Siempre que hablamos de la muerte de un hijo citamos "Mortal y rosa", quizá la mejor obra de Francisco Umbral, desde mi punto de vista, y un buen botón de ejemplo de cómo un escritor despliega todas las herramientas relativas a la escritura que tiene a su alcance para poner sobre el papel un tema doloroso. En algunos de los momentos del libro sentimos la pulsión más honda a través de los poemas, en otros la reflexión profunda lo convierte en ensayo, hay párrafos que adoptan el tono del cuento y todo, en su conjunto, conforma una novela híbrida escrita con emoción e inteligencia.
“La fuerza de una mirada”, fotografía de Susana Martín, participante en la IV edición del certamen
En la sesión analizamos el texto "Mamá, ¿falta mucho para volver a casa?" de Soledad Cardoso, alumna del Taller de Escritura de Clara Obligado. La escritora se pone en la piel de un niño para contar su lucha personal con el cáncer y cómo todo su entorno se tambalea desde el diagnóstico de la enfermedad. El relato destila ternura a pesar de la gravedad de lo que se cuenta e incorpora detalles que sugieren más que explican. Un texto que resulta creíble y verosímil, parece que es el niño quien lo escribe o quien nos lo cuenta de viva voz.
Menconamos en la sesión el extraordinario artículo de Juan José Millás titulado "Ruido de sierra, saltan las esquirlas de hueso" escrito tras asistir a una operación de aneurisma cerebral. Su tono cercano, didáctico y plagado de comparaciones lo hacen comprensible. Millás no rehuye en ningún momento la dureza ni el tono literario.
También hablamos de Ana María Shúa quien escribió la novela "Soy paciente" en la que aborda la historia de un hombre que pierde su nombre, y su dignidad, desde el momento en que pisa un centro médico. La escritora se sirve del humor negro para abordar el tema. Comentamos, en este sentido, un artículo titulado "El discurso criminal del Estado en Soy paciente de Ana María Shúa" en el que se analiza la novela en clave política. Destacamos el estilo afilado con el que la escritora aborda este trabajo que en ocasiones roza la parodia y la paranoia.
Y por último centramos la atención en un breve repertorio de textos extraídos de dos libros editados por los laboratorios CINFA y que responden al título "La mirada del paciente". Su objetivo: ponerse en la piel del paciente y comprender a través de las imágenes y los textos sus diferentes realidades. Puedes descargarlos en la página que lleva el mismo nombre y ampliar la información sobre ellos en el artículo titulado "La mirada del paciente: historias sin filtro detrás de las personas" firmado por Verá Castelló en el diario El País.
Nostros pusimos la mirada en los textos "El hilo de Ariadna" de Carmen Posadas, escrito a partir de la fotografía “Ariadna, la piel de pez” de Gala Espín Arroyo y "Equilibrio" de Soledad Puértolas, escrito a partir de la fotografía "A tu lado" de Antonio Atanasio Rincón,
Tarea de escritura
Tomamos como referencia la fotografía de María Ángeles Albarrán Ruiz titulada “Complicidad", a favor de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Navarra (AFAN) en cuyo pie de foto se ecplica que a pesar de su enfermedad, en ese momento, José María todavía era capaz de reconocer a su hijo. A partir de esta imagen el humorista Luis Piedrahita escribió el texto titulado "La vía misma", que forma parte de la publicación "La mirada del paciente" de los laboratorios CINFA del año 2020 y que puedes leer al final de este post.
Propusimos a los participantes del taller abordar la misma tarea. Y para ello planteamos la posibilidad de elegir diferentes opciones: un poema, una carta, un texto libre, un breve cuento. Señalamos la importancia de elegir el modo: ¿adoptamos el punto de vista de uno de los dos protagonistas de la foto? ¿nos situamos fuera imaginando que es una enfermera o un familiar (una nieta, por ejemplo) quien realiza la foto? ¿Nos apoyamos en la sugerencia o en la explicación? ¿Recurrimos al diálogo, al monólogo?
Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Hoy es un día maravilloso, un día más en la vida de José María. Se encuentra en el jardín de su casa, tratando de poner nombre, al olivo y al granado, mientras una abeja, revolotea alrededor de las pequeñas flores.
El cielo está completamente azul y una ligera brisa, acaricia su cara. Llaman al timbre y con paso parsimonioso, se dirige a la puerta del jardín. Se le enciende la cara, abre los ojos como si de dos luceros se tratara, y con sorpresa tiene delante a su hijo, con quien se funde en un abrazo, mientras una lagrima resbala por sus mejillas.
—Hola papá! Te veo muy bien.
—Que te parece, si damos un paseo por el parque?
La mañana invita a pasear y asistir al bello concierto de los pájaros sobre los árboles.
José María, no deja de mirar insistentemente a su hijo, como si en su cara se reflejaran todos los recuerdos de juventud.
Caminan lentamente por el paseo al lado del río.
—Hijo! Que es ese ruido?
—Papa! Es el arrullo del río.
Siguen caminando en silencio, disfrutando del ruido armónico del entorno.
De vuelta a casa, José María, se sienta a descansar en uno de los bancos del parque.
Una bandada de palomas, se pelean por hacerse con los pequeños trozos de pan que han dejado unos niños en el suelo.
—Hijo! Como se llaman esos bichos?
—Papa! De verdad no sabes que son? —Son palomas.
José María sigue mirando a los ojos a su hijo, en silencio. De pronto otro grupo de palomas se pelean entre sus pies, devorando las pocas migas de pan que se encuentran en el suelo.
—Hijo! Como se llaman esos bichos?
—Papa! No son bichos, son aves y se llaman palomas. Ya te lo he dicho antes.
José María, mira con tristeza a su hijo.
—Hijo, cuando tú eras pequeño, venía contigo al parque y me preguntabas insistentemente cómo se llamaban.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
Complicidad
A partir de la foto de María Ángeles Albarrán Ruiz
Os miro, miro a vuestro alrededor y un halo difuminado me obliga a perderos de vista, casi a olvidaros.
Te miro a ti, José María, y me pregunto casi retóricamente: -¿Eres tú o lo has sido? ¿Hasta cuándo uno es si no es capaz de recordar en qué nombre, en qué vida ocupó su lugar?
Pareces ajeno a lo que te sucede, en tu cáscara de olvidos recurrentes donde se ha establecido tu residencia.
Y desvío mis ojos hacia él, hacia tu hijo, sonrisa dibujada bajo la mirada triste, cansada. Espejo de los años que perdiste.
Por su parte, él, que es lo que tú eras, lo que fuiste, se pregunta cuando te contempla, si también será algún día lo que tú eres. ¡Genética ramera!
Demuestra su ternura con frases infantiles, mostrándose condescendiente. ¡Y no lo entiendes! Quisieras gritar con todo el aire de tus pulmones y con ese ápice de memoria que, en ocasiones, te corteja que no eres un niño neófito. Eres tú, José María (¡a veces!). Una mente traicionada por un amante despechado que devora ávido tus recuerdos: el maldito Alzheimer. ¡Y no hay más! ¡Y no hay menos!
Te vas evaporando a la vez que se marchita su alegría. Y en un conato de lucidez, razonas: -“Hijo mío, todos nos desvaneceremos algún día. Solo los recuerdos de quienes nos amaron pueden aspirar a ser eternos. Bueno, ellos y las palabras que quedarán escritas”.
Ibone Bueno Vicente
Os miro, miro a vuestro alrededor y un halo difuminado me obliga a perderos de vista, casi a olvidaros.
Te miro a ti, José María, y me pregunto casi retóricamente: -¿Eres tú o lo has sido? ¿Hasta cuándo uno es si no es capaz de recordar en qué nombre, en qué vida ocupó su lugar?
Pareces ajeno a lo que te sucede, en tu cáscara de olvidos recurrentes donde se ha establecido tu residencia.
Y desvío mis ojos hacia él, hacia tu hijo, sonrisa dibujada bajo la mirada triste, cansada. Espejo de los años que perdiste.
Por su parte, él, que es lo que tú eras, lo que fuiste, se pregunta cuando te contempla, si también será algún día lo que tú eres. ¡Genética ramera!
Demuestra su ternura con frases infantiles, mostrándose condescendiente. ¡Y no lo entiendes! Quisieras gritar con todo el aire de tus pulmones y con ese ápice de memoria que, en ocasiones, te corteja que no eres un niño neófito. Eres tú, José María (¡a veces!). Una mente traicionada por un amante despechado que devora ávido tus recuerdos: el maldito Alzheimer. ¡Y no hay más! ¡Y no hay menos!
Te vas evaporando a la vez que se marchita su alegría. Y en un conato de lucidez, razonas: -“Hijo mío, todos nos desvaneceremos algún día. Solo los recuerdos de quienes nos amaron pueden aspirar a ser eternos. Bueno, ellos y las palabras que quedarán escritas”.
Ibone Bueno Vicente
Grupo C
¿Quién soy yo?
Estoy preocupado. Cada día que pasa lo veo más deteriorado. Me mira con esos ojos acuosos, perdidos en algún lugar que yo no soy capaz de descubrir. Hace cosas extrañas. Me habla muy despacio, alargando las palabras. Coge mis manos cada dos por tres, y no me suelta. Las sujeta con fuerza como si yo fuera a escapar, pero si yo estoy aquí contigo, a ¿dónde voy a ir? Esta mañana me ha acariciado la cara. Ha pasado las yemas de sus dedos por mi rostro, despacio, con suavidad, como un invidente. Y me ha susurrado al oído que me quiere. No recuerdo la última vez que me lo dijo. Me preocupa, algo le pasa, pero no se atreve a confesarme nada. Siempre ha sido muy orgulloso. Y lo último: «¡Vamos a hacernos una foto!» Me ha soltado, a bocajarro, sin venir a cuento. No he podido negarme, lo he visto tan ilusionado. Una señora, que no conozco de nada, se ha colocado frente a nosotros con una cámara y nos ha pedido que sonriamos. En ese momento me he dado cuenta de que no tenía puesta la dentadura. Me he pasado toda la mañana buscándola. No recuerdo donde la dejé anoche, cuando regresé del magnífico viaje a la luna. Seguro que está con los guantes, dentro del casco de astronauta. Intentaré poner mi mejor cara. Lo veo tan entusiasmado.
Tomnás García Merino
Grupo B
¿Quién soy yo?
Estoy preocupado. Cada día que pasa lo veo más deteriorado. Me mira con esos ojos acuosos, perdidos en algún lugar que yo no soy capaz de descubrir. Hace cosas extrañas. Me habla muy despacio, alargando las palabras. Coge mis manos cada dos por tres, y no me suelta. Las sujeta con fuerza como si yo fuera a escapar, pero si yo estoy aquí contigo, a ¿dónde voy a ir? Esta mañana me ha acariciado la cara. Ha pasado las yemas de sus dedos por mi rostro, despacio, con suavidad, como un invidente. Y me ha susurrado al oído que me quiere. No recuerdo la última vez que me lo dijo. Me preocupa, algo le pasa, pero no se atreve a confesarme nada. Siempre ha sido muy orgulloso. Y lo último: «¡Vamos a hacernos una foto!» Me ha soltado, a bocajarro, sin venir a cuento. No he podido negarme, lo he visto tan ilusionado. Una señora, que no conozco de nada, se ha colocado frente a nosotros con una cámara y nos ha pedido que sonriamos. En ese momento me he dado cuenta de que no tenía puesta la dentadura. Me he pasado toda la mañana buscándola. No recuerdo donde la dejé anoche, cuando regresé del magnífico viaje a la luna. Seguro que está con los guantes, dentro del casco de astronauta. Intentaré poner mi mejor cara. Lo veo tan entusiasmado.
Tomnás García Merino
Grupo B
Complicidad
¿Quién sabe lo que pasa por la cabeza de las personas con alzheimer?.
Conocí a una persona que acudía diariamente a la residencia a ver a su padre. Un día le preguntaba a la enfermera quiénes eran los que habían ido a verle, otros días les preguntaba cómo estaban los familiares, otros días se callaba y no hablaba, solo se quedaba mirando a las personas que tenía alrededor.
Pero un día yo me quedé de piedra, cuando la enfermera le dijo: “Sabes quién vino hoy a verte”. Pues claro, era mi hijo, y mañana me ha dicho que va a volver.
Luis Iglesias
Grupo B
Se me ha nublado todo en la cabeza
y no me reconozco en el espejo
¿Soy ese chico joven o soy viejo?
En este puzle falla alguna pieza.
No recuerdo mi nombre ¡Qué tristeza!
Quiero rememorar, pero es complejo,
rebusco en mi memoria algún reflejo
que despeje mis dudas con firmeza.
Los años han borrado mi presente
dejándome vacío el pensamiento
e incapaz de saber lo que he vivido.
Ahora solo espero indiferente
a acabar, de una vez, con el tormento
que me llevó en sus alas al olvido.
Aurora Zarco
Grupo B
Complicidad
Cómo cada mañana a la hora de las visitas, Carlota ( jefa de enfermería) , recorre todas las habitaciones del hospital y tras sus cristales, mira con cariño a los pacientes y a sus visitas, consciente del profundo conocimiento de cada uno de ellos. La dureza del silencio, cada vez mayor , de los pacientes, habían hecho mella en ella, pero era capaz de superar ese dolor con cariño y sonrisas.
Esa mañana , se paró en la habitación de José María y su hijo. Ella sabía lo cerca que estaba el día en el que José María pasaría a la vida del silencio y oscuridad. Sintió una especie de calambre que le recorrió su espada. Decidió entrar en aquella habitación y fotografiar a padre e hijo que aún conocía a Juan.
Estaba al tanto del juego diario o quizá el resto que Juan le proponía a su padre. Llenaba de lacasitos de infinitos colores, para que su padre los separará en montoncitos del mismo color. Cada vez resultaba más complicada la tarea para José María y cuando lo conseguía, juan aplaudía, saltaba y lo abrazaba.
Por esto Carlota quiso hacer esta foto, padre e hijo, frente con frente y del gran amor del uno hacia el otro.
Carlota preguntó a Juan la intención de ese juego y el contestó: " quiero llevarme a casa a mi vida y a mi corazón, los mismos colores que mi padre me dió a mí durante mi infancia.
Isabel Gallego
Grupo B
Se me ha nublado todo en la cabeza
y no me reconozco en el espejo
¿Soy ese chico joven o soy viejo?
En este puzle falla alguna pieza.
No recuerdo mi nombre ¡Qué tristeza!
Quiero rememorar, pero es complejo,
rebusco en mi memoria algún reflejo
que despeje mis dudas con firmeza.
Los años han borrado mi presente
dejándome vacío el pensamiento
e incapaz de saber lo que he vivido.
Ahora solo espero indiferente
a acabar, de una vez, con el tormento
que me llevó en sus alas al olvido.
Aurora Zarco
Grupo B
Complicidad
Cómo cada mañana a la hora de las visitas, Carlota ( jefa de enfermería) , recorre todas las habitaciones del hospital y tras sus cristales, mira con cariño a los pacientes y a sus visitas, consciente del profundo conocimiento de cada uno de ellos. La dureza del silencio, cada vez mayor , de los pacientes, habían hecho mella en ella, pero era capaz de superar ese dolor con cariño y sonrisas.
Esa mañana , se paró en la habitación de José María y su hijo. Ella sabía lo cerca que estaba el día en el que José María pasaría a la vida del silencio y oscuridad. Sintió una especie de calambre que le recorrió su espada. Decidió entrar en aquella habitación y fotografiar a padre e hijo que aún conocía a Juan.
Estaba al tanto del juego diario o quizá el resto que Juan le proponía a su padre. Llenaba de lacasitos de infinitos colores, para que su padre los separará en montoncitos del mismo color. Cada vez resultaba más complicada la tarea para José María y cuando lo conseguía, juan aplaudía, saltaba y lo abrazaba.
Por esto Carlota quiso hacer esta foto, padre e hijo, frente con frente y del gran amor del uno hacia el otro.
Carlota preguntó a Juan la intención de ese juego y el contestó: " quiero llevarme a casa a mi vida y a mi corazón, los mismos colores que mi padre me dió a mí durante mi infancia.
Isabel Gallego
Grupo B
Cuando deje de conoceros…
Cuando deje de conoceros
quiero que os alegréis por mí,
porque seguramente,
haya dejado de sufrir.
Puede que siga sintiendo
dolor,
frío y calor,
pero ya no sentiré
nada de amor.
Tampoco podré sentir
odio ni rencor.
No tendré sentimientos de culpa
ni de desamor.
Habré llegado por fin
a una situación ideal,
en la que ya todo,
todo me dé igual.
Dejaré de estar preocupado
por mi futuro,
y por mi pasado;
no sabré ya
si fui feliz
o desgraciado.
Habré conseguido al fin
quitar todos mis miedos;
ya ni siquiera temeré
a la muerte,
pues no seré de ella consciente;
probablemente cuando llegue
abriendo mis brazos le diré:
¡Encantado de conocerte!
José Luis Fonseca
Grupo A
Complicidad
En cuanto he entrado has dicho mi nombre, he percibido tu mirada especialmente atenta y he pensado aliviada, aún sigue aquí entre nosotros. Ha entrado tu cuidadora con la medicación y te he preguntado si sabes quien es, no sabes cuánto he deseado que sepas la respuesta, has contestado desabrido, pues claro, siempre me preguntas lo mismo, es Ana, quien va a ser si no. La has mirado con la ternura que se siente por un ser querido, ella sabe estar a tu lado, enseguida he pensado, hoy empieza bien el día, hay que aprovechar el momento, acerco mi cabeza a la tuya y sonrio.
Le pido a Ana que nos haga una foto, quiero inmortalizar nuestras miradas cómplices, yo alegre y tú atento, necesito atrapar este momento antes de que el lienzo de tu mente se torne blanco y tus ojos se llenen del fondo infinito y velado del olvido, hoy te pareces más al que fuiste. Hemos compartido un rato de recuerdos familiares, en tu relato no han existido los tiempos reales, saltabas de unos momentos a otros y nombrabas a personas que no habían estado presentes, pero te he visto tan certero hilando frases que en ningún momento he intentado corregir el galimatías.
De repente me has mirado y agarrando mi mano me has dicho: hija, cuando ya no tenga palabras háblame mucho al oído y aunque yo no responda por favor insiste para que mi mente no se apague, acariciame para tener el contacto de tu piel, así no sentir el olvido. Mis ojos se han inundado de lágrimas. Papá hoy tú me has dado la fuerza que necesitaba, la complicidad de este instante me ha enseñado la forma de estar unida a tí.
En este momento de especial complicidad, Ana desde su sillón nos ha devuelto la ternura en su mirada.
M. Teresa Benéitez
Grupo C
Una foto, dos miradas
—¡Vamos Lucía, a ver si sacas bien la foto! Mira que hoyes el cumpleaños de papá—, piensa Alberto mientras acerca su cabeza a la de su padre.
—Este hijo es un caso. Viene con esta desconocida y quiere que nos saque una foto. Debe haber algo entre ellos—, cavila José María sintiendo la alegría de su hijo en este momento.
—No sé si papá la habrá reconocido ¡Con lo que quería a Lucía! Siempre me repetía lo de la suerte que había tenido con ella.
—Pues creo que no se da mucha maña. Es una chica guapa y buena moza, como las de antes, pero se me parece que un poco torpe.
—¡Qué alegría que a mí me haya llamado por mi nombre! A Lucía la ha llamado Aurora, como mi madre, cada vez le cuesta más saber quien es cada uno.
—El caso es que me recuerda a Aurora, pero no es, ella era más vieja.
—Con estas emociones se me está poniendo cara de foto, a ver si Lucía se da prisa y terminamos antes de que se canse papá.
—A ver si acaba pronto la niña, que estoy viendo esa tarta encima de la mesa y ya tengo ganas de hincarle el diente. Lo que no sé es para qué le han puesto tantas velas encima.
—Ya está. Si ha quedado bien haré una copia grande para ponerla al lado de la TV ¡Será un bonito recuerdo de un día especial!
—No sé si ya hemos acabado. Por fin a por la tarta, que aquí no nos dan nada bien de comer. Menos mal que estos dos me han traído algo que me gusta de verdad.
Alberto rodea los hombros de su padre y coge de la mano a Lucia. Los tres se dirigen hacia la mesa donde está la tarta de cumpleaños.Mientras los dos jóvenes contienen la emoción a duras penas, José María se deja acompañar de aquellos dos extraños que le han traído una tarta.
Manuel Medarde
Grupo A
Mi amigo Chema
He pasado unos días en el pueblo, Día de Todos los Santos, había querecordar a los que se fueron. Aproveché para ir a ver a mi amigo Chema, mi compañero de juegos, de perrerías, de iniciación a la vida adolescente, primer cigarrillo, primer escarceo con las mozas, María, Carmen, que se convirtieron en nuestras mujeres.
Chema, mas tarde, señor José María, un hombre íntegro, inteligente, con su chispa guasona, siempre un buen chascarrillo que hacia las delicias del grupo, trabajador, buen trabajador, presumía de que sus vacas daban la mejor leche porque cada día tenía una conversación con ellas, su hierba crecía más, sus perales, las mejores peras, amaba al campo, amaba las montañas que circundaban su Nava.
La vida, su María, le regaló un hijo, Tonín, había que alegrar al abuelo Antonio poniéndolo su nombre,crecía fuerte, sano, pero pronto se dio cuenta que era flojo de sesera, eso le hizo quererlo más, sabía que le necesitaría más, sabía que en los libros no iba a aprender mucho, que era él quien le enseñaríaa vivir, a ponerse metas que lograrían entre los dos, iba a conseguir que eso que le pedía Tonín –enséñame todas esas cosas que tienes en tu cabeza-, iba a ser el motor de su vida.
Chema apenas me reconoció, hubo un momento de lucidez, pero la oscuridad rápidamente lo envolvió, una mirada acuosa fue la repuesta a mis palabras.
En la sala, colgada en la pared había una fotografía, Tonín sonreía, estaba feliz, como si le hubiera llegado la hora, de ser él quien lo cuidara le enseñara todas las cosas que había aprendido de él, de su cabeza pasarían a la de su padre, eso parecía decir la foto. Ledí un abrazo y, a mi amigo Chema, aunque no me entendiera, lo felicité, había conseguido un gran hijo, en su mundo él lo sabía.
Inés Izquierdo Pérez
Grupo A
—Pues creo que no se da mucha maña. Es una chica guapa y buena moza, como las de antes, pero se me parece que un poco torpe.
—¡Qué alegría que a mí me haya llamado por mi nombre! A Lucía la ha llamado Aurora, como mi madre, cada vez le cuesta más saber quien es cada uno.
—El caso es que me recuerda a Aurora, pero no es, ella era más vieja.
—Con estas emociones se me está poniendo cara de foto, a ver si Lucía se da prisa y terminamos antes de que se canse papá.
—A ver si acaba pronto la niña, que estoy viendo esa tarta encima de la mesa y ya tengo ganas de hincarle el diente. Lo que no sé es para qué le han puesto tantas velas encima.
—Ya está. Si ha quedado bien haré una copia grande para ponerla al lado de la TV ¡Será un bonito recuerdo de un día especial!
—No sé si ya hemos acabado. Por fin a por la tarta, que aquí no nos dan nada bien de comer. Menos mal que estos dos me han traído algo que me gusta de verdad.
Alberto rodea los hombros de su padre y coge de la mano a Lucia. Los tres se dirigen hacia la mesa donde está la tarta de cumpleaños.Mientras los dos jóvenes contienen la emoción a duras penas, José María se deja acompañar de aquellos dos extraños que le han traído una tarta.
Manuel Medarde
Grupo A
Mi amigo Chema
He pasado unos días en el pueblo, Día de Todos los Santos, había querecordar a los que se fueron. Aproveché para ir a ver a mi amigo Chema, mi compañero de juegos, de perrerías, de iniciación a la vida adolescente, primer cigarrillo, primer escarceo con las mozas, María, Carmen, que se convirtieron en nuestras mujeres.
Chema, mas tarde, señor José María, un hombre íntegro, inteligente, con su chispa guasona, siempre un buen chascarrillo que hacia las delicias del grupo, trabajador, buen trabajador, presumía de que sus vacas daban la mejor leche porque cada día tenía una conversación con ellas, su hierba crecía más, sus perales, las mejores peras, amaba al campo, amaba las montañas que circundaban su Nava.
La vida, su María, le regaló un hijo, Tonín, había que alegrar al abuelo Antonio poniéndolo su nombre,crecía fuerte, sano, pero pronto se dio cuenta que era flojo de sesera, eso le hizo quererlo más, sabía que le necesitaría más, sabía que en los libros no iba a aprender mucho, que era él quien le enseñaríaa vivir, a ponerse metas que lograrían entre los dos, iba a conseguir que eso que le pedía Tonín –enséñame todas esas cosas que tienes en tu cabeza-, iba a ser el motor de su vida.
Chema apenas me reconoció, hubo un momento de lucidez, pero la oscuridad rápidamente lo envolvió, una mirada acuosa fue la repuesta a mis palabras.
En la sala, colgada en la pared había una fotografía, Tonín sonreía, estaba feliz, como si le hubiera llegado la hora, de ser él quien lo cuidara le enseñara todas las cosas que había aprendido de él, de su cabeza pasarían a la de su padre, eso parecía decir la foto. Ledí un abrazo y, a mi amigo Chema, aunque no me entendiera, lo felicité, había conseguido un gran hijo, en su mundo él lo sabía.
Inés Izquierdo Pérez
Grupo A
El cubo de cebo
Con pasos cortos y siseantes, se aproximó a la ventana.
El sol radiante iluminaba el paisaje de la ribera cercana, pero como suele pasar en invierno racaneaba su paso por la ventana, dejando la estancia medio en penumbra.
Miró por la ventana, y sin decir nada, alzó la mano izquierda y la sumergió dentro de un cubo. La sacó y sujetaba entre sus dedos nudosos, un pequeño anzuelo de mosca. Observó con atención el pequeño trampantojo emplumado que brillaba con los escasos rayos de luz.
Asintió para sí.
"Este es mi favorito. Un día como hoy puedo conseguir varias truchas. Tengo que coger mi caña y acercarme ..."
Se dió la vuelta, cogió el cubo con ambas manos y se fue dirección a la puerta.
El peso del cubo le curvaba la espalda y hacía que su paso fuera lento y vacilante.
El cubo se mecía entre sus manos dejando ver la viscosidad de su contenido que de vez en cuando se desbordaba, dejando una mancha negra del vacío que emanaba.
Llegó a la puerta y sumergió de nuevo su mano izquierda. Dió varias vueltas y al sacarla no encontró nada. Defraudado quiso volver a introducirla , pero una mujer le abordó y empezó a preguntarle.
Abrió la voca, sin saber que decir y de una manera desesperada, volvió a introducir la mano en el cubo. Una y otra vez intentaba sacar algo, pero lo único que se encontraba era esa viscosidad negra escurriéndose por sus dedos. Un vacío que solo le marcaba la carencia.
La mujer no se inmutó, siguió hablándole y de una manera contundente le indicó que la acompañara.
Él, sin pensarlo, la seguía por detrás, con su cubo a cuestas y con la mirada puesta en lo que le faltaba.
Llegaron a un grupo de personas y allí le dejo.
Todos le miraban y no supo hacer otro movimiento que meter la mano izquierda en el cubo desbordante. Esta vez la metió muy profunda y cuando notó un roce, lo cogió con todas sus fuerzas y tiró hacia fuera. Era muy pesado y le costaba sacarlo. Tiró y tiró y poco a poco se acercaba al borde del cubo.
Cuando estaba próximo a sacarlo comprobó que le era más facil e hizo el último impulso. Logró sacar su mano agarrada a otra mano, a otro brazo, a otra cara, la de Tomás, que salía del fondo negro y viscoso.
"-Tomás hijo, has venido.
- Sí papá, ¿Qué tal estás?
- Hoy es un buen día de pesca
- ¿Te acuerdas cuando pescábamos todo el día en este río?
- ¡Claro!, es el mejor momento de la semana, creo que tengo por aquí el anzuelo que hiciste, ese tan bonito... ¿nos vamos a pescar?
- Sí, nos damos una vuelta, pero antes, una foto."
Lidia Hidalgo
Grupo A
Evolución Humana
Leo sobre la evolución humana, desde los primeros homínidos hasta el homo sapiens moderno. Se documentan restos de australopitecos de seis millones de años. Recorro un tiempo de vértigo hasta llegar al Homo sapiens, con admiración por el trabajo de los paleo-antropólogos. ¿A quién pertenecían esas mandíbulas prominentes, esa cresta nucal, ese fémur, esas huellas fosilizadas? Me detengo en la pelvis de Lucy, esa joven australopiteca africana, que murió al caer de un árbol. No dejo de asombrarme. Paso por Atapuerca y el Homo Antecesor. Ahí vivió Miguelón hace 430 mil años, un Homo Heidelbergensis de unos 35 años, seguro que pelirrojo. Miguelón sufría de una infección grave de mandíbula. Tuvieron que alimentarlo, masticarle la comida antes de dársela… tuvieron que cuidarlo.
Observo la fotografía de los dos especímenes de Homo sapiens actuales. Que son Homo sapiens nos lo dicen sus cráneos de gran tamaño, su posición bípeda, sus mandíbulas pequeñas, carecen de las prominencias alrededor de los ojos, están desprovistos de pelo sobre su cuerpo. Se puede distinguir el desgaste dental y la falta de dentadura en el mayor. Su parecido físico es indiscutible, su arco nasal, sus pómulos marcados. Una prueba de ADN nos diría que son padre e hijo, sin duda. Por cierto, Navarra y Atapuerca están muy cerca.
Pero, ¡si no soy antropóloga!
Ahora me fijo en sus miradas, quizás tristes, por la urgencia del tiempo, en la sonrisa cariñosa del hijo, en sus arrugas, tan parecidas… ¿Nos salen arrugas en los mismos pedazos de piel que a nuestros padres? Advierto su barba poco rasurada (¿debido, quizás, a un tiempo de hospital del cual vemos una ventana?). Creo que sus orejas tienen la misma forma. Los dos han trabajado tanto durante tantos años. Nos lo dice su piel curtida. Ahora la vida se va, se desdibuja.
El padre aún reconoce a su hijo. Lo llama.
Y el hijo se reconoce en el padre.
Cuidamos a nuestros padres enfermos, aún sabiendo el final, como cuidaron a Miguelón y a Benjamina en Atapuerca, como cuando vendaron un fémur para que se soldara y cicatrizara hace cientos de miles de años. Porque somos humanos. Damos cariño hasta su último olvido, hasta su último suspiro. Cuidamos, no dejamos atrás, no abandonamos.
Así, los demás nos reconocen.
Así, nosotros mismos también nos reconocemos.
P.D. Me pregunto quién cuidará de los ancianos de Gaza.
Marisa Sánchez García
Grupo C
Complicidad
No fue la última foto que nos hicimos juntos, hubo muchas más, pero esta quedó grabada en mi memoria. Como si de un sueño se tratase. Quizá sea por ello que veo la imagen en blanco y negro, bajo una bruma, la bruma del amor.
Mi frente apoyada sobre la tuya, tal vez tú sólo sintieras el peso de mi cabeza. De ahí la ausencia de sonrisa. Yo sí sonreía, la ternura que me provocabas se me escapaba entre los dientes. Aún me pasa.
Mirábamos hacia el mismo sitio, pero, ¿veíamos lo mismo? Tras la ventana no hay más que asfalto y tú no dejabas de hablar de montañas y pájaros.
Ay papá, sin apenas darnos cuenta volvimos al cuarto azul, al scalextri, a los lápices de colores esparcidos por el suelo… sólo que ahora era yo el que debía poner orden.
Eva Hernández
Grupo A
El espejo del tiempo
Te miro y me veo. Las dos conformamos el espejo del tiempo. Tú has sido como yo y yo seré como tú. Cuántas arrugas me faltan aún y a ti te sobran. Cuántas canas adornan tu cabeza, que yo estoy alcanzando. Nos separan treinta años y una vida entera. Esa vida en la que iniciaste una regresión a la infancia.
Qué bonito es vivir la infancia cuando eres una niña. Qué horriblemente se transforma cuando eres una anciana. Si un bebé se hace caca, o pis, o babea lo aplaudimos complacidos como un logro en su avance hacia la madurez. Pero si quien lo hace es una anciana, lo observamos con repulsión y con enfado. Incluso, con amonestaciones. El andar tambaleante es motivo de sonrisa para unos y de molestia para los otros. La indefensión del menor hace que los adultos nos volquemos para protegerlos. En cambio la rechazamos en las personas mayores por considerarla cobardía o torpeza.
Nuestra sociedad es así. Valoramos la niñez y la juventud por encima de todo. Muy diferente es la Tercera Edad. Se suele pensar que ahí estamos al final y que nuestra capacidad para aportar algo ha llegado a su fin.
Que poco te conocen. Ellos no saben que todos los días, uno tras otro, disfrutamos de las mismas conversaciones, repetimos y repetimos las mismas frases, las mismas preguntas e idénticas respuestas. Si supieran cómo nos reímos tú y yo con las pequeñas cosas cotidianas. Si, como yo, tuvieran la suerte de tener las manos entre las suyas y recibir el calor que me ha cobijado toda la vida. Si te conociesen, si vieran la bondad y el amor que se refleja en tus ojos desearían estar a tu lado y acompañarte de la mano en tu camino de retorno hacia el útero.
M. Maximina Moreno
Grupo B
Reconocimiento
¡Qué viejo me veo! ¡Cuántas arrugas me ha dejado el tiempo! A pesar de la sonrisa adivino tristeza en el fondo de mi mirada.
¿Quién es ese anciano que me acompaña en la foto?
Pepe Lorenzo
Grupo B
Mi hermano
El día de su muerte el dolor te partió en dos, se deshilachó la realidad y se difuminaron los contornos de las cosas. Desorientado, tratabas de volver a este lado una y otra vez, pero no sabías cómo hacerlo y yo no sabía cómo ayudarte .
No fue posible tu regreso y entonces decidí ir a visitarte, pero con el tiempo he aprendido a visitar esa zona fronteriza donde se pierde tu mirada; cuando consigo llegar,dejo de preguntarme por qué a ti y consigo reir contigo y decirte que te quiero y que eres mi mejor hermano.
Pilar Sánchez Barbero
Grupo A
Un tesoro
Alfredo es una de esas raras avis a las que de vez en cuando les gusta ver sus álbumes de fotos. Esos álbumes que ahora, en la era digital, empiezan a estar en peligro de extinción por obra y gracia del océano de fotografías que cada cual guarda en sus teléfonos móviles y que hace imposible volverlas a ver con algún detenimiento, pues necesitaríamos empeñar varias vidas en ello. Pero Alfredo hace pocas fotos, y las que hace las revela, guardándolas con mimo en su álbumes, de los que ya tiene una docena larga. Algo más de dos mil, en total. No muchas, si tenemos en cuenta los treinta años que tiene. De entre ellas, sus predilectas son las fotos estrictamente familiares, y de un tiempo a esta parte le ha dado por rescatar y colocar en un pequeño álbum todas aquellas en las que aparece con su padre, enfermo de Alzheimer. Ayer, tomando el café en su casa, me enseñó la última foto que se había hecho con él.
—Nos la hicieron hace una semana, en el centro de la Asociación —me dijo, con la misma sonrisa que prodiga en la foto—. Y me encanta ver nuestras dos frentes pegadas la una a la otra. Hay una continuidad en los surcos de la frente que me resulta simbólica. En realidad somos un continuo él y yo. La vida empieza en él y acaba en mí. Es mi sonrisa, mi ternura lo que se ve pero es evidente que todo eso tiene su origen en él, que me lo transmite a través de cada surco de su frente que desemboca en la mía. ¡Y mira —me dice, emocionado— el triángulo de luz que se forma entre los dos rostros! Es como la llamarada del amor paternofilial que hay entre los dos —entonces Alfredo se calla y deja escapar una lágrima—. Es la vida —continua—. Yo veo esta foto, y la anterior, y la anterior, y la otra, y así hasta la primera que tengo con él. Las veo todas, como si fueran los vagones de un tren en el que viajáramos los dos. Esta última es como la locomotora que tira de las demás y, no me digas cómo, las hace actuales. Tú lo ves así, como está ahora, y a lo mejor sólo sientes lástima, pero yo tengo todas las fotos en la cabeza, con todo lo que representan ¡y qué diablos! ¿te puedes creer que cuanto más “se aleja” —entrecomilló con los dedos el aire— más le quiero? —Luego suspiró—: estoy deseando hacerle la próxima foto y que esta que ves sea un vagón más.
Yo, entonces, balbucí una media sonrisa y asentí con la cabeza. Casi sin querer posé la vista sobre una mesilla auxiliar que tenía a mi lado y vi la foto de Alfredo junto con su hijo de apenas unos meses. Alfredo sonreía feliz aunque el niño estaba muy serio. Las frentes de ambos se tocaban. El continuo de la vida.
Óscar Martín
Grupo A
MI abuelito
El abuelo José María siempre me lo decía: "Aprovecha mijita, estudia mucho, fórmate para ser una mujer de provecho". A mi padre no le gustó estudiar , aunque "Él se buscó la vida y es un buen hijo" decía. Ahora ya no lo dice, pero yo creo que lo piensa, o tal vez no piensa, o quizás no se acuerda, claro, ¡han pasado tantos años!. Papá a veces pierde la paciencia: "Ya me lo has preguntado diez veces, papá" -dice. Yo creo que a papá se le olvidan las cosas, desde que marchó mamá, tiene muchos problemas en la cabeza, y le echa la culpa al abuelo.
Me gusta abrocharle los botones a la camisa de cuadros preferida del abuelo, es un patoso, pero sé que se pone contento con mi ayuda. También me llama a veces con nombres raros, es muy gracioso, lo hace para chincharme.
Hoy papá ha estado hablando muy serio con el abuelo, dice que va a ir a una especie de hotel, allí vivirá con otros amigos, y harán juegos chulos. ¡Jo! ¡Qué suerte tiene el abuelo!, el no dice nada, pero yo creo que llora. Mi papá dice que es de alegría. No sé...
Miradme chicos! Os voy a sacar una foto con mi cámara nueva.
PAAA TAAA TAA!! PAATAAATAAA!
CLICK
Guadalupe Sanchón
Grupo C
El abuelo José María siempre me lo decía: "Aprovecha mijita, estudia mucho, fórmate para ser una mujer de provecho". A mi padre no le gustó estudiar , aunque "Él se buscó la vida y es un buen hijo" decía. Ahora ya no lo dice, pero yo creo que lo piensa, o tal vez no piensa, o quizás no se acuerda, claro, ¡han pasado tantos años!. Papá a veces pierde la paciencia: "Ya me lo has preguntado diez veces, papá" -dice. Yo creo que a papá se le olvidan las cosas, desde que marchó mamá, tiene muchos problemas en la cabeza, y le echa la culpa al abuelo.
Me gusta abrocharle los botones a la camisa de cuadros preferida del abuelo, es un patoso, pero sé que se pone contento con mi ayuda. También me llama a veces con nombres raros, es muy gracioso, lo hace para chincharme.
Hoy papá ha estado hablando muy serio con el abuelo, dice que va a ir a una especie de hotel, allí vivirá con otros amigos, y harán juegos chulos. ¡Jo! ¡Qué suerte tiene el abuelo!, el no dice nada, pero yo creo que llora. Mi papá dice que es de alegría. No sé...
Miradme chicos! Os voy a sacar una foto con mi cámara nueva.
PAAA TAAA TAA!! PAATAAATAAA!
CLICK
Guadalupe Sanchón
Grupo C
Complicidad
No fue la última foto que nos hicimos juntos, hubo muchas más, pero esta quedó grabada en mi memoria. Como si de un sueño se tratase. Quizá sea por ello que veo la imagen en blanco y negro, bajo una bruma, la bruma del amor.
Mi frente apoyada sobre la tuya, tal vez tú sólo sintieras el peso de mi cabeza. De ahí la ausencia de sonrisa. Yo sí sonreía, la ternura que me provocabas se me escapaba entre los dientes. Aún me pasa.
Mirábamos hacia el mismo sitio, pero, ¿veíamos lo mismo? Tras la ventana no hay más que asfalto y tú no dejabas de hablar de montañas y pájaros.
Ay papá, sin apenas darnos cuenta volvimos al cuarto azul, al scalextri, a los lápices de colores esparcidos por el suelo… sólo que ahora era yo el que debía poner orden.
Eva Hernández
Grupo A
El espejo del tiempo
Te miro y me veo. Las dos conformamos el espejo del tiempo. Tú has sido como yo y yo seré como tú. Cuántas arrugas me faltan aún y a ti te sobran. Cuántas canas adornan tu cabeza, que yo estoy alcanzando. Nos separan treinta años y una vida entera. Esa vida en la que iniciaste una regresión a la infancia.
Qué bonito es vivir la infancia cuando eres una niña. Qué horriblemente se transforma cuando eres una anciana. Si un bebé se hace caca, o pis, o babea lo aplaudimos complacidos como un logro en su avance hacia la madurez. Pero si quien lo hace es una anciana, lo observamos con repulsión y con enfado. Incluso, con amonestaciones. El andar tambaleante es motivo de sonrisa para unos y de molestia para los otros. La indefensión del menor hace que los adultos nos volquemos para protegerlos. En cambio la rechazamos en las personas mayores por considerarla cobardía o torpeza.
Nuestra sociedad es así. Valoramos la niñez y la juventud por encima de todo. Muy diferente es la Tercera Edad. Se suele pensar que ahí estamos al final y que nuestra capacidad para aportar algo ha llegado a su fin.
Que poco te conocen. Ellos no saben que todos los días, uno tras otro, disfrutamos de las mismas conversaciones, repetimos y repetimos las mismas frases, las mismas preguntas e idénticas respuestas. Si supieran cómo nos reímos tú y yo con las pequeñas cosas cotidianas. Si, como yo, tuvieran la suerte de tener las manos entre las suyas y recibir el calor que me ha cobijado toda la vida. Si te conociesen, si vieran la bondad y el amor que se refleja en tus ojos desearían estar a tu lado y acompañarte de la mano en tu camino de retorno hacia el útero.
M. Maximina Moreno
Grupo B
Reconocimiento
¡Qué viejo me veo! ¡Cuántas arrugas me ha dejado el tiempo! A pesar de la sonrisa adivino tristeza en el fondo de mi mirada.
¿Quién es ese anciano que me acompaña en la foto?
Pepe Lorenzo
Grupo B
Mi hermano
El día de su muerte el dolor te partió en dos, se deshilachó la realidad y se difuminaron los contornos de las cosas. Desorientado, tratabas de volver a este lado una y otra vez, pero no sabías cómo hacerlo y yo no sabía cómo ayudarte .
No fue posible tu regreso y entonces decidí ir a visitarte, pero con el tiempo he aprendido a visitar esa zona fronteriza donde se pierde tu mirada; cuando consigo llegar,dejo de preguntarme por qué a ti y consigo reir contigo y decirte que te quiero y que eres mi mejor hermano.
Pilar Sánchez Barbero
Grupo A
Un tesoro
Alfredo es una de esas raras avis a las que de vez en cuando les gusta ver sus álbumes de fotos. Esos álbumes que ahora, en la era digital, empiezan a estar en peligro de extinción por obra y gracia del océano de fotografías que cada cual guarda en sus teléfonos móviles y que hace imposible volverlas a ver con algún detenimiento, pues necesitaríamos empeñar varias vidas en ello. Pero Alfredo hace pocas fotos, y las que hace las revela, guardándolas con mimo en su álbumes, de los que ya tiene una docena larga. Algo más de dos mil, en total. No muchas, si tenemos en cuenta los treinta años que tiene. De entre ellas, sus predilectas son las fotos estrictamente familiares, y de un tiempo a esta parte le ha dado por rescatar y colocar en un pequeño álbum todas aquellas en las que aparece con su padre, enfermo de Alzheimer. Ayer, tomando el café en su casa, me enseñó la última foto que se había hecho con él.
—Nos la hicieron hace una semana, en el centro de la Asociación —me dijo, con la misma sonrisa que prodiga en la foto—. Y me encanta ver nuestras dos frentes pegadas la una a la otra. Hay una continuidad en los surcos de la frente que me resulta simbólica. En realidad somos un continuo él y yo. La vida empieza en él y acaba en mí. Es mi sonrisa, mi ternura lo que se ve pero es evidente que todo eso tiene su origen en él, que me lo transmite a través de cada surco de su frente que desemboca en la mía. ¡Y mira —me dice, emocionado— el triángulo de luz que se forma entre los dos rostros! Es como la llamarada del amor paternofilial que hay entre los dos —entonces Alfredo se calla y deja escapar una lágrima—. Es la vida —continua—. Yo veo esta foto, y la anterior, y la anterior, y la otra, y así hasta la primera que tengo con él. Las veo todas, como si fueran los vagones de un tren en el que viajáramos los dos. Esta última es como la locomotora que tira de las demás y, no me digas cómo, las hace actuales. Tú lo ves así, como está ahora, y a lo mejor sólo sientes lástima, pero yo tengo todas las fotos en la cabeza, con todo lo que representan ¡y qué diablos! ¿te puedes creer que cuanto más “se aleja” —entrecomilló con los dedos el aire— más le quiero? —Luego suspiró—: estoy deseando hacerle la próxima foto y que esta que ves sea un vagón más.
Yo, entonces, balbucí una media sonrisa y asentí con la cabeza. Casi sin querer posé la vista sobre una mesilla auxiliar que tenía a mi lado y vi la foto de Alfredo junto con su hijo de apenas unos meses. Alfredo sonreía feliz aunque el niño estaba muy serio. Las frentes de ambos se tocaban. El continuo de la vida.
Óscar Martín
Grupo A
Olvido
Padre, todos sabemos
que ya no eres el mismo.
Tus ojos, antes tan expresivos,
se han vuelto opacos y vacíos.
Tu rostro sin atisbo de pena ni de alegría,
muestra una mueca,
parecida a una sonrisa
a quienes te hablan o miran.
Tus manos temblorosas
buscan las mías,
como yo busqué las tuyas,
en mi infancia perdida.
Padre, ahora yo
seré guía y compañero
en tu largo viaje,
por el rio del olvido.
Marian Pérez Benito
Grupo A
Complicidad
Miraron a través del ventanal del gran gusano de hierro que se deslizaba sobre la vía a ninguna parte.
Vertiginosas se dibujaban las encinas, sostenidas por tosca alfombra, mientras Juan decía al hijo "observa, Mario, como alzan sus pompones éstas bailarinas". Y, apoyados por sus frentes, los dos se unieron en la extraordinaria visión de un baile del " can-can" en el mismísimo Moulin- Rougee que el campo dibujaba verde.
Leonor Martín Merchán
Grupo A
Sonrisa
-Mira, José María, a la cámara y sonríe. Va a ser una instantánea para la posteridad. No pongas esa cara de ido, abre un poco la boca y enseña los dientes ¡Uff! Se me olvidó, Lo siento, padre, ha sido un “lapsus”. Venga, no te enfades. Ya sabes que soy un poco tarambana y a veces digo cosas sin querer. Lo de los dientes, no tiene perdón. Sé lo mucho que te han hecho padecer. Desde joven tuviste caries y mala higiene, incluso una confusión se llevó dos muelas. Me lo contó la abuela. El dentista empezó a hablar y hablar sobre los problemas de la gente que no se cuida la boca y te arrancó la muela que no te dolía. Venga, volvamos a lo que importa, se me va la olla, estoy nervioso, esta foto quiero que nos inmortalice y tenemos que poner nuestra mejor cara, sí, la de los domingos. Venga, hombre, anímate y echa el resto; que nadie diga luego que no hemos salido estupendos. Yo voy a poner mi mejor sonrisa, esa que me hace simpático, con algo de picardía. Tú procura no apenarte que luego los nietos van a creer que no te cuidamos y ya sabes que todos estamos pendientes de ti, de día y de noche porque no se te puede dejar ni un momento solo. Ayer montaste una, pero mejor no hablar de ello que te pones triste, mejor pensar en la Mary que te quiso tanto y en el viaje de bodas a Soria ¡Qué bonitos momentos! Hombre, parece que los ojos te han brillado con esos recuerdos. Venga, esta es la buena, dispara.
JB
Grupo C
Y tú quién eres
¿El cerebro maneja el cuerpo o el cuerpo maneja el cerebro?¿Cuando no aguantas más tristeza tu cuerpo enferma? O por el contrario, ¿es el deterioro físico el que daña el cerebro? ¿Acaso no somos nadie sin pensamiento? Sabemos que toda vida es sentir y entonces y sin remedio recordar. Y que lo hace desde el planeta tierra hasta el más elemental ser; todo es memoria. Y sin ella qué.
Seguimos sin encontrar el nexo entre mente y cuerpo. La enfermedad no es otra cosa que la evidencia deque se rompe la sintonía.Y me pregunto, por qué vivimos si no le encontramos gusto a la vida. Por qué no nos dejan morir si nos da la gana. Quién ha dicho que la vida es sagrada y que los que intentan quitarse de en medio deben estar sometidos a vigilancia…
En medio de estas divagaciones andaban José María aquejado de alzheimer y su hijoJóse, cuando una cuidadora les tomó la foto. Todas las semanas Jóse, suele ir un rato a estar con su padre en la Residencia. “El porvenir”,se llama. Necesita hacer esa visita para no sentirse un traidor pero le agobia escucharlo, mascullandosiempre las mismas preocupaciones, acerca de qué pinta aquí, aunque cada vez de forma más confusa. Se parecen tanto que ambos tienen dudas de quién es uno y quién es otro. Yo, su pasado, él, mi futuro. Entre el espanto y la risase alternanen la percepción delo que fueron y serán. En ese momento de la fotografía, capturado a plena luz, el ancianopiensa que es el hijo y no soporta quién es ahora, por eso mira con severidad y desconfianza el mundo que está fuera de él y le está robando sus pensamientos. El hijo en cambio sonríe porque ve lejos el futuro que tiene enfrente.
Sagrario Martínez
Grupo B
Tristeza de amor
Mira la foto papa, nuestras cabezas están juntas, estamos conectados, no te preocupes, tus pensamientos pasarán a mí, sin necesidad de palabras.
Hijo no me dejes tengo miedo, se me olvidan las cosas, las personas, no me salen las palabras, estoy inquieto, me pierdo, ¿dónde estoy?, no entiendo nada, me voy fragmentando.Estoy asustado, no puedo, no quiero, me desgarro por dentro al observar que ya no conozco, todo me resulta extraño.
Quiero que me guíes, soy un caos, nada tiene sentido, ni comer, ni despertarse, olvido ponerme la ropa, no levantó las persianas, no sé cuál es el ordensi el día o la noche.
Me preguntas, no te entiendo, es una sordera semántica, disimulas tu desconcierto con ratos de sonrisa y momentos de tristeza.
¿Tú tampoco lo sabes?
No me dejes, quiero gritar, golpear, estoy triste y no lloro, es una pesadilla, pierdo mis recuerdos y con elloslos afectos por la vida, en definitiva, me desconecto…
¿Y tú quién eres?
Sin nombre
El poder de una sonrisa
¿Qué era ese aparato que apuntaba hacia mí? Había visto algo parecido antes, pero no recordaba dónde.
¿Y esa mujer que miraba a través de él? Había entrado hace unos minutos en la habitación. José María se había levantado y habían salido juntos.
Yo me había quedado sólo con esa niña que venía de vez en cuando. A veces me sonreía. Otras, miraba hacia otro lado tratando de evitar mi mirada.
No sabía bien quien era, pero ese rostro me resultaba familiar. Eso ojos, esa nariz… ¿Algún pariente lejano?
¿Qué querría esa mujer? ¿Por qué se había llevado a mi José María?
No llevaba bata blanca, así que no podía ser una enfermera.
Entraron de nuevo en la habitación. José María me sonrió.
-Papá, nos van a hacer una foto, ¿vale?
¿Una foto?
La mujer se puso justo delante de mí. Me sonrió y, sin dejar de hacerlo, me apuntó con ese aparato.
Hizo un sonido extraño, como un crujido.
¿Qué significaba aquello? ¿Por qué nos apuntaban? ¿Qué querían de mí y de mi José María?
-Venga, otra. Por si acaso… -dijo la mujer.
¿Otra? ¿Cómo que otra? Todo aquello era muy extraño…
Entonces noté la frente de José María contra la mía. Su mano, en mi espalda. Estaba sonriendo… Fuera lo que fuera aquello, parecía gustarle. La mujer también sonreía.
Así que eso es lo que tengo que hacer… Intenté imitar sus gestos con mis labios y miré hacia el aparato.
La mujer empezó a sonreír con más fuerza. La mano de José María tembló ligeramente.
El aparato volvió a crujir.
Miré a la niña. Aunque a ella no la apuntaban, también sonreía. Pero no lo hacía como los demás. Tenía los ojos llorosos y una lágrima empezó a caer junto a su nariz.
Esa nariz… Me era tan familiar…
Juan Salado
Grupo C
Desconcierto
"Hoy, al fin, escribo desde un rincón de mi casa. Desde donde he invertido la mayor parte de mi tiempo en este afán.
Escribir bajo presión, para mí, siempre ha sido un desconcierto, un desacierto, un error. Y no es que me hayan presionado, en absoluto. Pero sí me he marcado objetivos que, como de costumbre, me cuesta cumplir. Cuando soy libre es cuando más logro relatar.
He intentado escribir en una biblioteca, en una cafetería en la que, a pesar de los ruidos, he sido capaz de insonorizar mi alrededor. Sin embargo, no he sabido hasta este mismo momento ponerme “en serio”. Bajo una luz potente que alumbra toda mi habitación y con la sutileza musical “Spring Waltz” de Frédéric Chopin, decido ponerme manos a la obra.
“¿Qué refleja para vosotros esta fotografía que tenemos entre manos?” Preguntaba el otro día Raúl, de modo generalizado. He tratado de responder desde ese mismo día, pero nada me convencía.
Es cierto, en mi familia más cercana se ha dado una situación de éstas. En la que mi abuela empezaba olvidando para qué servían las llaves hasta dejar de reconocernos.
Por eso, para mí, esta fotografía refleja cierto desconcierto. Pese al momento de lucidez que experimenta el anciano al ver a su hijo, quien sonríe, porque su padre le sujeta todavía en su memoria. “Sabiendo el declive que vendrá, que aún me recuerde es un milagro”, pensará él con gran acierto. Pero mi primera reacción es desconcierto, así como creo que se sienten ellos.
Primero, ante el gesto de padre. Quien manifiesta un rostro mustio y cuyos labios se mantienen cerrados y apagados, acompaña a su hijo en la foto e, incluso, en el recuerdo. Pero, y aunque sea mucho suponer, como se trata de expresar lo que refleja esta imagen para mí, he evocado lo que podría estar experimentando este hombre durante ese instante.
Numerosas veces le he preguntado a mi padre, si mi abuela era consciente, en algún momento de la enfermedad, de lo que le iba a suceder en un futuro no muy lejano. A lo que él siempre me ha respondido que sí, que veía que le iba a suceder lo mismo que le ocurrió a sus hermanos.
Desconcierto y pesadumbre es lo que debe sentir este hombre al contemplar a su hijo quien le devuelve la mirada con tristeza, previa a la fotografía, sabiendo que un día dejará de ser quien él ha sido. Porque el alzheimer todo lo borra, principalmente la identidad. Dejas de ser quien eras. No sé cuánto alcanzará ese olvido, pero diría que arrasa con casi todo, menos con la capacidad de emocionarse. De hecho, yo recuerdo como mi abuela se ponía a llorar cuando veía desde lo lejos llegar a mi padre, aunque ya no le reconociera. Años después sigo desconociendo mucho de la enfermedad, pero podría garantizar que el padre muestra su rostro inmóvil, ante el desconcierto de ver a su hijo y recordarlo, aún a sabiendas de lo que le está por suceder.
Desconcierto sentirá el hijo porque, aun sabiendo de su vulnerabilidad, es capaz de recordarlo todavía. Por eso, decide hacer una fotografía, para que en el futuro pueda acordarse de él con mayor nitidez, pues bien sabe de lo frágil que es la memoria, incluso sin enfermar.
Por eso, sonríe, para inmortalizar el momento de lucidez de su padre.
Pero todo esto, quizás, es mucho suponer, aunque yo lo veo todo desde un prisma que me tocó vivir en el ayer."
Marta Lozano
Grupo C
Mirada
Miro la fotografía en blanco y negro de dos hombres de rasgos compartidos, son padre e hijo.
El de mayor edad, tiene la mirada seria, ausente, triste, como si estuviera observando una barca varada en el barro. Tal vez trate de recordar al niño que un día ya lejano fue, subido al árbol de la vida oteando un horizonte limpio, cuando todo estaba por escribir, tal vez intente recordar al hombre adulto que ya escribió su historia, de la que apenas recuerda retazos sueltos y nos sabe bien si vividos o soñados, sea una u otra cosa ya da igual, llego su ocaso.
El más joven sonríe al fotógrafo, esta agradecido, este momento quedará atrapado para siempre, será la prueba irrefutable de que padre e hijo compartieron un espacio en el tiempo y como la vida misma, en blanco y negro.
M. Victoria GL.
Grupo B
Déjame en paz
- Sonríe Papa.
“¿Quién es este? Será alguno de estos que a veces viene por aquí, no sé cómo se llama, no recuerdo su nombre”.
- ¡Venga! Esa foto, que estás muy serio, pero... mira a la cámara.
“Cuando era niño iba a casa de mi abuela Anita en el pueblo”.
- ¿Qué tal estás?
- No quiero hablar, a mí no me gusta hablar. Déjame en paz.
“Tenía una perrita, la Tuli, una chuha negra muy lista ¡Jodía Tuli!”
“Otra vez me he he hecho pis, no lo voy a decir, a ver si no se da cuenta”.
- Sonríe papá.
“De qué se reirá”
“Tuli, Tuli, ven bonita”.
Aronbanda
Grupo B
Complicidad
Anclarse al presente
Al ver la foto, aun sin entenderla, se me representó la doble máscara griega que representa la comedia y la tragedia. En un segundo momento percibo claramente el acercamiento, a modo de barrido de la frente del hijo hacia la frente del padre, de tal manera, que se unen como dos piezas de un puzle, encajando hasta formar las dos arrugas una ola, una sola ola que se prolonga másallá de las dos personas, un continuo, una pertenencia.
Uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete, once, doce, veinticinco treinta; ¡no perder la memoria! ¡Seguir contando segundos! Jose Maria sigue contando para no perder el hilo de la realidad, parahacer pie en la superficie blanda y cambiante del presente, para asirse a la consciencia, para no diluirse en los entresijos del tiempo y del cada vez más invasivo olvido.
-¡Aita sonríe para la foto¡ -y Jose Maria sonríe-, aunque el rictus de la boca ya no le obedece y los ojos se le disparan para compensar.
Aurora Martín Fiz
Grupo C
Se me ha nublado todo en la cabeza
y no me reconozco en el espejo
¿Soy ese chico joven o soy viejo?
En este puzle falla alguna pieza.
No recuerdo mi nombre ¡Qué tristeza!
Quiero rememorar, pero es complejo,
rebusco en mi memoria algún reflejo
que despeje mis dudas con firmeza.
Los años han borrado mi presente
dejándome vacío el pensamiento
e incapaz de saber lo que he vivido.
Ahora solo espero indiferente
a acabar, de una vez, con el tormento
que me llevó en sus alas al olvido.j
Aurora Zarco
Grupo B
La vía misma
Solo les vi unos instantes, fue menos de un segundo y a través de una ventanilla. Aun así, su imagen se quedó tatuada en algún lugar de mi memoria y la conservaré para siempre como uno de mis tesoros más valiosos. Evidentemente, eran un padre y un hijo. No había duda. Pero no estaba claro cuál era el padre y cuál era el hijo. El del pelo canoso tenía mirada pícara de niño travieso y el otro, el de rostro juvenil, tenía la mirada madura de quien ha sabido asumir responsabilidades.
Iban a pasar por el pueblo y nadie se lo quería perder. Eran los héroes del momento y los periódicos no hablaban de otra cosa que no fuera la proeza de aquel padre y aquel hijo que estaban dando la vuelta al mundo en un tren a vapor hecho exclusivamente con puré de patata. Lo habían hecho ellos con sus propias manos. Habían pelado los tubérculos, los habían hervido, amasado y modelado. La locomotora era blanca, elegante y grumosa y arrastraba estoicamente más de ochenta vagones hechos de puré de patata, con asientos de puré de patata, pasajeros de puré de patata y hasta un vagón restaurante de puré de patata, en el que se servía un delicioso puré de patata hecho de puré de patata.
Hasta el humo que salía de la chimenea, blanco y espeso como el puré de patata, era de puré de patata. El pueblo entero estaba allí para saludar a estos héroes nacionales. Algunos con pancartas. En un momento, la destartalada megafonía insistió en que nos alejáramos de la vía y todos hicimos exactamente lo contrario. Es lo que sucede con las cosas excepcionales que se cruzan en nuestra vida, que queremos estar cerca cuando pasan.
Aquel maravilloso tren, descomunal, blandito y amable, atravesó la estación en un instante y sin detenerse. Yo intenté ver a los protagonistas, pero las ventanillas de la locomotora apenas regalaban un segundo del interior.
El tren venía envuelto en una nube de mariposas y avispas curiosonas libando patata. Detrás de las avispas, venían batracios hambrientos, verdes y brillantes, y saltamontes color azul metalizado y escarabajos peloteros empujando balones de colores que algunos gatos persas intentaban atrapar. Casi alcanzando a los gatos, venía un tropel de liebres, topos y koalas que solo querían jugar, y cervatillos, y orangutanes, y dos jirafas al galope. Y, si mirabas al cielo, una nube de pájaros acompañaba al delicioso convoy. Había jilgueros, gaviotas, golondrinas, gavilanes, loros de colores, pavos reales y aves del paraíso. Creo que también vi avestruces.
Pero lo más increíble, sin duda, era lo del río. Junto a la vía del tren, de toda la vida, corría un arroyito ponzoñoso, criadero de verdín, donde flotaban latas y alguna zapatilla, pero ese día bajaba limpio y concurrido. Escoltando al tren saltaban delfines, ballenas, esturiones, pulpos y peces voladores, perfectamente coreografiados para escribir en el aire sonetos con caligrafía gótica.
Todo eso pasó por delante de mí. Fue solo un instante. Fue menos de un segundo. Sin embargo, la imagen que se quedó en mi retina, como tatuada en algún lugar de la memoria, fue la mirada cómplice de aquel padre y aquel hijo. Fue un instante robado al interior del tren de una vida. Aquello sí era mágico. Conservaré ese instante como uno de mis tesoros más valiosos.
Solo les vi unos instantes, fue menos de un segundo y a través de una ventanilla. Aun así, su imagen se quedó tatuada en algún lugar de mi memoria y la conservaré para siempre como uno de mis tesoros más valiosos. Evidentemente, eran un padre y un hijo. No había duda. Pero no estaba claro cuál era el padre y cuál era el hijo. El del pelo canoso tenía mirada pícara de niño travieso y el otro, el de rostro juvenil, tenía la mirada madura de quien ha sabido asumir responsabilidades.
Iban a pasar por el pueblo y nadie se lo quería perder. Eran los héroes del momento y los periódicos no hablaban de otra cosa que no fuera la proeza de aquel padre y aquel hijo que estaban dando la vuelta al mundo en un tren a vapor hecho exclusivamente con puré de patata. Lo habían hecho ellos con sus propias manos. Habían pelado los tubérculos, los habían hervido, amasado y modelado. La locomotora era blanca, elegante y grumosa y arrastraba estoicamente más de ochenta vagones hechos de puré de patata, con asientos de puré de patata, pasajeros de puré de patata y hasta un vagón restaurante de puré de patata, en el que se servía un delicioso puré de patata hecho de puré de patata.
Hasta el humo que salía de la chimenea, blanco y espeso como el puré de patata, era de puré de patata. El pueblo entero estaba allí para saludar a estos héroes nacionales. Algunos con pancartas. En un momento, la destartalada megafonía insistió en que nos alejáramos de la vía y todos hicimos exactamente lo contrario. Es lo que sucede con las cosas excepcionales que se cruzan en nuestra vida, que queremos estar cerca cuando pasan.
Aquel maravilloso tren, descomunal, blandito y amable, atravesó la estación en un instante y sin detenerse. Yo intenté ver a los protagonistas, pero las ventanillas de la locomotora apenas regalaban un segundo del interior.
El tren venía envuelto en una nube de mariposas y avispas curiosonas libando patata. Detrás de las avispas, venían batracios hambrientos, verdes y brillantes, y saltamontes color azul metalizado y escarabajos peloteros empujando balones de colores que algunos gatos persas intentaban atrapar. Casi alcanzando a los gatos, venía un tropel de liebres, topos y koalas que solo querían jugar, y cervatillos, y orangutanes, y dos jirafas al galope. Y, si mirabas al cielo, una nube de pájaros acompañaba al delicioso convoy. Había jilgueros, gaviotas, golondrinas, gavilanes, loros de colores, pavos reales y aves del paraíso. Creo que también vi avestruces.
Pero lo más increíble, sin duda, era lo del río. Junto a la vía del tren, de toda la vida, corría un arroyito ponzoñoso, criadero de verdín, donde flotaban latas y alguna zapatilla, pero ese día bajaba limpio y concurrido. Escoltando al tren saltaban delfines, ballenas, esturiones, pulpos y peces voladores, perfectamente coreografiados para escribir en el aire sonetos con caligrafía gótica.
Todo eso pasó por delante de mí. Fue solo un instante. Fue menos de un segundo. Sin embargo, la imagen que se quedó en mi retina, como tatuada en algún lugar de la memoria, fue la mirada cómplice de aquel padre y aquel hijo. Fue un instante robado al interior del tren de una vida. Aquello sí era mágico. Conservaré ese instante como uno de mis tesoros más valiosos.
Luis Piedrahita
Humorista
No hay comentarios:
Publicar un comentario