En ese repertorio improvisado aparecieron juegos como el clavo; la rayuela (o el pati); las canicas; la peonza; las chapas; las tabas y muchas canciones de corro y comba o de pasillo como "La chata Berengüela", "Soy Capitán" "La viudita del Conde Laurel" o el "Romance de Merceditas".
En estas aleluyas o aucas se reproducen gran parte de esos juegos de la infancia
Volvimos por un rato a ese "sol de la infancia" del que hablaba Machado en una de las últimas líneas que escribió sobre un papel arrugado que su hermano encontró en uno de los bolsillos [Estos días azules y este sol de la infancia]
Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo; a veces lo he comparado con el ritmo del escondite inglés (...) Porque es un poco así, el tiempo transcurre a hurtadillas, disimulando, no le vemos andar. Pero de pronto volvemos la cabeza y encontramos imágenes que se han desplazado a nuestras espaldas, fotos fijas, sin referencia de fecha, como las figuras de los niños del escondite inglés, a los que nunca se pillaba en movimiento. Por eso es tan difícil luego ordenar la memoria, entender lo que estaba antes y lo que estaba después.
Hablamos de Ana Pelegrín y su libro Cada cual atienda su juego (De tradición oral y literatura), de Tomás Blanco García y su libro Para jugar como jugábamos, una colección de juegos y entretenimientos de la tradición popular salmantina. Y sentimos como nuestras sus palabras, las de Ana, cuando escribía: Me adentro en antiguos juegos infantiles, por la imantación que ejerce en mi vida la infancia, su permanencia. La memoria incandescente de aquella mirada libre, autónoma, abierta al mundo, creando relaciones esenciales con la palabra, reconstruyendo el pacto mágico animista. Aquella mirada.
Una tarde de Julio, paseando por el Prado, oímos estas coplas, cantadas por las tiernas niñas que jugaban al corro: ¿Dónde vas, Alfonso XII? -¿Dónde vas, triste de ti? -Voy en busca de Mercedes, -que ayer tarde no la vi. -Si Mercedes ya se ha muerto; -muerta está, que yo la vi: -cuatro Duques la llevaban -por las calles de Madrid. La simplicidad candorosa de estos versos, en boca de inocentes criaturas, se me metía en el corazón avivando la doliente memoria de la Reina sin ventura, muerta en la flor de la edad.
Otro día, en Recoletos, oí las mismas coplas, continuadas de este modo: Su carita era de Virgen, -sus manitas de marfil, -y el velo que la cubría -era un rico carmesí. -Los zapatos que llevaba -eran de rico charol, -regalados por Alfonso -el día que se casó. Recreándonos con tan ingenua cantata dimos la vuelta al corro, y pudimos enriquecer el poema infantil con esta otra cuarteta: El manto que la cubría -era rico terciopelo, -y en letras de oro decía: -Ha muerto cara de cielo.
«Fíjate -dije a Casiana-, y convendrás conmigo en que esos lindos cantares contienen más inspiración y mayor encanto que las odas hinchadas y las elegías lacrimosas con que los poetas de oficio lamentaron el prematuro fin de Merceditas, apedreándonos con ripios duros y aburriéndonos con el desfile monótono de imágenes sobadas y terminachos rimbombantes».
Continuamos con un fragmento de Confesiones de un pequeño filósofo, de Azorín, titulado "La alegría":
¿Cuándo jugaba yo? ¿Qué juegos eran los míos? Os diré uno: no conozco otro. Era por la noche, después de cenar; todo el día había estado yo trabajando en la escuela a vueltas con las cartillas, o bien metido en la casa, junto al balcón, repasando los grabados de un libro. Cuando llegaba la noche, se hacía como un oasis en mi vida; la luna bañaba suavemente la estrecha callejuela; un frescor vivificante venía de los huertos cercanos. Entonces, mi vecino y yo jugábamos a la lunita. Este juego consiste en ponerse en un cuadro de luz y gritarle al compañero que uno “está en su luna”, es decir, en la del adversario; entonces, el otro viene corriendo a desalojarle ferozmente de su posesión, y el perseguido se traslada a otro sitio iluminado por la luna…, hasta que es alcanzado.
Seguimos con Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y un fragmento que nos recuerda uno de los juegos de anochecer:
Cuando, en el crepúsculo del pueblo, Platero y yo entramos, ateridos, por la oscuridad morada de la calleja miserable que da al río seco, los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos. Uno se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el cojo...
Después, en ese brusco cambiar de la infancia, como llevan unos zapatos y un vestido, y como sus madres, ellas sabrán cómo, les han dado algo de comer, se creen unos príncipes:
—Mi pare tie un reló e plata.
—Y er mío, un cabayo.
—Y er mío, una ejcopeta.
Reloj que levantará a la madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la miseria... El corro, luego. Entre tanta negrura, una niña forastera, que habla de otro modo, la sobrina del Pájaro Verde, con voz débil, hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente, cual una princesa:
Yo soy laaa viudita
del Condeee de Oréé...
...¡Sí, sí.! ¡Cantad, soñad, niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo, enmascarada de invierno.
—Vamos, Platero...
Y cerramos el recorrido con El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, donde dedica unas páginas al juego del escondite inglés. Reproducimos aquí un fragmento:
Me parece –digo- que estoy viendo el sitio donde se ponía el heladero, con su carrito, en la plaza donde yo vivía, junto al quiosco de los tebeos. Había un banco largo de piedra rematando la plaza por ese lado, con respaldo de hierro, nos sentábamos allí cuando nos cansábamos de jugar. Al otro extremo, en los primeros días de octubre, se ponía la castañera, con sus mitones de lana. O sea, que por la izquierda hacía su aparición el verano, con el puesto de helados, por la derecha, el invierno avisaba su llegada con aquel olor a castañas que empezaba, un buen día, a salir de la garita, entre remolinos de hojas amarillas; y el tiempo pasaba de un extremo a otro, sin sentir, un año y otro año, a lo largo del banco aquel de piedra, como sobre una aguja de hacer media. Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo, a veces lo he comprado con el ritmo del escondite inglés, ¿conoce ese juego?
Recordamos al final de esta entrada las palabras de Diego Catalán en su libro Por campos del Romancero. Estudios sobre la tradición oral moderna:
Cada generación que pasa se lleva irremisiblemente consigo, para siempre, una parte preciosa de la herencia tradicional; algunos de los viejos temas conservados dejan de cantarse y muchos motivos poéticos de los que adornan los relatos tradicionales caen en el olvido.
Propuesta de escritura:
Jaume Castejón
Grupo B
El fútbol
De los juegos infantiles de mi niñez, el que guardo mejores recuerdos es el de jugar al fútbol. Casi todas las tardes, después de salir de la escuela, íbamos a casa a dejar la cartera con los cuadernos de clase, cogíamos algo que hacía las veces de merienda y nos acercamos a la era en donde ya nos esperaban otros compañeros para echar un partido.
Previamente alguien decía que llevaba el balón, porque no siempre encontrábamos quién tuviera una pelota decente para poder jugar. El dueño del balón era el que ponía las condiciones de quién jugaba y quién no. Para la elección de equipos, se “echaban píes” entre los dos más gallitos, que iban eligiendo según sus preferencias, y cuando no salía nadie voluntario para portero ponían al más malo, aunque siempre había protestas y se turnaba con otro compañero a medio partido y así también participaba en el juego. Para hacer las porterías se utilizaban piedras del lugar o cazadoras, o lo que estaba a mano, haciéndolas del mismo tamaño, aunque alguno siempre la hacía más pequeña según avanzaba el partido. Cuando anochecía, dejábamos de jugar y para casa a hacer los deberes, si bien siempre quedamos para jugar la revancha para el día siguiente.
Con el paso al instituto, formamos un equipo más o menos titular, y nos desplazamos en bicicleta a pueblos cercanos a jugar los domingos.
Esta afición al fútbol en mi caso continuó, jugando en equipos de la ciudad y en el equipo de la facultad, hasta que “colgué las botas” para poder tener más tiempo para estudiar.
Ahora soy un mero espectador.
Luis Iglesias
Grupo B
¡Las lleva blancas!
Don Melitón tenía tres gatos… Daba comienzo el juego de la goma y la competición entre las niñas del barrio. Sí. Era una diversión exclusivamente femenina porque los niños, en aquella época, nos parecían bobos y, sobre todo, brutos, muy brutos. Como mucho les dejábamos sujetar el elástico cuando faltaba alguna participante, pero solamente a algunos escogidos. No valía que fuera hermano, primo o vecino, únicamente aceptábamos a dos o tres de probada inocencia, porque los otros solo se apuntaban para vernos las bragas. Cosa que no podíamos comprender. ¿Qué tenían nuestras bragas para despertar tanto interés?
Y los hacía bailar en un plato…Era una lucha constante intentar que la falda no se levantara. En los primeros niveles: tobillos, rodillas, incluso caderas éramos capaces de brincar hasta la altura requerida sin que el vuelo de la ropa fuese una amenaza.
Y por las noches les daba turrón… A la altura de la cintura podíamos seguir la cadencia sin grandes acrobacias. Saltábamos hacia dentro y hacia fuera, cruzábamos las gomas formando rombos, las pisábamos, una primero, otra después, las dos a la vez. Cuando llegábamos a ese nivel Pedrito y su pandilla se plantaban frente a nosotras para no perderse un movimiento. Ahí empezaban las provocaciones y los improperios por ambas partes. Nosotras para que se fueran, ellos para ponernos nerviosas y para que bajáramos la guardia, pero no... Con tal de no darles gusto, habíamos ideado la manera de que todo se mantuviera en su posición, anudándonos la ropa a las piernas. ¿Muy incómodo?, sí. ¿Muy esperpéntico?, también. Pero se trataba de no dar tregua al contrincante que, en ese caso era el sexo contrario, con el que no estábamos en momento de confraternizar.
Que vivan los gatos de don Melitón… Con el elástico en los hombros se sucedían las piruetas, la única manera de llegar a alcanzarlo con los pies, que era la regla básica del juego, solo con los pies. Y en este punto se hacía muy difícil gobernar nuestros vestidos, que casi siempre se rendían a la gravedad cuando teníamos que apoyarnos en las manos o hacer el pino. Los niños silbaban, aplaudían, anunciaban a gritos el color de nuestra ropa interior, ¡Las lleva blancas! y se reían entre ellos. Las niñas, muy dignas, despreciábamos sus momentos de gloria obsequiándoles con todo tipo de muecas, gestos y desplantes.
Al día siguiente volvía a empezar el torneo entre nosotras para lucirnos ante ellos.
Maxi Moreno
Grupo B
Recientemente me han aceptado un artículo en el periódico El País. Como versa sobre uno de los juegos más populares en España lo aprovecho como tarea del Taller de Escritura Creativa. Tengo el gusto –y la vanidad, no lo niego– de compartirlo en primicia con todos vosotros.
EL PAÍS
Hay, en primer lugar, un cambio radical en el retrato robot del profesional tipo. Àbedi Anokye no es el chico procedente de un suburbio, de poca formación académica, tosco en el manejo del idioma y desconocedor de los conocimientos teóricos de su disciplina. Antes bien, este joven de veinticuatro años habla perfectamente tres idiomas, kwa (ghanés), inglés y francés y se desenvuelve con soltura en castellano. Ha cursado un grado en Ciencias Políticas en la universidad de la Sorbona y dos másteres, uno en “Biomecánica en la actividad física” y otro en “Gestión multifuncional de empresas”. Ya lo apreciamos ayer en la primera rueda de prensa. Se acabaron las frases hechas, los tópicos, las muletillas y las bellaquerías. Tuvimos ante nosotros un verdadero profesional de la comunicación que demostró un conocimiento exhaustivo de los aspectos técnicos, psicológicos, económicos y sociales ligados a su especialidad.
Una nueva “quinta” de atletas está aterrizando en el deporte de la bola. Adiós a aquellas consignas simples del “Al hoyo” o del “Tira p’alante”. Estos jóvenes se han acostumbrado a una planificación científica de los encuentros a base de análisis estadísticos, tecnológicos, anatómicos y hasta meteorológicos.
Se tambalean también las viejas estructuras de los clubes. Los nuevos contratos ya no hablan de “primas por partido” sino de “copropiedad en sociedades”. Los estímulos ahora pasan a ser cuotas de participación en el accionariado del club y en sus empresas vinculadas. En pocos años veremos las entidades regidas por la generación de jóvenes que se está incorporando ahora a los campos de juego.
Y cabe preguntarse, ¿cómo afectará esta transformación a la afición? ¿Perderá emoción el juego bajo el imperio de la tecnificación? ¿Se extinguirá la pasión que inflama las gradas de los estadios?
La respuesta es compleja y el pronóstico arriesgado. A día de hoy el futuro se ve con relativo optimismo, no hay más que ver lo que sucede en estos instantes en el graderío. Casi mil hinchas están presenciando el entrenamiento de los jugadores animándolos permanentemente con sus gritos. Y ahora, una vez finalizados los ejercicios de calentamiento de manos y que sus ídolos han comenzado a tirar al gua, los rugidos eufóricos de los aficionados se recrudecen cada vez que uno de ellos realiza una jugada afortunada.
“Mientras una canica corra por la tierra, la sangre correrá por mis venas”, así resume Antonio, un fan de lleva diez años sin perderse un entreno, su pasión por el juego.
Por lo tanto, amigos, prepárense: ha llegado la revolución Anokye. Todo va a cambiar en el deporte español más arraigado, apasionante y masivo: el juego de canicas.
HAIKUS
Los juegos de la niñez Matarile le
Tardes de otoño,
con chapas, tabas y amigos
las horas vuelan.
Barro en el patio,
jugamos al clavo
bajo la lluvia.
Alegres días,
salto corro y te pillo
voló la niñez.
Yo rememoro
canciones, romances y
nanas de cuna.
Recuerdo el ayer
con dulce melancolía,
que se adueña del alma.
M. Pilar Sánchez
Grupo B
Y entre recuerdo y recuerdo se detuvo el tiempo, tal y como señala Carmen Martín Gaite:
Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo; a veces lo he comparado con el ritmo del escondite inglés (...) Porque es un poco así, el tiempo transcurre a hurtadillas, disimulando, no le vemos andar. Pero de pronto volvemos la cabeza y encontramos imágenes que se han desplazado a nuestras espaldas, fotos fijas, sin referencia de fecha, como las figuras de los niños del escondite inglés, a los que nunca se pillaba en movimiento. Por eso es tan difícil luego ordenar la memoria, entender lo que estaba antes y lo que estaba después.
Hablamos de Ana Pelegrín y su libro Cada cual atienda su juego (De tradición oral y literatura), de Tomás Blanco García y su libro Para jugar como jugábamos, una colección de juegos y entretenimientos de la tradición popular salmantina. Y sentimos como nuestras sus palabras, las de Ana, cuando escribía: Me adentro en antiguos juegos infantiles, por la imantación que ejerce en mi vida la infancia, su permanencia. La memoria incandescente de aquella mirada libre, autónoma, abierta al mundo, creando relaciones esenciales con la palabra, reconstruyendo el pacto mágico animista. Aquella mirada.
Reproducimos aquí algunos fragmentos de diferentes escritores y escritoras referidos a la infancia y a los juegos. Abrimos este breve repertorio con un fragmento de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós en el que recuerda el romance de la muerte de la reina Mercedes
Una tarde de Julio, paseando por el Prado, oímos estas coplas, cantadas por las tiernas niñas que jugaban al corro: ¿Dónde vas, Alfonso XII? -¿Dónde vas, triste de ti? -Voy en busca de Mercedes, -que ayer tarde no la vi. -Si Mercedes ya se ha muerto; -muerta está, que yo la vi: -cuatro Duques la llevaban -por las calles de Madrid. La simplicidad candorosa de estos versos, en boca de inocentes criaturas, se me metía en el corazón avivando la doliente memoria de la Reina sin ventura, muerta en la flor de la edad.
Otro día, en Recoletos, oí las mismas coplas, continuadas de este modo: Su carita era de Virgen, -sus manitas de marfil, -y el velo que la cubría -era un rico carmesí. -Los zapatos que llevaba -eran de rico charol, -regalados por Alfonso -el día que se casó. Recreándonos con tan ingenua cantata dimos la vuelta al corro, y pudimos enriquecer el poema infantil con esta otra cuarteta: El manto que la cubría -era rico terciopelo, -y en letras de oro decía: -Ha muerto cara de cielo.
«Fíjate -dije a Casiana-, y convendrás conmigo en que esos lindos cantares contienen más inspiración y mayor encanto que las odas hinchadas y las elegías lacrimosas con que los poetas de oficio lamentaron el prematuro fin de Merceditas, apedreándonos con ripios duros y aburriéndonos con el desfile monótono de imágenes sobadas y terminachos rimbombantes».
Continuamos con un fragmento de Confesiones de un pequeño filósofo, de Azorín, titulado "La alegría":
¿Cuándo jugaba yo? ¿Qué juegos eran los míos? Os diré uno: no conozco otro. Era por la noche, después de cenar; todo el día había estado yo trabajando en la escuela a vueltas con las cartillas, o bien metido en la casa, junto al balcón, repasando los grabados de un libro. Cuando llegaba la noche, se hacía como un oasis en mi vida; la luna bañaba suavemente la estrecha callejuela; un frescor vivificante venía de los huertos cercanos. Entonces, mi vecino y yo jugábamos a la lunita. Este juego consiste en ponerse en un cuadro de luz y gritarle al compañero que uno “está en su luna”, es decir, en la del adversario; entonces, el otro viene corriendo a desalojarle ferozmente de su posesión, y el perseguido se traslada a otro sitio iluminado por la luna…, hasta que es alcanzado.
Seguimos con Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y un fragmento que nos recuerda uno de los juegos de anochecer:
Cuando, en el crepúsculo del pueblo, Platero y yo entramos, ateridos, por la oscuridad morada de la calleja miserable que da al río seco, los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos. Uno se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el cojo...
Después, en ese brusco cambiar de la infancia, como llevan unos zapatos y un vestido, y como sus madres, ellas sabrán cómo, les han dado algo de comer, se creen unos príncipes:
—Mi pare tie un reló e plata.
—Y er mío, un cabayo.
—Y er mío, una ejcopeta.
Reloj que levantará a la madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la miseria... El corro, luego. Entre tanta negrura, una niña forastera, que habla de otro modo, la sobrina del Pájaro Verde, con voz débil, hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente, cual una princesa:
Yo soy laaa viudita
del Condeee de Oréé...
...¡Sí, sí.! ¡Cantad, soñad, niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo, enmascarada de invierno.
—Vamos, Platero...
Y cerramos el recorrido con El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, donde dedica unas páginas al juego del escondite inglés. Reproducimos aquí un fragmento:
Me parece –digo- que estoy viendo el sitio donde se ponía el heladero, con su carrito, en la plaza donde yo vivía, junto al quiosco de los tebeos. Había un banco largo de piedra rematando la plaza por ese lado, con respaldo de hierro, nos sentábamos allí cuando nos cansábamos de jugar. Al otro extremo, en los primeros días de octubre, se ponía la castañera, con sus mitones de lana. O sea, que por la izquierda hacía su aparición el verano, con el puesto de helados, por la derecha, el invierno avisaba su llegada con aquel olor a castañas que empezaba, un buen día, a salir de la garita, entre remolinos de hojas amarillas; y el tiempo pasaba de un extremo a otro, sin sentir, un año y otro año, a lo largo del banco aquel de piedra, como sobre una aguja de hacer media. Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo, a veces lo he comprado con el ritmo del escondite inglés, ¿conoce ese juego?
Recordamos al final de esta entrada las palabras de Diego Catalán en su libro Por campos del Romancero. Estudios sobre la tradición oral moderna:
Cada generación que pasa se lleva irremisiblemente consigo, para siempre, una parte preciosa de la herencia tradicional; algunos de los viejos temas conservados dejan de cantarse y muchos motivos poéticos de los que adornan los relatos tradicionales caen en el olvido.
Propuesta de escritura:
Escribe un texto, del estilo a los propuestos en esta entrada, en el que te refieras a alguno de los juegos y canciones de tu infancia. Si el juego incorporaba alguna canción, alguna retahíla o algún romance puedes reproducirlos tal y como los recuerdas o inventarlos.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
MÚSICA FOLK
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
MÚSICA FOLK
(Escrito para la revista local EL ALAMO)
Nuestra música, la música popular y folclórica, se halla arraigada en el alma del pueblo desde tiempos inmemoriales. Se ha ido transmitiendo de generación en generación de forma oral y viva, entonándose, según la ocasión, en fiestas, bailes, romerías, procesiones, momentos de tristeza… Este hecho, la transmisión oral, hace que viva en permanente evolución, buscando su adaptación a circunstancias nuevas. A la vez genera versiones diferentes en una misma canción.
Ando bastante desfasado de la actualidad musical, pero, hace años, unos pocos amantes del Folk recogieron una buena cantidad de canciones abocadas a su definitiva desaparición.
Un extraordinario y reconocido etnógrafo como es Joaquín Díaz, indicaba entonces que algunos de los factores por los que la música popular agonizaba se debían, entre otras, a las siguientes razones:
1.- Cambio de cultura.
En la década de los sesenta y setenta, principalmente, se produjo una intensa emigración del campo a la ciudad. Ésta era el progreso, la panacea, frente al mundo rural que parecía ser el prototipo del retraso, de la incultura, del primitivismo.. Y el hombre del campo buscó allí una vida mejor, aunque sus raíces siguieron en el pueblo, su hábitat natural..Durante generaciones luchó por sobrevivir y en el camino fue dejando sus anteriores costumbres hábitos y conocimientos.
2.- Desautorización de esa cultura.
Los medios de comunicación difundían constante y machaconamente canciones que nada tenían que ver con su, nuestra, tradición. Este choque llega a producir en ocasiones hasta un sentimiento de vergüenza, cuyas consecuencias no tardaron en notarse..
3.- Pérdida de interés y funcionalidad.
Con las nuevas canciones (pop, rock… que pilló de lleno a mi generación) surge desinterés por lo propio. El alejamiento se hace palpable.
Sería necesario concienciarnos de que nuestro folklore rural, mucho más rico que el urbano, no solo no debe avergonzarnos sino enorgullecernos. Por otro lado, las músicas no estudiaron en las escuelas de los políticos actuales para tener que enfrentarse como hacen éstos. Pueden convivir perfectamente.
La mayor parte de las canciones de nuestro folklore van indefectiblemente unidas a determinados ritos u oficios. Al desaparecer estos, desaparecen aquellas. Otro obstáculo para su conservación.
No sé si debería decir que el folklore no es solamente música. Son las danzas, edificaciones, supersticiones, la lengua, los cuentos, los refranes, las leyendas, las retahilas…. Uff.
Vuelvo a la música, que es con lo que ando. Seguramente que gran parte de quienes leáis esto no conocisteis, ni siquiera imagináis, al labrador tras la pareja de vacas, mulas o bueyes, agarrado a la mancera y entonando:
“Si echas el surco derecho a mi ventana,
labrador de mi padre serás mañana”
Lógico: ya no hay surcos derechos, ni torcidos. Ya no hay surcos. Por no haber, no hay labradores que encuadren en el concepto del labrador de antes. Lo mismo ocurre con cuanto sigue.
Al finalizar el verano, o en la primavera, solían hacerse las bodas, Largas bodas (sería por eso que duraban los matrimonios), en que el canto era una parte importante de las mismas:
“Dicen que casar, casar, yo también me casaría,
si la vida de casado fuera como el primer día”.
Ehhh!, la boda es una cosa, el matrimonio otra. Y parte esencial de la boda es la novia. Siempre guapa. Aquí no hay duda; todos de acuerdo.
“Qué bonita está la sierra con el tomillo florido,
más bonita está la novia del brazo de su marido”.
Alguna boda, ¿cómo os diría?, salía desarreglada. Pues canción al canto:
“Me casó mi madre con un pícaro pastor,
no me deja ir a misa ni tampoco al sermón”.
También:
“Me casó mi madre, me casó mi madre, chiquita y bonita, ay, ay, ay
con un muchachito, con un muchachito que yo no quería ay, ay, ay,
y todas las tardes, y todas las tardes, desaparecía, ay, ay, ay”.
En las bodas (estoy hablando de las de antes; las de ahora son otra cosa) el mando lo llevaba principalmente la mujer. Lo llevaban, lo llevan y lo llevarán. La novia la protagonista, pero las madres.. . Ay, las madres!.
Se rondaba a los novios por las noches:
“Esta noche a la novia la rondaremos
los mozos y las mozas que en la boda habemos”.
Decir la palabra ronda es decir tonada, cantinela, serenata, canto, canturreo, berrido. Cada uno aportaba según cualidades o estado, no siempre muy cabal.
“Por la calle abajo vienen, con la vihuela en la mano,
una cuadrilla de mozos, la ronda vienen cantando”.
Ronda era igualmente la colocación del ramo de flores la noche de San Juan. Dos veces lo puse y dos veces me lo quitaron. Los viejos de mi pueblo –viejos son quienes tengan los mismos o más años que yo- recordarán esta tradición. Pedidle que os la cuenten.
“Y el día de San Juan veremos las que son guapas,
que les ponen los mozos ramos de albahaca;
y el día de San Juan veremos las que son fea,
que les ponen los mozos ramos de alea.
Me pusiste el ramo, Dios te lo pague;
me rompiste más tejas que el ramo vale”.
También la siega tenía sus canciones:
“Ya se va poniendo el sol, hacen sombra los terrones.
Ya se entristecen los amos y se alegran los peones”.
Y la falta de lluvia, que obligaba a recurrir a las rogativas:
“Qué barrida está la iglesia, qué barrida y qué regada,
Así nos riegues Señora los trigos y las cebadas”.
Hay canciones de molienda :
“Esquilones de plata, bueyes salinos,
Y los mozos contentos, van al molino.
Esquilones de plata van repicando,
y mi novia en la aldea me está esperando”.
De matanza:
“Cuchillito de oro veo relucir, chorizo y morcilla me van a partir;
no quiero morcilla rancia, ni tampoco el farinato,
que quiero una longaniza tan larga como mi brazo”.
Jocosas:
“Por un beso que te di, me cobraste cinco reales.
No he visto beso tan caro poniendo los materiales.
o
El alcalde nos ha prometido, que tengamos un poco paciencia,
que a medida que avanza la fiesta, las mocitas pierden la vergüenza.
Qué bien lo pasamos, qué poco nos cuesta.
Y nosotros que no la tenemos , nos metemos en los callejones
y en el fondo de la oscuridad, nos pegamos los arrechuchones”.
Podríamos seguir. Vosotros, los que ibais al baile del salón del señor Quico y la señora Pura, que os apoltronabais contra la pared, para vosotros hicieron esta letra:
“Qué hacen ahí esos mirones, que no salen a bailar,
que dejen a las paredes, que ella solas se tendrán”.
Y el folk de la ternura:
“Duérmete mi niño, que tú llanto me da pena.
Que dirán si un niño llora en casa de una soltera”.
o
“A la nana de invierno, duérmete mi niño
Que el cielo está muy frío, que está lloviendo.
Yo me quedo a tu lado, no tengas miedo.
Descansa tu fatiga sobre mi pecho”.
No sé quiénes van a leer esto, caso de que lo haga alguien. Gracias. Si algún joven -es joven todo el que tenga los mismos o menos años que yo- se dignara, os animo a que, aunque solo sea por curiosidad, busquéis en el spotify algún grupo o solista folk y le dediquéis un ratito. ¡Mira que si encima os gusta!. No se puede amar aquello que no se conoce. Y a los viejos –repito, todos los que tengan los mismos o más años que yo- que canten y transmitan, hasta donde puedan, esa cultura musical de la que son depositarias. Cantad, aunque seguramente lo haréis fatal, que al menos le dais vida a los pulmones.
Finalmente relaciono una serie de cantantes y conjuntos a los que se puede acudir para saborear algo de una tradición musical que no deberíamos dejar morir (la mayor parte ya desaparecidos como grupos musicales).
Ángel Carril; Mayalde, Joaquín Díaz, Raíces, Nuevo Mester , Hadid. Juval, Barrio Húmedo, Candeal , Tahona, Yedra, La Bazanca, Valdequemao, etcétera
Evaristo Hernández
Grupo B
Mari
Ayer disfruté por vez primera la on line esa que dicen, reunidos los compañeros del taller “Para jugar como jugábamos”. Estupenda ocasión para rejuvenecer, que eso al fin y al cabo es traer a memoria los tiempos niños. No viene mal, pues algunos andan necesitados de descumplir años; y me abstengo de señalar, que se me volvería p’atrás el dedo. Para ser la primera vez como digo, no está mal. Falló tan solo el micrófono, los demás no me oían, de modo que tuve que limitarme a escuchar. Por eso es que “hablo” ahora, en el blog.
Había uno, ¿recordáis?, a quien se le daban la mar de bien las chapas (batallitas, a los mayores nos gusta contar batallitas). A las chapas yo, nada, lo mío eran las canicas; las “bolas” le decíamos nosotros. Ahí yo era el manis (¿ves?, otra batallita), les ganaba a todos. Pero cuando digo todos, me refiero solo a “todos”. Yo no era el Cristiano Ronaldo de las canicas; ese título le hubiera pertenecido en todo caso a Mari. Mari, una chica, ya veis. Una chica que me ganaba por la tarde en la calle, todo lo que yo había ganado por la mañana en el patio del colegio. Muy pocos éramos los que nos atrevíamos jugar con ella, solo aquellos a los que más nos gustaba. Y por supuesto, racaneando la comparecencia.
Mari nos ganaba también al fútbol, a “tirable”, a “guardias y ladrones”, a “pico, zorro zaina” (que de lo entrecomillado mis compañeros de taller no dijeron ayer ni pío, y yo sin poder meter baza). No exagero, es la pura verdad. Mari luego fue la mejor con mucho en los campeonatos de baloncesto de los juegos escolares, ganaba ella sola los partidos. Un fenómeno. Fenómena, perdón, no se me vaya a enfadar la ministra de la cosa igualitaria.
La vida trae lo que trae y Mari acabó dejando de ser Mari para adoptar otro nombre que no sería correcto exponer aquí, a las monjas no les gusta andar en boca de seglares. Terminaré diciendo, aunque bien lo supondrá quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí leyendo, que a poco de ingresar en la congregación la nombraron Superiora, se me permita la mayúscula.
Mari, ya digo.
Pascual Martín
Grupo B
Ecos de la infancia
—Fermín, ¿bajas? ¡Ya estamos!
—Esperadme, que tengo que acabar los deberes.
—¡Joder! Siempre igual. Pues empezamos sin él.
—No digas tacos, que hay niñas.
—Digo lo que me sale del pito. ¿Qué pasa?
—¡Parabrisas, parabrisas!
—Si me vuelves a llamar eso te parto la cara, ¿Vale?
—¡Ay, que me rompes las gafas…!
—Venga, dejadlo ya. Mira, ahí viene Fermín, ya podemos jugar.
—¿Y a qué jugamos?
—Tengo el balón. Podemos jugar a “los puntos”.
—Yo prefiero a “lo que hace la madre lo hacen los hijos”.
—Yo al rescate…
—¡Ay! He visto en la casa vieja una lata de gasolina. Podíamos jugar a “bote”.
—¡Ay, sí! ¡A “bote”, a “bote”!
—Voy a por la lata, ¿vale? Mientras, id echando a ver quién se la queda…
—Churripití tenía una peseta que sabía malgastar, malgastar la peseta en un rico mazapán. Vino claré, vino blanco, membrillé, jugaremos a las cartas otra vez, te vienes o te vas ¿con quién? Te la quedas, Fermín. Escoge pareja.
—Me pido Valentín.
—La lata a veinte pasos de la trasera…
—Empezamos a contar en cuanto la pongamos. ¡Hasta cuarenta!
—No, hasta cincuenta, que si no, no da tiempo a esconderse.
—Vale, pero no vale esconderse fuera de la plaza.
—¡Y prohibido abrir los ojos!
—¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…, y cincuenta! ¡Vamos!
—¡Luis, pillado!
—¡Javi, pillado!
—¡Alicia, pillada!
—¡Óscar, pillado!
—¡Mentira, no me has dado!
—¡Hombre que te he dado! Vamos, a la cadena.
—¿Se puede?
—No. Ya hemos empezado. ¡A la siguiente!
—¡Cuidado, coche, coche! ¡Ahora no vale!
—¡José Luis, pillado!
—¡No vale, “arrenuncio”, “arrenuncio”! Te ha dicho dónde estaba la tonta de mi hermana.
—¡Ah, se siente! ¡Vamos, a la cadena!
—¡Fran, no salgas! ¡Ya sólo quedas tú!
—¡Fran, que van por la calle Almirante!
—¡Allí, allí!
—¡Fran, corre, corre, corre! ¡Vamos!
—¡Booooooote!
—¡Aaaah!
—¡Fran y Óscar, subid ahora mismo a cenar!
—¡Cinco minutos, mamá, por favor!
—Ni cinco ni medio. ¡Venga, a casa, que ya es tardísimo!
—Bueno… Mañana a las ocho abajo. ¿Vale?
—Vale.
—Vale.
—Vale.
—Hasta mañana.
Óscar Martín
Grupo A
El hinque
Llegó el fin de semana y han caído cuatro gotas, con lo que el terreno está húmedo.
Me preparé para salir a la calle el domingo, pues el sábado entonces era día de escuela. Librábamos los jueves por la tarde.
Todo mi cuerpo estaba estremecido y ansioso por salir a la calle a jugar; pero antes hay que ir a misa, con ropa elegante. Procuro portarme bien, pues lo último que deseo es que me castiguen sin salir. El peor castigo es que me dejen "sin salir".
Volvimos a casa, me cambió mi madre de ropa para que no ensucie la de los domingos, y ¡por fin!, armado de mi pincho salgo a la calle.
Mi padre, que era ebanista, me había fabricado un hinque con mango de madera y punta de obra; toda una maravilla de las que yo presumía.
Salí al encuentro de mis amigos. Enseguida encontré a varios que habían comenzado a jugar, y a otros que estaban buscando rival. Tras encontrarme con uno de mis máximos rivales, comenzamos: con el pincho trazamos un rectángulo en el suelo húmedo (ideal para este juego), lo dividimos a la mitad y escogemos terreno y turno de salida, por el método de pares o nones. Le tocó salir a él.
Cada uno se coloca en su terreno y el que comienza, clava el pincho en el terreno contrario, y desde ese punto traza una raya a lo largo, y esa raya es la nueva frontera, con lo que amplía su territorio, borrando la raya anterior. Vuelve a tirar y me come otro trozo de mi terreno; vuelve a tirar y otro terreno que vuelvo a perder. Así hasta que ya no me puedo sostener en el terreno que queda, me desequilibrio y salgo del rectángulo, con lo que pierdo.
Hay revancha por supuesto. Otra vez sorteo y esta vez me toca salir! Cómo disfruto!,! Cómo me luzco tirando el hinque!,! cómo voy acorralando a mi amigo hasta que cae!
Cuando íbamos a echar la buena, el desempate; por cierto, me había ganado a piedra- papel - tijera mi amigo Carlos, oímos las voces de nuestras madres: ¡A comer!,! a comer!, salimos corriendo hacia nuestras casas, quedando en empate hasta el próximo día.
Entonces no necesitábamos relojes, las voces de nuestras madres y la luz del sol era por lo que nos guiábamos.
Al llegar a casa me sentí bien, creo que era feliz, aunque todavía no lo sabía.
José Luis Fonseca
Grupo A
Cuando los chicos nos cansábamos de jugar a indios y vaqueros
Cuando los chicos nos cansábamos de jugar a indios y vaqueros, lo más normal era que se organizase un partido de fútbol. Pero a mí jamás se me dio bien el juego de pelota y me iba con las chicas que estaban jugando a la comba. La única manera de poder jugar con ellas era que siempre me quedase dando, cosa que no me importaba porque tampoco era muy bueno en eso de los saltos. Y así, dando y dando a la cuerda, me aprendí las canciones que cantábamos mientras las niñas iban saltando.
Plou i fa sol,
les bruixes es pentinen,
plou i fa sol,
les bruixes van de dol.
Un pam, dos pams, tres pams,
quatrepams, cinc pams.
Caragoltreubanya,
puja a la muntanya,
caragolbové,
jo també vindré
Un pam, dos pams, tres pams,
quatrepams, cinc pams.
La luna, la pruna,
vestida de dol,
son pare la crida,
sa mare no vol.
Un pam, dos pams, tres pams,
quatrepams, cinc pams.
En Pinxo va dir en Panxo:
Vols que et punxiamb un punxó?
En Panxo va dir a en Pinxo:
Punxem, però a la panxa no.
Con el translate podréis entenderme.
Nuestra música, la música popular y folclórica, se halla arraigada en el alma del pueblo desde tiempos inmemoriales. Se ha ido transmitiendo de generación en generación de forma oral y viva, entonándose, según la ocasión, en fiestas, bailes, romerías, procesiones, momentos de tristeza… Este hecho, la transmisión oral, hace que viva en permanente evolución, buscando su adaptación a circunstancias nuevas. A la vez genera versiones diferentes en una misma canción.
Ando bastante desfasado de la actualidad musical, pero, hace años, unos pocos amantes del Folk recogieron una buena cantidad de canciones abocadas a su definitiva desaparición.
Un extraordinario y reconocido etnógrafo como es Joaquín Díaz, indicaba entonces que algunos de los factores por los que la música popular agonizaba se debían, entre otras, a las siguientes razones:
1.- Cambio de cultura.
En la década de los sesenta y setenta, principalmente, se produjo una intensa emigración del campo a la ciudad. Ésta era el progreso, la panacea, frente al mundo rural que parecía ser el prototipo del retraso, de la incultura, del primitivismo.. Y el hombre del campo buscó allí una vida mejor, aunque sus raíces siguieron en el pueblo, su hábitat natural..Durante generaciones luchó por sobrevivir y en el camino fue dejando sus anteriores costumbres hábitos y conocimientos.
2.- Desautorización de esa cultura.
Los medios de comunicación difundían constante y machaconamente canciones que nada tenían que ver con su, nuestra, tradición. Este choque llega a producir en ocasiones hasta un sentimiento de vergüenza, cuyas consecuencias no tardaron en notarse..
3.- Pérdida de interés y funcionalidad.
Con las nuevas canciones (pop, rock… que pilló de lleno a mi generación) surge desinterés por lo propio. El alejamiento se hace palpable.
Sería necesario concienciarnos de que nuestro folklore rural, mucho más rico que el urbano, no solo no debe avergonzarnos sino enorgullecernos. Por otro lado, las músicas no estudiaron en las escuelas de los políticos actuales para tener que enfrentarse como hacen éstos. Pueden convivir perfectamente.
La mayor parte de las canciones de nuestro folklore van indefectiblemente unidas a determinados ritos u oficios. Al desaparecer estos, desaparecen aquellas. Otro obstáculo para su conservación.
No sé si debería decir que el folklore no es solamente música. Son las danzas, edificaciones, supersticiones, la lengua, los cuentos, los refranes, las leyendas, las retahilas…. Uff.
Vuelvo a la música, que es con lo que ando. Seguramente que gran parte de quienes leáis esto no conocisteis, ni siquiera imagináis, al labrador tras la pareja de vacas, mulas o bueyes, agarrado a la mancera y entonando:
“Si echas el surco derecho a mi ventana,
labrador de mi padre serás mañana”
Lógico: ya no hay surcos derechos, ni torcidos. Ya no hay surcos. Por no haber, no hay labradores que encuadren en el concepto del labrador de antes. Lo mismo ocurre con cuanto sigue.
Al finalizar el verano, o en la primavera, solían hacerse las bodas, Largas bodas (sería por eso que duraban los matrimonios), en que el canto era una parte importante de las mismas:
“Dicen que casar, casar, yo también me casaría,
si la vida de casado fuera como el primer día”.
Ehhh!, la boda es una cosa, el matrimonio otra. Y parte esencial de la boda es la novia. Siempre guapa. Aquí no hay duda; todos de acuerdo.
“Qué bonita está la sierra con el tomillo florido,
más bonita está la novia del brazo de su marido”.
Alguna boda, ¿cómo os diría?, salía desarreglada. Pues canción al canto:
“Me casó mi madre con un pícaro pastor,
no me deja ir a misa ni tampoco al sermón”.
También:
“Me casó mi madre, me casó mi madre, chiquita y bonita, ay, ay, ay
con un muchachito, con un muchachito que yo no quería ay, ay, ay,
y todas las tardes, y todas las tardes, desaparecía, ay, ay, ay”.
En las bodas (estoy hablando de las de antes; las de ahora son otra cosa) el mando lo llevaba principalmente la mujer. Lo llevaban, lo llevan y lo llevarán. La novia la protagonista, pero las madres.. . Ay, las madres!.
Se rondaba a los novios por las noches:
“Esta noche a la novia la rondaremos
los mozos y las mozas que en la boda habemos”.
Decir la palabra ronda es decir tonada, cantinela, serenata, canto, canturreo, berrido. Cada uno aportaba según cualidades o estado, no siempre muy cabal.
“Por la calle abajo vienen, con la vihuela en la mano,
una cuadrilla de mozos, la ronda vienen cantando”.
Ronda era igualmente la colocación del ramo de flores la noche de San Juan. Dos veces lo puse y dos veces me lo quitaron. Los viejos de mi pueblo –viejos son quienes tengan los mismos o más años que yo- recordarán esta tradición. Pedidle que os la cuenten.
“Y el día de San Juan veremos las que son guapas,
que les ponen los mozos ramos de albahaca;
y el día de San Juan veremos las que son fea,
que les ponen los mozos ramos de alea.
Me pusiste el ramo, Dios te lo pague;
me rompiste más tejas que el ramo vale”.
También la siega tenía sus canciones:
“Ya se va poniendo el sol, hacen sombra los terrones.
Ya se entristecen los amos y se alegran los peones”.
Y la falta de lluvia, que obligaba a recurrir a las rogativas:
“Qué barrida está la iglesia, qué barrida y qué regada,
Así nos riegues Señora los trigos y las cebadas”.
Hay canciones de molienda :
“Esquilones de plata, bueyes salinos,
Y los mozos contentos, van al molino.
Esquilones de plata van repicando,
y mi novia en la aldea me está esperando”.
De matanza:
“Cuchillito de oro veo relucir, chorizo y morcilla me van a partir;
no quiero morcilla rancia, ni tampoco el farinato,
que quiero una longaniza tan larga como mi brazo”.
Jocosas:
“Por un beso que te di, me cobraste cinco reales.
No he visto beso tan caro poniendo los materiales.
o
El alcalde nos ha prometido, que tengamos un poco paciencia,
que a medida que avanza la fiesta, las mocitas pierden la vergüenza.
Qué bien lo pasamos, qué poco nos cuesta.
Y nosotros que no la tenemos , nos metemos en los callejones
y en el fondo de la oscuridad, nos pegamos los arrechuchones”.
Podríamos seguir. Vosotros, los que ibais al baile del salón del señor Quico y la señora Pura, que os apoltronabais contra la pared, para vosotros hicieron esta letra:
“Qué hacen ahí esos mirones, que no salen a bailar,
que dejen a las paredes, que ella solas se tendrán”.
Y el folk de la ternura:
“Duérmete mi niño, que tú llanto me da pena.
Que dirán si un niño llora en casa de una soltera”.
o
“A la nana de invierno, duérmete mi niño
Que el cielo está muy frío, que está lloviendo.
Yo me quedo a tu lado, no tengas miedo.
Descansa tu fatiga sobre mi pecho”.
No sé quiénes van a leer esto, caso de que lo haga alguien. Gracias. Si algún joven -es joven todo el que tenga los mismos o menos años que yo- se dignara, os animo a que, aunque solo sea por curiosidad, busquéis en el spotify algún grupo o solista folk y le dediquéis un ratito. ¡Mira que si encima os gusta!. No se puede amar aquello que no se conoce. Y a los viejos –repito, todos los que tengan los mismos o más años que yo- que canten y transmitan, hasta donde puedan, esa cultura musical de la que son depositarias. Cantad, aunque seguramente lo haréis fatal, que al menos le dais vida a los pulmones.
Finalmente relaciono una serie de cantantes y conjuntos a los que se puede acudir para saborear algo de una tradición musical que no deberíamos dejar morir (la mayor parte ya desaparecidos como grupos musicales).
Ángel Carril; Mayalde, Joaquín Díaz, Raíces, Nuevo Mester , Hadid. Juval, Barrio Húmedo, Candeal , Tahona, Yedra, La Bazanca, Valdequemao, etcétera
Evaristo Hernández
Grupo B
Mari
Ayer disfruté por vez primera la on line esa que dicen, reunidos los compañeros del taller “Para jugar como jugábamos”. Estupenda ocasión para rejuvenecer, que eso al fin y al cabo es traer a memoria los tiempos niños. No viene mal, pues algunos andan necesitados de descumplir años; y me abstengo de señalar, que se me volvería p’atrás el dedo. Para ser la primera vez como digo, no está mal. Falló tan solo el micrófono, los demás no me oían, de modo que tuve que limitarme a escuchar. Por eso es que “hablo” ahora, en el blog.
Había uno, ¿recordáis?, a quien se le daban la mar de bien las chapas (batallitas, a los mayores nos gusta contar batallitas). A las chapas yo, nada, lo mío eran las canicas; las “bolas” le decíamos nosotros. Ahí yo era el manis (¿ves?, otra batallita), les ganaba a todos. Pero cuando digo todos, me refiero solo a “todos”. Yo no era el Cristiano Ronaldo de las canicas; ese título le hubiera pertenecido en todo caso a Mari. Mari, una chica, ya veis. Una chica que me ganaba por la tarde en la calle, todo lo que yo había ganado por la mañana en el patio del colegio. Muy pocos éramos los que nos atrevíamos jugar con ella, solo aquellos a los que más nos gustaba. Y por supuesto, racaneando la comparecencia.
Mari nos ganaba también al fútbol, a “tirable”, a “guardias y ladrones”, a “pico, zorro zaina” (que de lo entrecomillado mis compañeros de taller no dijeron ayer ni pío, y yo sin poder meter baza). No exagero, es la pura verdad. Mari luego fue la mejor con mucho en los campeonatos de baloncesto de los juegos escolares, ganaba ella sola los partidos. Un fenómeno. Fenómena, perdón, no se me vaya a enfadar la ministra de la cosa igualitaria.
La vida trae lo que trae y Mari acabó dejando de ser Mari para adoptar otro nombre que no sería correcto exponer aquí, a las monjas no les gusta andar en boca de seglares. Terminaré diciendo, aunque bien lo supondrá quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí leyendo, que a poco de ingresar en la congregación la nombraron Superiora, se me permita la mayúscula.
Mari, ya digo.
Pascual Martín
Grupo B
Ecos de la infancia
—Fermín, ¿bajas? ¡Ya estamos!
—Esperadme, que tengo que acabar los deberes.
—¡Joder! Siempre igual. Pues empezamos sin él.
—No digas tacos, que hay niñas.
—Digo lo que me sale del pito. ¿Qué pasa?
—¡Parabrisas, parabrisas!
—Si me vuelves a llamar eso te parto la cara, ¿Vale?
—¡Ay, que me rompes las gafas…!
—Venga, dejadlo ya. Mira, ahí viene Fermín, ya podemos jugar.
—¿Y a qué jugamos?
—Tengo el balón. Podemos jugar a “los puntos”.
—Yo prefiero a “lo que hace la madre lo hacen los hijos”.
—Yo al rescate…
—¡Ay! He visto en la casa vieja una lata de gasolina. Podíamos jugar a “bote”.
—¡Ay, sí! ¡A “bote”, a “bote”!
—Voy a por la lata, ¿vale? Mientras, id echando a ver quién se la queda…
—Churripití tenía una peseta que sabía malgastar, malgastar la peseta en un rico mazapán. Vino claré, vino blanco, membrillé, jugaremos a las cartas otra vez, te vienes o te vas ¿con quién? Te la quedas, Fermín. Escoge pareja.
—Me pido Valentín.
—La lata a veinte pasos de la trasera…
—Empezamos a contar en cuanto la pongamos. ¡Hasta cuarenta!
—No, hasta cincuenta, que si no, no da tiempo a esconderse.
—Vale, pero no vale esconderse fuera de la plaza.
—¡Y prohibido abrir los ojos!
—¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…, y cincuenta! ¡Vamos!
—¡Luis, pillado!
—¡Javi, pillado!
—¡Alicia, pillada!
—¡Óscar, pillado!
—¡Mentira, no me has dado!
—¡Hombre que te he dado! Vamos, a la cadena.
—¿Se puede?
—No. Ya hemos empezado. ¡A la siguiente!
—¡Cuidado, coche, coche! ¡Ahora no vale!
—¡José Luis, pillado!
—¡No vale, “arrenuncio”, “arrenuncio”! Te ha dicho dónde estaba la tonta de mi hermana.
—¡Ah, se siente! ¡Vamos, a la cadena!
—¡Fran, no salgas! ¡Ya sólo quedas tú!
—¡Fran, que van por la calle Almirante!
—¡Allí, allí!
—¡Fran, corre, corre, corre! ¡Vamos!
—¡Booooooote!
—¡Aaaah!
—¡Fran y Óscar, subid ahora mismo a cenar!
—¡Cinco minutos, mamá, por favor!
—Ni cinco ni medio. ¡Venga, a casa, que ya es tardísimo!
—Bueno… Mañana a las ocho abajo. ¿Vale?
—Vale.
—Vale.
—Vale.
—Hasta mañana.
Óscar Martín
Grupo A
El hinque
Llegó el fin de semana y han caído cuatro gotas, con lo que el terreno está húmedo.
Me preparé para salir a la calle el domingo, pues el sábado entonces era día de escuela. Librábamos los jueves por la tarde.
Todo mi cuerpo estaba estremecido y ansioso por salir a la calle a jugar; pero antes hay que ir a misa, con ropa elegante. Procuro portarme bien, pues lo último que deseo es que me castiguen sin salir. El peor castigo es que me dejen "sin salir".
Volvimos a casa, me cambió mi madre de ropa para que no ensucie la de los domingos, y ¡por fin!, armado de mi pincho salgo a la calle.
Mi padre, que era ebanista, me había fabricado un hinque con mango de madera y punta de obra; toda una maravilla de las que yo presumía.
Salí al encuentro de mis amigos. Enseguida encontré a varios que habían comenzado a jugar, y a otros que estaban buscando rival. Tras encontrarme con uno de mis máximos rivales, comenzamos: con el pincho trazamos un rectángulo en el suelo húmedo (ideal para este juego), lo dividimos a la mitad y escogemos terreno y turno de salida, por el método de pares o nones. Le tocó salir a él.
Cada uno se coloca en su terreno y el que comienza, clava el pincho en el terreno contrario, y desde ese punto traza una raya a lo largo, y esa raya es la nueva frontera, con lo que amplía su territorio, borrando la raya anterior. Vuelve a tirar y me come otro trozo de mi terreno; vuelve a tirar y otro terreno que vuelvo a perder. Así hasta que ya no me puedo sostener en el terreno que queda, me desequilibrio y salgo del rectángulo, con lo que pierdo.
Hay revancha por supuesto. Otra vez sorteo y esta vez me toca salir! Cómo disfruto!,! Cómo me luzco tirando el hinque!,! cómo voy acorralando a mi amigo hasta que cae!
Cuando íbamos a echar la buena, el desempate; por cierto, me había ganado a piedra- papel - tijera mi amigo Carlos, oímos las voces de nuestras madres: ¡A comer!,! a comer!, salimos corriendo hacia nuestras casas, quedando en empate hasta el próximo día.
Entonces no necesitábamos relojes, las voces de nuestras madres y la luz del sol era por lo que nos guiábamos.
Al llegar a casa me sentí bien, creo que era feliz, aunque todavía no lo sabía.
José Luis Fonseca
Grupo A
Cuando los chicos nos cansábamos de jugar a indios y vaqueros
Cuando los chicos nos cansábamos de jugar a indios y vaqueros, lo más normal era que se organizase un partido de fútbol. Pero a mí jamás se me dio bien el juego de pelota y me iba con las chicas que estaban jugando a la comba. La única manera de poder jugar con ellas era que siempre me quedase dando, cosa que no me importaba porque tampoco era muy bueno en eso de los saltos. Y así, dando y dando a la cuerda, me aprendí las canciones que cantábamos mientras las niñas iban saltando.
Plou i fa sol,
les bruixes es pentinen,
plou i fa sol,
les bruixes van de dol.
Un pam, dos pams, tres pams,
quatrepams, cinc pams.
Caragoltreubanya,
puja a la muntanya,
caragolbové,
jo també vindré
Un pam, dos pams, tres pams,
quatrepams, cinc pams.
La luna, la pruna,
vestida de dol,
son pare la crida,
sa mare no vol.
Un pam, dos pams, tres pams,
quatrepams, cinc pams.
En Pinxo va dir en Panxo:
Vols que et punxiamb un punxó?
En Panxo va dir a en Pinxo:
Punxem, però a la panxa no.
Con el translate podréis entenderme.
Jaume Castejón
Grupo B
El fútbol
De los juegos infantiles de mi niñez, el que guardo mejores recuerdos es el de jugar al fútbol. Casi todas las tardes, después de salir de la escuela, íbamos a casa a dejar la cartera con los cuadernos de clase, cogíamos algo que hacía las veces de merienda y nos acercamos a la era en donde ya nos esperaban otros compañeros para echar un partido.
Previamente alguien decía que llevaba el balón, porque no siempre encontrábamos quién tuviera una pelota decente para poder jugar. El dueño del balón era el que ponía las condiciones de quién jugaba y quién no. Para la elección de equipos, se “echaban píes” entre los dos más gallitos, que iban eligiendo según sus preferencias, y cuando no salía nadie voluntario para portero ponían al más malo, aunque siempre había protestas y se turnaba con otro compañero a medio partido y así también participaba en el juego. Para hacer las porterías se utilizaban piedras del lugar o cazadoras, o lo que estaba a mano, haciéndolas del mismo tamaño, aunque alguno siempre la hacía más pequeña según avanzaba el partido. Cuando anochecía, dejábamos de jugar y para casa a hacer los deberes, si bien siempre quedamos para jugar la revancha para el día siguiente.
Con el paso al instituto, formamos un equipo más o menos titular, y nos desplazamos en bicicleta a pueblos cercanos a jugar los domingos.
Esta afición al fútbol en mi caso continuó, jugando en equipos de la ciudad y en el equipo de la facultad, hasta que “colgué las botas” para poder tener más tiempo para estudiar.
Ahora soy un mero espectador.
Luis Iglesias
Grupo B
¡Las lleva blancas!
Don Melitón tenía tres gatos… Daba comienzo el juego de la goma y la competición entre las niñas del barrio. Sí. Era una diversión exclusivamente femenina porque los niños, en aquella época, nos parecían bobos y, sobre todo, brutos, muy brutos. Como mucho les dejábamos sujetar el elástico cuando faltaba alguna participante, pero solamente a algunos escogidos. No valía que fuera hermano, primo o vecino, únicamente aceptábamos a dos o tres de probada inocencia, porque los otros solo se apuntaban para vernos las bragas. Cosa que no podíamos comprender. ¿Qué tenían nuestras bragas para despertar tanto interés?
Y los hacía bailar en un plato…Era una lucha constante intentar que la falda no se levantara. En los primeros niveles: tobillos, rodillas, incluso caderas éramos capaces de brincar hasta la altura requerida sin que el vuelo de la ropa fuese una amenaza.
Y por las noches les daba turrón… A la altura de la cintura podíamos seguir la cadencia sin grandes acrobacias. Saltábamos hacia dentro y hacia fuera, cruzábamos las gomas formando rombos, las pisábamos, una primero, otra después, las dos a la vez. Cuando llegábamos a ese nivel Pedrito y su pandilla se plantaban frente a nosotras para no perderse un movimiento. Ahí empezaban las provocaciones y los improperios por ambas partes. Nosotras para que se fueran, ellos para ponernos nerviosas y para que bajáramos la guardia, pero no... Con tal de no darles gusto, habíamos ideado la manera de que todo se mantuviera en su posición, anudándonos la ropa a las piernas. ¿Muy incómodo?, sí. ¿Muy esperpéntico?, también. Pero se trataba de no dar tregua al contrincante que, en ese caso era el sexo contrario, con el que no estábamos en momento de confraternizar.
Que vivan los gatos de don Melitón… Con el elástico en los hombros se sucedían las piruetas, la única manera de llegar a alcanzarlo con los pies, que era la regla básica del juego, solo con los pies. Y en este punto se hacía muy difícil gobernar nuestros vestidos, que casi siempre se rendían a la gravedad cuando teníamos que apoyarnos en las manos o hacer el pino. Los niños silbaban, aplaudían, anunciaban a gritos el color de nuestra ropa interior, ¡Las lleva blancas! y se reían entre ellos. Las niñas, muy dignas, despreciábamos sus momentos de gloria obsequiándoles con todo tipo de muecas, gestos y desplantes.
Al día siguiente volvía a empezar el torneo entre nosotras para lucirnos ante ellos.
Maxi Moreno
Grupo B
Recientemente me han aceptado un artículo en el periódico El País. Como versa sobre uno de los juegos más populares en España lo aprovecho como tarea del Taller de Escritura Creativa. Tengo el gusto –y la vanidad, no lo niego– de compartirlo en primicia con todos vosotros.
EL PAÍS
ARTÍULO BAJO REGISTRO
La revolución Anokye
JOSÉ LORENZO BLANCO
¡La prensa deportiva se equivoca de nuevo! Centra su interés en lo anecdótico y se olvida de lo primordial. Las astronómicas cantidades del contrato firmado por el jugador ghanés con el Real Madrid han copado los titulares de la semana. No ha sabido ver, sin embargo, el tremendo impacto que la llegada de este muchacho de origen africano y formado en Francia va a tener sobre el juego, los clubes y los propios aficionados.Hay, en primer lugar, un cambio radical en el retrato robot del profesional tipo. Àbedi Anokye no es el chico procedente de un suburbio, de poca formación académica, tosco en el manejo del idioma y desconocedor de los conocimientos teóricos de su disciplina. Antes bien, este joven de veinticuatro años habla perfectamente tres idiomas, kwa (ghanés), inglés y francés y se desenvuelve con soltura en castellano. Ha cursado un grado en Ciencias Políticas en la universidad de la Sorbona y dos másteres, uno en “Biomecánica en la actividad física” y otro en “Gestión multifuncional de empresas”. Ya lo apreciamos ayer en la primera rueda de prensa. Se acabaron las frases hechas, los tópicos, las muletillas y las bellaquerías. Tuvimos ante nosotros un verdadero profesional de la comunicación que demostró un conocimiento exhaustivo de los aspectos técnicos, psicológicos, económicos y sociales ligados a su especialidad.
Una nueva “quinta” de atletas está aterrizando en el deporte de la bola. Adiós a aquellas consignas simples del “Al hoyo” o del “Tira p’alante”. Estos jóvenes se han acostumbrado a una planificación científica de los encuentros a base de análisis estadísticos, tecnológicos, anatómicos y hasta meteorológicos.
Se tambalean también las viejas estructuras de los clubes. Los nuevos contratos ya no hablan de “primas por partido” sino de “copropiedad en sociedades”. Los estímulos ahora pasan a ser cuotas de participación en el accionariado del club y en sus empresas vinculadas. En pocos años veremos las entidades regidas por la generación de jóvenes que se está incorporando ahora a los campos de juego.
Y cabe preguntarse, ¿cómo afectará esta transformación a la afición? ¿Perderá emoción el juego bajo el imperio de la tecnificación? ¿Se extinguirá la pasión que inflama las gradas de los estadios?
La respuesta es compleja y el pronóstico arriesgado. A día de hoy el futuro se ve con relativo optimismo, no hay más que ver lo que sucede en estos instantes en el graderío. Casi mil hinchas están presenciando el entrenamiento de los jugadores animándolos permanentemente con sus gritos. Y ahora, una vez finalizados los ejercicios de calentamiento de manos y que sus ídolos han comenzado a tirar al gua, los rugidos eufóricos de los aficionados se recrudecen cada vez que uno de ellos realiza una jugada afortunada.
“Mientras una canica corra por la tierra, la sangre correrá por mis venas”, así resume Antonio, un fan de lleva diez años sin perderse un entreno, su pasión por el juego.
Por lo tanto, amigos, prepárense: ha llegado la revolución Anokye. Todo va a cambiar en el deporte español más arraigado, apasionante y masivo: el juego de canicas.
HAIKUS
Los juegos de la niñez
Matarile le
Matarile rile
Matarile lo
(POPULAR)
Tardes de otoño, con chapas, tabas y amigos
las horas vuelan.
Barro en el patio,
jugamos al clavo
bajo la lluvia.
Alegres días,
salto corro y te pillo
voló la niñez.
Yo rememoro
canciones, romances y
nanas de cuna.
Recuerdo el ayer
con dulce melancolía,
que se adueña del alma.
M. Pilar Sánchez
Grupo B
Mi Primera Colección
Dicen los estudiosos del cerebro que los recuerdos se reconstruyen en la memoria, y no osaría yo a refutar su juicio; pero, son tan vívidas las imágenes que conservo de entonces, que permítanme reservarme la duda.
Tenía ocho años, ya éramos cuatro hermanos en casa, Rafael acababa de llegar al mundo y mi madre, agobiada por los cuidados del pequeño, nos permitía quedar con la hija de mi vecina para hacer los deberes después de merendar. Pili era alta, rubia y con una melena rizada que hubiera deseado para mí; tenía seis años más que yo, con el prestigio que daba relacionarse con las chicas mayores, y cada día nos acompañaba a Mari Ángeles y a mí al colegio donde estudiábamos las tres, aceptando una especie de cargo socio-vecinal sin normas ni estructura fija que, años después, yo retomaría con las gemelas de la señora Maite.
Aquella tarde tocaba sociales y la señorita María Dolores nos pidió dibujar una fuente de energía. ¡Un dibujo!, el punto débil de mi currículo. Pero, gracias a la ayuda de mi adorada Pili que se encargó del ‘diseño’, terminé coloreando, en el cuaderno una hermosa torre petrolífera de color gris, que me hizo conseguir una nota desmerecida (y no reconocida hasta el día de hoy). Al terminar las tareas le pregunté – Oye Pili ¿tú sabes jugar a las miniaturas? – Me sonrió, se acercó a su habitación y vino con una caja de tarjetas de visita con unas letras que alguna vez fueron doradas y que ahora, desgastadas, daba pena mirarlas. – Ven, que te voy a enseñar cómo se hace – Y, con actitud ceremoniosa, retiró la tapa lechosa y rancia y esparció sobre la mesa del salón un conjunto de pequeños cromos decorados por una de sus caras y blancos por el envés. Enseguida tomé algunos embelesada contemplando las figuritas que contenían: cestos de flores, animalillos, niños de caras angelicales… La imagen de un pato pequeño, torpe y gracioso me atrapó al instante – ¿Puedo quedármelo? – – ¡Pero si todavía no te he enseñado cómo se juega! – Dividió el montón en dos partes, uno lo dejó de su lado y a mí me acercó el que contenía el “Patito Feo” – Cada una tiene que poner varias miniaturas de revés sobre la mesa; luego, con la mano hueca (y me enseñó a formar una cavidad encogiendo los dedos) damos un golpe rápido sobre ellas y al levantarla ves cuántas se han dado la vuelta; esas te las llevas y así cada vez – Antes de cansarnos de dar palmadas sobre los cromos y disfrutar de ellos como si de billetes se tratasen, papá pasó a recogerme para cenar ; mientras nuestros padres comentaban algo, Pili me llamó y me dijo – Toma, éstas son para que podáis jugar en casa – Le dí un beso y salí tan feliz como si me llevase un tesoro.
Lo de practicar dando manotazos sobre el tablero del comedor con un bebé en el hogar resultó más complicado de lo que parecía, y peor con la cara que se le ponía a mi madre cada vez que nos veía con la “dichosa caja” entre las manos. Pero, en cuanto regresó el buen tiempo (vamos, que no llovía y el frío se había atemperado), comenzamos a bajar al portal como el resto de muchachos del barrio. El juego se había extendido como la pólvora y no había niña en la manzana ni en la escuela que no tuviera una cajita con sus estampas de colores a buen recaudo. Y allí, sentadas en el primer peldaño por donde se accedía al portal, nos colocábamos las chiquillas en un círculo que olía a polvo de tiza y chicle Niña, sorteábamos qué dos empezaban a palmear sobre aquellos maravillosos “papelitos” (como decía mi madre). El golpe debía ser seco, rápido y algo ladeado para resultar más eficaz, y aunque no existían reglas escritas, quedaba totalmente prohibido echar vaho en la palma de la mano antes de tirar. Como en una liga, las que vencían la partidas luego se enfrentaban entre ellas hasta que ganaba la que más piezas hubiese cobrado. Como yo no era demasiado hábil, nunca me atreví a apostar mi miniatura del patìto por temor a perderlo y no poder recuperarlo. En el fondo subyacía una rivalidad pueril y muchas ganadoras se negaban a intercambiar sus triunfos; así aprendimos a apostar las más envejecidas y conservar las más bonitas sólo para exhibición.
Por aquella época, papá comenzó a entregarnos una “paga” los domingos, propina que yo dosificaba para poder comprar cromos y caramelos de nata. Recuerdo el día que me acerqué a JUMA con mis primeros ahorros; la dependienta, que no perdió la sonrisa a pesar de llevar un buen rato despachando a recuas de muchachos, colocó bien dispuesta una carpeta azul de cartón duro sobre el mostrador de madera y, con mimo infinito, desplegó una maravillosa colección de pliegos troquelados de Cromos de Picar. – Mira, los de dibujo pequeño se llaman Miniaturas y los grandes Pocholos – Me costó decidirme entre aquel surtido de temas; me gustaron mucho aquellas escenas bucólicas y figuras historiadas de mayor tamaño, pero no entrarían en la vieja caja de tarjetas y con el dinero que disponía podría adquirir dos pliegos de los pequeños, así que terminé escogiendo uno de juguetes antiguos y otro de flores.
El placer de descomponer aquella especie de archipiélago de islas de juguete separadas por diminutos istmos blancos por donde se unían las piezas fue infinito. Con delicadeza, fui recortando los rebordes blancos y las iba colocando sobre la camilla para admirar el conjunto de mi incipiente colección. Retiré las dos que menos me gustaron y las metí en la caja de apostar; para las nuevas, preparé una funda con un sobre de correspondencia usado que me dió mamá, donde incluí mi miniatura preferida.
Alguien debió comentarle a la abuela nuestra afición por las miniaturas y, cuando fuimos a visitarla el domingo, nos tenía preparada una sorpresa – dos cajas de regalo para guardar vuestras estampas – dijo. A Mari Angeles le ofreció una pequeña bombonera redonda de latón con figuras de animales labrados y a mí una preciosa lata de caramelos de violeta que aún conservaba el olor a flores. Su tapa articulada me pareció un lujo y el tamaño ideal para coleccionar pocholos. Y entonces, como si la abuela me hubiese leído el pensamiento, colocó frente a nosotras unos cuantos pliegos de estampas grandes con purpurina y todo, que marcaron aquel día como mágico y que aún hoy me ha removido el alma al recordarlo.
Romy Martínez
Grupo B
JUEGOS DE AYER
Feliz, lejana y añorada Infancia de mañanas, tardes y días, jugando con los amigos en la calle del
olvido.
Cada día, a la salida del colegio la frase más repetida era “¿A que jugamos hoy?”. Uno decía a
príncipes y princesas, otro prefería al pañuelo por detrás y otro proponía que pies quietos, no
estaría mal.
El jefecillo del grupo, en tono conciliador decía: “Tenemos mucho tiempo. Podremos jugar un rato
a todos los juegos que queramos. Cada uno que elija el que más le guste”.
Y sin más, comenzábamos a jugar a la rayuela, a saltar la comba, al clavo, a rincón con - con
cada uno a su rincón, a guardias y ladrones, al escondite, a Antón Pirulero, al teléfono estropeado,
a la peonza, a los cromos, a Pasimisí - Pasimisá, a ratón que te pilla el gato y…muchos otros más.
Así transcurrieron los días y los años de los niños de generaciones pasadas cuando la tecnología
no había nacido y el tiempo parecía que pasaba muy despacio. Sin embargo, ahora que aquella
etapa está muy lejana, todo parece que va muy rápido. Demasiado.
Ya no puedes volver atrás para reunirte con tus compañeros de juegos y escuchar las risas y los
gritos de aquellos felices niños que hoy, convertidos en abuelos, tratan de aprender la forma de
jugar de sus nietos, tan diferente a la que ellos tuvieron.
Algunas canciones de antes, han adaptado la letra a los nuevos tiempos. Como esta que escuché
ayer a un grupo de niños, a la puerta de un colegio. La música era la de “Mambrú se fue a la
guerra” pero sonaba de esta otra otra manera.
…DO, RE, MI, DO, RE, FA
El año veintiuno ha empezado fatal.
El virus se ha extendido
de forma exponencial.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
de forma exponencial.
El mundo se ha parado
la gente en casa está.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
la gente en casa está.
Esperan la vacuna
que al virus vencerá.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
Que al virus vencerá.
Mambrú llegó en diciembre
Cansado de luchar.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
Cansado de luchar.
Cogió de nuevo su espada
dispuesto a matar.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
Dispuesto a matar.
A un enemigo invisible
que ataca sin piedad.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
Que ataca sin piedad.
Mambrú se fue a otra guerra
que dolor, que dolor, que pena,
Mambrú se fue a otra guerra
no se si volverá.
DO, RE, MI, DO, RE, FA
No se si volverá.
Marian Pérez Benito
Grupo B
CANCIONES PARA SENTARSE EN CORRO Y PASAR SUSTOS
I
Mariposa roja
es muy perezosa
cuando sale el sol,
duerme en una flor.
A las margaritas
les hace cosquillas,
pero un moscardón
un susto le dio.
Mariposa Roja
no puede volar,
y su pobre flor
suspirando está.
II
Caperucita,
la más pequeña de mis amigas
en dónde está…
Al viejo bosque se fue a por leña,
por leña seca para amasar.
Caperucita, di, ¿ No ha venido?
¿Cómo tan tarde no regresó?,
tras ella todos al monte han ido,
pero ninguno se la encontró.
¡Decidme niños!, ¿ Qué es lo que pasa?,
¿Qué mala nueva llegó a la casa?,
¿Por qué esos llantos?,¿ por qué esos gritos?,
Sólo encontraron sus zapatitos,
dicen que un lobo se la comió.
III
NIÑO A CABALLITO DE OTRO MAYOR
(También niñas, claro)
Todos los muñecos iban a una fiesta
y el mas pequeñito en casa se queda.
Los más mayorcitos le iban a dormir,
y, para arrullarlo le cantan así:
Ale catapún, catapún, pun candela,
alza pa arriba, Polichinela,
Ale catapún, catapún, catapún…
Todos los muñecos en el pin pan pun.
( Se hace saltar al pequeño con diferentes ritmos).
IV. FLORES SILVESTRES
La primavera suscitaba juegos con esos regalos que son
las flores, hacíamos coronas y pequeños ramos, un juego en sí.
Con ellas puestas y ramos en la mano, visitábamos a las madres
y vecinas, con este poemilla:
Con estas flores
somos las reinas,
te pedimos por el ramo
unas pesetas.
V. FANTASMAS
Los chicos preferían vestirse de fantasmas con sábanas viejas
que les proporcionábamos, y las palmatorias de las abuelas en
la mano. A cierta hora del crepúsculo, en las noches de verano
especialmente, aparecían por las casas y las calles en las que la
gente, tomaba el fresco, recitando con las velas encendidas, esta
cantinela:
Con estas sábanas
vengo a asustarte,
si no me das
mucho chocolate.
(Desde luego los chicos mayores no querían disfrazarse, y menos en un juego que habíamos inventado las chicas).
Emilia González
Grupo B
Federico Martín Bahamontes
Mientras su padre tomaba el vermut que acostumbraba a disfrutar los domingos por la mañana, después de la misa y antes de la comida familiar, Juanín se dedicaba a husmear entre las mesas en busca de nuevas chapas que incorporar a la caja de zapatos en que las guardaba. Intentaba encontrar una chapa nueva, diferente y con las características que a él le parecían esenciales para su propósito. A veces, su padre le dejaba tomarse una Coca-Cola o una Fanta naranja, -la Fanta limón le resultaba demasiado ácida-, pero sus chapas de borde ondulado le resultaban poco atractivas, con el inconveniente añadido de su fondo ligeramente abombado que no las hacía muy aptas para el juego. Después de mucho buscar en cafeterías y bares, pensó que no encontraría la chapa adecuada. Miraba todas las botellas, botellines y cualquier envase semejante que pudiera tener una tapa metálica. Cuando menos lo esperaba encontró la solución a sus afanes en el bote de canela, un tubo de cartón con base metálica y cerrado por lo que había soñado encontrar durante semanas, que su madre guardaba en la despensa. Su madre, aquella buena mujer, nunca pudo explicarse porqué el bote de canela había perdido su tapadera.
Juanín tuvo menos problemas para encontrar el cristal de cierre, ya que en el solar próximo a su casa solían aparecer deshechos, entre los que había ventanas viejas de madera que aún conservaban algún vidrio roto. La cera necesaria para completar su obra podía sacarla de alguna de las velas que se guardaban en todas las casas, ya que en aquellos años los apagones y cortes de luz eran frecuentes en la ciudad. La imagen de Federico Martín Bahamontes, su ídolo por encima de otros ciclistas o cualquier futbolista, ya que por entonces no había otros deportes en que sus campeones pudieran despertar el mismo interés o admiración, la tenía guardada desde hacía mucho tiempo. No una imagen, decenas de imágenes provenientes de periódicos y revistas, que muchas veces llegaban a casa como envoltorio de las compras, cucurucho de castañas o folleto de un anuncio.
Con la precisión de un relojero, Juanín fue encajando las piezas, cuidadosamente limpió la chapa y le aplanó una ligera abolladura, luego puso en el fondo una pesada anilla de hierro para darle mayor estabilidad, recortó la mejor de las fotos, en la que el Águila de Toledo lucía orgulloso el maillot amarillo de campeón del Tour del 59, la puso encima de la anilla y después colocó el cristal, casi perfectamente adaptado a la circunferencia de su chapa. Este cristal redondo es el que más trabajo le había costado, pues requirió varios intentos rotos durante el proceso en el que, a base de múltiples golpecitos de piedra e infinita paciencia, iba rebajando los bordes para darles la forma circular que pudiera aproximarse a una circunferencia más o menos regular. La última operación era más sencilla y no por ello menos excitante, por ser la culminación de un proceso que se llevó todo su tiempo libre durante una semana. Esta la conocía por las muchas veces que la había repetido con otras chapas que preparó a lo largo de aquel año, pero esta vez se esmeró especialmente mientras giraba la vela para que pequeñas gotas de cera se fueran depositando entre el cristal y el metal, formando una anilla que sellaba los espacios muertos. Para completar la apariencia de aquel objeto tan preciado para él como una moto Montesa o un Seat seiscientos para los pocos adultos que los poseían, le fue pasando lentamente el dedo para rebajar el exceso de cera y dejar la superficie lisa y brillante. Indudablemente no era el mejor jugador de chapas, como sabían todos los que habitualmente le ganaban, pero las pequeñas chapuzas no se le daban nada mal.
Al día siguiente se juntó con Roberto, Angelillo, el mejor jugador de chapas del barrio, y otros compañeros para preparar un nuevo circuito con el carril pintado de tiza, que trazaba curvas peligrosas, vacías interrupciones de máxima dificultad, rampas de tierra, estrechamientos y tres rizos endiablados, dejando construido un circuito de treinta metros para jugar la última partida de aquel curso, la que convertiría en campeón a su ganador. Cuando Juanín saco su chapa los demás presintieron que aquella pequeña obra maestra iba a ser difícil de batir y en consecuencia iban a perder sus chapas, que irían a engrosar el contenido de la caja de zapatos. La carrera fue memorable, con la chapa conducida por Juanín, que empezó algo rezagada como consecuencia de un despiste inicial producido por la emoción, comenzó a avanzar rápidamente a cada impulso del dedo índice y deteniéndose de forma brusca y precisa antes de traspasar la raya que la devolvería al comienzo del recorrido. Federico Martín Bahamontes ganó aquella carrera con la misma superioridad que el auténtico ganaba las etapas de montaña.
Juanín se sintió muy feliz y capaz de todo, como ahora cada vez que sus nietos le piden que abra la caja de sus recuerdos, les enseñe la chapa medio oxidada y les vuelva a contar el cuento del señor con gorra y jersey amarillos que había ganado la mayor carrera del mundo.
Manuel Medarde
Grupo A
Juegos
Hoy mi memoria está sobrecargada de recuerdos, van fluyendo, se amontonan porque no sé en qué momento parar, la moviola está en marcha y hay varios telones de fondo, “se levanta el telón…”, hay muchos momentos y lugares. ¿Me quedo en aquellos años de mi niñez?, ¿me voy al pueblo con mis veintipocos años, dónde con las niñas de mi escuela recreaba mis juegos y ellas me ensañaban los suyos?, ¿me pongo a jugar con mis hijos?
Recuerdo mi calle, una calle ancha y sin coches, allí nos reuníamos los chicos y chicas de la manzana, compartimos algunos juegos. El juego del aturgao se jugaba por toda la manzana, una o uno, la quedaba, todos gritábamos “el aturgao ¿a quién ves?”, era una especie de escondite, tenía que pillar, creo que lo divertido era ir en panda gritando y corriendo. ¿Cómo he podido recordar ese nombre? Con la pelota jugábamos “al pies quietos”, los chicos eran brutos cuando la lanzaban, al marro, ¡qué emoción cuando los capitanes, echaban pies, si eras de las primeras elegidas!, a la maya, el escondite de contar y esconderse. Había otros en los que sólo jugábamos las chicas, botar la pelota a la vez que cantábamo scanciones “Popeye y la Betty se fueron a confesar, Popeye perdió el rosario, la Betty lo fue a buscar, chimplán”, y lo hacíamos sin mover los pies, sin reír, sin hablar, en ese momento había que darse en la boca con la mano, con un pie, con otro pie, esto era ponerse a la pata, coja con una mano, con la otra mano, atrás y adelante, a la caracolilla, a la media vuelta, si se conseguía terminar sin perder, se volvía a empezar. Jugar con los alfileres, sentadas en el bordillo de la acera, esos alfileres de cabezas de colores que prendíamos en el acerico, otra palabra rescatada, alguna lagrimilla cuando se perdían los más bonitos. Y recuerdo los juegos dentro de mi casa, iban mis amigas, que eran las vecinas, tenía el cuarto de los juguetes, eso era por ser hija única, me sigue sonando triste, yo añoraba hermanos, y también jardín. Jugar a las mamás, las comiditas, con condimentos que nos proporcionábamos con arena, trozos de tejas machacadas, hojas picadas, uvas de la parra, pétalos de rosas y, tenía un columpio, una soga gorda atada a dos árboles. “No me quito del columpio porque no me da la gana, aquel que quiera columpio, vaya a su casa y lo haga”.
Y ya paro, dejo de jugar, son tan vivos los recuerdos, que me están emocionando demasiado. Gracias Raúl por haberme dado esta oportunidad de volver a momentos tan felices de mi niñez.
Inés Izquierdo Pérez
Grupo A
Remembranzas
Aquellos años felices, donde los días se sucedían sin más perspectiva en el horizonte que las tediosas horas de colegio, y la prisa por llegar a casa para soltar el cabás de cartón, con los cuadernos y las pinturas de Alpino, regalo de los reyes magos. Aquellos años en que con un pie dentro de la casa y otro fuera, no corríamos, volábamos al encuentro de las amigas para aligerar la carga de energía contenida en las horas destinadas a la pizarra, al catecismo y las vainicas. Momento oportuno, para burlar a la maestra y cosernos los dedos. Este proceso consistía en pasar la aguja por la piel hilvanando las falanges unas a otras en hilera. Esperaba la plazuela a la salida del colegio, a solo unos metros de nuestros hogares de puertas abiertas, con nuestros padres confiados sabiéndonos resguardados de peligro. Pero siempre expuestos al control de alguna madre que, por casualidad, pasaba por allí, como a uno u otro hermano que en su papel detectivesco, sobrepasaba su ego de fisgón inquisidor. Siempre quedaba un poso de inconformismo a la hora volver a casa, porque nuestra casa era la plazuela.
Los juegos de mi barrio, no eran más juegos que los de otros barrios, ni tampoco menos, por lo que he podido descifrar al escuchar a los compañeros del taller. No obstante, expondré un par de juegos. En mi casa, en los días de invierno, de chupiteles descolgándose de los tejados, de sabañones irritantes, de nieblas impenetrables, pero también, al abrigo de la faldillas, los dedicábamos a jugar al Zape. Este juego consistía en sentarnos alrededor de la mesa camilla con las manos apoyadas en la misma. El conductor del juego, iba pasando la palma de su mano sobre el dorso de las manos de los participantes diciendo.
Zape que no voy,
que voy,
que no voy,
que puede que vaya,
que no vaya,
pero si voooy,
que cuando vayaaa
¡ya te pillaré!
Estas últimas palabras, que el conductor podía prolongar cuanto quisiera, llagaban cuando menos lo esperabas y el manotazo era despiadado. Sobre todo viniendo de los hermanos mayores. Pero también había la opción de anticiparte al golpe retirando la mano que impactaba sobre la mesa. Casi siempre los pequeños terminábamos llorando con la mano dolorida.
En el segundo juego la posición de las manos era la misma, con la variante de que era un pellizco en el dorso de la mano por el controlador, mientas cantaba.
Pinto, pinto,
Gorgorito,
Vendió las vacas
a veinticinco.
-¿En qué lugar?
-En Portugal.
-¿En qué calleja?
-La moraleja.
-Agárrate niño
de esta oreja.
En el niño que terminaba la canción, era el destinado a agarrarle la oreja a su vecino de silla y no podía soltar hasta que terminaba el juego. Una vez todas las manos prendidas en todas las orejas de los participantes, nos balanceábamos de izquierda a derecha cantando.
Ding, dong, ding, dong.
Vacas vienen por León.
Todas vienen envacadas
menos la vaca mayor.
A la unión, a la unión,
a comer melocotón.
Yo tengo una cinta blanca,
para el niño la esperanza.
Yo tengo una cinta azul
para el niñito de Jesús.
Yo tengo una cinta negra
para el niño que se muera.
Color de manzana.
Manzana podrid,
entrada y salida.
Este era el momento de soltar las sufridas orejas.
Y sin más, por el momento, regreso de mi infancia al presente, con el dulce sabor de aquellos años felices.
Pepita Sánchez
Grupo B
Al escondite inglés
Reconfortada y animada por la sesión del taller de escritura del lunes, me he pasado la semana recordando juegos de la niñez y cantando por los rincones “soy la reina de los mares” he disfrutado también con la información que mis compañeros han enviado al grupo de whatsapp. Sin saber cómo, llegó el viernes sin nada escrito ni pensado. Hacía una temperatura buenísima y bastante sol, así que fui a pasear con mi perro y nos paramos a leer en un banco de la alamedilla. La noche anterior había empezado “el cuarto de atrás” de Carmen Martín Gaite, porque lo tenemos para la sesión del club de lectura del lunes, un poco antes del taller. En la ficha se reproduce uno de los párrafos del libro.
Se oyen de fondo canciones infantiles. A veces las ponen en el parque donde juegan los niños. En esta ocasión, le sirven de fondo al libro. Un elefante se balanceaba… Cuando los pollitos dicen pío pío, es que tienen hambre o es que tienen frío…
Al corro de la patata, comeremos ensalada…
Mientras, en mi móvil leo ese párrafo de la plaza y los helados de limón y las normas del escondite inglés. Fue mágico y relajante.
Reconfortada y animada por la sesión del taller de escritura del lunes, me he pasado la semana recordando juegos de la niñez y cantando por los rincones “soy la reina de los mares” he disfrutado también con la información que mis compañeros han enviado al grupo de whatsapp. Sin saber cómo, llegó el viernes sin nada escrito ni pensado. Hacía una temperatura buenísima y bastante sol, así que fui a pasear con mi perro y nos paramos a leer en un banco de la alamedilla. La noche anterior había empezado “el cuarto de atrás” de Carmen Martín Gaite, porque lo tenemos para la sesión del club de lectura del lunes, un poco antes del taller. En la ficha se reproduce uno de los párrafos del libro.
Se oyen de fondo canciones infantiles. A veces las ponen en el parque donde juegan los niños. En esta ocasión, le sirven de fondo al libro. Un elefante se balanceaba… Cuando los pollitos dicen pío pío, es que tienen hambre o es que tienen frío…
Al corro de la patata, comeremos ensalada…
Mientras, en mi móvil leo ese párrafo de la plaza y los helados de limón y las normas del escondite inglés. Fue mágico y relajante.
Teresa Sanz
Grupo B
Grupo B
La caja Nivea Pandora
Cuentan que en el último momento, Pandora logró dominar su curiosidad y no abrió aquel ánfora. Con el beneplácito de los dioses, quiso reescribir su historia, eligiendo una existencia humana sencilla y otra identidad. Y fue así, como un día de septiembre, al comenzar tercero de EGB, Esperanza llegó a nuestras vidas, silenciosa, buscando su lugar en una clase de niñas preadolescentes -a cada cual más loca- con el corazón en una mano, y una caja de Nivea rebosante de cromos en la otra. Desde ese mismo instante, nada volvió a ser lo mismo. Los recreos se convirtieron en auténticas Olimpiadas en las que los juegos, sus cromos con olor a crema, pero sobre todo sus relatos venidos de otros mundos, tomaron protagonismo. De su mano conocimos a su adorable Hefesto, los caprichos de Zeus, a Prometeo o las Horas. Poco a poco, despertó en nosotras el interés y el amor por la lectura, transformándonos, a las puertas de comenzar el instituto, en orugas soñadoras; descubriendo en nuestro interior un potencial inconmensurable para llegar a ser lo que nos propusiéramos -como así ha sido hasta donde sé- incluso, mariposas.
Carmen Pedrero Robles
Grupo A
Romper el hielo
La escuela de mi niñez era pequeña, sencilla, de pueblo. Dos pisos, abajo los pequeños y arriba los mayores, sin más. Al recreo salíamos todos juntos y el ambiente se llenaba de voces, risas, juegos y también algunas lagrimas. Recuerdo jugar a las canicas, al pañuelo, a matar, a policías y ladrones, a la lima… Cerca de la escuela hay una fuente a la que llamamos El Caño, sí, así, con mayúsculas. En aquellos inviernos El Caño se congelaba y en los recreos ya no había más juego que ir picando el hielo poco a poco para desprenderlo pero no romperlo. Cuando teníamos un trozo lo suficientemente grande, lo trasladábamos entre todos con mucho cuidado hasta la escuela de los mayores. Y desde allí arriba lo dejábamos caer, solo por ver cómo el hielo se rompía en mil pedazos. Entonces estallábamos en aplausos y gritos de alegría pues pocas veces lográbamos hacer todo el trayecto con éxito.
Ahora en mi pueblo no hay suficientes niños para tener abierta la escuela y la han convertido en el tanatorio municipal.
Beatriz Gorjón
Grupo A
Para todos mis compañeros del taller:
Esta semana he intentado documentarme sobre el tema que nos ocupaba, y he adquirido tal exceso de información, incluidas vuestras propuestas de escritura que desestime, repetirme o tener alguna influencia externa para hacer un buen ejercicio así que con cariño os dejo a modo de disculpa y un comentario que hago notar como las personas mayores al alcanzar ciertas edades recuerdan perfectamente sus canciones de infancia independientemente de su capacidad cognitiva y es por eso que durante muchos años haciendo animación estimulativa aprendí canciones de nuestros abuelos, estas canciones no eran las mías si no las de ellos, es por eso que os puedo canturrear alguna de ellas ( las de ellos) y quiero hacer un guiño a Jaume cantándole alguna de esas que a buen seguro él pondrá poner el “tonillo” adecuado:
Baixant de la font del gat, una noia, una noia,
Baixant de la font del gat, una noia y un soldat,
Pregunteu-li com es diu, Marieta Marieta,
Demaneu-li con es diu, Marieta de l’ull viu.
Yo os lo traduzco;
Bajando de la fuente del gato, una chica, una chica,
Bajando de la fuente del gato, una chica y un soldado,
Preguntadle como se llama, Marieta Marieta,
Preguntadle como se llama, marieta del ojo vivo.
Y una canción de bebés:
Sol solet, vine’m a veure,vine’m a veure,
Sol solet, vine’m a veure que tinc fred,
Si tens fred, posa’t la capa, posa’t la capa,,
Si tens fred, posa’t la capa i el barret.
Sol solete ven a verme, ven a verme,
Sol solete ven a verme que tengo frío,
Si tienes frío ponte la capa, ponte la capa,
Si tienes frío ponte la capa y el sombrero.
Esther Yubero
Grupo A
Emotivo, entrañable y muy bien descrito todo, Romy. Da la sensación de que has disfrutado un montón escribiendo el texto. Enhorabuena.
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