La última sesión del taller de escritura creativa transcurrió entre ladridos y maullidos. ¿Qué pensarían los vecinos? Como era un día de perros decidimos pasar la tarde como gato panza arriba. Y así, ovillados después de dar tres vueltas sobre nosotros mismos, hablamos de Muelles, un gato con unas cualidades especiales para el salto pero un poquito prepotente. Faltó a unas clases importantes para mejorar su técnica y eso casi le costó la vida. Un libro en el que Txabi Arnal maneja con eficacia un fino sentido del humor.
También hablamos de Flix, un perro hijo de gatos que tuvo un bebé gato y cuya vida transcurrió entre gatos y perros. ¿Cómo se explica? Cosas de Tomy Ungerer. Un delicioso libro que transciende la vida de las mascotas para hablarnos de tolerancia y diversidad.
Y recomendamos el libro Perros & Gatos bajo la lupa de los científicos, de Antonio Fischetti, un libro documental e ilustrado que nos cuentan todos los secretos de ambos animales.
Pablo Neruda, el poeta que todo lo que tocaba lo convertía en oda, nos ayudó a desentrañar las principales características de gatos y perros a partir de sus metáforas. En la "Oda al gato", después de describirlo minuciosamente, admite que resulta complicado descifrar a un gato:
Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.
El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.
No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.
Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.
Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.
Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.
Y en la "Oda al perro" señala con acierto la comunicación y la complicidad que hay entre ellos y los humanos:
El perro me pregunta
y no respondo.
Salta, corre en el campo y me pregunta
sin hablar
y sus ojos
son dos preguntas húmedas, dos llamas
líquidas que me interrogan
y no respondo,
no respondo porque
no sé, no puedo nada.
A campo pleno vamos
hombre y perro.
Brillan las hojas como
si alguien
las hubiera besado
una por una,
suben del suelo
todas las naranjas
a establecer
pequeños planetarios
en árboles redondos
como la noche, y verdes,
y perro y hombre vamos
oliendo el mundo, sacudiendo el trébol,
por el campo de Chile,
entre los dedos claros de septiembre.
El perro se detiene,
persigue las abejas,
salta el agua intranquila,
escucha lejanísimos ladridos,
orina en una piedra
y me trae la punta de su hocico,
a mí, como un regalo.
Es su frescura tierna,
la comunicación de su ternura,
y allí me preguntó
con sus dos ojos,
por qué es de día,
por qué vendrá la noche,
por qué la primavera
no trajo en su canasta nada
para perros errantes,
sino flores inútiles,
flores, flores y flores.
Y así pregunta el perro
y no respondo.
Vamos hombre y perro reunidos
por la mañana verde,
por la incitante soledad vacía
en que sólo nosotros existimos,
esta unidad de perro con rocío
y el poeta del bosque,
porque no existe el pájaro escondido,
ni la secreta flor,
sino trino y aroma
para dos compañeros,
para dos cazadores compañeros:
un mundo humedecido
por las destilaciones de la noche,
un túnel verde y luego
una pradera,
una ráfaga de aire anaranjado,
el susurro de las raíces,
la vida caminando,
respirando, creciendo,
y la antigua amistad,
la dicha
de ser perro y ser hombre
convertida
en un solo animal
que camina moviendo
seis patas
y una cola
con rocío.
Cerramos este pequeño repertorio de textos con un microrrelato de Hipólito G. Navarro, quien nos habla de un perro inconformista a la hora de marcar con su micción el territorio. Disfruten de "Territorios":
Yo, de perro, la verdad es que no me ando con pamplinas. Nada de micción en tronco de árbol o señal de tráfico, nada de sólida esquina de edificio, nada de esos llamativos adoquines de los alcorques. Si hay que marcar un territorio, señalar un dominio, ¿qué porvenir tengo de perro meando en mi barrio y adyacentes?, ¿cuántos barrios puede cubrir la meada de un perro? Yo voy más allá, no me ando con chiquitas ni provincianismos. Me especializo en ruedas de vehículos (tapacubos, llantas y neumáticos), y de últimas no meo ruedas a tontas y a locas, así como así, no. Distingo ya perfectamente las matrículas, dosifico, me expando. Adoro esas matrículas de colores extranjeros, amarillas, azules, verdes…
Propuesta de escritura
Escribe un texto, ya sea poema, cuento o microrrelato, sobre un gato o un perro, lo que prefieras. Y si te sientes un poco "Flix" puedes mezclar a peros y gatos en tu escrito.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Anoche me acosté pensando en el relato que tenía que hacer para esta semana y me desperté a las 4 de la mañana y me dije: ¡Lo tengo!, y me puse a escribirlo.
Por mi cabeza empezaron a desfilar los gatos y perros que conocí en la infancia. Allí en la casa del pueblo, veía a mi madre al levantarse abrir la puerta del corral, y allí estaba la gata esperando entrar en casa y comer lo que mi madre la tenía preparada, o por la tarde mientras estaba cosiendo sentada a la camilla al lado de la ventana, allí estaba la gata acurrucada a su lado, haciéndole compañía.
Uno de los perros que tuvimos cuando mi padre se iba al campo a trabajar, sin decir nada a veces le acompañaba, y si no le hacía caso se volvía para casa; conmigo hacía lo mismo, cuando yo cogía “la Serrana Coca” para venir a Salamanca a estudiar, me acompañaba hasta la plaza del pueblo, y cuando me montaba, el perro se volvía otra vez para casa.
Pero de lo que quiero hablar, es de un gato especial, al que conocí por casualidad, gracias a mi afición a la música de jazz y por tener todo el día puesto el transistor mientras estudiaba o pasaba los deberes de clase a limpio, lo que me hacía estar muchas horas en casa, a la vez que me resultaba de entretenimiento.
El llamado “Gato” Barbieri, saxofonista de jazz argentino, su música relajante, poco a poco fui oyendo su discografía, y llegué a comprar con el paso del tiempo algún disco suyo. Recomiendo escuchar la actuación con Carlos Santana en la canción “Europa”, o por ejemplo el tema del “Ultimo tango en París”.
Pero decir que me enteré que el nombre de “Gato”, se lo pusieron por andar en las oscuridades de las calles porteñas a finales de los años 50 y comienzos de los 60, con el saxo colgado al hombro.
Luis Iglesias
Apuntes
Ayer, en la “reunión” on line que mantuvimos, se habló (y se pusieron ejemplos) de lo inteligentes que pueden llegar a ser tanto gatos como perros. Aporto argumentos a favor de estos últimos. Cuento de mi perrita bóxer Lali, una preciosidad que vivió con nosotros doce años bajo el mismo techo.
Galletas – Eran cuatro las que tenía preparadas para desayuno cuando yo la subía por las mañanas de hacer sus necesidades en la calle. Se las comía despacito, con delectación de gourmet. Cuatro, exactamente. Si algún día la que manda en casa (yo se supone que debería ser el segundo) le había puesto solo tres, Lali no comía ninguna y nos miraba con cara que era todo un poema; se hacía preciso pedir a una vecina la que faltaba. En una ocasión se me ocurrió ponerle cinco y la mirada ese día fue poema y prosa. No volví a repetir para no “descolocarla”. ¿Sabía contar Lali?
Llegada – El momento de mi llegada al domicilio (sobre todo al mediodía) estaba cantado para mi esposa. Como dos minutos antes, Lali había cogido la cadena y con ella en la boca me aguardaba en el vestíbulo. Unos dos minutos, ya digo; el tiempo que tardaba yo en recorrer como cien metros antes del portal y subir la escalera, cinco pisos. No es que mirase al reloj ella, es que me “sentía” llegar. Si algún día yo me retrasaba, Lali se retrasaba con la cadena. De vez en cuando sucedía sin embargo que ella se veía obligada a esperar a la puerta varios minutos; eso era porque yo me había entretenido con alguien charlando, siempre en ese espacio que se cuenta. ¿Lali tenía radar, o es que hacía uso de algún sentido que los humanos ni puñetera idea?
Calle – Palabra mágica. Para Lali era sinónimo de salida, de parrandeo. Era oírla ella y salir corriendo al lugar donde estaba la cadena para traerla. Tengo leído que los perros no entienden las palabras sino que interpretan el sentido con que se pronuncian. Mentira. En ocasiones Lali se nos acercaba mirándonos expectante y haciendo memoria nosotros caíamos en la cuenta de que la palabra mágica se había deslizado de pasada en la conversación que estábamos manteniendo. Y eso se producía incluso cuando estaba dormida sobre la alfombra, a nuestro lado. ¿Lingüista Lali?
No, no creo, a lo mejor en eso me he pasado. Pero Lali todo lo quería entender. Una cosa que no me perdonaba es que yo le preguntara en plan profe: «A ver, Lali, 7 x 8?». Se ponía muy nerviosa, me mordía los bajos del pantalón y la desavenencia concluía yo abrazándola y ella perdonándome, que era lo que estaba deseando.
Con el tiempo Lali se convertiría en la protagonista de uno de mis relatos más sentidos. Faltaría más.
Pascual Martín
Grupo B
Objeción de conciencia
A quién pueda leer este escrito:
Le pido de todo corazón, que si tiene esta carta entre sus manos y está leyendo su contenido, que lo haga público y lo divulgue para tratar de salvar mi reputación.
En el mundo de la farándula se me conoce por “Rin Tin Tin”, quizás hayas visto alguna de mi películas, hice más de 20, y varias series de televisión. Todo lo que has visto o has leído sobre mí es mentira o está manipulado. He sido víctima de la fama y de los “leoninos” contratos de imagen. Soy un perro pacifista, objetor de conciencia, estoy en contra de las armas. Siempre he apoyado la defensa de los derechos de los indios Apaches. Fueron injustamente expulsados de sus tierras, encerrados en reservas que se han convertido en casinos para limpiar la conciencia de los invasores. Soy un… ¿cómo lo llamáis vosotros? ¡Ah, sí! “un perro flauta”. Recuerda: “todo lo que se ha visto en la pantalla sobre mí es una farsa”.
Por favor divulgalo, compártelo en tus redes sociales. Muchas gracias. Estás ayudando a limpiar mi imagen.
Firmado: Rantanplan
Tomás García Merino
Grupo B
La leyenda de Tarzán
Caminas en busca de historias que contar, pero a veces la historia te encuentra a ti. Tuve esta suerte hace unos meses:
Me dirigí a la Sierra de Gata para realizar una ruta de senderismo, había leído que era la que transitaban los antiguos contrabandistas. Quería disfrutar de un día al aire libre, caminar por los montes poblados de pinos, apreciar cómo se habían recuperado de los terribles incendios. El recorrido me llevó al pueblo de Valverde de Fresno. Caminé por sus estrechas calles y decidí reponer fuerzas y refrescar la garganta en el bar Inocencio. Junto a la entrada, había un paisano sentado junto a su perro, un hermoso ejemplar de pastor alemán. Salí del bar con la cerveza fresquita de la mano, me senté en un poyo a descansar y a saciar mi sed. El perro estaba tumbado cerca de mí, alargué el brazo y llegué a acariciarlo.
—¿Cómo se llama?
—¿Le gusta el perro? —Respondió el paisano— ¡Sit! —ordenó. El animal se incorporó y quedó sentado sobre sus patas traseras mirando al visitante.
—¡Es precioso!, tiene algo de…
—¿Salvaje?
—Sí, exactamente eso, salvaje— me miraba con sus ojos almendrados, penetrantes. Las orejas erectas, abiertas hacia mí, uniformes, puntiagudas. La máscara negra y la trufa húmeda y negra. Un manto negro con manchas amarillas cubría su cuerpo, el pecho fuerte, más claro que el lomo. Unas patas firmes, pegadas al cuerpo por una buena musculatura. Su cola barría alegre el suelo. — Es un ejemplar extraordinario.
—Es descendiente de Tarzán.
—¿Cómo dice? ¿Quién es Tarzán?
—¿No conoce la leyenda?, si dispone de tiempo se la cuento.
—Por favor —le dije acariciando a su perro.
—Eran años de postguerra. El hambre formaba parte del menú diario en la mayoría de las casas. Llegó al pueblo un churrero con su familia. Instaló su barraca en la Plaza del Santo Cristo. Hacía unos churros riquísimos. Tenía mujer y un hijo de cinco años. Y un perro precioso, un magnífico animal. El niño se paseaba por las calles del pueblo acompañado en todo momento por el perro, no le dejaba ni a sol ni a sombra. Nadie se acercaba a él. El crío dormía la siesta a la sombra de los soportales, cerca de la barraca, nadie se atrevía a molestarle. Estaban muy unidos el niño y su perro. El churrero estaba contento, el negocio le iba bien, casi todo el pueblo compraba sus churros. En aquella época la mayoría de los vecinos del pueblo se ganaban la vida del mismo modo: el contrabando. El paso clandestino de mercancías desde Portugal llenaba los platos de comida. El perro era muy listo, empezó a seguir y a olfatear a cualquiera que llevara encima alguna mercancía de contrabando. Los olía a distancia y salía corriendo hacia ellos. Parecía que quería delatar a cada contrabandista. Un día en la taberna le dieron un aviso al churrero:”o te deshaces del perro o un día aparecerá muerto”. El churrero vivía de los habitantes, no podía permitirse que dejaran de comprar sus churros. Decidió entregar al perro al capitán del cuartel de la Guardia Civil. Así creía arreglar la situación sin perder la clientela. Los llantos del niño se escucharon en el pueblo durante varios días. La Guardia Civil comenzó a detener a los contrabandistas con la ayuda de Tarzán, no se le escapaba ninguno. Los vecinos dejaron de comprar churros en señal de protesta. El churrero y su familia decidieron abandonar el pueblo.
—¿Y el perro? ¿Qué pasó con Tarzán? —pregunté intrigado.
—Pídase una cerveza, y otra para mí, y unas carrilleras para acompañar, ¡tiene que probarlas, están buenísimas!
Con las cervezas en la mano y el plato de carrilleras casi vacío, continuó con la historia.
—El churrero volvió al año siguiente. Pero vino solo, sin barraca, sin familia. Vino al cuartel para hablar con el capitán. Su hijo había desaparecido, llevaba meses buscándole. Quería que le prestaran al perro para que le ayudara a encontrarle. El capitán le comunicó que el perro también había desaparecido. Se había escapado una noche y nadie volvió a verlo. El churrero abandonó el pueblo, triste, sin esperanzas de encontrar a su hijo con vida. Desde ese día corre el rumor entre los “valverdeños” de que en los bosques se ve a un lobo acompañado de un niño. El lobo aúlla cuando los guardias están cerca, de esta forma avisa a los contrabandistas y cambian de camino. Cada vez eran más los que decían ver al perro con el niño cerca de la Sierra Torina. La historia se convirtió en leyenda. Cada año, una perra del pueblo pare una camada del lobo. Mi perro es miembro de una de esas camadas y se llama Tarzán. En las noches de luna llena veo la silueta del perro y el niño sobre el horizonte.
Reinicié la ruta con la ilusión de ver entre los árboles la figura del perro acompañado del niño. No vi nada. Pero el paisano me regaló esta bella historia que comparto con vosotros.
Tomás García Merino
Grupo B
Duque
Qué escribir cuando se agolpan muchas ideas en mi cabeza alrededor de una misma persona. Perdón, animal. Si es que para mí en estos momentos ambas cosas no son idénticas. Hace menos de 48 horas perdí a un amigo. A un compañero. A mi hijo canino. A un ser que ha aportado a mi vida mucho más que humanos con los que he compartido camino mucho tiempo. Su mirada ha sido durante un largo, aunque a la par breve ,recorrido lo primero que veía cada mañana. Limpia, sincera, inocente. De, porqué no decirlo, amor. Amor incondicional. Amor a cambio de nada, o poco. De un poco de pienso y unas caricias. Solo los que disfrutamos del gozo que supone un agradecimiento infinito como vuelta de bien poquito sabemos que es eso. ¿Hay algo más puro que el amor desinteresado? Habrá quien nos diga que los animales “no humanos” no aman. Que no saben lo que es el amor. Que no sienten. Ellos no han gozado de la afortunada experiencia de una mirada de ese amor que os decía. Los animales sienten. Los animales aman. ¿Por qué? Porque los animales son.
Duque llegó a mi vida via facebook. Yo había adoptado ya a Lena de la misma protectora. Fundación Luna (Salamanca) a la cual pertenecí después. Trasto (y Nora, que cruzó al poco de llegar a casa) vino incluso antes de formar parte de la familia lunera. Lena, de la mano de Jose llego a mi vida una mañana de sábado de diciembre. Como Trasto llegó, gracias a Julio un atardecer de, también, julio. Ví su foto. Esa foto que ha sido mucho tiempo la de la portada de mi perfil personal de facebook. Perfil al que no invito a cualquiera, puesto que (salvo difusiones interesadas en pro de diferentes animales) es personal. Foto que utilicé para comunicar a mis contactos que Duque había fallecido. Pedían ayuda para un perro de menos de un año. Su operación (cuya viabilidad al final quedó en nada) era costosa. Hice una donación, sin conocerle. Al final, después de una acogida de fin de semana, otra de mes y pico, y un par de vueltas más tarde él pasó a formar parte de mi vida.
Duque se fue como vino. Discretamente. Nunca fue un perro ruidoso. Solo cuando quería acercarse a otros perros. Quería ir, oler… Nunca tuvo problema con ninguno. Tan puro era. Tan puro como su límpida mirada. Una mirada con esos ojos saltones que tan enamorada tenían a mi compañera lunera y amiga Isa.
Podría escribir muchas cosas sobre él. El día a día a su lado era maravilloso. Todos sabíamos que su corazón no era el de un perro normal. Superó en 3 años el pronóstico inicial.
Un minuto, una hora, una vida, a su lado no han sido suficientes. Suficientes para devolver todo su amor, pagar su gratitud, sentir como el tiempo pasaba y él estaba ahí. Creo que nadie que haya conocido a Duque puede hablar mal de él. Más bien al contrario. Nunca escuché queja sobre él. Él tampoco se quejo de nadie. Ni siquiera de su compañero, de mí. Ni de mis malos días, ni de como tardaba en llegar para sacarle a veces. De como me iba horas con otros perros y/o gatos.
Duque disfrutó conmigo de tardes en el CAN (centro de animales necesitados) en el patio con otros perros. Con todos se llevaba bien.
Y es que Duque pasó por este mundo sin problemas con los demás. Pasó por este mundo con el único pecado de haber nacido con un corazón enfermo. Enfermo pero inmenso. Enfermo pero eterno. Porque, su corazón, él, estará siempre en el mío. Porque él estará siempre en nuestros corazones.
Javier Martín Caamaño
Grupo B
El perro nihilista
Pirulo odiaba cualquier tipo de autoridad y lo manifestaba del modo más categórico. Aquel día que habían montado el estrado para la inauguración de las obras de la plaza mayor, el chucho se las arregló para llegar hasta el atril y morder sin compasión los cordones de Don Marcial, el alcalde. Como las elecciones estaban cerca este no se atrevió a patear al animal: ¡Qué dirían las viejecitas dueñas de caniches, yorkshires y chiguaguas! El edil se limitó a desplazarlo dándole tímidos empellones. Ya tenía destrozado un zapato cuando uno de sus acólitos se apercibió del azoramiento del jefe, y adelantándose, tomó al intruso del collar y lo retiró del escenario.
Pero si su inquina por la jerarquía política era aguda, más acentuada era la que reservaba a la religiosa. Le profesaba tal tirria al cura que, el pobre, estaba totalmente amedrentado. Y no es para menos que era verlo con la sotana y arremeter a mordiscos con sus faldones. La serie de tropelías contra el poder eclesiástico resulta interminable de contar: desde encaramarse a la pila bautismal para orinar a interrumpir la misa mayor persiguiendo hasta el mismísimo altar a una golondrina.
–¡Es un pecador, un hereje… un nihilista! –vociferaba Don Emiliano intentando ponerlo en fuga–. ¡No respeta ningún principio político, social ni religioso!
El incidente de la procesión acabó de torcer la disposición del sacerdote dirigiéndola hasta los rincones más oscuros de su alma. El can andaba fuera de sí con tanto hombre enfaldado. Mordió a unos y otros sin descanso, a pesar de los puntapiés que recibió de los fieles menos caritativos de la parroquia. Pero la apoteosis llegó en el momento en que la comitiva regresaba al templo. Las autoridades del pueblo y sus esposas –no se estilaba entonces que las señoras gobernaran el consistorio- habían subido las escaleras de acceso al atrio cuando Pirulo reparó en el niño que portaba el bastón procesional. Al primer mordisco, el niño dejó caer el varal que vino a impactar –maldita casualidad– con la cabeza de Doña Asunción, la mujer del alcalde. La pobre señora se fue al suelo desmayada y, en torno a ella, se formó un coro de voces, órdenes e imprecaciones que arruinaron la solemnidad de la ceremonia. ¡Menos mal que el cachorro había puesto tierra de por medio!
La ofensa a la alcaldesa sulfuró de tal manera al capellán que permitió a su vengativa ama actuar contra el perro. Doña Virtudes, que era el paradójico nombre de la interfecta, se la tenía jurada al chucho por las continuas afrentas a las que sometía a un gato de su propiedad.
La estratagema del ama no tuvo el éxito que se esperaba. Vertió un potente laxante en la escudilla en que solía servir la leche a su gato y que Pirulo esquilmaba regularmente. Puso una dosis tan excesiva que esperaba, si no matar al animal –no lo desechaba–, sí dejarlo postrado por unas cuantas semanas. Pero la naturaleza cimarrona del chucho y su natural inclinación por el espectáculo, le llevó a colarse en el huerto del cura y a darle a todas las hortalizas unos brochazos de color marrón y unos aromas fétidos que malograron irremediablemente la cosecha de lechugas, zanahorias y calabacines. Y para más inri –nunca dicho más oportunamente– al día siguiente el perro estaba vigoroso y rozagante.
Con el traslado de Don Emiliano y su ama se produjo el milagro de la conversión. Desde el primer día, Don Serafín, un curita moderno que no vestía sotana, se cameló al animal y lo adoptó como lebrel de caza. Tal honor sosegó a Pirulo de manera que no ha vuelto a armar ninguna tremolina en el pueblo y se ha impuesto a sí mismo la misión de custodiar la iglesia.
Solo le queda un recuerdo de su pasado anticlerical: no soporta el suido de las campanas y cada vez que las oye tañer no puede evitar ponerse a aullar como un lobo solitario.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Desvarío gatuno
…
—Y dice usted que habla… ¿cómo ha dicho?
—Gatún, señoría.
—Umm, gatún —se le dilataban al juez las pupilas mientras reflexionaba—. ¿Y dónde lo aprendió usted?
—Soy autodidacta, señoría. Me he pasado la vida observando los gatos, estudiándolos. Y una de las muchas cosas que he aprendido de ellos es su idioma.
—Y sin embargo dice usted que nunca había tenido un gato hasta éste, el que ha matado. ¿Por qué?
—Me dan miedo, señoría, aunque por otra parte me fascinan. Por eso he dedicado mi vida al estudio de los gatos… de los demás, o de los simples gatos callejeros.
—Y si le dan miedo, ¿por qué adoptó el gato de cuyo crimen se le acusa?
—Precisamente porque quería vencer ese miedo y pensé, en mala hora, que para ello lo mejor era hacerme con uno.
El juez asintió gravemente con la cabeza al tiempo que se mesaba la barba. El asunto, un delito menor de maltrato animal con ensañamiento y resultado de muerte, le suscitaba cada vez más curiosidad.
—¿Y de dónde sacó usted su gato? —continuó con el interrogatorio.
—El pasado verano estuve unos días en Basauri, visitando a unos amigos, y allí me lo encontré, en la calle. Como todavía era muy pequeño, me pareció que podía ser lo que buscaba.
—Y entabló conversación con él…
—Por supuesto que no, señoría. Me tengo por una persona muy reservada para con los de mi especie, así que para con los de otras especies ya ni le cuento.
—Ya. ¿Y cuándo empezó a hablar con él?
—En realidad, lo que se dice hablar, hablar, hasta el día fatal no habíamos cruzado ni una palabra. Entiéndame, señoría —mostró el acusado las palmas de sus manos—. Los gatos también son reservadísimos, así que se juntó el hambre con las ganas de comer.
—Bien, pero yendo al meollo del asunto. ¿Se puede saber por qué mató usted a su gato en mitad de la calle clavándole sesenta y tres veces su estilográfica en el vientre del pobre animal?
—Me robaba dinero, señoría —respondió indignado el acusado.
—Esto se nos empieza a ir —le susurró el fiscal al juez, quien, no obstante, le hizo un ademán atemperante con la mano.
—¿Puede usted probar lo que dice? —subió el juez el volumen de su voz.
—Sí, señoría.
—Muy bien. Pero continuemos con el relato de los hechos. Exactamente, ¿qué es lo que ocurrió el día de autos?
—Mire, señoría: la cosa es que a mí me llevaba desapareciendo dinero de la billetera desde hacía varios meses. Por otra parte, mi relación con el gato, que nunca fue buena, la verdad sea dicha, se había deteriorado mucho últimamente, razón por la cual apenas le daba de comer. Y eso me hizo caer en la cuenta, señoría: teniéndolo a pan y agua, como quien dice, sin embargo cada día se le veía más rollizo y a veces volvía a casa como recién salido de la peluquería.
—El típico caso de hurto famélico… por parte del gato, claro está —le volvió a susurrar el fiscal al juez. Y como el acusado se callara, el juez le conminó a que continuara con su relato.
—Entonces, señoría, decidí tender una trampa al gato. A primera hora de la tarde dejé la billetera encima de la mesa de mi despacho, me puse el chándal, para que el gato se creyera que me iba a dar un paseo, e hice como que salía de casa. Pero en realidad no salí, sólo abrí la puerta y la cerré con fuerza. Después, sigilosamente, entré de nuevo en mi despacho y me oculté detrás del sillón de lectura, a la espera de que entrara el gato y poder sorprenderle infraganti con las manos en mi billetera.
—Y le sorprendió, ¡claro! —enarcó las cejas el juez.
—Lo que ocurrió, en realidad, fue mucho peor, señoría —tragó saliva el acusado—. Todavía me tiemblan las canillas cuando lo recuerdo.
—Tranquilícese y cuéntenoslo, que nos tiene en ascuas —se conturbaba el juez por momentos.
—El gato entró, efectivamente, en el despacho. Pero en vez de irse a por la cartera, encendió el ordenador. Y a los cinco minutos, y créame porque lo vi con mis propios ojos, se encontraba participando en una videoconferencia con una quincena de gatos, cuyas caritas relamidas ocupaban toda la pantalla, cada una en su pequeño recuadro.
—¿Y qué es lo que hacían? —se agarraba el juez con fuerza a los brazos de su sillón.
—¡Era un taller de escritura para gatos, señoría! Tal y como se lo digo. Había un tal Miaurraúl, “miau” es para que me entienda un tratamiento tipo “don”, que era el que llevaba la voz cantante, y estaban hablando sobre “humanos de compañía”. No puedo negar que la charla resultaba muy curiosa e interesantísima. Pero lo que me dolió en el alma fue la intervención de mi gato, que recitó un soneto hiriente por demás, dirigido sin duda a mi persona, y que fue muy aplaudido por todos.
—Y no recordará ese soneto, ¿verdad?
—Desgraciadamente sí, señoría. Se titulaba “A un dueño”, y decía así:
No mete más bullicio un grifo abierto
ni se deja ver más la luz del día.
Eres, junto a la tele, una sandía
divisada de lejos, en el huerto.
Por un designio descifrable y cierto,
cual es el hambre, busqué tu compañía,
más cuando la sacié, mala agonía,
añoré la soledad del que está muerto.
Me pasas la manita por el lomo
y crees que soy tu amor y tú mi dueño,
tan ciego como estás, cuando es bien cierto,
tan grande es la aversión que ya te tomo,
que las más de las veces es mi sueño
cubrirte de arañazos todo el cuerpo.
—¡Qué hijop…! —se llevó la mano a la boca el fiscal para no concluir el improperio.
—Imagínese mi rabia contenida, señoría —prosiguió el acusado, cada vez más descompuesto—. A duras penas resistí oculto tras el sillón todo lo que duró el taller de escritura. Y cuando terminó por fin, apagó el muy miserable el ordenador y entonces sí, entonces se fue derecho a la billetera y sacó un billete de cincuenta euros. Entonces salí yo de mi escondite y le grité en perfecto gatún: ¡¡Te pillé!!
—¿Y él qué hizo?
—Pegó un bote de un metro y dijo: “¡aibaguirretxu, oye!” con un acento muy vasco; que ya le he dicho que era de Basauri. Y luego“¡agur!” Entonces se metió el billete en la boca y enganchó a correr como un loco. Yo, completamente desaforado, empecé a perseguirle mientras le gritaba que me devolviera mi dinero, pero él sólo estaba por la labor de huir. Afortunadamente, como estaba tan gordo, no tardé en alcanzarle. Y cuando lo tuve en mis manos, en fin, que perdí la cabeza, señoría.
Se hizo entonces un silencio sepulcral en la sala.
—Bien —miró el juez a uno y otro lado—, si no hay preguntas, queda el juicio visto para sentencia. De todos modos, despejen la sala, que quiero hablar un momento a solas con el acusado —y no bien que estuvo despejada, precipitándose sobre él, le preguntó—: ¿me podría usted enseñar gatún? Es que mi mujer tiene un maldito gato que…
Óscar Martín
Grupo A
A Bindi, una gata que parece mía
Un regalo de copos agrupados,
blanca como la harina, la leche,
las espumas fieras del mar,
los helados de nata de la infancia,
la cal viva de fiera pureza,
o rosa blanca de iluminados pétalos.
Mini tigresa de las nieves más lejanas,
el verde de sus ojos
metáfora no tiene,
su brillo es ancestral y mitológico.
La abrazo cuando quiere,
huiría adonde nadie sabe
de caricias que sobran.
Escoge sus pequeños tronos,
emite sonidos que vienen de siglos
que yo ya no puedo entender;
tiene complicidades con el sol,
y con la noche que la perfecciona
bajo el brillo perverso de la luna.
Emilia González
Grupo B
¿Quién está al servicio de quién?
Cuando me estoy afeitando, ya la tengo entre los pies, ya está presionándome para que espabile y la saque a pasear. Un día al terminar de ducharme, estaba secándome y por unos instantes me quedé parado, cómo ensimismado, con la toalla por los hombros; entonces dio un salto y casi me araña como diciendo: ya está bien de perder el tiempo, ¿no ves que estoy esperando? No lo dijo con palabras, pero el mensaje estaba claro. No habla, pero transmite. Se hace entender perfectamente.
Cuando salimos de paseo, hay que por donde ella quiere, pararse a olisquear el tiempo que desee, y recoger sus caquitas cuando le vienen ganas.
Un día, cansado de seguir sus caprichos, la até corto y la obligué a pasear a mi ritmo y por donde yo quise. Me castigó con el "látigo de su indiferencia" durante varios días.
Una vez en casa, si quiere caricias se te acerca y se acurruca a tu lado; si quieres comida, da saltitos, medias vueltas, y se dirige corriendo a la cocina. Si quiere que la acuestes en una cama, se acerca, y se da la vuelta hasta que la sigues, llevándote a dónde quiere ir. Si quiere jugar, coge la pelota o el juguete con la boca, y te lo deja a los pies para que se lo tires.
Tiene comida, recipientes para el agua, camita para reposar, pañal para hacer sus necesidades, ropita para cuando hace frío, champú y gel especiales para bañarla, revisiones veterinarias, vacunas...
Lo único que la diferencia con mis hijos cuando eran lactantes, es la sonrisa.
Mi perrita no sonríe, pero mueve las orejas y mueve el rabito.
Hay otros perros que dan mucho más de lo que reciben, pero mi perrita recibe todo a cambio de cariño y compañía.
José Luis Fonseca
Grupo A
Ayer me encontré, cuando entraba en el portal, a Esperanza, la del cuarto, que estaba abriendo el buzón.
—Buenas, Ricardo —me saludó.
—Buenas, Esperanza —respondí amable—. Por cierto. Ayer me encontré con Juanita, la del quinto. La vi un poco… ¿cómo lo diría?... desmejorada, triste.
—¿Pero no te has enterado, Ricardo?
—No, ¿de qué? —pregunté.
—El gato de Pilar, la del segundo —explicó—, ha matado al perro de Juanita.
—Pero si el perro de Juanita es un pitbull —razoné estupefacto—. ¿Cómo va a matar un gato a ese perro, que nos tenía a todos medio aterrorizados?
—Es que el gato de Pilar —dijo con naturalidad— es hidráulico.
Jaume Castejón
Grupo B
Mi amigo Javier fue a la perrera a buscar un perro que le hiciese compañía. Se llevó a casa algo parecido a un Dachshund, conocido vulgarmente como perro salchicha. Vamos, que vulgar sería, porque tenía el cuerpo más corto y visiblemente tenía mezcla de dos o tres razas. Cuando me enteré por Javier, biólogo, que el nombre científico de los perros es Canis lupus familiaris, lo primero que me vino a la mente fue que eso le quedaba demasiado noble a su perro. Pero lo que más me sorprendió de mi amigo fue que al presentarme a su nuevo acompañante me dijo:
—Hoy vas a conocer al único perro del mundo con nombre y apellido.
—¿Cómo que con nombre y apellido?
—Sí, Cuqui Patuqui.
Y así fue como conocí al único perro con nombre y apellido. Desde el primer instante hicimos buenas migas. No sé, podríamos decir que fue un amor a primera vista. Yo llegaba a casa de Javier y soltaba un grito tal que: «Cuuuuquiiiiiiiiiiii» y el perro se lanzaba hacia mí, resbalando por el piso, boca arriba, hasta que llegaba a la altura de mis pies, con la lengua fuera, esperando que le rascase el sobaco. Si contasen las horas de mi vida que me pasé rascándole el sobaco a Cuqui Patuqui, seguro que hubiese podido aumentar considerablemente mi vida laboral.
Pero ya se sabe, los perros viven menos que los humanos y Cuqui… se fue. Pero llegó Tim y Crom, el de otro amigo, y Kelly y Prisca. Todos me han querido como Cuqui Patuqui. Cuando me quedaba a dormir en casa de mis amigos, sus perros dormían conmigo, estaban siempre a mi lado, buscaban mis caricias, mis rascadas de sobaco. Yo creo que me hacían más caso que a sus dueños. No, ninguno más tuvo nombre y apellido, pero a pesar de que todos eran mezcla vulgar de razas, esos animales sí merecen el noble nombre científico de Canis lupus familiaris.
Jaume Castejón
Grupo B
Ausencia
(un escrito desde el desconocimiento)
Los ladridos de bienvenida
Los ojos atentos a mí
Los lametazos de amigo
El brillo en los ojos
El desvalimiento cuando no estoy
Los leves gruñidos de advertencia
La fidelidad inquebrantable
La ternura con los niños
La inquietud permanente
La cara de culpabilidad a veces
Los largos paseos juntos
La inteligencia discreta
La socialización con otros afortunados
Los recuerdos que recojo en cada paseo
La compañía inacabable
La cabeza apoyada en mi regazo, animándome
La comprensión infinita
La complicidad, siempre la complicidad
La amistad, la amistad, la amistad……
¿Me estaré perdiendo todo un mundo de vivencias irrepetibles?
Manuel Medarde
Huellas
Llegaste en el momento oportuno
después de una incesante búsqueda.
Te miré, parecías un peluche tierno y suave
que invitaba a caricias constantes.
Te cogí en mis brazos
tratando de acallar tu lloro,
de cachorro asustado.
Mis manos temblorosas,
no querían presionar demasiado
para no hacerte daño.
Eras tan frágil y pequeño…
Muy pronto, el tiempo te convertiría
en un buen ejemplar de mastín.
Tenías todo lo que caracteriza a tu raza
cabeza grande, hermosa y poderosa
patas fuertes, con espolones
que lucias orgulloso.
Cuerpo vigoroso con pelaje fuerte y sedoso.
Ojos inmensos y profundos
que reflejaban una absoluta bondad.
Orejas grandes siempre alertas
y un rabo blanco que movías sin cesar,
para mostrar tu alegría
al verme llegar.
Un ladrido majestuoso
que era único y espectacular.
Te adaptaste enseguida
a vivir en compañía
y muy pronto aprendiste las normas
que debías respetar para
vivir en armonía.
Muchos años gocé
de tus juegos, paseos y travesuras
pero un lluvioso día de noviembre,
cruzaste al otro lado del Arco Iris
para reunirte con otros perros y gatos
que lo habían hecho antes.
Ahora que ya no estás
el frío, el vacío y la soledad,
me acompañan cuando sigo tus huellas
por las escondidas veredas,
que me enseñaste a encontrar.
Marian Pérez Benito
Grupo B
Gatita Roberta
(Todo cuanto se “cuenta” es cierto, pese a quienes dicen que se trata de un “cuento chino”)
Entre carrascos.
Era una bolita de terciopelo negro. Estaba allí, acurrucada y temblando en medio de los carrascos. Al oírme, movió una oreja y de sus ojos se escaparon dos transparentes lágrimas que fueron a caer sobre unas briznas de yerba seca. La cogí y se apretujó contra mi pecho. Con cuidado pasé la mano por su lomo; la recorrió un ligero escalofrío. Yo creo que tenía miedo. Volví a hacerlo y levantó su carita asustada y me sonrió un poquitín.
Mamá M. Jesús calentó un cuenco de espumosa leche. Como no sabía beber por vaso, hundió su hocico dentro y sus largos bigotes se tiñeron de blanco. Estornudó y salpicó a su alrededor. Miraba sorprendida a todas partes.
En un plato, Prima María Jesús había dibujado un colibrí de diecisiete colores. Gatita Roberta levantó su patita derecha para cazarlo; el plato rodó por el suelo y se hizo añicos. Uno de ellos saltó y cayó sobre la cabeza de Tito Eva. Prima M. Jesús y Prima Cris se echaron a reír. Asustada, buscó refugio en la zapatilla rota de Abuelo Juan, que seguía durmiendo, mientras Abuela Angelita mascullaba oraciones sin enterarse de nada.
***
Gatita Roberta tenía las orejas pequeñas y vivaces. Ante cualquier mínimo ruido las empinaba y su rabito se movía nervioso.
Siempre estaba dispuesta a ayudar en casa. En realidad, estorbaba más que otra cosa. Prima Ana ya estaba harta de que le esparciera la basura cada vez que terminaba de barrer.
A Abuela Angelita le fregaba el plato con la lengua, lo que no deja de ser una cochinada.
Por la tarde salía al jardín y se entretenía con una pelota a rayas rojas y azules. La ataba con un hilo dorado y la lanzaba al aire. Decía que quería subir al cielo, pero nunca lo conseguía. En una ocasión ascendió tanto que quedó enredada en las ramas del manzano; como no podía bajar tuvo que ayudarle Prima Cris.
Mamá M. Jesús le había prohibido traspasar la puerta del jardín. Desconsolada, asomaba su hocico entre los barrotes de la verja y, al ver tanto campo verde, le daban ganas de saltarlos para correr sobre la yerba, montar en el columpio y gatear a las encinas.
***
Gatita Roberta se había hecho grande. Mamá María Jesús no le reñía, pero constantemente le advertía que se cuidara, que merodeaban por los alrededores perros extraños, en quienes adivinaba malas intenciones.
Había noches que se ponía muy coqueta y elegante, y hasta se pintaba los bigotes de rosa y morado. Luego, salía de casa y no volvía hasta el amanecer. A mí me da que se había echado novio, pero no lo sé, pues nunca contaba dónde, ni con quien había estado.
Una gatita tan buena, tan limpia, tan guapa y de pelo tan reluciente, si tenía novio, sin duda sería el Príncipe de los Gatos Enamorados. Sus ojos cautivaban a quienes los miraban.
***
Una noche Tito Eva sintió una ráfaga de viento helado que se le quedó apresada en la garganta. Flotaban en el ambiente augurios de misterio, que impregnaban el alma de intensa inquietud. No pudo dormir.
Por la mañana llamó a Gatita Roberta, pero no apareció.
Mamá M. Jesús, Prima Ana, Prima Cris y Prima M. Jesús buscaron por todos los rincones de la casa vieja. No se olvidaron de subir al desván. No la encontraron. Preguntaron, a Cola Blanca, a Vaca Brava y a Toro Rojo. Ninguno sabía dónde podría estar.
Llegaron tío Juan y Gordo Miguel. Tampoco conocían su paradero.
Aquel día, todos estuvimos tristes.
Por la tarde, Tito Eva pasó por el carrascal donde la había encontrado. Percibió un leve sonido y se quedó escuchando. Del mismo lugar salía un quejido lastimero. Se acercó con mucho cuidado y con un poquito de miedo. Se le escapó una lágrima gordota al ver en su cuello cuatro puntitos de sangre coagulada. Estaba tendida; apenas si se notaba su respiración. Al oír sus pasos lo reconoció. Hizo un gran esfuerzo para levantar la carita del suelo y sonreírle; después, su cabeza cayó a la tierra y sus ojos se cerraron. Tito Eva le dio un beso y la cogió en brazos. Con cuidado pasó la mano por su lomo. Estaba frío. Gatita Roberta había muerto.
Tito Eva no supo llorar, pero en su interior notó que existía un espacio donde se había instalado la melancólica cara de la ausencia. Su pensamiento iba y venía a las tardes luminosas de la dulce Primavera, a los atardeceres veraniegos en los que G. Roberta quería ir a saludar al sol, cuando se sentaba en el extremo de la tierra, cansado y sudoroso, tras realizar su ruta diaria. Recordaba también los celos que la carcomían cada vez que Cola Blanca subía a las piernas de Abuelo Alicio, y otros insignificantes recuerdos que se agrandaban en su mente.
Con sorpresa, de sus manos vacías, vio ascender hacia el cielo un suspiro con ojos de miel y noche y unos bigotitos rosas y morados que despedían destellos luminosos. Sintió alivio en su corazón.
Mamá M.Jesús tapó su cara con las dos manos cuando le dije que Gatita Roberta había muerto. Al retirarlas sus ojos brillaban y sus mejillas aparecían humedecidas.
Prima Ana se recogió en su habitación y Prima Cris apoyó su frente en el borde de la camilla. Sus ojos negros se hicieron aún más grandes y profundos. Tito Eva pellizcó cariñosamente su barbilla.
A abuela Manuela le comentaron que fue Lobo Malo quien le había dado muerte. Se enfadó tanto que, en un impulso incontrolable, lanzo la badila de hierro contra el suelo, rompiendo una baldosa de la cocina.
Abuela Manuela, llamó a tío Javi. Yo lo vi descolgar la escopeta de cinco cañones. En su cuello se había hinchado la vena de la ira.
(Lobo Malo no fue el causante de su muerte, pero es una historia demasiado larga para aguantarla)
Evaristo Hernández
Grupo B
Amores francos
Hola, soy Valentino, un gato blanco adolescente, nacido en los bajos fondos suburbiales de Málaga, sin hogar reconocido en el censo gatuno de mi barrio. Fui abandonado de bebé por mis padres, hecho que condeno desde mi condición de orfandad felina. Fui carne maltratada hasta que, intentando mejorar mi condición marginal, cogí mi hatillo y abandoné a mi cuadrilla tribal para emigrar al centro de la ciudad con apenas una raspa de pescado y una pechuga de pájaro seca. Y aquí estoy, sin un ratón que llevarme a la boca, sin poder volar por los tejados y comiendo de los contenedores de basura, hoy en este, mañana en aquel, y cuando me llega algún olorcillo culinario allí estoy yo, como cualquier gato de vecino, con mis uñas apandadoras asaltando un puchero distraído. Pero mira tú por dónde, un día se me acercó una joven humana, y pasando su mano por la raya de mi espinazo me preguntó si estaba perdido, yo, con un aleteo mustio de mis pestañas le dije que sí, entonces ella me miró con lástima “¿quieres venir a mí casa?” preguntó, cogiéndome en sus brazos, a lo que yo, agradecido, le arreé un lametazo en la cara con mi lengua de gato, porque yo sé, que a los humanos le gustan mucho las lenguas de gato, y sí que le gustan, porque sonrió.
Desde ese momento pasé de ser un gato callejero a ser un gato con filiación animal reconocida. Vivíamos en Madrid, en una casa con una gran terraza llena de plantas que nuestra madre humana cuidaba con esmero, del mismo modo que a nosotros. Y digo nosotros, porque éramos cuatro hermanos, dos caninos y dos felinos, pero además, también teníamos un padre humano. La mayor, Tera canina, era blanca muy inteligente y zalamera que adoraba a nuestro padre humano. El segundo, Cosmo felino, era grande y hermoso como un Puma con color, pero un pasota. Luego estaba Franta canina, que lucía muy bien su blanco pelaje manchado de café con leche. Y yo, Valentino felino, el peque de la casa, blanco lechoso muy retozón, al que ellos llamaban cariñosamente plasta felina. Todos hijos de la calle recogidos por nuestra madre humana.
Vivimos felices en familia durante unos años, hasta que una noche de malas sombras, Tesa canina se puso muy malita. Nuestros papás humanos la llevaron al Hospital de Irracionales y no volvió a casa. Ellos lloraron mucho y nosotros también lloramos aullidos y maullidos lastimeros. Unos meses después, nuestro padre humano al volver del trabajo y entrar en casa dio un grito que restalló como un látigo en nuestros oídos, mis hermanos y yo, aterrorizados, nos refugiamos en un rincón para pedir protección a nuestros ancestros gatiperros. Algo muy malo ocurrió, porque nuestro padre humano lloraba mucho abrazado a nuestra madre humana. Luego vinieron unos señores humanos y se la llevaron. Enseguida vino mucha gente a casa y la abuela y los tíos, todos humanos y todos lloraban mucho diciendo que si pobrecita, que si de repente, que sin estar enferma, que si no somos nadie y esas cosas que dicen los humanos. Era muy triste y doloroso verlos sufrir, pero ¿qué podían hacer unos hijos irracionales?
Desde aquel día no volvimos a ver a nuestra madre humana. Era tan joven y tan guapa… Nuestro padre humano lloró todos los días por años, y nosotros siempre estábamos cariacontecidos. Un día nuestro padre humano llamó a unos hombres y se llevaron todos los muebles de la casa. Nosotros habíamos oído decir a la abuela humana, que a su hijo (nuestro padre humano) los animales le daban repelús. Nosotros estábamos aterrorizados pensando que nos llevaría a la Perrera Municipal, porque un felino, vecino nuestro, que se escapó de este centro, nos dijo que allí sacrificaban a los animales que no tenían papás humanos. Llegado el momento de abandonar nuestra casa tan querida, nuestro padre humano, nos llevó a otra casa, junto con las plantas, con una terraza muy, muy grande y muy cerquita del cielo donde estaba nuestra madre humana. ¡Qué contentos y felices lamíamos las manos a nuestro padre humano, que no nos abandonó a las calles groseras del hambre y el infortunio! Al principio yo me escapaba saltando por las terrazas de los vecinos y estaba días sin aparecer por casa, pero siempre volvía.
Han pasado ocho años desde que nuestra madre humana nos dejo. Cosmo felino, no se recupero de su pérdida y se fue con ella. A papá humano se le gastaron las lágrimas y de tres años para acá, parece muy feliz y sonríe. ¿Será porque una mujer humana viene algunos días a casa? pues nunca había venido ninguna mujer humana a visitarle.
No sé, si a él, le gustará que haya metido mi nariz gatuna en su vida humana. Pero si no le gusta mi biografía, no la publicaré en mi blog felino, la guardaré con mi ovillo favorito.
Mi hermana Franta canina y yo Valentino felino queremos tanto a nuestro padre humano… Aunque también nos acordamos mucho de nuestra madre humana y nuestros hermanos.
Pepita Sánchez
Grupo B
Rutina
Día a día observó tu ritual al despertar, apagas el despertador, te levantas, enchufas la cafetera, pones las tostadas, te duchas, te vistes, desayunas y cuando veo que coges la cartera, el móvil, las llaves, la gabardina y el paraguas, sé que tardarás un minuto en pronunciar la frase que menos me gusta escucharte “vuelvo pronto” en ese momento me invade una tristeza tremenda y aunque trato de distraerme dando vueltas por el jardín, hasta que no escucho después de unas horas mi frase favorita “ya estoy aquí “ y te veo, no se me pasa. En ese momento es cuando cojo mi correa y salgo a tu encuentro para el paseo diario en el que jugamos y soy feliz.
Áfrika Gómez
Grupo A
Toda una vida
Queridísimo Dexter: espero ser capaz de expresarte todos los días lo mucho que te quiero, más allá de las palabras con que los humanos declaramos nuestros sentimientos.
El día 5 de abril hará 10 años que estamos juntos. Es casi toda tu vida y un tramo de la mía que has convertido en especial e intenso.
El día que nos presentaron yo estaba muy emocionada. Como no había tenido perro antes, pensé que tú estarías igual de contento y que no pararías de mover el rabo. Me explicaron que eso vendría después y he tenido ocasión de comprobarlo con creces. Aquellos primeros días en la escuela, cuando estábamos todavía en fase de prueba, yo ya sabía que no quería un perro, te quería a ti. A los 4 días de estar juntos hicimos la prueba de la desobediencia inteligente. Un coche pasó inesperadamente a toda velocidad por delante de nosotros cuando estábamos andando. 4 veces pasó y 4 veces paraste en seco. 4 veces me salvaste la vida sin apenas conocerme.
Nos dijeron que extrañaríais la ciudad, el agua, hasta el idioma. Recuerdo nuestros primeros paseos por Salamanca y cómo movías el rabo cuando nos cruzábamos con americanos.
Enseguida fuimos a Ávila, a conocer a la familia que te esperaba con impaciencia. Allí tuviste tu primera suelta en la finca y tu primer chapuzón en la piscina. ¡cómo disfrutas con el agua! Piscinas, ríos, charcos, hasta la fuente de algún parque te viene bien. Un día salimos al parque antes de ir al teatro. Haciendo caso a la recomendación de un amigo, le pedía una pareja que estaba por allí con su perro y me habían parecido majos cuando habíamos coincidido, que te echara un vistazo y te solté. Antes de 5 minutos, estabas metido en la fuente. Tuve que cambiarme de ropa y secarte bien para ir al teatro, como había planeado.
Cuando te presenté a los gemelos Alonso y Pablo, pasó algo muy emotivo. Ellos tenían 15 meses y tú 18, aunque la edad de los perros no se cuenta igual. El caso es que ellos te dieron trocitos de galleta y tú la cogiste sin tocarles las manos.
Compartes conmigo aficiones y actividades. Nos hemos recorrido toda la sierra de Salamanca haciendo teatro. El primer día pedí a mis compañeros que no te hicieran caso cuando nos estábamos cambiando para actuar. Ese día lloraste un poco, pero aprendiste la secuencia y después todo fue bien. Llegábamos al pueblo, hacías tus cosas, montábamos, nos esperabas mientras actuábamos con tu agua y tus juguetes. Algunas veces, al volver, te besaba y te manchaba de pinta labios. Un día, en La Alberca, pensé que aparecerías en el escenario en mitad de la obra. El camerino estaba arriba y la escalera estaba en espiral, de tal forma que yo te oía moverte casi frente a mí. Estoy convencida de que te gustaban aquellos viajes. Aseguraría que si ves una furgoneta como aquella, todavía te quieres subir. Pasada esa época, me has acompañado a clase de teatro en Salamanca y también a espectáculos, así que yo diría que estás hecho un experto teatrero.
Hemos ido juntos a clase de yoga , aunque está claro que a ti no te hace falta. Hay posturas que las haces perfectas, cuando quieres, por supuesto.
Nos apuntamos a un bombardeo, la verdad. Hemos ido a clase y a talleres de todo lo habido y por haber: de pintura, de improvisación teatral, de clown, de jugar con las palabras y por supuesto,, al taller de escritura y a la cañita de después, a buscar cosas en el suelo, que es tu deporte favorito en los bares. En todas partes encuentras caricias, mimos, complicidad.
Los dos somos buenos viajeros. Fuimos varias veces a ver a tu hermana a Málaga, a Galicia, etc. Contigo tuve el valor de ir de viaje con un grupo de gente que no conocía. Fuimos varias veces y de esas experiencias los dos hemos hecho muy buenos amigos.
En algunas ocasiones no te he llevado de viaje conmigo, cuando por sus condiciones no me ha parecido lo mejor. No te he querido llevar de crucero, ni meterte en un vuelo de duración larga o llevarte a un país donde me iban a poner pegas para tu entrada.
Siempre te he dejado con gente que te ha cuidado muy bien y todos los días he sabido de ti. Al preparar el equipaje y tu comida, siempre me siento un poco traidora. Tú te vas contento y eso me deja tranquila. A la vuelta me cuesta un poco que te acerques a mí. De hecho no lo haces hasta que no llega la hora de comer. En fin, será rencor de perro.
Juntos compartimos tus momentos de juego. Me dijeron que la suelta es el mejor regalo que te puedo hacer. Anticipas cuándo toca y lo pasas genial. Ya sabes que hay que hacerlo siempre con seguridad, en un sitio habilitado, vallado, con otra persona con nosotros, para asegurarnos que todo vaya bien.
Estás conmigo a las duras y a las maduras. Juntos dijimos adiós a mi padre. Contigo lloré por su enfermedad y por su pérdida. Alguna noche le acompañaste cuando no podía dormir. Él te adoraba. Siempre quiso que yo tuviera perro. Íbamos a soltarte y le encantaba darte manzanas. Preguntó por ti hasta el último día de su vida que pudo hablar. Me queda el consuelo de que os conocisteis y pudisteis disfrutaros año y medio.
Superamos un largo tiempo de separación, por un accidente que tuve. Estuviste cuidado por personas maravillosas a las que estaré eternamente agradecida.
Desde hace casi un año, superamos juntos esta época tan rara que nos toca vivir. En marzo y abril del año pasado salíamos poco y después hemos adaptado los horarios al toque de queda, no vamos a actividades y nos conformamos con los paseos, la lectura en el parque y cuando se puede, el terraceo, que tanto nos gusta.
Hacemos frente a los achaques que te van apareciendo. ¡Los años no perdonan! Para mí, cuidarte está siendo un buen descubrimiento de mí misma. Nunca lo había hecho en exclusiva con otro ser vivo y me gusta hacerlo. Me encanta protegerte, quererte, mimarte, escuchar cómo respiras cuando duermes. No sabía que se podía querer tanto a un perro.
Yo creo que me haces mejor persona. Los de 2 patas, como yo te digo para referirme a los humanos, podríamos aprender mucho de vosotros. A vivir el presente, a ser más intuitivos, a expresar la ternura sin reservas y a decir que no si hay que decirlo, que eso también sabes hacerlo.
Por lo que hemos vivido y por lo que nos queda:
Muchas gracias Dexter.
Te quiero y te querré siempre.
Grupo B
Balto
Aquí estoy, con mi perro Balto tumbado, con el calor de la chimenea. Le puse el nombre de Balto, recordando al otro balto, que atravesó Alaska hasta la ciudad de Nomea (1000 kilómetros) a 40 grados bajo cero, por un camino hostil, llevando una carga importante de medicinas para salvar muchas vidas.
Mi Balto, no se parece en nada. Cuando le digo "vamos a salir" me mira fijamente a los ojos como diciendo ¿Dónde quieres ir con el frío que hace?. Dimos un paseo corto. Nada más llegar a casa enseguida va a refugiarse a su manta. Se enrosca y lentamente se va quedando dormido.
Yo le acompaño en el sueño.
Grupo A
Monty
Mece mis marañas melancólicas,
maullando miradas,
menguando melodramas,
mendigando meriendas.
Mueve mis montañas,
marcando malabares majestuosos.
Muerde mi mano,
mitigando males.
Magnético, maniático, mercenario,
mullido, mimado.
Beatriz Gorjón
Grupo A
Mi gato
Mi gato contempla
la calle ciega
todas las noches
reposado
sobre el muro de piedras
con sus ojos entreabiertos
atisbando lo minúsculo
invisible
oscuro o acechante
interpuesto
en nuestras vidas.
Carmen Elena Ochoa
Grupo A
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