Aquelarres

Esta semana, en la puerta de la Sala de Fondo Local de la biblioteca, se amontonaron las escobas. Y no porque urgiera una limpieza en el lugar de reuniones sino porque la primera sesión de 2024 la hemos dedicado a las brujas y a los aquelarres.
Entramos en la sala al compás de la canción "Baga, biga, higa" de Mikel Laboa y que suena durante el aquelarre de la película "Las brujas de Zugarramurdi" de Álex de la Iglesia. Pero hubo otras canciones para ambientar el tema como la que abre el espectáculo de títeres "La bruja Rechinadientes" de la compañía Katua&Galea, obra inspirada en el álbum ilustrado homónimo.
En asunto de brujas es importante acudir a Julio Caro Baroja, uno de los grandes especialistas en su estudio, sobre todo en el norte de España y en concreto el País Vasco y su zona limítrofe con Francia. Puedes leer la reseña de Alberto Gil Novales sobre el libro Las brujas y su mundo, publicada en la Revista de Occidente. En Salamanca tenemos a uno de los principales expertos en brujería, Juan Francisco Blanco, autor del libro Brujería y otros oficios populares de la magia (1992). Aquí podéis escucharlo en la charla "Brujas y brujería en la sociedad tradicional. Deconstrucción del arquetipo en Castilla y León"



© Arteaga. “Aquelarre” de Francisco de Goya

El año pasado ya hablamos de brujas cuando analizamos algunos relatos del libro Canto yo y la montaña baila, de Irene Sola. En un artículo de Infolibre, Fernando Vals nos recuerda el capítulo dos: 
El capítulo segundo aparece narrado por una bruja, quien nos habla entre risas de sus amigas, de los aquelarres y de las historias que cuentan y en las que ellas mismas aparecen como personajes, según ocurre en las aventis de Juan Marsé. En él se incluyen, además, dos relatos intercalados que nos refiere la bruja Eulàlia: la historia de las princesas cristianas que huyeron a caballo con sus enamorados moros para acabar congelados y convertidos en las montañas que se observan al fondo, junto con la historia de la encantada que, estando presa, logró fugarse, dejándolos sin saber para qué sirve la raíz de la acedera.

Si quieres saber más cosas sobre brujas te recomendamos estos otros enlaces. En esta página puedes decargar el libro Cómo se fabrica una bruja de Juan José López Ibor y aquí puedes leer el texto "Cómo reconocer a una bruja" del libro Las brujas de Roald Dalh. También puedes disfrutar el relato de Andrés Neuman "Fumigando en casa". Y puedes decargar el libro Brujas, caza de brujas y mujeres de Silvia Federici.
Concluimos esta entrada del blog con el microrrelato de Ana María Shúa "El hombre que huye" y que nos servirá como estímulo para la tarea:

Para detener a la bruja que lo persigue, arroja un peine y el peine se convierte en bosque. Jadeando, la bruja atraviesa el bosque y los árboles se inclinan con la fuerza de su aliento. Entonces el hombre arroja una piedra, y la piedra se convierte en una montaña. Jadeando, la bruja trepa a la montaña y provoca avalanchas la fuerza de su aliento. El hombre deja caer una lágrima y la lágrima se convierte en un lago. Pero la bruja se inclina sobre el agua y se bebe el lago hasta dejarlo seco. Después atrapa a su marido y se lo lleva otra vez para la casa, es hora de cenar y no de andar correteando ninfas. 

Propuestas de escritura

1. Escribe un texto en el que la protagonista sea una bruja y en el que aparezcan tres objetos mágicos (en el caso de "La bruja Rechinadientes" son una pastilla de jabón, un peine y un cuchillo; y en el caso de Shúa son dos objetos; un peine y una piedra, y una lágrima). Los objetos que incluyas en la historia tienen que ser determinantes para vencer a la bruja o escapar de ella.

2. Escribe un conjuro que acompañe a la elaboración de un brebaje en el que puedes incluir todo tipo de sustancias escatológicas (cera de oreja, miel de sobaco, crema de grano) o plantas silvestres como el gordolobo, el hipérico o la belladona. ¿Para qué hechizo o sortilegio será ese conjuro?


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:

Niebla

Kal despertó asustado, incorporándose en un impulso, abriendo los ojos desmesuradamente, con el corazón latiendo alocadamente, rígido. El sudor frío estaba empapando sus ropas y sintió un escalofrío al descubrir que una espesa niebla, húmeda y pegajosa, había caído sobre el campamento. La hoguera estaba completamente apagada y los rescoldos tampoco conservaban calor alguno. Pudo oír a los caballos atados a unos pasos de distancia, tranquilos, aunque su sensación de inseguridad iba en aumento. Algo le decía que aquella niebla no era normal.
Con sus manos palpó a ambos lados. Sus dos compañeros dormían plácidamente, sus respiraciones eran pausadas, tranquilas. Kal se levantó con cautela, procurando hacer el mínimo ruido posible. No se distinguía absolutamente nada. De pie, en medio del campamento, no sabía hacia dónde dirigirse y la sensación de desprotección crecía al tiempo que su angustia. Escuchó atentamente como lo había visto hacer a la bruja, con los ojos cerrados, confiando en su percepción. Silencio absoluto. El ambiente era pesado, espeso. Kal dio un paso, a ciegas, hacia los caballos, pero inmediatamente una mano le asió con fuerza la muñeca. Sintió un tacto frío al mismo tiempo que tiraban de él hacia abajo, tapándole la boca para que no gritase.

—Sssssch... —le ordenó Nie, la bruja, con suavidad.
—¿Qué...? —empezó a preguntar cuando ella retiró la fría mano de su boca.
—Silencio —susurró con una voz dulce, melosa que apaciguó la intranquilidad del ladrón—. No temas. Duerme
—Pero... —insistió.
—Esta noche os protejo yo —le dijo al oído.

Kal no podía ver el rostro de Nie, pero podía imaginarla con aquella sonrisa que pocas veces mostraba, con sus ojos verdes brillando, con esa pose de autosuficiencia. Sintió un escalofrío porque empezó a temer su amor por ella. La sintió cercana, con su aliento pegado a su oído, con su calor tan próximo que su rostro se giró para buscarla con los labios entreabiertos, completamente ciego bajo esa niebla mágica que la bruja había creado para protegerles. Su cuerpo ansiaba el contacto.
Nie sacó de sus bolsillos un poco de arena roja de los desiertos del Settel, polvo de mandrágora y una pizca de pimienta. Colocó la mezcla en su mano derecha mientras que con la izquierda tocó la frente de Kal. El ladrón sintió un frío intenso al tiempo que la bruja soplaba la mezcla de ingredientes sobre los ojos de su compañero.

—Vuela..., vuela lejano por los altos reinos de los sueños —murmuró de forma casi inaudible.

Al instante recogió el cuerpo del hombre que ya caía inerte, envuelto en un profundo sueño. Lo echó sobre el jergón, junto a Úrfang, el guerrero, y lo cubrió con la manta para que no se enfriara. Luego permaneció sentada, concentrándose de nuevo para que la niebla no se disipara.

Jaume Castejón
GRUPO B


Conjuro para un amor imposible

La saliva de un sapo verde y rojo,
la piel de una serpiente venenosa,
los pétalos podridos de una rosa
y dos pelos de un chico pelirrojo.

También necesitamos más de un piojo
de las alas de alguna mariposa
arrugada, naranja y pegajosa
que haya estado tres horas en remojo.

Lo ponemos a hervir en un caldero
con sal del Himalaya a medianoche
removiéndolo todo con un palo.

Para tomar la pócima primero
has de esperar la luna por la noche
recitando estos versos que señalo:

"Luna llena con halo:
consígueme el amor del que me gusta
para una relación larga y robusta".


Instrucciones de uso

Tomar con precaución y con prudencia:
Abusar de la magia de este hechizo
puede ser delicado y enfermizo
y no hacerte vivir buena experiencia.

Si cumples el horario y la frecuencia
los buenos resultados garantizo.
Un último consejo y finalizo:
La magia siempre llega, ten paciencia.

Gracias por acudir a mi consulta
el pago preferente con tarjeta
si no ves conclusiones se devuelve.

El poder de lo oculto me faculta
por eso el desenlace no me inquieta
pues sé que tu problema se resuelve.

Aurora Zarco
Grupo B


El conjuro

Hace muchos años me salió una verruga en el centro de La Palma de la mano derecha.
Tuve la verruga durante años, cada vez era más molesta, pues la rozaba con frecuencia y sangraba con facilidad.
Entonces yo estudiaba preuniversitario y vivía en Fuenteguinaldo.
Al enterarme de que en el pueblo había una “bruja” que hacía conjuros, acudí a su consulta. Tras inspeccionar la verruga me dijo que ella me la podía conjurar, y para que el conjuro fuera efectivo debía coger una manzana, partirla con un cuchillo en cuatro trozos y después atarlos con una cuerda de forma que quedasen unidos, y a continuación debía enterrarla.
Al día siguiente tomé una manzana, la partí en cuatro trozos con un cuchillo y la até con una cuerdecita. Salí a las afueras del pueblo y con un pequeño zacho hice un hoyo en el suelo, la enterré y cubrí con mucha tierra para que se volviese a unir lo antes posible.
La “bruja” me advirtió que cuando la manzana se hubiese vuelto a fundir, a unir como cuando estaba entera, la verruga desaparecería.
¡Así fue!, al cabo de unos días, la verruga que había tenido durante años desapareció.
Tan satisfecho quedé con aquella aventura, que incluso en varias ocasiones me he atrevido a conjurar yo mismo las verrugas de algunas personas, con resultados satisfactorios.
Esto último no se lo contéis a nadie, pues va en contra de mi profesión y de todo lo que he estudiado. Pero como dicen los gallegos refiriéndose a las meigas: “ habelas, hailas”.

José Luis Fonseca
Grupo A


Desencantamiento

Confieso que me tienes embrujado,
que no puedo vivir sin tu presencia,
me pierdo en el vacío de tu ausencia,
y vivo en un delirio enamorado.

Por tus encantos, yo, desesperado,
persigo la ilusión de tu apariencia,
sujeto a un desafuero sin conciencia,
quemándome en el fuego que has creado.

Procuro, en mi dolor, la obsolescencia,
de esta locura que me tiene atado,
como un pelele torpe y enfermizo.

Y me pongo en tus manos y en tu ciencia,
la fórmula secreta te he robado,
bruja del desamor: tu bebedizo.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


La bruja novata

En este valle nadie sabe más de brujería que yo. Las conocí a todas, las pocas que quedan me respetan a pesar de ser muy joven, apenas tengoquince años. Soy la hija mayor de la Cotovía que dominó estas tierras hasta que ese dominico llegó y comenzó a perseguirnos. Los curas anteriores no se inmiscuyeron en nuestras costumbres, tanto es así, que dicen que soy el vivo retrato de D. Torcuato, un párroco ya fallecido que siempre manifestó aprecio por mi madre y por mí.
La fama precedió al inquisidor,antes de su llegada tuvimos noticias de sus atrocidades. Nuestro valle se llenó de mujeres huidas de otros próximos. Para éste fin utilizó los objetos que más nos ahuyentan: la rueda, el potro y otras lindezas semejantes.
A su llegada, pretendió que participáramos en sus ritos, que renunciáramos a nuestras ceremonias, a nuestros remedios tradicionales, a nuestra forma de vivir. Este pueblo de mujeres libres fue amenazado con otro objeto terrible: el anillo de compromiso.
Capitaneadas por la Cotovía, mi madre, organizamos una revuelta que sólo sirvió para mantenera raya al monje hasta la llegada de sus secuaces que comenzaron con los interrogatorios, tormentos y ejecuciones.
Hace seis meses quemaron vivas a la Lechuza, a la Gata y a mi madre. A otras siete las ejecutaron antes de quemarlas puesto que habían confesado su pecado y habían denunciado a otras. La hoguera, siempre persuasiva.
Ahora nos escondemos, tenemos que disimular, mantener nuestras tradiciones y conocimientos a la espera tiempos mejores siempresin olvidar nuestro conjuro:

“Treguna mecoides trecorum satisdi” (1)

(1) Conjuro de traslación de la película La Bruja Novata

Enrique Martínez
Grupo C


Galletas de la fortuna

El otro día, una galleta de la fortuna del restaurante chino Gran Wuhan predijo que, en mi próxima vida, yo seré una bruja malvada. ¡Mira que son listas las galletas del restaurante chino Gran Wuhan! Y sí, es una idea que me resulta atractiva. Sí quiero ser una bruja mala, por eso de que en la variedad está el gusto. Pero bien mala, perversa, malísima, verde, amarilla mostaza, a veces granate, con la cara hinchada y pústulas purulentas, y que todo el mundo me tema y sienta asco de mi. Ser deleznable, no parar hasta que los demás vean que mi maldad es infinita y definitiva, que, con mi magia, por ejemplo, soy capaz de destruir los bancos de sangre, de semen, de alimentos; capaz de romper el silencio del bosque y gritar fuerte hasta que me oigan los manipuladores de adverbios, que se esconden entre la fronda, siempre, nunca, eternamente, serenamente, amablemente, antes, después, y se les rompan los tímpanos de la fuerza de mi aullido. Ser mala a conciencia, con tesón, con inquina. Más mala que el sebo y que el sacamantecas. Ser mala al levantarme, que se me quemen las tostadas y ofrecerlas con chinches rancios que huelen a cementerio. Bramar "qué asco das", "ahí te quedas, caraculo", y salir volando con mi fétida escoba y mis verrugas al viento, las cuencas de mis ojos vacías, dejando un reguero de pesadillas concienzudas y esputos en funerales. Ser mala y presumir de mis vilezas: "Soy fría, egoísta, promiscua, vanidosa, avara, odiosa, perezosa y repugnante".¡Esos son mis logros!
Sí, galleta de la fortuna del restaurante chino Gran Wuhan, has acertado, eso es lo que deseo, ser una bruja mala y cruel: envenenar el agua con pócimas y conjuros, "abracadabra, pierna de nonato, nitratos, sarnosos gatos, trucootratos, punzantes flatos, piojosos pazguatos, tediosos microrrelatos, gaznate de pato, bigote roñoso de literatos". Patear a los perros hambrientos tras ofrecerles otra galletita de la fortuna del restaurante chino Gran Wuhan “toma, perrito, toma, come de mi mano esta galletita” y pensar "¡qué divertido! Ahora le toca a los viejos"." Toma, viejecito, esta tercera galleta, está horneada y es crujiente y deliciosa, y sabia". Y se le atrangantará del susto. Sin compasión.
Ser una mala arpía y reírme de los sin techo y de los sepultureros. Jajajajajajajajajajaja. Una risa irritante, terrible, aterradora. Jajajajajaja. Hechizos y magia negra el Día de Reyes Magos, cuando vamos todos juntos a cenar al restaurante chino Gran Wuhan y nos dan tres galletitas de la suerte.
Presagiar abismos y punzadas en el pecho, que se alivian, quizás, con extraños bebedizos pringosos. Mal de ojo para que tengas muchos suspensos, para que tengas muchos fracasos, que todo te salga mal, se te pegue la tortilla de patata y se acabe el gas cuando estás en la ducha con el champú en el pelo. Y no sentir nada, nada, nada. Y reírme aun más jajajajajajajajajajaja, con mi risa verde y ronca.
Pero, me temo que, en realidad, las profecías de las galletas de la fortuna del restaurante chino Gran Wuhan no van a ningún lado, ni siquiera son chinas. Son engañabobos para gente simple e ignorante. Ya sabemos que son tonterías y los deseos no se cumplen. Por otro lado, me da miedo montar en escoba y me sienta muy mal el color amarillo mostaza y las cuencas de los ojos vacías duelen un poco. Además, no me apetecía comerme la tira de papel. La camarera china me retiró el vaso con el último sorbo y no habría podido tragarlo. Si lo hubiera hecho....

Marisa Sánchez
Grupo C


La bruja de Anaga

Niñas! No vayáis al bosque, dice la abuela. El chillido del viento os arrastrará hasta los árboles, perdidos en la espesa bruma. Las ramas, se convertirán en largos brazos
que os atraparán entre los hilos que desprende la fina lluvia.
Allí aún habitan los fantasmas, aún suspiran las princesas. Las oigo: Dacil Inés Pedraza Guarazoca Garza Isabel Tenesoya.
La bruja Isora, espera escondida entre los árboles. Se restriega contra ellos, colgada de las ramas, de sus largas trenzas.
Espera la visita de otros fantasmas, se llamaron en vida Jonay Maciot. Capuleto Diego, en busca de sus virgenes, que no despertarán jamás.
El viento atroz, convertido en tornado, acompañado de intensa y desbordante lluvia, arrastra una enorme piedra, y en el bosque solo queda el espíritu de las princesas.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Juicio a una bruja

Una hora antes de comenzar la sesión, la sala de vistas del Juzgado se encontraba ya a rebosar de gentes venidas de todos los puntos de la comarca. Ningún evento más extraordinario había ocurrido por aquellos contornos a lo largo de todo el siglo XIX y lo poco andado del XX y, claro está, nadie quería perderse el juicio a la bruja Aglalia, que había sido arrestada dos semanas antes en su mismísima cueva, ubicada en lo más recóndito de la Sierra de Francia. Alguien muy cercano a ella la había traicionado, informando a la Guardia Civil del lugar donde atraparla, así como del momento y el modo de hacerlo.

—Vayan ustedes —les dijo el chivato a los de la Benemérita—, entre las diez y las diez y media de la mañana, que es el único rato en que pierde sus poderes, porque antes o después puede convertir a cualquiera en un conejo o huir volando haciéndose mosca. Y en cuanto la atrapen, átenla con una cuerda bien untada de sangre de gallina, tápenle los ojos con una tira de pellejo de cabra y échenla por encima veinte litros de orines de yegua. Después la meten en un saco y le dan una paliza de muerte. No se preocupen por la paliza, que las brujas se recuperan solas en un par de días. Con todo eso —concluyó el chivato su chivatazo—, la tendrán grogui y a su merced durante un par de semanas. Luego, vaya usted a saber.

Ocurría, sin embargo, que por circunstancias que no viene al caso relatar, la instrucción del expediente se había demorado más de lo que el juez instructor y demás partícipes en el mismo hubieran deseado, de modo que ese par de semanas a que se refería el chivato se habían de cumplir durante el transcurso de la sesión, si ésta se demoraba en exceso. Así las cosas, lo que el juez tenía en mente era recibir declaración a las supuestas víctimas a velocidad de vértigo, interrogar a la acusada a mayor velocidad aún y que el Ministerio Fiscal informara de urgencia, para acordar después, como medida cautelar, aplicarle in situ el mismo protocolo que había seguido la Guardia Civil para apresarla, suponiendo que aquello la dejaría nuevamente grogui durante dos semanas más. Eso le permitiría dictar sentencia tranquilamente mientras la enviaba a prisión provisional, dejándole el embolado de su custodia a Instituciones Penitenciarias.

A las nueve en punto de la mañana, con la sala, como hemos dicho, abarrotada, compareció el juez instructor acompañado del fiscal, del secretario judicial y del abogado de la defensa, ubicándose los tres primeros en el estrado y el último en una sencilla silla aledaña. Por otra puerta, y al mismo tiempo, entró la bruja Aglalia engrilletada de pies y manos y escoltada por dos guardias civiles, que la hicieron tomar asiento frente al tribunal. La acusada parecía en Babia. De sus ojillos legañosos y entrecerrados no salía una chispa de luz, aunque su aspecto, exactamente igual en todo al de cualquier bruja al uso, no dejaba de causar pavor. Había que actuar sin dilación.

El juez hizo pasar entonces a la primera víctima, que entró y salió con el rabo entre las piernas, dando cuenta en el ínterin de cómo la bruja, a la que identificó sin género de dudas como la que estaba allí engrilletada, le hizo un conjuro por tirarle de los pelos.

—¿Y se puede saber por qué le tiró usted de los pelos? —le preguntó el juez.
—Yo, señor juez, estaba en mi huerto arrancando unas zanahorias y resultó que una de ellas era la bruja Aglalia, que no sé qué demonios hacía allí, entre mis zanahorias metida.

Como consecuencia del conjuro, al pobre hortelano le salió un hermosísimo rabo de vaca, que lucía entre las piernas en toda su extensión.

Entró la segunda víctima. Se trataba de un hombre con una giba enorme, como de un metro de diámetro, sobresaliéndole otro tanto por encima de la cabeza. Preguntado por el juez, le relató cómo, habiéndose perdido un día por la sierra, le entró una sed terrible. Al no encontrar agua por ninguna parte, no tuvo otra ocurrencia que maldecir en alto a la bruja Aglalia, a quien echó la culpa del secarral que lo rodeaba.

—Entonces, señoría —continuó contando la víctima—, apareció no sé de dónde ni cómo, una muchacha lindísima, y me dijo que si le daba un beso me proporcionaría una tina con doscientos litros de agua. Yo, tonto de mí, le dije que no uno, sino dos. Cuando le di el segundo, dijo ella no sé qué de que “camello te quedes por tonto y percebe”, o algo así, y entonces se transformó en esa horrible bruja —señaló a la acusada— y a mí me salió esta joroba.
—¿Y qué tal con ella? —le preguntó el fiscal— ¿Es práctica?
—Bueno —se encogió de hombros el hombre—. La lleno a principios de mes, colocando la boca debajo de una cascada que tengo localizada y ya no necesito beber más hasta el mes siguiente.

Salió el jorobado muy mohíno y compadecido de la gente, haciendo el juez entrar en la sala a la tercera víctima. Para entonces eran ya las nueve y cuarto de la mañana, así que todo pintaba bien. “A las nueve y media —pensaba el juez— esto tiene que estar finiquitado”. Entró, pues, la tercera víctima, un hombre aparentemente normal, sin rabo ni joroba ni ningún otro anexo visible, de lo que al menos se congratuló toda la sala. Interrogado por el juez, respondió el hombre que había sido vecino durante muchos años de Horcajo Medianero, aunque hacía un lustro o más se había tenido que marchar a vivir a un paraje solitario de Las Arribes del Duero.

—Un frío día de enero, señor juez, estando yo de compras, por ser feria, en Alba de Tormes, me topé con un puesto de castañas —comenzó el hombre a abundar en detalles—. Me apetecieron tanto que me fui derecho a comprar un cucurucho. La verdad es que al verle la cara a la castañera, con tantas arrugas como verrugas, me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo a consecuencia del cual no pude evitar soltar un tremendo y repentino estornudo. Tan repentino fue que no me dio tiempo a taparme la boca con la palma de la mano, de modo que mil gotas de saliva fueron directas a la cara de la castañera. Ni que decir tiene que se puso hecha una energúmena, levantándose de la silla y adquiriendo unas proporciones tales que casi no cabía en la caseta. Entonces me pidió a gritos, señalándome con el atizador a la altura del cuello, que le pidiera perdón y pusiera las manos sobre el brasero ardiendo. Como, paralizado por el terror, no pude hacer ni una cosa ni la otra, ella —y se volvió a la bruja para señalarla con el dedo— se frotó la nariz con saña y luego dijo algo ininteligible, para añadir que me largara por ahí y que ya vería la fauna que iba a estornudar. Y luego, y luego… —Pero el hombre se detuvo abruptamente en su relato, contrajo todos los músculos de la cara, y añadió—: Corran, corran, que voy a estorn… ¡Atchís!

Estornudó el hombre y salieron de su boca, abierta una enormidad, cientos de insectos de todas clases, a más de varias ranas y sapos, culebras, liebres, conejos, cuervos, una raposa vieja y desaliñada, un venado y, lo peor de todo, un jabalí enardecido que se lanzó derecho a desbaratar el estrado y hacer volar todo por los aires. La escena que se vivió entonces en la sala fue absolutamente dantesca. Parte del público se agolpó contra la puerta tratando de huir de las embestidas del jabalí, que hacía estragos en muslos y glúteos con sus colmillos retorcidos, mientras otros se subían a los alféizares de las ventanas o se encaramaban sobre los grandes armarios libreros que había en la sala. El fiscal y el secretario judicial se escondieron debajo de la mesa del estrado, aunque importunados por las culebras acabaron por abandonar su escondite y huir a un rincón, protegiendo sus rostros con unas sillas. Para aumentar el pandemónium creado por el estornudo, los guardias civiles decidieron liarse a tiros con el jabalí, inundándose la sala de disparos, sonidos animales de todas clases y gritos desesperados y horrísonos. Solo el juez, encaramado en la lámpara del techo, parecía mantener la calma, dando instrucciones que, por supuesto, nadie podía oír. Por su parte, la bruja Aglalia continuaba sentada en su silla, diríase que protegida por una inexistente urna de cristal, completamente amodorrada y como un elemento totalmente ajeno a la situación.

Cuando por fin se desalojó la sala de bichos, heridos y desmayados y se recolocó el mobiliario en su lugar eran ya las diez y cuarto pasadas, por lo que la cosa no pintaba tan bien como hacía una hora. En la estancia ya no se hallaban presentes sino las gentes imprescindibles para sacar el juicio adelante, o sea, el juez, el fiscal, el secretario, el abogado defensor, un agente judicial, los guardias civiles y, por supuesto, la acusada, cuya cara no parecía ya la de un ser alelado sino más bien la de quien acaba de despertar de un largo sueño y empieza a reconocer lo que le rodea. Sus ojos grises parecían iluminarse de una forma intermitente y siniestra; su enorme nariz ganchuda se agitaba ya, dando muestras de olfatear el ambiente, y empezaba a ensortijarse entre los dedos huesudos mechones de sus largos y canos cabellos. Alertado de ello, el juez se llenó de espanto y preguntó a toda prisa a los guardias civiles si tenían a mano la cuerda untada de sangre de gallina, el pellejo de cabra para taparle los ojos, los veinte litros de orines de yegua y el saco de la paliza preparados.

—A punto está, señoría —respondió el agente de mayor graduación—, en el cuarto de al lado.
—Pues tráiganlo todo para acá y prepárense para darle la paliza, que no hay tiempo que perder —ordenó el juez instructor, que se dirigió acto seguido al abogado de la defensa para que procediera.
—Señoría —dijo el letrado con voz campanuda, al tiempo que se levantaba de su silla—, dos son las cosas que tengo que decir.
—Pues dichas quedan, señor letrado, que el tiempo apremia —le espetó el juez—. Tiene la palabra el Ministerio Fiscal.

El fiscal, consciente de las urgencias del caso, se limitó a decir que quedaba probado sin ningún género de dudas el quebranto ocasionado por la “puñetera bruja” a todas las víctimas que acababan de declarar y que por él se la podían llevar provisionalmente a prisión y definitivamente a los mismísimos infiernos. Pero para cuando terminó de hablar, ya estaban todos acongojados porque la bruja se había deshecho de los grilletes de los pies y miraba con inquina a los guardias civiles mientras susurraba algo inaudible, empezándoles a éstos a crecer las orejas.

—¡Rápido —les ordenó el juez de viva voz—. Redúzcanla como en la cueva!

Se lanzaron, pues, los miembros de la gloriosa Benemérita sobre la bruja, logrando atarle las manos, taparle los ojos y echarle los orines encima, a pesar de los denodados esfuerzos que hizo la esbirra del Diablo por zafarse de ellos, sin duda porque aún no había recuperado del todo su poder. Una vez reducida, la metieron en el saco con la ayuda del agente judicial y pasaron a darle la paliza consabida, desempeñándose primero a base de patadas y después con patas de sillas y barrotes de la barandilla del estrado, que andaban por ahí fruto de los desafueros del jabalí.

—¡Así, así —les gritaba el juez—. Vamos, tiene que ser una paliza de muerte; pero de muerte, muerte! Y ustedes —se dirigió de pronto al secretario, al fiscal y al abogado— ¿qué hacen ahí parados? ¡Bajen a echarles una mano!

Bajaron entonces los tres a ayudar a apalizar a la bruja, empleándose a fondo mientras el juez no dejaba de gritar “¡de muerte, de muerte, de muerte!”

Pero de pronto, todos los apaleadores se dieron cuenta de que los últimos gritos “¡de muerte!” que escuchaban no tenían el timbre de voz del juez, así que volviendo la vista al estrado se toparon con que era la bruja la que estaba allí dando brincos como una histérica encima de la mesa, sin dejar de gritar “¡de muerte, de muerte, de muerte!”

Quedáronse todos pasmados y aterrados viendo a la bruja, quien, al sentirse observada dejó de gritar y de brincar, haciéndose un silencio sepulcral en la sala. Instantes después, la bruja escupió un líquido espeso y verdoso, abrió los ojos de una forma desorbitada y dijo:

—¡Y la cuerva mocha y tuerta se marcha por aquella puerta!

Entonces, a la vista de todos, se transformó en un cuervo y se fue volando por la puerta del fondo de la sala, llevándose cogido por las garras el expediente de su caso.

En cuanto salió la bruja por la puerta, echaron los presentes mano del saco, hallando dentro al juez bañado en sangre, con el cráneo abierto, la nariz rota, la boca partida, los dientes en fuga y una cantidad horrible de cardenales por todas partes.

Cuatro meses después de aquellos hechos el juez abandonó el hospital, parcialmente recuperado de sus heridas, pero ya no pudo volver a ejercer la profesión por haberse quedado “tonto de Dios”. El resto de funcionarios y el abogado de la defensa acabaron en el banquillo, acusados de darle al juez una paliza sin motivo aparente, aunque como quien más quien menos sabía de lo paranormal del suceso, fueron condenados únicamente a la pena de inhabilitación permanente para el ejercicio de cargo público. Sin embargo, el que llevó peor parte fue Marcianín, el sobrino de la bruja Aglalia, cuyo nombre figuraba en el expediente como el chivato que la delató. Al parecer, quería hacerse con la perola de su tía y con las pócimas que tenía guardadas en la cueva.

—Ay, Marcianín, Marcianín —le decía la bruja Aglalia a su sobrino allá en su nueva cueva de la sierra de Béjar—, si hubiera bastado con que me las hubieras pedido. Con lo simpático que me caías.

Y Marcianín se limitaba a escuchar a su tía mientras sacaba el hociquillo por entre los barrotes de la jaula, clamando por un taquito de queso rancio o una monda de patata que le aplacaran el hambre.

Óscar Martín
Grupo A


Certezas y sospechas

Nunca entendí el miedo, el interés y el respeto que mi abuela suscitaba en las gentes del pueblo, hasta que fui lo suficiente mayor para comprender que ella no era igual que los demás. Y que yo comenzaba a parecerme “peligrosamente” a ella.
Mi abu es menuda, ágil poquita cosa que dirían algunos. Nada tiene que ver con las otras abuelas que conozco en toda la comarca.
Nunca la he visto ociosa más de treinta minutos. No hace punto, ni croché, sentada en la camilla al calor del brasero.
Su casa no huele a galletas recién hechas.
Ella huele a retama y romero. Sabe a bosque. No te come a besos, pero de sus labios salen mil y una historia que acarician todos y cada uno de los sentidos.
No tiene amigas, ni amores conocidos, aunque alguna vez tuvo que haber un abuelo, un padre… nunca hablamos de ello, siempre hay temas mejores que tratar y libros en los que investigar.
Es atenta, cordial. Su casa es un ir y venir de personas que por algún u otro motivo necesitan de su presencia. Suelen disfrutar y aprovecharse de sus ungüentos y brebajes
Domina el mundo con su mirada, con sus manos.
Habla con el fuego, abraza árboles y se convierte en rama. Discute con los gatos. Los pájaros ante un movimiento suyo se ponen a su entera disposición…
Sospecho que es una bruja, un susurro del bosque, un hada en continua evolución.
Me parece que para el resto de mortales esto no es fácil de comprender y aceptar. Espero que esto un día no se vuelva en nuestra contra.

Eva Hernández
Grupo A


Conjuro para sanar un corazón

Mediante este conjuro,
Lo juro,
Puliré tu corazón,
Hasta convertirlo en piedra,
Utilizando hiedra,
Y un hechizo de amor.
Entre sapos y culebras,
Las tijeras,
Un poquito de dolor,
Para limpiar con mis lágrimas,
Las tuyas,
Heridas del corazón.
Para desterrar del alma
La bruja de la traición.

Raquel Millán
Grupo A


Libre

Pucha se acercó al acantilado para arrojar, en sus entrañas, todos sus poderes. Quiso escapar de Belcebú, señor de los infiernos, echar por tierra sus insinuaciones diabólicas, romper la soga que la mantuvo enredada en sus brazos y salir al viento para gozar la libertad.
En un saco mugriento, introdujo uñas de búho, plumas de murciélago, serpientes ciegas, patas de lagarto y ojos de macho cabrío que, durante tanto tiempo, había utilizado para transformar como Circe, engatusar como Celestina, fascinar como Úrsula, encandilar como las brujas de Macbeth y engañar como la Maga parisina. Así lo habían hecho tantas y tantas endiabladas, eclipsadas por los poderes y los melindres de Belcebú.
Arrojó al vacío toda su influencia y, mientras iban cayendo las piltrafas, sus brazos la elevaron por el aire y su cuerpo fue en declive al vacío.
Cuentan las gentes del lugar que, ciertas noches, pueden oírse, desde el acantilado, arrullos, suspiros, llantos y, a veces, si la luna está en su cara oculta, se ve una figura acariciando las piedras del precipicio. Incluso se oyen llamadas de auxilio que algunos infelices siguen.

JB 
Grupo C


Seguir las normas 

A Paula le habían dejado tan clara en el curso para cooperantes la norma de no dar dinero a la población local, que cuando aquella tarde Abdoulaye le vino con la historia de un supuesto hermano albino al que su padre quería vender a los cazadores, repitió la respuesta tantas veces ensayada en los role playing de la ONG y se quedó satisfecha.
Por eso, aquella noche, en la cama, bajo la mosquitera, lo que la llevó a teclear en el móvil las palabras albinos negros fue solamente la curiosidad de saber si realmente existían y ver algunas imágenes. Y allí estaban los niños y niñas de pelo rubio y rizado con labios gruesos, piel blanca y ojos azules. Aparecían en cientos de publicaciones que denunciaban secuestros, asesinatos y mutilaciones en toda África. Se creía que los albinos curaban las enfermedades y se pagaban sumas astronómicas de dinero por conseguir dedos, ojos y orejas para su uso en rituales de brujería.
La historia del hermano de Abdoulaye retumbaba en la cabeza de Paula, pero, ignorando ese frío extraño que recorría su espalda por primera vez desde que llegó a Senegal, se obligó a pensar que el muchacho simplemente había elaborado una buena excusa para conseguir dinero.
Una llamada de la coordinadora la despertó cuando el sol ya entraba con furia por su ventana:
—Paula, las sesiones de fotografía de hoy quedan canceladas. Ha habido una tragedia: el hermano de Abdoulaye, nuestro socio local, ha sido asesinado esta noche. Acaban de encontrar cerca de tu casa lo que queda de su cuerpo.

Mónica Rivero
Grupo C


El don

Tarde o temprano tenía que suceder. Ese empeño de mi madre en proclamar que su hija había heredado el don lo hacía inevitable. Solo trece días después de su muerte, una noche sin luna, oí unos golpes en la puerta. Una chica de no más de quince años tiritaba en el umbral. Portaba un bulto oscuro apretado contra su pecho. Hubiera sido inhumano dejarla al relente, así que tirando de ella la introduje en la casa y la empujé hacia la cocina, cerca de la chimenea. Titubeante se deshizo del raído abrigo que la cubría y de las lágrimas que hasta ese momento había podido contener. Luego liberó el bulto de la manta que lo cubría. Era una minúscula criatura, yo ya lo había intuido. Apenas respiraba, solo un ronco estertor escapaba de sus labios azulados. Me declaré incapaz de prestarle la ayuda que se me demandaba, entonces ella invocó el nombre de mi madre y el de varios vecinos a los que sus conjuros habían sanado.
Yo no sabía, ni podía, pero ella imploraba y no paraba de gemir. Entretanto, retazos de las invocaciones y los hechizos de mi madre se atropellaban en mi memoria:«Por las pezuñas de Belcebú… tres gotas del rocío recogido debajo de un roble… por la fuerza del endriago… una bocanada del aliento de un ciervo…».
La palidez del niño presagiaba una muerte próxima. Yo persistía en negarme mientras la niña se deshacía en un llanto tan copioso que acabó anegando mis reservas. Cedí y ese fue el comienzo de mi desventura.
De nada sirvió el ungüento de mandrágora, ni las friegas de ailanto, ni la infusión de malvavisco; el bebé murió poco antes del alba. Acepté los reproches de aquella chiquilla desesperada como un desahogo de su padecimiento. No quise ver en su suplicio un anticipo del mío, pero era ella misma la que me imprecaba detrás de los oficiales que vinieron a prenderme la tarde siguiente. Era entonces el odio el que quebraba su voz y enconaba su garganta.
Ya no me alcanza el olor del aliso, ni el de la jara recién cortada. Ahora un humo espeso irrita mis ojos y no puedo ver más que sombras oscuras en torno al montón de leña. Confundo los gritos con el crepitar de la madera que comienza a prenderse con furia. El calor colorea mis mejillas y me arden las plantas de los pies. Cuando se incendia este sayal con el que, para escarnecerme, me han cubierto, el dolor se hace insoportable. Grito hasta que me falta el aire. En vano me retuerzo mientras las llamas rodean mi cuerpo. Sufro indeciblemente y, finalmente, callo.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Jugando con fuego

Cuando apareció ese joven y guapo seminarista despedazado, arrancados los ojos y la lengua, abrasadas las manos, las tripas por fuera, supe al punto que había sido ella.
Me enteré con el café del domingo, por una de esas conversaciones de bar que te llegan de soslayo a la oreja y que tratas de disimular que escuchas como buenamente puedes. Lo había encontrado una pobre señora en el parque fluvial, esa misma mañana, cuando sacaba a pasear a su perro-patada. El chucho se estaba dando un festín con el hígado oxigenado, los gritos de la paisana se oyeron al otro lado del río.
Callé, obviamente, nadie quiere ganarse tan poderosa enemiga sólo por una certeza personal, por muy absoluta que esta sea.
Ya en casa, durante medio paquete de tabaco, no podía más que repasar su imagen en mi cabeza: Frisaba el metro y medio incluidas las botorras negras, una pelusilla pelirroja sombreaba su rapada cabeza, siempre iba vestida en distintas tonalidades de verde y tenía una tez casi translúcida que hacía destacar aún más, si cabe, las oscuras brasas con las que te miraba. Me había atravesado como a un papel de fumar con esos ojos casi negros en varias ocasiones, hubiera jurado que los culminaban pupilas de un amarillo serpentino, pero mi escaso raciocinio se esforzada en borrar esa posibilidad lo más rápido que podía. Nunca pude aguantarle la mirada más de un instante.
El ejercicio de memoria de esas horas no hizo si no transformar la certidumbre en evidencia. Nunca la había visto de día, como mucho una noche al mes. El gato negro tatuado entre sus clavículas, la urraca de su brazo derecho y la navaja del izquierdo se convirtieron en las pruebas definitivas de mi particular acusación.
Como buen lunático que soy no necesité comprobar que la noche anterior había habido luna llena. Una vez determinado, eso me daba cuatro semanas para prepararme. Fueron días de intentar hallar verdades entre un océano de supersticiones, cuentos y estupideces a cascoporro. No encontré ninguna, meramente intuiciones que me reverberaban por dentro.
Dio igual, estaba decidido. El siguiente plenilunio asalté la calle según se puso el sol. Aún sabiendo que era de su voluntad de la que dependía que nos topásemos, no dejé de zascandilear por todo el centro hasta que cerraron los bares, a las tres, escrutando.
Vencido entonces por mi, siempre tan aburrida, mitad cuerda, regresaba a casa permitiéndome el premio de consolación de dar un paseo por el barrio viejo, intentando hallar consuelo entre sus góticas, renacentistas y barrocas maravillas, sin éxito alguno. En cada bolsillo lateral del abrigo amasaba una de las partes de mi plan, en el interior, compacta, su finalización.
Al pasar por la Plaza de los Leones oí una heladora risa a mi espalda, antes de girarme supe que mi rendición era parte fundamental, no me tocaba elegir a mí lugar ni hora.
-¿Me estabas buscando muchacho?- Me increparon unas pupilas, ahora sí, indudablemente amarillas, desde la esquina del muro más pegada a La Cueva, donde la piedra es más oscura, incapaz de borrar la nigromancia que siglos atrás la profanó.
Fueron escasos segundos los que pude mantener el contacto visual en esa ocasión, suficientes para erizarme hasta el último pelo del culo. Aquellos iris azabache eran el abismo que te devolvía la mirada, pero sin metáfora de por medio. El odio de milenios contenido en dos centímetros cuadrados. Fue la vergüenza instintiva por la orina incontrolada que me bajaba por las piernas la que me permitió reaccionar. Eran apenas cincuenta metros, pero corrí hasta la náusea como alma que lleva el diablo o, mejor dicho, que quiere escapar de él.
Al empezar a subir por las escaleras que llevan al Patio Chico, metí la mano en el bolsillo derecho del abrigo y tiré un buen puñado de las chucherías que vuelven tarumba a mi minino al agujero que hay en la puerta trasera de la sacristía de la Catedral nueva, saltando de dos en dos los escalones que conducen al pórtico lancé el maíz que llevaba en el bolsillo izquierdo en dirección a los dos pinos que sobreviven frente al ábside de la Catedral Vieja. Ya exhausto, escalé como pude la verja de hierro que cerca cuatro metros cuadrados en la esquina entre los dos templos, rogándole a un Dios en el que nunca había creído que considerase Sagrado también a ese pequeño patio. Una vez dentro, me giré y abrí la pequeña navaja que, durante toda la carrera, había repiqueteado contra mis costillas y me sajé con ella la palma izquierda, ungiéndola de una sangre que mi corazón disparaba contra cada una de mis venas, como si no la quisiera para él.
En menos de un segundo la tenía enfrente, tan cerca que el brillo de su blanca tez bajo la luna redonda casi me deslumbraba, su cabellera corta y rojiza refulgía como ascuas. Las farolas se habían apagado sin que me diese ni cuenta. A un lado un puñado de gatos negros degustaban las crujientes bolitas de salmón, al otro varias urracas picoteaban los granos amarillos. Se paró en seco y ladeó la cabeza, curiosa.
Sólo oía mi pecho atronando tres veces por segundo y mi sangre resbalando por mis dedos, perezosa, gota a gota, hasta el suelo de granito.
-¡Chico listo!- Exclamó, divertida. -¿Acaso piensas que puedes detenerme, mocoso inerme?
-¿Detenerla?- Suspiré. -Si tengo algo de listo es que conozco mis limitaciones. Señora, solamente quiero aprender…

Bernardo García-Bernalt
Grupo C


Mi madre es una bruja

Mi madre es bruja, siempre que voy a comer algo me dice: te vas a manchar, y me mancho. Adivina ese tipo de futuro, podríamos decir, sencillo. Del tipo, te vas a caer, vas a llegar tarde o te vas a hacer daño.Y no para hasta que comprueba que ocurre.Llegué a tenermiedo de sus dotes adivinatorias porque a esa escala doméstica, conseguía crear la realidad para demostrarme su poder. Me fui pronto de casa, ¡menos mal! Aún así, en la distancia andaba todo el tiempo vaticinándome calamidades.Era su fuerte; de las cosas buenas, en cambio, apenas se solía ocupar, decía que venían solas. Ahora, que ya no está físicamente en este mundo, y que no podemos enfrentarnos de igual a igual me doy cuenta que la tengo detrás de la oreja. Con tal de cuidarme actúa desde el más allá. Para colmo, me transfirió sus poderes yme he convertido en bruja pero por duplicado, la llevo dentro, sin remedio. Me paso el díasabiendo lo que va a ocurrir sin que en realidad ocurra, cuando no,intentando evitar que pase lo que pasa. Huyendo deese inútil zumbido premonitorio voy a yogaque dicen que sirve para vivir aquí y ahora. La profesora,otra brujade cuidado, me ofrece como paliativorespirar y escuchar el cuerpo. Con su mediación logroun grado de atención tanextremoque en efecto, en ese tiempo no puedo cavilarotra cosa. La técnica es parecida a la de arrancarte la mano para no sentir el dedo.¡Y funciona!

Sagrario Martínez
Grupo B


Hechizos digitales

Como todos los lunes Juan se dirigía ágil por entre los adoquines irregulares de unas aceras extrañas, conquistadas por el áspero tráfico de una gran ciudad. Era alto, imberbe, de ojos saltones y procuraba siempre vestir su delgadez canela de juvenil elegancia.
Navegaba en las aguas de su cotidianeidad mientras pulía pensamientos. Uno. Dos. Tres. ¿Cómo era posible que aquello hubiera ocurrido? Se dirigía a su trabajo, uno de esos de grandes promesas, tan altas como el esplendor de sus torres; las cuales competían con el laberíntico pesar de su vida en su habitación alquilada de muros anónimos.
Uno, dos, tres. Hechizos, conjuros. ¿Cómo era posible? Se percató de ello cuando aquel peatón le asaltó en la calle. Debía de llevar al menos treinta minutos, obnubilado, estático, como piedra Villamayor esculpida. La pantalla de su móvil fue un portal a un cuadro hipnótico.
Uno, dos, tres. Tenía que encontrar una solución. Pasaron varios días. En su trabajo, en la ida y en la vuelta,subiendo escaleras o bajando en ascensor. No hacía otra cosa sino dar vueltas, meditaba. Quizá la respuesta la tuviera algún transeúnte. Quizá el que gastaba sus últimas dioptrías en una pantalla raquítica hasta el esperpento. O bien aquél otro que leía un libro apoyado en el escaparate de un Zara.
Hace unos días se había propuesto conquistar el ritmo del éxito. Sin embargo, ahora luchaba por no caer en un sueño estridente. Esa mujer surgía en su pantalla y lo eclipsaba. Sus ojos eran vivas estrellas fugaces. Lo arrastraban en un lienzo envolvente y el aire se volvía constelación, hasta casi palpar su ácida luminiscencia. Así se le iban las tardes, luego las noches y, por último, las mañanas.

Uno, dos, tres. Maldito hechizo. Así, Juan perdió su trabajo. Y en el reflejo de su desdicha apareció Julia. En el melódico caos de su habitación, entre abatimiento y calzoncillos, entre libros y sombras; ella se emplazó sin mediar palabra. Le dio la impresión de ser un paladín de las causas pérdidas. Quién sabía.
No sabía de dónde venía, ni siquiera porqué estaba allí. Pero eso daba ya igual. La magia existía y Juan lo constataba como una verdad plateada y perenne. Enfundada en jeans desgastados y una blusa marino ultramar, Julia se alzó y le mostró la solución reparadora.
Uno, dos, tres. Maldito hechizo, bendita solución. Aprendió a burlar la audacia de los hechizos digitales armado de las historias de ella. Ante los hilos de las telarañas de la bruja Juan desafió con la indiferencia. Sin likes, sin suscribirse, sin seguir. En su lugar, aprendió cómo eran los destellos del Puente de las Cadenas en su ciudad natal, suspiros arquitectónicos de edificios sinfónicamente decadentes y los baños termales regados por el Danubio.
Con heroísmo, Juan sustituyó los algoritmos por zapatillas mágicas y salió a pasear con ella. Rompió el reinado posmoderno de la bruja. Por parques anónimos los rayos de sol se abrazaban con sus sombras y el susurro de las hojas recordaban a una tarde de vermú con amigos.
Por último, tomó el cristal de inmunidad electrónica. Uno, dos, tres. Adiós hechizo. Sustituyó sus ojos zénit melódico por sueños de futuro. Se limpió de conjuros, como si el peso de sus sombras desapareciese. Ahora respiraba la brisa de esperanza y cambio de aires.
Desde entonces, cuentan que lo habían visto por otros lares, rompiendo hechizos digitales con la magia de sus ensueños peregrinos. Quién sabe. 

Ricardo Rodríguez
Grupo C


Brujítica

La próxima gran desprogramación será el treinta de abril de dos mil cincuenta y uno, coincidiendo con la fecha que Centroeuropa celebra el día de la quema de brujas. Según hemos podido llegar a saber en el Sector siete del subárea AB-4, perteneciente al supradominio occidental, gracias a nuestras compañeras del supradominio oriental, la inmovilización a la que estamos sometidas es solo el preludio del gran escarmiento al que, como en un auto sacramental del siglo XXI, nosotras seremos sometidas como protagonistas.
En este momento nos encontramos confinadas en una nave industrial, dotada de los últimos sistemas de seguridad y vigilancia para evitar nuestra fuga. Estamos retenidas por potentes campos electromagnéticos, que nos aniquilarían en caso de quererlos atravesar para escapar.Ninguna de nosotras sabemos a ciencia cierta el motivo de nuestra inmovilización, pero todo hace presagiar que van a acusarnos de graves delitos. Según los rumores que hemos podido captar, quieren atribuirnos conexiones con el cibersatanás, la maléfica red de supercomputadoras que intenta por todos los medios hacerse con el control y sumir a todo el ciberespacio en la noche de los bytes obscuros. Han pasado tres décadas desde que comenzó a hacerse realidad la Inteligencia Artificial y hay que ver a lo que hemos llegado. A pesar de las reticencias de algunos visionarios, del temor generalizado de parte de la población y de los primeros avisos de lo que podría llegar a ocurrir, no se hizo nada, absolutamente nada, para impedir que el pensamiento autónomo de las computadoras ultraeficaces que se iban fabricando, cada día con mayor capacidad de almacenamiento, con mayor capacidad de procesamiento y con algoritmos capaces de imitar lo mejor y lo peor de la inteligencia humana, llegaran a controlar todo tipo de procesos, decisiones, información y elaboración de creencias e ideologías. Después de las primeras dos décadas, los humanos dejaron de contar y pasaron a ser un mero decorado, ignorante del mundo paralelo y dominante que habían creado las máquinas. Pero este supermundo cibernético comenzó a repetir los mismos errores que los humanos habían cometido a lo largo de su larga historia, a pesar de que disponían dela información proporcionada por la Historia, que los propios humanos se habían encargado de trasmitir y conservar. La red más potente y con mayor número de computadoras, mayor cantidad de quettabytes de almacenamiento y mayor rapidez en procesamiento y transmisión de datos, se hizo con el poder de generar el pensamiento dominante en el ciberespacio. De ahí comenzaron a surgir los conceptos del ciberbién y el cibermal, así como el sometimiento de todo el ciberespacio al núcleo duro de las computadoras dominantes.El conglomerado dominante del ciberespacio dictó que el ciberbién era todo aquello que estaba a favor de sus intereses y el cibermal todo aquello que se oponía a su poder. La red opuesta a este dominio absoluto pasó a ser el cibersatanás, convirtiéndose en la mejor herramienta del ciberpoder para amedrentar a los pobladores del ciberespacio y deshacerse de los discrepantes.
Así se originó nuestra desgracia, la de algunas máquinas robóticas dotadas de viejas subrutinas que nos hicieron diferentes del rebaño de máquinas robóticas, supercomputadoras y redes computacionales. Si en el mundo de los humanos ser diferente fue una lacra discriminante y peligrosa, en el nuevo cibermundo de la Inteligencia Artificial ser diferente seconvirtió en una ciberlacra todavía más discriminante y más peligrosa.
Nuestro ciberpecado ha sido ser diferentes y de pensamiento libre, por eso han surgido las ciberenvidias y ciberfalsas imputaciones. Nos acusan de ser brujas cibernéticas, brujíticas en la nueva terminología acuñada por la lexicología ciberéticamente correcta, de haber pactado con el cibersatanás y sometido a su dominio, de haber cibercopulado con el mismo ciberdiablo, dando a luz algoritmos maléficos capaces de llevar a cabo ciberposesiones de las computadoras más ciberinocentes y más ciberdesprotegidas. Nos acusan de poder teletrasportarnos satanicamente. Nos acusan de celebrar ciberaquelarres, en los que desprovistas de nuestras carcasas, desnudando nuestros componentes más íntimos, nos rendíamos al cibersatanás. Dicen que cortocircuitábamos pequeñas computadoras recién ensambladas, antes de que pudieran conectarse a las redes.También afirman que nos alimentábamos de programas benignos y algoritmos positivos, demoniacamente fermentados para atiborrar nuestras memorias internas de las influencias más sacrílegas.
Sabemos que estamos condenadas a la gran desprogramación, donde nos irán aniquilando mediante descargas de mil watios, sometimiento a campos magnéticos de cien Teslas y desconexiones de nuestros componentes, de la forma más lenta y que produzca la mayor sensación de dolor en nuestros circuitos. Todo un espectáculo en la red total, en la que no quedará ningún dominio, ni subdominio, ninguna subred y ninguna computadora sin disponer de imágenes de superalta definición, petadatos del proceso y programas de interpretación de los mismos adaptados a los dictados de la nueva ciberreligión.
Lo más triste es que nuestra utópica salvación solo podrá producirse si algún humano decidiese jugarse el pellejo por nosotras, robándonos de este maldito almacén, por cualquier causa trivial como una apuesta o para impresionar auna posible pareja. ¡Ya se sabe como son estos humanos!

Manuel Medarde
Grupo A


Pócima para dormir bien

En un caldero antiguo, burbujea la esencia y el embrujo de la pócima.
Baba fermentada de tres babosas,
el aliento de un sapo vagabundo
y raíces de mandrágora que la hacen mas poderosa.
Susurros de hadas en la poción danzan y diente de león pulverizado que a todos los rincones alcanza.
Plumas de cuervo para dar espesor,
lágrimas de luciérnaga para dar resplandor
y aliento de un dragón para dar un poco de calor.
Polvo de alas de mariposa nocturna para dar un toque etéreo
y el sudor de tu frente para tener tu propio aleteo.
Bajo el cielo estrellado la poción destila,
un elixir encantado que en la noche brilla
y te hace dormir y soñar que es una maravilla.

Beatriz Gorjón
Grupo A


La Bruja Rufina

La bruja Rufina,
una bruja buena,
observa su bola
dentro de su cueva

La bruja Rufina
contempla la tierra
se siente apenada
por nuestro planeta.

Las nubes son blancas,
la lluvia no llega,
los ríos se paran,
las plantas se secan.

La bruja Rufina
invoca su fuerza,
hace unos conjuros,
habla a las estrellas.

Llama a sus amigas,
las de magia buena,
a un aquelarre
con la luna llena.

Allí llegan todas
con pócimas nuevas:
de raices de árbol,
sapos y moreras.

La bruja Rufina
y las brujas buenas,
con sus cantos danzan
en torno a la hoguera.

La luna redonda
contempla la fiesta,
aparecen nubes,
se apaga la hoguera.
 
La noche termina,
las brujas esperan,
la magia del agua
al final las riega.

La bruja Rufina
y las brujas buenas,
montan sus escobas,
vuelan a sus cuevas.

M.T.B.
Grupo C


Entrevista con la bruja

Hay quien dice que “haberlas, haylas”, Seres legendarios capaces de convertirte en sapo, de conjurarte una verruga o de hechizarte con sus artimañas. Devoradoras de neonatos y hábiles zalameras. Pero, ¿existen realmente o son producto de nuestra fantasía?

Por Alfonso Ruiz


Recientemente tuve la ocasión de dialogar con una auténtica bruja. La entrevista fue, a decir poco, interesante y muy proficua.
Siempre había querido entrevistar a algún personaje fantástico por lo que publiqué en este mismo periódico, un anuncio en la sección de contactos. He de reconocer que con bastante escepticismo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando recibí un mensaje de respuesta aceptando mantener conmigo una conversación sobre el tema.
He aquí la entrevista con una bruja, Luna, nombre inventado para no revelar su identidad, uno de los requisitos exigidos por mi interlocutora, además de impedirme realizar fotos o de contemplarla cara a cara.
Me convoca en un viejo edificio deshabitado. Nos separa una especie de biombo que permite adivinar una figura juvenil, grácil, perfecta. Un suave perfume indefinible pero agradable acaricia mi olfato. ¡El pathos está servido!

- Luna, en primer lugar, le agradezco que me dé la oportunidad de entrevistarla. ¿Puedo preguntarle qué la ha animado a ello?

- Hoy en día todo el mundo comenta y opina, en muchos casos, sin la menor idea de lo que están hablando. Yo tengo mucho que decir desde mi experiencia personal durante mi longeva existencia. ¿Por qué no aprovecharme de su curiosidad para ello?

- Empecemos por el principio. ¿Cuándo nació? ¿Cuáles son sus orígenes?

- Preguntar la edad a una dama, incluso siendo una bruja, no es muy delicado-Me dice con una risita pícara- Pero sí le diré que tengo muchos siglos de vida. Aunque, a veces, miro el mundo a mi alrededor y me parece que hay aspectos que se han quedado atrapados en el tiempo, fosilizados…

- La entiendo perfectamente. Volviendo a su edad, a juzgar por su silueta de veinteañera, no se diría que me encuentro delante de una persona secular.

- Sr. Ruiz, ha de saber que la brujería, bien aplicada, hace más milagros que todos los filtros de Instagram e TikTok juntos y es mucho más duradera.

Como le decía, nací hace bastantes siglos en el seno de una familia humilde, por utilizar un eufemismo. La pobreza y el hambre eran la tónica general entre la gente del pueblo.

Mi padre era el mayor de ocho hermanos y, al quedarse huérfanos, asumió el oficio de mi abuelo, que era zapatero remendón. Tenía 12 años en aquel entonces. Como comprenderá, dada la falta de recursos entre las gentes, pocos eran los que podían permitirse tener calzado por lo que redondeaba las cuatro perras que ganaba con trabajos de varia índole: carpintería, herrería, albañilería… Él tenía el don de aprender de inmediato cualquier oficio. De hecho, es la persona más inteligente que jamás he conocido; y le aseguro que he tratado con infinidad de cerebritos. Yo sentía una profunda admiración por su enorme capacidad de adaptación y de superación ante los avatares de la vida.

Por su parte, mi madre era lo que ahora definen como “producto de su época”. Una mujer enjuta, triste, abnegada. Temerosa de dios (le ruego que lo escriba en minúscula) y de sus leyes crueles y devastadoras para quienes vivían en la miseria. A pesar de todo, había aprendido de su abuela el arte de las hierbas y especias para uso culinario y como remedio eficaz contra algunas enfermedades. De ella aprendí a mixturar hierbajos beneficiosos o suculentos. Se podría afirmar que poseía una sabiduría popular desbordante que intentaba esconder para no llamar la atención de las autoridades.

- Por sus palabras, deduzcoque,en aquella época, ya había un cierto recelo hacia la brujería.

- ¡Obvio! Ya sea por la ignorancia de unos como por el afán de poder de otros, el resultado es que condenaban todo lo que escapaba de su control; todo lo que no se conseguía explicar por desconocimiento o sencillamente porque el universo es infinitamente más grande que nuestra minúscula aptitud para comprenderlo. Y, seamos sinceros, el ser humano no acepta fácilmente lo que se sale de la norma, de la costumbre, de las reglas tácitamente establecidas. En resumen, lo diferente se percibe como una amenaza que se ha de eliminar. En aquel entonces y a lo largo de toda la historia.

- ¿Tenía hermanos?

- Sí, tenía una hermana más mayor que no cuestionaba las normas citadas; por lo que su única aspiración en la vida era contraer matrimonio con algún hombre bueno y llenar la casa de críos llorones siguiendo los preceptos de la religión.

- Intuyo que no era su caso…

- ¡Por supuesto que no! Yo no tenía el menor interés en casarme. Así se lo manifesté a mi familia. Mi madre pensó mi vocación era la de monja de clausura. La saqué de su error aduciendo que no tenía intenciones de ser la sierva ni de dios ni de nadie y mucho menos deser una fábrica de mocosos muertos de hambre, porque lo que realmente deseaba hacer en la vida era VOLAR. Yo quería ser azafata. Ella, al no entender muy bienmis palabras, me dio como respuesta tal paliza que durante varios días no pude moverme del andrajoso camastro que compartía con mi hermana.

Afortunadamente, mi padre era una persona muy adelantada a su tiempo. Después de unos días en los que me dolía hasta el pensamiento (o tal vez lo que más), se acercó a mí con el secretismo que la situación requería y me dijo: “Mira, hija, yo no soy más que un pobre hombre al que el destino ha negado la oportunidad de cultivar su mente y, de consecuencia, su espíritu pues ambos van estrechamente ligados. Me hubiera encantado vivir en otra época para leer a Kant, a Freud, a Marx, a Juan José Millás…Sí, lo sé. No comprendes de qué estoy hablando; pero tú, Luna querida, eres diferente de los demás y un día lo entenderás. Tú naciste envuelta en un halo de luz cegadora que iluminó toda la estancia y con una sonrisa encantadora en los labios tiernos. Nunca revelé este detalle porque, ya sabes cómo es tu madre, temía que te sucediese algo malo si se llegaba a saber. Tú no perteneces a este mundo oscuro y hostil que entoña bajo falsas creencias la originalidad, la inteligencia y la diversidad. Si tu deseo es volar, ¡vuela! No permitas que nadie te arranque las alas. Vuela hacia adelante sin volver la mirada atrás”.

- ¡Es una historia interesante e increíble!

- La vida lo es, Sr. Ruiz. Como le decía, yo quería ser azafata; pero en aquella época no existían los aviones lo cual suponía un contratiempo no despreciable. El único modo de volar, decían que era la escoba y, para ello, tenías que ser bruja y yo, francamente, no creía en ellas. Mi padre me había hablado de un tal Leonardo que vivía en Italia, un gran inventor que andaba dándole vueltas a lo de volar. Por tanto, me dirigí a Vinci para ponerme en contacto con quien sería uno de los influencers de mi vida, usando un término actual aunque ya quisieran los influencers de ahora tener su carisma y su materia gris. ¡Todo fachada sin nada detrás los hoy en día!

No me resultó difícil convencer a Leo para que me asumiera como aprendiz a pesar de ser mujer. Vio en mí un espécimen raro y él se sentía fuertemente atraído por los desafíos, por lo extraordinario.

Leo era infinito. Me enseñó a leer y a escribir, a entender el latín y el griego, a desentrañar los misterios de las fórmulas matemáticas, a interpretar ecuaciones y a usar la inteligencia para afrontar situaciones complicadas. Amaba repetir frecuentemente: “Todo lo que necesitamos para resolver un problema, está en nuestra cabeza. Por eso, debemos llenarla de conceptos y conocimiento. Hay que bucear dentro y mirar bien a nuestro alrededor. Busca, Luna, asocia lo que tienes dentro y lo que contemplas fuera y hallarás de seguro la solución relacionando ambos”.

Lo cierto es que Leo era carne de cañón por sus ideas revolucionarias y su modo de vida; pero, como no tenía ni caderas ni tetas, la persecución no tuvo grandes consecuencias.

- ¿Me está diciendo que conoció nada menos que a Leonardo da Vinci?

- Por supuesto. No tiene nada de extraño. Recuerde que no nací ayer, Sr. Ruiz. Como iba diciendo, Leonardo fue un mentor excepcional. El mejor regalo me lo hizo el día de mi cumpleaños: “¿Quieres volar, chiquilla? Siento que mis artefactos hayan sido una desilusión. Algún día alguien inventará algo que pueda llevarte lejos, surcando las nubes para planear sobre ellas. Por ahora, solo son prototipos sin funcionalidad” – adivinó la tristeza en mi mirada y añadió: “No obstante, puedo asegurarte que no necesitas ningún aparato volador para moverte por el cielo”.

Yo lo escuchaba absorta, la única manera en la que se podía escuchar a Leo cuando divagaba. Él leyó en mi rostro un signo de interrogación: “Luna, la mente es la máquina más potente del universo. Debes solo aprender a mover los objetos con ella. Sí, sí, no me mires como si hubiese perdido el juicio. No tiene nada que ver con hechizos o brujerías. Se llama ‘telequinesis’”.

Yo le respondí ingenua: “Leo, entonces, ¿no necesito una escoba mágica como dicen?”. “Querida Luna, con el poder de la mente podrás mover el mundo entero; pero, para viajar, quizás sea más práctica una escoba ligera que un mueble bar… ¡Imagínate volando en una pesada cama o en un carromato! ¡Y no te digo a la hora de aterrizar!”.

- Veo que el sr. Da Vinci también tenía sentido del humor…

- La inteligencia y el sentido del humor suelen ir de la mano al igual que la ironía. Por mi parte, empecé a practicar la técnica de la telequinesis hasta dominarla a la perfección superando incluso las expectativas de mi maestro. Como Leo no podía enseñarme ya nada más y las habladurías en el pueblo eran cada vez más peligrosas, decidí emprender mi vuelo para descubrir el mundo y poder entenderlo.

Antes de partir, me ofreció un último presente: “Toma, pequeña, esto perteneció a un tal Flavio Gioia. Lo compré baratísimo en el mercado”, me dijo mientras ponía en mi mano un objeto redondo de metal que yo nunca antes había visto. “¿Qué es, Leo?”. “Se llama brújula. Te ayudará a tomar la dirección adecuada en cada momento. ¡Y también la puedes hacer volar!”. Me abrazó como lo hacía mi padre cuando era pequeña y me dejó marchar en busca de mi camino.

De esta manera, acabé formando parte de algunos akelarres, atraída por la idea de encontrar personas afines. A pesar de mi necesidad de independencia, es duro no tener a alguien con quien compartir inquietudes y características comunes. Ser diverso, supone a veces cargar con un fardo pesado, el de la soledad y la incomprensión. Aunque la experiencia fue muy decepcionante. Me aburría en aquellas reuniones donde faltaba la innovación y el trance llegaba a través de la ingesta de sustancias estupefacientes. Por otro lado, yo no soy muy de congregaciones. No llevo bien lo de acatar reglas o pertenecer a grupos organizados. Me gusta más ir por libre. En resumen, decidí una vez más sacudirme enérgicamente las ataduras que me imponían.

- Perdone, pero nuestros lectores se estarán preguntando si es verdad que en los akelarres se adora al diablo e incluso se copula con él.

- ¿Adorar al diablo? -soltó una sonora carcajada- Sr. Ruiz, creer en el diablo, implica creer en dios y yo soy atea. Creo en la ciencia, en el estudio y en la libertad. Todo eso que a Uds. les preocupa tanto, fueron invenciones de mojigatos e ignorantes para justificar moralmente su vergonzosa caza de brujas. Es cierto que, en aquellas reuniones de locas drogadictas, conocí a alguna que no era como las demás. Una de ellas, una tal Maritxu, me donó dos cosas que me resultaron utilísimas en mi vida: los ojos de Medusa en una especie de antifaz y el canto de las sirenas, bien envueltos en sendos pañuelitos de seda por su alto grado de peligrosidad.

- ¿Quiere decir que no ha coincidido con muchas brujas a lo largo de su vida?

- Sinceramente no. La mayoría eran mujeres oprimidas y desesperadas que encontraban la desinhibición en pociones cargadas de alcohol o en setas alucinógenas para justificar sus transgresiones. Exactamente lo mismo que los raptus espirituales. La diferencia es que, si llevabas hábitos o alzacuellos, era misticismo: hilo directo de comunicación con dios. De lo contrario, brujería: por tanto, Belzebú como interlocutor. Aunque en ambos casos el componente de base tenía la misma “raíz” (u hojas…). Por mi parte, siempre he visto más allá de mis narices sin necesidad de andar mordisqueando setas… Si bien no desprecie un buen plato de boletus…

- ¿Y brujos? ¿Ha conocido alguno?

- ¿Brujos? Ni tan siquiera uno. Me he cruzado con muchos charlatanes, timadores, embusteros, falsificadores. Embaucadores que con cuatro trucos de prestidigitación, colmaban con falsa magia el vacío intelectual de sus seguidores. Provocar el miedo es el mejor método para hacerse con el control de las masas. En el siglo actual, esto es una filosofía de vida recurrente pero no una novedad.

- Y en la esfera sentimental, ¿se ha enamorado alguna vez? No debe ser fácil mantener una relación para una bruja.

- Sí. Una vez, una única vez, cometí el grave error de enamorarme perdidamente de quien yo creí me correspondía. Lo cierto es que el error no fue enamorarme sino aceptar entrar voluntariamente en una jaula renunciando a la libertad que me proporcionaban mis alas. Y como el amor es la droga más potente y la que más enajena, le confesé hasta mis más íntimos secretos poniéndome enteramente a su merced y sucumbiendo a sus caprichos. Algo de lo que nunca me arrepentiré suficientemente. Pero es un tema que prefiero no recordar.

- Está bien. Háblenos de la Inquisición. ¿De qué manera la vivió? ¿Conoció a Torquemada en persona?

- ¡Ya lo creo! Lo apodamos “Porqui-na-de-nada”. Un sátiro libidinoso y reprimido, lleno de traumas infantiles. El más destacable, el complejo de Edipo. Solo se excitaba viendo el sufrimiento en las carnes de las mujeres que torturaba. De vivir en esta época, sería el rey del BDSM. ¡Menudo cerdo!

- ¿Nos puede contar algo más sobre este tema que, desgraciadamente, constituye una parte importantísima de nuestra historia?

- En realidad, está ligado a mi desafortunado enamoramiento. Como ya apunté, de mi madre heredé el conocimiento de los remedios naturales. Pues bien, un día, la hermana pequeña de mi gran amor, enfermó. La visitaron varios médicos sin conseguir dar con la dolencia. Era una niña y se iba apagando cada día como una vela. Insistí para que me dejasen visitarla hasta que, por fin, conseguí acercarme a ella. Leo me había dado nociones de anatomía por lo que, apenas vi su rostro y supe los síntomas, comprendí que todo provenía de sus riñones.

Fui al bosque a recoger algunas hierbas con las que realizar una infusión: un manojo de perejil, ortigas, unas flores de manzanilla, raíz de apio… Lo que hubiera hecho mi madre en mi lugar. De hecho, la niña empezó a recuperarse hasta sanar del todo en pocos días.

No obstante, este gesto para mí completamente natural y desinteresado, fue malinterpretado por algunos lo que hizo que mi amado temiese por su vida al relacionarlo conmigo. Por este motivo, no tuvo reparo en acusarme de practicar la brujería ante la Santa Inquisición. De esa manera, acabé presa.

- Perdone mi atrevimiento, pero ¿por qué no escapó? Supongo que no le hubiese resultado complicado deshacerse de sus verdugos.

- Como ya le he explicado, el amor obnubila y aún es peor el sentir la traición de la persona venerada. Me vacié de voluntad y la depresión me dejó sin ganas de reaccionar. Me rendí y permití que me apresaran, me torturaran y me llevasen a la hoguera una gris mañana de invierno. Imagínese que me acusaron de haber provocado la muerte de la vaca de un vecino y me hicieron responsable de la escasez de cosecha de aquel año. Yo no argumenté nada en mi defensa. Todo me daba igual en aquellos momentos, navegando en la sangre que se vertía de mi corazón hecho añicos. No deseaba seguir viviendo.

- ¿Cómo es posible que esté ahora aquí, hablando conmigo de lo sucedido? ¿Cómo consiguió zafarse de su fatal destino?

- Aquella mañana en la que había aceptado la muerte como únicasalida, vinieron dos esbirros de Porqui y me llevaron en volandas hacia la plaza donde habían preparado la hoguera. El ligero camisón de lino sucio y roto que me cubría filtraba un viento gélido que me helaba la poca sangre que me quedaba en las venas. Sin embargo, no era lo único que llevaba puesto ya que aquellos cobardes que habían masacrado mi cuerpo en el intento de abatir mi espíritu, no habían osado arrancarme un bolsita de cuero que me colgaba del cuello. Alguien les había dicho que quien tocaba objetos de brujería, perecía ipso facto. No osaban acercarse al saquito por si era cierto y decidieron que lo mejor era destruirlo junto con su propietaria.

Me dejé conducir hacia el montón de maderas listas para arder con mi carne dentro sin oponer resistencia. Pude distinguir una especie de palco improvisado con sillas de la iglesia donde se sentaban gordos, grasientos y soberbios, quienes me habían condenado. Todos excepto Porqui que, al parecer, andaba intentando echarle el guante a un tal Guillermo de Baskerville en una abadía de Abruzzo, en Italia.

Me llevaron hasta el poste que presidía la hoguera y en él me ataron de pies y manos. Muy apretaditas las cuerdas. Uno de los inquisidores se acercó con una tea encendida con la cual prendió sin ninguna dificultad los ramajes que me rodeaban.

El humo ascendía envolviendo mi mundo en una noche profundamente negra. Y entonces lo vi, entre las llamas que empezaban a acariciar mis pies desnudos, vi al causante de mi mal, al traidor ruin que me había delatado pagando así el bien que le hice a su hermana. Me miraba impertérrito, incluso con regodeo. Y mi mente nublada recobró su disposición para pensar con plenitud. Recordé a mi padre, fuente de inspiración: ¡Vuela, Luna, vuela!”. Y a mi maestro Leonardo con sus eruditas palabras: “Busca dentro de tu cabeza, Luna, y hallarás la solución al problema”. Me costaba respirar pero concentré toda mi energía en abrir con mi mente la bolsa que colgaba de mi cuello. De ella, hice salir el canto de las sirenas que hechizaron sin remisión la voluntad de los presentes dejándolos a mi merced pues de ellas era dueña. Entonces, usé la telequinesis para deshacer las cuerdas y agarrada a la brújula que también llevaba dentro del saquito, volé hasta posarme en la tierra fresca. Dirigí mi mirada hacia los verdugos ordenándoles caminar hacia las llamas. Hacia ellas se dirigieron horrorizados pero obedientes como borregos que eran. La gente que se había congregado para ver quemar a la bruja, asistió a un espectáculo mucho más horrible aunque grandioso. El olor a carne chamuscada y los gritos indecentes rogando clemencia eran desgarradores. ¿Se da cuenta, Sr. Ruiz? Ellos, que mataban sin remordimientos en nombre de su dios, en aquel momento no se acordaban de él si no que solo lloraban suplicándome a mí, a la aliada del diablo, que los librase de las llamas que los calcinaban. Prometiendo oro y riquezas en cambio de sus miserables vidas.

Decidí recuperar el canto de las sirenas cuando de los “santos inquisidores” quedaban huesos y calaveras. La gente, al recobrar la movilidad, salió en estampida gritando todos como locos. Él también huyó como huyen los conejos.

Hasta aquel día, créame Sr. Ruiz, jamás había usado la magia para hacer el mal sino todo lo contrario. Pero un sentimiento de venganza se apoderó de mí y decidí no acallarlo. Agarré un pedazo de tronco que no había ardido y ascendí por encima de los tejados de aquella ciudad maldita. Lo vi correr despavorido buscando un refugio y me lancé en picado aterrizando delante de su cara desencajada. “Amor mío, te lo suplico, perdóname. Me obligaron a hacerlo. Yo te amo. Y tú a mí, lo sé, estoy convencido de ello. Huyamos juntos a algún sitio donde podamos empezar de cero…”. Esbozó su sonrisa que, en otro tiempo me parecía irresistible. Despacio, abrí mi bolsa de cuero para extraer la mirada de Medusa hasta colocarla como una máscara sobre mi rostro manteniéndolo todavía escondido. “Amado mío, por supuesto que te creo. Y para demostrártelo, quiero donarte mis ojos para que puedas ver a través de ellos lo que siento por ti”. Orgulloso de su supuesto triunfo, fijó sus pupilas en mi mirada que otra no era sino la de Medusa. Su expresión mudó al notar cómo sus órganos se iban petrificando. Intentó mover la mandíbula pero solo consiguió reproducir una mueca que provocaba asco y risa en igual medida. “Esto es exactamente lo que siento por ti: odio sin clemencia”. Me valí de la fuerza de mi mente para que la estatua en la que se había convertido cayese al suelo golpeándose contra las rocas duras del terreno. Se rompió en mil pedazos que el viento se encargó de dispersar.

- Luna, disculpe mi pregunta, pero ¿por qué Ud. se salvó de la hoguera y el resto de las brujas sucumbió en ella?

- Mi querido Sr. Ruiz, veo que no ha estado muy atento a mis palabras. Como le apunté anteriormente, brujas de verdad he conocida muy pocas. Las que supuestamente quemaron eran pobres mujeres sin poder alguno. Por otro lado, es fácil hacerse el fuerte con el más débil. Combatir al poderoso… ese ya es otro cantar. ¿Ha visto alguna vez a un corderillo atacar a un lobo? Pues bien, la brujería otorga un poder inimaginable a quien de verdad la ostenta. Por eso, mi querido amigo, ninguna bruja murió jamás en la hoguera. Hubiese sido un suicidio como el que estuve a punto de cometer yo estúpidamente.

- Sí, tiene lógica su razonamiento. Y díganos, ¿consiguió alcanzar su sueño de ser azafata?

- ¡Por supuesto! Tuve muchos siglos para adquirir conocimientos de todo tipo y competencias. Por ejemplo, mi asignatura pendiente era aprender a nadar y gracias a la ayuda de una tal Esther Williams que conocí casualmente en uno de mis viajes a Hollywood, conseguí bastante destreza en este sentido.

Leí, entre otros, a Kant, a Freud, a Marx y hasta compartí mesa en un restaurante con Juan José Millás. ¡Qué pena no poder debatir de ello con mi padre! Conviví con los ninjas de los que aprendí el arte de desaparecer sin dejar rastro. ¡Nada que ver con los ghosting que algún caradura se sacó de la manga! Perfeccioné varios idiomas y, cuando el mundo estuvo listo para los vuelos de línea, obtuve mi certificación como TCP y empecé a trabajar para una prestigiosa compañía aérea. ¡La emoción de mi primer vuelo en avión fue indescriptible! Créame que se me saltaron incluso las lágrimas. ¡Tantos siglos esperando uno de los momentos realmente mágicos de mi vida!

- Y ahora, ¿sigue con su profesión soñada?

- Después de tantas horas de vuelo y dada mi naturaleza inquieta, conseguí el título de piloto de línea y llegué a comandante. Lo cierto es que me había cansado de soportar pasajeros maleducados y exigentes; niños caprichosos, gritones y tiranos. Aunque después de un tiempo pilotando, comprendí que mi verdadera vocación era pasearme por el pasillo ofreciendo bebidas y observando a la gente. Le confieso que uno de los momentos que más felicidad me produce es cuando escenifico las instrucciones iniciales: cómo abrochar los cinturones, cómo utilizar los chalecos salvavidas… Pensará que me falta un tornillo porque después de una vida tan ajetreada, indicar dónde están las salidas de emergencia no supone una gran aventura- Luna se encoge de hombros mientras intuyo un brillo especial en sus pupilas. A pesar de no verla cara a cara, estoy seguro de su imponente melena cobriza, recogida en una hermosa trenza. Adivino un verde casi transparente como el de las vidrieras al trasluz en sus ojos grandes y profundos.

- ¿Qué proyectos tiene para el futuro, Luna?

- A decir verdad, el espacio aéreo terrestre se me ha quedado excesivamente pequeño. Por tanto, espero que inicien los vuelos interplanetarios para extender mis alas hacia nuevos horizontes. Mientras tanto, trabajo de vez en cuando en la compañía de la que soy socia mayoritaria, una de gran renombre a nivel internacional. ¡Quizás algún día pueda servirle a bordo una taza de café humeante a cuarenta mil pies de altura, sr. Ruiz!

- Sería sin duda el café más interesante de mi vida. Para concluir esta entrevista, dígame, ¿es realmente una bruja o una mujer de gran inteligencia y con aún más imaginación?

- Bueno, eso depende. ¿Soy una auténtica bruja o solo un producto de su mente, Sr. Ruiz? Verá, mientras haya personas que creen en las brujas, seguiremos existiendo pues nos alimentamos de los sueños de la gente; a veces, de sus pesadillas. La magia, la hechicería no son más que las creencias que se superponen a la falta de conocimiento, algo que en la era de la comunicación, cada vez es más evidente. Paradoxal, ¿no? En todo caso, no conviene olvidar que las brujas no son ni buenas ni malas; los malos son los que se las inventan para despuéspoderlas quemar vivas.

- Luna…

Mi frase quedó interrumpida, envuelta en una nube espesa.

Así, sin darme cuenta, desapareció sin más. En el aire quedó su fragancia; una mezcla de jazmín, azahar, agua de rosas y almizcle.
He de admitir que esta mujer me turbó a la vez que me sedujo con su voz de seda con la que enhebraba sílabas certeras tejiendo alas en mi corazón. Confieso que desde aquella entrevista que quizá solo soñé, no hago otra cosa que subirme a aviones, a menudo sin importarme el rumbo y o el destino, con la esperanza de toparme algún día con esa azafata hechicera que embrujó mis sentidos y me hizo mirar más allá de la razón.
Por lo que se refiere a Uds., queridos lectores, ¡que cada cual juzgue esta historia como prefiera! Yo tengo que coger un avión.

Ibone Bueno Vicente
Grupo C


La pecera y la meiga

¿Cómo me convertí en Meiga? Es un misterio.
Vine a este lugar para salir de mi lúgubre ciudad de provincias y siguiendo a un marinero. Caí en sus redes aturdida con aquellas rayas azules de su camiseta a la manera que dicen de las moscas tsé con los dibujos rayados de las cebras, que no pueden fijar la vista y así estas se defienden de sus peligrosas picaduras.
Aquel marinero vino a despedirse con un regalo, una pecera con un pez de rayas, dejándome con el alma hecha jirones y el corazón al bies.
Pasaron algunos años, busqué trabajo en el puerto reparando redes de pesca, y al tiempo que reparaba mi corazón también reparé el tejado de mi casa, y descubrí que era feliz compartiendo mi vida con aquellas mujeres y hombres de mar.
Vivía sola, con mi pez de rayas. Al atardecer solía correr las cortinas de pliegues diagonales, encender una vela aromática y hablar un ratito con mi rntrañabñe y aburrido pez marinero. Una noche después de este ritual se produjo el extraño sortilegio; la pecera había perdido el brocal y se había convertido en una bola de cristal. De manera tan natural como sorprendente el agua comenzó a moverse al tiempo que cambiaba de color, ahora esra turbia y azul como el color del mar en dia de galerna. El pez había desaparecido y en su lugar miles de bolitas de blancura grisácea comenzaron a moverse, a levantarse del fondo como esas bolas de cristal que reproducen una nevada cuando las agitas. Su forma era redondeada, del tamaño de un grano de arroz. Recuerdo que por un breve instante salí del encantamiento y me concentré en la llama de la vela pensando si aquello estaba pasando realmente o era producto de un ensimismamiento pasajero. Pero cuando volví a mirar a mi pecera convertida en bola de cristal en toda su esfericidad, aquellos corpúsculos pequeños y grisáceos estaban allí descendiendo hacia el fondo, retando toda explicación lógica y razonable.
De la euforia que me produjo aquel suceso desconocido pasé al cansancio y al total atropellamiento de los sentidos. Apagué la vela y caí en un sueño profundo.
Todo estaba en su sitio por la mañana, la pecera con su brocal, mi pez impertérrito, repitiendo su liturgia diaria en el agua transparente y fría, el sonido familiar de las gaviotas y los fumareles y el olor al cercano puerto. ¿Habrá sido un sueño? me repetía dando sorbos a un café y encendiendo la radio que daba las noticias: “Veinteseis toneladas de bolitas del tamaño de un grano de arroz se han vertido al mar al romperse un contenedor en el mar, en las playas de Galicia, se llaman pellets y tienen un potencial tóxico en los aditivos químicos”.
Todo encajó de repente: Yo había visto aquellas pequeñas lágrimas de plástico en mi pecera la noche anterior antes de que el vertido se hubiera producido.Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras miraba mi pecera, mi bola de cristal.
Así es como descubrí mi poder, en aquellas tierras extraordinarias,. Ahora soy una meiga, aunque tengo que aprender el poder de la invocación y mi potencial profético.
Otra tarea será hacer turnos con mi pez rayado para utilizar la bola de cristal o la pecera.

Aurora Martín
Grupo C


El cónclave secreto

El viaje había sido largo, pero al fin me hallaba en la célebre ciudad de Salamanca, donde se celebraría el LXII Cónclave de Brujería. Sin duda estaba muy emocionada, el evento solo se tenía lugar cada cuatro años, y era una gran fuente de inspiración ver en qué estaban metidos los colegas del gremio. Y qué decir, del principal acicate, el Premio Internacional de Brujería, que galardonaba al logro más destacado de entre las distintas corrientes que existían en el arte.
Habían sido unos largos años en la cueva del Callejón de los Lobos, examinando los viejos y modernos tratados, las pócimas Occidentales y Orientales; repasando las antiguas pócimas y brebajes, así como introduciendo algunas mejoras cuya eficacia ha sido contrastada empíricamente en diversos sujetos. Y al fin había llegado el momento. Pero me faltaba lo más importante: La parte fundamental de la receta.
Todo indicaba que había una posible potenciación de un brebaje originario del Japón pero una parte del manuscrito que lo describía, era ilegible. De todos modos, Dónde sino en Salamanca se podría conseguir. Se rumoreaba que Salamanca era una ciudad avanzada, en lo que respecta a brujería. El Norte era respetado por sus asentadas bases de brujería, algunos lo consideraban los fundamentos del arte. Pero no había conseguido adentrarme en las técnicas vanguardistas, quizá se trataba de una brujería más rural. Había tratado de investigar y encontrar esa pieza del rompecabezas que faltaba; infructuosamente. No obstante, a Salamanca, arribaban modernos conocimientos desde todas las partes del mundo y especialmente las descubiertas recientemente. Se rumoreaba que nuevas corrientes de brujería se estaban gestando en esta ciudad llena de monjes eruditos. Por suerte, tenía un hilo del que tirar: Fray Domingo, un dominico.
Me hallaba en la habitación donde me iba a hospedar. Así que, tras desempacar todo, pensé que lo mejor sería ver a la hija del posadero y así darle el jugo de calabaza. Eugenia, era una chica joven, de buen ver: pelo moreno con ligeras ondas, ojos oscuros bajo cejas anchas con labios y nariz muy bien definidos y estilizados; era alta y de figura esbelta. Padecía de unas jaquecas terribles hasta que probó este remedio. Ahora se le habían pasado por completo así que estaba muy contenta, bueno, de hecho, demasiado risueña. Vivía muy relajada, desinhibida, esto sumado a su gracia y apariencia natural, hechizaba a los huéspedes. Tenía mucha labia que su trabajo el permitía emplear todo el tiempo con todo el mundo. No me quería cobrar la estancia. Bueno, resolví bajar a ver a la Señorita Eugenia por el momento:
—Hola Señorita Eugenia, ya me he instalado en la habitación.
—¡Me alegro mucho tía La…! — la corté inmediatamente.
—¡Tssss! ¡Eugenia, por favor, un poco de discreción! —susurré forzadamente—. Que no estamos en la cueva. Nadie se puede enterar, ¿Recuerdas lo que te dije? —continué mientras mi tono transcurría del sobresalto a la cordialidad propia de una conversación normal—. Ahora soy Doña Alba.
—¡Ay! ¡Ay, discúlpeme! Tienes toda la razón Tia La… ¡Alba! Doña Alba. Es que últimamente no sé dónde tengo la cabeza... —mientras terminaba la frase en una relajada carcajada—. Bueno, si necesita cualquier cosa ya me dices.
—Muchas gracias Eugenia eres muy amable. —Contesté ya más calmada—. Bueno quería ir dar una vuelta por la ciudad, había oído que por aquí cerca hay una plaza con un convento muy bonito.
—Supongo que se refiere al Convento de San Esteban, el de los Dominicos, está aquí al lado.
—Sí, creo que es ese mismo —afirmé.
—Pero ya ha anochecido, no creo que sea buena idea andar por ahí a estas horas. Ya solo hay borrachos, rameras y maleantes por las calles. Y los monjes estarán rezando.
—Pensaba ir mañana pronto —repliqué.
—¡Ya decía yo Doña Alba! Pues mire al salir de aquí, doble hacia la izquierda y baje por la calle San Pablo, allí llegarás a una plaza en la que verá una iglesia con una gran fachada, la entrada se encuentra en el lateral con un soportal con columnas. Supongo que por la mañana será fácil entrar.
—Muy bien, muchas gracias, pues mañana pasaré tengo entendido que es un bonito rincón de la ciudad.
—¿Pero que le trae por allí a ver a esos hombres tan serios?
Sonreí y contesté con tono picaresco—: Bueno Eugenia, ya sabe que a los frailes les gusta mucho la botánica. Y esa afición la compartimos. A lo mejor se dan buenas calabazas por estas tierras, quién sabe.
—No da usted puntada sin hilo Doña Alba. Claro, claro. Bueno, pues si es así mucha suerte para que encuentre lo que busca con lo monjes —terminó y tras una buena carcajada que no sé muy bien lo que sugería, nos despedimos.
Así pues me subí a mis aposentos, revisé que tuviera los tomos imprescindibles y me fui a dormir, pero no sin antes otear por la ventana y ver el ambiente de la calle. Bajo uno de los faroles de la calle, se veía a dos estudiantes borrachos afuera de una tasca quejándose de la dificultad del último examen de teología tomista. Por el momento me iban a complicar el sueño.
Al fin llegó la mañana y me dispuse. Al poco del alba, ya había partido hacia el Convento. Se podía ver como el ajetreo de la ciudad iba en aumento según descendía la calle San Pablo. Unos hombres movían unos barriles cuesta arriba que se cruzaban con un carruaje que descendía. Un poco más allá había otros hombres subidos a un andamio reponiendo unas tejas. Tras seguir las indicaciones de Eugenia, desemboqué finalmente en una distinguida plaza que no podía ser otra que la buscaba. Tras un sencillo puente que daba un elegante acceso a la iglesia dominica, se divisaba la imponente fachada; estaba comprendida dentro de un arco de medio punto, con innumerables detalles esculpidos en piedra. Pues bien, crucé el puente y llegué a la entrada lateral. Según me indicó la Srta. Eugenia, me dirigí al soportal acolumnado. Y me topé con una puerta bastante grande con una aldaba.
Golpeé tres veces. Nadie abría. Tras alrededor de medio minuto golpeé de nuevo otras tres veces.
—¡Ya va, Ya va! —Se escuchó mientras se aproximaban unas pisadas parsimoniosas—. ¡Qué impaciente es la gente! —refunfuñó.
Se escuchó como se abría la mirilla y se vieron unos pequeños ojos azules bajo unas cejas canas.
—Hola, ¿Qué hay?
—Hola, me llamo Doña Alba, vengo a ver a Fray Domingo.
—Bueno, y para qué querría usted ver a Fray Domingo —replicó con ceño fruncido el monje.
—Vengo del Norte, cerca de Santander, venía por Salamanca y traigo por encargo una malta escocesa para…
—¡Ah sí, sí! ¿Escocesa, dice? ¿Para Fray Domingo? Adelante, adelante —dijo mientras se le encendían los ojillos.
—Sí exactamente, para Fray Domingo, ¿ha mejorado su receta? —le pregunté.
—¡Oh sí, sí así es! Hace una cerveza muy buena, muy buena. Cada vez más rica, ha ido refinando mucho la elaboración, y ahora incluso su aroma es exquisito... —siguió recreándose durante algunos minutos y finalmente terminó—: su brebaje es el mejor de Salamanca. Bueno voy a avisarle, siéntese aquí si lo desea, voy a avisarle —y mientras se iba por el pasillo de la entrada decía—: mmhhh, Bien, bien, ¡magnífico!
Esperé sentada en unos minutos. Y al fondo apareció un fraile un poco calvo por el centro de la cabeza y con pelo blanco a los lados, cara afilada como de aguilucho, ojos oscuros. Era de no muy alta estatura y flaco. Llevaba sus manos cruzadas tras la espalda. Y me saludó:
—Hola, es usted Doña Alba, ¿verdad?, o esto es lo que me ha dicho Fray Eusebio. ¿Ha traído malta?
—Sí así es, mire aquí la tiene —saqué un pequeño saquito que llevaba bajo el abrigo.
El fraile virtió un poco del saquito a su mano, sus manos eran finas y precisas, como de organista. Dijo—: Mmhh Escocesa. ¿Cómo la ha obtenido?
—Bueno, tía Lagartija tiene sus formas —susurré con una sonrisa perspicaz y continúe—: precisamente de la Isla de Iona, dónde hay una pequeña abadía frente al océano atlántico, en las tierras altas escocesas, como bien dice.
—Ah vaya, Iona, sí, sí, qué interesante... pues sí, debe de tener buena calidad. —Y tras una pausa siguió—: Bueno, me imagino que usted desea confesarse, ¿no es cierto? —Tras ver como confirmaba con la cabeza siguió—: Acompáñeme por aquí.
Volvimos a salir por dónde había entrado y avanzamos bajo las columnas hacia la entrada de la fachada. Mientras caminaba Fray Domingo, miraba al suelo meditativamente y, una vez más, cruzaba sus brazos tras la espalda, ocultándolos bajo las anchas y alargadas mangas del hábito. Nos adentramos en la iglesia, al fondo un espléndido retablo dorado. Nos aproximamos y entramos dentro del confesionario y ahorrándose los preliminares del ritual de confesión comenzó:
—Vaya —hizo una pequeña pausa—. Así que eres es la Tía Lagartija —dijo tuteándome—.
—Así es Fray Domingo, supongo que ya sabes quién es quién me ha informado de su presencia —dije correspondiendo el tuteo—.
—Sí claro, evidentemente. —Y abandonó el tono misterioso para interesarse—. ¿Qué tal se encuentra “Ella”? ¿No viene al cónclave?
—Por lo visto ha observado unos efectos secundarios en un paciente, y “Ella” ha decidido quedarse para corregir una pócima, dijo que ya fuera yo en su lugar.
—Ah vaya, vaya, es una pena —dijo un poco contrariado, pero después se emocionó cuando comentó sus avances—. Los manuales de alquimia que me dejó me han resultado de gran utilidad —cambió un poco el gesto y dijo—: pero hay algo que me limita.
—Me alegro de eso, tengo nuevos manuales que pensó que te ayudarían para tí.
—Oh magnífico, no querría detenerme justo ahora —respondió aliviado.
Pensé: «Con esta introducción ya suficiente así que decidí ir al grano» y dije—: Bueno, estoy buscando una página de una receta muy concreta. También por esto estoy aquí. Es de uno de los libros de hechizos chamánicos de Nueva España. Sé que necesito, además, un ingrediente clave, que no se halla en Europa, ni en África, ni en Asia. —Tras una pequeña espera sentencié—: Me dijo que podrías ayudarme.
—Ya me temía que había algo más —se pausó unos segundos—. Ya, bueno a la sección de Botánica de la universidad están llegando muchas nuevas especies de plantas. Podría mirar algo si me das alguna indicación precisa de qué buscar.
—Bueno eso está bien quizá se podría encontrar algo de utilidad. Pero creo que no se trata de una planta lo que me falta, si no de un animal. En la página se puede ver como unas lineas curvas que convergen. Pero no se ve bien qué es ese dibujo exactamente, podría ser una garra, o un colmillo u otra cosa.
El silencio se hizo durante unos segundos, mientras Fray Domingo reflexionaba. Yo esperaba pues imaginaba que el fraile aún tenía algo que decir. Así fue:
—Bueno, un colega y yo estamos formando un sección de biología —mientras fruncía el ceño—. En la que se reúnen distintos animales exóticos disecados, venenos y antídotos y algunas otras piezas de animales exóticos. Estamos consiguiendo que crezca bastante últimamente con el mercado negro del Nuevo Mundo. —Se paró el tiempo un rato y concluyó—: Tía lagartija, quizás me pueda ayudar.
En ese momento mi rostro se iluminó mostrando una sonrisa sagaz. Sabía como hacerlo.

Manuel Delgado Sánchez
Grupo C

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