Nos saludamos al entrar con un "ola", así, con minúsculas, para acercarnos después a la orilla y adentrarnos poco a poco en el agua. Es lo bueno que tiene la imaginación, que uno puede sentir que llega a nado hasta ultramar.
De eso hablamos, de imaginar el mar, de rememorar el momento en que lo descubrimos, de cómo pensábamos que era antes de descubrirlo, de los que aún no lo han visto. Dice José Luis Morante que "Siempre que descubro que alguien no lee pienso en esa gente que no ha visto el mar". Y así es.
La voz de Juan Carlos Mestre nos regaló una poética "Lección de geografía" con la que iniciamos nuestro periplo. Pablo Neruda, poeta marítimo, nos meció con sus palabras con su "Oda al mar". Algunos recordaron la escena de "El cartero y Pablo Neruda" en que el poeta recita al cartero algunos de sus versos y este improvisa su primera metáfora.
Acuarela de Cesc Farré
Mostré el libro Mares y cielos con acuarelas de Cesc Farré a las que un grupo de escritores y escritoras pusimos nuestros textos. Cesc es uno de los grandes especialistas en el tratamiento del mar con acuarelas. Podéis escucharle y disfrutar de una pequeña muestra de sus trabajo en este vídeo.
Iniciamos después el recorrido de los textos recogidos en la ficha de trabajo con el poema de Mario Benedetti titulado "El mar": en él se pregunta qué es el mar, por qué seduce, por qué nos tienta, por qué nos fascina. El poema dio pie a la conversación. Algunos afirmaron que sienten fascinados con su inmensidad (¿Cuántos ríos caben en ese mar? -eso le preguntaba María Victoria a su madre cuando era pequeña), otros por mostraron su fascinación por su color (una variada gama cromática que va del más intenso azul al verde más transparente), otros por su ruido (ese gran motor que no descansa nunca) y la mayoría por su misterio.
Leimos a continuación un artículo titulado "Imaginar el mar con Pavese" para certificar que no es necesario conocer el mar para imaginarlo. En el cuento de Pavese el protagonista se lo imagina como un cielo sereno visto a través del agua. Después comentamos el texto "El mar en todas partes", una preciosa historia que encontré en la Revista Clarín y que forma parte del libro El idioma marterno. Después pusimos en común los pecios recogidos en de la ficha y hablamos de nuestro primer encuentro con el mar.
La última parte de la sesión la dedicamos al cuadernillo que el maestro catatán Antoni Benaiges hizo con los niños y niñas de la escuela de Bañuelos de Bureba: "El Mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca". La historia de este maestro fue rescatada por el fotógrafo Sergi Bernal. Lo cuenta en su blog, donde, además de éste, están los otros cuadernos que el maestro hizo con los niños en la escuela y que se pueden descargar para imprimir. La editorial Blume ha publicado recientemente en una maravillosa edición los 13 cuadernos:
La historia de Benaiges la cuenta Alberto Conejero en el libro homónimo. Xabier Bobés hizo un maravilloso espectáculo de teatro de objetos con el mismo título y que yo pude disfrutar en el Teatro Abadía con un coloquio posterior con el actor Sergi Torrecilla y el fotógrafo Sergi Bernal. Aquí tenéis más información sobre el espectáculo, así como el teaser, y aquí el coloquio posterior. La historia también fue llevada al cine bajo la dirección de Patricia Font con el título de "El maestro que prometió el mar".
Y el Museo Marítimo de Barcelona hizo una exposición interactiva que podéis ver en este enlace (puedes moverte con el ratón o el cursor por las diferentes propuestas)
El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. contiene los textos de los escolares en los que reflejan cómo se imaginan el mar, sus miedos y sus sueños. Ninguno de los niños lo había visto nunca. El maestro les promete que aquel mismo verano del 36 los llevará a Cataluña para que lo conozcan. Esa promesa quedó incumplida por que un 25 de julio fusilaron al maestro.
Presentamos aquí algunos de esos textos:
I
El mar será muy ancho y muy grande. Pero sobre todo hondo. El agua estará más caliente que la de los ríos. Y debe ser muy salada. El mar es donde se va a baños. Por él pasan los barcos. Al lado habrá alguna casilla, para secarse cuando salen de bañarse. En la orilla debe haber arena. Anita Ortiz
II
El mar es muy grande y para pasar a otro pueblo hay que pasar en barco y me figuro que a veces estará más de una hora. José Cuesta
III
El mar será muy grande, muy ancho y muy hondo. La gente va allí a bañarse. Yo no he visto nunca el mar. El maestro nos dice que iremos a bañarnos. Yo digo que no voy a ir, porque tengo miedo que me voy a ahogar. Lucía Carranza.
IV
El mar será muy grande, muy ancho, muy hondo. Dice Fernando que será como de Vallejopablo al cerro de Quebrantamolinos de ancho, metros y metros de hondo. Antonio García
Propuestas de escritura
1. Durante el trascurso del taller hicimos la siguiente propuesta: En el libro de Esteban Peicovich Poemas plagiados aparece este texto con el título de "Poesía":
Mar del frío, mar de las lluvias, mar de los vapores, mar de las nubes, mar de la humedad, mar de la serenidad, mar de la crisis, mar de la fertilidad, mar de los néctares.
(Nombres dados por la ciencia a distintas zonas de la cara de la Luna que se ve).
Además de los citados por Peicovich existen otras mares en la luna: Mar de la Serpiente, Mar Austral, Mar Conocido, Mar de Alexander von Humboldt, Mar del Ingenio, Mar de las Islas, Mar Marginal, Mar de Moscovia, Mar Oriental, Mar de William Henry Smyth, Mar Espumoso, Mar de la Tranquilidad y Mar de las Olas. Hay también una región lunar que se clasificó como mar Mare Desiderii (Mar de los Deseos), pero ya no lo es.
1. Durante el trascurso del taller hicimos la siguiente propuesta: En el libro de Esteban Peicovich Poemas plagiados aparece este texto con el título de "Poesía":
Mar del frío, mar de las lluvias, mar de los vapores, mar de las nubes, mar de la humedad, mar de la serenidad, mar de la crisis, mar de la fertilidad, mar de los néctares.
(Nombres dados por la ciencia a distintas zonas de la cara de la Luna que se ve).
Además de los citados por Peicovich existen otras mares en la luna: Mar de la Serpiente, Mar Austral, Mar Conocido, Mar de Alexander von Humboldt, Mar del Ingenio, Mar de las Islas, Mar Marginal, Mar de Moscovia, Mar Oriental, Mar de William Henry Smyth, Mar Espumoso, Mar de la Tranquilidad y Mar de las Olas. Hay también una región lunar que se clasificó como mar Mare Desiderii (Mar de los Deseos), pero ya no lo es.
Beaiges invitó a sus niños a imaginar el mar y escribir sobre él. Yo os invisto a que eligáis uno o varios mares y escribáis sobre ellos. Mi promesa de llevaros a ver esos mares también quedará incumplida. Los viajes a la Luna son escasos y me imagino que muy caros.
2. Para casa propusimos un texto (poema, microrrelato, cuento breve...) inspirado en el mar.
Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Este mar
Este mar tan azul,
que parece un espejo en las postales
al reflejar la luz sobre su espuma,
es un ogro sin alma
que se lleva entre sus garras la inocencia.
Este mar, que no entiende de anhelos,
solo aspira a arrastrar en su locura
todo lo que se le ponga por delante.
Este mar, cabalga poseído por la rabia
y le cierra los párpados
a aquellos que se atreven a imaginar
que existe un mundo nuevo en la otra orilla.
Este, el mismo mar,
que besa mis tobillos,
es un fantasma cruel
que juega a sepultar sueños por las noches.
Aurora Zarco
Grupo B
Primera visión del mar
Tenía 17 años cumplidos, cuando vi el mar por primera vez.
Casi todo en la vida tiene una explicación, y en mi caso es muy sencilla. Vivir en un pueblo del interior, estudiar en el pueblo, y trabajar en el verano en el pueblo, para poder luego ir a estudiar más tarde a la capital. Vacaciones, excursiones, salidas al extranjero, como hacían otros compañeros, como que no.
Un cúmulo de circunstancias, originó la primera visita a conocer el mar. Un primo mío que trabajaba en Alicante, ese año acudió a la fiesta del pueblo, que se celebraba a primeros de junio, y mis padres dejaron que mi hermana, que por entonces tenía 10 años, se fuera con ellos a pasar unas pequeñas vacaciones.
Claro, alguien debería ir a buscarla, y me tocó a mi, y nada más acabar el curso, en Alicante aparecí, después de coger no sé cuántos autobuses.
Aquí no acaba la cosa, mi experiencia con el mar, !fatal!, primer día que me llevan a la playa, sin darme ninguna crema, yo que soy blanco de piel, y con el aire calentorro que hacía, ¡me quemé !, sobre todo la espalda. Durmiendo boca abajo, cinco días, en carne viva, me pelé, se me pegaba la camisa a la piel. Cuando me recuperé un poco, volví al pueblo, con mi hermana protestando por regresar tan pronto.
Luis Iglesias
Grupo B
Mar
Mar condenado a la huída, mar adentro, mar sediento,
mar de dudas, mar sin tiempo.
Mar abierto, desgarrado,
vas y vuelves, traes y llevas,
caracolas de silencio.
Mar sin miedo, mar de besos, mar de veranos y juegos,
de ríos precipitados
y de barquitos veleros.
Mar de azul envuelto en agua,
lleno de olas presurosas que se rompen a destiempo.
Mar de brisa, mar de arena,
mar de risas y recuerdos,
Mar revuelto y tenebroso,
que mata sin pretenderlo.
Mar de sombra, mar de luna,
mar dormido, mar eterno.
Pilar Sánchez Barbero
Grupo A
Nana del mar
Si vamos al mar
Podremos pescar
Espuma en un cubo
Y algún calamar.
Si vamos al mar
No puedes llorar
Que el agua no ahoga
Te quiere abrazar.
Si vamos al mar
Podremos cantar
Canciones de brisa
Con gotas de azahar.
Si vamos al mar
Podremos jugar
Con arena y viento
Mezclado con sal.
Duérmete mi niña
Y ven a buscar
Caracolas nuevas
Repletas de mar.
Pilar Sánchez barbero
Grupo A
Mi mar
El maestro nos leía sobre el mar. Ninguno de nosotros conocíamos el mar. Todos teníamos una vaga idea. Mar embravecido. Mar en calma. Olas incansables. Buscar conchas por la playa. Bañarse. Castillos de arena. De vuelta a casa, sin libros ni televisión, esa vendría más tarde, solo podía imaginar mares. Todos los mares posibles. Grandes, pequeños. Azules, verdes, marrones, grises.
Vivíamos en la casa del vaquero, en mitad de la gran finca en la que mi padre trabajaba en el oficio. La escuela y el rato que jugaba con los amigos ocupaban mi único tiempo en el pueblo. El resto lo empleaba en descubrir los rincones de la finca, en compañía del hijo del otro vaquero, que tendría unos cuatro o cinco años más que yo. Un día, después de una semana entera en que yo no había dejado de hablar del mar, él me dijo muy serio —Mañana voy a llevarte a conocer el mar—. Me entusiasmé con la idea. Nada más volver de la escuela me preparé, fui a su casa corriendo, le llamé y emprendimos el camino. Me llevó por sendas conocidas hasta un espeso robledal en el que nunca había entrado.—¿Tienes miedo?— me preguntó. Yo nunca lo había tenido en el campo en el que me había criado, pero aquella parte era nueva para mí y sentía un ligero cosquilleo, pero respondí con un rotundo —¡No!—. Atravesamos el robledal, subimos a un cueto, bajamos por unos empinados escarpes, llegando a un magnífico encinar. Nos adentramos en él. Después de caminar durante un buen rato, escondido entre encinas centenarias, pude finalmente descubrir el mar. Era enorme, nunca había visto tanta agua junta. Al otro extremo, los árboles parecían pequeños carrascos. El mar estaba en calma, no había olasni se veían las gaviotas que describía el libro del maestro. Pero era grandioso y lleno de vida. Con mis pocos años, el mar no me defraudó.
Cuando el maestro nos mandó redactar una descripción del mar, yo lo hice de la siguiente manera:
“El mar tiene mucha agua y es muy tranquilo. No tiene olas, como los mares de los libros, ni ballenas, ni gaviotas, ni algas, ni es salado. Tampoco hay arena, ni bañistas. Pero el mar tiene vacas y ovejas bebiendo en la orilla, pueden verse jabalíes a lo lejos, hay tencas, garzas, patos y nutrias, pero estas casi no se dejan ver. También hay ranas y culebras”. El maestro me dijo que estaba muy bien y que yo tenía mucha imaginación, ya que mi mar se parecía más a una charca que a un mar de verdad.
Cuando años más tarde pude ver el mar por primera vez, me pareció grandioso, vivo, misterioso, bellísimo, pero no me produjo la misma emoción intensa que me produjo la visión de la gran charca de la finca de mi niñez.
Manuel Medarde
Grupo A
El Mar
Espacio infinito
entre el cielo y la tierra
que embriaga y cautiva
a quienes lo admiran,
desde la orilla.
Con su danza
de arena y olas,
te enamora y te acuna
con su armoniosa música.
Testigo de aventuras
y desventuras
de intrépidos navegantes
en busca de fortunas
y de sangrientas batallas,
entre griegos, romanos y persas.
Majestuoso e inmenso,
sereno e impetuoso,
salvaje y poderoso,
libre desde el principio
de los tiempos.
Nosotros, los de tierra adentro
tan solo somos
islasa la deriva,
en un mar de piedra,
sin olas
ni mareas.
Marian Pérez Benito
Grupo A
La Poza
“Vaya poza” dijo la abuela al vislumbrar el mar a lo lejos. A medida que se iba acercando salían de su boca expresiones de asombro. Pero cuando tuvo el agua a sus pies enmudeció. Su garganta no fue capaz de producir más palabras. Los ojos gobernaban su cuerpo y su mente y solo daban paso a la mirada hipnótica que se proyectaba hacia el horizonte. Allá, en lontananza, un minúsculo barco navegaba mar adentro. Le dio vértigo. Y se volvió de espaldas para no marearse.
La abuela no había visto nunca el mar. Tenía más de sesenta años cuando su hijo la llevó a orillas del Cantábrico. El contraste de aquella inmensidad con su reducido mundo interior la empequeñeció aún más y sintió miedo. “Vámonos, hijo” pidió, por temor a los monstruos que pudieran surgir de aquella masa de agua en movimiento.
M. Maxi Moreno
La Poza
“Vaya poza” dijo la abuela al vislumbrar el mar a lo lejos. A medida que se iba acercando salían de su boca expresiones de asombro. Pero cuando tuvo el agua a sus pies enmudeció. Su garganta no fue capaz de producir más palabras. Los ojos gobernaban su cuerpo y su mente y solo daban paso a la mirada hipnótica que se proyectaba hacia el horizonte. Allá, en lontananza, un minúsculo barco navegaba mar adentro. Le dio vértigo. Y se volvió de espaldas para no marearse.
La abuela no había visto nunca el mar. Tenía más de sesenta años cuando su hijo la llevó a orillas del Cantábrico. El contraste de aquella inmensidad con su reducido mundo interior la empequeñeció aún más y sintió miedo. “Vámonos, hijo” pidió, por temor a los monstruos que pudieran surgir de aquella masa de agua en movimiento.
M. Maxi Moreno
Grupo B
Mares de la luna
Se me antojó cómo sería el Mare Desideri pero una ola zigzagueante proveniente del Mar de la Serpiente se me enredó en los caprichos secando hasta su nombre y dejándome sólo un puñado de sal.
Entonces, decidí elucubrar sobre cómo sería el Mar Conocido. Sin embargo, bien pronto comprendí que es trabajo inútil imaginar algo que ya se conoce. La fantasía no tiene cabida en semejante lugar.
Piensa, Ibone, piensa... Mientras mi mirada iba y venía, como las olas de un mar enfadado sobre el pedazo de papel que contenía tantos mares como lunares en un vestido de faraláis.
¿Cómo será... el Mar Marginal? Una extensión contenida de agua que baña recelosa unas costas olvidadas, las cuales nadie elegiría para veranear.
Un mar descuidado, repleto de historias que ningún poeta desearía rimar. ¿Quién las querría comprar?
El Mar Marginal...
En sus playas sin socorrista, se reúne una multitud de individuos interplanetarios arrojados allí desde naves nodrizas carentes de alma: saturnianos, venusianos, marcianos, plutonianos, danzan al son de ritmos tribales para mitigar su penuria infinita. Mientras sus retoños, vestidos de harapos, escarban en la arena sucia, privada de vida.
El Mar Marginal...
En su profundo (hondo) lecho marino se apiñan estériles las mil esperanzas de cuerpos alienígenas que nunca podrán contemplar el contorno azulado de la minúscula Tierrani el reflejo dorado, cálido, de algún rayo solar.
Son pobladores de galaxias en vía de extinción; fugitivos maltratados de océanos de A-mar-gura, soñadores de un pedacito de A-mar, a-mar-rados a su desdicha.
Azules, verdes, rojos, púrpura, remando siempre contracorriente en el intento de alcanzar una costa cada vez menos cercana. Sin ningún buen sa-mar-itano que se ofrezca ayudar.
Porque no basta con saber nadar para mantenerse a flote... en el Mar Marginal.
Ibone Bueno Vicente
Mares de la luna
Se me antojó cómo sería el Mare Desideri pero una ola zigzagueante proveniente del Mar de la Serpiente se me enredó en los caprichos secando hasta su nombre y dejándome sólo un puñado de sal.
Entonces, decidí elucubrar sobre cómo sería el Mar Conocido. Sin embargo, bien pronto comprendí que es trabajo inútil imaginar algo que ya se conoce. La fantasía no tiene cabida en semejante lugar.
Piensa, Ibone, piensa... Mientras mi mirada iba y venía, como las olas de un mar enfadado sobre el pedazo de papel que contenía tantos mares como lunares en un vestido de faraláis.
¿Cómo será... el Mar Marginal? Una extensión contenida de agua que baña recelosa unas costas olvidadas, las cuales nadie elegiría para veranear.
Un mar descuidado, repleto de historias que ningún poeta desearía rimar. ¿Quién las querría comprar?
El Mar Marginal...
En sus playas sin socorrista, se reúne una multitud de individuos interplanetarios arrojados allí desde naves nodrizas carentes de alma: saturnianos, venusianos, marcianos, plutonianos, danzan al son de ritmos tribales para mitigar su penuria infinita. Mientras sus retoños, vestidos de harapos, escarban en la arena sucia, privada de vida.
El Mar Marginal...
En su profundo (hondo) lecho marino se apiñan estériles las mil esperanzas de cuerpos alienígenas que nunca podrán contemplar el contorno azulado de la minúscula Tierrani el reflejo dorado, cálido, de algún rayo solar.
Son pobladores de galaxias en vía de extinción; fugitivos maltratados de océanos de A-mar-gura, soñadores de un pedacito de A-mar, a-mar-rados a su desdicha.
Azules, verdes, rojos, púrpura, remando siempre contracorriente en el intento de alcanzar una costa cada vez menos cercana. Sin ningún buen sa-mar-itano que se ofrezca ayudar.
Porque no basta con saber nadar para mantenerse a flote... en el Mar Marginal.
Ibone Bueno Vicente
Grupo C
Imaginar el mar
Primero se extendió el rumor de que las obras de la presa llegaban a su fin. Luego comenzó el éxodo. Al principio fueron deserciones esporádicas que dejaban un pupitre vacío en la escuela y un puesto en el equipo de fútbol. Nos molestaba, sí, pero creímos que era una ola más, de esas que traían y se llevaban familias en aquel pueblo hecho de retales, de gentes venidas de todos los rincones de España. Sin embargo, cuando se fue Jose Maxi y luego, Juan Luis, cuando los Ávila, los Cuadra y otras familias se marcharon empezamos a preocuparnos. Los camiones llenos de muebles tomaban camino hacia las obras de Cortes, en Valencia, o Cedillo, cerca de Portugal. Eran nombres que jamás habíamos oído y que inmediatamente adquirían las mismas resonancias aventureras que los de Samarcanda, La Habana o Puerto Príncipe, que habíamos descubierto en las películas. Entonces se nos despertaron dos sentimientos de índoles opuestas. Por un lado, la tristeza de perder un amigo que intuíamos no volveríamos a ver, por otro, la envidia de no ser el que se marchaba traspasando horizontes más lejanos que Zarza, o Ahigal, o que la mismísima Plasencia, el lugar más remoto que nuestros pies habían hollado.
Uno de aquellos días, durante el partido de fútbol que jugábamos en los recreos escolares, un chico un par de años mayor que yo pronunciódirigiéndose a míuna frase,una acusación que me hizo sentir como un desertor: Vosotros os vais a vivir a Sevilla.
No dudé de la veracidad de aquellas palabras, pues en mi casa, las decisiones se fraguaban en la alcoba de mis padres, en un conciliábulo del que estábamos excluidos mis hermanos y yo. Me guardé el secreto toda la tarde y fui incapaz de, llegada la noche, hacer ningún comentario durante la cena, ni después. Temía el humor intempestivo y tormentoso con que mi padrepodía reaccionar. Yo sabía que le sulfuraría el hecho de que se hubieradivulgado uno de sus proyectos, antes de que estuviera lo suficientemente maduro como para dárnoslo a conocer a sus hijos. Decidí buscar, en la mañana siguiente, algún momento de intimidad para preguntarle a mi madre, cuyas tormentas eran más atronadoras, pero menos peligrosas.
Esa noche, al irme a la cama, renuncié a leer el tebeo nuevecito que me aguardaba en la mesilla. Se quedaron allí esperándomemis buenos amigos: el Capitán Trueno, Goliath y Crispín. Yo me había impuesto una tarea más importante: imaginar el mar.
Una de mis mayores ilusiones era conocer el mar, sumergirme en sus aguas, tal vez, navegar. Recordaba la ubicación de Sevillaen el mapa que colgaba en una pared del aula. Sabía que no estaba al borde del océano, pero que este no quedaba demasiado lejos. Supuse que, una vez viviéramos allí, sería probable que, tarde o temprano, mis padres nos llevaran a pisar sus playas.
Así que reuní todas las imágenes que guardaba del mar: las de las películas de piratas, las de romanos, aquellas españolas en blanco y negro de la conquista de América. Recordaba también algunas fotos de revistas y las que mi imaginación había forjado leyendo las historias de Salgari, de Julio Verne o de RidderHaggard, pero sentía que eso no era suficiente. Necesitaba algo palpable, algo que me permitiera evocar con precisión aromas, colores, sensaciones… Entonces me di cuenta de que yo tenía nuestro río, el río que la presa había embalsado formando un lago de respetables dimensiones.
A partir de ahí todo fue muy fácil. Yo tenía las olas y las espumas si el viento se enfurecía. También los azules del agua: los celestes de los días serenos, los turquesas de los soleados, el marino si además se sumaban los aires del oeste, el plateado de los días nublados. Podía recordar los horizontes, los de las sierras de Francia, de las Hurdes y de Gata, inclusosi se desdibujaban cuando la niebla lo cubría todo y soñábamos con que un barco pirata rompiera por sorpresa el velo de nubes. Y tenía los territorios de las orillas lejanas, La Pesga, Pinofranqueado, La Alberca. Lugares remotos de los que había oído hablar, pero que nunca había conocido a ninguno de sus nativos.
Con todos esos ingredientes construí una imagen vívida que estaba impaciente por contrastar con la realidad. Distraído en esos anhelos caí dormido.
La mañana siguiente pareció alargarse hasta el infinito pues las horas pasaban sin que encontrara el momento de interrogar a mi madre. Finalmente, me pidió ayuda para tender la ropa y allí, entre los alcornoques donde se asoleaba la colada, pude hacer la pregunta:
–Mama, ¿nos vamos a ir Sevilla?
–¿Acaso no eres feliz aquí? –repuso y sonó como un reproche–. De aquí no nos vamos a mover nunca.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Mare Desiderii
De cómo un mar se convierte en antimar.
El mar de los deseos en su estado primigenio era tranquilo, casi plano, con marejadillas apenas perceptibles, pero en el empuje imparable del tiempo y la inevitable entropía, se convirtió en océano de tempestades.
La saturación de deseos provocó una implosión y aquel mar que luego fué océano se convirtió en un agujero negro líquido, una singularidad en la que el agua se convirtió en antiagua, y los deseos en antideseos. Hay disparidad de opiniones en cuanto a la nueva aritmética de las olas y las nuevas coordenadas del antiocéano resultante.
AMF
Imaginar el mar
Primero se extendió el rumor de que las obras de la presa llegaban a su fin. Luego comenzó el éxodo. Al principio fueron deserciones esporádicas que dejaban un pupitre vacío en la escuela y un puesto en el equipo de fútbol. Nos molestaba, sí, pero creímos que era una ola más, de esas que traían y se llevaban familias en aquel pueblo hecho de retales, de gentes venidas de todos los rincones de España. Sin embargo, cuando se fue Jose Maxi y luego, Juan Luis, cuando los Ávila, los Cuadra y otras familias se marcharon empezamos a preocuparnos. Los camiones llenos de muebles tomaban camino hacia las obras de Cortes, en Valencia, o Cedillo, cerca de Portugal. Eran nombres que jamás habíamos oído y que inmediatamente adquirían las mismas resonancias aventureras que los de Samarcanda, La Habana o Puerto Príncipe, que habíamos descubierto en las películas. Entonces se nos despertaron dos sentimientos de índoles opuestas. Por un lado, la tristeza de perder un amigo que intuíamos no volveríamos a ver, por otro, la envidia de no ser el que se marchaba traspasando horizontes más lejanos que Zarza, o Ahigal, o que la mismísima Plasencia, el lugar más remoto que nuestros pies habían hollado.
Uno de aquellos días, durante el partido de fútbol que jugábamos en los recreos escolares, un chico un par de años mayor que yo pronunciódirigiéndose a míuna frase,una acusación que me hizo sentir como un desertor: Vosotros os vais a vivir a Sevilla.
No dudé de la veracidad de aquellas palabras, pues en mi casa, las decisiones se fraguaban en la alcoba de mis padres, en un conciliábulo del que estábamos excluidos mis hermanos y yo. Me guardé el secreto toda la tarde y fui incapaz de, llegada la noche, hacer ningún comentario durante la cena, ni después. Temía el humor intempestivo y tormentoso con que mi padrepodía reaccionar. Yo sabía que le sulfuraría el hecho de que se hubieradivulgado uno de sus proyectos, antes de que estuviera lo suficientemente maduro como para dárnoslo a conocer a sus hijos. Decidí buscar, en la mañana siguiente, algún momento de intimidad para preguntarle a mi madre, cuyas tormentas eran más atronadoras, pero menos peligrosas.
Esa noche, al irme a la cama, renuncié a leer el tebeo nuevecito que me aguardaba en la mesilla. Se quedaron allí esperándomemis buenos amigos: el Capitán Trueno, Goliath y Crispín. Yo me había impuesto una tarea más importante: imaginar el mar.
Una de mis mayores ilusiones era conocer el mar, sumergirme en sus aguas, tal vez, navegar. Recordaba la ubicación de Sevillaen el mapa que colgaba en una pared del aula. Sabía que no estaba al borde del océano, pero que este no quedaba demasiado lejos. Supuse que, una vez viviéramos allí, sería probable que, tarde o temprano, mis padres nos llevaran a pisar sus playas.
Así que reuní todas las imágenes que guardaba del mar: las de las películas de piratas, las de romanos, aquellas españolas en blanco y negro de la conquista de América. Recordaba también algunas fotos de revistas y las que mi imaginación había forjado leyendo las historias de Salgari, de Julio Verne o de RidderHaggard, pero sentía que eso no era suficiente. Necesitaba algo palpable, algo que me permitiera evocar con precisión aromas, colores, sensaciones… Entonces me di cuenta de que yo tenía nuestro río, el río que la presa había embalsado formando un lago de respetables dimensiones.
A partir de ahí todo fue muy fácil. Yo tenía las olas y las espumas si el viento se enfurecía. También los azules del agua: los celestes de los días serenos, los turquesas de los soleados, el marino si además se sumaban los aires del oeste, el plateado de los días nublados. Podía recordar los horizontes, los de las sierras de Francia, de las Hurdes y de Gata, inclusosi se desdibujaban cuando la niebla lo cubría todo y soñábamos con que un barco pirata rompiera por sorpresa el velo de nubes. Y tenía los territorios de las orillas lejanas, La Pesga, Pinofranqueado, La Alberca. Lugares remotos de los que había oído hablar, pero que nunca había conocido a ninguno de sus nativos.
Con todos esos ingredientes construí una imagen vívida que estaba impaciente por contrastar con la realidad. Distraído en esos anhelos caí dormido.
La mañana siguiente pareció alargarse hasta el infinito pues las horas pasaban sin que encontrara el momento de interrogar a mi madre. Finalmente, me pidió ayuda para tender la ropa y allí, entre los alcornoques donde se asoleaba la colada, pude hacer la pregunta:
–Mama, ¿nos vamos a ir Sevilla?
–¿Acaso no eres feliz aquí? –repuso y sonó como un reproche–. De aquí no nos vamos a mover nunca.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Mare Desiderii
De cómo un mar se convierte en antimar.
El mar de los deseos en su estado primigenio era tranquilo, casi plano, con marejadillas apenas perceptibles, pero en el empuje imparable del tiempo y la inevitable entropía, se convirtió en océano de tempestades.
La saturación de deseos provocó una implosión y aquel mar que luego fué océano se convirtió en un agujero negro líquido, una singularidad en la que el agua se convirtió en antiagua, y los deseos en antideseos. Hay disparidad de opiniones en cuanto a la nueva aritmética de las olas y las nuevas coordenadas del antiocéano resultante.
AMF
Grúa C
El mar marginal
Uno de los muchos mares que hay en la Luna recibe el nombre de “Mar Marginal”. Es éste un mar difícil de ver; imposible, en realidad, con un telescopio convencional. Pero desde los observatorios espaciales se da cuenta de este raro ejemplar que se halla justo en la linde entre la cara oculta y la cara visible de la Luna. Puesto que nada de especial tiene a simple vista, su estudio se ha abordado desde un ángulo puramente psicológico. ¿Por qué es marginal el “Mar Marginal”? ¿Será, quizás, su personalidad retraída, de mareas en constante reflujo y olas acomplejadas, lo que le ha llevado a automarginarse? ¿O quizás adolecerá de algún defecto, tormentoso e inasimilable para el resto de la comunidad de los mares de la Luna, que habrá motivado su rechazo y marginación? ¿Será una marginalidad complaciente y satisfecha, relajada en sus playas de fina arena, o una marginalidad doliente y resentida, que se golpea furiosa en el pecho de sus propios acantilados? El resultado del test de personalidad encargado al psicólogo de la NASA nos dará, sin duda, las oportunas respuestas a éstas y otras preguntas de máximo interés.
Óscar Martín
Grupo A
Romance del primer mar
En la noche de los tiempos,
cuando aún era dulce el mar
y no tenía tormentas,
ni galernas, ni maldad,
un pesquero fue a pescar
y de la pesca volvió,
para sorpresa de todos,
con un pez particular.
Una niña pelirroja,
que entre las olas nadaba,
se enmarañó con las redes
y en ellas quedó atrapada.
El patrón y el marinero,
la tripulación total,
recibieron al pescado
con talante muy jovial.
Era un pescadito alegre
de piel blanca cual la luna
de ojos azules, brillantes
y destellantes de espuma.
“Este pez será mi hija,
y hará feliz a tu madre,
que tendrá en lo sucesivo
mocita que la acompañe.”
Así decía el patrón,
mientras se alegraba el hijo,
pues no otro era el marinero,
que oía con regocijo.
Cuando llegaron a casa
todo fue deleite y dicha.
La niña estaba contenta.
La madre más todavía.
Al día siguiente el pueblo
felicitaba a los cuatro.
¡Qué familia encantadora.
Bien merecen su regalo!
Un día se fue la niña
con su cubo, su toalla,
y su pala de madera
a entretenerse en la playa.
“¿Adónde vas con el cubo,
con la pala y la toalla?
Que te acompañe tu hermano,
si quieres ir a la playa.”
Así le dijo su madre.
Y la niña, sonriendo,
le dijo que se iba sola,
antes de salir corriendo.
Llegó la niña a la playa,
y allí se puso a cavar
un hoyo tan, tan profundo
que cupiera dentro el mar.
Entonces llegó el farero,
un hombre orondo y afable,
a quien llamó la atención
hoyo tan considerable.
“¿Para qué haces ese hoyo,
niña del mejor patrón?”
Intrigado y sorprendido
el hombre le preguntó.
“Hago este hoyo, señor,
para meter el mar dentro.”
Respondió ella con candor,
sin detenerse un momento.
“¿Y no crees que es poco hoyo
para un mar tan gigantesco?”
Se rio entonces el farero
de proyecto tan grotesco.
“Yo soy la reina del mar
y hago con él lo que quiero.”
Le dijo entonces la niña,
ahora con el gesto fiero.
Ante esos ojos ferinos,
y esa voz tan disgustada,
soltó el farero al instante
una buena risotada.
La niña se incorporó
y le apuntó con la pala,
diciéndole a viva voz,
poniendo cara de mala:
“Incrédulo mamarracho,
ahora mismo te aseguro
que puedo meter si quiero
todo el mar dentro del cubo.”
El farero, algo alterado,
le sostuvo la mirada,
negándole con el dedo,
negándole con la cara.
Entonces se fue la niña
a meterse al mar derecha,
y a su paso levantaba
un torbellino de arena.
Metió los pies en el mar,
metió luego en él el cubo,
y a una orden de la niña
hubo mar y no lo hubo.
Volvió con el cubo lleno
de un agua negra y plomiza,
allegándose al farero,
que temblaba y se moría,
y miraba al horizonte
y veía que no había
ni mar ni barcos flotando;
tan solo tierra baldía.
“Yo soy la reina del mar,
y este mar es solo mío.
Si quiero me tiro dentro
o lo devuelvo ahora mismo.”
Díjole aquellas palabras
al farero muerto y mudo,
para después de un segundo
lanzarse dentro del cubo.
El farero, desolado,
gritó la ausencia del mar,
y sobre el agua del cubo
rompió a llorar sin cesar.
La gente que andaba cerca,
anegada de terror,
adonde estaba el farero
caminaba en procesión.
Miraban dentro del cubo
y se echaban a llorar,
Maldiciendo su futuro
donde ya no habría mar.
Tantas lágrimas vertieron
que el cubo se desbordó
y un charco de agua salada
se formó a su alrededor.
Enterado del asunto,
el buen padre y buen patrón
que pescó aquel pescadito
a la playa se acercó.
Se abrió paso entre el gentío,
cogió el cubo, lo abrazó,
lloró en él también sus lágrimas,
lleno de rabia y dolor.
Luego avanzó lentamente
hasta donde estuvo el mar
y lanzó el agua el cubo,
y lanzó un beso a la par.
Y luego dijo: “mi niña
perdón si te hicimos mal
sacándote de tu reino
donde tu trono ha de estar.
Pero un pueblo marinero
que se ha quedado sin mar
ni tiene luz, ni alegría,
ni vida, ni sol, ni pan.
¡Devuélvenos, pues, el mar!
Y volvió el mar a la playa,
y los barcos a flotar,
y la gente, alborozada,
chilló de felicidad.
Pero los lloros aquellos,
sobre el cubo de metal,
volvieron la mar salada
para por siempre jamás.
Óscar Martín
Grupo A
El mar
que se ha quedado sin mar
ni tiene luz, ni alegría,
ni vida, ni sol, ni pan.
¡Devuélvenos, pues, el mar!
Y volvió el mar a la playa,
y los barcos a flotar,
y la gente, alborozada,
chilló de felicidad.
Pero los lloros aquellos,
sobre el cubo de metal,
volvieron la mar salada
para por siempre jamás.
Óscar Martín
Grupo A
El mar
El verano pasado en la casa de la Sierra, una tarde bochornosa, a la hora de la siesta, decidí subir al desván a poner un poco de orden en la caótica amalgama de cosas y objetos allí acumulados.
Cuando subí me llamó la atención una caja grande de cartón plastificado de grandes cuadros rojos y verdes. La abrí y en la tapa superior interior, con letra característica de mi madre, una letra preciosista y muy singular, se leía; “COSAS PARA NO TIRAR “. Contenía esa caja redacciones infantiles de mis hermanos y mías hechas con ocasión del día de la madre y del padre. También contenida un librito de tapas duras nacaradas con letras doradas que ponía; Diario de mi primera Comunión “.
El diario era mío. En la primera hoja se leía una dedicatoria hecha a mano por mi madrina y abajo impresa con letra inglesa una frase; “Nulla dies sine línea. Plinio el Viejo “. Consejo que cumplí, con una caligrafía cuidada, hecha con mimo, había escrito todas y cada una de las hojitas del diario. En la página correspondiente al día 5 de agosto escribí: “tengo siete años y el día 2 de julio hice la primera comunión junto con mi hermano mayor, bueno solo por 11 meses. Me convenció para pedir a nuestros padres un único regalo. Dijo que si lo pedíamos los dos no se podrían negar, y así fue.
Con nuestro Seat seiscientos verde oliva, que se calentaba el motor y teníamos que parar para echar agua fresquita, fuimos a Barcelona, antes dormimos y visitamos la ciudad de zaragoza. En Barcelona conocimos a “Copito de Nieve “ese era el regalo que habíamos pedido, conocer al gorila blanco que vivía en el Zoo de Barcelona. Fue estupendo ver por primera vez al gorila y otros animales salvajes, pero lo mas impresionante fue ver el mar. El mar es grande, muy grande y cambiante, unas veces es como el cielo azul del verano, pero sin nubes, el mar tiene olas que se mueven y olor a pescado fresco, otras veces es negro y da miedo. Les pregunte a mis padres ¿cuántos ríos caben en el mar? No contestaron, solo se rieron “.
¡Ah que no se me olvide! como siempre mi madre tenía razón, no pude tirar nada del contenido de aquella caja grande de cartón plastificado de grandes cuadros rojos y verdes. Contenía verdaderos tesoros, entre ellos el recuerdo de la primera vez que vi el mar.
Maria Victoria G.L.
Grupo B
M A R E A N D O
Me dejo mecer por una ola
gigante, que nace de los ojos
cerrados y del blanco puro
de la mente;
de los momentos azules
y verdes, de los silencios que
surgen de las melodías silbadas
por el viento.
Quiero ser hija de la lluvia, llover
serenidad…
Amanecer en mares lejanos,
sembrar huellas de libertad…
Eva Hernández
Grupo A
Me espera el mar
Siento en la lejanía
el rumor de sus olas.
Sobre mi cabeza aletean
blancas gaviotas.
Mis labios saben a sal,
mis pies buscan la arena
que impaciente me espera
para pasear una vez más,
con los últimos rayos de sol,
mirando a la luna,
Impaciente, buscándote
bajo las estrellas.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
Mar de nubes
Alguien me preguntó:
¿Y por qué el mar?
El mar es un camino,
una tabla de salvación
para mis días tristes.
Cuando voy volando
entre el mar de nubes
siento su llamada
y raudo voy, a su reclamo.
nos hablamos sin palabras
solo con la mirada.
El mar, es la posibilidad de cambio,
de reflexión, soltar amarras,
respirar otro aroma, otra vida,
otra música.
La playa tranquila,
las olas, rompiendo en la roca,
libres, bajo el cielo azul,
las aves duermen en el espigón,
las gaviotas, con su graznido,
emprenden el vuelo
al amanecer.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
El mar / la mar
Amo el mar. Su presencia me relaja, me libera. Veo como vienen las olas, y al final perecen. Mi mirada, vacía, se pierde en la lejanía sobre el oleaje y deja mi imaginación libre cual gaviota sosegada que se mece en las alturas. Es hermosa la estampa. Y mi mirada llega hasta el horizonte, donde la bruma oculta el lazo fuerte y amoroso entre el cielo y la tierra. Y Dios, en esa fusión, escribe sobre el agua sus mensajes que nos envía a través de las olas. Renglones perfectos que se suceden hasta desvanecerse. Es un texto divino, lleno de buenos consejos. ¡Qué torpe soy! Por mucho que lo intento, no puedo leerlos. Imagino versos de métrica perfecta, quizá sonetos…o misivas cariñosas llenas de enseñanzas, que soy incapaz de leer a pesar de mi esfuerzo. Luego, cuando reparo en la arena, donde muere la ola, veo burbujas que imagino sean los puntos seguidos o puntos y aparte de las frases del mensaje.
Amo el mar. Desde la atalaya de mi mente, lo contemplo. Entre cresta y cresta de las olas, viene un pentagrama cargado de fusas, semifusas, corcheas…creando un acorde sinfónico lleno de armonía y belleza. No desafina ningún instrumento y todos intervienen en el momento preciso. Los sonidos se desgranan del arpegio, como los granos maduros de la espiga. Intuyo que, desde el horizonte, el Supremo Hacedor dirija el concierto…o consienta que, desde una isla remota, las sirenas viertan sus cánticos al mar y nos envíen sus melodías.
Hoy llueve sobre el mar. El espacio se puebla de gotas de agua que, al caer, se alargan y forman tildes para el escrito…o notas para el pentagrama. Y las olas continúan llegando a morir en la playa, creando una música dulce, suave, armónica. No muy lejos, el oleaje choca con violencia contra un farallón y rompe la apacible monotonía reinante con un sonido más grave, más denso. Pero también esa estridencia forma parte del concierto, y se prolonga por el tiempo justo que marca el movimiento.
Ahora el sol reposa sobre el agua en el horizonte. El mar, poco a poco, lo va engullendo. Y como protesta, lanza los últimos rayos al corazón de las nubes que lo circundan. Y sus saetas punzantes las hace sangrar llenándolo todo de un color rojo intenso.
Una luna muy grande aparece en el horizonte. Toda la superficie del mar parece de plata. Y sobre esa superficie blanca, mentalmente camino adentrándome en él, buscando su principio que no alcanzo, intentando llegar a ver el momento justo del abrazo entre tierra y cielo. Y sólo alguna ola grande, que rompe el suelo plateado, me vuelve a la realidad.
Ramón Sánchez Rodríguez
Grupo B
Marina I
Desde Tarifa se ve el mar, a veces bravo y traicionero. No te puedes fiar de los vientos de levante que te llevan con su fiereza. La arena duele en la mirada, en la piel. Las olas son gigantes fauces líquidas de monstruos insaciables. Como los seres mitológicos, se transforman para demostrar su poder e infundir más miedo. Tan solo los faros altivos sobre los acantilados y algunos intrépidos los desafían con sus tablas y velas. Desde Tarifa se ve el mar y África. Tan cerca, tan lejos. Casi se puede saltar con una pértiga hasta ese gran bloque de tierra al otro lado, ignoto. Desde Tarifa se ve el mar, estrechándose entre las dos costas, entre los dos mares. A este lado, una playa solitaria de piedras, paredes abruptas, el viento y la Breña, mar de matas verdes, que son refugio. Al otro, África. En medio, unos bultos negros sobre una balsa negra, sobre una espuma negra, sobre unas aguas negras, se enfrentan a una fuerza de titanes, a su caprichoso, desenfrenado y mortífero movimiento. Unos bultos negros aterrorizados y llenos de esperanza al mismo tiempo, si eso es posible. Sí, es posible. Algunas siluetas negras llegan nadando o arrastradas con vida a la orilla. Se conforman con un cigarrillo, una toalla, un matorral donde esconderse unos días. Aún sonríen a la fuerza iracunda. Han llegado. Corren, corren. Ya son viento y Breña. Otros bultos no llegarán: son tristes fardos de sueños, basura inerte, antes humana, negra, odres de tiempo que flotan a la deriva. Ya son marea y océano, y nada.
A todos esos intrépidos Odiseos, héroes de leyenda, alguien los echará de menos. No el mar, impasible, frío, cruel, insensible, ciego.
Marisa Sánchez García
Grupo C
Agosto 2074
Seguro, ya seguro que este verano nos vamos de vacaciones a los Mares de la luna.Se ha empeñado mi madre, por eso lo sé con una certeza total y absoluta.
El itinerario ya está elaborado, pero no definitivamente.
Yo me pido bañarme en el Mar del Ingenio.Le imagino de agua muy muy fría y tansparente.El que entra en él sale bien mojado, aterido y con un color un tanto verdoso, por lo del basalto, pero muchísimo más listo, que es en definitiva, lo que a mí me interesa.
M.L.Fidalgo
Grupo C
El submarino
El capitán de corbeta Sánchez ordena cerrar escotillas y la inmersión del submarino. Poco a poco la bestia de metal desciende a las profundidades marinas. Fuffffffffffffffffffffhhhhhhh
Al capitán de corbeta Sánchez siempre le ha fascinado el mar y las criaturas misteriosas que viven en él. Su misión es ocultarse de los enemigos y vigilarlos. Y si llega el caso, usar los torpedos. Lanzar torpedos es lo que más le gusta el capitán de corbeta Sanchez, la sensación de poder, el tacto del botón antes de apretarlo y sentir como el proyectil se desliza vertiginosamente por el agua. ¡Shhhhhhhhhhhhhhhhh!¡Pum!. El buque enemigo estalla en mil pedazos y el agua se eleva por cientos de metros. ¡Splash!
- ¡Antonio Sánchez Martín!¡Mira cómo estás poniendo todo de agua!. En buena hora te compramos ese submarino de plástico. ¡Salde la bañera!
Y Antonio, Toño, se apresura a salir, su madre le ha llamado por su nombre completo. Agarra fuertemente su submarino con miedo a que sea confiscado, sale del agua y sueña con poder jugar con él en el mar.
Beatriz Gorjón
Grupo A
Black Fort
Sí, lo sé. Nuestra relación es compleja.
Es dependiente,
es caprichosa,
es imprevisible,
es violenta, delirante.
Así convivimos.
Somos ya muy viejos y no vamos a cambiar.
Así nos queremos y el resto del mundo
disfruta de este espectáculo salvaje.
Yo reconozco que siempre es por mi culpa,
y es que me agota que seas tan frío.
Puedo estar tranquila durante un tiempo,
pero después no lo soporto.
la calma se termina por hacer insufrible.
Entonces necesito desahogarme, liberar toda la energía
y explotar
contra tí: amor y rival.
Reúno toda mi furia.
Rujo y me lanzo contra tí.
Te muerdo y te beso.
Me rechazas pues te resistes impasible.
Exhalo, me recompongo y vuelvo a embestir
hasta acabar por arañarte,
desgarrarte
y perfilar tu piel
que refleja el caos
de las eternas noches de lucha
en las que solo estamos tú y yo.
Y después del primer año juntos,
el primer siglo,
y los primeros miles de siglos;
así seguimos: igual.
¿No crees?
Todo esto le dijo la mar al acantilado, pero este se quedó inmóvil.
La luna llena —que cuando sale nos espía— dijo: armonía
Manuel Delgado Sánchez
Grupo C
Cómo es el mar
¿Cómo te lo explicaría yo? Imagínate una cantidad inmensa de agua que puedes pisar que puedes tocar que puedes ver. Que, al levantar la mirada, en el infinito se Junta con el cielo. Que puede ser de color verdoso y en la línea del horizonte se funde con el azul. Que se mueve, que está activo y además lleno de vida.
En él te puedes bañar, puedes nadar igual que en el río, pero no debes beber su agua pues está muy salada. Tiene algo peculiar: que cuando el agua llega a la orilla, choca con el suelo y aparece una espuma blanquecina; el agua se eleva en forma de cresta y luego cae a la orilla, estos movimientos son los que llamamos olas, que en ocasiones son altas grandes y poderosas, de forma que arrastran piedras y llegan a horadar las orillas, llegando incluso a perforar las rocas.
¿Que cómo es de ancho? pues mucho, pero mucho mucho. Si nadando lo quisieras atravesar, durante años tendrías que nadar. Para llegar al fondo en su zona más profunda deberías bucear durante días y días hasta tocar el suelo.
Durante el trayecto en la superficie encontrarás delfines y peces que te acompañarán, que estarán a tu lado, y aves que volarán sobre tu cabeza. Al bucear en la zona más profunda encontrarás criaturas extrañas que generan su propia luz, que se iluminan a sí mismas para que las puedas ver, pues hasta allí abajo no llega la luz del Sol.
Todo esto encierra el mar, todo esto y mucho más, mucho más de lo que pudieras llegar ni siquiera a imaginar, querido niño.
José Luis Fonseca
Grupo A
El mar y yo
Nací en Salamanca pero nunca ha faltado el mar en mi vida. Bien porque mis padres eran bastante viajeros, herencia genética de la que les estoy inmensamente agradecida; bien por mi simbiosis con esa extensión infinita de colores y formas cambiantes, mi presencia junto al mar o sobre él ha sido constante desde pequeñita. De hecho, no recuerdo cuál fue la primera vez que mis pupilas se toparon con su majestuosidad.
Más allá de lo mucho que disfruto tomando el sol en la playa, única vía de relajación que no me provoca estrés, en mi atracción marítima influye decisivamente el hecho de no encontrar nunca un mar igual a pesar de ser el mismo. Esa variedad, esa transformación persistente se me antojan irresistibles.
He vivido muchas historias, no todas agradables, entre sus aguas. Incluso ha habido algún momento de peligro y de pánico como aquella vez en Somorrostro, cuando la fuerte resaca del Cantábrico me arrastró sin poder oponer resistencia. La pericia y rapidez del novio de una amiga consiguió sacarme arrancándome a la violencia del agua que me engullía.
Recuerdo con especial nitidez aquella vez en Gijón con mis padres. De pequeña tuve siempre una salud bastante delicada con un episodio importante de fiebres reumáticas y velocidad en la sangre. Por ese motivo y porque mi madre me tenía entre bambalinas, era extraño que me dejasen entrar en el agua. Sin embargo, aquel día mi madre me había prometido dejarme bañar por fin. Yo estaba entusiasmada con la idea. Por supuesto, no contaba con la trampa que me tenía preparada.
De camino hacia la playa, entramos en una pastelería. Si hay algo que siempre he adorado, son las empanadillas, de carne y de atún. Mi madre, conociéndome tan bien, me invitó a comerme dos. Obviamente, yo no pude resistirme a la invitación y me zampé dos deliciosas empanadillas.
Una vez en la playa, sombrilla y bañador preparados, le recordé a mi madre su promesa de dejarme meter en el agua. Ella, mirándome inocentemente, me recordó que me acababa de comer dos empanadillas por lo que no podía bañarme hasta hacer la digestión. Evidentemente, eso no sucedió nunca ya que en aquellos entonces, las digestiones requerían mínimo tres horas y nosotros nos fuimos antes para coger el tren de vuelta a Salamanca (¡Sí! Hubo una vez en la que Salamanca estaba comunicada por tren con el norte y el sur, gracias al Ruta de la Plata. Eso, antes de ser una maravillosa capital cultural europea además de ciudad marginal y olvidada en lo referido a telecomunicaciones e infraestructuras. ¡Ups! Creo que me he salido un poco del tema).
Recuerdo perfectamente el sentimiento de rencor hacia mi madre la cual había orquestado todo con minucioso maquiavelismo para evitar que yo pudiese acercarme al agua. Y es probable que nunca llegase a perdonárselo.
Tengo que confesar que, a lo largo de mi vida, me he desquitado con creces de aquella profunda decepción llegando a la simbiosis a la que aludí al principio: el mar y yo.
Ibone Bueno Vicente
Grupo C
Oscar for president
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