Pero antes hablamos de su trayectoria como escritor de novelas, como columnista de El Cultural y como profesor en la Escuela de Escritura Hotel Kafka. En breve comenzará a ejercer su maestría en el Taller de Clara Obligado.
Dice Eloy Tizón: “Escribir, para mí, es tener ganas de escribir. Ganas de que haya algo donde antes no había nada. Ganas de llenar un hueco. De cubrir un vacío. De salvar del olvido algo, algo pequeño, irrelevante, de poco peso, como el color del cielo una tarde, el traje arrugado de Pablo o las mechas en la melena de Mónica. Cualquier cosa”.
El primero de los cuentos, "El fango que suspira" tensó todos nuestros músculos y nos arañó un poco por dentro. Una historia cruda, real, en la que Eloy Tizón despoja a la muerte de su piel simbólica y metafórica y le hace frente desde la materia, esa herencia post mortem de objetos personales que hay que hacer desaparecer y la burocracia necesaria para borrar cualquier rastro de vida. La muerte ante nosotros, con pelos y señales. Los problemas de la muerte. Los rescoldos de una vida efímera que esta sociedad del vértigo desdibuja en un verbo. El duelo supersónico. De ser alguien a ser nada. De cero a cien en segundos.
La otra historia, "Dichosos los ojos", la presentamos como un "no cuento" pero con una nota a pie de página en negrita en la que planteamos: ¿Y por qué no es un cuento? Discutimos sobre los límites del género y de cómo el autor ensancha esas fronteras y las traspasa poniendo en cuestión las viejas fórjulas y arquetipos. Y asistimos a esa suerte de ráfaga de polaroid en la que Tizón, o quizá Erizo, nos muestra todo cuanto cabe en la memoria de la mirada. Un texto en el que la enumeración, al estilo de Borges o Whitman, imprime el ritmo y en el que las palabras alcanzan su voltaje más poético. Una auténtica joya literaria. Ya lo dijo Gonzalo Escarpa: "No mido el tiempo con el tiempo, mido lo que dura en mis ojos lo que miro". Ver y mirar, dos maneras de estar en el mundo. La profundidad frente al trampantojo o el selfie. La dicha de ver, o de empezar a ver.
Propuesta de escritura
Tomamos como referencia este segundo texto para elaborar un catálogo personal de imágenes que recorran lo absurdo, lo emotivo, lo poético, lo extraño, lo paranormal. Todos esos fotogramas que imprimieron su huella en los microsurcos de nuestro cerebro. Que aún tienen color en la memoria. Dice Hugo Múgica que no solo hay que abrir la mirada sino que también es preciso abrir lo mirado. ¿Tú también has visto de todo o casi todo? Cuéntanos al más puro estilo tizonesco.
Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:
El caballito
Entre el montón de inmundicias que conforman el vertedero clandestino, por debajo de lo que parece una lavadora oxidada y al lado de una televisión de tubo sin tubo, asoma la cabeza de un caballito de cartón. Uno como el que yo había tenido de pequeño, con la misma cabezada roja y la misma oreja derecha partida por la punta. Es él, el mismo caballito con el que había matado miles de enemigos imaginarios a punta de espada de madera, había huido velozmente de los indios apaches y había alcanzado las estrellas con un salto prodigioso. Después monté la bici pequeña, monté la bici de carreras, monté la vespino de mi juventud, monté la doscientos cincuenta centímetros cúbicos de mi segunda juventud, monté el utilitario de mi estrenado matrimonio, monté el coche de gama alta de mi edad adulta, monté el coche más modesto de mi jubilación y ahora monto en los coches de quien quiera llevarme o monto en los taxis porque ya no conduzco. Repaso mi vida pensando en mis cabalgaduras, hasta llegar a mi decrepitud actual, cuando soy un hombre cuarteado, con múltiples achaques y heridas mal curadas. Él también está decrépito, despintado y con trozos perdidos en la andadura. ¿Qué habrá sido de su vida? Mientras le observo, cruzamos nuestras miradas y en una breve secuencia de fotogramas me trasmite un resumen de su vida, tan distinta y tan parecida a mi vida. Le veo disfrutando con mi primo pequeño, al que se lo regalamos cuando yo me había cansado de él. Le veo en plenitud, cuando pasó a ser el caballito del hijo de la familia pobre que habitaba en los bajos de la casa. Le veo arrinconado y algo deteriorado en el patio de la casa, antes de ser demolida por una constructora. Le veo en una chabola del extrarradio, a la que llegó en una camioneta de recogida de desperdicios para disfrute de un niño desarrapado. Le veo nuevamente abandonado cuando les concedieron un pisito de promoción municipal. Le veo recogido por una familia de sin papeles, a cuyo hijo no le importaron sus desperfectos ni el deterioro que desprendía. Le veo solo, entre las ruinas que quedaron después de que las autoridades decidieran derribar el barrio marginal, el cuál se acabó convirtiendo en el vertedero clandestino donde se encuentra. A mí se me escapan dos lágrimas, a él también. Creo interpretar sus sentimientos, nuestros sentimientos, cuando le prendo fuego, lo incinero y guardo las cenizas en una cajita que siempre va conmigo.
Manuel Medarde
Grupo A
Retazos...
La calle que me vio nacer era el final de todo. Allí acababa el mundo. Después ya no había más que un descampado majestuoso salpicado de escombros con las vías del tren como frontera natural que ponía límite a la parcela que me dejaban explorar.
El barro rojizo y pegajoso que se formaba en invierno se enganchaba furioso a mis zapatos haciéndome parecer unos centímetros más alta y dificultando mis pasos infantiles de camino al colegio, que fue causa de mis terrores nocturnos desde el primer día que lo pisé, en párvulos, y mi maestra descargó su ira en mi cabeza con dos buenos capones para quitarme la manía de dibujar, mis primeros garabatos, con la zurda.
He sido testigo de lo que el tren es capaz de hacer con las monedas colocadas, primorosamente, en los raíles con la única finalidad de presumir después con el metal aplastado a modo de colgante como un trofeo por haber sido capaz de acercarte lo suficiente al gigante de hierro y obtener por ello una medalla.
Mis pies se han despegado del suelo al agarrarme a un pedazo de plástico que ayudado por una racha de viento poderosa me mostró lo fácil que es volar si te dejas llevar cuando impulsan tus alas.
Disfruté de los Dire Straits, de Extremoduro, de Rosalía y de cientos de grupos en concierto que me han dejado su huella musical en la memoria.
Daría lo que fuera por ver de nuevo la perfecta y delicada carita de mis hijas nada más nacer para volver a sentir que toda la vida cabía en su mirada recién abierta al mundo.
He visto los estragos que producen las drogas en gente tan cercana que lamento no haber sido capaz de sacarlos, a rastras, del infierno.
Me he tumbado, a oscuras, en un cartón en medio de la nada y me han sobrecogido las estrellas pues he sentido todo el peso de su eternidad sobre mi cuerpo.
El mar irritado, quizá, con ese viento constante que lo empuja me ha enseñado la fuerza que esconde en sus entrañas mientras se deshace en espuma entre las rocas.
He disfrutado de África desde los ojos de Meryl Streep que me ha contado sus memorias tantas veces que me he aprendido los diálogos y descifro con precisión cada paisaje.
Y hoy, después de ver cada día el horror, casi en directo, cerraría mis ojos para siempre, si con ello terminase la atrocidad y la angustia de las guerras.
Aurora Zarco
Grupo B
He visto
He visto el mar, romper
con la bravura de un amor apasionado;
la luz del sol, bailar con las mariposas,
sintiéndose leve, frágil.
He visto a la humanidad unida
en una marcha silenciosa por la felicidad;
y el agua de la lluvia mojarte el pelo y el rostro
y temblar nuestros cuerpos antes de la entrega.
He visto voces cantando, jugando sus colores
con mi alma abierta al universo;
y una nube con olor a perdón,
acariciar las montañas agrestes y orgullosas.
He visto la noche oscura, tranquila,
haciendo el amor con los poetas insomnes;
y a la luna apaciguando las pesadillas
de los niños y de los pájaros pequeñitos.
He visto la Tierra entera, vibrando,
acogiéndome como una madre tierna
en sus brazos generosos y dulces,
y he decidido: no cambiar jamás de planeta.
Jaume Castejón
Grupo B
La esencia del ser
Vagué por la epidermis de la nada
atando eslabones de cordura,
forjandole una piel a mi andadura
con células táctiles al ámbar.
La esencia del ser es intocable,
no hallarás su tacto y su morada,
espejo hacia la luz es su aura pura, transcribe cuanto sabe en
su mirada.
Nada o todo...
Ser o duda...
Vagué por la epidermis de la nada
atando eslabones de cordura.
Dios y yo.
Y quise ser la huella del Maestro
buscar entre lo etéreo su blancura y ...
ya todo se disipa con la nada.
Nada es todo.
Y todo es duda.
Leonor Martín Merchán
Grupo A
Lo que me espera
Ya lo has decidido, vas a matarme. Y no oleré las almendras amargas que perfuman al envenenado con cianuro. Ni me permitirás abrirme las venas como Nerón hiciera con Séneca. ¡Dicen que es un trance tan duce! Tampoco me dejarás compartir con Sissí la certera puñalada en el mismísimo centro del corazón. Ni me concederás borrarme la sien con un disparo como Larra. Sé que te opondrás al final rápido que conlleva el degüello ya la somnolencia enajenada de los barbitúricos. No me atrevo a pedirte la inmortalidad socrática de la cicuta, ni el vuelo liberador desde el puente, ni siquiera la metálica disección del que se arroja al tren. No lo tolerarás, lo sé.
Sí, has optado por ejecutarme y te propones hacerlo muy, muy sosegadamente, para disfrutar con la tortura que ejerces, del paulatino decaimiento de mi existencia. Me destinas a una agonía parsimoniosa, asediado de aflicciones y molestias. Ninguna tan insoportable que me incline a la rendición, aunque todas ayudando a hacerme la vida más y más ingrata. Pequeños achaques que uno a uno soportaría dignamente, pero que encadenados conforman un universo de expiación insufrible. Un daño pertinaz en el codo, lo suficiente para que no pueda enarbolar el arma que acabaría con todo. Un estómago rugiente y alanceador que me impide gozar sin miedo de los placeres de la mesa. Estos ojos que no alcanzan a ver de lejos y que confunden lo que tienen cerca. Unos dientes que ofenden más a las encías que a los alimentos a los que amenazan. Los dedos quejosos para los que el menor movimiento es un concierto de ayes y crujidos. Un corazón que trastabilla, un riñón con goteras, un pulmón con freno, unas rodillas de dolorosa mantequilla, una cadera renqueante…
Podías haberme concedido un colofón egregio, épico, inolvidable, sin embargo, preferiste el paso lento del suplicio, la despreciable iniquidad, la vergonzosa ignominia. Eres mezquina y repugnante, eres envidiosa y traidora, eres inclemente y vil.
No sabes cómo te odio: Puta, puta vejez.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Qué me falta por ver
Me gustaría ver como el sol roza el horizonte y sin llegar a acostarse, vuelve a elevarse. El sol de medianoche de cabo norte.
Me gustaría ver las pirámides de Egipto. Sentirme pequeño a su lado. Admirar su majestuosidad in situ.
Me gustaría ver la tierra desde lejos. Desde una plataforma espacial. O incluso desde la luna.
Todo esto ya lo he visto en pantallas. Alguien que lo ha podido ver lo ha filmado, lo ha grabado, y lo he podido ver, mejor dicho, lo he podido mirar. No lo podré ver y sentir hasta que no llegue a estar en el lugar adecuado desde donde se pueda ver y sentir a la vez.
De momento me conformo con ver llover, ver nevar, ver amanecer, ver el mar, ver un cielo estrellado, ver el verdor del campo, ver los diversos tonos del paisaje, verme rodeado de naturaleza, porque entonces además de ver siento, me siento parte del entorno. En ese momento si no tienes ni hambre ni sed, si no tienes ningún dolor; haces una inspiración profunda, y todo lo ves mejor.
José Luis Fonseca
Grupo A
Volveré
Volveré a subir a ese viejo tren, contemplaré con añoranza al niño que se gira hacia la ventana, esa cara se llenará de ilusión al mirar a través del sucio cristal, su futuro, sus sueños, sus miedos. La realidad, en forma de locomotora, se cruzará ante sus ojos, a toda velocidad, sin control, sin nadie que la gobierne. Sus flacos brazos se tensarán y su rostro helado por el vidrio y por el susto buscará refugio en su padre. Las manos adultas lo protegerán. Recordaré el abrazo de mi padre, sus ásperas manos me arañarán mi tierna piel. Manos que se llenarán de golpes, de gemidos, de sangre. Y la cobarde de mi madre seguirá ahí, a mi lado, regalándome su esencia, su vida. Yo la maldeciré una y mil veces. Lloraré de nuevo su rostro ensangrentado. Sus silenciosos lamentos atronarán mis oídos y llenarán de monstruos mi inocente habitación, convertirán las frías sábanas de franela en un muro infranqueable, debajo de ese áspero tejido viviré mis fantasías, mis miedos, mi infancia.
Buscaré mi asiento, miraré el billete, solo veré la punta de mis lustrosos zapatos. Decido que no volverán a pisar el frío empedrado litúrgico con olor a incienso, nunca más, ni la húmeda tierra sembrada de muerte, jamás. Acabarán su vida en el pestilente fondo de un contenedor. Levantaré la vista y pares de ojos fisgones se clavarán en mí. Leeré la mente de mi acompañante: «Este será…, sí, es él… el hijo de… ¿Qué hará aquí?». Descifraré todas sus dudas, no responderé a ninguna de sus preguntas. Me quitaré el sombrero y ocuparé el lugar que me corresponde en el vetusto vagón. Como haré siempre en mi vida. Abrazaré la urna entre mis brazos y sentiré su calor.
Mi mente se contagiará de incertidumbres: ¿Por qué subiré a ese tren? ¿Por qué pesa tanto la vida? ¿Por qué volver? ¿Por qué siguió con él? Miraré a mi acompañante, al dubitativo pasajero. En mis lágrimas hallará todas sus respuestas, agachará, confundido, su cabeza y se fijará en sus sucios zapatos, tratará de esconderlos bajo el asiento, pero la vergüenza no se oculta, se presenta sin avisar, cuando menos te lo esperas. Yo ya no esperaré nada, lo que más deseaba lo dejaré volar libre, sin ataduras, sin gritos, sin golpes. Surcará el cielo junto a los vencejos, en el olivar, veré como sus alas me sonríen. Mi madre besará mi frente, nuevamente. No volveré. ¿A dónde? ¿A qué?
Tomás García Merino
Grupo B
Lo que veo
Pasto recién segado
de verano principiante,
guindas vergonzosas
escondidas junto al muro,
las últimas que recogió
mi madre,
baño de orujo
fuerte y delicado.
El muro lindero
años ha resquebrajado,
ya le tocará,
lo levantaré
como levanto
todo aquello que se resquebraja.
Veo
vides que mi padre mima,
con su empeño
surgirán más,
quizás en tres años, dice,
gozaremos
de su fruto y de su néctar
blanco o negro
bajo el parral.
Veo
algunas hierbas altas
bailan con la brisa
una danza al sol
que cae.
Más allá, los fresnos
los robles en ristre
por caminos de musgo y piedra.
Al fondo
el monte impasible,
su cuerda que se mantiene
bajo el azul,
a veces ceniza,
gigantes graníticos,
regueros de caras
en la ladera,
formas imposibles
entre los piornos
amarillo, verde, gris.
Se divisan senderos antiguos,
y se pierden,
desde la aldea,
llevaban a niños cabreros
que rezumaban vida,
hambre e ignorancia
a la ciudad,
al otro lado
para no volver.
Veo
la madre de la selva
se empina,
su flor
de fuego.
Huelo
su olor de madre
poderoso, poderosa.
Algunas flores más
han sobrevivido a la poda
y al calor,
margaritas,
malvarrosas.
Sigo
al abejorro,
su zumbido,
orada la viga
y suspiro:
este verano
perdonaré
a este okupa tan pequeño.
Oigo,
si son jilgueros
o pardillos,
no lo sé,
es la sinfonía
de este campo tan solo,
tan pobre
del sur de Castilla.
Siento,
extática,
el enigmático viento
de Pitia
entre las ramas.
Espero
que la fronda aguante
este verano
al tórrido.
Son listos,
se protegen a sí mismos,
se hacen los muertos
antes de tiempo
para no morir.
Oigo
algún cencerro y voz
en la distancia
y el cuco,
quizás el chasquido
de un saltamontes
entre las hojas,
como aquellos otros días,
de palitos,
de amor,
de sueños
a quemarropa.
Marisa Sánchez
Grupo C
Aldeagallega
Todo lo que aquí cuento lo he visto yo y también he participado en muchas de las cosas que cuento.
He visto hacer una caña con un simple palo, un sedal atado en la punta del mismo, un trocito de corcho a modo de boya, como plomo un balín redondo con un corte en el lateral por donde se metía y posteriormente se aprisionaba el sedal y un pequeño anzuelo.
A las espumosas nubes formar figuras de objetos y animales, con total naturalidad.
A la virgen planchar en esos mágicos atardeceres, cuando el cielo se viste de tonos naranjas. Nidos de orugas procesionarias, deseando salir y dañar los pinares.
A Paco, coger de un árbol un pesado nido de alcaravanes, alimentar a las crías con pequeños trocitos de culebrillas y lagartos cogidos por él y depositarlo de nuevo en su sitio.
A mi padre y a Paco, bucear en los regatos metiendo sus brazos en las cuevas, refugio de los barbos, depositándolos después en la pequeña barquita de goma patroneada por Nacho, el más pequeño de los hermano ,de forma magistral, igual que hace en la vida con todo aquello que se propone.
He visto “babas de buey” mantenerse en el aire , haciendo las veces de tirolina para el transporte de minúsculas crías de arañas.
Tumbada en el suelo, he vistos surcar el cielo y darle luz a numerosas estrellas fugaces, a la osa mayor, a la menor y al lucero del alba. A las golondrinas hacer sus nidos con pequeños trocitos de barro transportados con el pico. A Nacho y su amigo Amador, pertrecharse de viandas sustraídas en pequeñas cantidades, de las neveras de sus madres, formando una pequeña despensa debajo de las escaleras del desván.
He visto un voraz incendio que amenazaba con quemar todo lo que había a su alcance e incluso llegar casi a abrasar la casa de Paco y un montón de animales, algunos para mí desconocidos , huir despavoridos hacia la carretera en un desesperado intento de escapar de las llamas, el humo y el sofocante calor.
A los Blas Blas, bajo aguas cristalinas, proteger los nidos donde antes habían depositado las huevas.
A Isabelita, mi única hija, mirar a mi padre de forma tan intensa que parecía columpiarse en sus pestañas. Coger cangrejos con sus pequeñas manitas, bajo las indicaciones y supervisión de mi padre, acurrucar entre sus tiernos brazos una camada de bóxer. Un nido de culebras debajo de unas pesadas piedras que Paco levantaba sin un ápice de miedo. A Nacho ayudar a parir a una vaca.
Infinidad de libélulas de extraordinarios colores suspendidas sobre el agua. A una liebre metida en la nieve a la que sólo se le veían los ojos. A crías de pato surcar las tranquilas aguas de una gran charca.
A mi madre cocinando ancas de rana que previamente había pescado mi padre, usando como cebo, saltamontes cogidos por nosotros.
A Nacho y mi prima Mayi diseccionar una rana, como si fueran forenses.
Un retrato de mi madre tocando la guitarra, cuando ella no utilizó jamás dicho instrumento.
A Nacho llenar de arena el ajustado mono de pata corta del pequeño Tinín, a través de su cremallera y mandar a la criatura a decirle a su madre que le habían picado las avispas, con el consiguiente susto de Palmira, su madre, que se apresuró a desnudarlo, poniendo cara de circunstancias, al ver desparramarse por el suelo tal cantidad de arena.
He visto a mis hermanos dar de fumar a un murciélago, comer saltamontes fritos que les parecieron un manjar.
En aquellos durísimos inviernos, cuando se helaban las charcas, he visto a mi madre y a mi abuela durante las típicas matanzas, hacer chorizos, salchichones y todo lo que fuera menester al lado de una formidable chimenea.
He visto muchas más cosas en Aldeagallega y espero seguir viendo cosas nuevas.
Dedicatoria: Alos dos amores de mi vida, mi hija Isabelita y mi hermano Nacho, que son los dos pilares fundamentales de mi vida.
Isabel Gallego
Grupo A
Paleta de colores
Yo he visto aquellos atardeceres azules eléctricos, como nuestras voces hirientes, entrando sin pedir permiso y recordándonos que se hace tarde.
Yo he visto atardeceres violetas que quieren ser algo más de lo que son, como nuestras miradas polarizadas que cuando se encuentran se repelen y nos quedamos pensando si hay algo más qué decir.
Yo he visto atardeceres rosas y explosivos, mis preferidos, como nuestros labios encarnados de tanto querernos, tus dedos flotando entre mi pelo, y tus abrazos interminables como el infinito.
Yo he visto atardeceres dorados intensos como sonrisas alegres, voces familiares, diversiones compartidas, como nuestras ojos que por primera vez coincidieron y no se soltaron.
Y he visto atardeceres que no son, que no se encuentran, que suenan a puertas cerradas, a eco en la sala, como el día de hoy que espero el último rayo de sol y no aparece por que tu ya no estás.
Lidia Hidalgo
Grupo A
Me falta tanto por ver…
Ya sé que he visto atardecer desde la colina del English Garden de Múnich, Berna desde las aguas color pitufo de su río, cuya corriente me llevaba inmóvil como un celador lleva a un enfermo a punto de ser operado, montañas alrededor de Innsbruck mirara donde mirara, como si fueran las patatas fritas de un nido y yo el huevo del centro, el agua turquesa de Orbaneja del Castillo cayendo por su cascada, el precio de un café en Zúrich, la Catedral de Santiago erguirse sobre la plaza, culminando un viaje de varios días con secuelas para siempre, el ondeo rítmico de su botafumeiro, un cuadro del papa Francisco presidiendo la pared de mis anfitriones eslovacos, tímidos lagos dejándose ver entre montañas desde la ventanilla de mi asiento en el Bernina Express, Varenna a los pies de la montaña a punto de caer como un suicida sobre el Lago di Como, una pinta de Guinness sobre la mesa de madera de un pub en Temple Bar, aún con la nariz rojiza del frío y mientras un acordeón emitía una música celta serpenteante, la explosión otoñal de colores de los viñedos de la Ribeira Sacra, poniéndose de acuerdo en el tono, pero no en el color, como partidos políticos de una misma línea ideológica antes de pactar, la frente rojiza de un vasco después de haber abierto una nuez con la frente en una Sagardotegi.
Sí, también he visto todo lo que Salamanca ha querido enseñarme: un globo aerostático sobrevolando la Catedral, la calle Compañía iluminada y vacía una fría noche de invierno, el Volcán de Garrido nevado, el cielo rosa endulzando la ciudad desde los aledaños del cementerio, un artista trabajando en su obra, deslizando en el aire su paleta metálica para dar forma al helado de pistacho que entraría perfecto en la tarrina, una señora pidiendo 10 céntimos, o cómo quitaban el medallón de Franco de la Plaza Mayor durante mi primera visita a la ciudad.
Si hasta he visto un huevo con dos yemas, un pollito romper el cascarón que lo protegía, o aislaba, un cisne bebé, un trébol de cuatro hojas, un sobre cerrado de Hacienda, un globo de helio perdiéndose en la inmensidad del cielo, las llamas de un incendio y las ascuas antes de poner la parrilla encima, la fuga de agua de una cascada segundos antes de caer sobre mi cabeza, una bandera ondeando al viento, o hasta un gatito escondido en el motor del coche, intacto después de habernos acompañado más 100 kilómetros de viaje.
Si también he visto un charco de sangre en el suelo brotando de la cabeza de mi vecina del Bajo. Tenía el cuerpo móvil y la mirada perdida y asustada. Tres segundos antes, la había visto confundida en lo alto de las escaleras. Fue decirle “Hola” y empezar a caer.
Si por ver he visto hasta a Iker Jiménez haciendo algo tan poco sobrenatural como jugar al fútbol, todo un barrio cantando la Vida Pirata al unísono, el Renault de Fernando Alonso derrapando en la Castellana, una cabra desfilando, a Ignatius emitiendo su grito sordo, al Spiderman gordo de la Plaza Mayor, las colas de doña Manolita o auroras boreales en Cáceres.
También he visto y no he olvidado infinidad de caras y gestos: la de un cliente tras decirle que había perdido 10.000€, la de mi madre en la fiesta de su 60 cumpleaños, una reacción entre enfado y sorpresa que, por unos segundos, nos hizo pensar si verdaderamente le había gustado, la de mi padre en el hospital luchando por contener sus lágrimas, lo que hacía su mensaje aún más indescifrable, la de María en la estación el día en que se marchó su abuelo, conteniendo todas las emociones que aflorarían en un intenso y húmedo abrazo segundos después, la de mi tía atenta y preocupada mientras no perdía detalle en la televisión un 11 de septiembre de 2001, la de un vecino del barrio, hasta entonces en la línea entre lo desconocido y familiar, chocándome su mano mientras corría por la calle una noche de julio de 2010 minutos después de que un tal Iniesta marcara un gol, o la de Morgan Freeman al abrir el paquete al final de Seven.
Aunque hayan pasado tantos años, también he visto mucho a mi abuela. Su mano desvergonzada saliendo de su sostén para sacar el dinero con el que pagaría en la pescadería. Sus dos últimos dientes, torcidos pero firmes y que asomaban pletóricos cada vez que reía. La he visto hacer uso de sus corpulentas cuerdas vocales cantando “borracho y perdido por una morena”, haciéndonos callar al resto y evitando que la atención pudiera diluirse hacia algún otro punto o persona de la habitación.
Sí, también he visto a Ned Stark de rodillas antes de perder la cabeza, a Golum cayendo en la lava mientras encajaba el anillo en su dedo, el rostro tan inhumano y humano de Bambi después de oír el disparo que acabaría con su madre y a Santiago Segura en Astérix y Obélix.
He visto más de lo que pensaba que vería hace unos años, pero aun así quiero seguir viendo. Pero… ¿qué pasaría si dejo de pensar en lo que me queda por ver, y me centro en volver a mirar?
Juan Salado
Grupo C
El viaje de regreso
He vuelto de nuevo al lugar de donde no tendría que haberme ausentado jamás. Veo de nuevo el puerto que me acogió para ofrecerme mi primer trabajo en la Isla. Vi los más impresionantes amaneceres, a bordo de las falúas que recogían a los tripulantes de los petroleros rusos que fondeaban en las aguas azules, cerca de la costa sin tocar puerto.
Vi como comenzaba la jornada tomando el barraquito con su caña de ron, junto a los fornidos marineros.
Mis ojos se llenaron del azul del cielo y el mar, y se quedaron grabados en mi memoria. Lo mismo que la bruma de sus montañas, impregnado del olor de laurisilva.
Hoy, he vuelto a la llamada del padre Teide, que miro emocionado por encima del mar de nubes, cuando el pájaro metálico, desciende para besar la tierra que tanto amo.
Vi los más bellos atardeceres, envuelto en el olor de la retama, esperando el anochecer a la luz de la luna blanca, rodeado de un baile de estrellas.
Vi con resignación como llegaban a la costa, huyendo de la opresión y la miseria,
multitud de personas en busca de mejor vida.
Los vi temblando en los brazos del personal humanitario, desnudando su alma,
para dar calor a sus corazones destrozados.
Hoy, mis ojos se funden ensimismados, en la espuma blanca que arrastra el agua, sobre los callados que ruedan por la arena negra y una brisa suave y embriagadora,
despierta mi memoria.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
Surcos
Subiré a la Serrota a buscar escondrijos, entre los piornos quejumbrosos, para no olvidarme de ti.
Sortearé intrincados senderos, bordeados de escobas pinjantes, para alcanzar la cima del ensueño.
Saldré por el camino de la duda, ese que me ha guiado siempre en el atardecer para encontrarte tirada en la melancolía.
Seguiré un día y otro indagando aquí y allá, entre las flores silvestres que me indican tu morada para recuperarte intacta.
Sondearé desde la cima sospechando resquicios de tu morada en las encrucijadas perdidas para devolverte a mi lado-
Soñaré desde arriba que vuelo contigo surcando las nubes en un arrebato de música infinita.
Nunca divagues al escalar la cima. Los encuentros allí son irrecuperables.
JB
Grupo C
Tu mirada
Yo que he visto…
…apagarse la luz de una estrella.
…lo efímero de la belleza.
…el viaje de ida de la juventud.
…el brotar de una flor, en medio de la desolación.
…la patera vacía desde el malecón.
…los ojos de un niño ante el horror.
…la rosa de los vientos, indicando la correcta orientación.
Que he admirado…
…museos, teatros, pinacotecas,
palacios, torres y puentes
en distintas ciudades del planeta.
Que he navegado…
…por mares cercanos y lejanos.
Por fin he comprendido…
…que, a veces, he mirado
y no he visto casi nada.
Y que sin mirar,
mis ojos serán siempre,
el reflejo de tu mirada.
Marian Pérez Benito
Grupo A
Nunca he visto
Nunca he visto atardeceres eternos, días malos fugaces, sentir el olor a petricor siempre que necesite respirar hondo o un arco iris en el horizonte tres meses seguidos.
Ni relámpagos en el cielo suturando heridas, emociones, recuerdos.
Ni barcos de papel navegando al borde de una caricia, en el precipicio de los anhelos crecientes. Ni todos los corazones latiendo a la vez quitando el sonido al mundo.
Ni una tormenta de arena en el desierto de tu cuerpo caliente y seco lleno de dunas.
No he visto tíovivos girando y girando colgados de la luna.
Ni un mundo lleno de inocencias, certezas, música, risas… sin abismos, incendios, trincheras, infiernos.
Ni academias de ilusión para que no se pierda la magia.
Ni un volcán en erupción de gominolas y garrapiñadas.
No he visto un agujero negro lleno de ganas… de esas que secan gargantas.
Ni un faro infinito guiando los sueños de las almas perdidas.
Nunca he visto mujeres invisibles, pero sí muchas que no se dejan ver.
Ni basureros de culpa donde deshacernos de las que nos van ahogando y que las repartan a los que si las tienen pero no las sufren.
Ni he visto la libertad total porque siempre hay cadenas que, por pequeñas que sean, no nos dejan desplegar las alas.
Ni por supuesto he visto, moscas saltando a la comba como niñas con uniforme de colegios de monjas.
No, no he visto nada de esto, pero me gustaría verlo.
Beatriz Gorjón
Grupo A
El precio del poder
(Cosas que creí que nunca vería)
Yo he visto mares de dudas,
embarazos sin antojos,
y lágrimas en los ojos
de las realidades crudas.
A personas muy sesudas
corrompiendo los carnés,
cual cerdos lavando pies
a desvaríos sin cuento,
y a ovejas de parlamento
poniendo el mundo al revés.
Grupo A
He visto huellas
HUELLAS, sobre la arena, en los libros, dactilares, indelebles y persistentes como la huella de una vida admirable, o inolvidable como esa primerísima en el polvo de lunar o grabadas en el suelo, de judíos que fueron desaparecidos en Berlín.
DESPEDIDAS de muchas clases, reconocidas y silenciosas, dolorosas y a veces necesarias, inevitables, definitivas y alargadas como cuando nos morimos.
El paso del TIEMPO, caer la noche cada día, y pasar los días, cada noche. Nunca veremos retroceder el tiempo, primera ley de la entropía. Y el trascurrir de los siglos en una columna de mármol en Santiago y en la sonrisa del rey David en su pórtico.
DOLOR, y también superar el dolor.
A mi hija contemplando el mar por primera vez, los quetchales con su larga y ligera cola surcar la selva. Y después de la marea, una gran caracola blanca en una playa caribeña que al acercar a al oído emitía sonidos de ida y vuelta. Y vuelta a comenzar la marea que trae enormes y extraordinarias semillas originales de Macondo.
He visto una torre de Martello en la bahía de Dublín, donde Joyce comenzó su Ulises, y podía haberlo hecho en cualquier otro lugar porque en cualquier sitio comienza una ODISEA.
He visto muchas cosas, no siempre extraordinarias, no siempre originales no siempre
Aurora Martín Fiz
Grupo C
Adivina adivinanza, ¿qué se esconde en mis palabras?
1.Vista
En mis ojos aún los nítidos destellos apagados…
Tumbas de Reyes y Reinas como un espejismo semienterrado en el oro cegador de una arena milenaria.
Pasos agitados al caminar sobre sus carnes abiertas que, de vez en cuando, supuraban el rojo líquido de sus venas de fuego.
La belleza cromática del muro infame; teñido de ocre por un sol taciturno en su huida voluptuosa hacia Occidente.
Un escalofrío helado atravesando mi cuerpo en un tórrido verano ante realidades vivas de mármol en el reino de Bernini.
Colores infinitos rebotaban en mis pupilas dentro de un pinball de rascacielos clonados por East River, desde el trono de las Reinas.
El azul merengado de una iglesia penetró por mis ojos mientras Cumil, el fisgón, observaba aburrido desde su agujero de acera.
2.Olfato
En mi nariz aún efluvios aletean inalterados…
El olor a tostado que embriagaba cada rincón de la casa obligándome a saltar de mi cama niña. Cuando el pan era bueno y me mataba.
Mis fosas nasales violadas por el hedor de orín mezclado con el de la caca en una vaquería que me dejé sin ganas.
Desde el aire, inhalaba aromas de salsa de tomate recién hecha, con su toque dealbahaca fresca, por las calles que olían y sabían a Sicilia.
El olor a carne chamuscada adobada con la ignorancia de los verdugos podridos cuando aterricé con mi escoba en la montaña indigna.
3.Oído
En mis tímpanos aún repiquetean los ecos sordos…
Coros txuri-urdin en un raptus colectivo ensordeciendo mi voluntad, alienándome en las lejanas tardes de adolescentes domingos.
Las notas del vals que juntos bailamos por primera vez entre tierras sin Schengen. ¿Por qué bautizarte azul si tiñes tus canas de verde grisáceo?
Sin bajarme de tus notas, elegí esta vez a Sissy como pareja de baile, siguiendo el ritmo caudaloso de tu pentagrama grandilocuente.
El crujir de corazones rotos en otros pechos pasando por alto la palpitante cadencia del mío propio.
De piedra quedé en un monasterio cuando la sinfonía magistral de inesperadas cascadas susurró gorgoteos en mis oídos.
E hice de vuestros tiernos vagidos la banda sonora de mi felicidad.Para juntas enloquecer,arropadas por Massimo, en una noche capitolina; “fuori di testa” las tres .
4.Gusto
En mi paladar aún palpita el gusto apaciguado…
Navegando con mis labios en mil besos que me dejaron en cueros el paladar y la lengua a la deriva.
Masticando enfermedad con cada grano de trigo hasta vaciarme de mí por la ingesta indigesta.
Un orgasmo exquisito en mi boca recordando bondades saboreadas lentamente, con devoción blasfema.
El regusto metálico que percutía en mi boca en mañanas de paz conectada a una máquinaférrea.
5.Tacto
En mis dedos aún el tacto intacto…
Terciopelo negro como una caricia cuando hundo mis yemas en su manto brillante, en su mórbida gratitud.
La osadía de introducir mi embustera mano en la Bocca sincera a sabiendas de que era una enorme mentira.
El tacto helado de su rostro de hielo quemando mis manos y mis entrañas en la noche más triste que jamás existió.
Un dragón hipnótico sobre la piel más suave de la que se han nutrido mis dedos enamorados y que resultó ser veneno.
6.Otros sentidos
En mi alma aún tangibles sentimientos evocados…
Por mis ojos se vertía el Titicaca cuando mis pies se posaron en el mullido suelo que a la deriva flotaba en aquel espejismo de agua inmenso.
Mi cráneo como un mortero donde el dolor incesante machacaba mis sesos ante la mirada triste del pobre Bobby que velaba a su dueño.
La decepción de la araña que engulló nuestros costosos sueños con su boca de luces. Un ojo verde, el otro azulenmudecidos.
El mar que lanzaba escupitajos de cuerpos inertes en el lado escondido de la isla donde Ulises se burló del gigante. Los dejamos morir para matarlos dos veces con nuestras risas y juegos que ahogaban de nuevo sus gritos desesperados, encharcados de sal.
Y hundí mi cuerpo en aquellas profundidades manchadas de sangre fresca y todavía caliente. Con rabia impotente.
Tanto vi, olí, oí, degusté, toqué y sentí que me obligué a parar sin dejar de moverme.
He visto huellas
Huellas, sobre la arena, en los libros, dactilares, indelebles y persistentes como la huella de una vida admirable, o inolvidable y colectiva, como esa primerísima en el polvo lunar, o grabadas en el suelo con su nombre, de judíos que fueron desaparecidos en Berlín.
Despedidas de muchas clases, reconocidas y silenciosas, dolorosas y a veces necesarias, inevitables, definitivas y alargadas como cuando nos morimos.
El paso del tiempo, caer la noche cada día, y pasar los días, cada noche. Nunca veremos retroceder el tiempo, primera ley de la entropía. Y el transcurrir de los siglos en una columna de mármol en Santiago y en la sonrisa del rey David en su pórtico.
Dolor, y también superar el dolor.
He visto a mi hija contemplando el mar por primera vez, los quetchales con su larga y ligera cola surcar la selva húmeda. Y después de la marea, una gran caracola blanca en una playa caribeña que emitía sonidos de ida y vuelta. Y vuelta a comenzar la marea que trae enormes y extraordinarias semillas originales de Macondo que también vi.
Miré dentro de una torre de Martello en la bahía de Dublín, donde Joyce comenzó su Ulises, y podía haberlo hecho en cualquier otro lugar porque en cualquier sitio comienza una ODISEA.
He visto muchas cosas, no siempre extraordinarias, y a veces no fáciles de olvidar.
A.M.F.
Grupo C
Lo que me queda por sentir
Cuando se despertó, la noche aún olía al tedio de dos cuerpos abandonados en aquella inmensa cama con puertas y ventanas al desfiladero de la Absolución. Ella se levantó primero, viendo su lánguida y apagada desnudez en el espejo de los sueños imposibles, invocando la magia de una juventud perdida entre los vagones de algún tren abandonado en vía muerta. Él tardó un rato más en aventar la mugre del sexo insatisfecho y acomodar su mente a una jornada de trabajo interminable. Mientras esparcía la espuma de afeitado por su rostro, contempló aquel pelo encanecido y cada vez más ralo, aquellos ojillos tristes, pero aún capaces de amar, y aquellas ojeras tan profundas como simas oceánicas que evidenciaban los estragos de la edad y la falta de sueño.
Y, en una extraña quietud, frente a la sombra oblicua de su cuerpo adormecido, pensó: ¿Qué me queda por sentir en esta vida? Cuando he sentido el vacío de unos labios a la fuga por las calles de Varsovia en llamas, el voraz aleteo de un mosquito tigre a tres centímetros de mi piel mientras hacía el amor con Helena sobre las cálidas arenas de la playa de Zanzíbar, el impacto de una bala de hielo en mi antebrazo jugando a la guerra con amigos de la infancia por las calles devastadas de Mariúpol, el olor indescriptible de los prostíbulos de la antigua Saigón y de la calle de los vendedores de especias de Hanói.
Cuando ya he sentido el roce del amor y el desamor en tantas variedades, formas, texturas, sabores y contextos. El cálido y nostálgico sonido del "Bridge OverTroubledWater" de Simon&Garfunkel y del “Yesterday” de los Beatles, “El beso” de Francesco Hayez congelado en el tiempo y paseando la mirada perdida de los enamorados por las salas de la Pinacoteca de Brera, el sabor de las fresas recién cortadas en mi jardín una tarde plomiza de agosto mientras los estorninos se lanzan en picado sobre las flores de una estremecida enredadera y las devoran.
¿Qué me queda por sentir? Cuando he vivido contigo la nostalgia que precede al invierno, y contigo el sexo apresurado y salvaje sobre cumbre nevada del Kilimanjaro, y contigo el sexo tímido y cansino de una muñeca de cristal que no soporta el peso del agua sobre su cuerpo, y contigo el fluir de la noche entre copa y copa por las calles de la Ciudad Esmeralda esperando a que el Mago de Oz nos libere del encantamiento, y contigo nada, mi amor, y contigo todo, mi amor, y contigo quizá otro día cuando maduren los cerezos, y contigo jamás, te lo aseguro.
Que sí, que sigo sintiendo el paso atormentado de las horas en el parque temático del desconsuelo y el rítmico fluir de la sangre en un cuerpo que envejece y muere de amor o de tristeza o de soledad o de angustia o de cualquier otro sentimiento que fustigue el alma con la fuerza de un volcán, que congele el aliento poco a poco y lave mis miserias en la fuente barroca de la Fontana de Trevi.
¿Qué me queda por sentir aún? Cuando deambulo bajo una tormenta de ojos muertos, de rostros arrojados al vertedero de la historia como los papiros de Oxirrinco, de abrazos que se retuercen como el tronco de los cedros del Líbano. Qué más debo sentir antes de que la nieve me cubra por completo y mis sentidos queden ciegos por el ruido blanco del olvido.
Si me esfuerzo, creo que aún puedo sentir un centelleo en las profundidades del ser capaz de sacudirme el letargo existencial, una lluvia de pétalos de papel rojo alfombrando el suelo de mi última morada, el tercer movimiento de una sinfonía de Haydn en el interior de una caracola y la brillante estela de un hermoso lucero girando en órbitas concéntricas alrededor de mi cuerpo.
Grupo B
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