Carnaval, te quiero

Esta semana la Sala de Fondo Local se llenó de extraños personajes. Allí estaban, con sus disfraces, sobre los cuadernos de los componentes del taller. Celebraban el carnaval.
Dice Eduardo Galeano que “...el Carnaval es la forma de ser uno mismo sin que nadie se dé cuenta" así que hablamos de máscaras, de ayuno y abstinencia, de murgas y comparsas, de esas pieles efímeras que son los disfraces. Recomendamos el artículo "El carnaval en los clásicos de la literatura: alegría, color, máscara, baile y desenfreno" de Maribel Lienhard y el "Cuento de carnaval" de Rómulo Gallegos.
Y escuchamos el duelo que mantuvieron Joaquín Sabina y Alexis Díaz Pimienta el 2 de marzo de 2019 en el Carnaval de Cádiz donde fue pregonero. Ambos, disfrazados de piratas miden sus palabras con décimas.
Pero también recordamos el cuadro "El combate entre Don Carnal y Doña Cuaresma" de Pieter Brueghel el Viejo. Y a Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, y su Libro de buen amor.




Dejamos por aquí dos textos: "Las coplas a la muerte de Don Carnal", de un servidor (publicadas en el libro Esto y ESO, Editorial Edelvives) y el cuento "Restos de carnaval" de Clarice Lispector traducido por Cristina Peri Rossi:

Coplas a la muerte de Don Carnal

Recobre el alma la siesta y olvide el sueño cabruno contemplando cómo se pasa la fiesta, cómo se viene el ayuno tan callando; cuán presto se va el humor, cómo después de enterrado da que hablar, cómo el precio del amor de cualquier beso olvidado es recordar.
Y pues vemos cómo el cura llama a todos los confesos al rosario, si juzgamos sin censura daremos con nuestros huesos en osario.
No se engañe nadie, eh, pensando que iba a durar muchos días, más que duró lo que fue pues el tiempo ha de ordenar las alegrías.
Nuestras vidas son los bares que no venden garrafón, que es el morir, allí van los escolares derechos al botellón a consumir; allí, los hombres adultos, allí los otros medianos y menores; en la calle no hay indultos para jóvenes, señoras y señores.
Dejo aquí las restricciones de la cuaresma empezada y vuelvo a la encrucijada del tiempo y sus estaciones.
Y al amor doy aposento pues es fecha de placer y caridad, a pesar de que ese cuento de quererte más que ayer sea verdad.
Febrero es mes de conquista, para al otro algunas cosas regalar, mas cumple ser consumista y comprar joyas y rosas para amar. Pues dicen que amor sin dones, en términos de mercado, no es amor. Y menos si no hay condones y bombones empapados de licor.
Y así, metidos en danza con amor en la mirada y oraciones, declaramos nuestra panza, de jamón muy bien cuidada, en vacaciones.
Y a pesar de lo que opinen los pastores del rebaño popular y el sermón que dictaminen los prelados del infierno en el altar, el humano que esto cuenta, que es al punto buen devoto de Carnal, no pondrá su alma en venta ni a la prédica ni al voto electoral.
¿Qué se fueron de los sabios disfrazados y comparsas de estos días? ¿Quién se pinta ahora los labios y la cara con las farsas más impías?
Preparad el monedero, enemigos del placer y la oración, y gastad vuestro dinero con fe ciega y devoción.


Raúl Vacas



Restos del carnaval

No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.

En la realidad, sin embargo, yo poco participaba. Nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación, me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos, mirando ávidamente cómo se divertían los demás. Dos cosas preciosas conseguía yo entonces, y las economizaba con avaricia para que me durasen los tres días: un atomizador de perfume y una bolsa de confeti. Ah, se está poniendo difícil escribir. Porque siento cómo se me va a ensombrecer el corazón al constatar que, aun incorporándome tan poco a la alegría, tan sedienta estaba yo que en un abrir y cerrar de ojos me transformaba en una niña feliz.

¿Y las máscaras? Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara. Si un enmascarado hablaba conmigo en la puerta al pie de la escalera, de pronto yo entraba en contacto indispensable con mi mundo interior, que no estaba hecho sólo de duendes y príncipes encantados sino de personas con su propio misterio. Hasta el susto que me daban los enmascarados era, pues, esencial para mí.

No me disfrazaban: en medio de las preocupaciones por la enfermedad de mi madre, a nadie en la casa se le pasaba por la cabeza el carnaval de la pequeña. Pero yo le pedía a una de mis hermanas que me rizara esos cabellos lacios que tanto disgusto me causaban, y al menos durante tres días al año podía jactarme de tener cabellos rizados. En esos tres días, además, mi hermana complacía mi intenso sueño de ser muchacha —yo apenas podía con las ganas de salir de una infancia vulnerable— y me pintaba la boca con pintalabios muy fuerte pasándome el colorete también por las mejillas. Entonces me sentía bonita y femenina, escapaba de la niñez.

Pero hubo un carnaval diferente a los otros. Tan milagroso que yo no lograba creer que me fuese dado tanto; yo que ya había aprendido a pedir poco. Ocurrió que la madre de una amiga mía había resuelto disfrazar a la hija, y en el figurín el nombre del disfraz era Rosa. Por lo tanto, había comprado hojas y hojas de papel crepé de color rosa, con las cuales, supongo, pretendía imitar los pétalos de una flor. Boquiabierta, yo veía cómo el disfraz iba cobrando forma y creándose poco a poco. Aunque el papel crepé no se pareciese ni de lejos a los pétalos, yo pensaba seriamente que era uno de los disfraces más bonitos que había visto jamás.

Fue entonces cuando, por simple casualidad, sucedió lo inesperado: sobró papel crepé, y mucho. Y la mamá de mi amiga —respondiendo tal vez a mi muda llamada, a mi muda envidia desesperada, o por pura bondad, ya que sobraba papel— decidió hacer para mí también un disfraz de rosa con el material sobrante. Aquel carnaval, pues, yo iba a conseguir por primera vez en la vida lo que siempre había querido: iba a ser otra aunque no yo misma.

Ya los preparativos me atontaban de felicidad. Nunca me había sentido tan ocupada: minuciosamente calculábamos todo con mi amiga, debajo del disfraz nos pondríamos un fondo, de manera que, si llovía y el disfraz llegaba a derretirse, por lo menos quedaríamos vestidas hasta cierto punto. (Ante la sola idea de que una lluvia repentina nos dejase, con nuestros pudores femeninos de ocho años, con el fondo en plena calle, nos moríamos de vergüenza; pero no: ¡Dios iba a ayudarnos! ¡No llovería!) En cuanto al hecho de que mi disfraz sólo existiera gracias a las sobras de otro, tragué con algún dolor mi orgullo, que siempre había sido feroz, y acepté humildemente lo que el destino me daba de limosna.

¿Pero por qué justamente aquel carnaval, el único de disfraz, tuvo que ser tan melancólico? El domingo me pusieron los tubos en el pelo por la mañana temprano para que en la tarde los rizos estuvieran firmes. Pero tal era la ansiedad que los minutos no pasaban. ¡Al fin, al fin! Dieron las tres de la tarde: con cuidado, para no rasgar el papel, me vestí de rosa.

Muchas cosas peores que me pasaron ya las he perdonado. Esta, sin embargo, no puedo entenderla ni siquiera hoy: ¿es irracional el juego de dados de un destino? Es despiadado. Cuando ya estaba vestida de papel crepé todo armado, todavía con los tubos puestos y sin pintalabios ni colorete, de pronto la salud de mi madre empeoró mucho, en casa se produjo un alboroto repentino y me mandaron enseguida a comprar una medicina a la farmacia. Yo fui corriendo vestida de rosa —pero el rostro no llevaba aún la máscara de muchacha que debía cubrir la expuesta vida infantil—, fui corriendo, corriendo, perpleja, atónita, entre serpentinas, confeti y gritos de carnaval. La alegría de los otros me sorprendía.

Cuando horas después en casa se calmó la atmósfera, mi hermana me pintó y me peinó. Pero algo había muerto en mí. Y, como en las historias que había leído, donde las hadas encantaban y desencantaban a las personas, a mí me habían desencantado: ya no era una rosa, había vuelto a ser una simple niña. Bajé a la calle; de pie allí no era ya una flor sino un pensativo payaso de labios encarnados. A veces, en mi hambre de sentir el éxtasis, empezaba a ponerme alegre, pero con remordimiento me acordaba del grave estado de mi madre y volvía a morirme.

Solo horas después llegó la salvación. Y si me apresuré a aferrarme a ella fue por lo mucho que necesitaba salvarme. Un chico de unos doce años, que para mí ya era un muchacho, ese chico muy guapo se paró frente a mí y con una mezcla de cariño, grosería, broma y sensualidad me cubrió el pelo, ya lacio, de confeti: por un instante permanecimos enfrentados, sonriendo, sin hablar. Y entonces yo, mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que al fin alguien me había reconocido; era, sí, una rosa.


Clarice Lispector



Propuestas de escritura

1. En el taller propusimos escribir un microrrelato en el que se incluyesen las palabras "disfraz", "indecisión", "puerta" y "anillo", tal y como hacen otros escritores en "El portal del escritor".

2. Para casa propusimos escribir un texto de forma y extensión libre sobre el Carnaval de Venecia, el de Río de Janeiro, el de Cádiz, el de Ciudad Rodrigo (Carnaval del Toro) o el de Las Palamas de Gran Canaria o Santa Cruz de Tenerife.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Carnaval

El carácter de Eva no había variado con los años; esa dichosa forma de ser, le hacía tomarse la vida demasiado en serio: le horrorizaba el Carnaval.Odiaba la música a todo volumen que inundaba las calles de la ciudad, las aglomeraciones, el tener caminar con paso procesional...
Necesitaba, a toda costa, su “espacio vital”.
¿Cómo iba a superar tantos días de tortura?
Nació gaditana (siempre consideró que había sido una broma cruel del destino) y vivió, desde su más tierna infancia, en la Plaza de San Antonio, uno de los centros neurálgicos del carnaval.
Pasó tres días, con sus noches ,lidiando con la angustia, el estrés, el insomnio.No podía más.
Desesperada, se tomó una copa, para intentar vencer su indecisión.Aunque no lo consiguió totalmente, se dirigió con paso firme al dormitorio y abrió la puerta del armario.
Allí estaba, impoluto, perfecto, el disfraz que nunca estrenó: El vestido de dama del siglo dieciocho, la exuberante peluca, la máscara de sonrisa pintada, los accesorios.
Se vistió con rapidez, sin pensar en nada.Se ajustó la peluca, los guantes con el anillo, los zapatos de medio tacón y se lanzó a la calle para perderse entre la muchedumbre.

M.L.Fidalgo
Grupo C


Torito Guapo

Viene contando los días en su calendario, tachándolos como los presos. La emoción es tanta que siente cómo el cuerpo se le escapa. Su espíritu está al borde, casi en la superficie, del reflejo negro de su piel.
La indumentaria está colgada en la puerta del armario desde hace más de una semana. Sobre los tablones de la pared, unos centímetros más allá, se puede ver una imagen sostenida por pedazos de celo que ya piden jubilación. El póster amarillo y ajado es la inspiración: un magnífico toro de lidia que exuda majestuosidad e impone admiración con solo una postura. Prende una vela y pone en su móvil una lista de reproducción con sonidos de mar. Cierra los ojos y visualiza, ya casi está aquí, puede sentirlo en las anillas de su hocico, en su lengua, en las pétreas pezuñas, en su pelaje de sombra, en el aire que lo roza. Es uno con el tiempo, es uno con el momento, es uno con el universo. Hace sus afirmaciones frente al espejo y se da un leve asentimiento de cabeza. ¡A comerse el mundo!
Lo suben al camión y en su cabeza está subiendo a la limousine que lo lleva a su gran premiere. “¡Venga, chavales! ¡Que me voy de gira!”. Para su sorpresa, su estado mental, o "mindset" según los libros de autoayuda que devora, va alternando entre, "¡Madre mía, que no me aguanto!" y un estado zen de paz y seguridad, que su momento está a instantes de manifestarse.
Cuando abren la puerta y solo ve un rectángulo blanco que lo ciega, le ataca un instante de desasosiego, “¿Y si no es como lo espero? ¿Y si me desilusiono?”. “No puedes controlar tu ambiente, solo la reacción a las cosas”. Sale del camión y baja la rampa imponente, majestuoso, casi endiosado. Ah, cualquier toro de lidia se pondría verde de envidia. “Todo esto es por mí, para mí. ¡Corred, mozos! ¡Ciudad Rodrigo es mía!”.

Vanina Palomo
Grupo C


Carnaval del toro

Amaba a su marido, claro que después de diez años de matrimonio -se habían casado muy jóvenes- a veces echaba en falta un poco de emoción. Soñaba con tener una aventura.
Él era interventor de una sucursal de la Caja de Ahorros de Salamanca, lo habían trasladado a Ciudad Rodrigo hacía unos meses. El hombre era serio, trabajador, eficiente y seguro en el trabajo, y, aunque no era precisamente muy dicharachero, o precisamente por eso, los clientes confiaban ciegamente en él.
Alternaba dos trajes -uno gris, otro azul marino- y tenía la costumbre de no ponerse otra ropa más informal porque decía que su obligación era dar siempre buena imagen “estuviera en la oficina o tomando unos huevos con farinato en el bar El Sanatorio”, de la Plaza Mayor. En definitiva, era muy valorado por sus jefes que lo consideraban un profesional íntegro y de lealtad contrastada (había recibido ofertas jugosas de otros bancos, sin tenerlas en cuenta).
Ella, un poco por aburrimiento, había empezado a chatear por Internet, en alguna página de citas, sólo para distraerse un poco, y también por una curiosidad que ella misma consideraba, no sin algún sentimiento de culpa, más bien frívola.
En fin, eran sus primeros Carnavales en la ciudad. Todo le estaba resultando muy emocionante, no así la compañía de su aburrido cónyuge de traje oscuro, siempre saludando ceremoniosamente a unos y otros.
En uno de los encierros, en el recorrido entre la Plaza del Conde y la Calle Madrid, un joven había sido corneado salvajemente por un toro, y había fallecido en la ambulancia, antes de llegar al hospital. Una vida truncada en la flor de la vida, se repetía ella, pero el chico -pensaba- había vivido intensamente, había conocido el riesgo, había jugado a la ruleta con la muerte, y había perdido. ¿Pero qué sentido tiene vivir si no te arriesgas alguna vez?
Y el día llegó también para ella. Era un 13 de febrero -víspera de San Valentín, corbata para él, perfume para ella-, había quedado con aquel desconocido por Internet, después de chatear unas cuantas bobadas que sin embargo le habían alegrado el corazón. Parada frente a la puerta de la habitación se quitó el anillo, sonrió pensando que de esa forma se estaba poniendo el disfraz de soltera en aquellos carnavales de vino y toros. Dudó, pero superando la indecisión giró la llave de aquel cuarto del hotel Conde Rodrigo, y entró.
La habitación era clásica y elegante, pero también alegre. Las paredes estaban pintadas del color del albero de una plaza de toros. Había fotos antiguas, en blanco y negro, de los imponentes monumentos de la ciudad. La cama era de matrimonio, el edredón y las almohadas blancos, impolutos, virginales.
Se sentó a esperar, con el corazón en un puño. Dejó el bolso en la mesilla de noche, de madera noble, oscura y bruñida por una pátina reluciente y encerada, que parecía conservar el tiempo.
Se dio cuenta de que no estaba sola al ver una camisa hawaiana -informal pero elegante, pensó- y unos vaqueros, sobre la silla de madera labrada que estaba al otro lado de la cama. Un sombrero de ala ancha y un antifaz de carnaval colgaban de la silla. Pensó en los trajes grises de su marido y sintió pena. Tuvo el impulso de levantarse y salir de la habitación, el corazón le palpitaba en el pecho con una fuerza desconocida.
En ese momento, desde el baño, le llegó una melodía inconfundible. La que silbaba siempre su esposo cuando estaba en la ducha.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Disfraz ganador

Para disfrazarse de mujer invisible durante aquellos Carnavales fue al Registro y se cambió de sexo.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Desfile de carnaval

¿Cómo saber quién es ella en esa multitud danzarina y bullanguera? Todos están concentrados en unas evoluciones que deben respetar la ensayada coreografía. Quiere preguntar a alguno de los componentes de la comparsa, pero pasan ante él ensimismados en el baile y expresándole con gestos malhumorados el disgusto por la intromisión. Él va pasando de uno a otro en la larga fila de figurantes vestidos con faldas de color naranja. Ella está ahí, en algún lugar y necesita encontrarla. Se desespera porque sabe que el tiempo marcha en su contra. Corre hacia el final del grupo y se acerca a los que tocan los tambores y trata de preguntarles. Enseguida lo rechazan para que no entorpezca su paso. Tampoco podrían oírle entre aquel ruido ensordecedor. Trota de nuevo hacia adelante entre dos de las filas del grupo. Sabe que les está afeando el desfile y que de un momento a otro alguien lo sacará de allí violentamente. A pesar del riesgo, necesita que ella lo vea y lo reconozca. Espera que la extrañeza de verlo en medio de la comparsa la obligue a hacerle una señal. Aunque solo sea de sorpresa. Ella sabe de su nulo interés por el carnaval. A pesar de que él vive en Badajoz desde hace más de veinte años solo en una ocasión se ha acercado a la parada. Nunca ha tenido interés en esa actividad que a ella le ocupa todos los sábados por la tarde desde que pasa la Semana Santa. Así que en cuanto lo vea sabrá que algo importante ha sucedido. «María» grita una y otra vez, pero sus alaridos quedan apagados por el tronar de los tambores.
La ha visto coser el traje durante las largas noches de invierno. Lo recuerda hasta en el menor detalle, sin embargo, eso no le sirve de nada, hay cincuenta o cien mujeres vestidas exactamente igual. Y danzando con una sincronía asombrosa. Ninguna parece ver más allá de la que va delante y de la que se mueve a su lado. Y solo mira a la cabecera donde está la directora que es la que indica los pasos de ese hipnótico ritmo que las tiene a todas hechizadas. Ninguna parece verlo en realidad.
«María», vuelve a gritar colocado delante de la cabecera. En ese momento siente que lo agarran de un brazo y tiran de él con fuerza. Lo echan a un lado y alguien le da una patada. Se queda sentado unos instantes en el suelo junto a una farola. La gente que ha acudido a ver la caravana se muestra indiferente. «Deben creer que estoy borracho», se dice tratando de explicar su indiferencia.
Entre las piernas de los danzantes alcanza a ver a una pareja de policías municipales. Se levanta como un resorte y vuelve a atravesar las filas de la comitiva cuyos miembros le empujan sin contemplaciones. Al final llega ante los agentes y les explica:
«Mi hijo pequeño ha desaparecido y mi mujer es una de esas bailarinas. Pero no sé cuál es… no puedo encontrarla». En ese momento la preocupación que le carga el pecho y le dificulta la respiración, le obliga a sentarse en el suelo y, entonces, comienza a llorar.

Pepe Lorenzo
Grupo B


El carnaval de Santa Cruz de Tenerife

El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es la fiesta más popular de Tenerife y la más participativa de las que se celebran en Canarias. En 1980, tiene la distinción de haber sido declarada oficialmente “Fiesta de Interés Turístico Internacional”. Y desde 1987, figura en el libro de los Récords Guiness con la mayor participación de público,
— más de doscientas mil personas —, en un baile celebrado en la Plaza de España, amenizado por la inolvidable Celia Cruz, acompañada de la maravillosa orquesta la Sonora Matancera y Billos’s Caracas Boys. Esa noche reunieron a doscientas cuarenta mil personas, entre las que tuve el grandísimo placer de asistir. Solo recordarlo, se me eriza la piel y un escalofrío recorre mi espalda.
El carnaval se inicia con la Gala de la Reina del Carnaval siendo el auténtico plato fuerte del Carnaval, y el Pistoletazo de salida para celebrar la fiesta en la calle.
La gala se trata del espectáculo con mayor proyección dentro y fuera de las Islas.
La creatividad de las fantasías y la presencia de todos los colectivos en las distintas galas, convierten a esta cita, en uno de los platos fuertes del Carnaval.
Además de la gala de elección de la reina del Carnaval, se celebran varios actos, entre ellos, coso, cabalgata y entierro de la sardina.
La cabalgata anunciadora abre las puertas a la celebración del Carnaval en la calle. Se trata de una exhibición nocturna por las principales vías de Santa Cruz: una explosión de fantasía y colorido, donde además de la Reina del Carnaval y sus damas sobre las engalanadas carrozas, Murgas y Comparsas de las distintas asociaciones, también se suman particulares y espontáneos dispuestos a bailar y lucir sus fantasías.
La cabalgata anunciadora culmina con la inauguración de los bailes en la calle que, durante más de una semana, llenan de ritmo las calles de la capital tinerfeña.
El Coso, apoteosis del Carnaval es el colofón de la fiesta. Se trata de una cabalgata que se celebra en la tarde del martes de Carnaval en la Avenida Marítima de la capital tinerfeña.
En este desfile participan todos los grupos del Carnaval, las reinas y sus cortejos reales. Al celebrarse en horario diurno, es una alegría para la vista poder apreciar cada detalle de los disfraces y fantasías.
El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es el más importante de Europa y el segundo del mundo después de Río de Janeiro, ciudad con la que está hermanada.
Es un Carnaval único, del que puedo dar fe por haberlo disfrutado durante los dieciséis años que viví en la Isla, de la que me enamoré cuando la visité por primera vez en el Carnaval de 1975, cuando la elección de la Reina del Carnaval se denominaba, “Reina del carnaval de las fiestas de invierno”.
Santa Cruz de Tenerife, vive para el Carnaval. Este no acaba con el entierro de la sardina.
Un colectivo muy importante, trabajan ya para preparar durante todo el año el
próximo Carnaval y llenarlo de alegría, colorido y fantasía.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Carnaval
Microrrelato con un disfraz , un anillo, una puerta y una indecisión.

Después de la cabalgata, Chucho, decidió traspasar la puerta del piso, y,
disfrazado de soledad, bebió un par de cervezas para ir calentando motores. Metió alguna cerveza más en la mochila, dispuesto a vivir como nunca la primera noche de carnaval.
Teresa, aprovechando los días libres en su trabajo, se fue a visitar a su familia en Tazacorte —un pueblo pesquero de la Palma—.
Chucho —por fin solo— después de pensárselo, se dio una ducha rápida, olvidó su anillo de compromiso y se vistió de mujer con el vestido rojo, que colgaba en el armario de Teresa. Frente al espejo, se pintó los ojos y los labios; se acordó de la peluca rubia que había guardado del carnaval del año anterior, se la colocó con mucho mimo, lanzó un beso al espejo, cerró la puerta y se echó a la calle.
¡Ya no estaba solo! Salió dispuesto a romper la noche.
¡A cambiar su vida!

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


De anillos, indecisiones, puertas y disfraces

Yo iba tranquilamente andando por la calle, en la que no había ni un alma pues las familias ya se estaban reuniendo en torno a la mesa de Noche Buena. Disfrutaba del silencio, normalmente extraño en la ciudad cuando, de pronto, escuché unos pasos que por detrás se dirigían hacia mí:
—¡Eh tú! Quieto ahí, no corras tanto.
—¿Yo? ¿Qué pasa? —contesté muy asustado.
—Dame todo lo que tengas
—Pero… ¿cómo? si es Navidad —dije balbuceando—. ¡No puede ser!
—Y tanto que puede ser —respondió serenamente—, venga, todo lo que tengas.
—Vale, vale ya voy —saqué de mis bolsillos un móvil bastante viejo, cuatro perras gordas y un anillo barato.
El ladrón no estaba satisfecho: —¡Qué es esta mierda! Pues me las vas a pagar —y tras una pausa dijo—, desnúdate.
Se largó diciendo—: Así aprendes a no salir sin nada a la calle —. Allí me dejó el desalmado, en cueros.
Sentía el frío ahí abajo y no supe que hacer sino cubrirme con las manos. Aunque, tras un instante, pude superar la indecisión, y vi un árbol de grandes hojas. Cogí una que cubría mis partes.
Finalmente, llegué con mi disfraz a la reunión familiar, hecho un Adán, se diría. Entré por la puerta y el resto es otra historia.

Manuel Delgado Sánchez
Grupo C


Palestina

Aquel año soñamos con una solución al conflicto de Palestina. En los carnavales de Cádiz todo es posible. Decidimos disfrazarnos para iniciar conversaciones: tú serías judío ortodoxo y yo árabe palestino. No fue difícil conseguir el atuendo: chaqueta y pantalón negros para ti, camisa blanca, cuello bien cerrado, la kipá, tirabuzones largos sobre las patillas. Para mi, pantalón bombacho, camisa ancha blanca, barba y, muy importante, la kufiya. Además, los dos éramos varones, para más escándalo. Portábamos pistolas de agua que usábamos de vez en cuando y rellenábamos con cerveza. Al entrar en la parte vieja de la ciudad, nos mezclamos con la muchedumbre que deambulaba. Ese era el objetivo, sumergirnos en el río de personas cuyas nuevas identidades hoy fluían. Ser otro por unos días. Callejeamos sin rumbo fijo, cogidos de la mano, por aquellas plazuelas y calles antiguas, con sus fachadas ruinosas, destartaladas, pero bellas. A veces nos besábamos cuando llamábamos la atención de alguien: paz y amor en Palestina. Aquellos besos de antes de que todo se torciera, de antes de que me lo arrebataras todo. Nos cruzamos con Carles Puigdemont y Santiago Abascal que se abrazaban y pedían amnistía e independencia para Cádiz. Un grupo de Marías Jiménez barbudas, con sus pelucas rubias y sus labios rojos cantaban "Se acabó" y las Juanis Joplin se desgañitaban con "The Mamas and the papas aliñás" y un “Imagine” muy gracioso. Un grupo de butaneros se quejaban de sus mensajes feministas, a los que ellas respondían con el sonido del kazoo. Seguimos el rastro de chirigotas con una cerveza en la mano, evitando no derramarla sobre una persona estampita de San Antonio o una mesa camilla con faldillas y juego de té. Mortadelo y Filemón y toda su cuadrilla de la TIA nos recomendaron ir a la Plaza Viña. A estos se unieron los de La Casa de Papel, que iban cantando cuplés, y la Reina de Corazones que amenazaba a todo el mundo con cortarle la cabeza. Nos cruzamos con Dinio que, compungido, le pedía a Marujita que no le dejara. Dinio fue la estrella de la noche. ¿Qué habrá sido de él? Los Pet Shop Boys iban cantando coplas y Bonnie M unos tangos acompañados con sus guitarras beodas. La ciudad vibraba. Una noche de febrero en Cádiz es tibia y amable, no como la fría meseta. Disfrutamos hasta la madrugada de la brisa que llegaba de la bahía y de una alegría auténtica. Lástima que el conflicto de Palestina no se solucionara. Lástima que el nuestro tampoco.

Marisa Sánchez
Grupo C


El anillo que gira

Margarita mira con gesto serio hacia la puerta principal de un “Compro Oro”. Su cuerpo está totalmente inmóvil, salvo por los dedos de su mano derecha. Con ellos mece a un ritmo constante pero lento el anillo de oro que le dio su madre antes de morir.
En su mente, se entremezclan los ruegos de su hijo con las palabras de su marido: “¿Comprarle un traje? ¡No necesita un disfraz que oculte su verdadero origen!” Pasan los minutos, el anillo sigue girando y la indecisión aumenta.

Juan Salado
Grupo C


Carnaval taurino

—¡Ya tengo el disfraz!— exclamó Julián, dirigiéndose con entusiasmo a su amigo Pepe.
—No será para tanto. Pareces muy entusiasmado.
—Sí lo es. El disfraz es perfecto. ¡Un disfraz de toro para el Carnaval de Ciudad Rodrigo!
—Pues si el disfraz es tan bueno, habrá que probarlo este año—concluyó Pepe poco convencido.
El día del encierro, los dos amigos se enfundaron el disfraz de toro y comprobaron que era realmente perfecto. El resultado era idéntico a un Garcigrande auténtico: brevilíneo, bajo de agujas, fino de piel, astifino, cuello largo, morrillo desarrollado, papada discreta, línea recta, grupa angulosa, extremidades cortas, pintas coloradas y pelaje jabonero.A la vista del resultado, les pareció lo más oportuno participar en el encierro, como lo hacían los otros mozos y mozas de su quinta.La mayor parte del recorrido lo hicieron a la carrera, dentro de la manada, disfrutando del acontecimiento y aprovechando para tomarse alguna libertad que les permitía su disfraz. A Felipe “el guapo” lo embistieron dándole un merecido revolcón, a Juanón “el bruto” lo empitonaron por la espalda dejándole un hermoso cardenal y a Piluca “la Obregona” la enviaron a un zarzal, dejándole su disfraz de Barbie hecho unos auténticos zorros. Se lo pasaron realmente bien, todo fue muy divertido, menos los puyazos que le propinó con la garrocha uno de los jinetes, en concreto a Pepe, que ocupaba en el disfraz la parte correspondiente a los cuartos traseros del toro. Finalizado el encierro, los caballistas les forzaron a ir con el resto de los toros, para dejarlos encerrados en chiqueros y prestos para ser lidiados por la tarde, como uno más del encierro. Julián y Pepe no se atrevieron a salir del disfraz en medio de una manada de toros bravos irritados por estar encerrados.
La corrida de la tarde fue un éxito, especialmente por el juego dado por el quinto toro, perteneciente al hierro de Garcigrande. El único punto negro de aquel día memorable fue la inexplicable desaparición de Julián y Pepe, los dos conocidos mozos de los que nunca más se volvió a saber.

Manuel Medarde
Grupo A


Máscaras

Es el carnaval de Venecia
el más famoso del mundo
por sus máscaras de porcelana,
antifaces de plumas y seda;
con hermosostrajes de época
convierten a cualquiera
enpríncipes, condeso reinas.

Desde el puente Rialto
los forasteros, curiosos,
se asoman al Gran Canal
paraadmirar el desfile
de personajes históricos
que, desde las góndolas,saludan
con una elegancia sin igual.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Samba

Luminoso carnaval
con sus desfiles de trajes
de gasa, tul y plumajes.
Río es un gran festival
de días de bacanal.
Mujeres esculturales
defirmes abdominales,
que los muestran con orgullo
provocando un gran barullo
por envidias corporales.

Marian Pérez Benito
Grupo A


El rey Carnestoltes y la vieja Cuaresma

Nico vivía en Mataró desde su infancia. Se había adaptado y disfrutaba como nadie de las antiguas costumbres de esta bendita tierra. Le encantaban especialmente los carnavales, aquí llamados Carnestoltes y participó siempre en la escuela, disfrazándose como todos sus compañeros. Nunca tuvo miedo de Pellofa, protagonista indiscutible de la fiesta y enemigo de la Vieja Cuaresma. Fue una suerte que lo eligieran para ser Pellofa y un orgullo siempre deseado.
Aquel jueves se engalanó junto a sus compañeros de comparsa y empezó su andadura de malo, malísimo. Sembró, por las calles y las plazas, la algarabía. El pueblo le acompañaba en su ruta disfrutando de lo lindo.
El sábado se puso frente al Ayuntamiento para decir su pregón malintencionado, con satíricas alusiones a los políticos locales. El populacho disfrutaba coreando sus gracejos y todos entonaron canciones con doble y jocoso sentido.
El domingo fue el día dedicado a la infancia y Nico, el Pellofa, gozó de lo lindo entre los espectaculares disfraces infantiles. También bailaron, comieron y lo pasaron en grande.
Después de un descanso reglamentario de tanto desenfreno, llegó el miércoles y Nico, Pellofa, se puso muy malo de tanto comer. Allí lo socorrieron médicos, obispos y monjas. En un momento, apareció la Vieja Cuaresma. Una mujer con una enorme falda y siete piernas.
Comenzó una lucha a muerte entre ellos y la Vieja Cuaresma acabó con Pellofa que terminó en la hoguera. Fue una alusión clara al miércoles de ceniza. Había sido castigado por sus excesos: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Nico despareció entre la muchedumbre exaltada, dejando en la hoguera su disfraz. Había cumplido su sueño.
En la calle de la Peixateria se colgó a la Vieja Cuaresma con sus siete piernas. Cada domingo, a las 12 del mediodía, se cortará una. Así hasta llegar a la séptima, en la que acabará la Cuaresma y se celebrará la vuelta a la normalidad con una gran comilona, en la que no puede faltar la mona de Pascua.

JB
Grupo C


Tras la puerta, dejó colgada su túnica
y ya sin disfráz de filósofo, fué más fácil romper con su indecisión.
Abrió la tapa del anillo y sorbió la cicuta.

Aurora Martín
Grupo C


Carnaval literario

La biblioteca del abogado canario don Emilio Santana Sosa se componía de más de dos mil volúmenes, de los cuales únicamente guardaban relación con el Derecho unos quinientos. El resto lo componían libros de diversas temáticas, pero los más de novelas de aventuras. En aquella biblioteca, al ilustre abogado le gustaba leer páginas gloriosas de aquellas novelas a sus cuatro nietos, de lo que disfrutaba a ojos vista mucho más que con el ejercicio de su profesión. Cuando abandonaban todos la biblioteca, después de un rato de enardecida y teatral lectura, la paz y el orden volvían a la estancia, mas no así al alma de algunos de aquellos libros, o sea, a las palabras que los componían. De hecho, “jurídica” llevaba ya largo tiempo dándole vueltas a la idea de rebelarse de algún modo. Después de dieciocho años impresa en un ejemplar del “Compendio de Derecho Civil” del Doctor en leyes don José Castán, empezaba a estar harta de todo. Frente a las aventuras apasionantes que el abogado les leía a sus nietos le parecía que el párrafo al que pertenecía (lo que ella llamaba su patria chica), y el capítulo al que pertenecía el párrafo (su patria grande), no eran sino lugares creados deliberadamente para albergar el más insoportable de los tedios. Últimamente lo venía comentando con las palabras de mayor estatus de su párrafo, sobre todo con “personalidad”, “régimen”, “mandatario” y “posesión”, y todas ellas eran de su mismo parecer.

—¡Qué desgracia la nuestra —se quejaba “jurídica” entre suspiros lastimeros—, pertenecer a un compendio de Derecho Civil! ¿Habrá algo más aburrido?
—Pues yo he oído por ahí que los tratados de Filosofía son aún peores —la intentó consolar “mandatario”—. Pero eso habría que verlo, porque lo cierto es que nuestro dueño lo único que les lee a su nietos aquí, en la biblioteca, son aventuras de piratas, del Oeste, del Espacio Sideral…
—Pues sí —terció “posesión”—, qué suerte pertenecer a un libro de esos. ¿A quién le pueden interesar las consecuencias jurídicas del acto de tener una cosa corporal cuando puedes estar disfrutando de los abordajes del pirata Barbarroja o de la última carga del Séptimo de Caballería?

Y estando en esas, resultó que se encendió la luz de la biblioteca, quedando interrumpida la conversación. Inmediatamente después entraron en ella el abogado, su mujer, sus dos hijos y sus cuatro nietos, formándose en el acto una algarabía de mucho cuidado. En seguida coligieron nuestras amigas, de lo que decían unos y otros, que todos se habían disfrazado porque era martes de carnaval y que habían entrado en la biblioteca para hacerse allí unas fotos antes de salir a la calle para ver el desfile. Después de hacérselas, se marcharon todos armando el mismo jolgorio que cuando entraron, quedando otra vez el cuarto en silencio y a oscuras.

—¡Qué suerte tienen esos! —dijo de pronto “régimen”—. Ya me gustaría a mí disfrazarme y salir de juerga por ahí.

Aquella frase actuó en la mente de “jurídica” de forma fulminante.

—¡Se me acaba de ocurrir una idea antológica, hermanas! —les gritó a todas las palabras del párrafo, que de inmediato le prestaron la mayor atención—. ¡Me voy a disfrazar!
—¿De qué? ¿Cómo? —la interpelaron todas al alimón.

“Jurídica” caviló durante unos segundos hasta que por fin contestó:

—¡De “corsario”!
—¿De “corsario”? —exclamaron todas a la vez.
—Sí, de “corsario”. A ver —empezó a explicarse “jurídica”—. Ocho letras tengo yo y ocho tiene “corsario”. Coincidimos en cuatro, la c, la a, la r y la i. Así que necesito que algunas de vosotras me cambiéis las que a mí me sobran por las que me hacen falta, o sea, la dos oes, otra r y una s. ¿Quién se anima?

La propuesta causó un revuelo enorme en todo el párrafo, e incluso en los párrafos aledaños, que andaban con la oreja puesta. A algunas les pareció muy impropio de algo tan serio como un libro de Derecho que sus palabras se anduvieran disfrazando, aunque quien más quien menos sentía curiosidad por verse disfrazada de otra palabra. Así que no tardaron todas en animarse y seguirle el juego a “jurídica”.

—¡Yo te dejo la s y las dos oes! —le dijo “posesión” a “jurídica”.
—Gracias, maja. Pues aquí te doy mi j y mi d y mi i.
—¿Y qué hago yo con ellas?
—Yo qué sé —le respondió “jurídica”, que ahora era ya “cousario”—. Piensa en la palabra que te gustaría ser y cámbialas por ahí por las que necesites—Y volviéndose a “régimen”, le preguntó—: ¿me cambias tu r por mi u?
—Aquí tienes, hermosa —le dijo “régimen”.

De esta forma, se vio “jurídica” disfrazada de “corsario”, y no cabía en sí de gozo. Empezó saltando primero de una línea a otra, y después de un párrafo a otro, hasta que finalmente tuvo el valor de hacer lo que nunca había hecho: asomarse a otro capítulo. Todo, claro está, para que la vieran disfrazada de “corsario”, dando gritos desaforados que llamaban al abordaje y a cañonear sin piedad los barcos enemigos. Al principio todas las palabras la miraban estupefactas, sin saber qué hacer ni qué decir, y preguntándose qué hacía un “corsario” en un Compendio de Derecho Civil. Pero “corsario” estaba loca por prender la mecha:

—¿Qué hacéis ahí mirándome como tontas? —les gritó—. ¿No veis que es carnaval? ¿A qué esperáis para disfrazaros?

Al punto un grito de júbilo resonó a lo largo y ancho de todo el capitulo, que no tardó en extenderse por el resto de capítulos y, atravesando los lomos del libro, por los libros que el dichoso Compendio tenía a uno y otro lado, extendiéndose el motín por toda la balda de la estantería.

Cuando “corsario” volvió a su capítulo, le resultó imposible reconocer a nadie. De hecho sabía que aquél era su capítulo nada más que por el número en romanos. Y no era sólo que todas las palabras se hubieran disfrazado, era que se habían concertado para formar frases típicas de novelas de aventuras.

—¡”Jurídica”! —le gritó “régimen”, habiéndola reconocido—. ¿Te gusta mi disfraz de “capitán”?

Entonces “corsario”, se alzó desde el margen derecho de la página y pudo leer con asombro: “Los soldados del capitán Custer se defendían como jabatos de las feroces embestidas de los indios”.

—Yo soy “embestidas” —dijo “mandatario”, muy ufana.

El ambiente en todo el capítulo era de una alegría desbordante. Pero la fiesta no quedó ahí, porque al cabo de un rato apareció una palabra disfrazada de “tiranosaurio” diciendo que era del libro de al lado y que le habían dicho que al extremo de la balda había un grueso cuaderno de notas completamente vacío que podían usar como sambódromo.

—¡Quien quiera venir, que me siga! —les gritó “tiranosaurio”—. Sé cómo pasar de un libro a otro andando por los cantos de los lomos hasta llegar al cuaderno.

Entonces, una multitud de palabras disfrazadas y embriagadas por primera vez en su vida de una desconocida dicha se fueron tras “tiranosaurio”, en pos del sambódromo. Y tal fue el ímpetu de aquel peregrinaje que casi todos los libros empezaron a temblar, de suerte que se iban acercando poco a poco al abismo del borde del estante.

Pero de pronto, la luz de la biblioteca se encendió por sorpresa, pillando desprevenidas a la multitud de palabras que iban camino del sambódromo, las cuales, aterrorizadas ahora, emprendieron de forma caótica el camino de vuelta a sus libros, y de ahí a sus respectivos capítulos y párrafos, cambiándose sobre la marcha unas a otras las letras con las que se habían disfrazado por las suyas originales. Quien había encendido la luz era una de las nietas del señor Santana, a la que le pareció ver una miríada de hormiguitas que se movían por encima de los libros de su abuelo para evaporarse de pronto como por arte de magia. Poco después, entraba precisamente aquél.

—Abuelo —le dijo la nieta, disfrazada de arlequín—, hay bichos encima de esos libros.

Don Emilio Santana sonrió a su nieta y cogió uno al azar, precisamente el “Compendio de Derecho Civil” del Doctor José Castán.

—¿De estos? Ummm —le guiñó un ojo con complicidad sin dejar de sonreír—. Vamos a ver qué bichos son esos.

Abrió entonces el libro por una página al azar y cuál no sería su asombro al sorprender a “jurídica” bajando por entre las líneas de su párrafo hasta alcanzar la ubicación en la que la habían impreso. El viejo abogado se frotó los ojos y, cuando volvió a mirar, todo estaba ya en su sitio.

—Creo que he bebido ya mucha caipiriña —dijo, un poco atolondradamente, mientras cerraba el libro—. Anda, cariño, volvamos a la calle, que ya está aquí el desfile.

Óscar Martín
Grupo A


En la ciudad mirobrigense

se sucede diversión circense
repleta de historia,
y alocada alegría.

La urbe que vio batalla
de un pasado, halla
partidas en singular tradición
y ahora ve con redención
al toro en ascensión.

La Ciudad Rodrigo azulada
acoge amurallada
entre charanga y tauromaquia,
cien niños visten con branquia
los pinceles sinfónicos.

Ángeles con brío corren, cabalgan
vuelan aguardiente y perronilla que valgan.
Entre magos, comparsa
y garrocha la pluma no es farsa.

Ricardeo Rodríguez Cobos
Grupo C


Era carnaval

No suelo ir de carnaval. Me dan miedo las mascaras y los disfraces. Creo que lo que me pasa es que temo quedarme después sin nada con qué cubrirme. De todas maneras prefiero el carnaval de la carne que el de la iglesia que viene después.

Aquel martes 12 de febrero de 2013 me disfracé. La ciudad de Las Palmas de por sí colorida y bulliciosa estaba en su apogeo. Se decía siempre que era el día más esperado del año. Por todas partes deambulaban personajes reales e imaginarios,llevando sus vidas medio inventadas, de un lado para otro, buscandola ocasión de soltar una ocurrencia y empatar el día entre risas.Aunque fueran esas las intenciones no vayan ustedes a creer que las palabras y las personas daban siempre pie a encuentros y situaciones divertidas. La gente tampoco se entiende a la perfección cuando se eliminan los códigos morales. De hecho, había frecuentes malos entendidos y situaciones groseras, aunque por lo general la tensión solía diluirse sin llegar la sangre al rio. Eso era precisamente lo que significaba el carnaval: La inutilidad de los significados de las palabras y de los gestos acordados en situaciones normales. Aunque también y como es sabido, la posibilidad de usar el disfraz para hacer lo que las convenciones sociales suelen impedir. El caso es que nada estaba claro, la interpretación de los hechos dependía de quienes estaban en el juego.Tanto de quienes formaban parte del enredo como del público que podía intervenir con pleno derecho cuando le diera la gana.

La mayoría de los personajesque poblaban la ciudad, solían verseen la televisión, los había muchas veces repetidos. Daba cierta paranoia encontrarte a cada momento con la misma persona aunque a lo mejor fuera otra. Nadie lo sabía. Parecía quealguien había abierto la televisión de par en par y que vivíamos dentro de ella.Otras veces,te tropezabas conpersonajes únicos y solemnes que tenían que ver, más o menos, con la historia y la literatura.Luego seguías caminando, y te encontrabas en medio de un sinfín de romanos, de marineros, y de empleados con uniforme: policías, enfermeras o cocineras pero por lo generalcambiados de género. Fuera de los parques y paseos concurridos, de repente te sorprendían personas auténticas que no tenían ánimo de representar a nadie, ni siquiera a ellos mismos. Eran únicas e irrepetibles, no sabías de dónde habían salido. Eran las másinquietantes porque te llevaba tiempo ubicarlas.

Toda esa multitud de personas reales e imaginarias, cargadas de alcohol y otras medallas, circulaban por las calles metiéndose unas con otras.Aveces creías identificar a alguien conocido, por su figura o por la voz, pero tenías que claudicar en cuanto a estar seguro de quiénera quién.En una ocasión creí reconocer a mi vecinoque es policía disfrazado de mujer sensual y en otra, a la recatada mujer de mi primo tirándole los tejos a mi pobre hermano. Ma, chi lo sa?

En aquel arrebato de ambigüedad donde todos dudaban de quiénes eran y mucho más de quiénes podían llegar a ser, se mezclaba como siempre, deseo y necesidad a partes iguales. A mí me ocurrió una historia desagradable. Un policía me llamó sinvergüenza y quiso detenerme porque iba desnuda con mi hijo pequeño. Yo,a su vez, lo insulte por ser un ignorante incapaz de distinguir a la mismísima Venus con su hijo Cupido arrastrando un arco. Acabamos en comisaría identificándonos.

En ese mismo año, en Tenerife,una aspirante a reina del carnaval ardió sin poder librarse de su Fantasía “Volver a Vivir”, un vestido de cuatrocientos kilos de piedras, lentejuelas y plumas. La gente aplaudía.

Sagrario Martínez
Grupo B


La eterna lucha

Miércoles de ceniza y don Carnal
escudado en la niebla matutina
ha dejado su puesto a una sardina
por no comparecer al tribunal.

La Cuaresma buscaba su final
por volver a una vida de rutina
monótona, desganada y anodina,
de acuerdo a la costumbre y la moral.

Y aunque esto os pareciera tan normal,
es parte de una historia sibilina
continuamente soterrada y actual.

Constituye el conflicto general
entre el afán y la pena genuinas
con el gozo y la alegría natural.

Calgari
Grupo A


Carnavalada

Una vez un pobre lerdo
con un genio se topó.
Y firmando un acuerdo,
un deseo le prometió.
“Tú me sacas de este bote
y yo a ti concederé
joyas, villas,megaislotes
porque libre yo seré”.
Al instante obedeció,
dócil como un corderillo.
El tapón desenroscó
liberando al hombrecillo.
“Pídeme lo que tú quieras
pues palabra yo te di.
Piensa bien en lo que fuera:
Sólo uno te ofrecí”.
“¡Quiero siempre un carnaval
en mi vida cotidiana
y una máscara llevar
que me cubra bien la cara!”
Una nube azul intenso
envolvió al pobre idiota.
Y un olor como de incienso
impregnó su cabezota.
“Tu voluntad se ha cumplido:
Doble jeta tú tendrás.
En político te he convertido
y del cuento vivirás”.
Y a partir de ese día,
en política hay más animales
con disfraz de hipocresía,
que máscaras en Carnavales.

Ibone Bueno Vicente
Grupo C


El disfraz


Hoy fue un día duro; la muerte no cesa. Se vistió para salir, se puso su pantalón de cuero ajustado, las botas negras de tachuelas brillantes y sus pendientes en la oreja derecha y se sonrió maliciosamente ¡que no sepa tu oreja derecha lo que lleva tu oreja izquierda¡. Se pintó una raya en los ojos, se puso la gomina y una gorra negra. Frente al espejo improvisó muecas y caras retadoras sintiéndose amenazador e irresistible, retocó su pelo y se colocó la chupa de flecos y así, con esa liberacion que sentia por ser irreconocible para el resto del mundo, como en un lance de caza y encaramado en su moto se alejó de su casa y de su barrio.
Regresó a casa al amanecer, con el gesto melancólico con el que se habia despedido de aquel muchacho que a la vez era el chamán que le proporcionaba la mescalina y le traspotaba a otra realidad. Apenas quedaba tiempo de darse una ducha y arreglarse para la misa de ocho. Se colocó su ropa de trabajo ¡¡ su disfraz¡¡ aun un poco colocado. Acertó a meterse la sotana de un golpe, comprobó que los bancos estaban hoy abarrotados y con paso seguro, con sus potentes botas de tachuelas salío al altar, “ En el nombre del padre, del hijo y del Espiritu Santo”.

Aurora Martín
Grupo C

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