Walter Scott señalaba que los cuentos de terror le producían "un agradable estremecimiento de temor sobrenatural". La escritora Edith Wharton, por su parte, afirma que el miedo en los cuentos tiene una cualidad termométrica: "provoca un frío estremecimiento que nos recorre la espina dorsal". Y Stephen King sostiene que inventamos horrores para hacer frente al horror diario.
¿De que se alimentan los cuentos de miedo? De los miedos naturales del hombre: la muerte, las enfermedades y epidemias, los crímenes, las desgracias, las catástrofes naturales o todo lo desconocido e incierto.
Son muchas las historias firmadas por Poe, Lovecraft, Melville, Gogol, Marques de Sade, Mary Shelly o incluso Bécquer que nos han hecho sentir desasosiego o miedo. ¿Cuándo sentimos por primera vez miedo? ¿Qué texto consiguió en alguna ocasión sobrecogernos?
Introdujimos el tema con un breve repertorio de historias: "Cuento de horror" de Juan José Arreola; "Un sueño" de Jorge Luis Borges; "El pozo" de Luis Mateo Díez y "Padre Nuestro que estás en el cielo" de José Leandro Urbina.
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Ayer mis padres me dijeron que era demasiado mayor para un amigo imaginario y que tenía que dejarlo ir.
Encontraron su cuerpo esta mañana.
***
No tengas miedo de los monstruos, sólo espera a que lleguen.
Mira a todas partes, a la izquierda, a la derecha, en el vestíbulo, debajo de la cama, pero nunca mires arriba, odia sentirse observado.
***
No puedo moverme, respirar, hablar u oír, y está muy oscuro todo el rato.
Si supiera que esto era la soledad, habría preferido la incineración.
***
Mi hermana no deja de llorar y gritar en mitad de la noche.
Visito su tumba y le digo que pare, pero no me ayuda.
***
Ella preguntó por qué estaba yo respirando tan fuerte.
Y no lo estaba.
***
Mi hermana dice que mamá la mató.
Mamá dice que yo no tengo ninguna hermana.
***
La muerte nos está mirando ahora.
Esas son las buenas noticias.
Y terminamos la sesión con dos primeros platos muy suculentos: el libro Casa de muñecas de Patricia Esteban Erlés y Ajuar funerario de Fernando Iwasaki, ambos publicados por la editorial "Páginas de Espuma"
Intimidad con el muñeco
Jugamos. Yo le arranco sus ojos azules y los coloco en la palma de mi mano, como si fueran canicas. Él me cuenta qué ve.
Paradoja
La pobre niña antigua del retrato en sepia no lograba entender aquella maldición terrible. Cuanto más crecía ella, más pequeña se volvía su muñeca.
Castigo
Le dije muchas veces que si no se portaba bien la encerraría en el armario de los Monstruos Oscuros. Lloró durante horas, aporreó la puerta con sus pequeñas manos hasta que se cansó, supuse que se habría quedado dormida y entonces decidí levantarle el castigo. Mi hija ya no estaba sentada entre mis vestidos largos. Y me pregunto quién es, entonces, la niña que me mira desde allí abajo, como un animal regresado del infierno.
La gemela fea
Te peinaré siempre que tú me lo pidas, le decía la gemela fea a la gemela guapa, asumiendo su papel de pequeña doncella condenada a las sombras. A la gemela guapa le gustaba escuchar cerca la respiración perruna de su hermana, saberla despierta en la oscuridad las noches de tormenta en que velaba su sueño. Te prohíbo dormir, le decía, no te duermas antes que yo, y si viene el monstruo, tiene que comerte a ti primero y me avisas mientras te esté devorando para que me dé tiempo a escapar. La gemela fea agitaba la cabeza. Obedecía y aguantaba la respiración, le anudaba el lazo del vestido, lustraba sus zapatos blancos de charol, cualquier cosa que ella le pidiera era una orden, el deseo irrevocable de un ser perfecto, de esa versión idealizada de sí misma, la que estuvo a punto de ser y no fue. La gemela fea continuó peinándola cada noche, alisando cada mechón de su cabello una y cien veces ante el espejo, aunque la gemela guapa llorara bajito y le dijera que ya no, que por favor ya no. Sorda, como la lealtad de un perro que no deja de amarte ni muerto.
El ramo
El vestido de mi hermana me aprieta. Su novio, en cambio, me queda un poco grande. No debí acercarme a consolarlo tras el entierro, me digo, no debí abrazarle junto a la tumba de Úrsula. Las flores secas de su ramo aún huelen a alcanfor y deseo arrojárselas cuanto antes al grupo de incautas que esperan al pie de la escalinata. Los dedos de él se cierra en torno a mi muñeca para impedirlo. Guárdalas como la otra vez, susurra, nos dieron suerte. Me oigo decir que sí. Sonrío, mientras aprieto el ramo contra mi pecho, como un amuleto.
Cineclub
Nos gusta filmar películas pornográficas en nuestro dormitorio. Como cuando estábamos vivos.
Niño jabón
El niño de jabón temblaba cuando veía que nos acercábamos al lavabo. Nosotras abríamos el grifo del agua caliente con las manos mojadas llenas de cuchillos y una risa que olía a limpio.
Primer plato
Poco después llegó la muerte. Todos la vimos trepar por tu pelo, pero bajamos los ojos y seguimos comiendo. Rezando en voz baja para que se conformara contigo.
Carne fresca
Me gusta abrir el frigorífico y que tú estés ahí.
Día de difuntos
Cuando llegué al tanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.
–Pero mamá, tú estás muerta.
–Tú también, mi niño.
Y nos abrazamos desconsolados.
La habitación maldita
Llegué sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, mas yo estaba muy cansado y subí sin hacerles caso.
La decoración no era la misma de las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos apenas reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido.
Me dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y junto a la cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: «¿Por qué has sido tan imprudente?
Ahora te quedas tú». Desde entonces sigo esperando que venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.
Propuesta de escritura
Son muchas las historias firmadas por Poe, Lovecraft, Melville, Gogol, Marques de Sade, Mary Shelly o incluso Bécquer que nos han hecho sentir desasosiego o miedo. ¿Cuándo sentimos por primera vez miedo? ¿Qué texto consiguió en alguna ocasión sobrecogernos?
Introdujimos el tema con un breve repertorio de historias: "Cuento de horror" de Juan José Arreola; "Un sueño" de Jorge Luis Borges; "El pozo" de Luis Mateo Díez y "Padre Nuestro que estás en el cielo" de José Leandro Urbina.
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
***
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular…El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular…El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
***
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro cualquiera», decía el mensaje.
***
Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…
–¿Dónde está tu padre? – preguntó
–Está en el cielo –susurró él.
–¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.
–No –dijo el niño–. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
***
Tras este suculento aperitivo seguimos con unos entrantes anónimos que consiguieron sorprendernos con apenas dos frases:
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro cualquiera», decía el mensaje.
***
Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…
–¿Dónde está tu padre? – preguntó
–Está en el cielo –susurró él.
–¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.
–No –dijo el niño–. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
***
Tras este suculento aperitivo seguimos con unos entrantes anónimos que consiguieron sorprendernos con apenas dos frases:
Ayer mis padres me dijeron que era demasiado mayor para un amigo imaginario y que tenía que dejarlo ir.
Encontraron su cuerpo esta mañana.
***
No tengas miedo de los monstruos, sólo espera a que lleguen.
Mira a todas partes, a la izquierda, a la derecha, en el vestíbulo, debajo de la cama, pero nunca mires arriba, odia sentirse observado.
***
No puedo moverme, respirar, hablar u oír, y está muy oscuro todo el rato.
Si supiera que esto era la soledad, habría preferido la incineración.
***
Mi hermana no deja de llorar y gritar en mitad de la noche.
Visito su tumba y le digo que pare, pero no me ayuda.
***
Ella preguntó por qué estaba yo respirando tan fuerte.
Y no lo estaba.
***
Mi hermana dice que mamá la mató.
Mamá dice que yo no tengo ninguna hermana.
***
La muerte nos está mirando ahora.
Esas son las buenas noticias.
Y terminamos la sesión con dos primeros platos muy suculentos: el libro Casa de muñecas de Patricia Esteban Erlés y Ajuar funerario de Fernando Iwasaki, ambos publicados por la editorial "Páginas de Espuma"
Intimidad con el muñeco
Jugamos. Yo le arranco sus ojos azules y los coloco en la palma de mi mano, como si fueran canicas. Él me cuenta qué ve.
Paradoja
La pobre niña antigua del retrato en sepia no lograba entender aquella maldición terrible. Cuanto más crecía ella, más pequeña se volvía su muñeca.
Castigo
Le dije muchas veces que si no se portaba bien la encerraría en el armario de los Monstruos Oscuros. Lloró durante horas, aporreó la puerta con sus pequeñas manos hasta que se cansó, supuse que se habría quedado dormida y entonces decidí levantarle el castigo. Mi hija ya no estaba sentada entre mis vestidos largos. Y me pregunto quién es, entonces, la niña que me mira desde allí abajo, como un animal regresado del infierno.
La gemela fea
Te peinaré siempre que tú me lo pidas, le decía la gemela fea a la gemela guapa, asumiendo su papel de pequeña doncella condenada a las sombras. A la gemela guapa le gustaba escuchar cerca la respiración perruna de su hermana, saberla despierta en la oscuridad las noches de tormenta en que velaba su sueño. Te prohíbo dormir, le decía, no te duermas antes que yo, y si viene el monstruo, tiene que comerte a ti primero y me avisas mientras te esté devorando para que me dé tiempo a escapar. La gemela fea agitaba la cabeza. Obedecía y aguantaba la respiración, le anudaba el lazo del vestido, lustraba sus zapatos blancos de charol, cualquier cosa que ella le pidiera era una orden, el deseo irrevocable de un ser perfecto, de esa versión idealizada de sí misma, la que estuvo a punto de ser y no fue. La gemela fea continuó peinándola cada noche, alisando cada mechón de su cabello una y cien veces ante el espejo, aunque la gemela guapa llorara bajito y le dijera que ya no, que por favor ya no. Sorda, como la lealtad de un perro que no deja de amarte ni muerto.
El ramo
El vestido de mi hermana me aprieta. Su novio, en cambio, me queda un poco grande. No debí acercarme a consolarlo tras el entierro, me digo, no debí abrazarle junto a la tumba de Úrsula. Las flores secas de su ramo aún huelen a alcanfor y deseo arrojárselas cuanto antes al grupo de incautas que esperan al pie de la escalinata. Los dedos de él se cierra en torno a mi muñeca para impedirlo. Guárdalas como la otra vez, susurra, nos dieron suerte. Me oigo decir que sí. Sonrío, mientras aprieto el ramo contra mi pecho, como un amuleto.
Cineclub
Nos gusta filmar películas pornográficas en nuestro dormitorio. Como cuando estábamos vivos.
Niño jabón
El niño de jabón temblaba cuando veía que nos acercábamos al lavabo. Nosotras abríamos el grifo del agua caliente con las manos mojadas llenas de cuchillos y una risa que olía a limpio.
Primer plato
Poco después llegó la muerte. Todos la vimos trepar por tu pelo, pero bajamos los ojos y seguimos comiendo. Rezando en voz baja para que se conformara contigo.
Carne fresca
Me gusta abrir el frigorífico y que tú estés ahí.
Día de difuntos
Cuando llegué al tanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.
–Pero mamá, tú estás muerta.
–Tú también, mi niño.
Y nos abrazamos desconsolados.
La habitación maldita
Llegué sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, mas yo estaba muy cansado y subí sin hacerles caso.
La decoración no era la misma de las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos apenas reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido.
Me dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y junto a la cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: «¿Por qué has sido tan imprudente?
Ahora te quedas tú». Desde entonces sigo esperando que venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.
Propuesta de escritura
Escribe un relato breve o un microrrelato que provoque desasosiego o miedo. Procura rehuir los tópicos y los estereotipos de los cuentos de terror.
Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:
…que estás en el cielo.
Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…
―¿Dónde está tu padre? ―preguntó.
―Está en el cielo ―susurró él.
―¿Cómo? ¿Ha muerto? ―preguntó asombrado el capitán
―No ―dijo el niño―. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
―¡¡¡Cabo!!! ―tronó el capitán.
Dejó el cabo a las mujeres y entre los dos empinaron la escalera de mano. El capitán subió delante. Saltaron adentro los dos, ya con las pistolas empuñadas.
Restallaron secos los disparos en el silencio de la noche. Cinco.
Camila era de las mayores en la residencia pero se valía por sí misma. Poco amiga de contar, a menudo se la veía extraer del interior de sus ropas una pequeña bolsita de terciopelo negro. Descorría el cordón, se asomaba y la volvía a cerrar de nuevo. Debía ser que haciendo así le venían mejor los recuerdos.
―¡Hala Marisi! ―había urgido aquella noche de tantos años atrás Camila a la niña―. Coge al hermanito y os vais corriendo a casa de la abuela, yo voy detrás.
Se fueron los niños y rápido apiló ella en el centro de la estancia los haces de sarmiento y los trozos de encina que estaban preparados para la chimenea. En el entretecho se oía a los dos hombres que algo se decían; a lo mejor ya iban a bajar. Vació la botella de la gasolina sobre la madera. Tiró de la escalera que cayó el suelo con estrépito. Prendió un papel y lo arrojó encima de todo. Salió cerrando la puerta y empujando sobre ella la pesada mesa de la matanza.
El fuego devoró la vieja casa de madera en un santiamén. De nada valieron los cubos de agua que arrojaban los vecinos en intento de sofocar las llamas. «Y menos mal que no los cogió dentro a Camila y a los niños, estaría de Dios que se quedaran a dormir en casa de los abuelos», comentaron las mujeres en el pueblo. Nadie supo dar cuenta del oficio qué harían allí los dos agentes cuyos cuerpos aparecieron carbonizados junto al de Manuel, ya se sabe cómo es esa gente.
Algún día, ya se dijo, Camila sacaba la bolsita dos veces. Murió en paz. «Me voy con el mí Manuel» se la oyó musitar en el trance. Tenía casi cien años y jamás había enseñado a nadie el casquillo de bala renegrido, ni la alianza brillante de tanto acariciarla en la que podía leerse Camila y la fecha de la boda.
Pascual Martín
Grupo B
…que estás en el cielo.
Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…
―¿Dónde está tu padre? ―preguntó.
―Está en el cielo ―susurró él.
―¿Cómo? ¿Ha muerto? ―preguntó asombrado el capitán
―No ―dijo el niño―. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
―¡¡¡Cabo!!! ―tronó el capitán.
Dejó el cabo a las mujeres y entre los dos empinaron la escalera de mano. El capitán subió delante. Saltaron adentro los dos, ya con las pistolas empuñadas.
Restallaron secos los disparos en el silencio de la noche. Cinco.
Camila era de las mayores en la residencia pero se valía por sí misma. Poco amiga de contar, a menudo se la veía extraer del interior de sus ropas una pequeña bolsita de terciopelo negro. Descorría el cordón, se asomaba y la volvía a cerrar de nuevo. Debía ser que haciendo así le venían mejor los recuerdos.
―¡Hala Marisi! ―había urgido aquella noche de tantos años atrás Camila a la niña―. Coge al hermanito y os vais corriendo a casa de la abuela, yo voy detrás.
Se fueron los niños y rápido apiló ella en el centro de la estancia los haces de sarmiento y los trozos de encina que estaban preparados para la chimenea. En el entretecho se oía a los dos hombres que algo se decían; a lo mejor ya iban a bajar. Vació la botella de la gasolina sobre la madera. Tiró de la escalera que cayó el suelo con estrépito. Prendió un papel y lo arrojó encima de todo. Salió cerrando la puerta y empujando sobre ella la pesada mesa de la matanza.
El fuego devoró la vieja casa de madera en un santiamén. De nada valieron los cubos de agua que arrojaban los vecinos en intento de sofocar las llamas. «Y menos mal que no los cogió dentro a Camila y a los niños, estaría de Dios que se quedaran a dormir en casa de los abuelos», comentaron las mujeres en el pueblo. Nadie supo dar cuenta del oficio qué harían allí los dos agentes cuyos cuerpos aparecieron carbonizados junto al de Manuel, ya se sabe cómo es esa gente.
Algún día, ya se dijo, Camila sacaba la bolsita dos veces. Murió en paz. «Me voy con el mí Manuel» se la oyó musitar en el trance. Tenía casi cien años y jamás había enseñado a nadie el casquillo de bala renegrido, ni la alianza brillante de tanto acariciarla en la que podía leerse Camila y la fecha de la boda.
Pascual Martín
Grupo B
Mi mundo fantástico
A mí me da miedo la realidad. Me espanta su frialdad, su falta de respeto y su impertinencia. Por este motivo, hace mucho tiempo construí un mundo paralelo, “mi mundo fantástico”.
Todo empezó con mi llegada a este mundo, no fue un nacimiento al uso, me pareció realmente cruel hacer sufrir a mi madre con un parto. Yo me presenté delante de la puerta de mi casa y toqué el timbre. Mi madre me recibió con los brazos abiertos, os podéis imaginar, loca de contenta. No vine con un pan debajo del brazo, pero sí que traje unos churros para el desayuno. Fui un niño dormilón, no quería molestar a mis padres. Cuando empecé con los terrores nocturnos me pareció algo increíble, era un desastre, no estaban organizados, venían todos a la vez, apelotonados; una noche me senté con ellos encima de la cama para que me contaran lo que hacían y por qué lo hacían, no me costó mucho arreglar aquel desaguisado. Les preparé un cuadrante para que supieran donde tenían que ir cada anochecer, me lo agradecieron muchísimo. Nos hicimos muy buenos amigos, incluso una noche los acompañé entre las sombras a visitar a otros niños, pero esta historia la contaré en otro momento. En el colegio no me fue mal, al principio me costó darme cuenta que hacía yo allí, porque aprender no aprendía mucho la verdad. Pero después de la primera paliza, descubrí que mi labor era ayudar a los demás niños a descargar su ira. Lo estaban pasando bastante mal, pobrecillos. Como podéis imaginar tuve “un amigo imaginario”, se llama Soul. Pasamos muy buenos ratos jugando y hablando de nuestras cosas, es importante tener a alguien que te escuche y te entienda. Todavía me visita siempre que puede, cuando mi mujer y mi hija están fuera de casa. Observé que los mayores se ponían tristes cuando alguien de su familia o de sus amigos se iban. Se pensaban que desaparecían para siempre, pero no era así, si se marchaban era porque se les había olvidado alguna cosa en el otro mundo, tras el espejo. Yo miraba y los podía ver, el resto solo se veían a ellos mismos reflejados. Nunca supe cual era mi aspecto, como no podía verme en ningún espejo, pero cuando mi hija Sara me dibujó en la escuela me vi por primera vez. Que piernas tan largas y tan delgadas tengo, soy altísimo y tengo una sonrisa que ocupa toda mi cara, me sentí muy feliz. He intentado durante mucho tiempo que el resto de las personas vivieran en mi mundo, pero no lo he conseguido. Me pongo triste cuando los veo sufrir por sus miedos, no me hacen caso, siguen en su mundo sufriendo. He luchado con todas mis fuerzas para que mi mujer viviera conmigo aquí, en mi mundo, sería mucho más feliz, pero no lo he conseguido, la he visto llorar mucho cuando nuestra hija Sara se fue a buscar una caja de pinturas que había olvidado. Yo la veía a través del espejo buscando la dichosa caja, estaba feliz. Pero mi esposa no era capaz de verla y está sufriendo mucho. Creo que pronto se dará cuenta de que Sara no está y partirá en su busca, tras el espejo. Yo las esperaré aquí con mi amigo Soul.
Tomás García Merino
Grupo B
“Muertos de risa”.
Aforismos
¿De qué se ríe la calavera de la Gioconda?
Los esqueletos se remueven en las tumbas porque los gusanos les hacen cosquillas.
La autopsia es encarnizamiento terapéutico “post mortem”.
Era tan tímido que para no molestar se murió de incógnito.
Era un fantasma exhibicionista, y cuando veía a alguna joven se levantaba la sábana.
Pidió ser incinerado por miedo a ser enterrado en vida, y se despertó con olor a chamusquina.
La muerte se enamoró del joven necrófilo.
El niño subió al desván para esconderse de sus papás, y se tapó con un fantasma.
Eran unos esqueletos muy cotillas, y se contaban todos los secretos que se habían llevado a la tumba.
Encontraron el cadáver de Aladino junto a su lámpara.
Era un cuerpo viviente al que se le había muerto el alma.
Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A
La guillotina
De rodillas, me sujetan un collar ancho.
Escucho un "clic".
Casi inmediatamente, noto un tremendo dolor en el cuello justo debajo de la nuca.
Volteo en el aire y caigo en un cesto.
Me llega el olor y el regusto a sangre.
Miro hacia arriba y veo el resto de mi cuerpo.
Veo la cara del verdugo y sonrío.
Con los ojos muy abiertos, se me va nublando la vista, y al final, la nada.
José Luis Fonseca
Grupo A
Frente a Frente
En la tétrica palidez de su cara se dibujo una sarcástica sonrisa de incredulidad.
- ¿De verdad, no me temes, sabiendo que soy la muerte?.
Con firmeza le contesté:
- ¿De verdad, no me temes, sabiendo que soy el miedo?
Y ambos bajamos la mirada, pues no quedaba nada de qué hablar.
Evaristo Hernández
Grupo B
El sí maldito
Cuando se murió el abuelo Nicolás, únicamente su hijo Fernando y su nieto Arturo acudieron al entierro. Más tarde, al morir Fernando, sólo su hijo Arturo estuvo presente en el sepelio. Verdad era que aquélla era una familia de raros siniestros y que sus amistades siempre habían brillado por su ausencia. No era pues de extrañar tanta soledad en momentos de tamaña tristeza.
Mucho más tarde, al cumplir la edad de cuarenta años, Arturo compró una parcelita en el cementerio municipal para erigirse su propio panteón. Pero lo sorprendente fue que le encargó al marmolista una lápida en la que hizo esculpir no sólo la fecha de su nacimiento, sino también la de su muerte, ocho de mayo de mil novecientos cincuenta, según rezaba la lápida, para lo cual aún faltaban diez largos años. Por supuesto, en el pueblo rápidamente se corrió la voz, haciendo que a más de huraño, hosco, retraído y antipático a carta cabal, lo empezaran a tener por loco.
A partir del momento en que la lápida estuvo colocada, Arturo no dejó de frecuentar el cementerio semanalmente, suponíase que para rezar por su alma, y tanto el día de los santos como el día de su predestinado fallecimiento, el ocho de mayo, encargaba unas coronas en cuyas cintas se podía leer: “tu abuelo y tu padre no te olvidan”.
Con el paso de los años, y a medida que se acercaba la fatídica fecha, la expectación en el pueblo fue creciendo, de suerte que los días anteriores a aquélla ya no se hablaba de otra cosa. Todo el mundo se preguntaba, obviamente, qué tendría pensado hacer “el embrujado”, que era como le acabaron llamando. Ya el siete de mayo muchos paisanos se dejaron caer cerca de donde vivía, yendo y viniendo como si tal cosa, aunque con el ojo puesto en la puerta y con el oído al acecho, ansiosos de enterarse de algo. Pero la casa aparecía cerrada a cal y canto. El señor cura trató de rendirle visita infructuosamente; veinte minutos estuvo el hombre aporreando el llamador. Por la tarde, obtuvo el mismo resultado la Guardia Civil. Alguien habló de buscar una orden judicial para entrar en la casa, pero en realidad ¿qué motivo se podía aducir para ello? Quien habitaba aquella casa no había cometido delito alguno. Quizás, incluso, su dueño se podía haber marchado de viaje sin decir nada a nadie… aunque todo el mundo sabía que estaba allí.
El día ocho de mayo de mil novecientos cincuenta, rayando el alba, medio centenar de personas se arremolinaba ya a la puerta de la casa del embrujado. “Hoy es el día, hoy es el día”, era la frase de éxito entre la concurrencia. A las once de la mañana, esa misma concurrencia se había duplicado, y a las doce del mediodía se había triplicado. Precisamente a esa hora se abrió la puerta de la casa y Arturo asomó la cabeza. Echó en derredor una mirada escrutadora, llena de aplomo e indiferencia, que hizo que les recorriera un escalofrío a cuantos allí se congregaban. Instantes después salió de casa y cerró la puerta con llave. Iba vestido con traje, camisa y corbata negros y desprendía un olor empalagoso mezcla de jabón de sebo y de colonia dulzona. Envuelto en un silencio procesional, encaminó sus pasos hacia el cementerio municipal, seguido de una multitud que asumía, solemne y por momentos extática, su papel de cortejo fúnebre. Casi a las puertas del camposanto, el fáctico finado se topó con otra muchedumbre que allí le aguardaba ansiosa “por ver”, pues en verdad “aquél era el día”. Y fuera por el nudo en la garganta que a todos apretaba, fuera por hallarse en lugar sagrado, fuera por algún tipo de misteriosa superstición, lo cierto fue que nadie entre la multitud de los presentes, incluidas las fuerzas vivas visibles en su totalidad, abrió la boca para preguntar a Arturo por sus intenciones, ni menos aún se hizo ademán de ponerles freno. Así pues, traspuso el embrujado el umbral de la puerta principal y caminó luego muy despacio hasta que se hubo confrontado con la inscripción de la lápida de su panteón. Luego, todo ocurrió en un visto y no visto: descorrió la lápida, saltó dentro de la fosa y la lápida se cerró. Después de unos instantes de pasmo general, fueron los dos guardias civiles los primeros en reaccionar, abalanzándose sobre la lápida y descorriéndola al punto. Al fondo de la fosa descansaba un ataúd. Uno de los guardias civiles saltó dentro sin vacilar y abrió la tapa, poniendo al descubierto la visión espantosa: el traje impecable de color negro y con olor estomagante a jabón de sebo y colonia dulzona no vestía ahora sino a un límpido esqueleto.
Exhumados los restos, el médico forense dictaminó, gracias a los expedientes del hospital provincial y de un médico odontólogo de la capital, que los mismos pertenecían a Arturo “el embrujado”.
El mismo día en que aquella escalofriante noticia se conocía en el pueblo, llenando de congoja a todos sus habitantes, el señor cura, que estaba en el confesionario escuchó, completamente por sorpresa, una voz procedente del otro lado:
—Me engañó el diablo, Padre. Estaba solo, delante de la tumba de mi padre muerto y me dije: “daría mi alma porque el día de mi entierro viniera todo el pueblo”. Y de pronto se me apareció un angelito, porque era en todo un angelito, salvo por su sonrisa, de una malignidad en la que sólo reparé cuando ya era tarde, que entonces me preguntó: “¿lo dejarías de mi cuenta?”. Y yo pensé que era una bobería o una ensoñación, y dije que sí. ¡Dije que sí! —se quebró la voz.
El señor cura encendió la lucecita de su compartimento y se precipitó sobre la celosía para ver quién le hablaba. Como nada vio, salió del confesionario y abrió la puerta del compartimento del confesante. No había nadie. Solamente un empalagoso olor a jabón de sebo y colonia dulzona.
Óscar Martín
Grupo A
Apariencia o realidad
En su retina una macabra máscara, blanca como la cera, en gran contraste con el hueco de los ojos, negros, profundos como cuevas. En su cerebro, resuena de fondo una música tétrica. Con un salto nervioso sale de la cama. Quiere huir de la máscara, de esa música, hay que cerrar la ventana, echar cortinas, el cerrojo y la llave en la puerta, que no quede ni un resquicio para que vuelva. Una ducha rápida, vestirse, cualquier jersey vale, sus dedos sirvan de peine, no hay tiempo para más, de forma automática comienza a lavarse los dientes, el vaho ha cubierto el espejo y lee: “no puedes escapar”, en un acto de ¿pánico?, ¿impotencia? lanza el cepillo, y… huye. Deambula por las calles, va sin rumbo. Y de nuevo está allí, y allí, y, hay que seguir escapando. La gente no percibe su miedo, nadie se fija en nadie, paso firme y seguro, vuelve a la casa, miradas inquietas, allí por un momento se siente segura, con una respiración profunda cree que ha vuelto a su realidad cotidiana, Un impulso le hace mirar por la mirilla, y allí está. Con un lavado de cara espera terminar con aquella pesadilla, atrapar a la máscara, ya está en sus manos, se ha apoderado de ella, y por un momento ella se ha convertido en una máscara. Le queda una duda ¿apariencia o realidad?, ¿un sueño o una vivencia? Tardará en superar la sensación de no poder escapar.
Inés Izquierdo Pérez
Grupo A
Frente a Frente
En la tétrica palidez de su cara se dibujo una sarcástica sonrisa de incredulidad.
- ¿De verdad, no me temes, sabiendo que soy la muerte?.
Con firmeza le contesté:
- ¿De verdad, no me temes, sabiendo que soy el miedo?
Y ambos bajamos la mirada, pues no quedaba nada de qué hablar.
Evaristo Hernández
Grupo B
El sí maldito
Cuando se murió el abuelo Nicolás, únicamente su hijo Fernando y su nieto Arturo acudieron al entierro. Más tarde, al morir Fernando, sólo su hijo Arturo estuvo presente en el sepelio. Verdad era que aquélla era una familia de raros siniestros y que sus amistades siempre habían brillado por su ausencia. No era pues de extrañar tanta soledad en momentos de tamaña tristeza.
Mucho más tarde, al cumplir la edad de cuarenta años, Arturo compró una parcelita en el cementerio municipal para erigirse su propio panteón. Pero lo sorprendente fue que le encargó al marmolista una lápida en la que hizo esculpir no sólo la fecha de su nacimiento, sino también la de su muerte, ocho de mayo de mil novecientos cincuenta, según rezaba la lápida, para lo cual aún faltaban diez largos años. Por supuesto, en el pueblo rápidamente se corrió la voz, haciendo que a más de huraño, hosco, retraído y antipático a carta cabal, lo empezaran a tener por loco.
A partir del momento en que la lápida estuvo colocada, Arturo no dejó de frecuentar el cementerio semanalmente, suponíase que para rezar por su alma, y tanto el día de los santos como el día de su predestinado fallecimiento, el ocho de mayo, encargaba unas coronas en cuyas cintas se podía leer: “tu abuelo y tu padre no te olvidan”.
Con el paso de los años, y a medida que se acercaba la fatídica fecha, la expectación en el pueblo fue creciendo, de suerte que los días anteriores a aquélla ya no se hablaba de otra cosa. Todo el mundo se preguntaba, obviamente, qué tendría pensado hacer “el embrujado”, que era como le acabaron llamando. Ya el siete de mayo muchos paisanos se dejaron caer cerca de donde vivía, yendo y viniendo como si tal cosa, aunque con el ojo puesto en la puerta y con el oído al acecho, ansiosos de enterarse de algo. Pero la casa aparecía cerrada a cal y canto. El señor cura trató de rendirle visita infructuosamente; veinte minutos estuvo el hombre aporreando el llamador. Por la tarde, obtuvo el mismo resultado la Guardia Civil. Alguien habló de buscar una orden judicial para entrar en la casa, pero en realidad ¿qué motivo se podía aducir para ello? Quien habitaba aquella casa no había cometido delito alguno. Quizás, incluso, su dueño se podía haber marchado de viaje sin decir nada a nadie… aunque todo el mundo sabía que estaba allí.
El día ocho de mayo de mil novecientos cincuenta, rayando el alba, medio centenar de personas se arremolinaba ya a la puerta de la casa del embrujado. “Hoy es el día, hoy es el día”, era la frase de éxito entre la concurrencia. A las once de la mañana, esa misma concurrencia se había duplicado, y a las doce del mediodía se había triplicado. Precisamente a esa hora se abrió la puerta de la casa y Arturo asomó la cabeza. Echó en derredor una mirada escrutadora, llena de aplomo e indiferencia, que hizo que les recorriera un escalofrío a cuantos allí se congregaban. Instantes después salió de casa y cerró la puerta con llave. Iba vestido con traje, camisa y corbata negros y desprendía un olor empalagoso mezcla de jabón de sebo y de colonia dulzona. Envuelto en un silencio procesional, encaminó sus pasos hacia el cementerio municipal, seguido de una multitud que asumía, solemne y por momentos extática, su papel de cortejo fúnebre. Casi a las puertas del camposanto, el fáctico finado se topó con otra muchedumbre que allí le aguardaba ansiosa “por ver”, pues en verdad “aquél era el día”. Y fuera por el nudo en la garganta que a todos apretaba, fuera por hallarse en lugar sagrado, fuera por algún tipo de misteriosa superstición, lo cierto fue que nadie entre la multitud de los presentes, incluidas las fuerzas vivas visibles en su totalidad, abrió la boca para preguntar a Arturo por sus intenciones, ni menos aún se hizo ademán de ponerles freno. Así pues, traspuso el embrujado el umbral de la puerta principal y caminó luego muy despacio hasta que se hubo confrontado con la inscripción de la lápida de su panteón. Luego, todo ocurrió en un visto y no visto: descorrió la lápida, saltó dentro de la fosa y la lápida se cerró. Después de unos instantes de pasmo general, fueron los dos guardias civiles los primeros en reaccionar, abalanzándose sobre la lápida y descorriéndola al punto. Al fondo de la fosa descansaba un ataúd. Uno de los guardias civiles saltó dentro sin vacilar y abrió la tapa, poniendo al descubierto la visión espantosa: el traje impecable de color negro y con olor estomagante a jabón de sebo y colonia dulzona no vestía ahora sino a un límpido esqueleto.
Exhumados los restos, el médico forense dictaminó, gracias a los expedientes del hospital provincial y de un médico odontólogo de la capital, que los mismos pertenecían a Arturo “el embrujado”.
El mismo día en que aquella escalofriante noticia se conocía en el pueblo, llenando de congoja a todos sus habitantes, el señor cura, que estaba en el confesionario escuchó, completamente por sorpresa, una voz procedente del otro lado:
—Me engañó el diablo, Padre. Estaba solo, delante de la tumba de mi padre muerto y me dije: “daría mi alma porque el día de mi entierro viniera todo el pueblo”. Y de pronto se me apareció un angelito, porque era en todo un angelito, salvo por su sonrisa, de una malignidad en la que sólo reparé cuando ya era tarde, que entonces me preguntó: “¿lo dejarías de mi cuenta?”. Y yo pensé que era una bobería o una ensoñación, y dije que sí. ¡Dije que sí! —se quebró la voz.
El señor cura encendió la lucecita de su compartimento y se precipitó sobre la celosía para ver quién le hablaba. Como nada vio, salió del confesionario y abrió la puerta del compartimento del confesante. No había nadie. Solamente un empalagoso olor a jabón de sebo y colonia dulzona.
Óscar Martín
Grupo A
Apariencia o realidad
En su retina una macabra máscara, blanca como la cera, en gran contraste con el hueco de los ojos, negros, profundos como cuevas. En su cerebro, resuena de fondo una música tétrica. Con un salto nervioso sale de la cama. Quiere huir de la máscara, de esa música, hay que cerrar la ventana, echar cortinas, el cerrojo y la llave en la puerta, que no quede ni un resquicio para que vuelva. Una ducha rápida, vestirse, cualquier jersey vale, sus dedos sirvan de peine, no hay tiempo para más, de forma automática comienza a lavarse los dientes, el vaho ha cubierto el espejo y lee: “no puedes escapar”, en un acto de ¿pánico?, ¿impotencia? lanza el cepillo, y… huye. Deambula por las calles, va sin rumbo. Y de nuevo está allí, y allí, y, hay que seguir escapando. La gente no percibe su miedo, nadie se fija en nadie, paso firme y seguro, vuelve a la casa, miradas inquietas, allí por un momento se siente segura, con una respiración profunda cree que ha vuelto a su realidad cotidiana, Un impulso le hace mirar por la mirilla, y allí está. Con un lavado de cara espera terminar con aquella pesadilla, atrapar a la máscara, ya está en sus manos, se ha apoderado de ella, y por un momento ella se ha convertido en una máscara. Le queda una duda ¿apariencia o realidad?, ¿un sueño o una vivencia? Tardará en superar la sensación de no poder escapar.
Inés Izquierdo Pérez
Grupo A
Un hombre en una nave
Pulso ignición.
Un estremecimiento y la sensación de empuje vertical me indican que el módulo marciano está abandonando el planeta rojo.
Elton John se apodera del sonido ambiente de la nave.
She packed my bags last night pre-flight
Zero hour 9:00 a.m.
And I'm gonna be high
As a kite by then
El espacio me acoge con su espectáculo
Veo despertarse el sol sobre el horizonte rojo
Un zafiro acompañado de una perla diminuta marcan mi destino y mi hogar
Mientras dura el minuto de silencio de comunicaciones disfruto de la ingravidez
Sigo escuchando la canción que marcó mi destino como conductor de naves espaciales
I miss the Earth so much
I miss my wife
It’s lonely out in space
On such a timeless flight
Un ligero apagón me indica que se reanuda el sistema y pronto veo aparecer la nave nodriza
En cuatro meses estaré de vuelta en casa
El apagón se prolonga
La nave nodriza se acerca y se aleja después de rozar mi módulo marciano
En un instante cambia mi trayectoria y me alejo del planeta rojo
Ahora voy en dirección al espacio exterior sin energía ni reservas para cambiar el rumbo
And all this science
I don't understand
It's just my job five days a week
A rocket man
A rocket man
Me sorprende la euforia que me embarga después del shock inicial
Me dirijo solo y sin control hacia un final incierto
En mitad de la nada
Floto en la inmensidad
En la negrura total plagada de puntos brillantes
Oh, no, no, no
I'm a rocket man
Rocket man,
burning out his fuse up here alone
Me estoy adormeciendo
Por un momento lo percibo con clarividencia
Entiendo la razón
No me hice conductor de naves por el espectáculo y la aventura
Tampoco fue la llamada de Elton John y su canción
La posibilidad terrible de esta muerte vecina
El atractivo del riesgo me empujó al espacio
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
Manuel Medarde
Grupo A
I don't understand
It's just my job five days a week
A rocket man
A rocket man
Me sorprende la euforia que me embarga después del shock inicial
Me dirijo solo y sin control hacia un final incierto
En mitad de la nada
Floto en la inmensidad
En la negrura total plagada de puntos brillantes
Oh, no, no, no
I'm a rocket man
Rocket man,
burning out his fuse up here alone
Me estoy adormeciendo
Por un momento lo percibo con clarividencia
Entiendo la razón
No me hice conductor de naves por el espectáculo y la aventura
Tampoco fue la llamada de Elton John y su canción
La posibilidad terrible de esta muerte vecina
El atractivo del riesgo me empujó al espacio
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
And I think it's gonna be a long, long time
Manuel Medarde
Grupo A
Bajo el suelo
En una de sus conferencias, el estudioso de la vida y obra de Lorca Miguel García Posada, comentó un asunto poco conocido de la biografía del poeta.
Se encontraba Federico en la Residencia de Estudiantes de Madrid en compañía de Dalí, Buñuel, Bergson y Ramón y Cajal. A todos distraía Lorca armando la tremolina con el piano. El inefable Pepín Bello, llegó con una invitación colectiva de la marquesa de X a una merienda en su mansión campestre en los alrededores de Madrid.
Acudieron casi todos, menos Cajal que no se permitía alejarse de las madejas de neuronas en su laboratorio.
La marquesa los recibió en el jardín, cuajado de hermosas rosaledas. La merienda tendría lugar allí, era pretexto para escuchar las conversaciones de aquellas personalidades geniales. Federico, paradójicamente, callaba aquella tarde. Todos se dieron cuenta de que estaba muy pálido y ensimismado, “Tengo que irme, perdonen todos”… El chófer le devolvió a la Colina de los Chopos, la Resi. No se volvió a hablar del tema. El poeta estuvo unos días abstraído, como ausente. Meses más tarde, Pepín Bello le preguntó por su extraño comportamiento en casa de la marquesa y su profunda tristeza posterior, “ No era nada concreto, percibí mucha muerte allí”.
Pasados unos años, la marquesa decidió edificar una casa de invitados en el enorme jardín. Cuando se excavó el terreno, los albañiles se tropezaron con esqueletos de pequeño tamaño y restos de cruces sepultadas. Allí había habido un cementerio, en concreto la zona destinada a los niños.
Federico no pudo saberlo, había muerto ya. pero sí dejó escrita una premonición en Poeta en Nueva York :
“Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri, cri, de las margaritas
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cementerios y las iglesias [ … ]
Ya no me encontraron, ¿No me encontraron?.
No, no me encontraron.”
Emilia González
Grupo B
El bote de tomate
Alipio era el dueño de la única tienda de ultramarinos que había en mi calle cuando era niña. Un hombre entrañable, con una nariz tan grande como su corazón. Pero me inquietaba un artilugio de su establecimiento, que consistía en un palo largo con dos apéndices metálicos en el extremo que utilizaba para alcanzar el género de las baldas más altas. Me obsesioné con aquel instrumento de tal manera, que un día soñé que me convertía en un bote de tomate, viviendo en la estratosfera de su tienda, eso sí, en comunidad con otras latas: de sardinas , atún y espárragos, en su mayoría . De repente, los acontecimientos se precipitaron, cómo suele pasar en los sueños . Entró en la tienda una niña con mi mismo aspecto, y aunque no pude oír bien lo que decía, le señaló a Alipio con el índice justamente el lugar donde yo estaba. En un instante, aquel hombre afable, se transformó en un ser demoniaco, cogió aquel brazo del mal, y justamente cuando intentaba atraparme con esas garras frías, me desperté. Como pude, sudorosa, tantee el interruptor de la lamparita de noche, y dí un grito al observar una mancha roja en mitad de mi pijama, demasiado espesa para ser sangre, pensé...
Carmen Pedrero Robles
Grupo A
Secuestro
Cuando despertó sus manos estaban atadas con cadenas a un hierro en forma de herradura anclada en el frío suelo de piedra, pasaron horas, luego escuchó una puerta y alguien bajar unas escaleras, pesado y jadeante, venia cargando con algo que hizo un extraño ruido al dejarlo en el suelo, no muy lejos de él.
-Dame agua
-No puedo.
Silencio…
No sabia cuantos días llevaba allí.
-Tengo hambre,
-Y yo trabajo, mucho trabajo.
-Suéltame y te ayudaré.
-No, lo único que puedes hacer por mi es morirte.
Oía a ese hombre empeñado en hacer durante varias horas al día esa obra de albañilería, concienzuda y que nunca se acababa, olía a mezcla de arena, cal y agua,
-Déjame que te ayude.
-No, esta obra es mía y solo mía,
-Libera mis ojos y déjame admirarla,
-Solo si eso te ayuda a morirte.
-Por favor.
Destapó sus ojos, lo que vio era espeluznante, una habitación de forma rectangular, en un sótano, dos paredes opuestas lucían un macabro mosaico de huesos largos, tibia, fémur, humero… había cientos, una pared toda revestida de artísticas figuras hechas con huesos pequeños de manos y pies, y de frente, la pared majestuosa en la que trabajaba. Entre huesos de todo tipo formando un puzle de muerte, un arco con decenas de cráneos intactos, en lo alto, un hueco hecho especialmente para el cráneo del reo, aún estaba fresco el pequeño nicho que pareciese iba a dar fin a la obra.
-Esto si parece la misma entrada al infierno (alardeaba el raptor)
Jamás vi unas catacumbas tan perfectas, ni en París ni el Vaticano, ni Roma, no falta ni un diente, y esto pasará a ser mi legado, por los siglos de los siglos, estoy a punto de culminar, espero que contigo, ya no tengo fuerza para más, han sido muchos años.
Ante aquel horror se quedó el prisionero en la noche cuando todo era silencio, tenía pocas fuerzas pero mucho valor.
Se arrodilló y con un gran impulso reventó sus dientes contra el suelo, con la desesperación del momento, y de un solo golpe destrozo su cráneo contra el hierro que le tenía preso.
No sabia cuantos días llevaba allí.
-Tengo hambre,
-Y yo trabajo, mucho trabajo.
-Suéltame y te ayudaré.
-No, lo único que puedes hacer por mi es morirte.
Oía a ese hombre empeñado en hacer durante varias horas al día esa obra de albañilería, concienzuda y que nunca se acababa, olía a mezcla de arena, cal y agua,
-Déjame que te ayude.
-No, esta obra es mía y solo mía,
-Libera mis ojos y déjame admirarla,
-Solo si eso te ayuda a morirte.
-Por favor.
Destapó sus ojos, lo que vio era espeluznante, una habitación de forma rectangular, en un sótano, dos paredes opuestas lucían un macabro mosaico de huesos largos, tibia, fémur, humero… había cientos, una pared toda revestida de artísticas figuras hechas con huesos pequeños de manos y pies, y de frente, la pared majestuosa en la que trabajaba. Entre huesos de todo tipo formando un puzle de muerte, un arco con decenas de cráneos intactos, en lo alto, un hueco hecho especialmente para el cráneo del reo, aún estaba fresco el pequeño nicho que pareciese iba a dar fin a la obra.
-Esto si parece la misma entrada al infierno (alardeaba el raptor)
Jamás vi unas catacumbas tan perfectas, ni en París ni el Vaticano, ni Roma, no falta ni un diente, y esto pasará a ser mi legado, por los siglos de los siglos, estoy a punto de culminar, espero que contigo, ya no tengo fuerza para más, han sido muchos años.
Ante aquel horror se quedó el prisionero en la noche cuando todo era silencio, tenía pocas fuerzas pero mucho valor.
Se arrodilló y con un gran impulso reventó sus dientes contra el suelo, con la desesperación del momento, y de un solo golpe destrozo su cráneo contra el hierro que le tenía preso.
Esther Yubero
Grupo A
Terror
Microrrelato (reciclado)
Yo tenia bien claro lo que había visto. Aunque pensaba que nadie me creería así que decidí no decir nada.
La vi; A la mismísima chica de la curva, estaba allí, bien entrada la noche en aquella carretera oscura y solitaria, con su cara lastimera haciéndome señales para que parara.
Sentí tanto terror que me largué acelerando y tratando de ignorarla.
Tenía la certeza de que no lo imaginé. Era tan real mi visión, que estuve sin poder dormir dos noches. Ese miedo que sentía se convirtió en verdadero terror cuando, a los tres días leí en la prensa:
“Aparece muerta la chica desaparecida tras el accidente que sufrió junto a sus padres, que fallecieron la noche del sábado en la SA 220.
La chica de 17 años no murió en el accidente, si no de hipotermia y deshidratación.”
Esther Yubero
Grupo A
La isla de Ons
Hace años estuvimos de vacaciones un grupo de amigos, en la isla de Ons (Galicia) Somos un grupo de amigos gallegos y castellanos.
Los amigos gallegos vieron por tv a una mujer que decía que conocía a la Santa Compaña. Vivía en la isla. La curiosidad nos hizo ir a ver a la mujer ya que estábamos enredadas con la parapsicología.
Buscamos a la mujer la encontramos? O nos encontró ella?. No importa, nos contó muchas historias sobre la Santa Compaña. Fue tanta la curiosidad que decidimos investigar.
Por la noche nos adentramos en el bosque por un camino estrecho, nos íbamos riendo ocultando el miedo. Al finalizar el camino se levantó un fuerte viento moviendo el follaje que nos cerraba el paso como pudimos nos dimos la vuelta apartando el follaje, se oían unos fuertes ruidos que daba la impresión de ser voces de ultratumba, algunos decían que veían cosas (lo que hace el miedo).No sé qué paso de repente nos quedamos parados sin poder seguir nos juntamos mucho con las manos agarradas, con esfuerzo conseguimos salir de allí todas con el miedo en el cuerpo sin poder decir una palabra.
Al día siguiente nadie comento nada. ahí acabo nuestra investigación. Nunca había pasado tanto terror.
Saque una conclusión: "hay que dejar descansar a los muertos".
Grupo A
Terror
Microrrelato (reciclado)
Yo tenia bien claro lo que había visto. Aunque pensaba que nadie me creería así que decidí no decir nada.
La vi; A la mismísima chica de la curva, estaba allí, bien entrada la noche en aquella carretera oscura y solitaria, con su cara lastimera haciéndome señales para que parara.
Sentí tanto terror que me largué acelerando y tratando de ignorarla.
Tenía la certeza de que no lo imaginé. Era tan real mi visión, que estuve sin poder dormir dos noches. Ese miedo que sentía se convirtió en verdadero terror cuando, a los tres días leí en la prensa:
“Aparece muerta la chica desaparecida tras el accidente que sufrió junto a sus padres, que fallecieron la noche del sábado en la SA 220.
La chica de 17 años no murió en el accidente, si no de hipotermia y deshidratación.”
Esther Yubero
Grupo A
La isla de Ons
Hace años estuvimos de vacaciones un grupo de amigos, en la isla de Ons (Galicia) Somos un grupo de amigos gallegos y castellanos.
Los amigos gallegos vieron por tv a una mujer que decía que conocía a la Santa Compaña. Vivía en la isla. La curiosidad nos hizo ir a ver a la mujer ya que estábamos enredadas con la parapsicología.
Buscamos a la mujer la encontramos? O nos encontró ella?. No importa, nos contó muchas historias sobre la Santa Compaña. Fue tanta la curiosidad que decidimos investigar.
Por la noche nos adentramos en el bosque por un camino estrecho, nos íbamos riendo ocultando el miedo. Al finalizar el camino se levantó un fuerte viento moviendo el follaje que nos cerraba el paso como pudimos nos dimos la vuelta apartando el follaje, se oían unos fuertes ruidos que daba la impresión de ser voces de ultratumba, algunos decían que veían cosas (lo que hace el miedo).No sé qué paso de repente nos quedamos parados sin poder seguir nos juntamos mucho con las manos agarradas, con esfuerzo conseguimos salir de allí todas con el miedo en el cuerpo sin poder decir una palabra.
Al día siguiente nadie comento nada. ahí acabo nuestra investigación. Nunca había pasado tanto terror.
Saque una conclusión: "hay que dejar descansar a los muertos".
Josefa Redondo
Grupo A
Grupo A
Intuición femenina
Llegó hasta su cama amparado en la noche. Ella sintió un peso sobrehumano sentarse a los pies de la cama aprisionando sus piernas, que la dejó inmovilizada. Fingió que dormía por temor a verse atacada, al tiempo que se sentía observada con abrumadora insistencia. La presencia parecía esperar algún gesto por parte de ella, que nunca llegó. Ella intuyó un gran sufrimiento o carencia en la presencia invasora, que tras liberarla de su peso, se desvaneció en la sombra.
Unos meses después, el visitante regresaba de su noche eterna para practicar el mismo ritual.
Recibió la tercera visita la noche del uno de noviembre. La despertó una fuerte respiración en su nuca.
Desde aquel día, cuando se va a dormir, se pone una neglillé negra transparente.
Pepita Sánchez
Grupo B
La guadaña
Los pasos se oían cada vez más cerca,
la vieja escalera de madera
crujía y empecé a temblar.
Presa del pánico,
comencé a correr hacia el desván.
Tropecé con los trastos allí olvidados,
y en un rincón estaba
el baúl de la abuela.
Sin pensarlo, lo abrí y me metí en él.
En la más absoluta oscuridad y casi sin respirar,
escuché el chirrido de la puerta y
el jadeo de una respiración
que inundaba todo de un frío glacial.
Una risa macabra y una voz extraña,
comenzó a susurrar:
- Soy quien viene a buscarte, sin avisar
para llevarte a un lugar
del que no regresarás jamás.
No intentes escapar,
pues no lo lograrás.
Tu tiempo se ha acabado,
tu reloj se ha parado.
Sigue mi guadaña, cierra los ojos
y déjate llevar.
Desperté de golpe,
un sudor frío empapaba mi cuerpo.
Mi corazón latía muy deprisa.
Miré a mi alrededor
y todo estaba en orden.
Un nuevo día comenzaba,
abrí la ventana para respirar
el aire fresco de la mañana
y, en un árbol estaba,
apoyada la guadaña
que vi en mi sueño
aquella madrugada.
Marian Pérez Benito
Grupo B
El hambre y el miedo
«Diez días sin pisar las aceras me han vaciado la despensa. Estoy aquí fuera porque el hambre es más fuerte que el miedo». Kelly pisotea los adoquines para combatir el frío y se abraza el pecho tratando de conjurar el terror que la domina. Sólo diez días atrás apareció asesinada su amiga Annie. La descosieron a puñaladas, del cuello al vientre, y en un gesto de macabra crueldad, le arrancaron el útero. No llegó a verla, aunque se estremece con solo imaginarlo.
En la espesa niebla de la calle Hanbury, bajo la pálida luz de la farola, Kelly recuerda todo lo que ha oído sobre Jack el Destripador. Ninguna mujer puede sentirse a salvo, y saberlo la hace ver a cada viandante como una amenaza. Querría que algún caballero demandara sus servicios, pero a la vez un pánico cerval la sacude temiendo que eso suceda. Todo es hostil y peligroso en la oscuridad del barrio de Whitechapel: unos pasos acercándose se acompasan con los latidos de su asustado corazón, el fuego de un cigarrillo se convierte en el ojo de una fiera acechante, su imaginación transforma el brillo de una leontina en el destello de una navaja…
Desde un extremo de la calle se acerca un bastón golpeando el suelo rítmicamente. «¿Será el monstruo?», se pregunta angustiada.
–Dígame, señorita, ¿cuánto pide por concederme sus favores?
La voz es meliflua e insinuante, pero lejos de tranquilizarla la horroriza. Se queda paralizada sin poder articular palabra…
Pepe Lorenzo
Grupo B
¡Cortó el teléfono!
Por la noche avanzada la madrugada suena el teléfono fijo que tengo en el salón, mientras corro a cogerlo, me pasa por la cabeza alguna desgracia inesperada.
¡Dígame! ¡Dígame!, nadie contesta, se oyen voces como si estuvieran llamando desde algún bar o algún sitio lleno de gente, ruido y música de fondo.
Cuelgan, sin contestar.
Me voy a la cama pensando en alguien que se habrá equivocado, pero con la mosca en la oreja, apenas pude dormir el resto de la noche antes de levantarme.
Cuando van pasando los días y ya casi me había olvidado de la llamada vespertina, vuelve a sonar el teléfono a la misma hora que la otra vez. Todo igual, me levanto sobresaltado y nadie contesta, solo una risa forzada, ronca, y cuelgan de nuevo.
Me empiezo a mosquear y a pensar quien puede estar detrás de las llamadas, ya que el teléfono marcado aparece como desconocido.
Con un intervalo de tiempo de dos meses, se suceden otras tres llamadas, con el mismo modus operandis; en la última vez y antes de que me cuelguen me da tiempo a amenazar con llamar a la policía.
Ahora ha pasado más de un año y no ha vuelto a sonar el teléfono, pero creo saber quién puede haber sido, porque en un círculo reducido de amigos lo he comentado y el gesto de uno de ellos me ha parecido extraño.
Luis Iglesias
Grupo B
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