vez lo habían puesto en España.

-¡Pues vaya nombre tan feo! –
-Escucha, ya verás cómo al final te gusta. Filomena significa-,sabía que le iba a hacer reaccionar, “Aquella que ama a la música”.-
- ¡Cómo Miriam!-
- “La bien amada”-
-¡Miriam, te queremos mucho!

A partir de ese momento, la nieve y Filomena dejaron de interesarle, Miriam cobró protagonismo.
Cuando volvió el silencio a la casa, fui yo la que empecé a pensar en le nieve, me invadió la nostalgia del recuerdo, esa Ávila blanca, bolas y muñecos de nieve, risas, culetazos, y a lo lejos la sierra de la Parameda, tan blanca, tan brillante, tan mágica, en aquella época de mi niñez ejercía una gran atracción sobre mí. El paso del tiempo me llevó a una casa donde esa sierra estaba tan cerca que parecía que la podía tocar y allí desde la balconada, oyendo el chisporroteo de las llamas, acurrucados, veíamos cómo la luna se reflejaba en la nieve, que más que blanca, parecía de plata. Este recuerdo es el más bonito que tengo de la nieve.

Inés Izquierdo
Grupo A


Raquetas de nieve

"Mientras esperamos a que llegue la primavera ¡queremos proponerte que nos vengas a ver en invierno! Dos días de aventura rodeados de nieve, bosques y estrellas".

Así anunciaban un viaje a la laguna de Leitariegos en el valle de Laciana.
Sin pensarlo demasiad ,ese fin de semana preparamos la mochila y nos dirigimos a Villablino , un pueblo precioso en el que estaba el inicio de la ruta. En el lugar indicado nos esperaba el grupo con el guía que revisó nuestro equipamiento y nos dio las últimas instrucciones antes de emprender la ruta.
Hicimos parte del trayecto en coches de aventura 4x4 cruzando un bosque, a través de llanuras nevadas y el resto recorriendo a pie un tramo de unos 5 km hasta llegar a un solitario y acogedor refugio en el que pasaríamos la noche.
Allí nos repusimos mientras disfrutamos de una buena cena, seguida de la típica sobremesa recordando las anécdotas de la excursión junto al calor del fuego.
Por la noche, salimos de “expedición” a contemplar el cielo nocturno, las estrellas, las constelaciones, y la luna .La Luna es la reina y protagonista en esta aventura que invita a pasear con raquetas de nieve , invento cuyo origen es en Asia Central unos 4000 años antes de Cristo. Probablemente los hombres primitivos se inspiraron en algunos animales caracterizados por sus grandes patas, que se movían fácilmente sobre el manto de nieve, mientras que los pies del hombre se hundían en la nieve.
Las que nosotros calzamos tienen diferentes formas, están hechas de plástico o aluminio ,tienen fijaciones muy técnicas y diferentes tipos de crampones en la parte inferior, dependiendo de las necesidades y siempre requieren el apoyo de los bastones telescópicos .
En el momento de equiparnos con ellas cada cual comenta su experiencia, algunos no se las han puesto ni una sola vez ,otros saben y lo dominan a la perfección, pero la mayoría nunca han recorrido antes la montaña de noche y, menos, con la luna llena como anfitriona estelar, avanzando por senderos, subiendo y bajando, por bosques, junto a cascadas y todo en plena noche , libre de contaminación lumínica.
Comenzamos la noche avanza y la niebla se vuelve a cerrar ,pero conjeturamos que la luz de la luna está ahí. Nos adentramos en el bosque de hayas. Tenemos buena luminosidad, ahora el camino es más estrecho. De vez en cuando tenemos que parar para ajustar alguna raqueta, el guía se convierte en el experto de estos menesteres. Abandonamos el sendero para adentrarnos por entre los árboles del bosque, atravesar un riachuelo por encima del agua congelada. Cuando llegamos a nuestro destino, la laguna de Arbas a 1.750m. con una preciosa cascada de unos veinte metros de caída, el cielo se despeja totalmente llegando hasta nosotros una luz sorprendente. Remontamos la cascada por un lateral y una vez que llegamos a su parte superior, paramos a reponer fuerzas. Agua con un poco de anís, pan y chocolate para calmar la sed y el hambre. El hambre y la sed están completamente saciadas, pero no así el deseo de aventura, pues el recorrido, volviendo a la base de la cascada, continúa por el fondo del valle, siguiendo el curso del río.
Al salir del bosque las vistas son realmente impresionantes, las iluminadas cimas se recortan sobre un oscuro cielo lleno de brillantes estrellas, la nieve nueva brilla aún más que ellas. El terreno nos permite caminar unos junto a los otros en animadas conversaciones, aunque en algunos momentos prefiero la soledad y escuchar el crepitar de mis botas al ritmo pausado de mis propios pasos.
Ya casi al final comenzó a nevar y pude apreciar la belleza de los cristales de hielo que componen los copos de nieve al posarse en mi chubasquero oscuro , aunque sin microscopio no podía comprobar la singularidad que los caracteriza demostrada por Bentley después de más de 5000 fotografías que tomó en los años 1904 al 1923 .
Lentamente y cansados llegamos al refugio en el que volvimos a disfrutar del fuego al calor de la chimenea y descansar para poder al día siguiente desandar el camino hasta el punto de partida y regresar a casa.
Una experiencia imposible de olvidar, recomendable y ojalá repetible.

M. Áfrika Gómez
Grupo A


En contraste

Salí por las calles de Salamanca a sentir la nieve. Su impresionante albura me llevó a imaginar alegorías relacionadas con lo trágico, erótico y lúdico.
La tragedia la asocio con la belleza de su estampa. Historias de muerte y enfermedad se escriben en la nieve. Alucinados por una apariencia límpida, los protagonistas subestimamos su filo; los alud y borrascas que encierran su presencia aparentemente contenida y pausada. Mientras nieva casi no se siente el frío, pero al cesar, la temperatura baja tanto que la sangre literalmente se nos puede helar, mientras nos quedamos como dormimos alrededor de sus blancos parajes. Cuando se derrite la nieve deja charcos inmundos y calles intransitables, y las corrientes de los ríos y los mares crecen peligrosamente. Su impoluta presencia desaparece pronto, como todo lo que nos deslumbra al primer contacto.
Mientras caminaba veía a los hombres y mujeres que manipulan la nieve. Había un aura de voluptuosidad en su manera de estar: sus rostros sonreídos (sus ojos brillantes y muy horizontales), las manos enrojecidas, y sus cuerpos generando un calor compensatorio. Parecían tener un orgasmo sostenido que los ruborizaba permanentemente, a pesar del dolor gélido y cortante.
Los templos, las iglesias, las catedrales se veían más impresionantes, y nos cuestionaban en un lenguaje blanquecino y mudo sobre la propia espiritualidad, sobre lo sagrado en cada uno. Pero a su vez el frío las hacía más frías y ajenas.
Los niños, los jóvenes, los adultos, todos jugábamos a estar a salvo en medio de la borrasca, privilegiando el placer, a pesar de la pandemia; a pesar de las noticias de muerte por hipotermia; y los ríos que se empezaban a desbordar. Todos desafiando con puerilidad la tragedia, todos ante su aparente benignidad, para conectarnos con eso lúdico que también sostiene nuestras vidas.
Como en días de nieve vivimos constantemente. Los opuestos, los contrastes de una misma experiencia los podemos experimentar de manera simultánea (unificada), aún sin percatarnos (“boda psíquica”, dice Jung). Pero nos empeñamos en resguardarnos en el recodo de una visión unilateral. Y nos quedamos con un vacío que nos genera inquietud. En lugar de completarnos con la maravillosa naturaleza bipolar, ligada a nuestra existencia, hacemos uso solo de la lógica para aquietarnos. Nos entregamos a la búsqueda compulsiva de una felicidad idealizada, donde el fracaso es cuestionable, el dolor es indeseable y la permanencia una garantía. Sin embargo, todo nos sucederá al mismo tiempo, lo inmaculado y lo manchado, aunque no podamos tolerarlo, aunque lo queramos apartar.
Escuché que una madre le hablaba a su hijo mientras caminaban en la nieve: “No os vayáis a caer, porque sino...”, y no dijo más. Ella sabía que cualquier instante se podía convertir en accidente, pero también sabía del placer al caminar sobre las calles nevadas. Es por ello que siguió dejando sus huellas junto a las de su hijo, mientras la nieve crujía debajo de sus pies al romperse los cristales de sus preciosas formas.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


El zueco

Joseph tenia 10 años, era pequeño para algunas labores así que mientras los hombres rudos se encargaban de los trabajos pesados el pastoreaba a las 22 ovejas del amo. No había hecho otra cosa desde que tenia uso de razón, por eso Joseph a su corta edad conocía muy bien la montaña y las inclemencias del tiempo, conocía el frío y el calor, los ríos y las rocas, las tormentas de verano y los animales salvajes que acechaban su rebaño.
Una mañana de frío invierno, despertó en la noche ya que los días eran más cortos y salió del tibio calor de la alcoba donde dormía. Su madre había hecho fuego y le esperaba con un tazón de leche bautizada de agua sin bendecir y un trozo de pan. En su zurrón puso un trocito de queso, un cacho de tocino y unos mendrugos de pan.
Salió de su casa aún con las estrellas y un amenazante cielo rojo que acompañaba a un aire gélido que sentía bajo sus ropas. El frío de aquella mañana era como el de la muerte, parecía llegar del propio infierno, su ropa, aunque abundante era porosa y calzaba unos zuecos de madera hechos por su padre que ya le quedaban pequeños pues el muchacho no paraba de crecer.
Subió la montaña por el mismo sendero de cada día, las ovejas seguían a Peco, su perro pastor, su mejor amigo, su infinito compañero que lleno de sarna y mala vida, flaco y contrahecho, le seguía siempre fielmente.
El viento empezó a hacerse más fuerte, más incesante y amenazador y arrastraba con el un fino copo de nieve de manera horizontal que le impedía caminar con normalidad, caía una y otra vez sobre el suelo mojado y necesitaba llegar hasta el refugio que otros pastores habían habilitado durante años anteriores. Hacia tanto frío que no tardó en tener problemas para respirar con normalidad, casi a gatas logró llegar a la humilde construcción de piedras heladas. Se sintió a salvo. Encendió un fuego y comiendo alguna vianda, puso algunas ropas a secar. Después callo en un sueño corto e incomodo, no pasó mucho tiempo cuando despertó y encontró que todo su entorno era ya blanco, el horrible viento había parado y en su lugar la calma dejaba caer grandes y lentos copos de nieve, un poco asustado se apresuró a recoger el rebaño y emprender el camino a casa, la nevada era tan copiosa que se movía con mucha dificultad y ya no tenia claro del todo como regresar al sendero, llegando al camino escuchaba los ladridos desesperados de Peco, que no lograba reunir a todas las ovejas. la nieve calaba su ropa su cuello, su rostro, algunos animales ya casi sepultados y perdidos balaban sin descanso, los grandes copos consiguieron taparlo todo, ya no se veían rocas, ni caminos, ni ovejas, ni perro, estaba intentando caminar con la nieve casi hasta la cintura cuando el perro resbaló dentro de una grieta de la montaña cubierta de nieve, debió de hacerse daño por que sus aullidos de dolor taladraron el tierno corazón de Joseph de una manera insoportable, intentó recatarlo sin éxito, no podía caminar sin caerse y sin enterrarse en la nieve, no sabia donde estaba ni el sendero ni el perro ni las ovejas, (que en aquel momento le importaban menos) hasta que se dio cuenta de que la noche caía apresurada sobre la zona, la visión, lejos de ser oscuridad, se convirtió en una gran claridad y una especie de ceguera le impedía distinguirlo todo, poco a poco se fueron acallando los lamentos de Peco, y solo se oía balar a alguna oveja en cualquier dirección. Perdió un zueco, se echo a llorar, sus lágrimas se congelaron casi al instante, se centró en encontrar a los animales perdidos porque bien sabia el que su desaparición traería consecuencias a la familia. La noche había caído, y él casi a tientas ya tenía 5 ovejas. Cuando su cuerpecito se quedó sin energía, se quedó sentado cubriéndose con las ropas mojadas que tenia a mano, entonces, escuchó a lo lejos la voz de su padre llamándole.
El letargo que tenia era importante pero al oírlo empezó a gritar con todas sus fuerzas, una y otra vez, tanto gritó que no se dio cuenta de que se estaba orinando encima (fuente de calor efímera pero potente) antes de la congelación un vecino lo alzó en brazos, El seguía reclamando las ovejas y su padre, su hermano y otros vecinos se ocuparon de ello liberando 4 de ellas casi congeladas pero vivas.
Joseph se despertó dolorido en su camastro, la noche era roja y helada, en su casa solo se oían los gritos de rabia del amo que amenazaba a toda la familia con que la cosa no se quedaría así y repitiendo constantemente que él tenia 22 ovejas y ahora solo 4, despidió a toda la familia, los dejó sin sustento, otra desgracia, se pasaban malos tiempos de hambre y de hielo.
Días después, en cuanto el tiempo dio una tregua y empezaba a derretirse toda esa asquerosidad blanca los hombres de la aldea salieron (expedición a espaldas del amo) en busca de aquellos animales congelados que servirían a las familias de alimento para todo ese invierno.
Era ya primavera cuando aquella nevada se tornó una mugre albergando hielo, tierra, restos vegetales y suciedad, su padre encontró el cadáver de Peco, el viejo y amado perro de su hijo, estaba irreconocible, ya congelado, seco, putrefacto y mordido en parte por algún carnívoro desesperado o algún animal carroñero. Lo cubrió de barro.
Encontró también y entregó a su hijo el maltrecho zueco.
Hoy me lo ha contado Joseph, el viejo cascarrabias que solo echa pestes cuando empieza a nevar y todos estamos tan contentos e ilusionados.
Se ha quitado un zapato, le faltan tres dedos de un pie, de ahí su ligera cogera.

Esther Yubero
Grupo A


Nieve sucia

Después de muchos años sin hacerlo, había nevado. Fueron dos días de ilusión colectiva, fotos en la nieve, niños tirándose en trineo, guerras de bolas… Yo tuve que contentarme con verlo todo por la televisión. Digamos que tenía un problema por el que tenía que tener un baño cerca las 24 horas del día. Al tercer día ya estaba bien. Me levanté ilusionada, me puse el outfit correspondiente, gorro, plumas, guantes y botas y me lancé a la calle a disfrutar como había visto hacer a mis amigos y conocidos por redes sociales. Fue traspasar la puerta de mi edificio y el tortazo de realidad retumbó hasta Siberia. La nieve estaba amontonada y no era bonita y blanca estaba negra, sucia y no daban ganas de tocarla ni con un palo. La que quedaba por las aceras estaba pisada y congelada. En los rostros de la gente ya no había sonrisas y diversión, había concentración y precaución para no resbalar. Me sentí como el que llega después de un cumpleaños y le toca recoger, como el que en la final de la Champions va al servicio y su equipo mete el gol de la victoria, como cuando de fiesta sales a fumar y ponen tú canción. Sólo me tocó la nieve sucia.

Beatriz Gorjón
Grupo A


La nieve

Cuando me levante esta mañana temprano, abrí la ventana de mi cuarto, y…¡oh sorpresa! al asomarme vi que había caído una gran nevada.
Los tejados y el suelo de mi calle estaban cubiertos de un manto blanco, limpio, silencioso... ¡Absorta!
Entonces vinieron a mi mente recuerdos de la niñez. En aquellos tiempos en que salíamos en que salíamos a jugar a la calle. Cuando nevaba, toda la chiquillada del barrio salíamos a jugar con la nieve, a tirarnos bolas, nos divertíamos mucho. Entonces las calles no estaban asfaltadas y pronto la nieve se hacía barro, no nos importaba, buscábamos los chupiteles y los chupábamos sin tener en cuenta la higiene
Afortunadamente, nunca oí que ninguno de nosotros se pusiera enfermos por ello. En tiempos de mi niñez, los inviernos eran muy crudos, hacia muchísimo frio, caían grandes heladas, y las casas estaban muy frías. Nos calentábamos arrimaditos al brasero, la parte delantera de nuestro cuerpo se calentaba, pero la espalda estaba fría, tanto nos acercábamos al brasero que nuestra piernas se llenaba de cabras, venillas rojas a lo largo de las piernas.
Aprendimos a educar la vejiga, a resistir un buen rato las ganas de orinar, porque teníamos un patio, estabas muy frio luego cenábamos nos íbamos a la cama helada, la calentábamos con bolsa de goma llena de agua caliente.
Tengo tantos recuerdos de aquellos tiempos. Uno de ellos lo tengo presente. Es este mi madre lavaba en un pilón antes teníamos que calentar agua en un caldero grande, para poder romper el hielo.
¡Qué decir de la escuela! Teníamos solamente una estufa de carbón cerca de la mesa de la maestra. Algunas niñas llevaba a clase a sus latas con para calentar sus manos para poder escribir en los cuadernos. En los tiempos de mi niñez, hacia tanto frio que las manos y pies se llenaban de sabañones. Aquéllos si eran inviernos fríos y duraderos. En las noches de invierno era muy intenso. Nos sentábamos alrededor de la camilla mi padre nos leía libros de humanidades, de autores como Edmundo Amocéis, Gabriel y Galán, Campoamor… A nosotros nos gustaba mucho y escuchábamos atentamente.
¡Ahora en nuestro tiempo, pienso en las penalidades sin apenas recursos económicos, sin poder tomar una humilde sopa caliente!

Josefa Redondo
Grupo A


Una historia de maltrato

La nieve crujió, echó a caminar y no llevaba un paso muy acelerado.
Fue dejando sus huellas, atrás quedó el misterio de una relación de malos tratos y dejadez con el abuso y el alcohol.
Dolido, avanzó. No podía haber sido tan bueno durante todo este tiempo y haber aguantado tanto. Ya era de noche, la nieve crujía como el hielo cuando empieza y el paisaje completamente invernal. Se extendía más lejos de sus pies. Tenía frío y temblaba a pulso.
Justamente le abrí la puerta.
- Pero, Víctor.
Iba tapado hasta arriba. Le di un abrazo de amor.

Iria Costa
Grupo B

No hay comentarios:

Publicar un comentario