Alejandro Morellón ha sido el autor sobre el que hemos trabajado en las sesiones del taller de escritura de esta semana. Leímos dos relatos de su libro El peor escenario posible. Los titulados "Pájaros que cantan al futuro" y "Openheimer". Aquí tienes una breve reseña de su libro.
Fue una sesión interesante. Hablamos de furbys, aquella mascota de los noventa que resultaba tan inquietante como tierna y que en uno de los cuentos, el primero, es un augur o un profeta del fin del mundo. La información que repite una y otra vez el juguete será determinante en la vida de dos niños. Un regalo envenenado. Pero hablamos también de hospitales y de esas noticias médicas que caen en medio de tu vida como una bomba.
La sesión dio mucho de sí. Hablamos de existencialismo. Hablamos de ética, de responsabilidad, del mundo que nos rodea, del ser humano. Y festejamos, tras cerrar el libro, que aún estamos vivos.
Propuesta de escritura
Elige un "peor escenario posible" y escribe y describe a uno o varios personajes en tal situación.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Una angustiosa espera
Cuando subí de tirar la basura, me la encontré con la cabeza entre las manos, sentada hacia adelante y emitiendo una especie de gemido.
-¿Qué te ocurre?
Movió una mano, no me contestó, y el gemido se fue convirtiendo en un llanto angustioso.
Me acerqué a su lado y acaricié su cabeza; no dije nada y esperé a que se tranquilizase.
-¿Qué ha pasado?
-Ha llamado nuestro hijo desde el aeropuerto de Londres.
-Eso es bueno, le dije, eso es que ha llegado bien.
-¡No! Nada ha salido bien.
Al llegar al aeropuerto no había nadie esperándole como estaba estipulado; Tenía que haber habido una persona esperando, alguien que le acompañase del aeropuerto al domicilio donde se hospedaría.
-¡No había nadie esperando! Repitió y repitió.
Durante el trayecto nuestro hijo hizo contacto con unos ingleses, que al ver la situación, se ofrecieron a llevarle a su domicilio en Londres. Le dijeron que previamente tenían que llevar a una compañera a su casa, y después le llevarían a él a la suya.
Después de hacer varias inspiraciones profundas, muy angustiada me dijo: -le he dicho que bien, que bueno, que vale y ahora estoy muy arrepentida, siento que me he equivocado, y veo la tragedia que se avecina. Debería haber esperado algo más de tiempo en el aeropuerto hasta que llegase el contacto que habíamos contratado, y en último lugar coger un taxi que le llevase directo a su nuevo domicilio. Además, ¡es de noche!
Entre sollozos comenzó a balbucear y malentiendo que: -a saber con quién se ha ido; Vete a saber con quienes se ha juntado. Le han dicho que primero tenían que llevar a una chica a su domicilio y que después le llevarían a él. No sé cuánto van a tardar.
-¿Tienes el teléfono de la casa donde se va a hospedar?
-Sí, le contesté.
-Pues llama, que tú tienes mejor conocimiento del inglés.
Al volver con el teléfono la encontré tirada en el suelo pensando en voz alta que su vida había terminado, que su vida ya no tendría ningún sentido si su hijo no volvía.
-Se me ha nublado la cabeza de tal forma que noto que me vuelvo loca, y siento deseos de morir, siento deseos de arrojarme por la ventana.
Le di un tranquilizante, y me dispuse a llamar por teléfono.
Hablé con el dueño de la casa donde iba a hospedarse y me comentó que todavía no había llegado nuestro hijo, pero que le había llamado y que se encontraba bien.
Tras el comentario de la llamada, más aspavientos, movimientos, paseos por el pasillo y comentarios en voz alta del tipo: ¡no te creo!, me quieres engañar para tranquilizarme.
Desgraciadamente habían dado una noticia en la radio de varios casos de venta de órganos. ¡Lo que me faltaba!
-Creo que nunca más le volveremos a ver, seguro que lo han raptado, seguro que lo matan, estaba viendo una réplica de la noticia que habíamos oído en la radio. Como es joven y sano sacarán un buen dinero por sus órganos, y los ojos; ¡Esos ojos tan bonitos!, ¡esos ojos nunca les volveré a ver!
Cuando lo tenía todo vendido, suena el teléfono.
José Luis Fonseca
Grupo A
Pagamos la novatada
Era la primera vez que hacíamos senderismo, empezamos a caminar bien entradas las 10 de la mañana. Habíamos estado discutiendo por la zona en la que debíamos dejar el coche, pensando en la vuelta, más que nada, para no tener que hacer unos kilómetros extra al terminar de hacer la ruta.
Tanto rato estuvimos intentado ponernos de acuerdo que al llegar a la plataforma mejor situada para aparcar no había sitio y tuvimos que meternos en un lateral del camino lleno de ramas y roderas de barro. No era el sitio ideal pero no quedaba otra alternativa si queríamos hacer la ruta y terminar antes de que se hiciera de noche.
Fer no estaba muy tranquilo dejando el coche allí pero se le pasó en cuanto empezamos a caminar por aquel sendero tan pintoresco rodeado de árboles que dejaban pasar la luz del sol poniendo a nuestros pies una alfombra de luces y de sombras.
Solo se escuchaba el rumor del agua y pájaros cantando y revoloteando felices poniendo banda sonora a nuestros pasos, enseguida llegamos a la señal de 5 kilómetros donde el camino de bifurcaba.
El poste verde significaba que era el camino más fácil indicado para familias con niños o mascotas. Nosotros íbamos solos y estábamos en forma al hacer CrossFit tres veces por semana por eso no dudamos al elegir el camino con el poste rojo solo apto para expertos senderistas.
No tardamos mucho en arrepentirnos. Cuestas empinadas, pasos estrechos, desfiladeros, puentes de cuerda. Decidimos seguir hacia delante pues volver atrás era aún más complicado y para colmo empezó a llover.
Al principio caían solo cuatro gotas pero unos minutos más tarde estaba diluviando.
Allí estábamos Fer y yo, dos senderistas principiantes, sin ropa ni calzado adecuados, empapados y muertos de frío.
No sabíamos qué hacer, no se veía ni un alma y el GPS del teléfono no funcionaba bien, encontramos en pequeño refugio entre unas rocas y decidimos esperar allí a que escampara, pero la lluvia no cesaba, cada vez caía con más fuerza, quedaban un montón de kilómetros para llegar al coche y darnos la vuelta tampoco era una opción pues era imposible hacer el camino de vuelta encharcado.
Tampoco sabíamos qué era lo que nos quedaba por delante, suponíamos que lo difícil ya lo habíamos dejado atrás y como no dejaba de llover decidimos seguir.
No dábamos dos pasos seguidos sin resbalarnos, la tierra se deslizaba bajo nuestros pies, era muy complicado andar en esas condiciones pero de repente Fer pensó en el coche...
-Y si la tierra se ha deslizado allí abajo también y ha desplazado el coche acercándolo al borde del barranco...
-Andrea, tenemos que darnos prisa para llegar al aparcamiento.
Parecía que estábamos viviendo una pesadilla. El agua nos llegaba a los tobillos, la lluvia caía con tanta fuerza que nos hacía daño. Apenas podíamos abrir los ojos, la ropa empapada pesaba mucho y nos impedía andar con normalidad, el camino se hizo eterno, habían pasado horas, estaba anocheciendo.
Al fin, al coger una curva, nos pareció ver a lo lejos las luces que iluminaban el parking. Inconscientemente empezamos a caminar más deprisa. El ansia por llegar me hizo perder atención y no tardé en resbalar por un pequeño barranco, caí varios metros hasta que paré contra un árbol, no sé cuánto rato le costó a Fer sacarme de allí, me había hecho daño en un tobillo y mi rodilla no dejaba de sangrar.
No creo en Dios, pero confieso que recé, sí, recé con todas mis fuerzas.
Casi dos horas después de mi caída llegamos al coche, por suerte, aunque solitario, estaba en el mismo lugar en el que lo habíamos aparcado por la mañana. Ahí abajo no había llovido tanto, aún así nos costó un triunfo salir. Las ruedas simplemente se deslizaban sobre el barro y nos acercábamos peligrosamente al desfiladero. Gracias a la pericia de Fer al volante y a que supo mantener la calma llegamos a la carretera y fue entonces cuando soltando toda la tensión acumulada durante todo el día empezamos a llorar.
Aurora Zarco
Grupo B
A trece jugadas vista
El flamante nuevo campeón del mundo de ajedrez, el más joven de la historia, el que menos partidas había precisado en medio siglo, amanece, cuarenta horas después de su arrasadora victoria, con una resaca de espanto. Náuseas en oleadas, temblores incontrolados, sudores fríos y una migraña omnipresente le dan la bienvenida a su nueva vida. Una cruda de espanto, monumental, que sólo asalta a aquel cuyo hígado y pulmones debutan ante tóxicos que la ley y el entrenamiento más espartano le habían vedado.
Metódico, se arrastra hasta el inodoro de la carísima suite y se introduce los dedos hasta el esófago, apenas logrando echar nada. Una ducha tan fría como puede estarlo en el nórdico país en el que se ha celebrado el mundial le devuelve a la vida. Los recuerdos tras la pertinente rueda de prensa están, cuanto menos, desordenados y borrosos. En ella dejó a todos patidifusos dejando meridianamente claro que hasta aquí llegaba su carrera de ajedrecista, que la vida era algo más que un juego, por diabólicamente complicado que este fuera. Mandó a la mierda a sus padres, eso seguro, acto seguido, antes siquiera de la primera copa. Recuerda la liberación que eso le supuso, lo ligero que se sintió sin ese yugo con el que cargaba desde que tenía memoria y del que había decidido desprenderse una década antes, justo cuando llegara ese preciso momento. Diecisiete años de explotación infantil eran suficientes, su vida volvía a pertenecerle.
Después… no está seguro del todo: Champán, máscaras de carne, una oscura discoteca, música a todo trapo, chupitos de colores, carcajadas estridentes, un baño hediondo, el escozor en el interior de la nariz al entrar por ella el polvo blanco, euforia, conversaciones inacabables con desconocidos presuntuosos, luz repentina, frío exterior y la aurora boreal. De ella se acordaba perfectamente. La sensación de irrealidad que le había producido le había hecho, paradójicamente, volver en sí. Las luces en el cielo, verdes y púrpuras principalmente, le acompañaron todo el camino de vuelta al hotel. Era tanto lo que en esos años se había perdido que en ese trayecto no pudo contener las lágrimas, algunas de las cuales se congelaron, recién nacidas, en sus escuálidas mejillas.
Vuelve en sí, tiene un plan preciso para ingresar en la existencia multicolor, fuera de las malditas y blanquinegras sesenta y cuatro casillas. No sabe absolutamente nada del mundo, pero confía plenamente en su capacidad de análisis. Llama a recepción y pide que le suban un litro de café solo cada dos horas, hasta que dé orden de lo contrario, y ruega que no dejen pasar a nadie, por muchos genes que compartan con él. Enciende el ordenador y paga la suscripción de los principales periódicos internacionales: Times, Post, The Guardian, Le Monde, The Bild, El País, Corriere de la Sera... Sabe el triple de idiomas de los amigos que ha tenido, así de magnífica es la educación que recibió.
Las siguientes veinte horas son un trago amargo detrás de otro. Toma consciencia de lo alienígena que es, de la absoluta ignorancia en la que vivía, de la espantosa realidad que habita. Por momentos llega a estar sinceramente agradecido a sus progenitores por su enclaustrada ceguera, pero se le pasa rápido. Lo que para cualquiera sería una verdad insoportable tras otra hay que multiplicarlo en su caso. Capaz de comprender a once, doce o trece jugadas vista, toda verdad conlleva, necesariamente, varias concatenadas. Estados y Multinacionales se guían por la teoría de juegos, son los mejores en la lucha por el poder, la matemática no miente. El genocidio palestino le lanza a Arabia, Irán y la excusa perfecta para la lucha por el control de las últimas décadas de petróleo. La guerra entre Rusia y Ucrania, unida al ascenso de la extrema derecha en toda Europa conlleva, a sus ojos indefectiblemente, la desintegración de la Unión Europea y un nuevo auge de los fascismos. Trump ganará a Biden, China invadirá Taiwan, la temperatura global seguirá subiendo… Todo le lleva a la misma conclusión: Tercera, tercera, tercera y última. Es un ahogado evidente para cualquiera que quiera verlo, pero en estas tablas nadie gana medio punto, solamente se pierden miles de millones de vidas.
Espídico tras casi un día de cafeína y sobreinformación, sólo es capaz de emitir un alarido ronco y gutural, que se antoja impropio para su cuerpecito escuálido de apenas veinte años. Encogido de hombros y espíritu sale de la lujosa habitación.
-¿Le subo otro litro? ¡Le va a dar algo!- Inquiere el botones a la gobernanta del hotel, quince plantas más abajo. -Tienes razón, nos hacemos los despistados hasta que llame para pedirlo.- Dice sosegadamente esta, tras meditar unos segundos y comprobar que los devastados padres del ajedrecista aún siguen dormidos en los sofás de la recepción, esperando a que su victorioso vástago recapacite.
Segundos después un crujiente golpetazo en la calle despierta repentinamente a estos y hace atravesar, a la carrera, las giratorias puertas de cristal a aquellos. El ángulo imposible del cuello y lo desparramado en la acera de uno de los mejores cerebros de su generación no deja lugar a dudas: El campeón más joven de la historia ha sido, también, el más efímero.
Bernardo García-Bernalt
Grupo C
El crucero
Hacía años que Pablo y yo fantaseábamos con la idea de tener dinero para hacer un crucero. El sitio, realmente era lo de menos, fiordos Noruegos, Islas Griegas y Turquía, el Caribe…nosotros queríamos ir en un barco grandísimo, con bonitos camarotes y grandes buffet con comida de todo tipo. Actividades a bordo, excursiones a sitios que únicamente habíamos visto en televisión etc…
Con esa idea empezamos a ahorrar, aunque nuestros sueldos no daban para muchos lujos.
Pasado un mes tomamos la decisión de viajar por el mediterráneo, ver esas maravillosas islas, con sus casas pintadas de blanco y sus techos azules, la espectacular entrada en Estambul por el Bósforo. Nos documentamos bien en agencias de Viajes y por nuestra cuenta. No había pasado un año cuando Pablo y yo dejamos de estar juntos. Las cosas no iban demasiado bien en nuestra relación y además creo que estábamos juntos sólo por hacer el viaje. Por tanto la ruptura con Pablo no me resultó tan dolorosa.
De repente me acordé de Marta, mi mejor amiga la universidad. Inmediatamente contacté con ella, le expliqué la historia y le ofrecí hacer juntas ese viaje. Para mi sorpresa, aceptó inmediatamente.
Fuimos a la agencia de viaje y ni cortas ni perezosas hicimos la reserva con un año de antelación, pues así dando una entrada y un seguro a bajo coste podríamos pagarlos.
Las dos estábamos entusiasmadas.
La vida seguía su rumbo y nosotras ahorrando.
El 21 de julio de 2022, una de esas mañanas alocadas, que el despertador no sonó, que al desayunar me tiré el café por encima, que el gato no aparecía, salí de casa a toda prisa y al bajar el primer escalón me trastabillé y caí escaleras abajo!!! Menudo follón, los vecinos socorriéndome, un coche de policía y por fin la ambulancia...diagnóstico : rotura de tibia, operación y “ supuestamente “ dos meses de recuperación. Un horror.
Marta acudió presta a la agencia de viajes, la póliza de seguro que habíamos contratado, la más barata posible, no cubría esta contingencia pues había tiempo suficiente para que yo me recuperase.
A trancas y a barrancas fui recuperándome lentamente. Ya sin escayola, caminaba con la ayuda de un bastón y con la ilusión de nuestro viaje ya bien entrado el mes de septiembre. Volví a mi trabajo y a una vida normal.
Quince días después, me llama Marta, para decirme que tienen que operar de urgencia a su madre por una viverticulitis . Oh, no!!!, otra vez no, por favor. Los médicos dicen que no pueden dar un plazo de recuperación, que todo depende de cómo vaya la operación y de como respondiera su cuerpo, dada la avanzada edad de la paciente.
Como era de esperar, esa contingencia tampoco la cubría el seguro.
Pasadas las navidades, ya en enero de 2024, la madre de Marta estaba recuperada aunque necesitaba algunos cuidados en casa.
Como a finales de enero, me llaman de la agencia de viajes para que me pase por la oficina. De camino a ella, yo ¡ tiritaba! Que habría sucedido esta vez? Me senté a esperar mi turno moviendo compulsivamente la pierna izquierda que tenía cruzada sobre la derecha. Pasados diez minutos, salió en la pantalla mi numero en la mesa tres. Me senté, después de varios rodeos de la empleada, me dijo que el barco en el que íbamos a viajar había sufrido un percance y que tendríamos que ir en un barco de categoría superior y por tanto el precio del viaje se incrementa en un 20% por persona y que el seguro no lo cubre. Yo me puse colorada de pura rabia, pero no tiré la toalla..pufff.
Una vez asumido el incremento del precio, de nuevo a la carga. Estábamos en febrero y el viaje era en junio. Malo será que pase algo más, ya hemos tenido suficiente.
En el mes de abril, me llamó Marta, acongojada y llorando de tal modo, que no conseguí comprender ni una sola palabra. Finalmente entendí que , su hermano pequeño había fallecido de un ataque al corazón. Dios mío, que horror!
Poco a poco, se fue recomponiendo y seguimos adelante con nuestro proyecto, más que nada porque eso tampoco lo cubría el seguro.
A primeros de mayo, Marta se cayó y se rompe un brazo, que tampoco cubre en el seguro. Claro, para viajar así, con un brazo en cabestrillo, en pleno verano, sin poder bañarse en las aguas de esas maravillosas islas griegas, esas calurosas excursiones que siempre terminaban con tiempo libre para darse un baño o ir de tiendas, por tal, por cual y por pascual, cancelamos el viajes con la total pérdida del dinero adelantado.
Isabel Gallego
Grupo A
Último acto
(El telón comienza a bajar)
La obra de tu vida
en tres actos,
ha llegado a su fin.
El tiempo inexorable
con el impenitente tic-tac de su reloj,
ha ganado la última batalla.
El escenario cambia el decorado
por otro más frio y silencioso
donde tú yaces frente a mí.
Te rodean coronas de flores
y cintas de seda blanca
con dedicatorias en letras doradas.
Te ofrecen un sentido homenaje
quienes te acompañaron
en la puesta en escena
de tu gran obra maestra.
Interpretaste de forma soberbia
el complicado guion escrito solo para ti
alternando tragedia, drama y comedia.
Fin de la función.
(Bajada de telón)
Marian Pérez Benito
Grupo A
Un día cualquiera
Un día cualquiera ella se encuentra dentro del escenario de su sueño más recurrente, no puede recordar su nombre, no sabe quién es.
Vaga por la avenida en pijama con el abrigo gris que suele colgar en la percha que hay a la salida de su casa. Los edificios están semiderruidos, está sola en medio de un silencio atronador, no hay señales de vida a su alrededor, los coches no circulan, no pasa el bus de linea y ya ha amanecido, ningún transeúnte. “¿Qué hago yo aquí?”.
Abre los ojos expectante, observa con atención los mordiscos en los edificios destruidos, esos lugares tan familiares por los que miles de veces ha pasado camino a casa, viviendas de gente anónima que le daban la seguridad de encontrarse en su sitio, úteros de ladrillo y cemento en el barrio en que nació. Siente pánico al pensar si estará sola, sola de verdad. “No, no… es mi sueño otra vez”. Un maullido la saca de su trampantojo, es un gatito canela pequeño y mal herido, lo coge, lo acaricia, también está solo como ella, al sentir el calor del animal y rozar la suave piel sabe que esta vez no es su sueño, se estremece, siente un frío artificial, tiembla, se reconforta volviendo a tocar al gato que ahora lleva en el bolsillo del abrigo, necesita sentir el calor de esa pequeña vida.
Sigue avanzando por la calle, desolada, con la esperanza de llegar a su casa y que el edificio se mantenga en pie. Está llegando, solo están afectadas algunas viviendas del ático con pequeñas dentelladas.
Entra en casa, aún sigue aturdida, no recuerda ni cuándo ni por qué salió. Enciende el ordenador, intenta conectar el móvil, la radio, la tele, nada, de nada, no hay señal.
Levanta el teléfono fijo, salta un mensaje: “Emergencia, emergencia, estamos en situación de alta emergencia, no salgan de sus domicilios, sellen sus puertas y ventanas y no abran a nadie, ni atiendan a ningún tipo de llamada”. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
En ese momento un resplandor cegador entra por la ventana, viene acompañado de una música hipnótica y repetitiva. No se puede identificar una melodía, ni un instrumento, parece llegada de otros mundos. Ella llega a dudar de si sigue viva. Ahora estruja al gato, que ya maulla en señal de queja. “Hoy era un día cualquiera ¿qué está pasando?”. ¡MIIAAAUUUU!.
Aronbanda
Grupo B
TikTok al rescate
Julián pasea junto a un campo de cultivos inundados. Lo que hace poco era la ilusión de un futuro prometedor, otro año más, se había transformado en un barrizal.
Era el tercer año que le pasaba. Un temporal aparecía de repente y, sin tiempo para reaccionar, se llevaba por delante toda su cosecha.
Los dos primeros habían sido un mazazo, pero aún conservabaalgunos ahorros y fe en los siguientes.
Sin embargo,aquello había sido la estocada final. Apenas le quedaba dinero para sobrevivir unos meses y no tenía nada más para vender.
Después del fallecimiento de Josefina, hace apenas dos meses, aquello le había hundido en el lodo.
Recorrió de arriba abajo su finca, a paso lento e inmerso en una minuciosa búsqueda de algún rincón de esperanza que hubiera podido sobrevivir en aquel mar de tragedia.
Pero nada. Todo se había echado a perder. Cuanto más buscaba, más se frustraba. No había nada que hacer.
Volvió a casa caminando e inmerso en sus pensamientos. La lluvia seguía cayendo con fuerza, pero aquello no le afectaba.
“¿Qué voy a hacer ahora?” pensaba. “Me he dedicado toda mi vida a esto… ¿quién me va a contratar ahora, con 55 años?”
Entró en casa y, sin quitarse las botas, fue dejando un rastro de barro hasta la cocina.
Se sentó en una silla y se quedó mirando hacia la pared, ensimismado en sus pensamientos. Sonabael tic-tac de un reloj, la respiración fuerte y brusca de Julián y algunas gotas de agua cayendo a un ritmo constante desde su chaqueta y que iban a parar al suelo de la cocina.
Pero todo aquello le era ajeno. Era como si el mundo real ya no fuera con él, como si sólo existiera lo que estaba en su mente.
Una lágrima empezó a resbalar por su mejilla y fue a unirse al resto de gotas de agua que habían ido formando un pequeño charco en el suelo.
Aquello le hizo reaccionar. Se secó la lágrima y buscó su móvil en el bolsillo. La pantalla estaba húmeda, así que la secó y lo desbloqueó.
Necesitaba desconectar de la realidad y sus problemas. Abrió TikTok y se adentró en el scroll infinito.
Y funcionó. En apenas dos segundos su atención se había trasladado a aquellos vídeos cortos que se iban sucediendo.
Cabras que se paralizaban al abrir un paraguas, Javier Milei gritando mientas escribía en una pizarra, parejas a las que paraban por la calle y les pedían el móvil para poner a prueba su fidelidad, gatos saltando asustados…
Hasta que uno le hizo detenerse. Un chico de unos veintipocos años se grababa a sí mismo cuando estaba apunto de empezar a comer. Iba enseñando uno a uno los platos de su menú: lentejas de primero, callos de segundo y queso con membrillo de postre.
También los probaba.A veces con tal ansia que acababa quemándose y reaccionando con un gesto algo cómico, manteniendo la boca ligeramente abierta y expulsando bocanadas de aire que salían en forma de humo.
Algo en aquel chico le llamó la atención. Se metió en su perfil.Tenía más de 1 millón de seguidores y varios videos con millones de visitas. Los vio todos. La mayoría eran exactamente igual: enseñando lo que iba a comer. Pero había otros en los que salía vendimiando, arando o haciendo otras tareas del campo.
En uno de los últimos le vio recibiendo un premio al TikToker del año. Su curiosidad inicial fue incrementando poco a poco. ¿Cuántodinero le habrían dado por aquello? ¿Viviría de las redes?
Parecía que eso a la gente le gustaba. ¿Y si hacía algo parecido? Aquel chico se había hecho famoso (y, en su mente, rico) subiendo vídeos de lo que comía y de cosas del campo.
¡Él también podía hacerlo! Con suerte, a la gente le gustaría y en unos meses podría ganar algo de dinero que le permitiera estirar sus ahorros. Al menos hasta que pudiera plantar y recoger una nueva cosecha.
Así que no se lo pensó más y apoyó el móvil sobre una botella de vino en el centro de la mesa, con la cámara apuntando hacia él. Se levantó, cogió un chorizo y un salchichón de la última matanza, algo de pan y unos torreznos. Puso todo sobre la mesa y empezó a grabar.
- ¡Buenas TikTok! Aquí Julián para servirles…
Mientras hablaba de su pueblo y contaba algún que otro chiste, fue comiendo a una rapidez asombrosa todo lo que había puesto sobre la mesa.
Le quedó un vídeo de unos 40 segundos. Lo publicó y se fue a la ducha.
Cuando salió, escuchó una notificación del móvil. Será un WhatsApp, pensó. Pero, al cabo de unos segundos, volvió a sonar. Luego otra vez. Yotra, y otra…
Se secó rápidamente y fue hacia el móvil. Al desbloquearlo, vio que tenía miles de notificaciones de TikTok. Se metió en la aplicación y vio que el vídeo tenía casi medio millón de reproducciones y que ya le seguían unas cinco mil personas.
Había funcionado. ¡No había tiempo que perder! Sin ni siquiera vestirse, enseñando su pecho desnudo, volvió a poner el móvil a grabar.
Esta vez fueron varios vídeos. En unos contaba chistes, en otros algunas anécdotas suyas y en otros chascarrillos de los vecinos del pueblo.
La gran mayoría se hicieron virales. Así que siguió subiendo vídeos durante los días siguientes. Enseñaba lo que comía, su casa, fotos de cuando hizo el servicio militar… todo lo que se le ocurría.
El número de seguidores seguía subiendo cada día: 10.000, 100.000, 500.000… “En cuanto llegue al millón,TikTok empezará a pagarme y me contactarán las marcas”. Empezó a ver la luz al final del túnel.
Entonces se metió en la sección de notificaciones de la aplicación. Hasta entonces se había fijado en los avisos de me gustas y nuevos seguidores. Pero no se había percatado de que tenía también acceso a los comentarios de los vídeos.
Se metió en el primero que había subido y empezó a leerlos. Cuando lo hizo, el gesto le cambió por completo. La sonrisa inicial al ver todos aquellos nuevos seguidores se tornó en un gesto triste y sorprendido, como a quien le acaban de romper el corazón.
Cada comentario le resonaba en la cabeza y le sentaba como una punzada en el pecho. “Por favor, que alguien le subtitule”, “Patada tras patada al diccionario”, “Me da asco verlo”, “Si mi padre hiciera esto, me iría del país”, “Nunca pensé que vería a Shrek en la vida real”, “Pensaba que Torrente era un personaje de ficción” …
No pudo seguir leyendo. Entre enfadado y triste, lanzó el móvil sobre la mesa sin ni siquiera bloquearlo y se levantó de su silla. Con el sonido de su voz en uno de sus vídeos sonando de fondo, fue hacia la puerta de la calle y salió por ella dejándola abierta. Su silueta se fue perdiendo poco a poco en el horizonte.
Juan Salado
Grupo C
La última carrera
Como todas las tardes, nos veíamos en las pistas de atletismo.
Había pasado tiempo desde aquella tarde que por primera vez me encontré con el que iba a ser mi segundo entrenador, Miguel Alemán, todavía atleta de medio fondo y de los buenos.
Antes de hablar con él, disfruté con la vista de las últimas series de cuatrocientos a un ritmo de cincuenta y dos segundos.
Y digo segundo, porque por mi mala cabeza, dejándome llevar por otros atletas más experimentados, se me ocurrió correr un maratón en Donostia, sin el permiso de Gaspar, mi primer entrenador.
Lo que se dice empezar la casa por el tejado.
contento con mi marca, a la vuelta de San Sebastián, como muchas tardes, me dirigí a la Manzanilla, esperando palmaditas en la espalda de los compañeros de entrenamiento, y allí estaba esperándome el bueno de Gaspar para comunicarme que buscara entrenador.
Esa fue la primera lección de vida que experimenté en el mundo atlético.
Con este duro golpe, se me cayó el mundo encima, pero quiso el destino encontrarme con Miguel, y después de una larga conversación, incluido mi arrepentimiento y varios días entrenando solo, me permitió formar parte de su grupo de entrenamiento.
Un grupo fantástico compuesto por los mejores fondistas y medio fondistas de Canarias: Domingo Frías, Hermogenes, Miguel Torronteras, Alfredo Escuela, y un gran velocista Emilio Pérez, medallista de cuatrocientos en los campeonatos de España, junto a otros ilustres como Antonio Sánchez y Cayetano Cornet. Y como olvidarme de Elena Ramos, compañera inseparable de entrenamiento y ojito derecho de Miguel.
Volviendo al primer día que conocí a mi nuevo entrenador, bien digo que fueron las últimas series porque la fatalidad del destino se cebó con él, y una osteopatía de pubis le retiró prematuramente del atletismo de competición.
Se perdió un buen atleta, pero dentro de su desesperación se dedicó en cuerpo y alma a formar y entrenar, desinteresadamente; poniendo toda su experiencia y sabiduría en sus discípulos.
Fueron unos años maravillosos, donde la amistad fue el lazo de unión entre un entrenador y un atleta, que también quiso el destino separarlos.
Un traslado, cuando todo era felicidad, separó nuestros caminos, y yo me vi en el peor de los escenarios posibles. Seguí corriendo, tuve otros entrenadores, pero la sombra de Miguel era muy alargada y no volví a ser el atleta feliz, que se sentía admirado y querido y que una tarde, una buena persona le abrió los brazos, y le cambió la vida.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
CONTON (El pésimo escenario posible)
Las luces del atardecer se iban adormeciendo mientras los dos amigos caminaban por la ribera del Tormes. Las formas se difuminaban y los objetos se oscurecíanesperando que la iluminación hiciera resplandecer las Catedrales, la Clerecía y los Dominicos. Sin embargo, fue una extraña botella brillante la que atrajo su atención. Nunca habían visto una botella de ese color amarillo primario, reluciente, opaca, que flotando en las aguas teñidas de dorado por las piedras y el atardecer, les hacía guiños invitándoles a rescatarla del agua. No estaban especialmente interesados en aquel objeto, pero las continuas piruetas, brincos y vaivenes que los remolimos y las corrientes le hacían dar, convirtieron su baile en una atracción hipnótica. El más alto y más osado de los dos, el único que podía alcanzarla sin mojarse, acabó rescatando la botella amarilla del agua. El más bajo y reflexivo de los dos la examinó cuidadosamente, sin encontrar ningún dato que pudiera identificarla. Únicamente una etiqueta de color rosa pálido, con letras mayúsculas de color blanco, indicaba que se trataba de algo denominado CONTON. El contenido no llegaba a observarse, no pudiendo determinase si se trataba de un producto sólido o líquido. Tampoco su peso daba pistas. Durante un largo rato los dos amigos discutieron qué hacer con aquella botella llovida del río, hasta que el más alto y más osado, cansado de la inacción, la abrió de un certero golpe contra una piedra que hizo saltar la chapa que mantenía retenido su contenido. Un suave y delicado olor a rosas y vainilla con notas de pescado en descomposición, se desprendió de la botella, creando una pequeña nube que se difuminó con el viento. Los dos amigos hicieron el pino durante tres minutos, se subieron al puente de Enrique Estevan y se tiraron al agua, aunque afortunadamente la plantas invasoras amortiguaron su caída. Después de colgar mil fotos de las disparatadas ocurrencias que tuvieron a lo largo de la noche, cada uno se fue para su casa. El más bajo y reflexivo se llevó la botella consigo y la guardó en su colección de trofeos de noche. No volvieron a verse hasta que el amigo más alto y más osado le llamó por teléfono.
En el tiempo intermedio diversas noticias fueron surgiendo aquí y allá, llamando la atención de los dos amigos. Una de las primeras hacía referencia al incremento de muertes producidas por las imprudencias cometidas al tomar todo tipo de selfies inverosímiles. También habían aumentado los fallecimientos resultantes de actividades de riesgo, como los saltos de las vías del tren o del metro, los ahogamientos con fines sexuales, juegos con serpientes y otros animales venenosos o el balconing en los hoteles de la costa. Otras actividades de menor riesgo y consecuencias menos nefastas, también habían comenzado a prodigarse, aunque no constituían noticias de primera página. Grupos de hinchas de equipos rivales que quedaban para enfrentarse a bastonazos por seguir la tradición, colas de semanas para sacar las entradas del grupo de moda, un autobús volcado al ponerse todos sus ocupantes del mismo lado para comprobar la estabilidad, envenenamientos de nuevos aficionados por comer setas venenosas, etc…
Aquella ola de despropósitos no dejó de extenderse, haciendo que los dos amigos empezaran a preguntarse si el contenido de la botella amarilla tendría algo que ver. Ellos habían experimentado el efecto sobre su comportamiento, el día que la encontraron, y los hechos comentados en las noticias tenían cierta similitud con lo sucedido aquella tarde a la orilla del Tormes. Pero todo era cada día más alarmante y ya se comenzaba a hablar de que la epidemia se estaba convirtiendo en pandemia. Tardaron más tiempo en darse cuenta de su alcance y de su trascendencia porque estaban acostumbrados a oír las declaraciones y las actuaciones de los políticos locales, regionales, nacionaleso internacionales. Seguían siendo las mismas necedades y engañabobos de siempre. Pero lo preocupante era que incluso en los programas de entretenimiento, las actuaciones de los dirigentes carecían de sentido, en temas alejados de la política carecían de sentido y en cualquier situación se comportaban sin el más mínimo atisbo de inteligencia, como la población en general pero acrecentado y multiplicado por cien.
Así fue como los dos amigos decidieron reunirse y comentar lo sucedido semanas atrás. El más bajo y reflexivo llevó la botella al lugar de encuentro. La examinaron largamente, pero no encontraron nada, hasta que el más alto e impulsivo la rompió de un golpe. Entre los vidrios rotos encontraron un pequeño papel cuidadosamente doblado, comoel prospecto de una medicina. Allí leyeron la explicación y pudieron vislumbrar el futuro incierto que aguardaba.
CONTON “Concentrado de Tontería”. Esta botella contiene 100 g de CONTON gaseoso comprimido. ¡No abrir bajo ningún concepto! Cada gramo del producto,deolor a rosas y vainilla con notas de pescado en descomposición, puede contaminar la atmósfera en un área de 50.000 km2
Manuel Medarde
Grupo A
Gajanejos
Fueron tantos los muertos
tras las bombas
y el inesperado invierno.
Se improvisaron camposantos
bajo la nieve de marzo,
que se tornó brea,
primavera de amapolas de sangre
y de perdido heno.
Un alud de mampostería abatida
por las balas,
torres desplomadas sin cigüeña ,
cuya figura fuera el homenaje
a Dantes de lejanas tierras
y sus infiernos.
Grandeza de patrias
de pequeños generales,
o quizás anhelos de paz, de pan, de siega.
Milicianos acarrearían escuelas,
postes de telégrafo y hornos
tras los humos y derrumbes.
Tanques abandonados en el barro
se fundieron en la fragua de las campanas.
Tan solo ellas llorarían
a los muertos.
Marísa Sánchez
Grupo C
Grupo C
La última carrera
Como todas las tardes, nos veíamos en las pistas de atletismo.
Había pasado tiempo desde aquella tarde que por primera vez me encontré con el que iba a ser mi segundo entrenador, Miguel Alemán, todavía atleta de medio fondo y de los buenos.
Antes de hablar con él, disfruté con la vista de las últimas series de cuatrocientos a un ritmo de cincuenta y dos segundos.
Y digo segundo, porque por mi mala cabeza, dejándome llevar por otros atletas más experimentados, se me ocurrió correr un maratón en Donostia, sin el permiso de Gaspar, mi primer entrenador.
Lo que se dice empezar la casa por el tejado.
contento con mi marca, a la vuelta de San Sebastián, como muchas tardes, me dirigí a la Manzanilla, esperando palmaditas en la espalda de los compañeros de entrenamiento, y allí estaba esperándome el bueno de Gaspar para comunicarme que buscara entrenador.
Esa fue la primera lección de vida que experimenté en el mundo atlético.
Con este duro golpe, se me cayó el mundo encima, pero quiso el destino encontrarme con Miguel, y después de una larga conversación, incluido mi arrepentimiento y varios días entrenando solo, me permitió formar parte de su grupo de entrenamiento.
Un grupo fantástico compuesto por los mejores fondistas y medio fondistas de Canarias: Domingo Frías, Hermogenes, Miguel Torronteras, Alfredo Escuela, y un gran velocista Emilio Pérez, medallista de cuatrocientos en los campeonatos de España, junto a otros ilustres como Antonio Sánchez y Cayetano Cornet. Y como olvidarme de Elena Ramos, compañera inseparable de entrenamiento y ojito derecho de Miguel.
Volviendo al primer día que conocí a mi nuevo entrenador, bien digo que fueron las últimas series porque la fatalidad del destino se cebó con él, y una osteopatía de pubis le retiró prematuramente del atletismo de competición.
Se perdió un buen atleta, pero dentro de su desesperación se dedicó en cuerpo y alma a formar y entrenar, desinteresadamente; poniendo toda su experiencia y sabiduría en sus discípulos.
Fueron unos años maravillosos, donde la amistad fue el lazo de unión entre un entrenador y un atleta, que también quiso el destino separarlos.
Un traslado, cuando todo era felicidad, separó nuestros caminos, y yo me vi en el peor de los escenarios posibles. Seguí corriendo, tuve otros entrenadores, pero la sombra de Miguel era muy alargada y no volví a ser el atleta feliz, que se sentía admirado y querido y que una tarde, una buena persona le abrió los brazos, y le cambió la vida.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
CONTON (El pésimo escenario posible)
Las luces del atardecer se iban adormeciendo mientras los dos amigos caminaban por la ribera del Tormes. Las formas se difuminaban y los objetos se oscurecíanesperando que la iluminación hiciera resplandecer las Catedrales, la Clerecía y los Dominicos. Sin embargo, fue una extraña botella brillante la que atrajo su atención. Nunca habían visto una botella de ese color amarillo primario, reluciente, opaca, que flotando en las aguas teñidas de dorado por las piedras y el atardecer, les hacía guiños invitándoles a rescatarla del agua. No estaban especialmente interesados en aquel objeto, pero las continuas piruetas, brincos y vaivenes que los remolimos y las corrientes le hacían dar, convirtieron su baile en una atracción hipnótica. El más alto y más osado de los dos, el único que podía alcanzarla sin mojarse, acabó rescatando la botella amarilla del agua. El más bajo y reflexivo de los dos la examinó cuidadosamente, sin encontrar ningún dato que pudiera identificarla. Únicamente una etiqueta de color rosa pálido, con letras mayúsculas de color blanco, indicaba que se trataba de algo denominado CONTON. El contenido no llegaba a observarse, no pudiendo determinase si se trataba de un producto sólido o líquido. Tampoco su peso daba pistas. Durante un largo rato los dos amigos discutieron qué hacer con aquella botella llovida del río, hasta que el más alto y más osado, cansado de la inacción, la abrió de un certero golpe contra una piedra que hizo saltar la chapa que mantenía retenido su contenido. Un suave y delicado olor a rosas y vainilla con notas de pescado en descomposición, se desprendió de la botella, creando una pequeña nube que se difuminó con el viento. Los dos amigos hicieron el pino durante tres minutos, se subieron al puente de Enrique Estevan y se tiraron al agua, aunque afortunadamente la plantas invasoras amortiguaron su caída. Después de colgar mil fotos de las disparatadas ocurrencias que tuvieron a lo largo de la noche, cada uno se fue para su casa. El más bajo y reflexivo se llevó la botella consigo y la guardó en su colección de trofeos de noche. No volvieron a verse hasta que el amigo más alto y más osado le llamó por teléfono.
En el tiempo intermedio diversas noticias fueron surgiendo aquí y allá, llamando la atención de los dos amigos. Una de las primeras hacía referencia al incremento de muertes producidas por las imprudencias cometidas al tomar todo tipo de selfies inverosímiles. También habían aumentado los fallecimientos resultantes de actividades de riesgo, como los saltos de las vías del tren o del metro, los ahogamientos con fines sexuales, juegos con serpientes y otros animales venenosos o el balconing en los hoteles de la costa. Otras actividades de menor riesgo y consecuencias menos nefastas, también habían comenzado a prodigarse, aunque no constituían noticias de primera página. Grupos de hinchas de equipos rivales que quedaban para enfrentarse a bastonazos por seguir la tradición, colas de semanas para sacar las entradas del grupo de moda, un autobús volcado al ponerse todos sus ocupantes del mismo lado para comprobar la estabilidad, envenenamientos de nuevos aficionados por comer setas venenosas, etc…
Aquella ola de despropósitos no dejó de extenderse, haciendo que los dos amigos empezaran a preguntarse si el contenido de la botella amarilla tendría algo que ver. Ellos habían experimentado el efecto sobre su comportamiento, el día que la encontraron, y los hechos comentados en las noticias tenían cierta similitud con lo sucedido aquella tarde a la orilla del Tormes. Pero todo era cada día más alarmante y ya se comenzaba a hablar de que la epidemia se estaba convirtiendo en pandemia. Tardaron más tiempo en darse cuenta de su alcance y de su trascendencia porque estaban acostumbrados a oír las declaraciones y las actuaciones de los políticos locales, regionales, nacionaleso internacionales. Seguían siendo las mismas necedades y engañabobos de siempre. Pero lo preocupante era que incluso en los programas de entretenimiento, las actuaciones de los dirigentes carecían de sentido, en temas alejados de la política carecían de sentido y en cualquier situación se comportaban sin el más mínimo atisbo de inteligencia, como la población en general pero acrecentado y multiplicado por cien.
Así fue como los dos amigos decidieron reunirse y comentar lo sucedido semanas atrás. El más bajo y reflexivo llevó la botella al lugar de encuentro. La examinaron largamente, pero no encontraron nada, hasta que el más alto e impulsivo la rompió de un golpe. Entre los vidrios rotos encontraron un pequeño papel cuidadosamente doblado, comoel prospecto de una medicina. Allí leyeron la explicación y pudieron vislumbrar el futuro incierto que aguardaba.
CONTON “Concentrado de Tontería”. Esta botella contiene 100 g de CONTON gaseoso comprimido. ¡No abrir bajo ningún concepto! Cada gramo del producto,deolor a rosas y vainilla con notas de pescado en descomposición, puede contaminar la atmósfera en un área de 50.000 km2
Manuel Medarde
Grupo A
Gajanejos
Fueron tantos los muertos
tras las bombas
y el inesperado invierno.
Se improvisaron camposantos
bajo la nieve de marzo,
que se tornó brea,
primavera de amapolas de sangre
y de perdido heno.
Un alud de mampostería abatida
por las balas,
torres desplomadas sin cigüeña ,
cuya figura fuera el homenaje
a Dantes de lejanas tierras
y sus infiernos.
Grandeza de patrias
de pequeños generales,
o quizás anhelos de paz, de pan, de siega.
Milicianos acarrearían escuelas,
postes de telégrafo y hornos
tras los humos y derrumbes.
Tanques abandonados en el barro
se fundieron en la fragua de las campanas.
Tan solo ellas llorarían
a los muertos.
Marísa Sánchez
Grupo C
Horizonte de sucesos
1. El Camino
Apenas podía sentir nada, pero aquello que sentía era todo. Todo era indefinido, todo estaba desenfocado, todo estaba distorsionado, todo salvo una sola cosa, mi pulgar. En ese punto singular, la realidad tenía una nitidez extrema. Desde allí el mundo y toda la existencia se formaba para mí. Era como si la realidad se irradiara desde esa singularidad espacial. Todos los demás estímulos que me llegaban y provenían del exterior, eran borrosos. Podía distinguir un hombre que hablaba por teléfono o el llanto de un bebé en brazos de su madre que lo mecía para calmarlo y el sonido del motor del autobús; pero todo esto era como el ruido de fondo en un diálogo de una escena de cine. El exterior, no podía cobrar menos importancia, puesto que, de todas formas, iba a desaparecer.
El peso de mi cuerpo descansaba sobre el asiento. No sabía si estaba flotando, como cuando me hundía con mis primos en el mar Mediterráneo. Realmente era como si estuviera allí. Recreaba el frescor del agua y su sabor marino. Me picaban los ojos por la sal después de que mi primo mayor me lanzara un buen salpicón del agua y reía a carcajadas mientras se lo devolvía.
Pero al volver a la ciudad, tras dejar atrás la pequeña zapatería del barrio, un misil cayó cerca de nosotros. Y desencadenó el terror. Las últimas imágenes que tengo de ellos desintegrados, no he podido olvidarlas.
Toda mi vida se desmoronó y vivía sin rumbo. Pero aún esos momentos, algo me guiaba y puso en mi camino a la gente adecuada, gente sabia. Las escrituras fueron mi brújula. Finalmente, pude comprender todo. Supe que aquello que me guiaba era era Dios. Si Dios me había dado la oportunidad de vivir debía de ser por alguna razón. Vio algo en mí y yo, tenía que corresponderle: me entregué a él. Puse mi alma a su servicio, a combatir a los que nos hacen daño, a los que hacen el mal, me entregué pues, a la tarea más pura: erradicar el mal.
Pero desde que me subí en el autobús, ya no había vuelto a pensar en ello. El destino era ya inevitable, como cuando ves caer un jarrón y ya no hay vuelta atrás. Ya había atravesado el punto de no retorno. El final del camino al inevitable destino: la paz. Dios.
El reloj del autobús marcaba las 11:00. El autobús dobló la esquina y encaramos la entrada del mercado central. Inhalé el soplo de aire más dulce. El último.
El pulgar se hundió sobre el botón.
Tic
Tac
Al otro lado del mercado, dos hermanitos, M y K, contemplaban la destrucción, petrificado presas del pánico. Sus cuerpos estaban gélidos. En un acto reflejo, M relajó los músculos de la mano que sostenía un avioncito, que cayó y al golpear contra el suelo partió un ala.
Manuel Delgado Sánchez
Grupo C
Mi primer vuelo
Siempre había tenido miedo a montar en avión, sin dar un motivo lógico que sustentará esta pequeña fobia.
Pero llegó un día en el que o cogía un avión o tardaba en llegar en barco una semana.
Me hablaron de tomar una pastilla tranquilizadora y de que no me iba a enterar de nada durante el vuelo.
Pero una cosa es la teoría y otra la realidad, y así ocurrió. Al poco de despegar, el comandante de vuelo anuncia por los altavoces que nos apretemos los cinturones que vamos a entrar en turbulencias surgidas por el mal tiempo. El avión, subía, bajaba, se movía dando bandazos, y hasta los más valientes estaban blancos, unas mujeres que estaban a mi lado, se pusieron a rezar de rodillas el padre nuestro en voz alta, otros hablando por el móvil despidiéndose de los familiares, un caos, y aún quedaban unas cuantas horas para llegar al destino.
Una azafata muy guapa me toca el hombro y me despierto sobresaltado. Yo, queriendo saber qué ha pasado. Escucho unas palabras de alivio: Señor, acabamos de aterrizar, ha estado dormido todo el viaje y solo queda usted en el avión, por favor vaya cogiendo su bolsa de viaje. Gracias.
Luis Iglesias
Grupo B
A la maniera de Alejandro Morellón
La salida del gimnasio era para Maxi el mejor momento del día. La sensación de agotamiento muscular combinada con la ducha fría lo reconciliaban con una jornada laboral cada día mas insulsa. Del médico que fue no quedaba ni rastro, hacía años que había aprendido a no hacer nada en la consulta, despachaba con unas cuantas recetas los casos menos graves y dejaba lo peor para los residentes. Su negligencia era un secreto a voces, pero tenía suficiente poder como para mantenerlo sofocado.
Aquella tarde era viernes y solía quedarse en el club social a tomar unas cervezas con los habituales. Eran un grupo de gente satisfecha con sus vidas, segura de que sus privilegios eran merecidos y por eso, ese encuentro marcaba el comienzo del fin de semana con una explosión de autocomplacencia. Eran abogadas, altos funcionarios, notarios, altos cargos de empresas, médicos. El viernes, tras el partido de tenis o la sesión de gimnasio, se ponían ropa informal por primera vez en toda la semana y se acercaban con ruidosas risas al bar del club. Bajo la guirnalda de bombillas, resplandecían como en un anuncio de cerveza.
En un barrio residencial cualquiera, algo lejos de allí, una niña que no será nunca la hija de Maxi, jugaba con las Barbies a doctores mientras que su madre, que era agente de igualdad en un instituto de secundaria, se preguntaba por qué Barbie seguía siendo enfermera y Ken médico a estas alturas. Mientras eso ocurría, en el otro extremo de la ciudad, una vieja militante feminista, aun enérgica pero algo maleada, entraba a la milésima asamblea de su vida, esta vez para organizar la protesta por el parto respetuoso con las jóvenes activistas que tomarán su relevo. Todo ocurría en la tarde de aquella mañana en la que un hombre, cansado de esperar, ponía una queja en el servicio de atención al paciente del hospital y en el periódico local de mayor tirada se publicaban en portada los alarmantes datos de las listas de espera para los especialistas. La misma mañana en la que aquella mujer, cuidadora de aquel hombre con ELA, decidía que la vida de su marido no debía terminarse y decía a los médicos que no quería que lo sedarán aun, mientras en su fuero interno pensaba, a quién voy a cuidar yo si no.
Maxi volvió algo mareado a casa y con una sensación de desasosiego que le roía suavemente la conciencia. Quizás fuera su impostura que se iba transparentando a medida que crecía su pérdida de prestigio o quizás fuera esa falta de rumbo, ese vacío. El móvil vibró en su bolsillo y apareció en la pantalla la notificación que le anunciaba la siguiente sesión del curso de cocinas del mundo a domicilio para el día siguiente, otra idea feliz de Belén que naufragaba a todas luces. Se metió en la cama y trató de dormir, pero la noche estaba eléctrica y a la mañana siguiente se levantó con la sensación de haber soñado sin poder recordar el qué.
Fue a la cocina a prepararse el café y entonces vio las notificaciones del móvil.
MAXI, HA PASADO ALGO INCREÍBLE. EL HOSPITAL HA DESAPARECIDO. LLÁMAME.
A partir de aquel momento el tiempo se relativiza y transcurre a cámara lenta o lo contrario, acelerado. A la desaparición del hospital del Maxi se suceden otras, sin razón aparente y sin que nadie pueda establecer un patrón o una causa. En su lugar quedan explanadas yermas. No hay cascotes, no hay escombros, no hay nada, sencillamente nada. El desconcierto apenas deja lugar a la acción, el gobierno intenta mantener a la prensa alejada para no provocar el pánico colectivo, pero rápidamente se ve que es imposible debido a la expansión del fenómeno. A media mañana ya han desaparecido decenas de hospitales en todo el país, con sus enfermos y su personal; al mediodía comienzan a extenderse las desapariciones por todo el mundo (por todo el mundo en el que hay hospitales). Y al caer la noche de esa especie de séptimo día, la tarea parece concluida. Todos los hospitales, centros de salud, residencias, consultorios, clínicas dentales, clínicas estéticas, policlínicas, ambulatorios, ambulancias... todos han sido tragados por la tierra.
Maxi pasó el día entre sus colegas en los alrededores del solar que ocupaba el hospital. El pánico dio paso a la muerte que se extendió como un fluido entre los enfermos que aun esperaban en sus casas a ser atendidos. Los servicios funerarios ocuparon el primer plano y tuvo que intervenir el ejército para poder llevar a cabo la gestión de cuerpos que aparecían por todas partes, enfermos crónicos en su mayoría, que no estaban recibiendo sus tratamientos diarios.
En pocos días, el mundo se volvió un lugar fuera de control. La gente se quedó en sus casas por miedo a la enfermedad o a sufrir un accidente. Los gobiernos aparecían en los medios de comunicación con mensajes contradictorios. Se trató de acelerar la construcción de un hospital de emergencias en Madrid, pero cada noche desaparecía como los anteriores y la idea acabó por desecharse. Todo se paró y la comida y el papel higiénico empezaron a escasear en los supermercados.
Durante un tiempo, impreciso, ni mucho ni poco, Maxi recibe llamadas y mensajes a todas horas, de familiares, de amigos, de vecinos, de antiguos pacientes, de conocidos. Son enfermos con dolor, mujeres embarazadas que no quieren parir, enfermos mentales fuera de control, personas a las que les da un infarto o alguien que necesita un antibiótico para un dolor de muelas o de oídos. Pero Maxi no puede hacer nada por nadie. Sus conocimientos, como los del resto de médicos han desaparecido en una amnesia selectiva que deja al mundo a merced de la enfermedad y la muerte.
La industria farmaceútica quiebra de inmediato y sus fábricas y centros logísticos se convierten en presas del pillaje y el contrabando. El efecto dominó que provoca la desaparición de este sector no parece tener fin y en pocas semanas, el mundo desarrollado se sume en la mayor crisis económica jamás conocida.
Maxi ha olvidado su profesión y todo lo relacionado con ella, pero sigue siendo un hombre de ciencia que creyó controlar la muerte y por eso sigue pensando que un día todo acabará igual que empezó, de repente.
Pero nada de eso ocurre y pasan los años. En los primeros, solo hay muerte y caos, pero, poco a poco, en ese nuevo mundo sin anticonceptivos, las mujeres vuelven a estar embarazadas y los niños vuelven a nacer. Ahora lo hacen en sus casas y muchos mueren, al igual que muchas mujeres que lo hacen acompañadas de otras mujeres que han aprendido a conjugar vida y muerte en la misma ecuación. Son parteras, comadronas, brujas y sacerdotisas que establecen con el mas allá una relación sin promesas de futuro. Esas mismas mujeres asisten a los enfermos cuando llega su momento, organizan rituales de sanación, preparan brebajes, danzan, cantan y salmodian. Son las encargadas de una nueva espiritualidad que, tras su apariencia ingenua, esconde la sabia aceptación de la vulnerabilidad humana como cualquier otro fenómeno natural.
Don Máximo, que ahora se llama así, llega a ser un anciano y como tal es venerado. Los pocos mayores que quedan, los que conocieron la vida antes del apocalipsis, son guardianes de una memoria que carece de datos concretos, pero que se extraña ante lo que ocurre y lo relaciona con otro tiempo remoto muy anterior a los hospitales. Maxi sabe que a su muerte habrá una gran fiesta en la que se celebrará que ha conseguido vivir. Es un mayor honorable, así que, cada día, cuando sale a pasear por su calle, disfruta del suave tacto de los saludos de los jóvenes y niños que han vuelto a poblar las calles. Son la nueva generación que vive despreocupadamente la vida, sin grandes inversiones de esfuerzo ni tiempo, pues no confían en el futuro a largo plazo. Son jóvenes felices inmortales a cada instante y nada mas.
Un día cualquiera, Máximo, alarga su paseo sin saber por qué. Camina hasta que su calle se acaba, atraviesa los confines de su barrio y pasa por el solar que ocupó su hospital y que ya no le dice nada. Sigue caminando y atraviesa los barrios residenciales de la periferia en los que ya no vive casi nadie y atisba a los lejos la geometría caprichosa del viejo club social. Se acerca a la garita vacía y rota, traspasa lo que fue una barrera y entra al recinto asalvajado. Se para ante algo con lo que tropiezan sus pies, es una muñeca rubia tirada en el suelo con un uniforme blanco que le recuerda vagamente a algo.
Mónica Rivero
Grupo C
A la maniera de Alejandro Morellón
La salida del gimnasio era para Maxi el mejor momento del día. La sensación de agotamiento muscular combinada con la ducha fría lo reconciliaban con una jornada laboral cada día mas insulsa. Del médico que fue no quedaba ni rastro, hacía años que había aprendido a no hacer nada en la consulta, despachaba con unas cuantas recetas los casos menos graves y dejaba lo peor para los residentes. Su negligencia era un secreto a voces, pero tenía suficiente poder como para mantenerlo sofocado.
Aquella tarde era viernes y solía quedarse en el club social a tomar unas cervezas con los habituales. Eran un grupo de gente satisfecha con sus vidas, segura de que sus privilegios eran merecidos y por eso, ese encuentro marcaba el comienzo del fin de semana con una explosión de autocomplacencia. Eran abogadas, altos funcionarios, notarios, altos cargos de empresas, médicos. El viernes, tras el partido de tenis o la sesión de gimnasio, se ponían ropa informal por primera vez en toda la semana y se acercaban con ruidosas risas al bar del club. Bajo la guirnalda de bombillas, resplandecían como en un anuncio de cerveza.
En un barrio residencial cualquiera, algo lejos de allí, una niña que no será nunca la hija de Maxi, jugaba con las Barbies a doctores mientras que su madre, que era agente de igualdad en un instituto de secundaria, se preguntaba por qué Barbie seguía siendo enfermera y Ken médico a estas alturas. Mientras eso ocurría, en el otro extremo de la ciudad, una vieja militante feminista, aun enérgica pero algo maleada, entraba a la milésima asamblea de su vida, esta vez para organizar la protesta por el parto respetuoso con las jóvenes activistas que tomarán su relevo. Todo ocurría en la tarde de aquella mañana en la que un hombre, cansado de esperar, ponía una queja en el servicio de atención al paciente del hospital y en el periódico local de mayor tirada se publicaban en portada los alarmantes datos de las listas de espera para los especialistas. La misma mañana en la que aquella mujer, cuidadora de aquel hombre con ELA, decidía que la vida de su marido no debía terminarse y decía a los médicos que no quería que lo sedarán aun, mientras en su fuero interno pensaba, a quién voy a cuidar yo si no.
Maxi volvió algo mareado a casa y con una sensación de desasosiego que le roía suavemente la conciencia. Quizás fuera su impostura que se iba transparentando a medida que crecía su pérdida de prestigio o quizás fuera esa falta de rumbo, ese vacío. El móvil vibró en su bolsillo y apareció en la pantalla la notificación que le anunciaba la siguiente sesión del curso de cocinas del mundo a domicilio para el día siguiente, otra idea feliz de Belén que naufragaba a todas luces. Se metió en la cama y trató de dormir, pero la noche estaba eléctrica y a la mañana siguiente se levantó con la sensación de haber soñado sin poder recordar el qué.
Fue a la cocina a prepararse el café y entonces vio las notificaciones del móvil.
MAXI, HA PASADO ALGO INCREÍBLE. EL HOSPITAL HA DESAPARECIDO. LLÁMAME.
A partir de aquel momento el tiempo se relativiza y transcurre a cámara lenta o lo contrario, acelerado. A la desaparición del hospital del Maxi se suceden otras, sin razón aparente y sin que nadie pueda establecer un patrón o una causa. En su lugar quedan explanadas yermas. No hay cascotes, no hay escombros, no hay nada, sencillamente nada. El desconcierto apenas deja lugar a la acción, el gobierno intenta mantener a la prensa alejada para no provocar el pánico colectivo, pero rápidamente se ve que es imposible debido a la expansión del fenómeno. A media mañana ya han desaparecido decenas de hospitales en todo el país, con sus enfermos y su personal; al mediodía comienzan a extenderse las desapariciones por todo el mundo (por todo el mundo en el que hay hospitales). Y al caer la noche de esa especie de séptimo día, la tarea parece concluida. Todos los hospitales, centros de salud, residencias, consultorios, clínicas dentales, clínicas estéticas, policlínicas, ambulatorios, ambulancias... todos han sido tragados por la tierra.
Maxi pasó el día entre sus colegas en los alrededores del solar que ocupaba el hospital. El pánico dio paso a la muerte que se extendió como un fluido entre los enfermos que aun esperaban en sus casas a ser atendidos. Los servicios funerarios ocuparon el primer plano y tuvo que intervenir el ejército para poder llevar a cabo la gestión de cuerpos que aparecían por todas partes, enfermos crónicos en su mayoría, que no estaban recibiendo sus tratamientos diarios.
En pocos días, el mundo se volvió un lugar fuera de control. La gente se quedó en sus casas por miedo a la enfermedad o a sufrir un accidente. Los gobiernos aparecían en los medios de comunicación con mensajes contradictorios. Se trató de acelerar la construcción de un hospital de emergencias en Madrid, pero cada noche desaparecía como los anteriores y la idea acabó por desecharse. Todo se paró y la comida y el papel higiénico empezaron a escasear en los supermercados.
Durante un tiempo, impreciso, ni mucho ni poco, Maxi recibe llamadas y mensajes a todas horas, de familiares, de amigos, de vecinos, de antiguos pacientes, de conocidos. Son enfermos con dolor, mujeres embarazadas que no quieren parir, enfermos mentales fuera de control, personas a las que les da un infarto o alguien que necesita un antibiótico para un dolor de muelas o de oídos. Pero Maxi no puede hacer nada por nadie. Sus conocimientos, como los del resto de médicos han desaparecido en una amnesia selectiva que deja al mundo a merced de la enfermedad y la muerte.
La industria farmaceútica quiebra de inmediato y sus fábricas y centros logísticos se convierten en presas del pillaje y el contrabando. El efecto dominó que provoca la desaparición de este sector no parece tener fin y en pocas semanas, el mundo desarrollado se sume en la mayor crisis económica jamás conocida.
Maxi ha olvidado su profesión y todo lo relacionado con ella, pero sigue siendo un hombre de ciencia que creyó controlar la muerte y por eso sigue pensando que un día todo acabará igual que empezó, de repente.
Pero nada de eso ocurre y pasan los años. En los primeros, solo hay muerte y caos, pero, poco a poco, en ese nuevo mundo sin anticonceptivos, las mujeres vuelven a estar embarazadas y los niños vuelven a nacer. Ahora lo hacen en sus casas y muchos mueren, al igual que muchas mujeres que lo hacen acompañadas de otras mujeres que han aprendido a conjugar vida y muerte en la misma ecuación. Son parteras, comadronas, brujas y sacerdotisas que establecen con el mas allá una relación sin promesas de futuro. Esas mismas mujeres asisten a los enfermos cuando llega su momento, organizan rituales de sanación, preparan brebajes, danzan, cantan y salmodian. Son las encargadas de una nueva espiritualidad que, tras su apariencia ingenua, esconde la sabia aceptación de la vulnerabilidad humana como cualquier otro fenómeno natural.
Don Máximo, que ahora se llama así, llega a ser un anciano y como tal es venerado. Los pocos mayores que quedan, los que conocieron la vida antes del apocalipsis, son guardianes de una memoria que carece de datos concretos, pero que se extraña ante lo que ocurre y lo relaciona con otro tiempo remoto muy anterior a los hospitales. Maxi sabe que a su muerte habrá una gran fiesta en la que se celebrará que ha conseguido vivir. Es un mayor honorable, así que, cada día, cuando sale a pasear por su calle, disfruta del suave tacto de los saludos de los jóvenes y niños que han vuelto a poblar las calles. Son la nueva generación que vive despreocupadamente la vida, sin grandes inversiones de esfuerzo ni tiempo, pues no confían en el futuro a largo plazo. Son jóvenes felices inmortales a cada instante y nada mas.
Un día cualquiera, Máximo, alarga su paseo sin saber por qué. Camina hasta que su calle se acaba, atraviesa los confines de su barrio y pasa por el solar que ocupó su hospital y que ya no le dice nada. Sigue caminando y atraviesa los barrios residenciales de la periferia en los que ya no vive casi nadie y atisba a los lejos la geometría caprichosa del viejo club social. Se acerca a la garita vacía y rota, traspasa lo que fue una barrera y entra al recinto asalvajado. Se para ante algo con lo que tropiezan sus pies, es una muñeca rubia tirada en el suelo con un uniforme blanco que le recuerda vagamente a algo.
Mónica Rivero
Grupo C
El peor escenario del mundo
Sí, había leído la Divina comedia de Dante desde el primer foso hasta el más profundo, todo era horror, no haber sido buenas personas en la vida terrenal les hacía pagar sus culpas, sólo las buenas personas irían al cielo.
Él pensó ¿cómo soy yo? A veces he sido bueno, en otros momentos más débil, no había mucha bondad en mí, en general era buena persona y lo sabía.
Comenzaron sus miedos. La mente tiene mucha fuerza y mezclada con temores más. Repetía para sus adentros las cosas buenas que había hecho y siempre aparecían en su memoria las malas, que también había algunas.
De aquí en adelante, se dijo, haré todo el bien posible.
Así comenzó su andadura, haciendo bien. Al cabo de un tiempo, su mente, que aún no se había asentado, comenzó a pensar: “si después de haber sido tan bueno, al final de mi vida no me ocurre lo que al condenado por desconfiado”.Su mente no paraba de dar vueltas y su sufrimiento era cada vez mayor, insoportable, así no podía vivir. “Creo que podía suicidarme y terminar con esta locura, pero con este acto no iría al cielo, ¿qué hacer? Esperar”.
Por fin le llegó la muerte. Comenzó a visitar fosos a ver en cuál de ellos le acomodaban, miraba, no veía a Virgilio, estaba solo. Llegó al cielo, “este es mi lugar”. Despertó -era un sueño- como lo siento.
“Aunque siga con mi tormento en la tierra, he estado en el cielo”.
Carlos Hidalgo Hernández
Grupo B
La luna llena
No podía abrir los ojos, oía rumores, tal vez palabras, en un idioma desconocido. Le pesaban los párpados tanto, que no era capaz, por más que lo intentaba, de levantarlos. Sentía calor en el cuerpo, notaba pesadez en todo él y deseaba, con todas sus fuerzas, mirar. Si no fuera por los susurros de su alrededor, hubiera seguido durmiendo, pero las voces insistían. Se restregó, con fuerza, los ojos. Levantó un párpado e inmediatamente lo cerró. El sol le produjo un terrible escozor. Notó que algo caía sobre ella, una tela suave, acariciadora, y las extrañas palabras volvieron a sus oídos. Intentó apoyarse en los codos, pero la cabeza pesaba demasiado y se tumbó de costado, de nuevo las voces en los oídos, las palabras le parecían amables. Abrió lentamente los ojos, el sol la destrozaba, ese sol de los trópicos a mediodía, un infierno que abrasa. Al incorporarse, se notó desnuda, apenas cubierta por un miserable y sucio batik. Empezó a moverse, comprobando que podía hacerlo. No sabía dónde estaba, ni qué hacía allí, desnuda a pleno sol, rodeada de gente que, con suaves palabras, emitía mensajes que no podía entender.
Se sentó despacio, apoyó los codos sobre las rodillas y se tapó la cara. No había nadie conocido cerca, no entendía el idioma, estaba completamente desnuda. Despacio, deletreando, dijo cuatro palabras NusaDua, Melia Bali. Fue suficiente, alguien puso una botella de agua en sus manos, bebió un sorbo y el líquido la devolvió a la realidad. Como un relámpago pasó por su cabeza la hora de salida de su vuelo. No sabía dónde estaba, posiblemente en Kuta, lejos de su hotel, tenía que dejar la habitación, recoger todo, su pasaporte, sin él no podía volar. Buscó en vano su bolso. Alguien le echo otros sucios batiks por encima y casi en volandas la llevaron hasta un coche, mientras ella repetía Melia Bali, NusaDua, una y otra vez.
El aire acondicionado terminó de despejarla, sintió un escalofrío y su cuerpo tembló. Se notó sucia, desesperada, no era capaz de recordar qué demonios había sucedido con los demás.
El viaje fue lento, o, al menos, a ella le dio tiempo a mirar aquella carretera recorrida tantas veces con sus compañeros. Los coches se acercaban peligrosamente, las motos encolerizadas, como queriéndose estrellar contra el taxi, los peatones invadiendo la carretera, las mujeres con ofrendas, los niños con escobillas en las manos. Todo un mundo se movía por la carretera, mientras Luisa volvía a la realidad. Ya estaban ahí los magníficos campos de golf del sur y los lujosos hoteles. Una realidad muy diferente de la vivida hacía sólo unos instantes.
Así era la isla, un paraíso de contrastes.
Todo el mundo andaba revuelto en el trajín de ir y venir del hotel. Al verla aparecer de aquella manera, los cuchicheos fueron en aumento, sin prestar atención a las mujeres que la miraban con desprecio, se dirigió a información a pedir una tarjeta para su habitación. Dijo que le habían robado la suya, o que había perdido el bolso, que pagaran al taxi que esperaba fuera.
El encargado del grupo se acercó a preguntarle qué había pasado. No recordaba nada.
La recepcionista le pidió que se diera prisa el autobús al aeropuerto salía en veinte minutos.
Se duchó, sintiendo deslizarse el agua por su piel acribillada y las lágrimas corrieron por sus mejillas, mientras oía golpes en la puerta.
Metió todo en la maleta, sin control. Se vistió y abrió, su compañero la abrazó. No sabía nada, él acababa de regresar como ella, desorientado también. Juntos aclararon las cuentas y subieron al autobús. Luisa le pidió que la dejara sola, tenía que dormir y se fue hasta el fondo.
Mientras volvía a repetir el mismo camino, transitado a diario, durante los días pasados en Bali, Luisa fue viendo lo sucedido la noche de la despedida. La cena exquisita en el hotel Meliá, su precioso vestido rojo, los amigos con los que había compartido aventuras en esos días inolvidables, María y sus deseos de aprender a bailar como las aborígenes, con su escotado vestido , ajustado como un guante. Las copas de arak, el sorbete de frutas de la pasión, una flor de hielo dentro de la que había una ambrosía minúscula. El viaje a Kuta buscando la última diversión, recordó “Jalan BakungSani”, tomaron otra copa de arak en un bar, el Casablanca, quizás. El concurso de bebedores de cerveza, en un ambiente salvaje, gritos, risas, sudor y preciosas bailarinas de dedos larguísimos, semidesnudas, a las que María imitaba. Salieron buscando más diversión hasta la discoteca más in “Peanuts”, otra copa y ya no pudieron ir al “Koala Blu”.
La despertó su compañero de viaje, recogió su bolso de mano y se dirigió al embarque con su pasaporte. El policía examinó la foto y durante tres largos minutos la estuvo observando. La cola se impacientaba, las mujeres cuchicheaban. Miró hacia tras buscando ayuda, cuando el policía le dijo que siguiera al entregarle el pasaporte. En el avión una encantadora azafata de la Thai le deseó buen viaje. Se arrellenó en su asiento esperando el despegue y se durmió.
Kuta es un hervidero de juerguistas internacionales, peligrosa, muy peligrosa. No fueron al Koala Blu, alguien decidió un baño en la playa, el último en el Índico. El taxi esperaría hasta las cinco, había tiempo. La noche brillaba iluminada por la luna llena y la luz de algunos antros de dudosa reputación. Hacía mucho calor, la arena se colaba por las tiras de las sandalias de Luisa, se las quitó y le pidió a un colega que le bajara la cremallera de su impecable vestido rojo. La mano se deslizó suavemente por su espalda, recorriendo cada una de sus vértebras.
A su lado, María reía a carcajadas.
La despertó un ruido brusco, habían bajado el tren de aterrizaje, era obligatorio el uso del cinturón. Una joven azafata le dio un vaso de zumo muy frío. Iban a aterrizar en Java. La espera se alargaría cuarenta minutos. No tenía ganas de moverse. Cerró los ojos y las imágenes de la playa pasaron al galope por su mente. Los gritos de María pidiéndole que corriera, la pelea, el vestido rojo destrozado, la caída, el golpe, sola, acompañada únicamente por la luna llena.
Se salvó de milagro. Podía haber sido peor.
JB
Grupo C
Salir del infierno
Una maleta, unos platos y restos de comida, unas ropas tiradas en el suelo, una mancha oscura junto a la mesa que parece sangre. La ventana destrozada y, enfrente, un enorme agujero en la pared a través del cual se ve lo que queda de la casa vecina: un montón de hierros retorcidos y escombros. Contra el cielo gris, el marco de una puerta que ya no guarda ningún secreto. El humo negro retorcido por el viento.
A la vez, los gritos... unos angustiosos demandando auxilio, otros imperativos. También maldiciones y exabruptos. Un lamento enunciado como si fuera una plegaria y el llanto desconsolado de un niño que no alcanzo a ver.
Después de un breve silencio, un ulular de sirenas precede a la llegada de las ambulancias que llevan el distintivo del hospital de Jersón.
No lo soporto más y pulso el botón del mando a distancia.
Pepe Lorenzo
Grupo B
La madre
Se levantó con una fuerte migrañaen sintonía con una gran agitación en el pecho. Las pesadillas que se habían solapado durante su sueño inquieto le habían dejado una extraña sensación. Parecían tan reales que lo primero que hizo nada más levantarse, fue ir a la habitación de Jonás para comprobar que sólo había sido un horrible sueño sin más.
El niño dormía plácidamente ajeno al desasosiego de su progenitora.
“Voy a desayunar algo a ver si me entono y luego lo despierto”, pensó.
Encontró a su marido en la cocina sorbiendo su café mientras controlaba elmóvil.
- Buenos días, cariño. ¡Menuda nochecita me has dado! No dejabas de moverte y lanzar patadas y puños.
- Buenos días, amor. He tenido un montón de sueños terribles y todos con el mismo hilo conductor: en la televisión no paraban de informar sobre un suceso gravísimoocurrido en el cole de Jonás. Las imágenes eran escalofriantes. Hasta el punto de que me he despertado con muy mal cuerpo. ¡No te digo más que estoy valorando el no llevar al niño al cole!
- ¡Qué dramática eres, cariño! Sólo ha sido una pesadilla. Tengo que irme ya o llegaré tarde. ¡Te quiero mi Casandra particular!- bromeó él.
Después de acompañar al niño al colegio, se dirigió al gimnasio para su habitual clase de yoga con la convicción de que la ayudaría a apaciguar su ansiedad.
Al acabar, mucho más relajada,pasó por el supermercado para comprar algunas cosas que hacían falta en casa.
Paseaba con su carrito sin prestar especial atención a la emisora de radio que se escuchaba por los altavoces. Hasta que el corte brusco de la canción que estaba sonando, dio paso a un informativo especial.
“Interrumpimos la transmisión para informar de una noticia de última hora. Nos comunican que ha habido una explosión en el colegio “Padres caritativos”. Al parecer, un individuo enmascarado ha esperado la hora del recreo para lanzar una granada por encima de la valla hacia el interior del colegio.Según fuentes oficiales, la explosión habría alcanzado de lleno a uno de los alumnos de 5° curso. A pesar de la tragedia, no hay que lamentar más víctimas lo cual supone casi un milagroya que, en ese momento, se hallaban muchos niños en el patio…”
Sus oídos se negaron a seguir escuchando, mientras que su corazón galopaba en su pecho dando coces dolorosas a sus pulmones.
Empujó con fuerza el carro y salió corriendo gritando como una loca: “¡Mi hijo! ¡Mi niño que me lo han matado!”
Mientras se dirigíacon un carrera frenética hacia la escuela, pensaba en su cuerpecito mutilado. Su cabeza arrancada del tronco. En su carita un surco cruel lleno de pólvora negra borrándole la mirada. Lo vio tirado en el suelo frío y anónimo del patio, con su uniforme sucio, roto, ultrajado. Sus piernas retorcidas como las de una marioneta rota.Suspiececitosdescalzos y descoyuntados. Sus bracitos exánimes y desgarrados.
Se había formado una multitud alrededor de la verja principal del colegio. Ella, llorando y con voz ronca y desolada, imploraba:-“¡Mi hijo! ¡Es mi niño! ¡Déjenme pasar que me lo han matado!”.
Se fue abriendo un pasillo de dolor y comprensión a su paso hasta que, por fin, divisó en el suelo frío el triste cadáver del niño. El cordón policial impedía que se acercase más.
Un grupo de madres intentó consolarla pero ella estaba destrozada.
- ¡Mi amor! ¿Qué te me han hecho?- gritaba con la garganta en carne viva.
De repente, se escuchó: “Mamá, estoy aquí”.
Jonássalió de entre los compañeros que las maestras trataban de mantener alejados y avanzó hasta ella para fundirse ambos en un abrazo no privo de los aplausos de los espectadores que asistían a la escena.
Ella,riendo como una loca, con Jonás en brazos, mostraba a todos su alegría. “¡Está vivo!”, repetía con lágrimas de emoción.
Las madres aplaudían en medio de la algarabía.
Una mujer se abrió camino entre ellas desgarrada de dolor llorando: “¡Jonathan! ¡Es mi Jonathan! ¡Lo han dicho en la radio! ¡Ayúndenme, por favor, que sin él me muero! ¡Jonathan, mi niño!”.
Una de las madres se dirigió a ella :-”Señora, por favor, un poco de respeto hacia la alegría ajena. ¿No ve que esta señora acaba de descubrir que su hijo está ileso?”.
-“ De verdad, ¡qué falta de empatía!”, la amonestó otra madre.
-“¡Y de consideración!”
Ibone Bueno Vicente
Grupo C
El peor escenario posible
Sí, había leído la Divina comedia de Dante desde el primer foso hasta el más profundo, todo era horror, no haber sido buenas personas en la vida terrenal les hacía pagar sus culpas, sólo las buenas personas irían al cielo.
Él pensó ¿cómo soy yo? A veces he sido bueno, en otros momentos más débil, no había mucha bondad en mí, en general era buena persona y lo sabía.
Comenzaron sus miedos. La mente tiene mucha fuerza y mezclada con temores más. Repetía para sus adentros las cosas buenas que había hecho y siempre aparecían en su memoria las malas, que también había algunas.
De aquí en adelante, se dijo, haré todo el bien posible.
Así comenzó su andadura, haciendo bien. Al cabo de un tiempo, su mente, que aún no se había asentado, comenzó a pensar: “si después de haber sido tan bueno, al final de mi vida no me ocurre lo que al condenado por desconfiado”.Su mente no paraba de dar vueltas y su sufrimiento era cada vez mayor, insoportable, así no podía vivir. “Creo que podía suicidarme y terminar con esta locura, pero con este acto no iría al cielo, ¿qué hacer? Esperar”.
Por fin le llegó la muerte. Comenzó a visitar fosos a ver en cuál de ellos le acomodaban, miraba, no veía a Virgilio, estaba solo. Llegó al cielo, “este es mi lugar”. Despertó -era un sueño- como lo siento.
“Aunque siga con mi tormento en la tierra, he estado en el cielo”.
Carlos Hidalgo
Grupo B
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