Tres maneras de decir adiós

Decir adiós no es fácil. Sobre todo si esa despedida atañe al corazón y al recuerdo. Quiénes abandonan su casa por circunastancias no elegidas, quiénes cierran una relación con una herida aún caliente donde resuena el pulso, quiénes despiden a un ser querido entre lágrimas o brindando con champàn para festejar que fuimos saben muy bien lo que significa decir adiós.
En el cine hay despedidas que todos recordamos. Como la de Reth y Escarlata en "Lo que el viento se llevó", la de Ilsa y Rick en "Casablanca" o la de Eliot y E.T. en "E.T. El extraterrestre" por cirtar solo algunas. En este artículo puedes leer y recordar muchas otras; "Las veinte despedidas más memorables del cine".
En la literatura la despedida también tiene su presencia, valga la paradoja. Don Miguel de Cervantes escribe en el prólogo de Persiles y Segismunda: ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida! Poco después, moriría, esta vez de verdad, mascullando sus propias palabras.

Rosalía de Castro se despide de su tierra en un poema que muchos también disfrutaron en forma de canción. Ofrecemos aquí algunos pétalos:

Adiós, ríos; adiós, fuentes;
adiós, arroyos pequeños;
adiós, vista de mis ojos,
no sé cuando nos veremos.

Tierra mía, tierra mía,
tierra donde me crié,
huertecilla que tanto amo
higueruelas que planté.

Prados, ríos, arboledas,
pinares que mueve el viento,
pajarillos piadores,
casitas de mi contento.


Yo, como hijo de emigrante, me emocioné muchas veces cuando escuchaba la canción de Juanito Valderrama tras despedir de año en año a mi padre en la estación de autobuses o en el aeropuerto:

Adiós mi España querida,
Dentro de mi alma
Te llevo metida,
Aunque soy un emigrante
Jamás en la vida,
Yo podré olvidarte.

En el libro Tres maneras de decir adiós suena en forma de cita y en las primeras páginas la voz de Atahualpa Yupanqui cantando "Dicen que no son tristes / las despedidas / decile al que te lo dijo / que se despida.". Es «La huanchaqueña» y puedes disfrutarla en este enlace.





En su último libro, Clara Obligado nos muestra con su maestría de siempre diferentes formas y texturas del adiós. Un reportero de guerra al que su mujer no pudo despedir porque la muerte hizo de él su instantanea, una despedida trágica de un hijo que se cruzó en el trayecto de una bala, unos personajes que dicen adiós a quién les dio vida, una mujer que huye del pasado en busca de esperanza, un joven que despide a la que podría haber sido la mujer de su vida.
La muerte, la pérdida, la ausencia, el duelo, el viaje... forman parte del catálogo de temas que la escritora aborda en este libro de cuentos tejido como una novela y en el que también indaga en las maneras de contar. En una historia, dice Clara, es muy importante, la estructura. Y ella estructura y desestructura a su antojo superponiendo las capas de la realidad y la ficción y haciendo que se entremezclen y confundan. En la epidermis del libro y de la historia laten otras lecturas. También lo dice Emma, su personaje central, que no entiende la escritura sin en el abono de la lectura. La idea de contar tres momentos separados en el tiempo en tres lugares diferentes en la vida de una mujer la toma prestada de Alice Munro. Pero en los posos de su narrativa también está el sabor reciente de la escritura de Socorro Benegas y Mónica Ojeda.
Clara no da puntada sin hilo, un hilo rojo como la sangre con el que Silvana teje el motivo de portada. Dos mujeres que comparten historia y trenza y que podrían ser una madre y una hija o la misma mujer con edades distintas. Hay personajes y objetos que Obligado trasplanta de otras historias y otros libros anteriores en éste, como un valioso camafeo, en ese juego calidoscópico en el que consiste su escritura. Quizá en su próximo libro haya un florero. Lo ha dejado por escrito, Enmma. Esta forma de hilar nos obliga, como lectores, a no perder el hilo. Cada libro obedece a una búsqueda que tiene que ver con un libro anterior, dice Clara. En Tres maneras de decir adiós teje una suerte de cadeneta entre las tres historias con el mismo hilván. Su literatura es una almazuela hecha con retales de vida pasados por la rueca de la ficción. Lo borda. Las palabras y lo que dicen son como una inmensa red de raíces entrelazadas que comparten savia y carbono. Una micorreiza literaria. Un tapiz.
Puedes ver la presentación que hizo junto a Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma y amigo, en el Instituto Cervantes de Madrid. Es un diálogo ameno. Una reunión en la que participan personas y personajes cercanos a la autora y en la que se muestran algunos de los planos o patrones de su costura narrativa. Puedes verla si tiras del cabo de este hilo
Él heroe, un Ulises reportero gráfico que salió en busca de una foto épica y murió lejos de su Ítaca; la heroína que espera y desespera y se niega a ser una abuela atada a su ganchillo (una Penélope hippie) y el hijo que busca de historia en historia su lugar en el mundo y en el amor (Telémaco) son el bastidor sobre el que Clara enhebra y da vida a sus personajes. 
En el taller de escritura de la Casa de las Conchas trabajamos con la segunda historia del libro, la que lleva por título "Tan lleno el corazón de alegría". En el inicio hay varios pespuntes con los pronombres "yo", "tú", "ella" para ensayar las distintas voces narrativas hasta que probado el traje narrativo opta por el "tú¨. ¡Qué alegría vivir en los pronombres! decía Salinas.
Celebramos el Día de la Mujer Escritora con una gran escritora, Clara, y con Emma, su personaje, también escritora que es madre y es abuela. Le gustan las matrioskas. En esta historia se hilvanan muchos temas: el paso del tiempo, el valor que concedemos a la última edad, las relaciones madre e hija, las ausencias y la tarea de escribir con todo lo que entraña cuando quien lo hace es una mujer.
Se atreve incluso a indagar en un patrón que hasta ahora no había bordado, el de la distopía. Y lo hace con humor en una suerte de caricatura que tiene una lectura y una reflexión muy asentada en esta realidad. La historia te pincha, sin dedal, y te hace herida más allá de lo estúpido.
Quizá de ese futuro incierto nos salve la escritura. Casi todo lo arreglamos, o al menos remendamos, con ella, como hace Emma, como hace Clara.


Propuesta de escritura

Escribe un texto sobre una despedida. Puede ser un poema. La elegía es patrón para despedir o rememorar la vida de un ser querido. Puede ser un microrrelato o también un relato brevísimo. Somos de los que tratan de hacer breve este trance amargo de decir adiós.
Y si en un mismo texto tejes tres maneras de decir adiós genial. Tu consideración crecerá rápido en el taller, en el de escritura y en el de costura.

Y estos son algunos de los textos recogidos hasta ahora.


Crónica de un suicidio anunciado

Lo siento, ha llegado el momento. Es una situación dura, lo sé. Para mí es insoportable. Ya no queda nada, me siento vacío. Mi vida se ahoga, gota a gota se pierde por el sumidero y yo no quiero verlo. Siempre dije, siempre escribí, que llegado el momento, hay que ser valiente, por lo menos parecerlo. Alzo la vista y miro por la ventana, no veo futuro, no veo historias, solo el borroso reflejo de mi decrepitud en el empañado cristal. Voy a ausentarme sin hacer ruido. No quiero alharacas, nunca las he necesitado. Cambiaré los puntos suspensivos por un punto final. Observo el brillo de la caja de madera con forma de ataúd y sé que sobre ese suave terciopelo color sangre terminará todo.

En los últimos días… ¡Vaya frasecita! Pero así es, en estos días he recibido mensajes de ánimo, muchos, la mayoría, vanos, frases hechas. Nimias palabras que únicamente conseguían arrancarme, una sonrisa tan vacía como sus intenciones. Acaricio el frío vidrio del frasco con las pastillas y observo con crueldad el vaso de agua, disfruto contemplando como una pobre mosca lucha para no morir ahogada. ¡Todo llega a su fin, amiga!

No quiero dilatar la agonía. Solo una frase más: agradezco, de todo corazón, a mi esposa, todo su apoyo y su amor. Te quiero. Te quiero. Repito la frase porque será la última frase que escriba. No volveré a escribir. Coloco con mucho cariño el capuchón de la pluma estilográfica y, con movimientos ceremoniosos, la introduzco en su caja de caoba y bajo la tapa, para siempre.

—¡No te olvides la pastilla del colesterol! —mi mujer siempre pendiente.

Adiós a la escritura, empieza mi nueva vida.

Tomás García Merino
Grupo B


Viaje en tren

Se agarra mi brazo como a un salvavidas. Veo su mano de mármol veteada de azul. Pero no le miro a los ojos, ni a María, pues no estoy seguro de poder contener el llanto. Él necesita de mi fortaleza y de mi certidumbre en lo que nos aguarda. Se ha entregado dócil a nuestra decisión. Es su última oportunidad, quizás él también lo intuya.
María le hace fotos cuando está adormilado. Un intento de retener su imagen aún lozana a pesar de su fragilidad. A mí me sabe a despedida. Porque su madre y yo conocemos los estragos que esta maldita enfermedad va a causarle durante los próximos meses.

–¿Quieres una manzana? –le dice ella.
–No, mamá –contesta él en un susurro.

El tren se acerca a Madrid. Dentro de una hora cruzaremos las puertas del Hospital Ramón y Cajal, para nosotros, las puertas del purgatorio.

Pepe Lorenzo
Grupo B


El adiós
(Siete coplas manriqueñas)

Don’t think twice. It`s all right.
Bob Dylan.

Porque la quería ….
Joan Manuel Serrat


Con ganas de entrelazarnos
empezamos la carrera
del amor.
Y probamos a mirarnos
de aquella nueva manera,
con calor.

Mas por no pecar de niños,
de impúberes sempiternos,
no dejamos
que el calor hiciera guiños,
que nos volviera más tiernos,
más cercanos.

No es moda comprometerse.
Mejor hacer del amor
divertimento.
Mejor es no entrometerse,
no hacer caso del clamor
por el momento.

Dejar pasar la ocasión
de vivir las emociones
intuidas.
Dejar pasar la pasión
y dejar nuestras pasiones
destruidas.

Y ahora pagamos el precio
de negarnos compromisos.
Olvidamos
que la nave acaba en pecio
si el rumbo, cuando es preciso,
no alteramos.

Se nos enfrió el cariño
por falta de cobertura
suficiente.
No vimos que ya era un niño,
que no era literatura
complaciente

Adversarios del futuro,
la soledad nos hereda.
¡Que tristeza!
Separarnos será duro,
mas del árbol solo queda
la corteza.

Carlos Coca Senande
Grupo A


Me dejaste tu adiós sobre la cama
y ya no sé muy bien qué hacer con él
¿Lo plasmo con un boli en un papel
o dejo que me sirva de pijama?

Es frío pero quema como llama
y escuece en cada poro de mi piel,
las lágrimas ahora son de hiel
y cada gota amarga te reclama.

¿Con qué puedo llenar este vacío
saturado de ausencia y de silencio
si no funciona nada en mi cabeza?

No sale el sol y todo está sombrío,
las horas del reloj no diferencio
desde esta plaza fija en la tristeza.

Se rompe alguna pieza
después de cada nueva despedida.
¡Cómo duele olvidar a quien te olvida!

Aurora Zarco
Grupo B


1

El dolor es tan profundo
cuando en la espera,
se que no volverás.
El cielo no es azul,
las nubes, de un color ocre,
rompen a llorar
lo mismo que mis ojos
perdidos en tu ausencia,
no pueden contener la lluvia
de mis lágrimas.
Compartimos tanto amor,
que cada día
es más difícil vivir sin ti.


2. Tarde de otoño

Nunca dejé de nombrarla
está presente
en cada instante,
en cada verso,
en una nube,
en una estrella,
en cualquier atardecer
en el canto de un pájaro
en el arrullo del río,
en el aire cuando aúlla,
en la lluvia cuando paseando
moja mi cara y,
sin querer extiendo mi mano
sintiendo el calor de la suya.
En cualquier canción,
en la lectura de un libro,
en las cuatro paredes
de esta casa,
de donde nunca se ha ido.

3

Parecía que nunca
Iba a poder despedirme
de los sueños que inventamos
cuando nada importaba
más que nosotros.
Vivimos cada instante
como si fuera el último.
No había horas ni días,
todo era luz y alegría, cuando,
se desató el incendio y,
nos sorprendió la noche.

P.G.
Grupo C


El cerebro mueve la cabeza

Parecía que estaba dormida, los ojos cerrados, una carita suave, como pensando, pero los oídos atentos.
Me acerqué a ella y le hice tres preguntas, mirándola a los ojos por si acertaba a abrirlos, tres últimas preguntas, sin respuesta verbal, pero asintiendo a cada una de ellas con la cabeza.
¿Sabes que eres la rubia más guapa del hospital?
¿Sabes que tienes unos ojos verdes muy bonitos?
¿Sabes que te queremos mucho?

Luis Iglesias
Grupo B


Adiós a mis años duros de internado.

Me miro en el espejo y me veo lejos, lejos de cómo y dónde viví, lejos muy lejos de aquellos años en que estuve interno en los escolapios. Allí pasé cuatro años, tres en Estella y uno en Orendain, el inicio de la adolescencia. Allí terminé el bachiller elemental finalizando con la reválida de cuarto, reválida que hice en el Instituto de San Sebastián. Los exámenes eran por libre, es decir te lo jugabas todo a una carta. Preparabas las asignaturas durante el curso y luego ibas al instituto y te examinabas. Le dábamos varios repasos a las asignaturas, para llevarlas bien “trilladas”, pues en unas horas tenías que demostrar que dominabas las materias. Nos examinábamos de todas las asignaturas en un día, lo cual podía llegar a ser extenuante. Recuerdo la primera vez que lo pasé fatal, incluso llegué a vomitar de la angustia que tenía encima. Un examen, un rato de descanso, otro examen, otro descanso, otro examen… a comer y por la tarde continuar. Tenías que olvidarte de lo que habías hecho y concentrarte en lo que tenías que hacer a continuación. Esto para un niño de once años era realmente traumático, pero me adapté y aquello me pareció normal; porque además de las asignaturas de cada curso teníamos solfeo, música, canto gregoriano y normas de urbanidad. Estas clases por supuesto eran obligatorias; allí todo era obligatorio, incluso jugar en el patio. Había que permanecer activo durante las 24 horas del día, todo estaba absolutamente reglado y programado, desde que te levantabas hasta que te acostabas, tanto los días de diario como los festivos. Si algún día no jugabas en el frontón o en el patio, o en un salón enorme con mesas donde nos refugiábamos los días de lluvia; por la noche antes de acostar, en la velada del “examen de conciencia,” donde el padre maestro nos hacía recordar lo que habíamos hecho durante el día, pues allí salía tu nombre indicando que no habías colaborado lo suficiente en la armonía del grupo.
Aquel verano después de la reválida de cuarto, me subí al tren con la maleta y emprendí el viaje hacia Ciudad Rodrigo.
El paisaje verde se fue transformando a medida que pasaban los kilómetros. Estaba diciéndole adiós sin saberlo, a un colorido lleno de tonalidades verdes y amarillas, por otro en el que dominaban los ocres y marrones. No supe que me despedía hasta dos meses después. No fue un adiós en aquel instante, pues siempre pensé volver.
Al cabo de un tiempo dije adiós desde la distancia, a aquellos colegios donde había pasado 4 años de mi vida.
A pesar de la dureza a la que nos sometieron en aquellos años, supe adaptarme bien, e incluso recuerdo que fui bastante feliz.

José Luis Fonseca
Grupo A


Tres maneras de no decir adiós

1
Últimas palabras

Segundos antes de fallecer vio una luz al final del túnel. Sólo tuvo tiempo de balbucear “Me cago en…” cuando el kamikaze se estampó contra él.

2
No somos nadie

Aquel filósofo dedicó toda su vida a prepararse para la muerte. Después de sesudas reflexiones optó por “Eternity Corporation”, una empresa del magnate Elon Bezos-Zuckerberg, que criogenizaba pacientes terminales hasta que se descubriera la cura de su enfermedad. Firmó un precontrato de muchas páginas, que incluía un texto de despedida para sus seres queridos, anticipando que en esa penosa coyuntura no estuviera en condiciones de redactarlo.
Pero al final se fue sin decir adiós porque tuvo la mala suerte de fallecer sin previo aviso. La muerte no estaba en su agenda.

3
Tenemos que hablar

Abrí la puerta y allí me la encontré, en el sofá “conversation”, de rochebobois, esperándome con su cara de no haber roto nunca un plato, la muy felona.
Cariño, tenemos que hablar, me dijo. No, cariño, le dije yo, y sin más preámbulos le mostré los papeles de la solicitud de divorcio que habían redactado mis abogados. Con un anexo de la agencia de detectives en la que no quedaba lugar a dudas de sus múltiples infidelidades, perfectamente documentadas, con imágenes que hubieran escandalizado a la mismísima Stormy Daniels. Ya hablarán nuestros abogados, le dije; por cierto, cariño, olvídate de lo de la incompatibilidad de caracteres, de mi multimillonario patrimonio no vas a sacar un céntimo. Ya sabes, mi amor, el pequeño detalle acerca del adulterio que incluimos en nuestro contrato prematrimonial (los honorarios del bufete son astronómicos, pero poco me parece).
Ella no dijo esta boca pecadora -elocuente en las fotos, sin necesidad de palabras- es mía, se levantó muy ofendida, aunque trastabillando un poco, y se fue. Sin decir adiós.
Yo me serví una copa, más que nada para pasar el trago. Qué disgusto, la quería tanto…

Ignacio Aparicio
Grupo A


El adiós de un viejo descreído.

Luna de amor que nunca conociste el ocaso,
que te remontas una y otra vez en el cielo,
¡cuántas y cuántas veces tratarás de buscarme
en el mismo jardín, y todo será inútil!

Omar Kheyyam. Rubaiyat. Cuarteta 247.


Pienso a veces en las personas con los que he compartido el tiempo en el mundo. No tengo responsabilidad en ello, es evidente. Simplemente nací en unos años en los que estaban vivos Charles Chaplin (hasta los días de mi bautismo laboral), Albert Einstein (por pocos años) o Dmitri Shostakóvich, con quien compartí algo más de cuatro lustros en el mundo.
Vienen a la memoria sin pensar mucho, pero me permiten dibujar un tiempo que se fue, y hacerlo con la excusa de recordar una idea de Borges: un día murió la última persona que vio vivo a Cristo. Así, un día morirá la última persona que ha visto a la gente con la que yo he convivido, un día morirá la última persona que pensó en mí, o que me vio, o que escuchó alguna de mis monsergas, o la última que me amó. Y entonces se dice que uno ha muerto del todo. Aunque creo que, como tantas frasecitas biempensantes, ésta tampoco sirve de nada.
Un ejemplo de lo que quiero decir: pudo haber ocurrido que un día encontrase a cierta persona en una calle de cualquier ciudad y pude haber dicho:
- Bueno, pero si es Sir Charles Laughton,
y haberme alegrado de ver al curioso personaje. Pero el verdadero señor Laughton, aquél que vistió trajes ya pasados de moda en los cuarenta y cincuenta en las películas en las que participó, que se puso británica peluca de letrado en “Testigo de cargo”, que leyó un día la lista de los derechos humanos en una rememorada secuencia de “Esta tierra es mía”, ese hombre era una persona que vestía pijama o camisón por la noche, que se levantaba a deshoras de madrugada a aliviar la vejiga, que duchaba o lavaba sus copiosas carnes en la intimidad y que en ella murió un día como un humano cualquiera, lo que todos somos, para siempre jamás.
Recuerdo con frecuencia a aquellas personas llamadas inmortales, cientos, con las que he compartido el tiempo (María Zambrano, Ortega y Gasset, Berlanga o Carmen Laforet, entre otros muchos de los nuestros), pero eso no significa que ellos se mantengan vivos en modo alguno, mucho menos que los mantenga vivos yo (¡pobre de mí!) al rememorarlos. La inmortalidad en la memoria es un cuento. La inmortalidad es un cuento.
Proust pretendió recuperar el tiempo y, trágicamente, tal vez consiguió evocarlo. La última novela del ciclo, “El tiempo recobrado”, muestra cabalmente cómo todo concluye, que los recuerdos se estrellan contra la decadencia, la muerte o la brutal realidad del momento en que se vive, y no se recupera nada. Podemos ansiar rejuvenecer nuestros recuerdos, o a nosotros mismos, pero con el riesgo de que el intento nos precipite a la ridícula indecencia del maquillaje –del propio recuerdo o del infame cuerpo– como el atildado Barón de Charlus, o como Dirk Bogarde en el melindre papel de Gustav von Aschenbach, pintados y acicalados en pleno declive, lo que solo añade patetismo a la vía regia hacia la aniquilación que es la vejez poco lúcida. Gil de Biedma añadió:

“Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra”.


Quienes vivieron y han muerto mientras yo he estado vivo (Alfred Hitchcock, Pio Baroja, Luis de Pablos) han desaparecido para siempre jamás, aunque hoy nos estremezcan muchas veces sus líneas, su música o sus películas. No basta con que exista el nombre de alguien para que esté vivo, como dicen aquellos que hablan más de lo que saben, y hablan siempre.
Si los míos me recuerdan con una sonrisa – todos mis deseos para mi adiós se cifran en eso – cuando me haya ido de este valle de pesadillas y sueños utópicos, eso no me mantendrá vivo. Y los pájaros seguirán volando y los vientos soplando y los amantes escondiéndose, pero toda mi inmortalidad quedará en unas pocas cenizas que tal vez se dispersen para, en el mejor caso, servir de abono a un pedazo de tierra en la que crezcan matojos, arbustos o cardos. Y seguirá la vida, sin George Steiner, sin Martin Luther King, sin Ana María Matute, y sin mi insignificante cuerpo.
Si la energía no se crea ni se destruye, simplemente, se transforma, la vida de un ser humano se crea, se transforma y se destruye. Y así está bien.

Juan Delgado
Grupo A


El adiós de un viejo hedonista

Olvida la sapiencia de los sabios, y enrédate
en el sedoso pelo de una mujer bonita.
Antes que el Hado pueda verter tu sangre en tierra,
derrama tú la sangre de la jarra en tu copa.

Omar Kheyyam. Rubaiyat. Cuarteta 121.


Si me preguntan qué personas, qué hechos, que obras de arte o que libros recuerdo a estas alturas, suelo encoger los hombros y pensar poco. Lo que venga a mis labios me parece bien siempre. No encuentro preferible recordar a Joan Crawford que a Ana Mariscal; ni la caída del muro de Berlín a mayo del 68; tanto me da contemplar las tres gracias de Rubens como escuchar el clave bien temperado de Bach; disfruto con la prosa ágil y brillante de Elizabeth Hardwick tanto como con las arriesgadas locuras de David Foster Wallace, créanlo o no.
Ahora que lo pienso, y viene al caso, hace años que no veo a Elvira, mi adorada amiga. La conocí cuando trabajaba de aprendiz en la mercería de Pablo, allá en mi pueblo, porque yo nací en una ciudad manchega, de cuyo nombre bien me acuerdo… Bueno, iba a contar que una mañana vino Elvira, éramos muy jóvenes, casi adolescentes (entonces tener trece años no impedía trabajar), a comprar unas medias, porque en esos años las chicas usaban tan erótica prenda, y a mí se me ocurrió ofrecerme a probárselas. Primero me miró con los ojos muy abiertos, después, al ver mi sonrisa de pánfilo, le entró la risa y me dijo que no, que ya sabía bien ella qué talla usaba y que no quería que las rompiese con mis manazas – a las medias les salían “carreras”, nombre que siempre me pareció un despropósito –. A lo que íbamos, que desde ese día nos saludábamos al vernos por la calle, más tarde salimos juntos con la pandilla, y siempre fuimos amigos. Cuando la veía de lejos sabía que era Elvira, porque tenía el pelo largo suavemente rizado y rojizo. No llegaba a lo que en los manchegos llamábamos pelo jaro, porque era más bien pelirroja, pero de un rojo pálido muy brillante.
He hablado de mi amiga porque con ella comenzaron mis aventuras con la cultura (no con lo que llaman ahora “cultura” los mercachifles). Su familia había reunido una buena biblioteca y en ella fui descubriendo a Galdós, que me sigue pareciendo el mejor; también a Georgie Borges, como le llamaban los suyos, con quien estoy de acuerdo en que no hay que escribir voluminosos libros si la historia se puede contar cabalmente, dice él, en unas pocas páginas; después a Lawrence Durrell y sus novelas en cuartetos (Alejandría) y quintetos (Aviñón), que me gustaron más esos años que ahora. Disfruté también de su colección de discos barrocos: Henry Purcell, Corelli, Telemann, Scarlatti, entre los que me descubrí y me resultaron más atractivos.

Pero no, lo que más me atraía era la cara y el cabello de Elvira, sin entrar en los detalles que un caballero nunca debe hacer públicos, que tampoco fueron tantos como yo hubiese ansiado entonces. De sus deseos tuve pistas no muy claras, a decir verdad.
No fuimos novios formales, no seguimos juntos. Los dos dejamos el pueblo para ir a estudiar o a trabajar a otras ciudades. Al principio intercambiamos voluminosas cartas, lo que con certera palabra se llamaba correspondencia, porque cada uno correspondió a las confidencias del otro en confianza. Poco a poco las cartas adelgazaron y se espaciaron. Cada uno encontró su placer y su conveniencia lejos del otro. Yo conocí a la que fue mi esposa en días de vino y rosas – que no acabaron como los de Joe y Kirsten en la película – que continúan ahora, muchos años después, pero también adelgazando los ramos y espaciando las copas. A esta edad provecta, pienso que he alcanzado lo que Gil de Biedma consideraba una buena vida:

“En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.”


Así creo que he logrado vivir, y hoy, excepcionalmente, escribo porque me quedan algunas ganas de recordar, y es amable rememorar a Elvira, aquella Gilberte íntima cuando viví a la proustiana sombra de las muchachas en flor. La recuerdo sin nostalgia, si acaso con el ánimo en suspenso, porque nunca nos dijimos adiós del todo, aunque dudo que nunca volvamos a vernos. Poco importa. Tuvimos nuestros años jóvenes, el primer estremecimiento al estrechar su cuerpo y oler el delicado aroma de sus cabellos, el tacto de aquella melena pelirroja. Perdidos los años, los olores y los temblores, perdido el tacto de aquellos rizos suaves, cómo podría olvidar, cómo fingiría decir adiós entre sollozos. A su memoria corresponde una sonrisa y una despedida con el amable vino de mi tierra.

Juan Delgado
Grupo A


Los adioses de Francisco

La mañana se había despertado clara y sonrosada, como todos aquellos días de octubre en que la tormenta geomagnética, debida a la ola de plasma desprendida por el sol, llegaba a la Tierra. Tú te levantaste pronto, preparaste el desayuno de toda la familia, te aseaste, te vestiste y te despediste de Alicia, tu mujer.
—Adiós cariño, vendré tarde a comer. —Dándole un beso de hasta luego.
También de tus hijos, que se agarraban a tus piernas, no queriéndote dejar marchar, en un último intento de que en lugar de darles besos les contaras un nuevo cuento de su personaje favorito, el dragón Faustino que tú habías inventado para ellos. Conseguiste escapar del abrazo de Paula y Pablo, que entre risas pretendían retenerte unos segundos más. Te despediste de ellos con una promesa.
—Cuando volváis esta tarde, os contaré la aventura de Faustino en las montañas de África —dijiste, abandonando la casa mientras hacías el ademán de lanzarles un beso.
En la puerta del edificio, Rosa la limpiadora se afanaba con los cristales. Una gran trabajadora, madre de dos gemelos a los que ella sola sacaba adelante.
—¿Qué tal van los hijos, Rosa?
—Bien, hechos unos diablillos.
—Te he hecho una participación de 5 euros de la lotería de Navidad.
—Muchas gracias. Es usted muy amable.
—Te lo mereces. A ver si nos toca una ayudita —comentaste mientras salías a la calle y te despediste—: Hasta mañana, aunque me iré pronto y no creo que nos veamos.
Eusebio, el quiosquero, un hombre afable, con una sonrisa siempre en su boca, te saludó como de costumbre.
—Buenos días Francisco, le tengo el número de National Geographic de esta semana ¿se lo lleva ahora?
—No gracias, voy un poco apurado de tiempo. Esta tarde lo recojo y echo un vistazo a otras revistas.
—Sin problema.
—Adiós Eusebio, cuídate esa pierna que parece que hoy cojeas un poco más —dijiste mientras te subías al coche para ir al trabajo.
Juan llevaba desempeñando el puesto de conserje de la empresa desde hacía quince años, a pesar de ello no conseguiste simpatizar con él, siempre con su cara de amargado. Lo has intentado y finalmente has renunciado, pero decidiste tratarle con amabilidad y un punto de comprensión por los problemas que, se comenta, tiene en su vida particular y parece sobrellevar estoicamente.
—Buenos días señor Juan ¿Alguna novedad esta mañana?
—Bueeenas. Ninguna.
—¿Hasta que hora tiene hoy el turno?
—Las tres.
—Pues hasta mañana. Hoy tengo mucho trabajo y saldré tarde, así que no le veré al salir. Que tenga un buen día.
—Uhm. —Un gruñido fue la respuesta de Juan a la despedida de Francisco.
Subiste a pie los cinco pisos hasta llegar a tu despacho, habías decidido incorporar este pequeño ejercicio a tus rutinas diarias. Joaquín, el secretario, no estaba en su mesa trabajando en el ordenador y respondiendo al teléfono, como habitualmente, pero tenía los documentos y los informes necesarios colocados en sus respectivas bandejas, era un administrativo educado y eficaz. La jornada fue intensa, con una pequeña interrupción para tomar café con Alberto, el compañero que había entrado en la empresa a la vez que tú.
—¿Como te va la vida desde ayer? —preguntaste por decir algo, pero te quedaste sorprendido por la respuesta.
—Hoy es mi último día, me han concedido el ascenso y mañana salgo para ocupar el puesto de la delegación de Helsinki.
—¡Vaya cambio!¡Por fin lo has logrado!
—Sí, pero estoy un poco asustado, va a ser mucho cambio.
—No te preocupes. —Intentaste animarle y seguisteis hablando durante un buen rato, hasta que tocó despedirse.
—Ya sabes que te deseo lo mejor. Te conozco desde hace mucho tiempo y sé que vas a triunfar. Adiós amigo, nos vemos en Navidad. —Con un fuerte abrazo y un pequeño nudo en la garganta te volviste a tu despacho.
El resto de la jornada transcurrió sin nada especial que reseñar. Resolver varios asuntos, dos videoconferencias con miembros del equipo de diversas localidades y una breve conservación con Laura, tu jefa directa, eficiente, exigente, capaz de resolver casi cualquier cuestión que requiriese su dirección, inteligente y algo distante en lo personal.
—Ya tengo a punto los tres expedientes de Baleares y la resolución sobre el asunto de Almería —informaste.
—Correcto. Ahora debemos realizar una prospección sobre la situación de las charcas para ganado en la provincia de Salamanca —comento, explicando brevemente la razón—. Es un encargo del Ministerio de Medio Ambiente.
—¿Alguna otra cosa? ¿Algo que comentar sobre el informe de Matalascañas?
—No nada. Buenas tardes.
—Buenas tardes —dijiste algo dubitativo al comprobar que no había nada que añadir sobre aquel informe en el que te habías esmerado especialmente. E intentaste añadir un remate a la despedida, pero solo pudiste balbucir—: Ehmm… Adiós.
Acabado el trabajo del día, recogiste documentación variada, la introdujiste en la cartera y, con la gabardina debajo del brazo, saliste del despacho y cerraste. Joaquín se encontraba ultimando alguna tarea, por lo que te entretuviste poco hablando con él.
—¿Qué tal la jornada? Casi no nos hemos visto. —Iniciaste de este modo la conversación.
—Nada de particular. He dejado archivados todos los informes y documentos que estaban pendientes. ¿Alguna cosa para mañana? —inquirió el interpelado.
—No queda nada por hacer. Mañana toca empezar con nuevo trabajo —comentaste brevemente y te despediste con un afable—: Diviértete viendo el partido de esta tarde. ¡Y que ganéis!
Antes de cruzar la calle, entraste en el bar Manolo para tomar una caña y un pincho de calamares, siempre reconfortante a esas horas. Acabaste rápido y te despediste.
—Cada día te quedan mejor los calamares.
—Lo mismo que los veinte años que llevo haciéndolos —respondió Manolo. —Lo que pasa es que hoy has venido algo más tarde y con algo más de hambre.
—Debe ser eso —corroboraste. Sin perder más tiempo añadiste—: Bueno, adiós que tengo prisa.
Era la novena vez que te despedías a lo largo del día. ¿En qué habrían cambiado aquellos adioses si hubieras sabido que ese camión, que perdió los frenos mientras tú atravesabas la calle, las convertiría en tus últimas despedidas?

Manuel Medarde
Grupo A


Elegía

La muerte aletea y consigue tu abrazo, nadie te pregunta si quieres exhibirla y para que no opines te atan la boca con un pañuelo y tú, tranquilamente , como si no pasara nada, repartes besos de mármol y nos regalas tragedia de magnitud inmensa sin apenas darte cuenta de que no podías irte.
Nosotros, desconcertados, vestimos de negro doliente para acrecentar el drama. Qué sencillo habría sido darle color a los días y contrarrestar la pena , pero el luto se imponía solo, sin poder sustraernos nosotros a su reivindicación negra.
Nadie se rebeló ante la fuerza de lo oscuro y tú te llevaste el color y la vida esparciendo a tu alrededor la nada vacía. Nos dejaste solos y huérfanos de sentido y de historia. Te despediste entre gente, como pasaste la vida, casi repartiendo alegría en una mueca imposible.
Nosotros, rodeados de asombro y asomados al abismo, intuíamos la caída inexorable, inminente .
¡Qué sola me ha dejado tu beso de mármol frío!... para siempre herida el alma, para siempre el sinsentido.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


Decir a Dios

Quiero decirte diosito, así entre susurros, esperando que no me despidas de tu centro inexistente, cómo permites, cómo exiges que la vida circule por dónde tú manejas el hilo, a contracorriente.
Acaso, ¿no viste su mirada azul caoba, acuosa por el viento y por la huida? Y en frente, rectos horizontes sin sentido, camino firme y espalda con mochila de "hasta siempre", mientras los fogonazos de los fusiles , se cruzaban con el vuelo limpio de las aves.
Decir adiós con las alas del futuro, y mecerse por el dolor del presente.
Tal vez, ¿no intuiste que la mente despedía al cuerpo, una noche de verano, con el recuerdo vibrante de unas manos agrietadas por la lucha y un corazón dañado, con ritmo de desvarío que trepaba con la melodía del olvido?.
Decir adiós, lento, sucesivamente, mientras se difumina el abrazo del desconocido.
Dime, si no eres capaz de sentir el adiós más profundo, de la carta dejada sobre la mesa del que huye de sí mismo, razones de muerte y recuerdos de vida y seguido, os quiero, he tenido que hacerlo. Adiós
Aprender a decir adiós, el reto casi perfecto.

GuADAlupe Sanchón
Grupo C


Habitación con vistas... al más allá

Una luz blanca del techo parpadeaba débilmente, casi al ritmo de los goteros, y proyectaba sombras inquietas en las paredes. Ella, inmóvil, sentía el peso del silencio aplastándole el pecho más que la propia enfermedad. Las máquinas seguían su rutina indiferente, cada señal luminosa era un recordatorio de todo lo poco que aún quedaba de ella. A su alrededor, el vacío: ninguna mano que la tocara, ningún rostro conocido. De pronto, empezaron a pitar todas las máquinas a la vez, se aceleraron las carreras por los pasillos, y alguien certificó lo que ya habían adelantado con acierto los del 112, ese número fatídico y salvador que tanto nos ayuda y socorre.
Un celador abrió el bolso de sus pertenencias. Ningún teléfono, nadie para poder avisar; solo un DNI de caducidad permanente, un paquete de pañuelos de papel, la estampa arrugada de una Virgen morena, una botella de agua y una nota manuscrita que dejó a toda la planta con el brocal de los ojos brillosos por la humedad: “Decidle a alguien, al que sea, que ya me he ido. No quiero irme sin que nadie lo sepa. No temo la partida, solo lamento las horas que dejé pasar sin amor. La soledad no duele cuando sabes que ya no hay más caminos por recorrer. He escrito esto para que sepan que no me sentí sola. Al final, la soledad se convierte en la mejor de las compañías. Todos llegamos a ser ese suspiro que se apaga. No dejo herencia ni recuerdos, pero este adiós es todo lo que queda de mí, sin lágrimas ni tristeza. Solo mi última página escrita. Me voy en silencio, como viví. Que el olvido sea ligero. No sé si alguien leerá esto, pero necesitaba despedirme, aunque fuera de nadie”.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


Hola y adiós

La vida se compone de encuentros y de despedidas. Se trata de ir y venir. De conocer y de ignorar. De amar y de odiar. Son dos caras de la misma moneda, que no tienen que ver con lo positivo y lo negativo. Ambas tienen cargas en los dos sentidos. Todo es relativo. A veces he pensado: ¡Maldita la hora en que conocí a…! o ¡Por fin me he deshecho de…! Qué duro es desprenderse de un objeto querido y qué gratificante es encontrar a alguien afín, y viceversa. Se trate de persona, animal o cosa, el sentimiento es el mismo. Solo lo diferencia la intensidad.

M. Maximina Moreno
Grupo B


La hora de la verdad

Quiero escribirla, mas no sé por dónde empezar, madre.
Al atardecer, los estorninos atravesaron la ciudad en busca de un dormidero; sin embargo, yo no puedo conciliar el sueño, madre.
Su presagio de agua fue certero, y el pertinaz ritmo que impone la lluvia acelera la desazón de mi espíritu. Mi cuerpo aterido se rebela a su finitud. Soy demasiado joven para morir, madre.
Me arrebatarán la vida, pero no la dignidad. Por ti; por padre. Me quedo con su cariño y con el recuerdo de los ojos garzos y la sonrisa encendida de Sara, en la verbena de san Juan, cuando recibí el único beso enamorado que me llevo, madre.
El tamborileo lejano de un pájaro carpintero anula el quejumbroso portazo que ha dado el padre Castelló al abandonar este mugriento cubil donde llevo encerrado nueve días. Esa rancia alimaña pretendía otorgar redención a mis faltas. Pero yo no me considero pecador, madre.
Llega el alba. Dejo una fría y húmeda mañana, pero no llore. No merezco sus lágrimas, madre, si no la convicción de que un día volveremos a reunirnos. Marcho en paz.
¡Hasta Luego!

Romy Martínez
Grupo A


Sin palabras

Pronunciaste el silencio
con los ojos.
Y no quise robarte la palabra que intuí desvanecida al aire,
porque acaso...
ya no me hiciera falta.

Erguido cómplice
de matiz sereno
hilvanando sutilmente
tu arrogancia.

Las palabras se las lleva el viento,
pero hay miradas que se graban en el alma.

Leonor Martín Merchán 
"Extraído de mi poemario TÁLAMO"
Grupo A


En el último suspiro de mi vida

Yo me fui de París al caer la tarde. Te dejé sobre la cómoda, debajo del espejo, las llaves de tu piso, de mi corazón y de mi vida. Las acomodé cuidadosamente antes de cerrar la puerta, justo debajo del enorme espejo con tintes lavanda que adorna su entrada. Cerré la puerta, cerré los ojos y el alma y muy dentro de mi, guardé aquellos recuerdos de nuestro tiempo en la Calle del Dragón.
Me alejé de París, dejándote endosado mi corazón, sin más respuesta tuya que una sonrisa entrecortada, un beso apresurado y un escueto adiós. Así han sido siempre las cosas entre tú y yo y no tenían por qué haber sido diferentes aquella tarde.
Horas antes nos habíamos despedido, sentados frente a frente en la mesita del salón. Serviste una copa de Champagne y me sonreíste casi sin mirarme, tenías miedo, lo noté en tus palabras, en tu mirada y en el temblor de tus manos, tenías miedo del adiós, tenías tanto miedo como yo. Tal vez hubieras querido abrazarme, besarme, hacerme el amor una vez más, pero no te atreviste, te conformaste con mirarme y brindar conmigo por última vez, sabe Dios en cuánto tiempo. Yo me perdí en la vista de las burbujas que explotaban en el interior de mi copa, como explotaba mi corazón en el interior de mi cuerpo. Sentada delante de ti, crucé las piernas, bebí un trago más de Champagne y saqué del interior de mi bolso aquel libro que me regalaste en esa nuestra última mañana en Ciudad de México. “En aquella despedida no me atreví a pedirte que me lo dedicaras, ésta vez sí “ Te dije alargando el brazo y poniendo el libro delante de ti. En ese libro tuyo, en su título, podría leerse el destino de nuestro amor suspendido en el tiempo y esa pregunta que ha atormentado a tu corazón desde siempre, esa pregunta por el misterio insondable del alma de los mexicanos. Tengo que decírtelo, ese libro tuyo me ha acompañado desde aquella mañana tibia y dorada de invierno mexicano en que nos dijimos adiós por primera vez y desde entonces, ya ves, me ha acompañado como un compañero fiel, como un destino, o como marca en mi piel.
Tomaste el libro entre tus manos y con una letra apresurada, garabateada, escribiste sobre el tiempo, los lugares y los placeres que hemos compartido juntos en este nuestro amor. Tiempo, lugares, placeres. Nuestro amor.
La tarde siguió y antes de caer la noche, te fuiste calle abajo, dejando atrás París. Te fuiste sin mirar atrás, como haces siempre tú. Ibas a cenar con un amigo tuyo de toda la vida a las afueras de la ciudad, yo salí más tarde, después de haberme dado una ducha caliente, ya con la noche sobre mis espaldas y con el dolor inminente de tu ausencia.
Paso a paso fui dejando atrás nuestra Calle del Dragón, nuestro cielo de París poblado de dragones y nuestras noches de amor. Paso a paso, dejé atrás tu piso, tu barrio elegante, tus ventanales, tus brazos, tu aliento y mirada azul de hielo.
Dejé atrás tus tejados grises con sus vistas de la Torre Eiffel recortada en sus atardeceres poblados de nubes rosadas, azules y violetas. Se quedaron atrás esos cielos atravesados por el vuelo de los cuervos, cuyas negras alas desgarran los horizontes, así como tu ausencia y tus silencios desgarran mi corazón.
Sin dejar de mirar mis pasos sobre las piedras mojadas por la lluvia, simplemente seguí caminando. Seguí caminando, mientras un sentimiento de fatalidad me embargaba, seguí caminando y mirando mi andar sobre esas piedras pequeñas, grises y húmedas, alejándome irremediablemente de ti. Paso a paso, abandoné todas mis esperanzas y dejé que las pobres cayeran al piso una a una, como perlas de un collar roto. Cayeron pesadas mis esperanzas como caen las sábanas limpias y blancas, impolutas, sobre las alfombras después de hacer el amor.
Sábanas blancas sobre alfombras rojas. Sábanas arrojadas sobre el piso, a un lado de las camas, caídas y manchadas, sábanas que nadie quiere recoger.
Me fui, atravesé la noche francesa, fría, distante y lejana como tu mirada azul D'Artagnan.
Me fui, como siempre, sin más adiós tuyo que un beso apresurado de tus labios y un “Siempre, siempre tendremos a París,

Esperanza G. García
Grupo A


Tristeza

Mi casa vacía,
mi alma dormida,
mi cama solitaria y fría.

La primavera
se vistió de otoño
el día de tu partida.

Ya no hay flores,
ni hierba,
ni risas.

Los ruiseñores callan,
lloran las golondrinas,
las acacias desnudas
exhiben sus espinas.

Al compás de una nana
se mece el despecho
dentro, muy dentro.

Mañana me vestiré de gala
para decirle al viento,
que se lleve mi pena
lejos, muy lejos.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Despedida

Hacía mucho tiempo que no me sentaba frente al escritorio para escribir una carta. De hecho, creo que es la primera vez que escribo una. De mi puño y letra, quiero decir. Seguramente esto sea lo que más te llame la atención cuando encuentres el sobre en tu buzón. Un buzón tangible… ¿Sabes que no sé dónde poner el sello? Sé que es en la parte posterior, pero ¿arriba a la derecha o arriba a la izquierda? Incluso dudo del lugar en el que se escribe la dirección. Juraría que es detrás, igual que el sello. Sea como fuere, esto no es relevante ahora. Si estoy rellenando una hoja en blanco con un bolígrafo BIC de color negro es porque quiero contarte algo importante.
Me resulta bastante complicado hablar de ello. Por más que intento buscar las palabras adecuadas, de mi mente sólo brotan frases sin sentido. Eso me ha hecho pensar en que, quizá, no las encuentre porque no existen. ¿Es posible que haya sentimientos sin palabras? El mundo de las emociones me resulta abrumador; pura neurofisiología. Sin embargo, los sentimientos son el resultado de esas emociones y, teóricamente, pueden verbalizarse. ¿Por qué, entonces, me veo incapaz de hacerlo?
Llevo un buen rato mirando un ratón que hay dibujado en la pared. Parece un rayajo, pero he logrado identificar los bigotes y las orejas. O quizá sí que sea un rayajo que se parece al dibujo de un ratón. Ahora lo dudo…
Al final he salido a dar un paseo. Caminar siempre me ayuda a ordenar los pensamientos. El espléndido sol de principios del otoño y la agradable temperatura me han puesto de buen humor. Los árboles, con sus ramas desplegadas, me arropaban. La luz se filtraba a través de las hojas formando un juego de luces y sombras que me ha transportado al fondo marino. He cerrado los ojos y me he concentrado en los sonidos que me rodeaban. El crujido de la tierra bajo mis deportivas resultaba hipnótico. Bailando con la velocidad y manteniendo los ojos cerrados he seguido avanzando durante un buen rato. Ha sido en ese momento cuando las palabras han venido a mí.
Esa ligereza que siento al caminar, esa sensación de que puedo huir de todo lo malo, de que no he de demostrar nada a nadie, esa libertad es la que anhelo en mi vida.
Puede que esta frase te resulte decepcionante tras la expectación generada en los párrafos anteriores, pero, a pesar de ser únicamente dos líneas, transmiten el mensaje que necesitaba contarte.
En fin, hasta aquí mi primera y última carta. No la voy a firmar porque sabes perfectamente quién soy.
Doblé el folio por la mitad y lo introduje en un sobre. Pegué el sello en la parte superior derecha, escribí la dirección del destinatario y fui hasta el buzón más cercano para echarla. Deshice mis pasos, pero esta vez no me detuve en el 9º piso. Continué subiendo por las escaleras hasta alcanzar la azotea en el vigésimo piso. Me aproximé hasta el borde y contemplé cómo el sol se fundía en el horizonte. Las vistas eran espectaculares. La quietud que imperaba a mi alrededor me hizo experimentar una paz verdaderamente agradable. Sentía cómo mi corazón se henchía de cálidas tonalidades. Aquello debía de ser la auténtica felicidad. Respiré profundamente. Por fin había llegado el momento. Subí al borde sin dificultad alguna, cerré los ojos sintiendo el viento acariciar mi rostro y di un paso al frente.

Lucía Sabater
Grupo A


Nunca decir adiós

De repente, una llamarada recorre tu cuerpo. No es una llamarada, más bien un calor incierto, un calor de ignición que te quema por dentro. Como cuando se enciende la hierba corta y seca. Se quema, pero se apaga a la vez que se enciende, inmediatamente, dibujando un rescoldo rojo y negro. Son esas cicatrices de fuego que a veces resultan en un conato de incendio. Es una serpiente de ascuas que va subiendo desde tus pies hasta tus labios, tus ojos, tu frente. Ya no te asusta. No hay peligro. Al notar la quemazón, te despiertas, respiras despacio y el aire mismo es una brisa, una lluvia que apaga la abrasión. No pasa nada. Antes, la serpiente era un cuchillo que te hería, envenenaba las llagas, que tardaban en cerrar. Sentías el desgarro. Ahora es solo inquietud, el reptil de la inquietud de la pérdida, la inquietud de siempre. Ya la conoces. Siempre contigo, aunque te sientes desvalido, indigente, inerme y muy solo. También culpable. Por la noche, de día, eres otro. Tus ojos se abren a la oscuridad de la noche, sabiendo que hace frío y sintiendo el calor que desprendes entre las mantas. Entonces repites su nombre, como tantas otras veces. Tu mantra. Tu fórmula para espantar al ofidio. Veinte años, nueve meses, doce días y dos horas. ¿Cuántas veces se puede repetir un nombre? Decenas de miles. Así has salido siempre de la desesperación. Es una llamada, una invocación. Lo importante es no olvidar, que el recuerdo siga vivo, que no se borre. Lo fundamental es nunca decirle adiós. NUNCA DECIR ADIÓS. Recorres mentalmente lugares, evocas momentos, su olor, su voz, su tacto, su risa. Haces inventario. Es un ejercicio intelectual y místico al mismo tiempo. Un ritual para el reencuentro. Sacas una prenda, una de tantas que aún llenan los armarios y cajones. Puede que todo sea difuso. A veces no funciona, pero sientes quietud al intentarlo, y te duermes apretando el suéter sobre tu pecho, antes de poder rememorar algo. Ya saldrá mañana. O lo soñarás, un sueño muy vivo e intenso. Lo importante es agarrarte a esos sueños y a esos recuerdos mientras vivas, mantenerlos vivos. Que habiten dentro de ti, y nunca, nunca decir adiós. ¿Acaso se despide el musgo de la roca cuando se agosta? Y la roca mantiene esa sombra de lo que fue su verde manto. ¿Acaso se despide el rocío de la aurora o el chaparrón de la nube? ¿Se despide con su vuelo la garza de la marisma? Absurdo. Igualmente tú no te despides. Ni caso a los que te dicen que pases página, que olvides. Tan sólo te tienes que hacer amigo de la serpiente. Nunca dirás adiós. Tampoco lo confesarás. Soltarlo sería dejarte caer al vacío, al abismo. Nunca.

Marisa Sánchez
Grupo C


Adiós

Siempre me gustó decir “hasta luego”.
Nunca me gustó decir “adiós”.
Y ahora tengo que aprender a decir “adiós”
Adiós.
Tengo que repertirlo,
para intentar hacerme a la idea.
Adiós. Adiós.
Te fuiste sin avisar.
Adiós. Adiós. Adiós.
Y aquí estoy,
intentando hacerme a la idea.
Adiós. Adiós. Adiós. Adiós
Los últimos años te dije muchas veces “te quiero”, casi siempre que hablábamos.
Y tú contestabas: “yo también te quiero mucho Ana María”
Al principio, sentí tu sorpresa. Después, sentía tu sonrisa a través del teléfono.
Te fuiste y todavía no me lo creo.
Me quedaron muchas cosas por saber de ti. No era fácil conversar. Era fácil quererte.
Te fuiste y todavía espero descubrir en uno de tus cajones, en una de tus libretas, en uno de tus escritos,… cómo eras.
Adiós. Adiós. Adiós. Adiós. Adiós papá.

Axira
Grupo C


Partida

No sé cómo pudo hacerlo. Su comportamiento fue inexplicable. No dijo nada. Desapareció sin más.
Cada mañana la esperaba. Quería sentir su piel en sus remansos, notar su entrañable caminar, sucumbir ante los latinos de su corazón al alejarse y desear atraerla a las profundidades más cálidas.
Soñaba con su sonrisa al amanecer. La veía llegar y buscaba mostrarle su cara más amable. Sus olas la acariciaban mientras su cuerpo se estremecía. Poco a poco sucumbía ante el placer más intenso y buscaba la lejanía hasta quedar exhausta.
Notaba sus palpitaciones aceleradas. La envolvía en un suave confort arrastrándola hasta la orilla. Así un día y otro, un mes, un año, casi hasta el infinito.
Sabía que lo adoraba. La complicidad era mutua, lo percibía al verla bajar hasta el fondo y perder el aliento, aún veía su sonrisa mientras él la elevaba a la superficie.
Sus brazos ondulantes la siguen esperando cada mañana, sin entender esta desafortunada e inexistente partida.

JB
Grupo C


El primer adiós

Me fui despertando lentamente, mientras oía a lo lejos las campanadas del carillón de la catedral. Todavía me encontraba aletargado en el sofá y no hice ningún esfuerzo para contarlas.
Al entreabrir los ojos, observé a Guillermo que estaba sentado en una silla pasando las hojas de un álbum de fotografías. A su lado, el llamativo teléfono de color rojo del que últimamente no se separaba.
Violeta entró en el salón y se sentó junto a Guillermo. Este descolgó el auricular y simuló hacer una llamada.
Violeta apartó el libro de entre los muslos de Guillermo, que desvió su atención del receptor y trató de volver a colocar el álbum en su posición original. Mientras tanto ella se apropió del teléfono y caminó hacia la puerta con intención de llevárselo.
Él dejó el libro, se levantó rápidamente y trató de rescatar el objeto de las manos de ella.
De repente comenzó un intenso y silente forcejeo entre ambos para ver quién se hacía con el preciado aparato.
Al fin Guillermo, que es algo más alto, dio un tirón, lo cogió y lo levantó por encima de su cabeza.
Violeta rompió en un rabioso e impotente llanto y Guillermo hizo ademán de bajar los brazos para entregárselo. Momento que ella aprovechó para darle un empujón, que hizo que Guillermo, mientras caía a la alfombra, soltara el teléfono.
En ese instante, y desde la altura en la que ahora se encontraba Violeta, le gritó a Guillermo:—¡Ya no te quiedo de novio! ¡No te ajunto mad! ¡Me voy con mi mamá!
Y con la imponente gravedad que le daban sus cuatro años y dos meses, salió llorando del salón sin volver la vista atrás.
Me incorporé en el sofá y el niño y yo nos miramos fijamente. Noté un asomo de perplejidad en su mirada, me encogí de hombros y le sonreí.

Calgari
Grupo A


Los adioses

—¿Quién vive preparado para el adiós?
Él me mira. No hay un ápice de ironía en la pregunta.
Encojo los hombros y poso el vaso sobre la mesa, cuyo tintineo provocado por el choque de los hielos queda amordazado por una música que está demasiado alta. Al menos en esta mesa no tenemos que soportar los empujones de aquellos que tratan de llegar a la barra. El precio de tener el altavoz encima es algo que pagamos con gusto y el pago es invadir nuestros espacios personales para poder escucharnos.
—La ironía hace que tengamos que rendir pleitesía a esa palabra de forma irremediable y con una constancia mayor de la que nos gustaría. Hablamos de adioses variados que pueden tocarnos de forma más o menos profunda. Nadie escapa de aquellos que producen un dolor infinito de los que oprimen el pecho y queman en la garganta como una plancha de hierro al rojo vivo.
«¿Acaso no has llorado alguna vez hasta que las cuerdas vocales acaban dañadas? ¿Hasta que lo siguiente que sale de tu garganta no es más que un silencio infinito de ojos hinchados por las lágrimas?» No formulo las preguntas. Sé que lo ha hecho. Me lo contó aquel día en que casi nos deslizamos en el vórtice de un algo que nunca ha llegado a ser nada. Pero aquel día, casi.
—Están los adioses y los ADIOSES.

-La inocencia que pierdes para siempre cuando descubres los secretos navideños de los adultos.
-La mascota a la que quieres más que a la mayoría de personas que conoces y de la que ya no podrás sentir su ronroneo en las mañanas frías de invierno acurrucada a tu lado.
-Ese momento en el que bajas a comprar tu queso favorito y descubres que la fábrica ha cerrado y nunca más volverá a comercializar.
-La niñez desterrada por obligación a la llegada de la primera menstruación.
-El último cigarro de la cajetilla antes de dejarlo para siempre.
-La amiga que una noche decide tomar un bote de pastillas.
-El libro que perdiste y no podrás recuperar porque fue descatalogado.
-El primer amor, ese que hace que los cuentos que acaban con un “y vivieron felices para siempre” pierdan el significado.
-El amor más irracional, ese que cala hasta el alma y tratará de aferrarse a los recodos de tu memoria por el resto de tus días.
-El amor adulto y responsable, con el que todo es fácil como el respirar y que sabes que llevará tantos años construir de nuevo que no te molestarás ni en intentarlo de nuevo.
-La rotura de tus gafas preferidas, esas cuya montura ha pasado de moda y sabes que nunca volverás a tener.
-Ese disco duro que se quema con todas tus fotos de las que nunca hiciste copia.
-El olor de tu bebé que se ha hecho grande y más impertinente de lo que creías haber educado.
-El vecino de toda la vida que cogió el coche por la mañana y no volverá a hablar contigo sobre el tiempo en el ascensor.
-El tumor que desaparece de tu cuerpo con incansables sesiones de quimioterapia que destruyen todo lo malo y lo bueno a su paso.
-Aquella planta que has tratado de mantener con tanto cariño.
-La vida de un familiar que se apagó como una vela, consumido por un final inexorable.
-Están los adioses y los ADIOSES.
El aire cargado de humo falso, como los de los conciertos, nos envuelve en su abrazo sintético. Noto su sabor en lo hondo del paladar. Lo odio.
—La misma palabra puede sentirse más grande o pequeña en función del paso del tiempo, del humor del momento, de encadenar anécdotas que te hacen estallar en risas o llanto —valora tras unos segundos de silencio—. Aprendemos a vivir con ello, a claudicar a su inevitabilidad y, a pesar de todo el esfuerzo por comprender su significado, el adiós siempre es diferente y nunca terminamos de estar del todo preparados para afrontarlo.
Me atrevo a tomar su mano. Tiene los dedos fríos y tiembla. No es por mí, ni por lo que hablamos. Siempre tiembla, como los dientes castañetean en las mañanas de invierno. Esbozo una sonrisa que no llega hasta los ojos.
—Ojalá convertir los adioses tristes en hasta luegos agradecidos, que nos abracen dentro del pecho con sus brazos invisibles y cálidos.

Sara GL Terren
Grupo C

Es un oficio de hombres

Esta semana dedicamos la sesión del taller de escritura creativa al grupo de Oulipo y a las constricciones que empleaban en sus textos para estimular la imaginación y poner en juego todas las potencialidades a la hora de escribir. Así que todo, desde el incio de la sesión hasta el final, fueron trabas y más trabas. ¿Se puede escribir un texto y prescindir de una o más letras? ¿Cabe una historia, por pequeña que sea, en una bola de nieve, un tautograma o un abecegrama? Para ellos la restricción, la constricción o la traba eran parte de la manera de afrontar su trabajo. Creían en la técnica y no en la inspiración de ahí que fueran cuestionados por quiénes entendían la Literatura como algo serio fundado en la verdad, la autenticidad y la emoción. Llegaron a decir de ellos que carecían de vida emocional y ese vacío les empujaba a escribir esas "bagatelas difíciles" como diría el poeta Marcial de otros escritores de su época. Para muchos es y era una "literatura incómoda". Otros, en cambio, los han considerado como auténticos genios y como unos funambulistas del lenguaje. Lidia Morales Benito tituló con este término su estudio sobre el juego en la Literatura: El arte del funámbulo. Juego, 'Patafísica y OuLiPo, aproximaciones teóricas y equilibrismos literarios

Oulipo nació en 1960 como un Seminario vinculado a la Escuela de Patafísica aunque rápidamente se emancipó y cobró identidad propia y relevancia gracias a logros de algunos de sus integrantes como Raymond Queneau, Georges Perec o Italo Calvino. Libros como El secuestro (la traducción al español de La disparition) de Georges Perec, Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino o Cien mil millones de poemas de Raymond Quenau son fundamentales para entender a este grupo.


El Oulipo no se consideraba un moviento literario ni un ismo más dentro de las vanguardias sino un obrador, un taller de manufactura del lenguaje. El grupo estaba formado por escritores, matemáticos y pintores de manera que la fórmula matemática, la combintoria y la ecuación formaban parte de sus estructuras creativas. Incorporaban el azar a la escritura pero a diferencia del surrealismo y sus técnicas éste era un azar controlado que les permitía burlar la censura que con frecuencia aplicamos al hecho de escribir. Su intención era explorar nuevas técnicas narrativas y hacer que las palabrasn condicionasen toda suerte de textos.

Aquí tenéis su página web pues el grupo, con otros componentes, sigue en activo con el propósito de aportar nuevas fórmulas de escritura y trabajar y completar algunos textos inéditos que los escritores fundacionales dejaron sin concluir.

Para conocer mejor la filosofía de este grupo te recomendamos la lectura de varios artículos como "Oulipo, modo de empleo" de José Miguel Desuarez (en Jot down) o "Oulipo, juegos matemáticos en la literatura" de Marta Macho Stadler . La editorial Caja Negra publicó un libro con un buen repertorio de textos creados por los componentes de Oulipo. Puedes consultarlo aquí. Y la editorial Pepitas de Calabaza también publicó varios libros sobre Oulipo: Ideas potentes, atlas de Literatura Potencial y Textos potentes, atlas de Literatura Potencial 2. Este último recoge una muestra interesante de textos influidos por Oulipo. En él aparecen autores como Carlo Frabetti, Enrique Vila Matas o Sofía Rhei.

Eduardo Berti, escritor argentino, es una de las últimas incorporaciones al grupo. En este enlace podéis escuchar una interesante charla en la que nos da a conocer muchas curiosidades sobre Oulipo y otros escritores que tienen alma de oulipianos. Hay muchas sugerencias para abordar un trabajo creativo a partir de determinadas restricciones. 

También puede resultarte interesante esta entrevista a Pablo Sánchez, integrante número 40 del grupo Oulipo, que ha adquirido una notable relevancia con su novela El anarquista que se llamaba como yo. Al igual que Berti, Pablo Sánchez imparte talleres oulipianos en colaboración con diferentes escuelas de escritura creativa como Fuentetaja.


Propuesta de escritura

1. En el taller hicimos diferentes bolas de nieve, o bolas de nieve derritiéndose o incluso rombos. Un reto para todos aquellos que quieran poner a prueba su destreza. Salieron textos interesantes. Alguno lo recogemos a continuación.

2. La tarea para casa consistía en elaborar un "Autorretrato" como los que aparecen en el libro Es un oficio de hombres, de la editorial La Uña Rota. Un juego literario realizado por algunos componentes actuales del grupo para conmemorar el 55 aniversario del OULIPO. En el propio libro aparece la explicación del juego: "Así, cuando Paul Fournel escribió un texto que describe a un esquiador en pleno trabajo, otro oulipiano, Hervé Le Tellier, recogió el guante y compuso su retrato del «seductor». Después, otros hicieron lo mismo: el psicoanalista, el biógrafo, el bebedor... Aún hoy, los oulipianos siguen escribiendo autorretratos. Cuentos que también hablan del oficio de cuentista, y de ese reposo final que nos aguarda a todos. Pero antes, ¿se animaría usted a escribir un autorretrato? Es sencillo, basta con adaptarse lo más fielmente posible al texto de partida y dibujar el retrato de otro personaje. Y luego ríase, si puede."

3. Otra posible tarea para casa consistía en escribir un texto a la manera de Oulipo: un lipograma, un tautograma, un logo-rally...


Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Autorretrato del tumor

Mi oficio consiste en contaminar el cuerpo de arriba abajo. En extenderme lo más rápido posible. Es un oficio contra los hombres. Primero porque cuando soy insignificante, el hombre no quiere ni verme, y luego cuando he crecido, todos quieren acabar conmigo lo más rápido posible.
Un oficio inhumano.
Soy un tumor.
Tuvimos a los carcinomas, a la leucemia, tuvimos al sarcoma, tuvimos a los gliomas, tuvimos a los tumores benignos y ahora estoy yo. Este año voy a ser el más mortífero del mundo y en los próximos congresos médicos solo se hablará de mí. Soy el tumor más resistente del mundo, el más silencioso, el más inadvertido, y mi trabajo consiste en generar enfermedades.
Todos los grandes tumores generan enfermedades. Extenderse más rápido es antes que nada extenderse de otra manera, con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Crecer de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de aguantar la quimio, hasta que una generación entera de médicos descubra nuevos tratamientos.
En una vida de tumor, no se puede inventar más que un desarrollo rápido, uno y solo uno. Los benignos llegaron al cuerpo humano con su fama de inofensivos y, dos años temporadas después, los cincuenta tumores más conocidos se extendían entre los seres humanos.
Ser un gran tumor es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo me extiendo a tiempo completo. Me deslizo cuando subo por las arterias en las células en plena noche. Vivo con alteraciones epigenéticas sobre los hombros para extenderme mejor. Sonrío a los genes y al ADN porque sé que me ayudarán a extenderme. Le doy la paliza al cerebro, que es un inútil, porque sé que no me ayudará a extenderme.
Coged a dos tumores de igual desarrollo y malignidad, en el mismo cuerpo, ponedlos unos al lado del otro, y siempre soy yo el que se extiende más rápido.
Las malformaciones de tejidos que pide el primer estadio lo hago yo mil veces por semana. Las metástasis del segundo estadio, esas que atacan a los órganos, las hago yo todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todas las venas del cuerpo y, a ciento cuarenta por hora, las veo pasar al ralentí.
También me preparo para esos ciclos de quimio tan imprecisos que inyectan en los cuerpos humanos. Esas sustancias químicas tan fuertes me permiten convertirme en el campeón de la mortalidad. Todo cuenta en tu carrera.
Un día, tu localización en un tejido no vital se convierte en lo esencial. Conseguir crecer es lo que determina el éxito. Has estudiado la composición del tejido, has repasado catorce veces el recorrido de las venas, has entrado en cólera y en dos ocasiones has vuelto al tejido inicial y te has preguntado en qué posición estabas al principio.
Cuando duermo, me extiendo, cuando me alimento, me extiendo. Diseño mis trayectorias, modelo mis metástasis. Mis células malignas son inquebrantables, tengo siempre en el ADN la marca de la alteración. En cuanto el corazón bombea con fuerza, me libera del tejido y libero toneladas de células cancerígenas. Intento llegar lo más rápido posible a los ojos, a la cabeza, a las piernas, antes que la quimio.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en tu vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del tumor.
Has superado con éxito la gran cava superior y la gran cava inferior, entras en la aurícula derecha y cometes ese minúsculo error de trayectoria, ese pequeño fallo estúpido (que no es de distracción, porque los tumores ignoran la distracción) que te aparta unos centímetros del ventrículo derecho. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido ciento de células malignas, luego enseguida miles y la mortalidad. Ya nada tiene importancia, ya no eres un tumor, tus células se mueren, tu crecimiento se detiene, sabes que te vas a extinguir.

Tomás García Merino
Grupo B


Autorretrato del químico

Mi oficio consiste en modificar las moléculas de arriba abajo. En modificarlas lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando están arriba, al principio, el hombre tiene ganas de llevarlas hasta abajo, y luego porque cuando hay varios hombres arriba, todos quieren transformarlas más rápido que los demás.
Un oficio humano.
Soy químico.
Tuvimos a Aristóteles, tuvimos a Robert Boyle, tuvimos a Lavoisier, tuvimos a Pasteur, tuvimos a los Curie y ahora estoy yo. Este año voy a ser premio Nobel y, en los próximos galardones, ganaré la medalla acreditativa.
Soy el hombre más equilibrado del laboratorio, el más tranquilo, el más concentrado, y mi trabajo consiste en generar desequilibrio.
Todos los grandes químicos generan desequilibrio. Transformar las moléculas más rápido es antes que nada hacerlas reaccionar de otra manera; con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Catalizar la reacción de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de mantenerte al día, hasta que una generación entera catalice como tú.
En una vida de químico, no se puede inventar más que un catalizador genial, uno y solo uno.
Los alemanes llegaron al circuito con su fama de metódicos y, dos temporadas después, los cincuenta mejores químicos del panorama trabajaban como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran químico es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo me imagino las moléculas a tiempo completo. Me deslizo cuando subo a la biblioteca con la libreta en pleno verano. Vivo con una pizarra de cinco metros sobre la pared para discurrir mejor. Sonrío al doctorando y al mozo de laboratorio porque sé que me ayudan a poner a punto la reacción. Le doy la paliza a mi encargado de material, que es un inútil, porque sé que eso me ayudará en mis experimentos.
Coged a dos hombres en igualdad de formación y de material, en la misma poyata, ponedlos uno al lado del otro, y siempre soy yo el que hace la reacción más rápido.
El work-up que pide el primer trial en el Erlenmeyer lo hago yo mil veces por semana. Los cambios de pH del final de la reacción, esos que se atacan con pies de plomo, los hago yo todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todas las referencias del tema y, a ciento cuarenta grados Kelvin, sé que la reacción va al ralentí.
También me preparo para esas reacciones blandas e imprecisas que nos imponen los azares en la investigación de la Química. Esas síntesis retorcidas que permiten a un Elias J. Corey, el químico sintético, convertirse en Premio Nobel.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la posición de un metilo del esteroide se convierte en lo esencial. Es el metilo del ligando lo que determina la medalla del Nobel. Has pulido la estructura, has cambiado catorce veces el metilo de posición, has montado en cólera y has perdido por dos publicaciones de gran impacto en la lista del O.K. para la terna final, porque al entrar en la evaluación de Nature te has preguntado si era la posición exacta en la que tenías el metilo.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño las trayectorias de mis reacciones, modelo mis reactivos. Mis ligandos y mis disolventes son intercambiables, tengo siempre en mi mente la figura del catalizador.
En cuanto el financiador me libera el dinero de salida, libera toneladas de trabajo. Después queda un químico en el laboratorio que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni piernas, y que se desliza para transformar las moléculas más rápido que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del químico. Has superado con éxito la etapa inicial y el estado de transición, entras en el remate del proceso y cometes ese minúsculo error de cálculo, ese pequeño fallo estúpido (que no es de falta de planificación, porque los químicos ignoran la falta de planificación) que te aparta unas kilocalorías de la línea ideal. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido diez publicaciones importantes, luego enseguida dos publicaciones de impacto universal y la carrera al Nobel. Ya nada tiene importancia, ya no eres un químico, tus músculos se relajan, tu mente se libera, sabes que vas a perder la cabeza.

Manuel Medarde
Grupo A


Autorretrato del obrero fordista

Mi oficio consiste en ensamblar piezas. En ensamblarlas lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando está en la cadena de montaje, el hombre tiene ganas de que llegue la hora de fichar, y luego porque cuando hay varios hombres en la cadena, todos quieren fichar más rápido que los demás.
Un oficio humano.
Soy obrero.
Tuvimos a los esclavos, tuvimos a Charlot, tuvimos a los calvinistas, tuvimos a Stajánov y ahora estoy yo. Este año voy a ser empleado del mes y, en el próximo trimestre, me aumentarán el sueldo. Soy el hombre más alienado de la fábrica, el más concentrado, el más automático, y mi trabajo consiste en generar beneficios.
Todos los grandes obreros generan beneficios.
Trabajar más rápido es antes que nada trabajar de otra manera; con el fin de aumentar la productividad y el rendimiento.
Dar miedo. Trabajar de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de tenerte en pie, hasta que una generación entera trabaje como tú.
En una vida de obrero, se puede adquirir varias especializaciones, y no una y solo una.
Los alemanes llegaron a la industrialización con su ética laboral y, dos generaciones después, las cincuenta mejores fábricas del mundo funcionaban como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran obrero es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo curro a tiempo completo. Curro cuando subo los puertos con la bici en pleno verano. Vivo con una faja lumbar para currar mejor. Sonrío al sindicalista y al de prevención de riesgos porque sé que me ayudan a currar. Le doy la paliza a mi jefe, que es un inútil, porque sé que eso me ayudará a currar.
Coged a dos hombres en igualdad de peso y de material, en la misma cinta, ponedlos uno al lado del otro, y siempre soy yo el que curra más rápido.
El madrugón que pide el turno de mañana en la SEAT lo aguanto yo mil veces por semana. El calor de las panificadoras, ese que te invade hasta el hígado, lo paso yo todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todas las plantas del país y, a 10 euros la hora, las veo funcionar al ralentí.
También me preparo para esas fábricas antiguas y obsoletas que nos imponen los azares del mercado laboral. Esas fábricas ruinosas que permiten a un inspector, ese burócrata, poner una demanda.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la posición de tu dedo meñique de la mano se convierte en lo esencial. Es el dedo de la mano lo que determina el aumento. Has cepillado las palmas de los guantes, te has cambiado catorce veces las muñequeras, has montado en cólera y has perdido por dos piezas en la línea de embellecido porque al entrar en tu puesto te has preguntado en qué posición exacta tenías el dedo de la mano.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño mis gestos, modelo mis movimientos. Mis hombros y mi espalda son inquebrantables, tengo siempre en el pelo la marca del casco.
En cuanto el pitido me libera en la cola de la producción, libera toneladas de trabajo. Después queda un obrero en la pista que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni piernas, y que curra para ensamblar más rápido que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del obrero.
Has superado con éxito las grandes piezas delicadas, llegas al martillado y cometes ese minúsculo error de trayectoria, ese pequeño fallo estúpido (que no es de distracción, porque los obreros ignoran la distracción) que te aparta unos milímetros de la cabeza del clavo. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya te has destrozado un dedo, luego enseguida paras de trabajar y contigo la fábrica. Ya nada tiene importancia, ya no eres un obrero, tus músculos se relajan, tu mente se libera, sabes que vas a cogerte la baja.

Aitor Vázquez Gamboa
Grupo B


Autorretrato del lector

Mi oficio consiste en leer la montaña de libros de arriba abajo. En leer lo mejor posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando está arriba el lector tiene ganas de llegar abajo, y luego porque cuando hay varios lectores arriba todos ellos quieren leer mejor que los demás.
Tuvimos a los lectores de la Academia, que se tomaban su tiempo, a base de preguntas; a los monjes amanuenses de los monasterios medievales, que se quedaban parados leyendo, con la pluma en la mano; a los lectores ciegos que por medio del braille traducían pequeños puntos en relieve con el tacto, como en un juego de niños señalando con el dedo las primeras letras.
Tuvimos a los agentes secretos, que inventaron la máquina Enigma para desencriptar documentos herméticos, de cuya exacta interpretación dependía la suerte de las civilizaciones futuras. Un mínimo error en la lectura podía significar el Apocalipsis.
Y ahora estoy yo, el gurú, el profeta, el guía de la revolución -la revelación- de la lectura lenta y profunda. Este año voy a extender mi imperio por los e-books de todas las redes digitales, y en el próximo certamen mundial BR (Best Readers), destronaré a todos los impostores de la lectura rápida, a los falsos profetas de la IA, y hasta a aquél viejo rector de la, “in illo tempore”, prestigiosa Universidad de Salamanca, falso mesías de la lectura en diagonal.
Soy el lector más equilibrado de la montaña de libros, antiguos pergaminos, tablas de la ley o símbolos paleolíticos; el más tranquilo, el más concentrado, el más completo, y mi trabajo consiste en generar desequilibrantes dudas en los falsos lectores que resbalan veloces por la superficie de los textos, sin llegar a intuir siquiera su profundo sentido, su mensaje, su razón de ser. Mi capacidad de lectura babélica no conoce límites, a los impostores sólo les dejaré la confusión de lenguas que les llevará fatalmente a su merecida extinción. Pero antes de desaparecer sentirán el miedo, el terror insufrible ante la fatalidad de su destino, ante el abismo en el que se precipitarán desde lo más alto de su torre con cimientos de barro y falsos ídolos.
De sus cenizas surgirá el nuevo mundo de los iniciados en la lectura lenta y profunda, dueños de todos los superpoderes que nacen con su magia, las nuevas generaciones que yo crearé a mi imagen y semejanza.
En una vida de lector no se puede inventar más que un desequilibrio genial, uno y solo uno. Los estadounidenses empezaron a señalar el camino, allá por el siglo XIX, con sus sociedades literarias formadas mayoritariamente por mujeres, como si dieran a luz la palabra. Dos siglos después su imperio ha conquistado el mundo, y ha llegado a algunas cárceles, con fines de reinserción, a las residencias de ancianos, como terapia, incluso a los talleres de escritura, por abigarrados y extravagantes motivos. Todos los caminos conducen al lector.
Ahora, he llegado yo.
Ser un gran lector es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo buceo en las páginas a tiempo completo. He aprendido a hacer túneles en los libros para llegar a lo más profundo. No me deslizo por los renglones, los subrayo, como haciendo surcos para plantar mis semillas. Soy un minero que busca el diamante más puro en el centro de la tierra literaria. El Santo Grial que esconde el secreto de los libros.
Cuando duermo, leo, cuando como, leo, el único momento de mi vida en que dejo de hacerlo es cuando levanto por un momento la mirada de las páginas, con el libro reposando en mi mano abierta, y el pulgar señalando el punto de lectura. Entonces, vuelo.
La lectura lenta es la nueva religión, que redimirá al hombre enredado en las urgencias que le esclavizan a golpe de click. Seguidme con la fe de los inocentes, yo os llevaré a la Tierra Prometida. La lectura lenta y profunda es el camino, la verdad y la vida.
No me extenderé más, leed estas palabras según os he enseñado, os llevará mucho tiempo, tendréis que deteneros en cada página, en cada párrafo, intentando descifrar el ignoto saber de cada una de las palabras. El esfuerzo merecerá la pena, si lo hacéis así os prometo que se os abrirán las puertas del cielo de la lectura, y viviréis para siempre entre libros sagrados.
El silencio espera, ya os he desbrozado el camino que tendréis que recorrer cada uno de vosotros, si queréis formar parte de los elegidos.
Llegaréis así al momento definitivo, al verdadero instante de reposo absoluto y total, el reposo del lector, el nirvana puro de la lectura, ya nada tiene importancia, tu mente se libera, tu cuerpo flota, ya no eres un lector, has pasado a una nueva dimensión.
Traspasada esa puerta, inconsciente de felicidad, comenzará el éxtasis, con el mantra final que recitaba nuestra divina y telegénica precursora:
“Y hasta aquí puedo leer”.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Autorretrato del salmón

Mi oficio consiste en subir por el río de abajo arriba.
En subir lo más rápido posible. Es un oficio de salmones. Primero porque cuando está abajo, el salmón tiene ganas de llegar arriba, y luego porque cuando hay varios salmones abajo, todos quieren subir más rápido que los demás.
Un oficio reproductor.
Soy un salmón.
Tuvimos a los teleósteos y ahora tenemos a la trucha arcoíris, tuvimos al Salmo del Pacífico y ahora estoy yo, el Salmo Salar. Este año voy a ser el primer salmón en ascender; en los próximos nacimientos de alevines, ganaré la medalla de oro.
Soy el salmón más equilibrado del río, el más tranquilo, el más concentrado en cumplir con su destino, y mi trabajo consiste en fertilizar los huevos que mi novia deposita en el nacimiento del río.
Todos los salmones ya sean hembras o machos generan equilibrio natural.
Subir el río más rápido es antes que nada subir de otra manera; con el fin de sembrar la esperanza de vidas nuevas.
Dar miedo. Nadar de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de tenerte en pie, hasta que una generación entera nade como tú.
En una vida de salmón, no se puede inventar más que un desequilibrio genial, uno y solo uno.
Los Salmo del Pacífico llegaron al circo con su fama de «crazy pacific» y, dos temporadas después, los cincuenta mejores salmones del río nadaban como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran salmón es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo me deslizo a tiempo completo. Me deslizo sobre las aguas bravas en plena primavera.
Cruzo las aguas frías del mar cada día para deslizarme mejor. Sonrío a las algas que me miran al nadar entre ellas. Les doy la paliza a mis compañeros, que son unos inútiles, porque sé que eso me ayudará a avanzar.
Coged a dos salmones en igualdad de peso y de grasa acumulada, en el mismo río, ponedlos uno al lado del otro, y siempre soy yo el que nada más rápido.
Lo hago yo mil veces por semana. Escapar de las redes de los pesqueros de bajura, anticipándome a ellos, lo hago yo todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todas las rocas de la costa, nadando a veinte nudos, las veo pasar junto a mí.
También me preparo para huir de las zarpas y las fauces de los osos pardos que esperan en los rápidos, de esas zarpas blandas e imprecisas que nos imponen los azares de cada revuelta de la corriente.
Todo cuenta en tu ascenso.
Un día, la posición de tu aleta superior se convierte en lo esencial. Es esa aleta lo que determina tu supervivencia. Has pulido cien veces el golpe de tu aleta caudal, has ensayado otras tantas el cambio de ritmo en la cascada, has montado en cólera por perder dos centésimas al coronarla porque al entrar en el remolino te has preguntado en qué posición exacta tenías la aleta dorsal.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo.
Diseño mis trayectorias, modelo mis apoyos. Mis lomos y mi cola son inquebrantables, tengo siempre en mis agallas la marca de la máxima respiración.
En cuanto siento la llamada de la naturaleza que me azuza en el estuario, soy capaz de liberar toneladas de trabajo. Después queda un salmón en el agua que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni cola, y que se desliza para llegar arriba a lo alto de la montaña más rápido que los demás salmones
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del salmón.
Has superado con éxito la gran curva a la derecha y la gran curva a la izquierda del meandro, entras en el cachón último y acometes ese minúsculo tramo, ese pequeño escalón donde nada te distrae (porque los salmones ignoran la distracción) que te aparta unos centímetros de la línea ideal de tu destino. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido cinco días ascendiendo, luego enseguida la carrera entera. Ya nada tiene importancia, ya no eres un luchador contra corriente, tus músculos se relajan, tu mente se libera, sabes que después de fecundar (a eso has venido) morirás de agotamiento.

Carlos Coca Senande
Grupo A


A la man@ra d@ Raymond Qu@n@au

A arduo trabajo nos invitó Raúl. Una narración sin utilizar una vocal, quizás la más usada. No calificaría yo tal labor como fácil, más sin mucho sacrificio, afirmo, voy avanzando sin faltar a la consigna. Sigo sin dictaminar ni la historia a contar, ni distinguir si actriz o actor conducirán la trama.
¡Vamos listos!, dirá un cascarrabias. Otro más distraído quizás no haya notado si faltan los signos abolidos.
Arribando al ansiado final, gozoso concluiría mi labor si alguno notó a faltar la vocal, más no advirtió la omisión, la injuria consumada al otro símbolo. Sí, al otro. Solo dos símbolos conforman la voz ­–mirad más abajo. Si la gritáis, sin duda, voy a dar un brinco.

PEpe
Lorenzo
Grupo B


Autorretrato del pintor

Mi oficio consiste en manchar lienzos, pero mancharlos de forma hermosa, creando belleza.
Es un oficio de hombres. Primero porque cuando se empieza a manchar de colores al inicio del lienzo, el hombre tiene ganas de bajar hasta el final, y luego porque cuando hay varios hombres en lo alto de la tela, todos quieren bajarla mejor que los demás.
Un oficio muy humano.
Soy pintor.
Tuvimos a Velázquez, Goya, David, Dalí, a los impresionistas, y ahora estoy yo.
Este año he ganado el premio BMV de pintura y el próximo año ganaré el de pintura al aire libre de las Gaceta de Salamanca.
Soy el hombre más equilibrado del grupo de pintores, el más tranquilo, el más centrado, y mi oficio consiste en generar desequilibrio.
Todos los grandes pintores generan desequilibrio.
Pintar mejor es antes que nada pintar de otra manera; con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Pintar de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de mantener el nivel, y hasta que una generación entera pinte como tú. En una vida de pintor, no se puede inventar más que un estilo genial, uno y solo uno.
Los impresionistas comenzaron con su estilo sencillo, reflejando la naturaleza, jugando con la luz, usando los colores puros directamente en el lienzo, eludiendo la perspectiva, y al cabo de unos años los mejores pintores del mundo pintaban como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran pintor es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo pinto a tiempo completo. Me entreno pintando en blanco y negro, utilizado solo colores primarios, suprimiendo el negro; utilizando pintura al óleo, utilizando pintura con acrílicos, otras veces suprimo los pinceles y utilizo solamente la espátula. También manejo a la perfección las acuarelas. Sonrío al vendedor de pinceles y pinturas porque sé que me ayuda a pintar mejor. Le doy una paliza a un profesor de la escuela de Bellas, que es un inútil, porque sé que eso me ayudará a pintar.
Coged a dos hombres en igualdad de pinceles y material pictórico frente a un lienzo en blanco ponedlos uno al lado del otro, y siempre soy yo el que pinta mejor.
He visitado casi todos los museos del mundo, he copiado los cuadros más relevantes y representativos: incluso fui capaz de reproducir el cuadro de la muerte de Marat, y nadie fue capaz de distinguirlo del original.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día el uso de la brocha se convierte en lo esencial. Es la forma de impregnarla con la cantidad adecuada de pintura, de hacer la mezcla adecuada con la viscosidad precisa, y plasmar en el lienzo unas tonalidades y unas texturas que conviertan lo habitual en sublime.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño mis propios modelos, valoro las distintas perspectivas. Manejo la cuadrícula lo mismo que el estarcido, y las veladuras no tienen secretos para mí.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto El reposo del pintor.
Has superado con éxito el primer boceto, lo haces con sanguina para que no se note al pintar encima; empiezas a colorear utilizando la espátula, y estaba sucia; ese pequeño fallo estúpido (que no es una distracción, porque los pintores ignoran la distracción) que te aparta unos centímetros de lo que querías pintar. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido el equilibrio de la pincelada, luego en seguida la elegancia de la figura. Ya nada tiene importancia, ya no eres un pintor, tu pintura se relaja, tu mente se libera, sabes que vas a poder pintar cualquier bodrio.

José Luis Fonseca
Grupo A


Autorretrato de la guerra

Mi oficio consiste en recorrer toda la geografía, bajar y subir montañas, recorrer llanuras y mesetas, vadear ríos, esconderme en el desierto y arrasar ciudades. Y hacerlo lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando el hombre está en un lugar, tiene ganas de conquistar otro y se encuentra con otros que tienen ganas de conquistar y quemar y arrasar más rápido que los demás. Un oficio humano.
Soy la guerra.
Tuvimos las guerras de Lagash y Umma, tuvimos a Alejandro Magno, que lo destruyó todo a su paso, tuvimos las Guerras del Peloponeso, tuvimos a Aníbal y a Julio César, tuvimos la Guerra de los Cien Años y las de los Seis Días, tuvimos al Duque de Alba, tuvimos la Gran Guerra y la guerrilla, la Guerra Civil y la Mundial, tuvimos a Hitler, y ahora estoy yo. Este año voy a ser campeón del mundo, como fueron campeones los anteriores, porque fueron los más desequilibrados y yo ahora soy el más desequilibrado y en eso consiste mi trabajo, en generar desequilibrio, caos, destrucción, cuerpos desmembrados, muerte. Hay que sembrar desdicha y sufrimiento.
Dar miedo. Iniciar batallas de tal forma que los demás estén convencidos de que todos van a morir, hasta que varias generaciones pasen hambre, desaparezcan, pierdan sus piernas, su historia, su esperanza y todo se cubra de polvo y escombro y huela a sangre.
Durante la guerra, uno debe inventar cómo sobrevivir en el desastre. Napoleón llegó a Trafalgar con su fama de vencedor. Dos derrotas después, tuvo que retirarse para ceder el paso a otras batallas.
Ahora estoy yo.
Las grandes guerras exigen una entrega absoluta y una concentración total. Yo me entrego a tiempo completo. Busco filósofos con espíritu de filántropos que hablen sobre la grandeza de las patrias, religiones que justifiquen mis campañas, busco gobiernos que las patrocinen, que respalden todo el gasto en armamento, tanques, misiles antiaéreos, drones, teléfonos móviles, armas de nueva generación controladas por IA. Le pongo mi mejor sonrisa al presidente y al periodista que me da publicidad y me defiende en las noticias. Me río, me desternillo, en las convenciones de paz y en las asambleas. Me conozco al dedillo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para saltármela a la torera. Ponedme delante a dos hombres iguales y los convenceré de que uno de ellos merece morir, para luego verter la sangre de los dos.
También me preparo para situaciones imprevistas que nos imponen el azar o los embargos.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, un cambio inesperado en la estrategia del contrincante se convierte en lo esencial, una guerra de desgaste, diezmar los recursos, atacar por el lugar más abrupto e insospechado. O puede ser una nevada imprevista en primavera, en Las Inviernas, en Veguillas, en Algora, los tanques se hunden en el barro, de la misma manera que tus pies, y. aunque hayas cepillado la suela de tu bota, andar es imposible y llueve la metralla que viene de todos lados, y lloras porque los cuerpos de tus compañeros caen sobre la fría tierra, inertes, sus cuerpos rotos, su olor a hierro, sin alma, y piensas en tu familia tan lejos, por qué vine a esta guerra, y el general, que solo trabaja y duerme, duerme y trabaja, planifica tácticas para vencer, insiste, hay que avanzar, hay que ser más rápidos, ser más rápidos, hay que vencer. Lo contrario es la muerte.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo de la rendición y la vergüenza.
Has superado con éxito muchos combates, pero cometes el error de la ambición desmedida, la soberbia excesiva, has cruzado demasiadas líneas, la pompa se ha convertido en cólera e ira, y sabes que tendrás que enfrentarte al escarnio público y tendrás que responder de todas las atrocidades cometidas, y nunca nadie te perdonará. Ya nada tiene importancia. Te dejarán solo. Todo a tu alrededor es odio.

Marisa Sánchez García
Grupo C


Autorretrato del taoísta

Mi oficio consiste en mantener el equilibrio entre el Yin y el Yang. Deshacer el desequilibrio lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando domina el Yin, el hombre tiene necesidad de equilibrar el Yang, y luego porque cuando hay varios hombres dominados por el Yin todos se mantienen en la inactividad para alcanzar el equilibrio más rápido que los demás.
Un oficio humano.
Soy taoísta.
Tuvimos a Hua Zi, tuvimos a Lao Tsé , tuvimos a Yang Zhu, tuvimos a Zhuang Zi, tuvimos a los erróneos confucianos, y ahora estoy yo. Este año voy a ser el más inactivo y en las memorias de la no acción quedaré como el más impasible. Soy el hombre más equilibrado del mundo, el más impasible, el que menos interviene, y mi trabajo consiste en generar de (Virtud).
Todos los grandes taoístas deshacen desequilibrios y generan de. Hacerlo mejor que otros es irrelevante; sólo el yo importa. Pero puedo hacerlo de otra manera, con el fin de alcanzar mejor la quietud, la pasividad, ser uno con la naturaleza.
¿Dar miedo? Es un sinsentido, se trata de meditar profundamente, aunque los demás estén convencidos de que no llegarás a alcanzar el Gran Misterio.
En una vida de taoísta no se puede inventar más que un equilibrio genial, uno y solo uno.
Los confucianos llegaron al mundo espiritual con sus ritos rigurosos morales y sociales, y dos temporadas después muchos se purificaban como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran taoísta es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo medito a tiempo completo. Medito cuando truena, cuando llueve, cuando el tiempo es clemente. Vivo con lo mínimo y no tengo nada de provecho cerca. Sonrío al pío y al impío porque no provocan diferencia en mi consecución del equilibrio con la naturaleza. No molesto a quienes están cerca, por venales que sean, porque sé que eso me ayudará a alcanzar la impasibilidad.
Coged a dos hombres en igualdad de quietud y equilibrio en la misma situación, ponedlos uno al lado del otro y siempre soy yo el que da menos importancia a las diferencias.
Los hexagramas del I Ching, que representan situaciones de la vida diaria, yo los interpreto mil veces por semana. Los arcanos más irregulares, los que se deben interpretar con más cuidado, los descifro, si los tallos de milenrama caen así, todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todos los hexagramas y sus consecuencias e interpretaciones y meditando los veo pasar al ralentí.
También me preparo para esos días blandos e insustanciales que nos imponen los cambios de la naturaleza y el mundo. Esos días en los que los cambios se suceden lentos y la vida parece estancarse, que permiten a los adeptos al budismo Zen confundir la realidad cambiante del mundo con la quietud y la calma.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la posición de tu dedo meñique del pie se convierte en esencial. Es el dedo del pie lo que determina la concentración. Has relajado cada uno de tus músculos, has acompasado la respiración, has eliminado todo pensamiento, has desnudado tus brazos y piernas y pierdes la meditación perfecta porque te molesta, o te pica, o se te inflama el meñique, y el desequilibrio te alcanza porque no sabes qué pasa con el inefable dedo.
Cuando duermo, medito; cuando trabajo, medito; cuando como, medito. Diseño mi día para alcanzar el desapego y la unidad con el mundo. Mi grado de consciencia es inquebrantable, tengo siempre presente que el que sabe no habla y el que habla no sabe.
En cuanto comienza el día, se liberan toneladas de ocasiones de practicar el Tao. Después queda un hombre que contempla el Cielo, pero no se apoya en él; que practica la virtud, pero no es su esclavo; que observa los ritos sin imponer prohibiciones; que acepta la tarea y no la rehúsa; que se apoya en la gente y no la menosprecia; que hace por los seres, aunque estos no lo merezcan.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en la vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del taoísta.
Has superado con éxito el paso del día a la tarde y a la noche y la llegada del nuevo día, la nueva tarde, la nueva noche, y entras en ella y cometes el error de considerarte mejor que los demás (error que no es de distracción, porque un taoísta ignora la distracción) que te aparta una décima de segundo de tu objetivo de equilibrio y unidad con el todo. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido este instante, la mañana, el día. Ya nada tiene importancia, ya no te sientes un verdadero taoísta, tus músculos se relajan, tu mente se libera, no sabes si estás soñando, tal vez estás soñando. Recuerdas que si sueñas una mariposa dudas de si no serás tú el sueño de una mariposa.

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Meditación taoísta sobre el libro, a contrastar con la oulipiana:

“El Tao estimado del mundo está en los libros. Los libros no son más que palabras, y las palabras tienen algo por lo que se las puede estimar. Lo estimable en las palabras es la idea. Las ideas tienen un objeto, pero el objeto de las ideas no se puede expresar con palabras. Mas como el mundo estima las palabras, las trasmite por medio de los libros. Aunque estimados éstos por el mundo, no los tengo yo por dignos de estima. Pues lo que se estima no es lo verdaderamente estimable. Al igual que lo que se puede ver son las formas y colores, y lo que se puede oír son los nombres y sonidos. ¡Lástima! Imagina el mundo que por las formas y colores, por los nombres y sonidos, es posible conocer la realidad de las cosas. Pero la verdad es que por las formas y colores, por los nombres y sonidos, no es posible conocer la realidad de las cosas y por eso el que sabe no habla y el que habla no sabe[1]. Mas, ¿podrá comprender esto el mundo?”

Zhuan Zi. <<Maestro Chuang Tsé>>. Kairós (1996). Libro XIII, VII. Pág. 146.

[1] Cita de Lao Tse. 

Juan Delgado
Grupo A


Tautograma P

Palmira permanece postrada
pero permanentemente pasea por pueblos perdidos
porque pretende paraísos posibles.
Personas precavidas predicen
perjuicios permanentes,
pero Palmira permanece perezosa,
perdona patrañas,
pinta princesas, pájaros,
pequeños pormenores.
Pausadas pinceladas producen
profundos pesares.
Palmira profiere palabras
para predecir posibles prejuicios
pero pretende pistolas
para promover pensamientos.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


Bola de nieve oscura

Y

sin
días,
horas,
sueños,
esperas
pensando
ausencias
tenebrosas,
revolviendo
ensimismada,
impávidamente
reminiscencias
fantasmagóricas.

Pilar Sánchez Barbero
Grupo A


Autorretrato del detective Leonor Martín

Mi oficio es el de detective privado. Es un oficio unisex. Consiste en describir lo mejor posible historias que luego relato. Primero, porque cuando estás en el inicio de la investigación, el cliente está ávido de ir descubriendo los recónditos lugares, accesibles a la curiosidad humana, generando desequilibrio entre la duda y la realidad. Todos los grandes detectives generan desequilibrio. Averiguar y contratar pruebas para sembrar la inquietud y la duda.
Ser el mejor detective consiste en convencer a tu calidad relatando a los demás episodios que solo tú fuiste capaz de descubrir.
Sobrevolando el Mediterráneo, camino a Egipto, a 10.750 de altitud, bordeamos Italia con una temperatura exterior de -50 grados. Me exijo una entrega absoluta a la concentración sobre la pareja que, hombro sobre hombro, comenta “faltan tres horas cincuenta y seis minutos para llegar a Asuán.” Observo sonriendo al pasajero que dos filas atrás parece prestar íntima atención a la misma pareja, mientras yo organizo las líneas en mi supuesta investigación. Me conozco todas las trampas literarias de novelas con suspense.
Creo haber perdido la atención sobre el ritmo implacable que llevaba, reescribiendo varias veces sobre mi supuesta duda acerca de posibles relaciones a tres. Me propulso hasta la cima de la revelación más veraz, hasta conseguir extraer el lado más oculto.
Llevamos hora y media de vuelo y los pasajeros ya empiezan a impacientarse dentro de este gigantesco cuerpo de acero que se desliza entre las nubes, sin embargo, yo continuo llenando páginas con diferentes propuestas hasta quedar exhausto y perder la vista paladeando el paisaje que dibujan las nubes, sorteando la calima, dejando entrever el azul de alfombradas aguas, atravesando pompones de nubes de parecen de nácar y ahí me llega el verdadero reposo, donde la distracción me aparta de la historia real. Ya nada tiene importancia. Sé que acabaré en los brazos de Morfeo.

Leonor Martín Merchán
Grupo A


Autorretrato del jardinero

Mi oficio consiste en hacer surcos de arriba abajo. En llenarlos de semillas lo mejor posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando el surco está a lo alto del montículo el hombre tiene ganas de llegar hasta el final, y cuando hay varios hombres arriba, todos quieren bajar más rápido que los demás.
Un oficio humano.
Soy jardinero.
Tuvimos a André La Notre que diseñó Versalles, Teofrasto primer jardinero de la historia, Columela, historiador de árboles, Miguel Urquijo, diseñador de los jardines más famosos de Madrid, Jerónimo de Algora, jardinero de Aranjuez, Y ahora estoy yo. Este año he sido galardonado con el premio Alhambra al proyecto de jardinería pública y el próximo premio AGM al mérito de jardinero europeo me lo darán a mí.
Soy el hombre más equilibrado del campo el más tranquilo, el más concentrado y mi trabajo consiste en generar desequilibrio.
Todos los grandes jardineros generan desequilibrio. Plantar mejor es antes que nada plantar de otra manera con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Sembrar de tal forma que los demás estén convencidos que no serás capaz de mantener el nivel de colorido en las flores, hasta que una generación entera siempre como tú.
En una vida de jardinero, no se puede inventar más que un estilo genial ,uno y solo uno.
Los jardineros, italianos, franceses e ingleses llegaron con su fama y dos temporadas después, los 50 mejores jardineros diseñaban como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran jardinero es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo abro la tierra trabajo a tiempo completo. Preparo la tierra acondicionando el suelo nivelándolo e instalando y operando sistemas de riego y drenaje. Planto árboles, setos, plantas de jardín y césped.
Coges a dos hombres en igualdad de material con dos arbustos iguales con los uno al lado del otro y siempre soy yo el que mejor y más rápido lo podo. planto lechos de flores, áreas de césped y árboles, considerando la cantidad de sol, el tipo de tierra y el espacio disponible para que la raíces puedan desarrollarse, sin arruinar las construcciones de alrededor. Riegos las plantas según se necesario y controlo el riego automático todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todas las plantas de los jardines y las veo pasar por mi mente al ralentí.
También fertilizo las plantas, identificando las sustancias químicas y fertilizantes apropiados.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, me doy cuenta que los diversos aportes provenientes de la idiosincrasia cultural española y la multiplicidad de variantes regionales, aportarían unas características especiales para el arte de la jardinería y vinculándolas con el urbanismo, así como una concienciación social hacia la ecología, me ha llevado a la creación de proyectos, cada vez más vinculados al entorno natural.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño, mis jardines, modelo los arbustos. Mis brazos son inquebrantables, tengo siempre en mi cabeza el sombrero, protector del sol.
En cuanto el arquitecto, aprueba el diseño del jardín, libera toneladas de trabajo. Después queda un jardinero frente al terreno, que ya no tiene ojos ni cabeza ni piernas y que siembra para llegar al final más rápido que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega a una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del jardinero.
Has superado con éxito. Ese pequeño fallo estúpido (que no es distracción, porque los jardineros ignoran la distracción), que te aparta unos centímetros del paralelismo de los surcos. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso.
Ya has perdido la perspectiva,luego enseguida la originalidad.
Ya nada tiene importancia ya no eres un jardinero, tus brazos se relajan, tu mente se libera, sabes que vas a romper la armonía del jardín.

Áfrika Gómez
Grupo A


Mala memoria

Mi madre me mandaba muchos marcapáginas. Mis manos manoseaban mansamente mantas maltrechas. Miraba minuciosamente mil manchas marrones maquillando mis manos, mientras moribundos manuscritos moraban mi memoria. Mi madre, mitad maestra, mitad madre, me mostraba mundos misteriosos, mares maravillosos.
—Mira, mi muñeca, memoriza mentalmente.
Mantengo momentáneamente mi mirada, memorizo mi mar. Mil maravillas magnetizan mi mirada: mamíferos marinos, morsas, manatís, medusas… Mientras, mi madre me mira melancólica.
—Me moriré, mi muñeca —me murmuró.
Me martirizaba mi memoria. Mi mar me mecía, mitigaba mi mal, me maravillaba, mientras mi madre moría.

Tomás García Merino
Grupo B


Autorretrato del succionador

Mi oficio consiste en excitar el clítoris de arriba abajo. En enardecerlo lo más rápido posible. Es un oficio de estimuladores. Primero porque cuando está arriba, el estimulador tiene ganas de llegar abajo, y luego porque cuando hay varios estimuladores arriba, todos quieren bajar más rápido que los demás.
Es un oficio estimulante.
Soy succionador.
Tuvimos los penes realistas, tuvimos los dildos dobles, tuvimos las bolas chinas, tuvimos el conejito, tuvimos los vibradores rotacionales que sonaban como una carraca oxidada y ahora estoy yo. Este año volveré a ser líder mundial de diseño y, en los próximos Design Awards, ganaré el primer puesto.
Soy el estimulador más efectivo del mercado, el más potente, el más silencioso, y mi trabajo consiste en generar orgasmos.
Todos los grandes estimuladores generan orgasmos. Bajar más rápido es antes que nada bajar de otra manera; con el fin de sembrar el placer y la dicha.
Dar gusto. Succionar de tal forma que los hombres estén convencidos de que no serán capaces de hacerte sombra, hasta que una generación entera succione como tú.
En una vida de succionador, no se puede provocar más que un squirt genial, uno y solo uno.
Los de Womanizer llegaron al mercado con su fama de «producto carísimo» y, dos años después, los succionadores de imitación del mercado provocaban el clímax como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran succionador es una condición que exige un diseño perfecto de sí mismo y una potencia total. Yo genero placer a tiempo completo. Genero placer cuando descargan mi batería en pleno arrebato. Vivo con una cubierta de lubricante de cincuenta kilos sobre la boquilla para generar placer sin dolor. Sonrío al dedo y al pene de goma porque sé que me ayudan a generar placer. Le doy la paliza a la glándula pituitaria, que es una inútil, porque sé que eso me ayudará a generar endorfinas.
Coged a dos estimuladores en igualdad de peso y de material, en la misma vulva, ponedlos uno primero y luego al otro, y siempre soy yo el que genera placer más rápido.
El descargo de oxitocina la hago yo mil veces por semana. La liberación de melatonina, esa que se resiste cuando hay demasiado agobio en el trabajo, la hago yo todas las noches antes de ser recargado. Me conozco al dedillo las necesidades fisiológicas y, a cientos de pulsaciones por minuto, las conduzco al frenesí.
También estoy preparado para combinaciones de juguetes que entran a la acción cuando hay otra persona adicional en la ecuación íntima. Estos momentos que permiten a una buena pinza para usar en pareja, con vibración vaginal interna a parte de la succión externa, convertirse en campeón del orgasmo.
Todo cuenta para dar placer.
Un día, tener una batería de litio de larga duración se convierte en lo esencial. Es la batería lo que determina el orgasmo. Has subido la potencia, has cambiado varias veces de modo de succión, has jugueteado entre distintos puntos y has dejado de funcionar a dos minutos del clímax porque la noche anterior te has olvidado de poner a cargar la desgastada batería.
Cuando me apagan, no trabajo, cuando me recargan, no trabajo.
Expertos en la materia diseñan mis programas, modelan mis desarrollos. Mis circuitos y recubrimientos son inquebrantables, tengo siempre en la boquilla la marca del lubricante.
En cuanto la persona que me usa me coloca sobre el clítoris, libera toneladas de trabajo. Después queda un estimulador en la mesita de noche que ya no tiene ni circuitos, ni cables, ni carcasa, y que se desliza para llegar al clímax más rápido que los demás estimuladores.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida útil, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del succionador.
Has superado con éxito la posición específica alrededor del glande y el perfecto acoplamiento, entras en el vaivén de caderas y cometes ese minúsculo error de degradación de la batería (que no es mal diseño de producto, porque los succionadores ignoran el mal diseño de producto) que te aparta unos segundos de abrazar el órgano sexual. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido diez centésimas, luego enseguida dos décimas y la llegada al clímax. Ya nada tiene importancia, ya no eres un succionador, tu batería se acaba, tus circuitos se queman, tu mente se libera, sabes que vas directo al cubo de basura.

Sara GL Terren
Grupo C


La peonza

Mi oficio es girar y girar, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, lo más rápido posible, hasta que la gravedad y el rozamiento del aire terminan por tumbarme, después de describir círculos cerca de la superficie. Es un oficio de peonzas. Primero porque cuando te lanzan, tiendes a girar y girar más deprisa y porque si hay varias personas lanzando peonzas todas quieren que su peonza gire más deprisa y permanezca más tiempo girando.
Es una actividad propia de las esferas.
Tenemos los trompos, el leviton, las perinolas japonesas, el spun, los dreidel judios, los snurra suecos y luego estoy yo. Y en grandes esferas tenemos las estrellas y los planetas.
Soy el juguete más equilibrado del mundo, el más antiguo, el más popular, el más noble y el más barato y mi principal objetivo es generar desequilibrio.
Las grandes esferas y las pequeñas generamos desequilibrio. Si giramos muy rápido generamos inquietud y duda y con el tiempo si continuamos girando, establecemos órbitas.
En una vida girando no se puede inventar más que una trayectoria genial o una órbita única.
Los americanos llegaron a la luna no sin antes girar y girar alrededor de la tierra varias veces y luego los chinos y los rusos, todos girando y girando hasta coger el impulso necesario y el ángulo justo para cambiar de trayectoria e impulsarse en otra órbita para dar más vueltas antes de alunizar.
Ahora estoy yo.
Ser una buena peonza requiere una buena fabricación y la persona que te lanza debe tener seguridad y buena concentración.Yo me deslizo girando en el cemento, en la tierra batida, en baldosines brillantes y en la palma de la mano.
Mis dueños reparan la cuerda, me sacan brillo y frotan mi eje de metal porque saben que eso ayuda a girar y deslizarse mejor.
Millones de veces hago giros conocidos como “el carrusel”, “el bumerán”, “la Cobra” y” El Cohete”, esos los hago yo mil veces por semana, Y antes de acostarse, Gerardo Moreno, el campeón del mundo de peonza, siempre hace el truco llamado “el Dormilón”.
También estoy dispuesta y encantada de que me lancen los niños y me recojan en sus manitas y que así comprendan la importancia de los círculos y la rotación de las esferas..
Todo cuenta en la vida de una peonza……
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El cuerpo en reposo de una peonza.
Has realizado mil giros, mil deslizamientos increibles e hipnóticos, pero tu dueño comete un minusculo error de calculo al lanzarte, o se le engancha la cuerda, ese pequeño fallo estúpido e inexplicable porque nunca habia ocurrido, que te aparta unos centimetros de la trayectoria adecuada y esperada y sales despedido hacia lo desconocido. Y ahí llega el reposo absoluto, la desaparición para siempre, el olvido en un lugar escondido e inalcanzable, quizás en una alcantarilla, en un árbol, en el río o en un gran descampado solitario y abandonado.Ya nada tendrá sentido en tu vida como peonza, ya nada tendrá importancia. Ya no serás más un juguete interesante y antiguo, tu madera o tu metal se descompone o se oxida. Serás el más noble compost en el mejor de los casos, pero seguirás rotando formando parte del ritmo inalterable y perfecto de La Tierra.

AMF
Grupo C


Autorretrato del corredor de fondo

Llevo tres días delante de la hoja en blanco, tratando de definir, si oficio, o hobby lo que para mí representa ser un corredor de fondo. Siento el mismo miedo que cuando decidí cambiar mi vida y una mañana muy temprano, hace muchos años decidí ser corredor de fondo, me calcé las zapatillas, aún no se había despedido la noche, y tímidamente clareaba el día en ese parque donde tantas mañanas soñaba que sería un atleta, el mejor. Me veía en grandes maratones, cuando apenas era capaz de aguantar treinta minutos corriendo, pero mi voluntad es de hierro, el correr me llena, me hace sentir vivo, doblemente vivo, lleno de fuerza y de ganas de existir, me sentía liberado.
Esos momentos, para estar solo , únicos para pensar y sentir, para meditar, para arreglar lo que a veces parecía no tener remedio.
Corrí sobre la tierra seca de un parque, donde soñaba que algún día conseguiría ser el primero, corría en el monte donde no oía nada, absolutamente nada, a excepción de mi respiración y el latido de mi corazón, el sonido de mis pasos.
Me veía, me sentía capaz de correr un maratón, y no un maratón cualquiera. Al poco tiempo corrí el primer maratón y después le siguieron otros cinco; siempre tratando de mejorar el anterior, luchando conmigo mismo.
Corrí en la pista, en ruta, en la carretera, en la montaña , fui , corredor de club, conseguí objetivos que solo estaban en mi cabeza.
Sentí un placer inmenso corriendo, pero también dolor. Me caí y me volví a levantar. Me hice más solidario, más humilde. Gane carreras, pero también fui derrotado, y aprendí a dar la mano al ganador.
Las malditas lesiones, las recuperaciones en la playa, con la mirada fija en el horizonte, ni siquiera me molestaban las gaviotas. Me hice amigo de las olas que servían de bálsamo para mi cuerpo.
Empezaba a entender la soledad del corredor de fondo. A sentirla, a veces a quererla, a veces a odiarla.
Correr es luchar. El corredor corre para vencer sus límites, para alcanzar su objetivo y cuando se consigue la satisfacción interior que se siente es inmensa. En la derrota tampoco esperas que nadie te consuele.
Correr me ha permitido conocer bellas ciudades, hacer grandes amigos.
Y lo más importante, poder trasmitir estas vivencias a nuevos corredores.
Correr es un modo de sentir la vida en cada instante, plenamente.

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Invectiva amable en bola de nieve

Como existen oulipianos de fondo, como Italo Calvino, dedico estas bolas de nieve

Al lúdico oulipiano formal.

y
al
mar
vete
libre
cuando
impidas
plantear
problemas
metafísica
soliloquios
evanescentes
evanescencias
desternillantes

a
la
vez
solo
serás
cuando
sientas
plenitud
matemática
percepción
tragicómica
personalidad
lexicográfica
juguetonamente
permutablemente
biblioteconómica

Juan Delgado
Grupo A


Problemas

Parece ser que hay imposibles oulpianos. He tratado de establecer un juego (pseudo)literario, (pseudo)matemático en (pseudo) bola de nieve, con los apellidos de los autores oulpianos existentes según la página web https://www.oulipo.net/fr/oulipiens.
Incapaz de resolverlo, quede para alguien más sagaz que yo.
Por otra parte, dejo como insustancial enigma lo que las siguientes series de letras y números puedan significar. No es un juego interesante, es obvio, pero puede que, como muchos de los problemas formales de los “oulipiens”, sea un entretenimiento más. De hecho, si no es tan trivial como los otros, probablemente lo sea más. Y decepcionantemente simple. Disculpas por todo ello.

HIKTUVXYZ
2 9 5 15 4 2 1 3

Bens
Monk
Audin
Berge
Berti
Forte
Jouet
Latis
Levin
Perec
Salon
Arnaud
Martín
Mélois
Métail
Queval
Bénabou
Blavier
Calvino
Caradec
Chapman
Duchamp
Etienne
Fournel
Garréta
Lescure
Mathews
Pastior
Queneau
Roubaud
Schmidt
Braffort
Chambers
Grangaud
Lécroart
Beaudouin
Duchateau
Le Tellier
Le Lionnais
Cerquiglini
Rosenstiehl

Juan Delgado
Grupo A


Autorretrato de la coma

Mi oficio consiste en separar, en esperar, en permitir la pausa precisa y la respiración incompleta. Pluriempleada a tiempo parcial, tengo instinto de persecución, soy extremo del punto, fagocito su destino y me elevo hacia proa con vientos del sur, para dar paso a mis hermanas comillas.
Soy la coma.
Pertenezco a una familia ortográfica, casi tribal, junto a mi prima Enumerativa, mi hermana Vocativa, mi tía Eliptica, la inteligente explicativa del primero, la hiperbática y su pareja adversativa.
Pero da miedo pensar que la vida se paraliza cuando alguien entra en coma, y son los tubos (coma) cables (coma) sondas médicas (sin coma) y nuestra conciencia superior es anulada y empujada al precipicio. Todo porque Coma, de apellidos : Puntuación Ortógrafica, pelea un lugar en el universo, junto a mi homónima homógrafa sanitaria.
Porque ser coma, exige autocontrol. Especializarte en un campo exigente como la coma matemática, acompañando a números finitos(coma) delimitados y a la vez sintiendo la infinitud en el rostro junto a letras griegas, que fueron "PI"soteadas, porque los números querían dejar de ser enteros.
Junto a los resultados económicos y financieros, soy imprescindible e impresionante, cuando mi posición avanza hacia la derecha, y las personas hacen planes (coma) les cambia la cara y pueden llegar a ser infelices.
Aún siendo martirio de estudiantes con decimales, ser una coma, exige una condición de entrega absoluta de si misma.
Mi futuro es incierto con las nuevas tecnologías (coma) pero prometo resistir en los Talleres de Escritura Creativa.
Punto final.

GuADAlupe
Grupo C


Autorretrato del cotilla

Mi oficio consiste en escuchar, interpretar y difundir toda información que me llega de forma clara y concisa, de no ser así, traducir según mis propios intereses y principios sus voces siempre de forma ventajosa para mi persona.
Soy cotilla, es un oficio de mujeres, primero porque una cotilla es el precedente del corsé, después, porque mucha información me llega de voces femeninas.
Todas pretendemos la cumbre de la noticia, yo cotilla diplomada, con años de experiencia traduzco y divulgo de modo práctico.
Hemos tenido cotillas desde que el homínido levantó la vista, creyó escuchar un ruido gutural y lo convirtió en disputa. Por qué sabemos que Cleopatra era una vampiresa y Calígula un psicópata? No era la Celestina una cotilla honrada? No fue Óscar Wilde quien afirmó que la historia es únicamente chismorreo?
Soy la mujer con más dedicación al oficio de la Calle Central, la más selectiva en el trabajo, la más dedicada a mis funciones. Mi trabajo consiste en generar desequilibrio.Todas las grandes cotillas generamos inestabilidad.
Transmitir la información antes que el resto origina dudas, hay que hacerlo de tal forma que los demás estén convencidos de su veracidad lo que requiere templanza y seguridad. En la vida del cotilla hay que percibir y también inventar, exige una entrega absoluta de atención a tiempo completo. Sobornar vecinos para anticipar la noticia y así manejarla a mi antojo.
Soy la mejor cotilla. Cuando paseo observo, cuando escucho hilvano, cuando como estoy alerta, cuando duermo recopiló para llegar siempre la primera.
Conozco los secretos de cada escalera, cada misterio entre vecinos y hasta cada sospecha entre consortes; pronto un canal de bulos y enredos solicitará mis servicios y ganare el Grammy a la mejor cotilla.
Luego llega el reposo, dejas de oír, los murmullos se pierden y la soledad te estrangula, nadie habla, te pierdes, te extravías, nadie hablará de ti porque la verdad es que nadie creyó en ti.

Elena Domínguez Pérez
Grupo C


Autorretrato del arqueólogo

Mi oficio consiste en retirar capas de tierra de arriba abajo. En retirarlas lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando estás al inicio de la excavación,

el hombre tiene ganas de llegar abajo, y luego por-que cuando hay varios hombres arriba, todos quieren escarbar las capas más rápido que los demás.
Un oficio humano.
Soy arqueólogo.
Tuvimos a Flavio Biondo, tuvimos a Arthur Evans, tuvimos a Donald Johanson, tuvimos a Howard Carter tuvimos a los franceses y ahora estoy yo. Este año recibiré el prestigioso premio Field Discovery, otorgado a la mejor investigación arqueológica del año por el Instituto de Arqueología de la Universidad de Shanghái..
Soy el hombre más equilibrado del yacimiento, el más tranquilo, el más concentrado, y mi trabajo consiste en generar desequilibrio. Todos los grandes arqueólogos generan desequilibrio. Localizar más rápido un objeto es antes que nada trabajar de otra manera; con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Remover de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de leer entre los estratos, hasta que una generación entera excave como tú. En una vida de arqueólogo, no se puede inventar más que un método genial, uno y solo uno.
Los franceses llegaron a la ciencia con sus misiones arqueológicas y culturales y pocos años después, la comunidad científica europea continuó interpretando la vida de nuestros antepasados como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran arqueólogo es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo estudio a tiempo completo. Realizo prospecciones cada vez que salgo de senderismo por las diferentes zonas donde vivo. Atesoro en mi despacho enormes cajas de materiales pendientes de limpiar y clasificar. Le doy la paliza a mi mujer con piedras talladas, huesos y restos de cerámicas que dejo tirados y sucios al pie de las escaleras, antes de incorporarlos a la facultad, porque sé que ello me ayudará a identificarlos.
Coged a dos hombres en igualdad de yacimiento y época, ponedlos uno al lado del otro, y siempre soy yo el que avanzará más rápido en sus pesquisas.
Un buen análisis espacial, un conocimiento geológico de la zona, un estudio detallado de diferentes fotografías aéreas y comienza el trabajo. Divido en cuadrículas el espacio a excavar. Cada estrato se remueve capa por capa, unidad por unidad, dejando testigos del propio terreno para la identificación posterior. En mi cuaderno de excavación anoto y dibujo cada objeto o fragmento hallados con sus coordenadas. El registro arqueológico me ayudará a sintetizar los hallazgos a través de la observación de los restos de artefactos, ecofactos y muestras del suelo. Después llegará el análisis en el laboratorio.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la localización de una mandíbula potente se convierte en lo esencial. La cepillas con reservas no siendo que ese diastema retromolar no sea otra cosa que barro endurecido y es lo que determina el éxito. Estás ante lo que parecen restos de un neandertal y cambia la historia de la evolución humana.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño mis teorías. Modelo mis conocimientos anteriores, tengo siempre en mi mente las dudas del desconcierto.
En cuanto el resultado apoya mi instinto, comienza la indagación. Después queda un un hombre que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni piernas, y que estudia para llegar a una conclusión más rápido que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del arqueólogo.
Has superado con éxito la prueba del Carbono 14, has clasificado correctamente la especie y cometes ese minúsculo error de la estratigrafía confusa derivada de la falla tectónica donde se asienta el yacimiento, ese pequeño contratiempo que desplaza la línea continua de la estratigrafía. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. La lógica de una secuencia. Ya nada tiene importancia, ya no eres un arqueólogo, tus búsquedas se relajan, tu mente se libera, sabes que vas averiguar la fecha exacta.

Romy Martínez
Grupo A


Autorretrato de una sirena

Mi oficio consiste recorrer los siete mares de arriba abajo para atrapar hombres. Es un oficio de sirenas. Primero porque cuando se está arriba de las olas, las sirenas tenemos ganas de llegar abajo, a las profundidades marinas, y luego porque cuando hay varias sirenas arriba, todas queremos bajar más rápido que las demás.
Un oficio propio de seres mitológicos.
Soy sirena.
Tuvimos a aquellas sirenas maliciosas que con sus cantos maravillosos quisieron perder a Odiseo, tuvimos a aquella sirenita que quedó convertida en piedra, mirando para siempre las olas de Copenhague, después de haber sido olvidada por su príncipe, tuvimos a aquella Rusalka de Dvorák que obsesivamente le cantaba a la luna todas las noches pidiendo que volviera su amado, que no volvió jamás y que, dicho sea de paso, también le abandonó. Por último, tuvimos a aquella Ariel, que, a diferencia de sus hermanas, tuvo un final feliz y terminó cantando absurdas canciones al lado de un cangrejo bobalicón, y ahora, estoy yo. Éste año voy a encontrar por fin a mi príncipe azul y en el próximo verano me casaré con él, lo voy a atrapar. Soy la sirena más bella de los siete mares, la que mejor canto, la que mejor nado, la que tiene la cabellera más larga y radiante y mi trabajo consiste en atrapar a los hombres.
Todas las grandes sirenas de la historia y los mitos, las narraciones fantásticas y los cuentos para dormir para infantes, se han dedicado a atrapar hombres, a perderlos con sus cantos y su belleza. Cantar en un tono más alto, nadar más rápido que ninguna, eso es antes que nada ser SIRENA de otra manera; con el único fin de atrapar a tu príncipe.
Inspirar amor, atraer. Engañar con tu canto, que todas las demás sirenas estén convencidas de que no serás capaz de repetir tu hazaña, hasta que una generación entera de sirenas sea tan bellas como tú, canten tan alto como tú, naden tan rápido y ágilmente como tú.
En una vida de sirena, no se puede inventar más que una estrategia de seducción genial, una y una sola. Las sirenas de los mares de Odiseo llegaron a la máxima gloria de la historia con su fama, "crazy mermaind"
Ser una gran sirena es una gran condición que exige una entrega absoluta de sí misma y una concentración total. Yo me deslizo entre las olas de tiempo completo. Me deslizo cuando subo a los puertos con mi larga cola de pescado en pleno verano. Vivo con el peso del océano sobre los hombros para deslizarme entre las olas mejor. Sonrío a los cardúmenes que se atraviesan en mi camino y a la ballena gris que me ayuda a deslizarme. Le doy una paliza a mi hermana sirena de cabellos azules, que es una inútil, porque sé que eso me ayudará a deslizarme olas arriba y a encontrar a mi príncipe. Coged a dos sirenas de igual belleza y aptitudes para el canto y el nado en la misma cresta de la ola, ponedlas una al lado de la otra y siempre soy yo la que se desliza más rápido y mejor, la que alcanza las más altas notas.
El tono más alto en la escala que pide el primer rayo de luna en mitad del océano, lo doy yo mil veces por semana. Las crestas de las olas al final de los arrecifes, esos que se atacan con el final de la cola con verdadero aplomo, los ataco cada noche antes de acostarme. Me conozco al dedillo todos sus recovecos y nado entre ellos a ciento cuarenta por hora, los veo pasar a ralentí.
También me preparo para esas olas blandas, suaves e imprecisas que nos imponen los azares en la asignación del destino de sirena mar adentro. Esos oleajes retorcidos que permitieron a una Dary Hannah, la sirena por antonomasia, convertirse en la novia de un vulgar ciudadano medio estadounidense
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la posición de tus cuerdas vocales se convierte en lo esencial. Cada una de ellas determina tu pesca de hombres al día. Has calentado tu garganta, cepillado tu larga cabellera del color de los corales, te has cambiado catorce veces de conchas para cubrir tus pezones, has montado en cólera al no estar completamente convencida de si su color te favorece y has perdido no sé cuántas olas bajas y suaves por ésa indecisión al preguntarte si las tenías en la posición exacta sobre tus pechos.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño mis trayectorias, modelo mis volteretas entre las olas. Mis muslos y mi espalda son inquebrantables, tengo siempre en el mentón la marca de los besos robados de los tiburones. En cuanto nuestro padre Poseidón me libera en mitad de las chimeneas submarinas, libera siglos de trabajo. Después, queda un pequeño pececillo de colores en medio de la oscuridad marina que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni cola y se dedica a navegar sin rumbo para llegar a la cima de las olas más rápido apenas que los cangrejos.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo de la sirena.
Has superado con éxito la gran curva de las olas a derecha e izquierda, entras en puerto y cometes ese minúsculo error de trayectoria, ese pequeño fallo estúpido (que no es distracción, porque las sirenas ignoran la distracción) que te aparta a unos cuantos metros de la embarcación de tu príncipe. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido diez olas, luego en seguida dos más y la embarcación se aleja para siempre. Ya nada tiene importancia, ya no eres una sirena, tus músculos se relajan, tu mente se libera, sabes que vas a perder tu cola.

Esperanza García
Grupo A


Autorretrato de un sicario

Mi oficio consiste en matar en la montaña y en la ciudad, arriba y abajo. En matar lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero, porque cuando estás arriba, matando, el hombre tiene ganas de llegar abajo, y luego porque cuando hay varios hombres arriba, todos quieren bajar más rápido que los demás.
Un oficio humano.
Soy sicario.
Tuvimos al Alacrán, tenemos ahora a Los Rusos, a Los Demonios y más recientemente a Los MZ, y ahora estoy yo. Este año voy a ser el más asesino del mundo y en la próxima guerra entre cárteles, ganaré el control de la plaza. Soy el sicario más equilibrado de la montaña y de la ciudad, el más tranquilo , el más frío, el más concentrado y mi trabajo consiste en generar desequilibrio. Todos los grandes sicarios generan desequilibrio. Matar más rápido es antes que nada matar de otra manera, con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Matar de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de tenerte en pie, hasta que una generación entera actúe como tú.
En una vida de sicario, no se puede inventar más que un desequilibrio genial, uno y uno sólo. Los colombianos llegaron al cielo mismo con su fama de <<crazy people>> y dos décadas después, la gente de los cincuenta más grandes cárteles del mundo, actuaban como ellos.
Ser un gran sicario es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo mato a tiempo completo. Me deslizo cuando bajo a los valles con mi R15 en pleno día. Vivo con un saco de tierra de cincuenta kilos sobre los hombros para deslizarme mejor entre las balas. Sonrío a los enemigos y a la muerte que me ayuda a deslizarme entre las balas. Les doy sus paliza a los del bando contrario, que son unos inútiles, porque sé que eso me ayudará a sobrevivir.
Coge a dos sicarios en igualdad de peso y armas, en el mismo campo, en la misma plaza, ponlos uno al lado del otro y siempre soy yo el que mata más rápido y mejor.
El levantamiento que pide el jefe de jefes lo hago yo mil veces por semana. Los morros del barrio enemigo, esos que se atacan con piernas de plomo, los abato yo todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todas las carreteras de la plaza y, a ciento cuarenta por hora, las veo pasar frente a mis ojos sin pestañear.
También me preparo para esas batallas blandas e inciertas que nos imponen los azares en la asignación de los enfrentamientos. Esas batallas retorcidas que permiten a un Iván Archivaldo, el hijo del jefe, convertirse en el gran heredero de su padre.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la posición de tu dedo meñique de la mano derecha se convierte en lo esencial. Es el dedo que determina el blanco. Has cepillado la suela de la bota, te has cambiado catorce veces la cartuchera exterior, has montado en cólera y has perdido por dos ráfagas en combate porque al entrar en la ciudad te has preguntado en qué posición exacta tenías el dedo meñique de la mano derecha.
Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo. Diseño mis trayectorias, modelo mis tiros. Mis muslos y mi espalda son inquebrantables, tengo siempre en el mentón la marca de la mirilla de tiro.
En cuanto el juez de la cárcel me libera, libera toneladas de trabajo. Después queda un sicario tirado en la calle que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni piernas y se desliza calle abajo para llegar al final del entronque y morir más rápido que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del sicario.
Has superado con éxito la gran curva a la derecha y la gran curva a la izquierda, entras al final del combate y cometes ese minúsculo error de estrategia, ese pequeño fallo estúpido (que no es de distracción porque los sicarios ignoran la distracción) que te aparta definitivamente del final ideal. Y allí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido mucha sangre, tienes despedazado el brazo, luego, enseguida una pierna. Ya nada tiene importancia, ya no eres un sicario, eres hombre muerto. Tus músculos se relajan, tu mente se libera, sabes que van a cortarte la cabeza.

Esperanza García
Grupo A


Autorretrato del limpiador de cristales

Mi oficio consiste en recorrer el edificio de arriba abajo. En dejarlo todo impoluto de la forma más rápida posible. Es un oficio de hombres valerosos. Primero porque, cuando estás en lo más alto y miras hacia abajo, puedes sufrir vértigo y pensar en que estás poniendo en riesgo tu vida, luego, porque el tiempo es oro y la empresa manda.
Un oficio humano que encierra su riesgo.
Soy limpiador de cristales.
Tuvimos al David, al Máquina y al Joshua. También trabajaron en el puesto que ahora ocupo el Manolo, el Kevin y el Richard. Pero ahora estoy yo. Este año voy a ser campeón del mundo y, en los próximos premios a la Transparencia, ganaré la estatuilla “Don Limpio”. Soy el empleado más valiente de la empresa, el más capaz, el más diestro, el más resolutivo. Mi trabajo consiste en dejar las cosas brillantes.
Todos los limpiacristales dejan las cosas claras como el agua. Limpiar lo más rápido posible es, antes que nada, limpiar de otra manera; con el fin de sembrar el orgullo en unos y la envidia en otros.
Dar miedo. Limpiar de tal forma que los demás queden convencidos de tu maestría al no dejar ni una mota de suciedad, hasta que todos los demás se mueran por desempeñar esa labor como tú lo haces.
En una vida de limpiacristales, no se puede aspirar a más que un objetivo genial, uno y solo uno. El limpiador de las Torres KIO de Madrid se creyó imbatible al conseguir su hazaña de dejar reluciente estas dos construcciones acristaladas. Pero, doce años después llegué yo. Me contrataron para dejar relucientes las cuatro torres del Business Área de Madrid: Cristal, Cepsa, PwC y Emperador Castellana.
Ser un gran limpiador es una condición que exige una confianza y entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo me deslizo arriba y abajo a tiempo completo. Me deslizo cuando escalo hasta el piso cincuenta y seis de la Torre Emperador en plena ola de calor veraniega. Siempre llevo a mano mi protector solar factor +50 para protegerme de los intensos, y cada vez más dañinos, rayos solares. Sonrío a mi entrenador de escalada y también a mi masajista porque me llenan de fuerza para enfrentarme a las diarias subidas. Y cuando no están ellos, me entreno los fines de semana escalando montañas y picos de altura considerable.
Coged a dos hombres en igualdad de peso y condiciones físicas similares a las mías y ponedlos a mi lado en lo más alto de la primera Torre, la más alta. Comprobaréis que siempre soy yo el que más rápido se desliza.
La luminosidad de los cristales que marca la excelencia en el trabajo realizado lo desempeño yo los cinco días laborables de mi jornada. Las cagadas de palomas y estorninos que surcan los cielos madrileños, esas impurezas que son imposibles para otros colegas del gremio, no se resisten a mi destreza a pesar de su incrustada y abundante consistencia. Me conozco al dedillo todas las propiedades químicas de los productos de limpieza y, cuando pruebo uno nuevo, enseguida soy consciente de los resultados que obtendré en su uso.
También pruebo los nuevos productos que salen al mercado: limpiadores concentrados, jabones y demás líquidos, trapos y esponjas, bayetas de microfibra, gamuzas perforadas, palos telescópicos, rasquetas y espátulas, mojadores, cubos cristaleros. Todo. Incluso, parte de mi sueldo lo empleo en la compra de periódicos dominicales cuyas páginas me sacan de algún que otro apuro cuando un resto impuro se resiste. Todo este elenco de materiales permite al limpiador de cristales profesional desempeñar su labor de forma pulcra.
Todo cuenta en la carrera.
Un día, la posición de tus nalgas en el arnés, la inclinación y flexión del cuerpo, los puntos de apoyo de manos y pies marcarán la diferencia. El dominio de la técnica determina la superioridad. Has probado tres puntos de apoyo en lugar de dos y el descenso en manera sentada; te has enfrentado al vértigo a medida que ibas subiendo de altura; has intentado no mirar al vacío mientras estabas allí arriba para evitar el vértigo; has ensayado el doblaje de rodillas y codos, el descenso en diagonal, la técnica de pies paralelos e incluso has visionado grabaciones de los mejores subidores de ochomiles pensando que también ellos te ayudarán a mejorar profesionalmente.
Cuando duermo, escalo y limpio edificios de cristal; cuando como sucede lo mismo; cuando conduzco, cuando doy un paseo con mis hijos, cuando voy al cine con mi mujer, en todas las situaciones posibles, mi cabeza está en las alturas desempeñando mi labor. Practico empujes y saltos, imagino trayectorias. Atrás quedan otros limpiadores que no realizan la tarea con tanta destreza. Yo me deslizo con suavidad y rapidez para llegar al pie del asfalto y ser el más eficaz de todo el gremio.
Es la regla.
Y al acabar, miro hacia lo alto del edificio y llega la satisfacción que inevitablemente recibe, al final de la jornada, cualquier limpiador de cristales que se precie, el único momento de satisfacción, satisfacción absoluta por el trabajo bien hecho. La satisfacción del limpiador de cristales profesional.
Has sido capaz de eliminar excrementos difíciles de las palomas de turno, borrar motas de polvo, reflejos, brillos o restregones, hacer desaparecer esa insidiosa cal producida por la lluvia y quitar las dañinas e invisibles partículas de la contaminación atmosférica con éxito. Te has ganado un reposo. Hasta el día siguiente desaparece la profesión de tu cabeza. Ya no eres limpiacristales. Puedes volver a tu casa a disfrutar del derbi madrileño acompañándolo con una merecida cerveza mientras estás sentado en tu sofá con los pies estirados sobre la mesa. Disfruta, relájate, mañana será otro día. A menos que tu pareja te grite que le limpies las ventanas antes de que se meta la temporada de lluvia. Ya sabes “En casa del herrero, cuchillo de palo”.

Toñi Martín del Rey
Grupo B


Autorretrato del jardinero

Mi oficio es un juego de tiempos y manos. Desplazo el verde de arriba abajo, lo implanto, lo nutro. Un oficio sin prisa. Porque al plantar, el hombre introduce el futuro. Porque al regar, el hombre invoca el pasado. Todo germina con un lapso distinto. Una espera enraizada.
Soy jardinero.
Tuvimos jardines franceses, tuvimos laberintos ingleses, tuvimos selvas brasileñas, tuvimos el caos zen, y ahora estoy yo, que hasta corto el pelo a los niños en los colegios de Salamanca y afeito a las esculturas que me lo solicitan. Este año diseñaré el jardín imposible, el que desafía al viento y al sol. Plantaré de verde los campos de futbol de los equipos en descenso para que el VAR no vea sus fueras de juego más allá del Tormes. Seré el jardinero que convoque la primavera en pleno otoño, aun sin el cambio de la hora ni los calendarios zaragozanos. Soy el que entiende el lenguaje de la semilla, el que en cada poda pronuncia un verso. Mi trabajo es crear espacio para que el desorden crezca en orden.
Plantar es escribir sin palabras. Los grandes setos son como sonetos; el más leve error, una rima fallida que se nota en la curva de una rama mal cortada... Los grandes jardineros invitamos a la tierra a ser rapsoda de sus plantaciones.
Aquí estoy yo, el pulmón de acero de las urbanizaciones.
Ser jardinero exige la exactitud de lo impreciso. Me adapto a la lluvia, me extiendo como una raíz en busca de agua. Vivo entre podas y plantaciones. Cuento las horas con la sombra que las hojas dibujan en el suelo. No tengo reloj, pero sé siempre el momento exacto para arrancar una maleza o dejarla ser. El tiempo del jardín no es el mío. Lo sigo, lo observo, pero no lo impongo.
Las irregularidades del suelo las trabajo yo mil veces en mi cabeza antes de trazar la primera línea. El jardín es un laberinto de decisiones diminutas. Yo lo intento cada día: ¿puedo poner aquí una flor?, ¿debería arrancar esta maleza?, ¿o quizás dejarla ser?
Pero he tenido un mal sueño, aunque los jardines siguen. En mi mente, las ramas se estiraban, los brotes estallaban en colores que aún no existían. Y me llegó el instante del error: ese corte que no se debería hacer, un rincón seco, un árbol torcido... Pero ya no me importa. Aquel jardín ya no era mío, si es que alguna vez lo fue. Mis manos descansan. La naturaleza toma el control. La vida sigue. Y al despertar, seguí soñando que el jardín continuaba creciendo sin mí. He desistido. Ser jardinero es una ruina económica. Lo que siempre has de hacer es “DE JAR DINERO”, y a un bajísimo interés. Además, hay mucho capullo. “Velahí”.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


Bola de nieve

Y
La
Paz
Trae
Calma
Duerme
Animosa
Tranquila
Madrugada
Despertaban
Amorosamente

Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C


Autorretrato del sol

Mi oficio consiste en liberar energía e irradiarla al espacio exterior. En calentar lo más rápido posible. Es un oficio de estrellas. Primero porque cuando estoy arriba, la luna tiene ganas de esconderse, y luego porque cuando hay varios asteroides arriba, todos quieren bajar más rápido que los demás.
Un oficio inhumano.
Soy el Sol.
Tuvimos a Deneb, tuvimos a Epsilon Pegasi, tuvimos a Gamma Crucis, tuvimos a Alpha Persei, tuvimos a los cúmulos estelares y ahora estoy yo. Este año voy a ser campeón del Sistema Solar y, en los próximos eones, me convertiré en una gigante roja. Soy la estrella más equilibrada de la galaxia, la más tranquila, la más esférica, y mi trabajo consiste en transferir calor.
Todas las grandes estrellas transfieren calor. Calentar más rápido es antes que nada calentar de otra manera; con el fin de sembrar la vida y la muerte.
Dar miedo. Calentar de tal forma que los demás estén convencidos de que agotarás todo el hidrógeno del núcleo, hasta que las protoestrellas calienten como tú.
En una vida de estrella, no se puede transferir más que un calor genial, uno y sólo uno.
Los astronautas llegaron a la estación espacial con su fama de «crazy astronaut» y, dos temporadas después, las cincuenta mejores estrellas de la Vía Láctea se llaman como ellos.
Ahora estoy yo.
Ser una gran estrella es una condición que exige una órbita estable y una luminosidad total. Yo no orbito a tiempo completo. Me deslizo cuando los geocentristas se reúnen en pleno verano. Vivo con un colapso de elementos naturales más pesados que el helio para calentar mejor. Sonrío a Fobos y a Deimos porque sé que me envidian por ser satélites. Le doy la paliza a los geocentristas, que son unos inútiles, porque sé que eso me ayudará a no moverme.
Coged a dos estrellas en igualdad de edad y de estado evolutivo, en la misma órbita, ponedlas una al lado de la otra, y siempre soy yo la que menos se mueve.
El amanecer que pide el país del sol naciente lo hago yo siete veces por semana. Los atardeceres del final del día, esos que se disfrutan desde altos miradores, los hago yo todas las noches antes de acostarme. Me conozco al dedillo todos los cometas que orbitan a mi alrededor y, a ciento cuarenta por hora, los veo pasar al ralentí.
También me preparo para sustentar a casi todas las formas de vida en la Tierra gracias a la fotosíntesis y a la meteorología. Esas condiciones climáticas retorcidas que permiten a los pingüinos convertirse en los reyes del Polo Sur y a las secuoyas superar los treinta y dos metros de altura. Todo cuenta como enana amarilla.
Un día, la posición de tus planetas se convierte en lo esencial. Es Plutón el que determina que tenga 9. Has llenado su órbita de objetos helados, le has cambiado de categoría varias veces, he montado en cólera y ha pasado de planeta a planetoide y, finalmente, a planeta enano porque en el 2006 la ciencia inauguró una nueva categoría. Cuando duermo, trabajo, cuando como, trabajo.
Diseño mis trayectorias, modelo mis calendarios. Mi plasma y mi presión son inquebrantables, tengo siempre compensada la atracción gravitatoria, la marca del equilibrio hidrostático. En cuanto el satélite SDO me fotografía en mis reacciones termonucleares, libero toneladas de energía. Después queda una estrella de tipo espectral G2 que ya no contiene ni hidrógeno, ni helio, ni oxígeno y que expulsa gas interplanetario más rápido que las demás estrellas.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del remanente estelar.
Has destruido con éxito al gran asteroide de la derecha y al gran asteroide de la izquierda, evolucionas hasta una forma degenerada y cometes ese minúsculo error de trayectoria, esa pequeña explosión estúpida (que no es de distracción, porque las estrellas ignoran la distracción) que te aparta unos centímetros de la órbita ideal. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido seis planetas, luego enseguida dos más y Plutón. Ya nada tiene importancia, ya no eres una estrella, tu luminosidad se apaga, tu radiación se libera, sabes que vas a convertirte en un agujero negro. 

Lucía Sabater
Grupo A


Autorretrato de La Cuentista

Mi oficio consiste en vivir del cuento. Es un oficio de hombres y, por supuesto, de mujeres.
Cuentistas hubo siempre, desde Penélope a Cosimo.
Es un oficio complejo. Hay que saber disimular.
A mí, me encanta vivir del cuento. Desde niña lo tuve claro. Supe valerme de artimañas para engatusar y mi vocecita dulce los dejaba noqueados.
Ser cuentista exige dedicación. Los hay de origen genético y de los que se ovalen por otros medios para conseguir sus objetivos. Yo soy de los primeros. En mi familia, abundan las cuentistas. Mi madre vivió toda su vida del cuento, mis tías no digamos, mi abuela lo mismo y así generación tras generación.
Seguí creciendo y, al cambiar el tono de voz, supe moverme con discreción para continuar en mi oficio. No todo el mundo vale para ello. Hay que saber actuar en cada momento y no dejarse llevar por los impulsos. A los cuentistas se nos cala enseguida, pero mi genética me enseñó los vericuetos más estrictos para conseguir mis objetivos. Y aquí sigo valiéndome de ellos cada día para vivir del cuento.

JB
Grupo C


Con la i, has dado en la diana
Texto sin las vocales o, i y u

¡Qué apagada está Pepa! Debe dejar de trabajar: las mañanas en la prensa, las tardes en el taller de perlas de la Calle Real. Gana, mas la ves queda, lela. Se asea, se echa cremas, bebe café, baja las escaleras, sale de casa, entra al taller, sale tarde, cena, cama, a descansar. La semana entera. Nada gasta. ¿Camarada leal? Nada. ¿Amante? Qué va... ¿Carcajadas? ¿Pasea? ¿Canta? Nada de nada. ¡Qué manera! ¡Qué pena! Parece pasmada, enferma. La madre la habla, perpleja:
"Sal, Pepa, sal. La vida se va, se escapa. ¡Qué terca! Recréate, alégrate, queda. Nada de padecer. ¿Qué temes? Sé brava, tenaz en el trance. Saca, descarga. Deja que pase la marea. Eres alta, bella. Antes eras alegre, jaranera. Nada de quejas". Pepa se ve tan fea, tan vana, tan mema. La cabeza se enreda... Pepa, alerta, exhala, jadea. ¿A qué espera? Tal vez llame a Candela. Es banal, mas será calmante para este pesar tan grande, tal vez se evada, cree ella. ¿Que Alex la deja? Estarán Abel, César.

Marisa Sánchez García
Grupo C


Autorretrato del campanero

Mi oficio es el mismo que el de mi padre y mi abuelo. Consiste en subir a lo alto de la torre de la iglesia de mi pueblo, a orillas del rio Duero y comenzar a transmitir diferentes mensajes a los vecinos, por medio diferentes toques de campana.
Como habrán podido suponer: soy campanero. Es un oficio de hombres, pero cualquiera no puede ejercerlo pues cuando estás en lo más alto, te sientes poderoso y no quieres bajar para convertirte en un vecino más. Cuando estás abajo, deseas volver a subir para erigirte de nuevo en el personaje más importante de la comunidad.
Muchos han intentado hacer mejores tañidos, repiques, toques y redobles que yo, más ninguno ha superado a los míos. Soy el mejor con diferencia ya que soy el más equilibrado, el más tranquilo y el más innovador de todos los campaneros que este pueblo ha conocido.
Con mis toques a fuego doy un miedo atroz a los vecinos que, con cubos de agua y algunas mangueras, salen despavoridos de sus casas dispuestos a apagar todo lo que haga falta. También transmito júbilo con mis toques de bodas, bautizos y comuniones y pesadumbre con el de difuntos.
Todos los días aviso con el toque del Ángelus a los trabajadores que trabajan en el campo. Los domingos anuncio la misa con mis tres toques favoritos que consigo combinando secuencias de tres silencios y cuatro sonidos, alternativamente. Todo el pueblo se rige por mis melodías que suenan apagadas en otoño y vuelven a repicar alegres con la llegada de la primavera.
En mis sueños siempre escucho una música celestial de campanas y trompetas que me transportan a espacios siderales y desconocidos. A pesar de todo, reconozco que mi descanso verdadero, solo llega al bajar de la torre y sentir en mis pies el calor de la tierra, que me acoge como una madre generosa y me ofrece su calor y el más absoluto silencio.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Autorretrato de un camarero

Mi oficio consiste en llevar bebidas y comida de arriba a abajo. En llevarlas al lugar correcto lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando ya has logrado llevarlo a la mesa correcta, el hombre tiene que reorientarse para localizar el siguiente destino y luego porque cuando hay varios hombres esperando, todos desean ser atendidos.
Un oficio humano.
Soy camarero.
Tuvimos a gente muy famosa que en su día fue camarero, tuvimos a Obama, tuvimos a Madonna, tuvimos a Julia Roberts…tuvimos a los Roca, tuvimos a Sam Malone en Cheers, los hermanos Serrano y ahora estoy yo. Este año participé en la Gran Final Del Concurso Nacional de Camareros y conseguí colocarme en el pódium. El próximo Concurso Mundial a Camarero del Año será seguro para mí.
Soy el hombre más equilibrado del bar, el más tranquilo, el màs concentrado y mi oficio consiste en generar desequilibrio.
Todos los grandes camareros generan desequilibrio. Llevar con soltura una bandeja con ese vaivén es antes que nada servir de otra manera; con el fin de sembrar la inquietud y la duda.
Dar miedo. Memorizar comandas y bebidas de tal forma que los demás estén convencidos de que no serás capaz de que lleguen correctamente a los clientes hasta que una generación entera dispense los pedidos como tú. En una vida de camarero, no se puede inventar más que un balanceo de bandeja genial, uno y sólo uno.
Los madrileños llegaron a la hostelería con sus snacks, sus exóticos cócteles y sus bebidas espirituosas y dos temporadas después, los cincuenta mejores barman servían como ellos.
Ahora soy yo.
Ser un gran camarero es una condición que exige una entrega absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo dispenso y sirvo a tiempo completo. Practico jugando a las cocinitas con mis hijos. Me entreno cuando tomo nota del material que tengo que comprar para el cole de los peques. Sonrío a todos mis clientes que encuentro por la calle porque sé que me ayudan en mi tarea diaria. Le doy la paliza a mi jefe, que es un inútil, porque sé que eso me ayudará a crecer en mi trabajo.
Coged a dos hombres en igualdad de consumiciones y material, frente a una tarraza repleta de clientes y siempre soy yo el que me mejor sirve las mesas.
También me preparo para aquellos clientes blandos e imprecisos que nos imponen los azares de los días lluviosos, recogiéndolos en estos lugares poco habituales para ellos. Esos clientes indecisos que permiten que profesionales como yo pierdan la paciencia al pedir un vaso de agua.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la descoordinación se convierte en lo esencial y se apodera de ti. Un cliente en la terraza te ha pedido tosta y caña. Por caprichos del azar, pides en la barra, caña. Cuando la llevas a la mesa, te das cuenta de la tosta y corres a por la tosta. Pero con estos calores cuando vuelves a la mesa el cliente ya se ha tomado la caña y tú le sirves la tosta. La mirada del cliente te sacude la templanza pero para salvar la situación, le sugieres otra caña. La tosta está calentita y el cliente se la toma, ya pasan 10 minutejos y la caña llega pero la tosta ha desaparecido y al mirada de nuevo del cliente te taladra y de nuevo le sugieres otra tosta pero hasta cuándo y te has preguntado si comenzando de cero serías capaz de que coincidan en tiempo y espacio tosta y caña.
Cuando duermo, trabajo, cuando como trabajo. Diseño mis saludos, modelo mi tono de voz. Mis modales y mi paciencia son imprescindibles, tengo siempre un semblante alegre y cercano.
En cuanto subo la trampa del bar, ya tengo a mi jefe esperándome al fondo con cara de pocos amigos y te hace un gesto señalando el reloj. Después queda un camarero detrás de la barra que ya no tiene ni ojos, ni cabeza, ni piernas y que trabaja 12 horas para llegar al final del mes mejor que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del camarero.
Has superado con éxito tu primer día de camarero de terraza, recoges los platos vacíos de las mesas, entras en la cocina para dejarlos en el lavavajillas y derramas una pequeña gota de grasa del chorizo que no se comió la rubia de la mesa 9, ese pequeño fallo estúpido (que no es de distracción, porque los camareros ignoran la distracción) que te aparta unos centímetros del lugar donde tienes que dejar los platos, más bien un metro. Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido tu trabajo, luego enseguida la reprimenda del simpático de tu jefe. Ya nada tiene importancia, ya no eres camarero, tu cabeza se relaja, tu mente se libera, sabes que no sirves para esto.

Elca
Grupo C


ABECEGRAMA

Antes bebía canciones dulces. Encendía flautas, guitarras. Huracanes invasores, jinetes kamicaces lanzaron llamas monstruosas. Notas oscuras pisaron querubines. Relojes siniestros. Tiempo ulcerado. Venganzas. Wanda xeriografía yugos zafios. Antes, ahora…

Ana Isabel Fariña
Grupo B