Mucha, mucha policía

Esta semana la sala del taller de escritura creativa fue precintada por la policía judicial. Algún confidente les informó de que en la sesión se hablaría de literatura policiaca y literatura negra y acudieron allí para recoger pruebas y huellas dactilares y iniciar una investigación.
Escuchamos un fragmento de la canción "Pacto entre caballeros" de Joaquín Sabina cuyo estribillo da nombre a la sesión. Hablamos después de novela negra y sus características principales y recomendamos el artículo "De qué hablamos cuando hablamnos de novela negra"
A continuación hicimos un listado de investigadores y detectives famosos en la literatura policiaca y recomendamos los artículos "Los mejores detectives de la literatura española (y las novelas imprescindibles de cada uno)" y "Detectives famosos de la literatura".



La última parte de la sesión la dedicamos a comentar una selección de textos recogidos del libro "Dispara usted o disparo yo. Antología de microrrelatos policiales". Puedes descargarte dicho libro en formato PDF en el enlace anterior. Aquí dejamos algunos de los textos que se prestaron al debate e interpretación:

IN MEMORIAM
Cuando retiró el puñal del corazón, ya había olvidado el motivo de su encono.

Roque Grillo


LA PISTOLA
En el primer capítulo, el escritor hizo una descripción del despacho del protagonista. Dominaba la  habitación un gran escritorio. Había una pistola escondida en el fondo del último cajón. En el
segundo capítulo, el protagonista era abandonado por su mujer. El escritor no dejaba de pensar en la pistola. ¿Por qué estaba allí? En el quinto capítulo, el protagonista sufría un accidente y era hospitalizado. En el séptimo capítulo, se casaba con la enfermera que le había cuidado. El escritor seguía obsesionado con la pistola. ¿Qué hacer con ella? Cuando estaba escribiendo el capítulo once, no aguantó más: el escritor sacó la pistola del cajón y se descerrajó un tiro en la cabeza.

Plácido Romero


CRIMEN PERFECTO
Furtivamente, después de matarla, Hugo Duarte salió de la casa. Nadie conocía sus motivos, nadie sabe que estuvo allí, nadie sospechará de él... nadie. De pronto, palidece al recordar la frase «no hay crimen perfecto»; levanta decidido su revólver y apunta al lector.

Fernando Sánchez Clelo


NOVELA NEGRA
Tal como había planificado, en el primer capítulo el protagonista comenzó a beber y a frecuentar los ambientes más sórdidos de la ciudad. Había muerto su mujer y estaba destrozado. Pero en el primer
punto de giro, el argumento se me fue de las manos y en una pelea se cargó a un camello de poca monta. Lo que tenía que ser un texto introspectivo se fue convirtiendo en una novela negra y en la página 200 acumulaba ya 4 asesinatos. He colocado numerosas pruebas para que lo cojan y he puesto a toda la policía tras él, pero siempre va un paso por delante. He intentado que le remuerda la conciencia y se entregue; le he incitado al suicidio, pero siempre vuelve a matar. Ya no puedo controlarlo. Entre líneas he logrado leerle el pensamiento, al fin y al cabo nadie lo conoce como yo. Tiene razón. Esto debemos resolverlo cara a cara. Sentado delante del ordenador, acaricio la pistola
mientras espero a que suene el timbre.

Ernesto Ortega G


INCÓGNITA
Holmes mira a Watson. Watson mira a Holmes. Ambos miran el cadáver. Ya estaban ahí cuando sucedió el crimen.

Homero Carvalho 


Propuesta de escritura

La propuesta de escritura de esta semana consistió en escribir un microrrelato a partir de un título dado. Los títulos fueron tomados de la antología "Dispara usted o disparo yo".


Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Pistolas

¿Es mi mano la que empuña la pistola
o es la pistola la que controla mi mano?

En Internet consiguió el software necesario para modelar las piezas en una impresora 3D. También las vainas de la munición y las balas. Aprendió a ensamblar la pistola a oscuras, a cargarla, a disparar con puntería y a desmontarla con presteza. Era el arma perfecta para el crimen perfecto: indetectable, manejable, fiable e irreconocible una vez desmontada. Llegado el día, pasó los controles policiales, montó el arma en la penumbra del rellano, la cargó y disparó a su objetivo. Un segundo antes de morir, se percató de que el cañón estaba montado al revés.

* * *

Heredó de su abuelo un Colt 44 idéntico a los que veía en las películas del Oeste. Siendo niño lo sujetaba con las dos manos y con un ¡pum! de su boca mataba a los malos. Cuando tuvo más fuerza aprendió a desenfundar rápido y disparar, emulando a los héroes del celuloide. Adquirió una habilidad y una puntería extraordinarias. Así se sintió seguro y capaz de defender su casa y su familia. Cuando los matones aparecieron se encaró con ellos, pero nada pudo hacer frente a la Thompson 1928 que le mató. La Mafia ganó al Oeste.

Manuel Medarde
Grupo A


¿Es posible dilucidar un crimen?
Soneto criminológico

¿Es posible dilucidar un crimen?
preguntan a ese pobre policía,
aficionado a la filosofía,
así de raro es el especímen.

Tenemos un problema de autoría,
losgrandes asesinos siempre gimen
que en el fondo a ellos los oprimen,
que han sido maltratados cada día.

Nuestro investigador empieza atando
cabos, tras un hilo del que tirar,
pero algo le sigue incomodando.

Lo primero que hay que averiguar
-el buen hombre se lo está preguntando-
es ver qué coño es dilucidar.

¿Esposible dilucidar un crimen?
Los dos se miraban de hito en hito mientras se apuntaban a la cabeza con sus pistolas. Dispararon a la vez.

Problemas de edición
Era imposible cerrar la última página de aquella novela policíaca porque el escritor había dejado el final abierto.

Suspense ortográfico
El escritor se dispuso a poner punto final a su novela negra, pero entró en coma, y la historia terminó en puntos suspensivos.

Crimen vicario
Mataron al vicario para hacer el mayor daño posible a su madre.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


La escena del crimen

Desde una cabina telefónica, se recibe en el departamento de policías, una llamada anónima de una mujer, alertando de un posible asesinato, en cierto chalet de lujo de la zona.
Ese día, estaba de servicio el inspector Colombo (del departamento de homicidios), al cual su Jefe, le asigna se de una vuelta por allí, y compruebe la veracidad de la llamada, no sea que vaya a ser verdad, como ha ocurrido otras veces.
La puerta del chalet se encontraba cerrada, Colombo saca una ganzúa de la gabardina y accede al interior sin ningún problema; después de mirar la planta baja y no encontrar nada sospechoso, accede al primer piso por la escalera, va abriendo con sigilo las habitaciones que se va encontrando, y en el último dormitorio ve un cuerpo muerto encima de la cama, sin signos de violencia, y sin desorden en la habitación.
Acto seguido, se lo comunica a su Jefe, y en poco tiempo acuden la policía científica para tomas huellas, y el juez de guardia para levantar el cadáver.
Mientras, Colombo, da vueltas por el jardín alrededor del chalet, pregunta a los vecinos, se informa del personaje fallecido, y vuelve al dormitorio y abre la pequeña nevera allí existente, en donde en una nota escrita por su mujer, esta le invita a tomarse dos o tres pastillas azules, esperando llegar en poco tiempo y hacerle pasar una noche divertida.

Luis Iglesias 
Grupo B


Suceso

Una mañana de primavera, en primera página de un periódico madrileño ,había un gran titular que decía “ ayer fue brutalmente asesinada una mujer de 80 años en un piso en la zona de Aluche”.
En una cafetería de esa misma zona, un hombre de mediana edad y por los datos que daba la prensa, dijo que vivía en ese mismo edificio, pero dos pisos más arriba.
Dijo también que se llamaba Marina y vivía en el quinto D, que era una mujer encantadora , que llevaba toda la vida en esa vivienda y que no tenía pariente alguno.
En la cafetería había un murmullo ensordecedor y todo el mundo hablaba de lo mismo.
Aquella misma mañana, la policía se personó en el edificio, con el fin de obtener la información que los vecinos pudieran darles. Cada uno contó su versión; unos no habían escuchado nada, otros habían oído unos gritos, otros habían escuchado golpes, e incluso el vecino que vivía debajo de Marina, al escuchar golpes, miró por el agujero de la mirilla y vio a un hombre con una sudadera verde y un logotipo que no consiguió ver.
La policía tenía la esperanza de obtener más información de los vecinos del quinto piso, pero no fue así, uno dijo que dormía con tapones y no escuchó nada, otro que se había quedado a dormir en casa de su novia y el último dijo haber pasado todo el día fuera de Madrid y que llegó a casa sobre la media noche.
En el registro de la casa de la muerta no se obtuvo nada de donde poder sacar una pista, ni huellas ni indicios de robo, únicamente la sangre que quedó en el suelo. Estaba todo extremadamente limpio.
Como era de esperar, nadie reclamó ni el cadáver ni las pertenencias.
Tras días de investigación, no habían averiguado nada y llamaron a declarar a los tres vecinos del mismo piso de Marina y además al testigo del piso de abajo.
También preguntaron a los vecinos por Manuel, que vivía puerta con puerta de Marina. Todos dijeron lo mismo, llevaba cuatro años viviendo en el piso, no se comunicaba con ninguno de ellos salvo el protocolario saludo. Estaba prejubilado, no subía nadie a su casa . Anteriormente vivió en Asturias y poco más.
Se centraron en Manuel, el hombre que dijo haber estado fuera de Madrid, y que llegó a casa a media noche ya que en los datos facilitados por el forense decía que el asesinato se había producido entre las 22,00h y las 00,30h.
No tenían nada contra él, pero el comisario Romero pidió una orden de registro que le fue concedida. Pusieron el piso patas arriba y no encontraron nada, aunque les llamó la atención varios pañuelos de mujer que aún conservaban su aroma.
La investigación se fue paralizando con el paso de los días y la falta de pruebas. Llamaron de nuevo a Manuel para hacerle otro interrogatorio.
Dijo haber pasado el día en Móstoles, que de vez en cuando le gustaba salir del bullicio madrileño y pasaba el día fuera de casa.
El comisario le hizo toda clase de preguntas que poder descartarlo como sospechoso.
Echó gasolina a la salida de Madrid, pagó en efectivo y no guardo el ticket. Dijo que después de un largo paseo almorzó en “ Casa Juana”, también pagó en efectivo y no conservaba la nota. Por la tarde estuvo en un centro comercial y compró algo de ropa, que también pagó en efectivo y no conservo el resguardo de pago.
En fin, no tenía nada para demostrar su versión, pero la policía tampoco tenía nada que imputarle.
Los días fueron pasando y la policía seguía sin tener nada. La gente empezó a olvidar el tema, pero el comisario Romero no.¿Quién podía asesinar a una mujer mayor que no tenía ni amigos ni parientes, no robar nada, no dejar huellas , que motivo tendría? ¿ por qué ella?
Romero sentía que algo no encajaba en la historia de Manuel, dijo que antes de irse a Madrid, vivió unos años en Luarca, un pueblo asturiano. El comisario llamó a la policía de allí para pedir información. Nada, no había nada, ni siquiera una triste multa. También preguntó si en las fechas que vivió allí, hubo algún suceso importante. Soltillo, el comisario de Luarca ,dijo que habían asesinado a una mujer mayor, que no encontraron ninguna pista y el caso quedó en el olvido.
Antes de vivir allí, estuvo unos años en Olite, un pueblo de Navarra. También llamo a la comisaria de allí, no había nada sobre Manuel, pero curiosamente, allí también hubo un asesinato de una mujer de las mismas características de los anteriores. No se encontró nada y el caso quedó archivado como “ crimen sin resolver”.
El tiempo pasaba y finalmente dejaron de buscar y el tema también cayó en el olvido.
Únicamente Romero no dejó nunca de darle vueltas al asunto. Incluso después de su jubilación, siguió pensando en el suceso.

Isabel Gallego
Grupo A


In fraganti

Me gusta entrar en las librerías y hojear los libros. Abro uno al azar y ahí está el asesino en serie deshaciéndose del cuerpo de su última víctima.
Me apresuro a cerrarlo pero me temo que es demasiado tarde... Él también me ha visto a mí.

Aurora Zarco
Grupo B


Caso resuelto

En la sala de interrogatorios, el sospechoso mantenía un silencio sepulcral.
—Tienes derecho a permanecer en silencio, pero te advierto que la víctima dejó un mensaje —dijo el detective.
—¿Qué mensaje? —preguntó tembloroso el sospechoso, al tiempo que palidecía.
El policía le entregó una nota que decía: "Te he visto". El sospechoso se derrumbó.
—¡Lo confieso todo! —gritó.
El detective sonrió.
—Caso resuelto —murmuró, mientras abandonaba la sala. La nota era solo una artimaña; el muerto era ciego.

Jaume Castejón
Grupo B


Caso resuelto

En la literatura existen muchos casos sin resolver, pero en esta ocasión os hablaré de uno que sí llegó a resolverse satisfactoriamente.
Los hechos se desarrollaron en Bilbao, donde apareció muerta en su domicilio una vecina llamada Ibone Intxausti. Fue analizada por el equipo forense y no encontraron la causa de la muerte. Investigó a conciencia la Ertzaintza y tampoco pudo llegar a ninguna conclusión.
Reunidos todos los cuerpos de policía decidieron acudir a un conocido y afamado investigador: el inspector Martínez alias “fosadua”, que también era conocido como “ojo avizor” por su visión y resolución de casos muy difíciles. El inspector Martínez constaba en su haber, haber resuelto el caso de la muerte de Paquirri. Ya su padre, el conocido y ponderado inspector Martínez sénior alias “Roberto Alcázar”, había resuelto el caso de la muerte de Manolete.
La mayor aportación a la resolución de problemas fue el resolver el dilema más conocido y discutido por la humanidad: quién fue primero el huevo o la gallina. El inspector Martínez se decantó por la gallina, demostrándolo de forma concluyente y fehaciente, con lo que a partir de ahora todo el mundo lo tiene claro, habiendo dejado de ser un caso sin resolver.
Después de minuciosas investigaciones, el inspector Martínez llegó a un diagnóstico contundente: la señora Ibonne Intxausti había muerto de un disgusto.
La tesis fue corroborada por casi todos los vecinos del inmueble además de familiares y amigos que habían oído decir a la interfecta en múltiples ocasiones: ¡hijo mío me vas a matar a disgustos!

José Luis Fonseca
Grupo A


El asesino en serie

El que nos ocupa era despiadado, cruel, brutal.
Pues como son los asesinos en serie, ¿no?: sin escrúpulos, sin miramientos…
Esas cosas.
Y cómo mataba , que diría Gila !!
—¡Vaya! , es la hora de comer….
—Manolín….

Ismael Marcos
Grupo B


¿Es posible dilucidar un crimen?

—¿La policía siempre resuelve los crímenes? —se atrevió a preguntar venciendo su vergüenza delante de sus compañeros.
El comisario mira a los ojos del chico que acaba de hacer la pregunta, tiene sus mismos ojos, sabe quién es, conocía muy bien a su madre.
—Siempre, la policía siempre encuentra al culpable —miente el comisario. Un mohín aparece en su rostro, se imagina la reacción del chico cuando se entere de que su madre ha sido asesinada y de que su padre será encerrado entre rejas por el delito supuestamente cometido.

Tomás García Merino
Grupo B


Asesino en serie

Cuando limpióeldécimo asesinato, sonrió.
Aún no había cumplido su objetivo, el de terminar con la lacra de asesinos en serie que asolaba el país. Y sin darse cuenta se había convertido en uno de ellos.

Mª Ángeles García
Grupo A


Los policías siempre llegan tarde a la escena del crimen

He aquí la noche, amiga del criminal. Refugio para los instintos más salvajes.
Como una alimaña, se esconde en la oscuridad, esperando a su presa.
A las doce de la noche se apagan las luces del parque, el coche de policía se acerca a la entrada y cierra sus puertas. Lentamente, se aleja con su luz azul, para seguir vigilando la ciudad, que duerme.
Un ruido de hojas movidas por el viento, cerca de la puerta principal, pone en guardia a una chica que por las cercanías del parque pasea con su perro.
Este, nervioso, da un tirón, soltando la correa y se escabulle ladrando entre las rejas del parque.
'Wuasca, vuelve! —Se oye un aullido en la oscuridad; la chica nerviosa, pide ayuda.
Entre las hojas yace un cuerpo desnudo de mujer con signos de violencia.
Se presenta el Samur, que no puede hacer nada, sino tapar el cuerpo sin vida, aún caliente.
Las horas pasan de prisa, amanece, se acercan algunos curiosos y aún se espera a la policía, en el escenario del crimen; para acordonar la zona, y solicitar al juez una vez se hayan recabado las primeras pruebas, el levantamiento del cadaver.
Por fin, se oye a lo lejos, un ruido de sirenas y una luz azul se acerca al lugar del crimen. Han llegado los policías.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Revólver

—No me llames así, yo no he disparado a nadie —me dijo.
Helado, susurré un disculpa que más bien sonó a bisbiseo. Era mi primer día en la celda. Entre mis nervios y los consejos absurdos de cómo caer en gracia para evitar conflictos, ya había metido la pata en el primer segundo.
Él, con codos en las rodillas, cabeza gacha y cansancio en sus palabras cogió aire, me miró y siguió:
—Yo soy músico ¡percusionista! —aseveró con vehemencia.
No pude hacer más que asentir obediente y ponerme a fingir que ordenaba las sábanas de mi litera. Ya conocía su historia y su carácter. Seis vándalos torturaron a su gato en una especie de ritual satánico. Él los asesinó a todos con su tambor, uno tipo Basler. Es cierto, no disparó jamás, pero no creo que nadie vuelva a tocarle el gatillo al recluso 379 alias Revólver.


Edwing Vladimir
Grupo A


Breve interrogatorio policial

Hay un gran cartel luminoso en el edificio de enfrente. La luz verde de neón ilumina parcialmente el rostro del teniente Sanders. Sus facciones revelan un cansancio de decenas de noches en vela. Está arrellanado en un sillón de su atestada oficina en el piso octavo de la Comisaría de Queens.
–No tenemos nada, Paul, no nos engañemos.
El sargento Paul Grimes se apoya contra un archivador metálico. En su postura se adivina el mismo pesimismo que en su compañero.
–Es cierto, no tenemos pruebas, pero, tal vez, el informe pericial sobre la pistola M&P que portaba arroje alguna luz, no es un arma corriente.
–Sabes que ese tipo ha sido siempre muy cuidadoso –le desanima Sanders­–. Seguro que disparó con otra y se deshizo de ella. Quizá se le escape algo en la sala de interrogatorios­–sugiere con poco convencimiento.
–¡No le sacaremos ni una palabra! –interviene Grimes–. Es un tipo duro, el más duro que ha pasado por nuestras celdas. Asegurará que no conoce a la víctima, que nunca se ha acercado al gimnasio, que esa noche estaba en Baltimore…
–Me temo que estés en lo cierto. Y si no habla estamos hundidos: sin confesión y sin pruebas el juez lo mandará a la calle mañana por la mañana.
Los dos se quedan en silencio rumiando su derrota. Ven un trabajo de meses que se pierde como el agua por un sumidero.
–Bueno, aunque no vaya a servir de nada, tendremos que interrogarle. ¡Vamos allá! ­–dice mientras se levanta perezosamente.
Bernard Sax es un hombretón de aspecto temible. En la cabeza completamente afeitada luce un tatuaje de un dragón, le falta el lóbulo de una oreja y una cicatriz alarga sus labios dibujando en la línea de su boca una sonrisa cruel. En la mano que apoya sobre la mesa cada dedo tiene tatuada una letra de la palabra crime–delito–. De vez en cuando golpetea con ellos la mesa de metal.
–Hala, Bernard –comienza el sargento–, ya nos conoces, no nos hagas perder el tiempo. ¿Qué sucedió con JoeSkinner?
–Lo maté –contesta el gigantón sin demora.
–¿Eh? –se sorprende el teniente ante la inesperada confesión– ¿Qué sucedió? ¿Por qué lo hiciste?...
–Ese cerdo me birló a mi chica y de mí no se burla nadie. Así que fui hasta su gimnasio y esperé hasta la hora de cierre. Cuando salió le metí dos tiros en la cabeza.
–¿Y la pistola con que disparaste? –pregunta tímidamente el sargento temeroso de romper la locuacidad el otro.
–Es la M&P que llevaba cuando me detuvieron.
Los policías se miran sorprendidos. Creen que el interrogatorio ya ha durado lo suficiente.

Pepe Lorenzo
Grupo B


La última visión

Lo último que vio fue cómo el gitano le clavaba la navaja a Alfredo en el corazón. Después, todo se fundió a negro. Cuando despertó tenía un tremendo dolor de cabeza y le escocía mucho la garganta. Llevó sus manos hacia el chichón a la vez que su mente se abría al recuerdo. Habían asesinado a su mejor amigo. Y ¿Por qué? Por un lio de faldas. Porque Juana le había preferido a él en vez de al “pulga”.
Miró a su alrededor: no había nada. Ni siquiera el cuerpo inerte. Parecía como si alguien hubiese recogido todo del escenario del crimen, incluido al muerto, para no dejar ninguna prueba. Únicamente le habían dejado a él como testigo.
Tenía los labios resecos, le entraron ganas de escupir y el dolor le hizo agarrarse a la pared para no caer. Tosió y las manos se le mancharon de sangre. Quiso gritar y no pudo. Sentía la boca vacía. El asesino le había dejado un recado: ¡no hables!

Maxi Moreno
Grupo B


Testigo

A aquellas alturas no me sorprendían mis emociones desbocadas. Llevaba tiempo en la clínica de daño cerebral traumático y por fin mejoraba, o eso me decían. Las alucinaciones habían cesado. Los raptos de agresividad, también. Sinceramente, yo no los recordaba. En realidad, no recordaba casi nada de las últimas semanas. Pero me estaba curando, o eso me decían.
Eso sí, conforme mi memoria se reconstruía, tenía que pagar el precio de volver a ser consciente de mis angustias. Por eso, atribuí a mi inestabilidad emocional la desazón que me producía la cara de aquel doctor. Aquel hombre me interrogaba, rebuscando tenazmente entre mis frágiles conexiones neuronales. Insistía en preguntarme si recordaba algo de cómo había sido el golpe en mi cabeza. Tenía que haber sido un trauma horrible, pues me había hecho desvanecer semanas, desaparecida en la confusión de una mente nubla.
Delante de mí el galeno me observaba vigilante, así que intenté de nuevo rememorar. Poco a poco se abrieron claros entre las nieblas de mi amnesia. Empezaron a aparecérseme imágenes, turbias al inicio, y a esbozarse impresiones y figuras desvaídas y presencias con movimientos violentos y rastros del sabor a sangre en la boca; y gritos.
Y, de pronto, recordé la cara de una persona golpeándome. Y era la misma cara del doctor que tenía delante. Y mi semblante me delató.
El último recuerdo: aquel hombre que sacaba una pistola mientras decía “esta vez ya no quedarán testigos”.

José Carlos Gómez
Grupo A


Crimen perfecto

Fue un despiste de la señara de la limpieza dejar abierta la puerta del despacho del jefe de personal, que estaba de viaje oficial en Nueva York.
Fue una causalidad que pasara por allí, sin ser visto, el director de la sección segunda, formalmente de baja médica, y observara sobre la mesa del despacho del jefe de personal, el nombramiento de otra persona en el puesto al que el aspiraba desde hacía años, y en uno de los cajones abiertos un arma con su munición.
Fue el azar el que determino que el director de la sección segunda fuera seleccionado para formar parte del Tribunal de jurado encargado de juzgar el asesinato del director de la sección Primera.
Fue la diligencia del guarda se seguridad acudiendo al lugar de los hechos sin solución de continuidad y, sorprendiendo a la señora de limpieza con el arma en sus manos, lo que propicio que la acusación se dirigiera contra ella.
Fue la suerte la que hizo que el director de la sección segunda fuera nombrado portavoz del Tribunal del jurado, de modo que gozaba de cierta autoridad sobre los demás miembros del jurado.
Fue la mala suerte la que propicio que una vez celebrado el juicio, pese a la reiterada y persistentes declaraciones de la señora de la limpieza , que en todo momento sostuvo su inocencia : “solo había dejado la puerta abierta del despacho del jefe de personal cuando se fue al baño , que escucho los disparos en el despacho del director de la sección primera, fue hacia allí y por caridad decidido quitarle la pistola que tenia sobre la cabeza ,que cuando lo hacia llego el guarda de seguridad …” nadie la creyera , salvo el portavoz del jurado , que planteo múltiples alternativas y dudas a los demás jurados hasta convencerles de que los indicios de criminalidad que pesaban sobre la señora de la limpieza eran insuficientes para enervar el principio de presunción de inocencia , debiendo ser declarada no culpable en consecuencia.
Fue finalmente el imperio de la ley con el principio de “indubio por reo” el que determino un veredicto de no culpabilidad, quedando absuelta la señora de la limpieza.

Maria Victoria. G.L.
Grupo B


El maestro

Sólo unos minutos habrían bastado para salvar a Don Sebastián. Pero no fue así porque la guardia civil, mermada de efectivos tras la guerra, llegó tarde a la escena del crimen.
Aquel día Don Sebastián se encaminó, como de costumbre, hacia el coto de caza con la escopeta al hombro. Pero en un recodo del camino estaban escondidos los bandidos, los maquis, les llamaban.
- ¡Alto ahí! ¡Hombre, pero si es Don Sebastián, el maestro! Ya sabemos de qué pie cojea y por muy maestro que sea, chitón o aténgase a las consecuencias….
Entre los maquis está Heliodoro, que le mira avergonzado. Don Sebastián fue su maestro en la escuela del pueblo y sólo en dos ocasiones le dio un capón por meterse con la Eulalia, la tonta del pueblo. Se disculpa con la mirada Heliodoro, pero no le tiemblan las manos cuando le apunta con el arma y le repite con firmeza: ¡Chitón, que en boca cerrada no entran moscas, señor maestro!
Don Sebastián se mantiene erguido, exhibiendo su autoridad moral de maestro del pueblo y le susurra apocado: ¿Esto te he enseñado yo, hijo mío?
- Cállese o le descerrajo un tiro aquí mismo. Venga, andando, que es gerundio, vuelva por donde ha venido y aquí paz y después gloria.
La escopeta callada de Don Sebastián se balancea dudosa en su hombro. Apesadumbrado, vuelve sobre sus pasos y cuando el miedo se lo permite echa a correr y va directo a la guardia civil sin pensar en nada, sólo en cumplir con su deber. Yo fui su maestro y le limpié los mocos a ese niño, regalo del sol, piensa.
Por la noche se oyeron disparos, pero nadie quiso saber nada; “bajaron los maquis”, decían.
Don Sebastián yacía a la puerta de su casa, muerto por su deber; dejó una escuela vacía y unos niños huérfanos de maestro educador de futuros maquis.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


In fraganti

Al tiempo que se levantó un viento frío, el centinela que me dió el relevo en la última guardia de la noche, me informó que el general cenaba en su tienda con una mujer representante del bando enemigo.
Tiritaba aterido mientras escuchaba risas lejanas, voces que devenían en gritos, discusiones, golpes e incluso jadeos que me hicieron temer que no quedaria títere con cabeza en la tienda de mando.
Un grito sordo me sacudió de la dulce ensoñación por los primeros síntomas de congelación, y ni siquiera el sonido metálico de un arma blandida en el aire, ni el golpe seco de la caida de un cuerpo muerto me infundieron el valor para acceder al interior de la tienda. Lo que sacudió mi paralisis fué el reguero rojo y espeso que alcanzó mis pies tiñendo mis glebas y mis pies de sangre.
Me costó entender la situación, hasta que pasmado, reparé en la cabeza de mi general Holofermes en aquella cesta, que aquella mujer cargaba en su brazo y a la que yo, el centinela nocturno, habia pillado “ in fraganti”.

Aurora Martín
Grupo C


Revólver

La mujer apuró el último trago de ron y bajó a la calle olvidando el revólver entre las sábanas sucias. Iba a por otro cliente, pero la noche estaba floja y después de recorrer la larga acera unas cinco veces, decidió entrar en el zaguán a calentarse. Al salir, reconoció en la penumbra el destello dorado del diente de aquel malnacido y echó la mano al bolsillo, pero Pedro Navaja ya cruzaba la calle y se abalanzaba sobre ella, hundiendo sin compasión el puñal en su estómago. Reía el tipo mientras la mujer, indefensa, moría en silencio. Sin remordimientos, el crápula registró la cartera que aun colgaba del hombro de ella, cogió unos pocos pesos que no daban ni para comer y se fue fastidiado calle abajo. Un borracho, que pasó a continuación junto al cuerpo tirado en el suelo, pateó el bolso vacío y continuó su camino cantando. El compositor, ante una hoja llena de tachones, maldijo a la mujer que había arruinado su tema sin entender por qué no podía sacar aquella maldita melodía de su cabeza: la vida te da sorpresas, sooooorpresas te da la vida, ay dios.

Mónica Rivero
Grupo C


Escenarios semejantes

A Pepa

Laura afrontó la jornada como todos los días.Nada más llegar a la comisaría recibió instrucciones para dirigirse con su equipo a una urbanización próxima a la de su casa en la que la noche anterior se había cometido el asesinato de una mujer.
En el atasco mientras acudía al trabajo, supuso que le encargarían el caso. Todas las emisora hablaban del enésimo crimen machista del año. Trató de escuchar otra emisora, movió varias veces el dial, al final apagó la radio. Odiaba pensar en su trabajo tan temprano. Por la tarde, iban a celebrar el cumpleaños de Lucía, su única hija, siete años ya. Repasó todas las tareas que debía realizar después de terminar,apenas recoger la tarta y poco más. En casa ya había dispuesto todo lo necesario para que su madre,que preparaba las fiestas mejor que una profesional, hiciera el resto. Paco se encargaría de recoger a la niña y de los sandwiches. Esos pensamientos le daban tranquilidad y confort.
Sin poderlo evitar, recordó sus estudios de criminología y las series televisivas de CSI que la impulsaron a comenzarlos tras acabar la carrera de biología. Lo que imaginaba apasionante, con retos de todo tipo, físicos e intelectuales,en realidad consistía en un trabajo como otros, con sus rutinas, sus horarios y su jerarquía. A pesar de todo, mejor así, prefería no llevar una vida de serie americana, en la que los personajes resultan tan excesivos.
Héctor la acompañaba en el furgón de la científica. Algo más joven que ella, no hablaba mucho, observaba en silencio y resultaba muy agudo en sus observaciones. ¿Qué más se puede pedir? La tarea consitía en recoger huellas dactilares y biológicas en la escena del crimen que ayudaran a identificar a las personas presentes en el lugar de los hechos y su participación en ellos. Todo siguiendo los estrictos protocolos.
La urbanizaciónle recordó la suya. Calles similares, casas casi idénticas y la decoración navideña por todas partes, con esos ridículos Papás Noel escalando los balcones llenos de lucecitas.
Pararon frente al número trece de la Calle de los Cerezos.Aquí habían elegido nombres de frutales, en su barrio, ríos y afluentes de España. Mientras se disfrazaban de enfermeros en pandemia con toda esa parafernalia para no contaminar, volvió a pensar en lo feliz que se iba a sentir Lucía esa tarde con todos sus amiguitos, también iban a venir sus primos. No cabía esperar que la toma de muestras les llevara muchorato para, posteriormente,tener redactado a tiempoun informe casi completamentesistematematizado. Al terminar el turno podría tomar un café junto a la comisaría antes de ir a recoger el pastel. Allí encontraría a alquien más comunicativo que Héctor.
El compañero de uniforme que vigilaba el acceso les indicó algunos detalles mientras traspasaban la cinta policial. Los hechos habían ocurrido en la cocina. A la casa se accedía por una escalera que subía a un porche, ambos similares a los de la casa de Laura. Se fijó en las plantas que decoraban el patio de delante, le gustó la solución, una gran hortensia lo presidía todo, aunqueen esa época del año no mostrase su mejor aspecto y la orientación no coincidiese con la del suyo.
Empujó una puerta igual a la que daba acceso a su hogar. Reconoció la carpintería de puertas y ventanas, se dirigió a la cocina que sabía estaba a la izquierda. Las baldosas de la suya le daban un aire más elegante que las de ésta, el tono de la madera de los muebles le agradó.
El panorama resultaba desolador, ambos habían peleado antes. Platos rotos, asientos caídos y restos de comida esparcidos aquí y allá.Resultaba insoportable la cantidad de sangre por todos lados.
Se dividieron la tarea, Héctor, más concienzudo, quedó en la cocina tomando las muestras que precisaban.Laura se movió por la casa en busca de otras pruebas. No resultaba difícil conocer los pasos del marido tras los hechos, bastaba seguir sus huellas ensangrentadas por la casa.
El comedor aún estaba decorado con globos y otros elementos entre los que destacaba una gran guirnalda con el nombre LUCIA y un 7 colgada de parte a parte. ¡Qué coincidencia!A veces, cuesta distinguir nuestras casas y nuestras vidas, cada vez más parecidas y a la vez tan diferentes. Apartó esos pensamientos y continuó su labor.
Como Laura había previsto, a primera hora de la tarde el informe estaba concluido y pudo ir con una compañera al bar de al lado,si bien cambió el café por otra bebida:
-Póngame un whisky, JB si puede ser.

EMM
Grupo C


Gajes del oficio de reptil

Últimamente a ella le brillaban los ojillos, andaba de rollo con uno por el chat que decía ser su enamorado.
Era más bien lerda por naturaleza y se movía con torpeza, como si alternase elongaciones en su cuerpo. Tenía orejas puntiagudas, piel rugosa y dos colmillos en punta. Había vivido toda su vida en su concha y las pocas veces que sacaba sus cuernos al sol lucía un morillo torcido.
Ella y su cortejador nunca se habían visto, se intercambiaban fotos en las que ella lucía con grandes destellos y él portaba uniforme y gorra marineros. Siempre le decía que era la más bella caracola que había conocido en su supuesta vida de navegante.
Más en la naturaleza no todo es lo que parece, hay sapos con aspecto de hoja y arañas que imitan la forma de las hormigas de las que se alimentan. En realidad su amado era una serpiente azul asfalto que nunca había navegado mares y que dominaba el enmarañado bosque del barrio, un tipo de reptil que al ser descubierto solía responder arqueando su columna y abriendo la boca de manera amenazante.
Últimamente merodeaba por el barrio de día y de noche controlando todos los movimientos de sus presas, se desplazaba silencioso y casi invisible entre cloaca y cloaca y creía saber ya todo de ella.
De vez en cuando él le decía algo así:
- Mi amada caracola, hoy te he presentido vestida con los destellos del arco iris, ibas preciosa soltando tus babas por el asfalto al sol.
Ella lubricaba y lubricaba más baba de caracol con cada uno de sus halagos.
Llegó el día de conocerse, el preparó la escena, vendría en el cascarón de un barco desde allende los mares. En quince días se encontrarían en el banco que hay junto al seto del parque al que cada día acudía su caracola a soñar replegada en su caparazón.
El día de la cita ella se vistió con sus mejores galas, resplandecía en su cascarón que había pintado con esmalte de uñas rosa, disimuló sus orejas puntiagudas bajo su pelo, ensayó frente al espejo a hablar sin abrir apenas la boca para ocultar sus picudos dientes y comenzó a ensayar un caminar ágil para evitar ser descubierta por su lento paso de caracol. Ya toda recompuesta y nerviosa se sentó en el banco verde que hay en el parque al lado del seto, sosteniendo su bolsito de brilli brilli entre sus dos manos sobre sus rodillas pegadas, las cuales temblaban tal cual si hubiera visto de repente una serpiente.
En esto que el reptil se arrastra sigiloso por el matorral, trepa por el banco hasta la altura del cuello de su presa y en un movimiento astuto le inocula su veneno y la paraliza. Ella en su tóxica nebulosa piensa que está a punto ya de llegar su amado y la salvará, el rastrero bicho comienza a engullirla de forma lenta hasta hacerla desaparecer. Ya podrá hibernar satisfecho hasta su próxima víctima.
Gajes del oficio de reptil.

Aronbanda
Grupo B


La víctima decepcionada

Venga, hombre, no me vengas con esas. ¿No se te ocurre otra cosa? No me puedo creer que tenga que ser yo, precisamente yo, la que te tenga que dar ideas. Andas un poco perdido. Los hombres como tú deberían tener la cabeza más fría, mostrar más autocontrol, tener más visión. No sabes ni por dónde te andas. Presta atención a lo que te estoy diciendo: cuidado por donde pisas. Y no me mires así. Ya tengo que aguantar demasiadas tonterías como para tolerar también esa mirada de estupefacción. Ya ves que lo he visto venir, que no soy tan idiota como pensabas. Tú sí que eres tardo en comprender las cosas. Te creía más listo, pero me has decepcionado. Por lo menos, me podrías dar algo mejor. Me lo merezco.
Supón que hace tiempo que conozco tus planes. Borraste todo tu historial de búsquedas en internet, pero dejaste una, la más reveladora, aunque, supongo que a ti no te lo pareció. Dos palabras, Oiran Buchi. No pensaste que me llamarían la atención, Oiran Buchi, que querría conocer su significado, su enigma. Eso, y lo de Darwin. ¡Qué interés repentino por la ciencia! Oiran Buchi, el puente de los suicidas. Tirarme por un puente y que parezca un suicidio. Lo habrás meditado mucho, pero, ¿de verdad te convence? Mira que podrías clavarme el abrecartas de Charles Dickens, hecho con una pata de su gato, pero no te gustan los gatos, o una azagaya magdaleniense del Museo Antropológico ; o atiborrarme de barbitúricos, como le pasó a Marilyn Monroe, y montar el escenario; o tirarme por el hueco del ascensor y llamar a emergencias; o convencerme para tirarme en paracaídas sin paracaídas; ¿envenenarme con mi crema corporal?; ¿una carta bomba cuando ya no se reciben cartas?; atropellarme dando marcha atrás en la rampa de la cochera; incluso, matarme de aburrimiento, lo cual casi consigues. Y te vas a sentir aún más decepcionado que yo cuando te diga que los Premios Darwin no se consiguen tan fácilmente. La muerte ha de sobrevenirle al perpetrador de la hazaña de una manera absurda, ridícula, grotesca, nunca matando a otra persona. Te lo ilustro: tú, que, en este día lluvioso, estás apuntándome con esa pistola, que deseas que me calle y me arroje al vacío, das un traspiés con una piel de plátano sobre este suelo húmedo, y el arma se dispara en dirección a tus genitales, la bala sube por el estómago hasta tu corazón, que sigue bombeando hasta que se para, es decir, te matas a ti mismo, un disparo fatal. Justicia poética... Ya lo dice el Libro de los Salmos: "Amó la maldición y esta le sobrevino". Exactamente lo que te ha pasado a ti. Pero, me temo que hay muertes más estúpidas y originales, y, por ello, más interesantes, créeme, menos decepcionantes. La tuya, que podría haber sido la mía, ha sido un chasco sobre un charco de tu propia sangre, una auténtica desilusión. Creo que sólo recibirás un triste accésit.

Marisa Sánchez
Grupo C


In fraganti

La noche se dibujaba negra cuando Albert, miraba hacia
las ventanas del edificio azul, desde donde hace años partió en busca de nueva vida. Parecia que la casa estaba vacía, no se vislumbraba ninguna luz a través de las cristaleras, su curiosidad le hacía vibrar
Imaginando volver a retomar
el dulce latir del tiempo pasado entre ésas paredes.
Aún conservaba las llaves de ese nidito de amor, que siempre considero su hogar.
Cauteloso se dispuso a introducir la llave, que Guillermo desde el interior
observaba girar, con temor y
asombro, a la vez que se procuró un contundente bastón, con el que sorprender al atrevido impostor.
La puerta se abrió, Guillermo propinó rotundo golpe a tan
osado individuo. A la par que
María gritó:Hijo, hijo, hijo!
Has vuelto, y corriendo entre lágrimas, resbaló a los brazos de su más cálido amor.

Leonor Martin Merchán.
Grupo A


Suceso

El inspector Sánchez, el más respetado de toda la comarca, se despertó aturdido aquella mañana.A pesar de ello y del punzante dolor que sentía en las sienes, salió a la calle y comenzó a caminar como un autómata.
Fue el primero en llegar al lugar de los hechos: media hora antes de recibir en su móvil la llamada urgente del subinspector.
Le encontraron arrodillado junto al cadáver de la joven, observándola atónito: su delicado rostro, sus grandes ojos oscuros, su larga melena, su cuello...ese cuello.
De pronto, en su mente se proyectó con toda nitidez la imagen viva de aquella mujer y en sus oídos resonó su voz amenazadora.
Miró con estupor sus propias manos...y lo comprendió todo.

M.L.Fidalgo
Grupo C


Testigos

Nunca olvidó aquel día.
La tarde anterior sus deberes escolares consistían en hacer una redacción.
Al día siguiente, la madre Isabel, le mandó leer la suya en voz alta al frente de toda la clase. Cuando terminó de leerla, la monja acusó a la niña de no ser la autora de la misma... Insistía una y otra vez para que dijera quién se la había escrito. La niña no entendía nada y seguía diciendo que la había escrito ella…
La monja insistentemente tildaba de mentirosa a la niña.
De pronto…
Tras unos golpecitos, se abrió la puerta del aula.
Era la Madre Felisa, superior en rango a la madre Isabel, y así mismo protectora de la niña por haber sido profesora de su madre años antes, iba a interesarse por la niña y su marcha académica…
¡Buenos días! Y perdón por la interrupción, dijo la Madre Felisa.
¡Buenos días! Contestó la madre Isabel.
Y la madre Isabel, se deshizo en halagos hacia la alumna a la que segundos antes despedazó y acusó de mentir delante de todas sus compañeras…
Aquel día aquella criatura inocente recibió la lección magistral sobre la naturaleza de la hipocresía.
Sus testigos permanecieron inmutables, nadie se manifestó a favor de la víctima...

Nieves Martín
Grupo B


La sonrisa del asesino

Cuando el detective observó al mimo que yacía en el suelo del teatro del municipio, supo quién había sido su asesino. Los dedos índice, corazón y anular de la mano derecha unidos simulando un único miembro, la otra mano recogida en forma de muñón y la sonrisa torcida de modo exagerado hacia el lado izquierdo obligándole a guiñar el ojo, le llevó a sospechar del que todos llamaban “El tonto del pueblo”.

Toñi Martín del Rey
Grupo B


La escena del crimen

I

Londres. 1860. El crimen se había cometido en el piso superior del Pub Stone Curlew`s, situado en la popular Company Street. Cuando llegaron el detective Sherlock Holmes y su ayudante el doctor Watson, aún estaba allí la víctima, en el suelo, con un cuchillo de cocina clavado en la espalda. Después de examinar minuciosamente la escena del crimen, pasaron los dos sabuesos a interrogar a las dos camareras que atendían en el antro. La una rubia, de buen ver y antipática como ella sola. La otra morena, con el rostro como tallado a machete, igual de antipática que la anterior pero “agraciada” con un punto de mala leche insoportable. Acabado el interrogatorio, Watson le preguntó a su superior si había llegado a alguna conclusión.

—Sí, querido Watson —le respondió Sherlock Holmes, sosteniendo su humeante pipa con la mano derecha—: que como no cambien mucho, se van a quedar solteras las dos.

II

En el capítulo dieciséis de las memorias del famoso asesino en serie Sergei Vdalemicov se puede leer lo siguiente:

“Después de naufragar el barco en el que viajaba, pude alcanzar a nado, y con muchísimo esfuerzo, una diminuta isla de poco más de cien pasos de largo por unos veinte de ancho. Al poco se presentó otro náufrago, completamente extenuado. Durante tres días anduvimos ambos cavilando la forma de salir de allí, sin que se nos ocurriera nada. Cuando, desesperado, le dije que sintiéndolo mucho le tenía que matar, me pidió una explicación y se la di.

—Mira —le dije muy cariacontecido porque el hombre no me caía mal—, soy una asesino en serie y tengo la rara cualidad de que únicamente después de matar a mis víctimas se me ocurre la forma de abandonar la escena del crimen sin dejar rastro.

Y así fue. Nada más matarlo se me ocurrió la forma de largarme de allí sin dejar ni cuerpo del delito, ni una sola huella ni nada de nada. Y a las pocas semanas ya estaba de vuelta en San Petersburgo asesinando con regularidad. Creo que fue mi único asesinato por causa de fuerza mayor”.

y III

Al asesino le gustaba volver una y otra vez a la escena del crimen, ubicada en una pequeña explanada junto a la zona de los columpios del parque. Se solazaba pensando en la auténtica obra de arte criminal que había perpetrado. Observaba con deleite las plantas que bordeaban la explanada, el banco de madera, el caño, los dos plátanos que daban sombra al lugar. Todos habían sido testigos, los únicos testigos, del modo brillante en que se condujo aquella tarde, a la hora crepuscular. Muchas veces coincidió en el parque con el inspector de policía al que asignaron la investigación de su crimen, y hasta llegaron a entablar conversación.

—He sido yo —le llegó a decir en más de una ocasión, en la seguridad de que había cometido el crimen perfecto—. Pero a mí mismo me resultaría imposible de probar.

Y efectivamente, eran tales las coartadas que se había confeccionado, que de haber hecho una confesión formal en Comisaría le habrían tomado por un loco o por un imbécil con afán de notoriedad.

Óscar Martín
Grupo A


Justicia en jaque

El crimen se permite cuando persigue un fin loable.
¡Un solo crimen y cien buenas acciones! Fiodor Dostoivski(Crimen
y Castigo)

El Diario



¡Chester la había vuelto a cagar otra vez! ¿Cómo era posible que en treinta años de policía, no hubiera aprendido todavía a obtener pruebas? Ahora el hijo de perra que tenía en la cabina de interrogatorios, se me estaba escapando como la arena bajo los pies en una playa con resaca.
El diario que había obtenido Chester violentando la caja fuerte de John Stephen Mac Morder III, sin autorización judicial, era una loa al infierno encerrado en su alma criminal.
Ese mal nacido, a tenor de sus notas, había asesinado al menos en el último año, a doce mujeres de ascendencia afro e iberoamericana.
Mac Morder esgrimió una y otra vez su condición de escritor de teatro experimental. Se me erizaba el cabello al intuir su malévola intención, cuando afirmaba tercamente que el diario era el boceto de una novela de terror, a medio escribir, para justificar así aquella lista de atrocidades.
¿Cómo puede permitir el universo que exista gente que pueda sentir esto?:
“ Me hirió profundamente el hecho de verla ahí, con la apostura de un pelele roto, las cuencas de los ojos vacías y esa estúpida mueca de estupor en su boca. Ni siquiera había protestado antes de morir.”
“ El placer que me daba el oír chillar a esa cerda mientras se meaba, al tiempo que yo atravesaba su sexo con el sable, no es comparable a ningún otro que yo haya sentido”.
La crueldad de las descripciones del diario de ese monstruo, que no solo se complacía con matar, sino que también torturaba y mutilaba a sus víctimas, era repugnante y corría pareja a la arrogancia de la que hacía gala en su trato personal. Todavía no podía creerse como unos zafios e ignorantes policías como nosotros, habíamos llegado a la conclusión de que él podría ser un asesino. Creo que este tipejo era simple y llanamente un perturbado que se creía por encima del bien y del mal.
Por un capricho del destino, Chester encontró una nota que nos llevó a la pista del contable de Mac Morder. Al fin, pudimos contar con algo sólido para tratar de encerrar a aquella bestia.
A pesar de la gravedad de sus crímenes, sólo pudieron condenarlo a quince años de prisión por delitos contra la hacienda pública.
Fue la única vez en mi vida que vi lágrimas, no sé si de rabia o alegría, en los ojos de Chester.
Tuve la certeza de qué volvería a toparme con aquel engendro y habilité un mecanismo para que me informaran cada cierto tiempo de su actividad carcelaria. Quedé con la agridulce sensación del que ha obtenido una victoria pírrica. Aquella noche cogí una borrachera épica en el tugurio de Sandy.

La Fuga
A los seis meses recibí un informe de la prisión que me enviaba Paul Teller, mi gran amigo de la infancia, a la sazón vice alcaide de la prisión en la que Mac Morder cumplia condena.
El bueno de Paul, me contaba que a ese psicópata no le había resultado demasiado difícil adaptarse a la vida en la cárcel. Únicamente y por temor, se había negado al aseo junto a los demás presos.
Había solventado su temida iniciación en las duchas del módulo A, donde estaba encerrado, haciéndose proteger por una mara carcelaria liderada por un mexicano apodado Ramírez.
Desconocía el precio, recompensa o promesa, que pudiera haber utilizado Mac, para conseguir semejante salvaguarda del mexicano.
El caso es, que a todas horas estaba escoltado por los seis componentes del núcleo duro de esa pandilla formada por el ya mencionado Ramírez, los mellizos Hernandez, salvadoreños, Víctor Adolfo Spucke, argentino, Joao Açougueiro, brasileño y Nicolás Maduro, colombiano.
Paul cerraba el informe apostillando, que le daba la impresión de que Mac Morder se había convertido en el cerebro de Ramírez.
Durante año y medio los informes que me hacía llegar Paul, poco más añadían a lo ya comentado en el primero.
Cuando trataba de encontrar algo con que mitigar la resaca del día posterior al de acción de gracias y encendí el celular, vi inmediatamente que Paul me había llamado en cinco ocasiones y tenía varios mensajes de audio suyos en mi WhatsApp.
Se habían fugado en el autobús de los actores que habían ido, ese día, a representar una obra de teatro de la crueldad en la prisión.
Le llamé y estaba de un humor de mil demonios. Me dijo que le había recomendado expresamente a Delegado, nuevo intendente superior del estado y viejo amigo suyo, para que me pusiera a mí a cargo de la persecución policial.
Le pregunté si tenían alguna pista.
Me dijo que con lo único con que contaban era con los perfiles psicológicos de los fugados.
Confidencialmente me pintó un panorama poco halagüeño sobre la resolución de aquel asunto y pronosticó:
“Ramírez y los Hernandez desaparecerán, si logran cruzar la frontera de México, por las múltiples conexiones con las que cuentan”.
“El argentino, ironizó, puede que recale en Alaska o en el desierto de Gobi. Sus únicas aficiones son la meditación, los asados y el mate”.
“Açougueiro posiblemente se haga socio de Mac, que seguramente lo terminará matando”.
“Maduro es el eslabón más débil.Tiene un TOC que le impele a frecuentar los hoteles y restaurantes más exclusivos. Es dicharachero y a la postre el que más información brindaría, caso de ser capturado. Podría incluso ser receptivo a un acuerdo con la fiscalía”.

El Karma
Pasaron unos meses durante los cuales perdimos todo rastro de los fugados.
El intendente Delegado, presionado por los votos que aseguraban la poltrona de sus jefes, me hacía la vida imposible.
Comenzaron a salirme las primeras canas y el pequeño bar que Sandy regentaba en el 76 de Green Avenue, cerro. Percibí ambos sucesos, como hitos claros del declive de mi vida. Comencé a tomar somníferos y a dudar de si llegaría a cobrar mi retiro.
Pero la rueda de Samsara seguía con su obstinada labor, y tras esos meses de espera, llegaron unas semanas repletas de noticias.
La policía de Texas aseguró haber dado muerte a Ramírez cuando este intentaba cruzar la frontera. La cuestión no quedó suficientemente esclarecida, debido a las dificultades posteriores para la identificación del cadáver.
Un oficial de la policía de la Antigua informó de que, el 1 de junio de 2019 fecha de la toma de posesión del nuevo Presidente de la República del Salvador, los hermanos Hernández habían cruzado la frontera guatemalteco - salvadoreña.
El argentino fue detenido por la policía, en la redada efectuada en un templo de prácticas chamánicas, en las montañas de Coahuila. Por lo visto, no pudo asimilar el último cóctel de peyote, ayahuasca y Gloria de la mañana. Fue entregado a las autoridades de Estados Unidos en un lamentable estado de idiotez irreversible. En la cárcel no sabían qué hacer con él.
El brasileño fue encontrado en el depósito de cadáveres de Austin. La muerte le sobrevino según el informe forense: “por un mordisco de probable etiología humana que le arrancó la nariz, lo que provocó una infección drástica desencadenante de una sepsis galopante, que desembocó en un fallo multiorgánico agudo.
Puse a disposición de la policía de Austin, muestras del ADN de Mac Murder, por si éste tuviera alguna relación con la muerte de Asçougueiro.
Maduro fue detenido en la joyería de Van Cleef & Arpels, en el 744 de la 5th Avenue en New York tratando de llevarse un Royal Oak, en oro, de Audemars Piguet. Estábamos esperando su ingreso en la cárcel, para ver si su interrogatorio arrojaba alguna luz sobre los pormenores de la fuga.
De Mac Morder no teníamos noticias.
La posibilidad de que este estuviera libre y listo para hacer de la suyas, incitó a la fiscalía a hacerle una propuesta a Maduro, que no pudiera rechazar.
En la reunión previa con el fiscal, este nos dejó bien claro que, incluso se recurriría a la zanahoria de una generosa cantidad, siempre que nos diera alguna pista que pudiera acabar con la fuga de ese desalmado. Tenía muy claro el coste exorbitante de la ingente cantidad de medios, que el Estado tendría que gastar para acometer su captura, caso de que este cometiera nuevos crímenes.
Mientras tanto Maduro, a la espera de la redacción del acuerdo, nos iba dando alguna que otra información sesgada.

La Trampa
Una vez firmado ese contubernio que la fuerza de las circunstancias imponía, Maduro nos relató una sorprendente historia.
Por él supimos que Ramírez estaba informado de antemano de la llegada a la prisión de Mac y que fue atando los cabos para que este finalmente se echará en sus brazos.
Contó para ello, con el lógico miedo que tendría el sujeto a ser repetida y salvajemente violado en la prisión.
Esperó a que su espíritu estuviera lo suficientemente quebrantado, por la inmediatez del peligro de que la amenaza se materializase, para ofrecerle su ayuda.
Lo hizo a cambio de qué Mac, ideara con su privilegiado cerebro un proyecto viable, que les permitiera a él y sus seis amigos la fuga de la prisión.
Mac aceptó de inmediato y se unió al grupo, al que poco a poco intentó someter a la dictadura de su arrogancia.
Ideó no solo un plan, sino un segundo, que tuvo por víctimas a un grupo de jamaicanos a los que utilizó de señuelo, creando así la distracción necesaria para alcanzar el objetivo principal.
Haciendo una lectura sinóptica de la declaración firmada por Maduro, se fueron desgranando los pormenores de tan insólita historia:
“Tuvimos que soportar a ese dios perturbado durante meses, por orden de Ramirez”.
“Una hora antes del comienzo de la fuga, y sin la presencia de Mac, el mexicano nos explicó el verdadero motivo de todo aquello”.
“Aquel demonio al que había prometido una irrepetible fiesta de celebración, si la fuga salía según lo planeado, contaba entre sus víctimas con la queridísima única hija de Ramírez”.
“Comprendimos al instante y callamos mientras este nos daba las instrucciones para la celebración del evento.”
“Una vez fuera de la cárcel, nos hicimos con el control del autobús de los actores, a los que dejamos sin celulares, en un intransitado cruce de caminos.”
“Cuando llegamos al refugio, en plena algarabía por el resultado de la fuga, Ramírez le dijo algo al oído a Mac, que éste pareció tomar en principio a broma, hasta que parando súbitamente de reír, Ramírez nos ordenó que lo sujetáramos.”
“Se pudo zafar de Joao, al que propinó un mordisco que le arrancó prácticamente la pnariz. Los demás logramos sujetarlo e inmovilizarlo.”
“Ramírez prendió un saco de carbón en el antiguo hogar del refugio, mientras le decía a Mac, que se iba a utilizar todo el tiempo necesario y más, del que él se había tomado para asesinar a su hija”
“La arrogancia de Mac se tornó en pura e indigesta altanería, su proceder con nosotros embadurnaba el ambiente con un espeso lodo de desprecio”.
Yo, contó Maduro: “ Traté por todos los medios de curar las heridas de Joao, con la única ayuda de los elementos que encontré en el botiquín del autobús”
Mientras: “los Hernandez estaban ocupados en activar la conectividad en standby de nuestros teléfonos para convertirlos en dual Sim. Eran prestidigitadores de la comunicación”
“El argentino no tenía más que ojos para vigilar y conformar el lecho de brasas que ardía en el hogar del refugio”
“La sarta de improperios y blasfemias dirigidas contra nosotros, que salían por la boca de Mac, nos obligaron a ponerle una manzana en la boca y a atar fuertemente su mandíbula con un lazo de cuerda que se podía tensionar dando vueltas a un pequeño trozo de palo desde el centro de su cuero cabelludo.”
“Los aullidos de João fueron constantes, hasta que poco a poco comenzó a perder la consciencia y empezó a delirar”
“Ramirez inspeccionaba el descomunal espeto que había introducido en la lumbre, tenía su punta casi totalmente al rojo vivo”
“Tras avivar el fuego, me ordenó llevarme el autobús y tratar de dejarlo camuflado, que robara una furgoneta y consiguiera los antibióticos de una lista que me dió, para tratar la herida de Joao.”
“Salí a cumplir mis cometidos y tuve que dejar el autobús abandonado en mitad de la nada, por la proximidad de un control policial. Esa fue la última vez que los vi”

El Espiedo
Al final, Maduro nos señaló la localización del refugio. Una gran cabaña aislada en los bosques aledaños a las montañas Guadalupe, que les procuró un buen amigo de los Hernandez.
Dimos aviso a la policía local para que preservara el lugar y no se contaminaran las posibles pruebas de ese escenario y salí para allá con varios de mis hombres.
Llegamos a la caída de la tarde y nos recibieron cuatro atribulados agentes de la policía del condado. Trataron de explicarme lo que había dentro, pero preferí verlo con mis propios ojos.
Cuándo accedí al interior, me asaltó un persistente olor a chamuscado. Al llegar al hogar del refugio, solo distinguí un gran bulto. Tuve que encender la linterna de mi celular, para iluminar lo que previamente ya había sospechado.
Ante mi estaba el cuerpo de Mac, con un crujiente y perfecto dorado, horneado y ensartado en un espeto, sostenido por dos trípodes que puenteaban el inusual espiedo sobre el negro lecho, que otrora fue de brasas.
De la horrible mueca que dibujaba lo que fue su boca, sobresalían los restos de una manzana asada.
Empezaba a tener arcadas, cuando apareció el forense con dos de mis compañeros. Me comentó que en la primera inspección ocular que había realizado, se percató de que teniendo en cuenta la trayectoria del espeto, pudiera ser que Mac aún estuviera vivo cuando comenzó su suplicio.
La impresión que esa imagen y el posterior comentario del doctor, me produjeron un creciente desasosiego que me incitó a salir del macabro escenario y dirigirme al exterior para encender un cigarro.
Aspiré el humo como si me fuera la vida en ello y poco a poco fui recobrando la calma. Los recuerdos de aquella historia, me llegaban en rafagas anacrónicas mientras contemplaba el ancestral juego del escondite entre la luna y las nubes y aunque a mi mismo me resultó extraño, no pude por menos de admirar el postrer trabajo del argentino.

Calgari
Grupo A


Muerte insospechada
Venganza del regreso

Cuando la noche apagó las sombras,
paseo entre temor y miedo,
rastro sinuoso,
ojos de sangre y lloro.
Te fuiste tibio después del disparo,
ella quedó tendida,
agonizaban desgarros de sirenas.
Agazapada dicha,
ira y odio,
luchas y presagios,
horror y vida,
deseos con rencores,
que entrecortan afiladas sierras,
y se esparcen miradas y congojas.
Quiere ser ave,
perfume sin aroma,
y aquí cerca,
abandonado, oculto…
La luz junto a las tinieblas.
Abrazado a tu risa,
perdonas,
danzas bailes y destellos,
infiltrado en otra vida.
Pero el tiempo cumplió con los recuerdos,
y ella retornó sincera.
Desbocado caballo de la muerte,
cuando en el concierto,
la nota sonaba con ritmo de lamento,
dispuso un final a tu suspiro.
Junto a la desconocida,
mirada del pasado,
imposible y absurdo como un sueño
pensar en su regreso,
la penumbra fue testigo,
un instante,
rasgado filo del cuchillo,
un silencio,
se oscureció tu último aliento.
Te veo,
te alejas,
muero.

guADAlupe
Grupo C


Gajes del oficio

El juez se dirigió al acusado y, a pesar de que las pruebas de los treinta y seis asesinatos cometidos en tres años —uno al mes— eran concluyentes, le preguntó si tenía que alegar algo en su defensa. El acusado se puso en pie y, muy sereno, contestó.
—En mi familia siempre hemos vivido de los muertos, señoría.
Mi abuelo fue sepulturero.Siempre con restos de una tierra color muerte en las uñas de los dedos de sus manos que me fascinaba.
Mi padre fue médico forense. A su paso, un olor constante a vísceras deórganos en descomposición me embriagaba.
Mi madre fue tanatopractora en una funeraria.Sus lentejas con regusto a formol, su arroz con sabor a sangre seca… me volvían loco.
Mi hermano se sacó el carnet de conducir con un único fin: transportar cuerpos en el coche fúnebre de la funeraria donde trabajaba mi madre.
Un tío mío fue funcionario de justicia. Su trabajo consistió, toda su vida,exclusivamente en expedir certificados de defunción.
Otro tío mío, hermano de mi abuelo, fue taxidermista. Recuerdo su casa repleta de ejemplares de todo tipo: un buitre leonado, un pez espada, un tití, cabezas de ciervos…
Mi hermana nunca jugó con muñecas. Salía al campo, descabezaba pájaros, destripaba ratones, aplastaba hormigas, escarabajos, lagartijas…; lo llevabatodo luego a casa y lo guardaba en su habitación, en los cajones de su mesa, en el armario, debajo de la cama…, lo que desprendía un aroma pegajoso, pero adictivo, e identificador de nuestro hogar.
¿Qué podía hacer yo? Pues buscar la muerte, señoría.Y me dediqué a matar. Por respeto, obediencia y necesidad.Son gajes del oficio. Usted me entiende.
El juez miró pensativo al acusado, levantó el mazó y, con un golpe seco en la mesa dictó sentencia:
—¡Culpable!
Se oyó un revuelo en la sala. De entre los familiares de las sesenta víctimas que habían asistido al juicio se levantó uno y le espetó al juez:
—Parece que usted no ha entendido nada, señoría. Este hombre es inocente. Está muy claro.
De repente, el resto de los familiares se levantaron, sacaron la pistola y vaciaron el cargador contra el cuerpo del infeliz juez al tiempo que gritaban:
—¡Gajes del oficio!, señoría. ¡Gajes del oficio!

José Manuel Romero
Grupo A


¿Testigo?

Entré en la biblioteca de la casa, busqué en los estantes, recordaba haber visto allí el libro que buscaba, lo encontré, casi lo tenía en mis manos cuando oí voces y pasos cerca, me escondí, la puerta se abrió, entraron, después de una terrible discusión se hizo el silencio, espere unos minutos y salí, un hombre estaba inerte en el suelo, cogí el libro y me fuí.
Hoy he buscado la noticia en el diario, no está, no sé si fuí testigo de algo.

M.T.B.
Grupo C

Pacto dee silencio

A los pies de la Galana reposan desde hoy las cenizas de Axier. Su deseo está cumplido; descansar en paz en su querido monte. En él descubrió, de la mano de su padre, una pasión irrenunciable. Pasion que le llevó a alcanzar cimas por todo el planeta, a vivir siempre al límite explorando rincones recónditos. Hoy, regresa a su paraíso para el último ascenso. Ana, su mujer, es la portadora de la urna. La abre con cuidado y arroja con serenidad las cenizas. Todos los presentes están sobrecogidos, el silencio absoluto los arropa. Recuerdan al hijo, al hermano, al amigo valiente, que no se le resistía nada. Las lágrimas surcan por las mejillas de muchos. Javier, su incondicional compañero de hazañas, busca con la mirada a Ana. El peso de la complicidad los une en un oscuro vínculo condenandolos a una eternidad de miradas furtivas y susurros cargados de culpa.
El estupor de su secreto siempre será sospechoso, solo ellos dos saben que ocurrió en Monte Perdido antes de llegar a cumbre.
Sus sentimientos lentamente agonizan por el peso de su pacto, y lo que prometia felicidad se transformó en un infierno

Pilar Sánchez
Grupo B


Crimen novelesco

Da igual la situación. Da igual si me ves bajando la escalera de tu vecindario, oaccediendo el ascensor o bien nos cruzamospor la calle en una soleada tarde. Pensarás que soy una de esas personas anodinas, salvajemente normales, y cotidianamente rituales. Estoy seguro de ello.
Me he molestado mucho en desarrollar procedimientos que me disfracen de conciudadano habitual. No tengo vicios, mis noches son calmadas y mis inquietudes resuenan en sosiego. Todo lo contrario es mi mente: un voraz torbellino de apetitos, caos geniales, giros, vueltas y fuegos desbordantes.
Lo que nadie conoce -y tú tendrás la efímera fortuna de verlo- es que en mi piso tengo una habitación. Es ridículamente pequeña, oscura, raquítica. El espacio está tan apretado que las paredes se rasgan y se empujan; amenazando cerrarse. Allí están mis secretos, penetran para no salir. Jamás enciendo la luz, pues quiero que la desdicha permanezca agarrada en la penumbra, y los títeres residen tirados, rasgados, sangrados. A veces, en los más profundo de la madrugada, cuando la quietud se paladea, creo oír sus quejidos; como si ansiaran recordar lo que sabían.
Sí,es cierto.Es un hábito macabro. Para colmo, hoy añadiré otra víctima a mi obituario. La traeré a casa, la desgarraré, arrancaré sus partes y las esparciré por los infinitos rincones de la enana estancia. No me temblarán las manos.
No me juzgues, no tengo la culpa de mi personal inquina. Simplemente iré y elegiré la víctima adecuada entre estantes. La cogeré, pagaré y cuando llegue a casa la leeré antes de despedazar sus hilos y tapas. En la librería no sospechan nada.

Ricardeo Rodríguez Cobos
Grupo C


“Crímenes por dilucidar”

El tren
(Basado en hechos reales)

El tren rebosaba de gente.
Ella, tímida como era, llevaba varias horas aguántandose las ganas, cada vez más exigentes, de orinar.
Miró la hora en su móvil. Aún quedaba bastante para llegar a su destino.
Venciendo, por fin, su introversión, agarró por el cuello el coraje y se levantó de su asiento intentando mantener sus ojos en la nada.
Su desazón aumentó al llegar al servicio y comprobar que se trataba de un baño habilitado para personas con movilidad reducida. Odiaba el sistema de cierre por si alguien podía entrar mientras hacía pis.
Sin embargo, las punzadas que acosaban su abdomen empezaban a resultar insoportables.
Una vez dentro, lo primero que observó fueron varias manchas de un marrón rojizo en el suelo delante de la taza y alrededor de esta.
Con una posición de equilibrista para no poner los pies encima, se bajó los leggins y el tanga mientras sus ojos fijaban obsesivamente los circulitos no del todo secos.
Quizás a alguien le había empezado a sangrar la nariz. Fantaseó. O puede que la regla hubiese sorprendido a alguna chica impreparada. Ella siempre llevaba consigo un “arsenal” de tampones por si acaso.
De repente, notó un golpecito tibio y húmedo en su cabeza. Se llevó instintivamente la mano al pelo. El tacto caliente, espeso y pegajoso la puso en alerta.
Se limpió y vistió precipitadamente. Levantó la mirada hacia el techo y vio una rejilla de la que cayó otra gota roja.
El pánico se apoderó de sus sentidos. Los ecos de su corazón martilleaban sus oídos y un zumbido sordo repiqueaba en sus sienes.
Desactivó el candado de la puerta corredera y pulsó maniacalmente el botón de apertura sin éxito.
Entonces, comenzó a gritar con la fuerza de su desesperación pidiendo ayuda.
Silencio.
-¡Perdone! ¡Revisor! La puerta del baño no se abre.
-Lo siento, señor. Lleva estropeado más de una semana y no consiguen arreglarlo. Pero puede utilizar el del vagón siguiente, si lo desea.
-Gracias.
El pasajero volvió a su asiento. El suelo de aquel baño lleno de manchas lo había hecho desistir. Ya iría al llegar a la estación.

El avión

Apenas se apeó del tren, se dirigió a los baños de la estación.
Un cartel anunciaba que se encontraban cerrados por limpieza.
Valoró ir a los del centro comercial cercano pero desechó enseguida la idea ya que iba con el tiempo justo. Por otro lado, la necesidad de orinar tampoco era incontrolable.
Se introdujo con paso firme en el vagón del metro tirando de su maleta con ruedas. Pasaría el control de equipajes y después, con calma, buscaría un servicio de los muchos diseminados por la T2.
El metro acababa de dejar atrás “Mar de cristal” cuando se escuchó un ruido sordo y el vagón fue perdiendo velocidad hasta quedar postrado en la vía, privo de movimiento.
Las personas se miraban entre ellas con gesto interrogativo hasta que a través de la megafonía, informaron de la avería que ya todos intuían.
Se les rogaba permanecer tranquilos y quietos. En breve, enviarían un autobús a recogerlos para llevarlos al aeropuerto.
Controló la hora en su móvil. Aún tenía tiempo antes de que saliera su avión.
Se preguntaba por qué no había ido al baño en aquel tren. Es cierto que, al ver aquellas manchas en el suelo, había tenido un mal presentimiento; pero, ahora que su vejiga empezaba a pesarle como el plomo, se arrepentía de haber hecho caso a esa sensación irracional. Al máximo se hubiera manchado los zapatos.
Sólo le cabía esperar que el autobús llegase pronto.
No fue así ya que se demoró bastante por culpa del tráfico intenso.
Cuando, por fin, entró en el aeropuerto, escuchó la última llamada de su vuelo. ¡Menos mal que el control de equipajes fue veloz!
Se apresuró hacia la puerta de embarque reteniendo las ganas de orinar, ahora ya, considerables.
El avión subió de cuota. La señal de mantener los cinturones abrochados se apagó. Se levantó de su asiento como si tuviera un resorte con un único pensamiento: llegar al servicio del avión.
Casi se le saltan las lágrimas al descubrir en el largo pasillo, una fila de gente esperando delante de él.
No podía más. Bajó la mirada hacia sus brazos que rodeaban y sostenían su vientre con el fin de aligerar el peso de su vejiga. “¡Aguanta, aguanta, aguanta!”.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido así, casi acurrucado, si bien le pareció una eternidad.
Alzó la mirada y comprobó con alivio que el pasillo estaba despejado y verde la señal luminosa del WC.
Avanzó apoyándose en los respaldos de los asientos vacíos. ¡Qué extraño ! ¿Dónde se había metido toda la gente que esperaba en la cola? Juraría que no habían pasado junto a él. La necesidad de la micción lo distrajo de sus cabilaciones. Abrió la pequeña puerta del lavabo y, con un suspiro casi místico, liberó toda la tensión. ¡Por poco se lo hace encima!
Se subió la cremallera de la bragueta con una expresión de satisfacción en su rostro. Incluso se sonrió a sí mismo en el espejo.
Apretó el botón azul de la cisterna.
¡Oh, no! Intentó agarrarse a los pasamanos de la pared, sujetarse con los pies en el borde del váter.
Ante la impotencia, gritó con toda su energía pidiendo ayuda, desafiando con su voluntad la vorágine que lo aspiraba en un torbellino ronco.
Silencio.
-¡Perdone, azafata! Necesito ir al baño.
-Lo siento, señora. Hemos empezado el descenso. Tiene que permanecer en su asiento.
Contrariada pensó en ir a los baños del aeropuerto en cuanto desembarcara.

El hotel

El avión aterrizó en el aeropuerto de destino con un considerable retraso.
Miró su reloj. ¡Vaya! Contaba con el tiempo justo para no perder el autobús hacia el centro de la ciudad.
Viajaba siempre ligera de equipaje por lo que se ahorró el tener que esperar en la cinta correspondiente.
Necesitaba ir al baño. La azafata, bastante antipática por cierto, se lo había impedido en el avión porque habían iniciado las maniobras de aterrizaje. A decir verdad, el vuelo le había parecido extraño sin saber bien el motivo. Claro que ella era dada a fantasear.
De todos modos, si ahora se entretenía, debería esperar bastante para coger otro autobús a Cityterminalen. Recordó que los autobuses de Flybussarna disponían de wc a bordo. ¡Un pequeño esfuerzo y, por fin, podría hacer pis!
Sacó el billete de ida y vuelta en las máquinas automáticas y llegó a la marquesina cuando los últimos pasajeros estaban subiendo al autocar.
Depositó su maleta en el compartimento a tal efecto buscando un asiento cercano al servicio.
Apenas en ruta, bajó la estrecha escalera. ¡Maldición! ¡Fuera de servicio! No le quedaba más remedio que aguartarse. Afortunadamente, su hotel estaba enfrente de la estación central de autobuses.
Así pues, una vez realizado el check in, se dirigió apresuradamente al servicio que había detectado cerca de la recepción.
Observó una mancha de unos 15 cm de diámetro delante de la puerta. Era de un color marrón grisáceo. Le llamó la atención por la forma de estrella que tenía. Por otro lado, suponía un elemento fuera de lugar dentro de la absoluta pulcritud del resto del edificio.
Su vejiga le mandó un mensaje ineludible: no era el momento de dar rienda suelta a su nutrida imaginación.
Entró echando el cerrojo.
Suspiró feliz al descargar el peso de su abdomen. Un poco más y se lo hace encima.
Después de lavarse las manos, intentó abrir la puerta pero parecía atascada. Tras varios intentos fallidos, la claustrofobia comenzó a cercarla.
Gritó pidiendo ayuda con toda su energía, aporreando la puerta con una sensación mixta entre ansiedad y sentido del ridículo.
El tiempo transcurrido hasta que el recepcionista logró desbloquear la puerta le pareció una eternidad.
El chico se disculpó mortificado. Había olvidado advertirla del mal funcionamiento de la puerta que se atascaba continuamente.
Entró, por fin, en su habitación avergonzada por su hipocondría que la llevaba a dibujar escenarios terribles ante cualquier contratiempo. Decidió tranquilizarse imaginando la maravillosa semana que tenía ante sí, para ella solita en la lejana Estocolmo. Empezaría por un buen baño caliente, lleno de burbujas. Antes colgaría fuera de la habitación el cartel de “No molestar”. Era su momento y no quería interrupciones de ningún tipo.
Se sumergió en la bañera abandonándose a la placidez que la envolvía.
De repente, notó cómo si un abrazo húmedo y poderoso la estrechase con inmensa fuerza arastrándola bajo el agua, imposibilitando su movilidad.
Quiso gritar pidiendo ayuda pero sólo consiguió tragar agua. Sus ojos parecían de vídrio y su expresión desencajada. Plof. El tapón del sumidero saltó liberando el paso de todo cuanto contenía la bañera.
Silencio.
El personal de limpieza decidió entrar después cuatro días a pesar de seguir el cartel en la puerta.
La habitación estaba en perfecto orden. No así el servicio donde el sumidero estaba lleno de pelos enmarañados. ¡Qué poca consideración tiene alguna gente! ¡Como se lo daban todo hecho!
Estaba molido. Menos mal que le faltaba poco para acabar el turno.
En cuanto llegase a casa, se iría derechito a la bañera.

Ibone Bueno Vicente
Grupo C

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