¿Podemos curarnos con libros? Tal vez sí, esa es la terapia que Ella Berhtoud y Susan Elderkin proponen en el libro Manual de Remedios Literarios publicado por la editorial Siruela. Esta es la prescripción que leemos en las primeras páginas; "La biblioterapia ha gozado de popularidad durante décadas en forma de libros de autoayuda. Pero los amantes de la literatura llevan usando las novelas como bálsamos -consciente o inconscientemente- desde hace siblos. La próxima vez que necesites algo que te estimule, o que requieras ayuda dcon algún embrollo emocional, recurre a una novela. Nuestra creencia en que las obras de ficción ofrecen la mejor biblioterapia, ademásd de la más pura, está basada en nuestra propia experiencia con nuestras pa ienes y reforzada por una enorme cantidad de casos de los que tenemos conocimiento".
Hay muchas dolencias que pueden paliarse con este libro, desde el hipo o la hipocondria hasta la angustia, la depresión o la calvicie. Sólo hay que consultar la novela adecuada. Más que un libro es una pequeña biblioteca o guía de lectura que te pone en contacto con todo tipo de dolencias de la a hasta la z. Un buen receterio de novelas en el que echo en falta la poesía. Otro libro que puede ayudarnos con las dolencias del alma es La pequeña farmacia literaria, una novela de Elena Molini sobre una librería en la que los libros son remedios para curar los dolores de adentro. Lo publicó la editorial Maeva.
Pero vivimos en un país dónde la primera alternativa para paliar el dolor no son los libros, sino la medicación, la farmacopea. Solo hay que echar un vistazo en los botiquines que tenemos en casa. Nos gusta automedicarnos y más ahora que algunos medicamentos saben a naranja o a limón. ¿Para cuando las medicinas con sabor a torrezno? Pronto. Parodiando a Machado puedo afirmar que infancia son recuerdos de una botica de Matilla, pueblo de la provincia de la farmacia. Me gustaba ayudar a mi tía, la farmacéutica, a colocar los medicamenos en sus correspondientes estanterías cuando llegan los pedidos que hacía al Centro Farmaceútico. Este es lodo que me quedó de aquellos polvos:
Ardine, Alugelibys, Aspirina,
Ornade, Frenadol, Polaramine,
Feldene, Mucorama, Betadine,
Bio-Hubber, Oralsone, Buscapina,
Prozac, Celestoderm, Maxicilina,
Septrín, Cefalexgobens, Augmentine,
Saldeva, Ferromorgens, Oraldine,
Vaspit, Oftalmolosa, Biodramina,
Isdinium, Hibitane, Nolotil,
Fluidasa, Termalgin, Rinofrenal,
Orudis, Tanakene, Clamoxyl.
Adiro, Conductasa, Senioral,
Profer, Optalidón, Gelocatil,
Zantac, Aureomicina y Hemoal
¿Cuántos de estos medicamentos conoces? Dime y te diré quién eres. El soneto se titula "Vademecum" y puedes escucharlo aquí en la voz de Tomás Galindo.
Ardine, Alugelibys, Aspirina,
Ornade, Frenadol, Polaramine,
Feldene, Mucorama, Betadine,
Bio-Hubber, Oralsone, Buscapina,
Prozac, Celestoderm, Maxicilina,
Septrín, Cefalexgobens, Augmentine,
Saldeva, Ferromorgens, Oraldine,
Vaspit, Oftalmolosa, Biodramina,
Isdinium, Hibitane, Nolotil,
Fluidasa, Termalgin, Rinofrenal,
Orudis, Tanakene, Clamoxyl.
Adiro, Conductasa, Senioral,
Profer, Optalidón, Gelocatil,
Zantac, Aureomicina y Hemoal
¿Cuántos de estos medicamentos conoces? Dime y te diré quién eres. El soneto se titula "Vademecum" y puedes escucharlo aquí en la voz de Tomás Galindo.
Juan José Millás afirma que hubo una generación enganchada al "Optalidón" y yo que viví en una farmacia de pueblo lo corroboro. Cuando leo este soneto en una Residencia de ancianos compruebo que la mayoría conocen todos o casi todos los medicamentos que aparecen en el poema. ¿Cuál será la causa?
La editorial Maeva publicó hace años un estuche con diferentes "medicamentos" que contenían versos convencidos de que la poesía podía curar. Yo conservo una caja de calmantes, de los Laboratorios Gustavo Adolfo Bécquer. Clava tu pupila negra, que no azul, en este enlace. Ya verás. La poesía siempre fue un buen colirio, nos ayuda a mirar con más profundizar y en alta definición. Este asunto de inventar medicamentos literarios ha dado mucho juego en muchos Institutos donde son adictos al Lorcazepam o al Cervantium. Morten Sondergaard, un poeta danés, creó cajas de medicamentos con categorías gramaticales. Un proyecto fantástico que puedes curiosear aquí. Y José Mercé se atrevió a cantar el prospecto del Bisolvon en el programa "Crónicas marcianas"
Pero dejemos a un lado la medicación y pasemos a hablar del dolor. "¿Cómo escribir acerca del dolor cuando nuestra lengua solo cuenta con dicha palabra para denominarlo?" se pregunta Ana Castro en el artículo "Ellas rompen su silencio y escriben sobre su dolor" publicado en la revista El Salto. Te recomendamos su lectura. En el artículo descrubrirás diferentes libros que hablan de todo tipo de dolores. Desde Susan Sontag o Virginia Woolf hasta Maite Casares o Yolanda Padilla. Aquí la poesía tiene su dosis con el libro Rojo-Dolor. Antología de mujeres poetas en torno al dolor, un libro pionero publicado por la editorial Renacimiento. En él encontramos poemas como el de María Mercé Marcal:
Cuerpo mío: ¿qué me dices?
Como un crucificado
hablas por la herida abierta
que no quiere cicatrizar
hasta cerrarse en la mudez:
inarticulada
palabra viva.
Otros artículos que dan cuenta de la relación tan estrecha entre la literatura y el dolor y la enfermedad son "Literatura de la enfermedad" de Queral Castillo Cerezuela, publicado en La Marea y "Radiografía del dolor en la literatura" de Jaime Cedillo, publicado en El Español. En este último Cedillo afirma que el diario es quizá el género que mejor se presta a la hora de abordar textos sobre la enfermedad. Prueba de ello son los diferentes libros que pone como ejemplo.
Cuerpo mío: ¿qué me dices?
Como un crucificado
hablas por la herida abierta
que no quiere cicatrizar
hasta cerrarse en la mudez:
inarticulada
palabra viva.
Otros artículos que dan cuenta de la relación tan estrecha entre la literatura y el dolor y la enfermedad son "Literatura de la enfermedad" de Queral Castillo Cerezuela, publicado en La Marea y "Radiografía del dolor en la literatura" de Jaime Cedillo, publicado en El Español. En este último Cedillo afirma que el diario es quizá el género que mejor se presta a la hora de abordar textos sobre la enfermedad. Prueba de ello son los diferentes libros que pone como ejemplo.
Una autora que ha profundizado en la relación entre el dolor y la escritura es Chantal Maillard. En su maravilloso texto titulado "Escribir" (que forma parte del libro Matar a Platón con el que recibió el Premio Nacional de Poesía en ) leemos:
escribir
para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos
escribir
para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa
escribir
para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos
escribir
para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa
Y también:
escribir
para decir el grito
para arrancarlo
para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo
escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra
Maillard cierra su poema preguntánsose si hay que hacer literatura al escribir sobre el dolor y ella misma se responde afirmando que "hay demasiado dolor / en el pozo de este cuerpo / para que me resulte importante / una cuestión de este tipo". Sergio del Molino, quien conoce en carne propia la experiencia del dolor, afirma que él no esconde el dolor y que trata de darle un carácter literario para que no sea un reguero de lágrimas. Hay pacatos, dice el escritor, que opinan que mostrar ese dolor es "pornografía emocional". Seguro que desconocen toda la literatura sustentada en esta premisa.
Recomendamos la intervención de Chantal en el ciclo de diálogos "Demasiado humanos" dirigido por el Dr.Jose Antonio Trujillo, que toma prestado su título de Nietzsche. Maillard reflexiona sobre el sentido del dolor y la enfermedad en nuestra vida. Puedes verlo y escucharlo aquí. Otro libro fundamental de la autora es La mujer de pie.
Recomendamos la intervención de Chantal en el ciclo de diálogos "Demasiado humanos" dirigido por el Dr.Jose Antonio Trujillo, que toma prestado su título de Nietzsche. Maillard reflexiona sobre el sentido del dolor y la enfermedad en nuestra vida. Puedes verlo y escucharlo aquí. Otro libro fundamental de la autora es La mujer de pie.
Cerramos este post con cuatro píldoras literarias: un cuento de Ana María Shúa titulado "Un canto a la vida" y que nos habla de la cruralgia; un libro impulsado por la Asociación de Divulgación de Fibromialgia y dirigido a todas las edades en el que veinticinco mujeres le ponen piel -en forma de texto, ilustración y voz- a la fibromialgia y que se titula Los cuentos de Mingabe, y dos espléndidos poemas, uno de Luis Rosales, el primero, y otro de José Hierro titulado "Alegría":
Es el miedo al dolor y no el dolor quien suele hacernos pánicos y crueles,
quien socava las almas
como socavan la ribera las orillas del río,
y yo he sentido su calambre desde hace mucho
tiempo,
y yo he sentido, desde hace mucho tiempo, que el curso de sus aguas nos arrastra,
nos mueve las raíces sin dejarnos crecer,
y nos empuja, y nos sigue empujando hasta
juntarnos
en esta habitación que es ya un rescoldo mío,
en esta habitación en donde las baldosas se levantan un poco
y ya no vuelven a encajar en su sitio
como la tierra removida ya no cabe en su hoyo:
tal vez a nuestro cuerpo le ocurra igual…
***
Es el miedo al dolor y no el dolor quien suele hacernos pánicos y crueles,
quien socava las almas
como socavan la ribera las orillas del río,
y yo he sentido su calambre desde hace mucho
tiempo,
y yo he sentido, desde hace mucho tiempo, que el curso de sus aguas nos arrastra,
nos mueve las raíces sin dejarnos crecer,
y nos empuja, y nos sigue empujando hasta
juntarnos
en esta habitación que es ya un rescoldo mío,
en esta habitación en donde las baldosas se levantan un poco
y ya no vuelven a encajar en su sitio
como la tierra removida ya no cabe en su hoyo:
tal vez a nuestro cuerpo le ocurra igual…
***
Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.
Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía. )
Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.
Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que he sido en la tristeza
a las divinidades de la vida.
Propuestas de escritura;
1. En el transcurso del taller hicimos una breve y divertida tarea tomada del Cuadernito de Escritura Creativa del Hematocrítico: Quieres proptestar por los acontecimientos que viviste en un hospital la semana pasada. Te ingresaron para quitarte un pellejito de la uña y lo que ocurrió fue que... Los participantes en el taller completaron una hoja de reclamaciones donde expusieron los hechos.
2. Para casa propusimos relacionar las palabras "escribir" y "dolor" con alguna de las muchas preposiciones de modo que hay quien escribirá a dolor, bajo el dolor, contra el dolor, sobre el dolor, desde el dolor o según el dolor. Y quizá haya quien escriba hasta el dolor (de muñeca) o para el dolor (si tiene algún familiar en alguna farmaceútica).
Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:
Propofol
El propofol es un anestésico general de acción rápida que actúa en el sistema nervioso central. Su mecanismo de acción se basa en la potenciación de la actividad del neurotransmisor GABA, lo que produce una inhibición de la actividad neuronal y una disminución de la conciencia y la respuesta a estímulos Su vida media es corta, se desintegra pasados entre unos minutos y una hora. La conciencia del paciente se activa si no se inyectan nuevas dosis.
Mi cabeza está aquí de nuevo, sólo por un momento.
Voz de Manuel: - ¿Cuánto hemos dicho que pesa?
Voz femenina: - 88 kilos
Voz de Manuel: - Vale, inyéctale media ampolla de Eparina y 10 miligramos de …… (nunca he oído hablar de esa sustancia)
Me da tiempo de volver a ver de reojo a todo el mundo, una pantalla enorme a mi izquierda, una consola como para jugar que sólo ve un cirujano (el muy egoísta), y a sentir que en este quirófano sigue haciendo un montón de frío y que la mesa sobre la que estoy me resulta muy estrecha. La pantalla gigante muestra siempre una gran mancha de color rojo con gusanitos amarillos que se mueven mientras los cirujanos hablan.
Fundido en negro. Otra vez la inconsciencia.
Otra vez la consciencia. Vuelvo a estar aquí. Nunca sé cuánto tiempo ha transcurrido desde la vez anterior.
El médico más joven - no sé su nombre – está diciendo:
- Ahora no se ve bien, cámbialo, ponlo más abajo, ¡ahí, ahí, déjalo ahí!
Creo que se lo dice al operador del brazo articulado colgado del techo del quirófano que sostiene y mueve muy rápido sobre mí lo que parece ¿una cámara sin óptica?, ¿un sensor?, ¿un platillo volante?
Es el mismo médico que había dicho con agobio en mi primer regreso al mundo de los vivos:
- Yo a este hombre no le encuentro la vena, la tiene muy profunda.
Os podéis imaginar la tranquilidad y la confianza enormes que me embargaron cuando se lo escuché, como manifestación de lo difícil que le estaba resultando introducir todo aquel cableado por la femoral, desde la ingle hasta mi corazoncito.
Adiós de nuevo y de nuevo vuelta a otro destello de conciencia.
Manuel está diciendo:
- Tiene las venas complicadísimas -tortuosas creo que dijo –
Aquí me arrepentí de la broma de hacer preguntas metafísicas (ahora os explico) y, como esta vez fue la única en la que me vi con la capacidad de hablar, le dije:
- ¿Cómo va eso, Manuel?
Y me respondió – con preocupación - que mi sistema vascular era muy enrevesado.
Yo le dije:
- Ya lo siento.
Y él:
- No es culpa tuya.
Lo de la broma fue al principio:
- Hola, me llamo Manuel. ¿Quieres hacerme alguna pregunta?
- Sí, pero se trata de preguntas metafísicas del tipo quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos.
No me responde. Creo que no le ha gustado. El otro médico no dice nada.
Antes le había preguntado al celador que me transportaba en la silla de ruedas cuando llegamos al quirófano, el porqué de tantos espectadores (había mucha gente, la verdad) y me dijo que no sabía. Yo imaginé que en la operación debía de haber alguna novedad de enjundia, porque por guapo no creo que fuera.
Tres enfermeras y dos cirujanos. La más enérgica de las enfermeras lleva la voz cantante y no deja de hablarme sobre cómo tenderme, sobre la vía que me coloca en el brazo y sobre no sé qué más, y todo lo acompaña con cariños y cielos que no me molestan porque sé que en realidad sólo trata de decirme que todo va a salir bien y que no debo preocuparme, y porque en esas circunstancias a uno le parece bien hasta que le llamen cariño si se trata de que todo el circo acabe con la condena al destierro de esas arritmias que me traen por la calle de la amargura.
Pero ahora el negocio se nota intrincado, y yo recibo retazos de conversación en cada renacer al mundo de la vigilia que no van dirigidos a mí: diálogos, órdenes y quejas sobre mi querido órgano cardiaco que se ve en aquella pantalla en cinemascope, y aunque comprendo que las dudas y las maldiciones son normales en cualquier trabajo, para mí son la única pista de cómo está yendo.
Mal, vaya.
Good bye otra vez y otra vez los sentidos de vuelta.
El joven:
- Tienes que abrir otra vía en el brazo izquierdo, a ver si así llega mejor.
¿El qué?, me pregunto.
Antes de irme de nuevo siento (¿siento?) como la enfermera resolutiva me manipula el brazo izquierdo, pero no noto el pinchazo.
Otro fundido en negro.
Y entonces sucedió.
Las puertas del cielo debieron abrirse un instante antes de mi enésima vuelta a la consciencia y hete aquí que habían dejado entrar en escena al arcángel San Gabriel o San Rafael o alguno de sus primos arcángeles. La forma que adoptó fue la de un individuo mayor que los otros dos (en la cincuentena debía estar, pelo crespo, cano y corto) y de las muchas virtudes que en seguida le supuse no era la menor la de poseer una voz que me pareció de locutor de radio.
La consola, que ahora manejaba él, casi no me permitía verle la ligera sonrisa irónica - como la de Mona Lisa, pensé – pero si escuchar su timbre grave y seguro, diciendo:
- Ahora sólo voy a dejar una marca en la orejuela, solo la marca; porque luego voy a volver
O:
- Veis, aquí sí que puedo quemar ahora.
Y yo alternaba la mirada entre lo que veía de él y los gusanitos moviéndose en la pantalla a mi izquierda.
Claro que tampoco entendía nada del ahora monólogo, pero no me hacía falta; lo comprendí todo a través de la sonrisa etrusca, el tono didáctico y la evidente calma que se gastaba, mientras jugaba a los marcianitos en aquella Play Station que sólo el veía.
Para que luego se organicen disputas en torno a la importancia relativa del fondo y la forma. Ese día me quedó claro que la forma es mucho más importante.
Y entonces me iluminó una epifanía: el nerviosismo de Manuel y de su compañero era un nerviosismo de novatos. Lo mío no era tan complicado: San Gabriel dixit.
Porque ahora - ¡aleluya! - habían llamado al más listo, al que habían mantenido en el banquillo (vaya usted a saber por qué, estaría ocupado en otro sitio), y que sabía manejar la cosa robótica aquella y no le asustaba mi enrevesado sistema vascular.
Otra vez fundido en negro, pero esta vez feliz.
Volví en mí por última vez al sentirme llevado en volandas cuando entre seis - 88 kilos - me cambiaban a la camilla móvil. Pregunté la hora. Cinco horas y media. Con tanto ir y venir al limbo de los justos se me habían hecho cortas.
Carlos Coca Senande
Grupo A
Contra el dolor, las palabras
El psicólogo las utiliza; el médico de cabecera, ante tanto vocablo digital, hace uso de los sinónimos; el grupo sanguíneo lleva una letra; hay enfermedades de tres caracteres; en las operaciones hay que firmar la letra pequeña… incluso, en los momentos de recibir la noticia de algún fatal desenlace, sentimos que nos llegamos a quedar sin palabras.
Hay frases hechas para consolar, dar el pésame… y hasta las unidades del dolor llegan a tener verbos y términos que alivian en algunos casos tanto como los mismísimos calmantes. Los diccionarios son el almacén más completo de remedios contra el sufrimiento: amparo, calma, refugio, paz, respiro, ternura, sosiego, fortaleza, esperanza, renacer, luz, consuelo, gratitud, bálsamo, caricia, serenidad, esperanza, comprensión, dulzura, resiliencia, descanso… Se pueden leer y recibir antes y después de las comidas, sin separación de horas entre ellos. Se toman manuscritos, de forma oral, por el oído, tatuados, grabados y, si van acompañados de los abrazos, de forma intramuscular. Y solo tienen un efecto primario: el alivio. Además, ni se precisa receta para adquirirlos o recibirlos y no tienen fecha de caducidad. El lenguaje siempre es uno de los mejores laboratorios del alma. Solo eso. Todo eso.
Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A
Todas las preposiciones
Aún no habían aparecido los filos del alba cuando Emilia se levantó de la cama y se fue directa al estudio. Sin peinar, sin lavar, sin desayunar. En pijama, se sentó frente al ordenador y puso en marcha el equipo. Tenía que plasmar en la pantalla lo que le bullía en la cabeza. Y no era nada bueno.
La noche se había mostrado inmisericorde, no había por qué alargarla. A pesar de las mil vueltas que dio en la cama no consiguió dormir ni siquiera dos horas. El problema no era la cama, ni siquiera la postura en que estuviese tendida. El mal estaba en la cabeza donde se concentraban baterías de insufribles pinchazos que, a veces, por su intensidad y duración, llegaban a desconectarla de la realidad. ¿Migraña? ¿Neuralgia? ¿Tumor? Qué más daba el nombre que le diera a ese castigo inhumano que la postraba, cada vez más seguido.
Por eso, cuando tenía un momento de lucidez, se lanzaba al escritorio. Escribía por el dolor, y para el dolor. De hecho, entre escribir y dolor podría intercalar todas y cada una de las preposiciones del diccionario español. Puesto que en su vida solo existían esas dos palabras.
Escribir era una terapia contra el dolor. Por eso se enfrascaba en un texto infinito que le permitiera afrontarlo. En él le hablaba de tú a tú y, en esta ocasión, le conminaba, a acabar de una vez por todas.
M. Maximina Moreno
Grupo B
Escribir (y leer) con dolor.
(…) El dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre,
que nos conduce hacia el país donde todos los hombres son iguales; (…)
y yo quiero deciros que el dolor es un don,
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre. (…)
Ahora que estamos juntos
quiero deciros algo,
quiero deciros que el dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a donde vayas,
es un largo viaje, con estaciones de regreso,
con estaciones que no volverás nunca a visitar,
donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales, que no han sufrido todavía. (…)
Luis Rosales
Por una necesidad que se comprenderá de inmediato, visité la consulta de un médico traumatólogo que me trataba amigablemente, y le conté que me dolía la zona lumbar, que pasaba temporadas en que me afligía más y otras menos, y que en ese momento me estaba molestando intensamente. Los médicos, ya lo dejó escrito Bob Dylan – God gave name to all the animals, in the begining, in the begining – que son mucho menos poderosos que Dios, también les ponen nombre a todas las cosas, y así mi traumatólogo, que era un conspicuo representante de tan admirable profesión, me dijo que yo padecía una “lumbalgia crónica recidivante”. Noté, sin darle trabajo al cacumen, y en respetuoso silencio, que eso era exactamente lo que yo le había dicho antes a mi afable médico, sólo que con más palabras.
Hace muchos años, lo que empezó como una recidiva más de mi lumbalgia crónica, al levantarme una mañana, se convirtió en un dolor agudo que martirizaba atrás en el muslo izquierdo, cuya tortura descendía por la cara interna de la rodilla, alcanzaba el suplicio la parte exterior del pie, pasando la aflicción por la pantorrilla sin respetar músculos, ligamentos, tendones ni, lo peor de todo, nervios, que se manifestaron irritados hasta la exasperación, y que me dejaban en la más rotunda indefensión, desesperado, incapaz.
A partir de ese día, poco importaba que me sentase en posturas cuasi acrobáticas, que me echase en la cama de frente o de perfil, que permaneciese de pie o tratase de caminar, el dolor era absolutamente desquiciante. Muchas noches me levantaba de la cama, e iba a apoyarme ligeramente inclinado en el respaldo de un sillón o una butaca en otra habitación, lo que me proporcionaba dos alivios: dejaba de molestar a mi pobre esposa que trataba de dormir a mi lado, y el cambio de postura permitía que el dolor se mudase a otro domicilio anatómico cercano.
Más visitas médicas y algunas pruebas pusieron de manifiesto que la última vértebra lumbar y la primera sacra – vaya nombre para un trozo de columna que estaba implicado en el peor dolor que nunca había padecido (creo que este detalle me alejo definitivamente de ese mundo) – habían permitido que un disco intervertebral – que uno también sabe utilizar palabras de cinco sílabas[1] – se desplazase a coquetear con una raíz nerviosa del mismo barrio.
El dolor era tan incapacitante que me mantuvo con diversos tratamientos farmacológicos aproximadamente dos meses en reposo.
Y ese forzado descanso me condujo a lo que quiero contar finalmente: leí con un placer inmenso la novela “Doctor Fausto”, de Thomas Mann. Al irla leyendo, recordé que hacía muchos años estaba entre mis libros “La novela de una novela”, del mismo autor, en la que narra en qué condiciones históricas y artísticas abordó la escritura de tal obra maestra (calificativo que no es solo mío, obviamente). Y aquí viene lo interesante, lo leí para saber cómo surgió la historia de Adrian Lewerkühn y encontré en las primeras páginas este texto:
“(…) Los periodos de bienestar físico y de rebosante salud, los periodos sin perturbaciones, cuando uno tiene el paso firme, no tienen por qué ser los más productivos. He escrito los mejores capítulos de Carlota en Weimar entre los tormentos, que no pueden describirse a quien no los ha experimentado, de una ciática infecciosa que me tuvo más de medio año con enloquecedores dolores, para evitar los cuales me pasaba en vano noche y día buscando la posición conveniente. Después de noches de cuya repetición quiera guardarme Dios, el desayuno solía procurar un poco de calma al nervio inflamado y, sentándome de alguna manera, un poco de través, al escritorio, realizaba una unio mystica con Él, con el “Astro de la más bella altura”. Claro está que la ciática no es una enfermedad que toque profundamente a la vida y, a pesar de todas sus torturas, no se la considera enfermedad grave.”
es un largo viaje que nos acerca siempre,
que nos conduce hacia el país donde todos los hombres son iguales; (…)
y yo quiero deciros que el dolor es un don,
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre. (…)
Ahora que estamos juntos
quiero deciros algo,
quiero deciros que el dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a donde vayas,
es un largo viaje, con estaciones de regreso,
con estaciones que no volverás nunca a visitar,
donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales, que no han sufrido todavía. (…)
Luis Rosales
Por una necesidad que se comprenderá de inmediato, visité la consulta de un médico traumatólogo que me trataba amigablemente, y le conté que me dolía la zona lumbar, que pasaba temporadas en que me afligía más y otras menos, y que en ese momento me estaba molestando intensamente. Los médicos, ya lo dejó escrito Bob Dylan – God gave name to all the animals, in the begining, in the begining – que son mucho menos poderosos que Dios, también les ponen nombre a todas las cosas, y así mi traumatólogo, que era un conspicuo representante de tan admirable profesión, me dijo que yo padecía una “lumbalgia crónica recidivante”. Noté, sin darle trabajo al cacumen, y en respetuoso silencio, que eso era exactamente lo que yo le había dicho antes a mi afable médico, sólo que con más palabras.
Hace muchos años, lo que empezó como una recidiva más de mi lumbalgia crónica, al levantarme una mañana, se convirtió en un dolor agudo que martirizaba atrás en el muslo izquierdo, cuya tortura descendía por la cara interna de la rodilla, alcanzaba el suplicio la parte exterior del pie, pasando la aflicción por la pantorrilla sin respetar músculos, ligamentos, tendones ni, lo peor de todo, nervios, que se manifestaron irritados hasta la exasperación, y que me dejaban en la más rotunda indefensión, desesperado, incapaz.
A partir de ese día, poco importaba que me sentase en posturas cuasi acrobáticas, que me echase en la cama de frente o de perfil, que permaneciese de pie o tratase de caminar, el dolor era absolutamente desquiciante. Muchas noches me levantaba de la cama, e iba a apoyarme ligeramente inclinado en el respaldo de un sillón o una butaca en otra habitación, lo que me proporcionaba dos alivios: dejaba de molestar a mi pobre esposa que trataba de dormir a mi lado, y el cambio de postura permitía que el dolor se mudase a otro domicilio anatómico cercano.
Más visitas médicas y algunas pruebas pusieron de manifiesto que la última vértebra lumbar y la primera sacra – vaya nombre para un trozo de columna que estaba implicado en el peor dolor que nunca había padecido (creo que este detalle me alejo definitivamente de ese mundo) – habían permitido que un disco intervertebral – que uno también sabe utilizar palabras de cinco sílabas[1] – se desplazase a coquetear con una raíz nerviosa del mismo barrio.
El dolor era tan incapacitante que me mantuvo con diversos tratamientos farmacológicos aproximadamente dos meses en reposo.
Y ese forzado descanso me condujo a lo que quiero contar finalmente: leí con un placer inmenso la novela “Doctor Fausto”, de Thomas Mann. Al irla leyendo, recordé que hacía muchos años estaba entre mis libros “La novela de una novela”, del mismo autor, en la que narra en qué condiciones históricas y artísticas abordó la escritura de tal obra maestra (calificativo que no es solo mío, obviamente). Y aquí viene lo interesante, lo leí para saber cómo surgió la historia de Adrian Lewerkühn y encontré en las primeras páginas este texto:
“(…) Los periodos de bienestar físico y de rebosante salud, los periodos sin perturbaciones, cuando uno tiene el paso firme, no tienen por qué ser los más productivos. He escrito los mejores capítulos de Carlota en Weimar entre los tormentos, que no pueden describirse a quien no los ha experimentado, de una ciática infecciosa que me tuvo más de medio año con enloquecedores dolores, para evitar los cuales me pasaba en vano noche y día buscando la posición conveniente. Después de noches de cuya repetición quiera guardarme Dios, el desayuno solía procurar un poco de calma al nervio inflamado y, sentándome de alguna manera, un poco de través, al escritorio, realizaba una unio mystica con Él, con el “Astro de la más bella altura”. Claro está que la ciática no es una enfermedad que toque profundamente a la vida y, a pesar de todas sus torturas, no se la considera enfermedad grave.”
La novela de una novela. Ed. Sur, Buenos Aires, 1961. Págs. 10 – 11. Traducción de Alberto Luis Bixio.
Es evidente que, del mismo modo que quien camina con muletas acaba encontrando muchos colegas con ellas en la calle, y las embarazadas encuentran también con facilidad muchas más mujeres en tan prometedor estado, mi nervio ciático también alcanzó una “unión mística” con el texto antecitado, y leí con sorpresa y solidaridad el párrafo que tan bien reflejaba mi padecimiento.
Y, lo que resulta aún más evidente, esas lecturas me condujeron, una vez más, al convencimiento de que escribir correctamente no es fácil, pero hacerlo con el “gran estilo” de los autores clásicos que admiro está tan lejos de mi alcance que hace innecesario que declare que soy un modesto escritorzuelo; leerlos, simplemente, no me deja otra opción que ser humilde.
[1] Se cuenta que John Lennon se burlaba con aviesa intención de su compañero Paul McCartney diciendo que era de ese tipo de gente petulante que utilizaba palabras de cuatro sílabas o más…
Juan Delgado
Grupo A
Y, lo que resulta aún más evidente, esas lecturas me condujeron, una vez más, al convencimiento de que escribir correctamente no es fácil, pero hacerlo con el “gran estilo” de los autores clásicos que admiro está tan lejos de mi alcance que hace innecesario que declare que soy un modesto escritorzuelo; leerlos, simplemente, no me deja otra opción que ser humilde.
[1] Se cuenta que John Lennon se burlaba con aviesa intención de su compañero Paul McCartney diciendo que era de ese tipo de gente petulante que utilizaba palabras de cuatro sílabas o más…
Juan Delgado
Grupo A
Escribir sobre el dolor y la herencia
Empezó la niñez con barro helado en el patio y en las rodillas. ¡Qué frío! ¡Cómo dolían los pies y las manos! En tercero dolía el anillo de doña Rosa y en cuarto, la regla de don Manuel. ¡Cómo dolía la regla sobre los dedos pasmados! También la vergüenza. Y las muelas, mucho.
A la abuela Herminia no le dolían las muelas, ¡no tenía ni una! Le dolía el reuma y la artrosis, y al abuelo Armengol, la cicatriz de aquella vez que le corneó la ternera en el costado. A los dos, el hijo que perdieron en los años de miseria. A su padre le dolía la guerra, el hambre, la cazuela de berzas, los curas sádicos del colegio en aquel gran edificio de piedra. También le dolía su madre y, demasiadas veces, el bolsillo. A su madre, la bofetada que le dio la abuela cuando se cortó las trenzas, allá por el 56. También le dolían sus hijos, que eran muchos, pero era buena maestra de cómo sobrevivir al dolor. Al abuelo Gabino le dolían las piernas, quizás fuera la gota. Y a la abuela Prudencia le dolían las despedidas de los domingos y la ausencia. A su tía Reme siempre le dolió la soledad y los ojos de tanto zurcir piezas. Y a sus tíos, digo, a uno, Use, la extrañeza de la ciudad, a otro, Vito, la desazón de las injusticias, a otro, Benjamín, las listas de la secreta. Sigo. Su hermano mayor, Quico, se caía mil veces, era duro, pero algo le dolería, se supone. A su hermana Mona, le dolían, sobre todo, el orgullo y la soberbia. Luego le dolieron los partos y el marido. Más tarde, la pobre, se rompió en mil pedazos y vive enganchada a cócteles de la farmacia. A sus hermanos más jóvenes les dolía el poco caso que se les hacía, se comprende. Al pequeño, Mariano, le dolían los insultos de otros niños de la escuela. Ella tuvo una hija, Marieta, y ahora, a su hija le duelen su padre y los fracasos. Está en edad de ello.
Y a ella, ¿qué le duele a ella? Le duele su hija, le duele su padre, le duele su hermana, le duelen sus hermanos, le duelen sus padres y los padres de sus padres, y los padres de los padres de sus padres, sus tíos. La garganta ya no el duele, pero le duelen el nervio ciático y el simpático, las rodillas, la casa vacía, las cajas de la mudanza, los adioses, el cáncer, la pérdida, la carencia y la herencia, la vejez y el poco tiempo que queda. A veces, la cabeza.
Pero, no todo es malo, muchas veces le ha dolido la tripa de reírse tanto.
Marisa Sánchez
Grupo C
Grupo C
Te escribo sin dolor
Ya no escucho el silencio de tu tacto
aprendí a volar en su espesura,
ya no guardo su huella en mi cintura
ni siquiera recuerdo su contacto.
Soy consciente de aquel momento exacto
en el que me olvidé de tu figura
y le puse a tus males una cura
que me hizo revivir casi en el acto.
Ahora, sin dolor, puedo nombrarte,
ya no quema tu ausencia en mis entrañas,
logré salir intacta de tu engaño.
Ahora, ya feliz en otra parte,
me río de tus cuentos y patrañas
pues pude renacer después del daño.
Aurora Zarco
Grupo B
Escribir mediante dolor
El dolor inspira la mejor literatura. En los libros los vemos de todo tipo. Dolor físico, crónico, intermitente, del espíritu, mal de amores, molestias leves, dolor de muelas, y más. A estos debemos añadir todos los miedos a que nos llevan las situaciones dolorosas, el terror a sufrir y al final el espanto de desaparecer.
Por este motivo, y por otros más, nunca escribiré con calidad literaria. Para sentir es preciso tener alma y yo soy una desalmada, me la extirparon tras una crisis de fe. Mi umbral de dolor sorprende, debe ser tan alto como el ojo del puente Vasco da Gama bajo el que pasan los poéticos veleros y los codiciosos portacontenedores con millares de ellos a bordo.
Mientras tanto, asisto emboscada a este taller donde otros son capaces de transmitir sus emociones con palabras.
Lástima que, tras la crisis, también perdí la esperanza. Caridad nunca he tenido.
Una desalmada
Enrique Martínez
Grupo C
Grupo C
Entre el dolor y la pena
La luna de otoño
se enreda entre las ramas
de los árboles.
Entre el dolor y la pena
se cruzan mis brazos
tratando de calmar
esa angustia que duerme
en mi pecho.
Mis ojos imploran al cielo
buscando el remedio
para tanto dolor.
Me quedo con la pena
que me persigue
desde hace tiempo.
No hay tratamiento
para la nostalgia
ni para la tristeza.
Dicen que el tiempo
lo cura todo,
pero hay sombras
que no tienen tratamiento.
P.G.
Grupo C
Era noviembre
Íbamos caminando
de la mano
por un camino alfombrado
de hojas amarillas,
despacio, entre castaños.
Hoy, que me acerco
hacia el otoño,
te busco en las sombras
de la tarde,
Imploro tu nombre
y no te encuentro.
Secos de ausencia,
mis labios, buscan consuelo
en la fuente del camino.
P.G.
Grupo C
Tras el dolor
La causa de aquel dolor fue una pérdida importante. Una vez superada, aceptada o atenuada, se volvió a sentir a salvo.
El dolor lo inundó todo. El sentimiento permanente de la pérdida, a cualquier hora y en cualquier momento. Las ganas de compartirlo al principio, pero la certeza de que cada vez interesaba menos al resto de las personas que, por otra parte, salvo escuchar, poco podían hacer por remediarlo.
Los recuerdos llevaban a acontecimientos dolorosos y los pensamientos sobre el futuro eran desoladores.
La tristeza llegó acompañada de la necesidad de huir de ella. Para eso, cualquiera tiene recomendaciones y consejos.
Quizá en el mundo en que vivimos, pretendemos solucionarlo todo con una receta, una lista de cosas que hay que hacer y el problema desaparece.
El dolor no desaparecía. Es más, se somatizaba. Los oídos, el estómago, las articulaciones…….
Después llegó el vacío.
La última etapa de aquella experiencia fue reconocer que el dolor estaba ahí y que hacía mucho daño.
Después de todo ese camino, piensa que ha aprendido tanto como para sentirse a salvo de las garras del dolor.
¡Reconocer que es parte de la vida es tan doloroso!
Teresa Sanz
Grupo B
Grupo B
Contra el dolor... Humor
Saliendo un día de casa camino del yoga, iba pensando en el humor de Gila: la historia del padrastro que tirando tirando, pellejito a pellejito llegó a despellejarse vivo; el petardo que le pusieron en aquel pueblo al forastero en la oreja y al hacerlo estallar y rompérsela en mil pedazos, le dijeron a su mujer que si no sabía aguantar una broma que se fuese del pueblo; y de aquel otro que se agarró a los cables de alta tensión y quedó como la ceniza de un puro... Iba yo cavilando cuando me crucé con mi amigo Manolo, me paro y se me ocurre preguntarle ¿qué tal estás? ; error, ¡craso error!, me contó todos sus males, bueno casi todos pues al despedirme me voceó: ¡también estoy sordo!. El pobre tiene cinco hernias discales lumbares (tiene casi más hernias que vértebras), también las tiene cervicales; ¡madre mía!, con lo que debe doler eso. Le duelen las dos rodillas, camina cojeando y con gesto doloroso; de una, me cuenta ya le han operado de menisco, y de la otra le van a operar en breve poniéndole una prótesis; no sé cómo quedaré, me dice, pero peor que estoy no creo que quede, así que me voy a arriesgar. Tengo miedo, me cuenta, porque en una ocasión después de una intervención me quedó retención de orina, y tuve que estar varios meses con la sonda puesta.
Continué caminando rápidamente a la vez que iba pensando que le recomendaría la lectura de un libro gordo, más gordo que El Quijote y que se titula: Patología Médica. Al leerlo en cada capítulo se reconocerá como protagonista, dirá: mira de este que están hablando, pues mira tú, ese soy yo. Se sentirá Sancho escuchando las historias del autor del libro y viéndose en muchos de ellos reflejado. Cada noche al leer un capítulo y cerrar el libro se dirá: hoy nos hemos operado de una hernia y hemos quedado bien; mañana nos operaremos de otra y a ver qué tal nos va.
Vivir con dolor, pero siempre con humor. De todas formas, siempre nos quedará poder darnos un golpe en el hueso de la risa.
José Luis Fonseca
Grupo A
Escribir doler
Escribir para doler
cuando no tenemos más que dolor
anclado en nuestras llagas
sangrando aliento de desconsuelo y rabia.
Escribir ante el dolor
de rodillas, suplicando
arrastrar el veneno de su aguijón
atemperando pasajeras tempestades.
Escribir sobre el dolor
cuando ya nos había arrebatado todo
desabrigados, sin mirarnos a los ojos
culpándonos de aquello que perdimos, que no fue.
Escribir con dolor
postrados, adorando a un dios que no te ve
extraviando miradas, espantando brazos
silenciando el paso.
Escribir sin dolor
de la mano, deseando los cuerpos desnudos
exprimidos entre dientes
gritando sin pudor nuestros nombres
arrebatado al sexo dormido
desgranando alientos lascivos.
Elena Domínguez
Grupo C
Seas como seas
Seas como seas… agudo como alfiler en el acerico, hiriente como puñalada en el costado, irreductible cual numantino, insistente como son los amantes despechados, constante como la corriente del río, expansivo como la mancha de sangre bajo un cadáver, aterrador y ardiente a la manera de volcán en erupción, infame como quien maltrata a un niño, insoportable como todas las arengas, exasperante como uña sobre pizarra, persistente a la manera de la carcoma, inoportuno como mosca en invierno, omnipresente cual dios vengativo, palpitante como corazón enamorado…
Seas como seas, dolor, ay dolor, nunca eres bien recibido.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Escritura analgésica con tratamiento de choque
El dolor y las preposiciones
A veces, ante la inminencia de los primeros síntomas del dolor, bajo los efectos ya menguantes de las pastillas, sin esperanza de poder evitar su zarpazo y consciente de que la noche va a ser dura e interminable, con un esfuerzo contra natura de mi cuerpo herido consigo levantarme de la cama, y desde mi cuarto voy hacia el escritorio sentado en mi silla de ruedas, sobre la que circulo por el pasillo de mi casa mediante el uso del mando, entre botones que mis dedos ya manejan con una cierta destreza, hasta que logro situarme frente al ordenador, lo enciendo, y tras unos segundos de espera, que aprovecho para mirar las estanterías de la biblioteca, llenas de libros en los que, cabe decir, siempre he depositado todas mis complacencias, abusando de la cita bíblica so pena de ser considerado irreverente por los guardianes de la fe, vía fanatismo versus conocimiento, y según tengo ya por costumbre como el mejor antídoto frente al asalto del dolor, me pongo a escribir durante el tiempo necesario para que consiga distraerlo hasta que pueda tomar una nueva dosis del anestésico, lo que no impide que sienta su despiadada presencia, pero al menos hace que todo pase más rápido, esperando que llegue mi querida enfermera, a primera hora de la mañana, con el libro que le encargué ayer, como una promesa en el bolsillo de la bata que le regalé y le sienta tan bien, quizá un poco ajustada, lo que ha resuelto con su proverbial diligencia quitándose algunas prendas, para embutirse en ella como si fuera una segunda piel.
Ignacio Aparicio
Grupo A
Sobre la Vida y el Dolor
Sobre el ocaso y el alba,
en mi cuerpo apareces
y sin permiso te alojas,
a hurtadillas, sin pudor.
Sobre mis sentidos, luchas
como amo, dueño y señor
y en tan desigual batalla
no aceptas rendición.
Sobre mi piel, tus huellas dejas
a golpe de cincel y dolor,
indelebles y profundas
como el mejor grabador.
Sobre mi alma, la esperanza
de un tenue rayo de luz
que atraviese con su espada
el peso de mi cruz.
Sobre el eco de un llanto,
el dolor no será en vano
sí al despertar a la vida
sobre mis brazos, estás tú.
Marian Pérez Benito
Grupo A
Escribir
A pecho descubierto
Ante ojos analíticos y
Bajo los efectos del sentimiento
Cabe decir susurrando
Con la suspicacia propia adquirida
Contra toda recomendación
De los mayores miedos hablamos
Desde ese recoveco invisible del corazón
Durante los días del desánimo
En habitaciones sin ordenar
Entre papeles arrugados
Hacia un horizonte incierto
Hasta que el cuerpo aguante
Mediante quién sabe qué drogas
Para anestesiar el alma
Por tremenda y cobarde huída
Según llegue o no el día
Sin futuro ni esperanza
So pretexto de no verme
Sobre sábanas sucias luchando
Tras torres caídas
Versus ese demonio informe
Vía la garganta descarnada del
Dolor
Sara GL Terrén
Grupo C
Escribir desde el dolor para el dolor
Con los párpados semicerrados y las sienes palpitando.
Para que sepa lo ruinoso que llega a ser.
Para que se calle de una puta vez, y grite en este inmaculado papel;
que lo manche de rojo, de negro…
¡Qué el incendio se haga letra!
Que quede plasmado, para que sepan los que han de saber.
Para cerrar el círculo.
Para compartir piel y papel.
Eva Hernández
Grupo C
Escribir desde el dolor para el dolor
Con los párpados semicerrados y las sienes palpitando.
Para que sepa lo ruinoso que llega a ser.
Para que se calle de una puta vez, y grite en este inmaculado papel;
que lo manche de rojo, de negro…
¡Qué el incendio se haga letra!
Que quede plasmado, para que sepan los que han de saber.
Para cerrar el círculo.
Para compartir piel y papel.
Eva Hernández
Grupo A
Preposicionando el dolor
Escribirle AL (A+el) dolor es una mala elección. Si puedes, elige otro destinatario más agradecido; de lo contrario, te salpicará la pena y, al mirarte al espejo, no podrás evitarlo y arrancarás a llorar; no te quepa duda.
Escribir ANTE el dolor es una insensatez. Es como plantarle cara al primo de Zumosol, que te la partirá por chulo (la cara). Mejor no te hagas el valiente, deja que lo hagan otros y que se la partan a ellos.
Escribir BAJO el dolor es como soportar el peso de un fardo de patatas de cincuenta kilos, o más. Acabarás que no eres persona, una auténtica piltrafilla. Mi consejo es que, si no te queda más remedio, cojas un paraguas bien resistente y te cobijes hasta que pase la tormenta; pues, como dice el refrán, después de la tempestad…
Escribir CABE el dolor, según dice la RAE, resulta arcaico, en desuso, por lo que no pasa nada si no lo haces, se te permite. En cualquier caso, es una lástima que la RAE casi como que se lo haya quitado de un plumazo, porque con su significado de estar “cerca de” “junto a”, podría resultar una buena estrategia esa de ponerse cerquita del dolor; mejor eso que tocarle las narices, vamos.
Escribir CON el dolor es una postura inteligente. Te haces su cómplice, te conviertes en su colega; pues, como dijo San Lupo de Troyes: «Si no puedes con tu enemigo, únete a él».
Escribir CONTRA el dolor es de imbéciles. Evítalo si puedes, pasa de ello; solo te reportará quebraderos de cabeza y que acabes hasta los mismísimos; es mucho más fuerte de lo que te piensas.
Escribir DEL (De+el) dolor es soportable; pero solo si marcas distancias; pasará de ser una emoción dolorosa a convertirse en tema de conversación sin más: como escribir de fútbol, del tiempo, de la comida o de cualquier otra cosa vana; tómatelo de esa manera.
Escribir DESDE el dolor está bien siempre y cuando mantengas con él una relación erótica, de amistad íntima, o paterno-filial, y crees esa zona de confort en la que te encuentras más a gusto que un arbusto.
Escribir DURANTE el dolor tiene la ventaja de que sabes que no es para siempre, que es pasajero; por eso apenas si te duele mientras escribes, como que lo haces inconscientemente, no se te ocurrió otra cosa mejor que hacer y vas y te sientas a escribir, a esperar a que se pase, como el marido que se sienta a comer pipas en un banco para hacer tiempo hasta que llegue su mujer y pedirle el divorcio.
Escribir EN el dolor es como si te cayeras a un pozo y el equipo de salvamento no pudiera acudir en tu ayuda porque está de vacaciones, o atendiendo una emergencia, o porque no le da la gana ir. Vamos, que ahí te quedas, apáñatelas.
Escribir ENTRE el dolor, eso sí que está bien. Al principio, cuando te llega, es jodido, te acuerdas de todos sus muertos, pero una vez que consigues vencer ese primer obstáculo, oye, que te encuentras a las mil maravillas, muy arropadito entre sus brazos.
Escribir HACIA el dolor es de tontos de capirote. ¿Qué se te ha perdido a ti en el dolor como para que vayas a su encuentro? Déjalo y no malgastes tus fuerzas; el día que menos te lo esperes lo tendrás delante de tus narices y ese día sí que las necesitarás, ya lo creo.
Escribir HASTA el dolor es hacerle un corte de mangas. Vas por la vereda veredita verde de tu vida tan agustirrinín, sin preocuparte por nada, y cuando vislumbras su sombra —cerca o lejos— te dices: «¡Ah, no!», y te das la vuelta, o cambias de rumbo; esa línea roja que has marcado y que te recuerda que de ahí no puedes pasar.
Escribir MEDIANTE el dolor es muy parecido a lo de escribir CON, pero más reconfortante. Es como cuando estás enfermo pero tienes a alguien que te cuida, casi hasta te mima.
Escribir PARA el dolor es como escribir AL (A+l) dolor, pero con mayor entusiasmo; vamos, que te lo tomas más en serio, como si tuvieras que demostrarle que lo sabes hacer, que la cosa no va de cachondeo.
Escribir POR el dolor está justificado en sí mismo. Relación causa efecto, que se llama; como el que se moja porque llueve, o come porque tiene hambre, o se queda en la cama porque le da la gana.
Escribir SEGÚN el dolor no deja escapatoria para la improvisación, es lo malo. Escribes en función de lo que a él le dé la gana; eres un asalariado vilmente explotado por un patrón del todo intolerante; a obedecer toca.
Escribir SIN dolor; eso sí que está bien. Vamos, que le has plantado cara y, con dos cojones, le has dicho que contigo no se juega, que se vaya a la mierda. Esto en la cultura occidental, porque en la oriental sería algo así como que has llegado al nirvana, y en ese estado ya sabemos que el dolor tiene poco que hacer, salvo agachar la cabeza y rendirse.
Escribir SO el dolor (como en el caso de CABE) la RAE dice que su uso es arcaico; como si nuestros ancestros sintieran el dolor de una manera diferente. Bueno, si quieres saber cómo sentían el dolor aquellos hombres y mujeres de otros tiempos, escribe SO el dolor y lo comprenderás.
Escribir SOBRE el dolor depende; si lo haces bajo la acepción de «encima de» está genial; eres todo un vencedor, una especie de superhéroe; pero si eliges el significado de «acerca de», prepárate, es como si tuvieras que escribir una tesis; aparte de sufrir, vas a tener que documentarte mucho y acabarás dolorido.
Escribir TRAS el dolor es un poco de cobardes, parece como que te escondieras; pero, oye, tampoco está la cosa como para sacar pecho; así que, si puedes, hazlo y escóndete detrás de él.
Escribir VERSUS el dolor es lo mismo que decir CONTRA pero en latín; me parece una idiotez por parte de la RAE; o sea, que tacha «cabe» y «so» de arcaico, pero luego va y te mete otra preposición en una lengua, no ya arcaica, sino muerta; y aunque dicen que donde manda patrón no manda marinero, en este caso el marinero, que soy yo, me niego a obedecer y lo del VERSUS el dolor va a ser que no pienso ponerlo en práctica.
Por último, escribir VÍA el dolor resulta interesantillo; es como un tiempo muerto, esa escala que te obligan a hacer, siempre incómoda, para llegar a tu destino pero que es así, es lo que toca.
En fin, que «escribir» y «dolor» dan para mucho. Utiliza, pues, la preposición que más asco te dé y… a soportarlo.
José Manuel Romero
Grupo C
Grupo C
Por el Dolor
Para María. Diario de una preadolescente.
Tendría si acaso doce años, el cabello largo y oscuro, un cuerpo todavía de niña que empezaba apenas a cambiar al de una adolescente y montones de hormonas que iniciaban su loca carrera hacia la pubertad. Un uniforme de colegiala; falda tableada tela de cuadritos en tonos azules, rojos, verdes y grises. Blusa blanca de manga corta, chaleco y jersey rojos, calcetas también en blanco y zapatos cerrados, serios, en negro. Colegio de monjas.
Una mañana desperté con un profundo dolor de muelas. Después de la ducha y el café con leche de cada mañana, me subí al coche junto a mis hermanas, como cada día, para comenzar la jornada diaria del colegio; La formación como ciudadana de bien y la educación católica a la que toda chica de buena sociedad de aquellos tiempos, correspondía. Eran los años ochenta.
El dolor comenzó a hacerse cada vez más intenso, más agudo. Punzadas en pómulo izquierdo cada vez más fuertes, después en el derecho, luego en toda la cara, al final, en toda la cabeza, estaba volviéndome loca. Pedí a la profesora de química, una mujer enorme, gorda y masculina que me permitiera dejar para otro día su brillante exposición sobre la tabla periódica de los elementos y me dejase ir a la enfermería. Accedió a regañadientes, ella sabía que nada me apasionaba menos que ese desfile de nombres raros y numeritos definiendo Dios sabría qué, pero, al final, me creyó, se dio cuenta que aquella vez estaba diciendo la verdad y me dejó salir.
Ya en la enfermería pude pedir auxilio a la monja enfermera para curar ese dolor que estaba terminando con mi de por sí débil cordura de preadolescente.
-Ofrécele tu Dolor a María dijo con aire de santidad la madre Espíritu Santo, mientras me alargaba una aspirina y un vaso de agua hasta la camilla donde me tenía recostada. Vamos a llamar a tu casa para que vengan por ti. Ofrécele tu dolor a María y al Sagrado Corazón de Jesús.
Aquella misma tarde mi madre consiguió una cita de urgencia con el dentista y antes de poderme dar siquiera cuenta, estaba ya en aquella silla de las torturas con el taladro adentro de mi boca. En medio del espantoso sonido del taladro destructor de dientes, mis cuatro muelas del juicio fueron extirpadas. Sangre, dolor y lágrimas. Tal vez, debido a esa tremenda mutilación dentífrica, nunca he sido ni seré una mujer juiciosa. Destino.
Ofrécele tu dolor a María. Resonaban las piadosas palabras salidas de la boca de Sor María del Espíritu Santo en mi cabeza. Ofrécele tu dolor a María.
Dos semanas estuve con la cara deforme por la hinchazón de la boca y las mejillas. Apenas y me reconocía en el espejo. No comí en esos días más que caldo de pollo y no bebí más que agua. Las calcetas del uniforme se me bajaban hasta el tobillo pues las piernas se me adelgazaron de tal manera que no las rellenaba. También hubo que recorrer el botón de la falda tableada del uniforme y rellenar el fondo de los corpiños con algodones cuando a los chicos del colegio de los Maristas les daba por pasearse enfrente de la puerta de salida a las tres de la tarde. No se podía vivir con esa ausencia total de atractivos físicos.
Ofrécele tu dolor a María.
Esperanza García
Grupo A
Génesis, 3:16
“En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos ; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti”
- ¡Oooogh! -Carmen aulló doblada sobre sí misma al borde de la cama.
- ¿Algo va mal? - la interpeló Jaime mirando con indulgencia a su mujer con el sueño aún pegado a sus pestañas.
- Creo que nuestra “Rosquillita” se acerca a la meta - le sonrió ella entre soplidos espaciados para enfrentar el dolor.
- ¿Salimos yaaaaa? Un momento; cojo la maleta y bajo a por el coche –exclamó el futuro padre aturullado por la emoción.
- ¡Jaime, calma!. El proceso es largo y, la verdad, prefiero aguantar en casa hasta ver cómo evoluciona el parto. ¡No me apetece parecer una histérica primeriza!. Además, un buen desayuno casero me animará el espíritu. Por cierto ¿qué hora es? -
- Las 4:54 h. cariño, y es la tercera contracción más o menos regular. ¿Estás segura de querer esperar?
- ¡Totalmente!. Anoche hablé con Estrella, mi matrona, y deseo ser yo quien imponga mi ritmo y dirija el alumbramiento.
Jaime apartó suavemente un mechón de su cara y la besó con dulzura en la frente. Ambos lograron tranquilizarse. Pero ella no podía dormir; se acarició el pronunciado vientre con ilusión imaginando el momento en que se miraran por fin a los ojos. No sentía angustia ni temor al dolor pues el resultado de su esfuerzo iba a merecer la pena.
Desayunaron en la mesa de la cocina sin prisas. Carmen pensó que no se reconocía a sí misma. Y sin precipitación llegaron al hospital poco antes del medio día con dolores cada diez minutos y una dilatación de 4 cm.
De Urgencias la derivaron inmediatamente a Paritorios. Nada más llegar, y sin haber visto aún a su matrona, le propusieron inyectarle oxitocina para acelerar el parto, pero ella se negó: no deseaba sufrir contracciones más dolorosas de las que ahora toleraba ni sentirse atrapada en una cama sin posibilidad de moverse. Todo transcurría normal: los latidos de María eran fuertes y Carmen confiaba en el ritmo sabio de la naturaleza. Su cuerpo estaba diseñado para abrirse y traer a su bebé al mundo.
Jaime no se apartaba de su lado; caminaba junto a ella y le sostenía fuertemente la mano izquierda cuando arreciaba el dolor: - Venga cielo, que tu puedes! – Y continuaban el peregrinaje por la habitación. A medida que el momento se acercaba y la niña comenzó a coronar, el joven padre intentó insuflar ánimo a aquella mujer que yacía exhausta sobre la mesa de partos:
- ¡Venga chata, que lo que queda es pan comido!
- ¡Oooooooooht! ¡Que te follen!
- ¡Bueno cariño, así fue como nos metimos en este lío!
Romy Martinez
Grupo A
“Sin”
Escribir sin dolor es el anhelo que siempre busco. Encontrar los sustantivos, los adjetivos y los verbos adecuados para mostrar la belleza en lo escrito.
Así al alcanzar la cima y asomarme al abismo, ser capaz de que los que me lean, sientan la naturaleza como la veo yo. Notar el frío en tu cara al tiempo que tus ojos se alejan hasta el infinito, recordando la senda de robles otoñales por la que has subido. Sentir las hojas en tus acolchados, notar los latidos de tus compañeros y sus risas que te acompañan hasta la cumbre. Mientras los buitres sobrevolando nos vigilan.
El descenso se presentaba fácil. Los senderos ocultos para la mayoría, nos iban a mostrar otros bosques de troncos alineados, siempre Klim entre las filas arbóreas.
Escribir sin dolor el paseo por la charca en una tarde inexplicable de luz. El sol se filtraba entre las nubes mientras la garza levantaba el vuelo al sentir nuestras risas.
Allí estaban, sobre el agua, las sombras de los primerizos escritores, empeñados en encontrar el ritmo de las palabras y su belleza para atrapar a futuros lectores.
JB
Grupo C
Desde el dolor
La propuesta de tarea de esta semana, es escribir utilizando una o varias proposiciones, sobre el dolor.
Repaso escritos de otras épocas, diarios y reflexiones mediatizadas por el dolor, contra el dolor o tras el dolor, y no me resulta fácil bucear en la memoria, buscar entre cenizas que parecían apagadas. El mero hecho de escarbar en ellas produce desasosiego y temor. ¿Es posible que aún queden rescoldos que creía apagados?
Muchas veces escribí como terapia, con rabia, desesperación, nostalgia o dolor físico. Cuando vuelvo sobre aquellos pasos dolorosos y la intensidad emocional que subyace, apenas me reconozco.
Es como si otra persona lo suscribiera, y me cuesta evocar aquellas palabras que no por extrañas dejan de sobresaltarme y producir cierto deseo de huida. Recuerdo temporadas difíciles, en genérico, pero había olvidado como lo reflejé en en una hoja de papel.
Quedaron esos momentos atenuados por otras capas de la memoria, postergados por la rapidez del paso del tiempo, almacenados en un lugar profundo para que no duelan, atrofiados por la urgencia de vivir.
Me veo escribiendo frente a una ventana y apretando el bolígrafo con fuerza, más que dibujar letras, estaba rompiendo el papel a modo de lamento o grito gráfico, a dolor vivo (otra preposición).
No quiero volver allí.
La pugna entre el olvido y la memoria.
Y sin embargo, asumo esas palabras escritas con dolor, cicatrices familiares que dan sentido al presente.
AMF
Grupo C
Desde el dolor
―Me han pedido que escriba acerca del dolor.
―¿Qué tipo de dolor?
―Físico.
―¡Qué interesante!
―Bueno…
―¿No te lo parece?
―No sé… No mucho.
―¿Por?
―Nunca he sufrido ningún dolor destacable.
―Seguro que sí, pero no te acordarás.
―Si me hubiera dolido de verdad lo recordaría.
―No puedo creer que nunca te hayas hecho daño.
―Claro que me he hecho daño.
―Entonces has sentido dolor.
―Sí, pero nada insoportable.
―Dime qué significa para ti “nada insoportable”.
―Pues… Me rompí la barbilla con 5 años. Tuvieron que darme seis puntos, pero lo que más me dolió fue que se bañara en sangre mi camiseta favorita. Nunca salieron las manchas…
―Tuvo que dolerte una barbaridad. Otra cosa es que el tiempo haya hecho que se te olvide.
―Me acuerdo perfectamente. Te doy otro ejemplo: cuando me quitaron las cuatro muelas del juicio estuve una semana sin poder tragar ni mi propia saliva y cada vez que hacía un gesto con la cara, por pequeño que fuera, saltaba algún punto y la boca se me llenaba de sangre. Más que doloroso, fue asqueroso.
―Ya… Eso tampoco suena doloroso... ¿Y no te ha pasado nada más?
―Claro que sí. Por ir con prisas me tropecé en el metro, lo que hizo que me clavara el borde picudo de las escaleras mecánicas y me destrozara el tendón rotuliano, me caí de la bici en una bajada yendo a más de 50 km/h, tuve un absceso sacrocoxígeo que no dejaba de supurar sangre y tuve que esperar casi tres meses a que me operaran y he albergado en mi estómago un par de úlceras.
―¿Me estás vacilando? Con esa lista puedes escribir perfectamente acerca del dolor.
―Suena a que si no lo hago es porque no quiero.
―Un poco, sí.
―Pero es que ninguna de esas veces sentí que mi vida girara en torno al dolor.
―Si a mí me hubiera pasado lo que a ti lo habría pasado fatal.
―Eres un exagerado.
―Será que tienes el umbral del dolor muy alto. De hecho… A lo mejor padeces un dolor crónico insufrible y no te has dado cuenta.
―No lo creo.
―Igualmente, me parece que tienes material de sobras para escribir acerca del dolor.
―Creo que el problema es la preposición.
―¿A qué te refieres?
―Si escribo es idealizando el dolor. Ese que se siente por el mero gusto de padecerlo, de regodearse en él; un dolor visceral, irreflexivo. Un dolor profundamente egoísta y apasionado.
―No te sigo.
―Escribo desde el dolor; un dolor metafísico.
―En ese caso, el problema no es sólo la preposición, sino el dolor en sí.
―Exacto. Por eso no puedo hacer los deberes.
Lucía Sabater
Grupo A
¿Cabe mayor dolor que el que no duele?
El que quiere dar mate a tu partida
el que no halla un canal donde salir
el que no te amenaza con morir
pero hace que respires por la herida.
Y solo este dolor da la medida
de lo que de lo tú soportes tu sufrir
si pretendes que puedes eludir
que la Parca te tome por la brida.
Cuando la pena te quiere destruir
o solo te acompaña la tristeza
convierte en un calvario tu existir.
No encontrarás un lugar adonde ir
si la aflicción reside en tu cabeza
Solo queda tratar de resistir.
Pues, ¡no hay mayor dolor que el que no duele!
Calgari
Grupo A
Grupo A
¿Cabe mayor dolor que el que no duele?
El que quiere dar mate a tu partida
el que no halla un canal donde salir
el que no te amenaza con morir
pero hace que respires por la herida.
Y solo este dolor da la medida
de lo que de lo tú soportes tu sufrir
si pretendes que puedes eludir
que la Parca te tome por la brida.
Cuando la pena te quiere destruir
o solo te acompaña la tristeza
convierte en un calvario tu existir.
No encontrarás un lugar adonde ir
si la aflicción reside en tu cabeza
Solo queda tratar de resistir.
Pues, ¡no hay mayor dolor que el que no duele!
Calgari
Grupo A
Lourdes Lucha La doLencia:
o Lienzo limpio libre
o Libertad legal
o Limpieza loca lírica
o Localizar lugares lejanos
o Lima laminada lisa
o Lectura libre
o Lápiz/Lengua lían letras lindas
o Lágrimas longitudinales
o Lío largo
o Luz libre
o Local lírico latino
o Lamentarse lentamente
o Librerías longevas largas
o Lana liada lógicamente
o Lugar localizado limpio
o Localidades luminosas
o Liar lazos leales
o Lentamente limar luchas largas
o El Limón + el Larios + lírica lenguas libres
o Locución leal ( logopeda)
o Liderar lucha lógica
o Luna linda lejos
Lourdes libra
Lista B
El árbol de la vida
Nunca imaginé que el invierno llegaría tan pronto
Que adiós sería una palabra tan larga, tan húmeda, tan obtusamente despiadada
Nunca imaginé que tu ausencia ocuparía tanto
Que la suma de dos términos “para”+”siempre” daría como resultado un cero tan férreo, tan seco, tan intensamente corrosivo.
Nunca imaginé una casa sin mantas
Cuando un lobo aúlla a la luna nueva, entregarse a la mar parece la única salida
Nada tiene que perder quien antes de naufragar, naufraga.
Nunca imaginé que hubiera luz en el abismo
Que el sufrimiento sería una palabra alargada que se alarga. El altar ante el que se postran los fieles de una religión egoísta y fanática. Pudre todo lo que toca
Nunca imaginé que si el dolor no se escribe en falso sus letras no supuran
Cuando un lobo aúlla a la luna nueva, su herida puede ser faro
Nada tiene que perder quien alcanza la orilla donde dos términos “eterno” y “fugaz” imprimen la misma tinta a la huella que dibujan en un papel blanco.
Nunca imaginé que solo el amor que se da es manta
En un jardín desconocido navega un árbol. Es un árbol misterioso.
Si las larvas no agusanan sus ramas, nacen mariposas.
Ana Isabel Fariña
Grupo B
Dolor
Todavía recuerdo aquella mañana aciaga, de un viaje en coche de tres personas desde Madrid a Salamanca. Han transcurrido veinte años, y me parece que bien pudo haber sido ayer mismo. A una clínica privada de Madrid, nos remitieron unos oftalmólogos de Salamanca, para operar a mi padre de cataratas y glaucoma. Después de varias visitas previas a la operación, nos aseguraron que mejoraría la visión, si nos decidimos a llevarla a cabo. La operación aunque era muy cara, decidimos arriesgarnos, todo por la calidad de vida, para un hombre de 70 años, que se movía por el pueblo con soltura, montando en bicicleta y llevando una vida normal, sin ninguna otra enfermedad aparente.
El día que nos indicaron, acudimos por la tarde para citada operación, previamente con el resguardo de abono de la cantidad que nos dijeron costaba la operación.
La operación apenas duró una hora, al terminar mi padre apareció con los ojos vendados, indicándonos volver a la mañana siguiente , para quitar el vendaje y ver el resultado.
No pegamos ojo en toda la noche, esperando llegar por la mañana y ver a mi padre curado.
A las 11 era la consulta, y media hora antes ya estábamos allí, con cierta intranquilidad.
Un doctor muy joven, se acercó a la sala de espera y preguntó por los familiares de Luis.
Palabras textuales, dichas como un jarro de agua fría, “sentimos decirles, que el ojo no ha respondido”. La pregunta siguiente, fue la mía, ¿Que nos quiere decir doctor?, este doctor apenas podía hablar, trato de disculparse diciéndonos que había venido en mal estado, pero que tuviéramos esperanzas, porque había unas investigaciones con células madre y que en un futuro manteniendo el ojo con un tratamiento de gotas podrían volver a operar.
Ciego, era la palabra que no dijeron, no nos dieron ningún justificante de lo que le habían hecho, ni se disculpó el hospital.
El viaje de vuelta a Salamanca, horroroso, todos llorando, acordándonos de las células madre, para la siguiente operación que nunca llegó.
Veinte años más vivió mi padre ciego desde aquella operación, pero con optimismo, que nos daba ejemplo a todos. Dolor si lo tenía no nos lo manifestaba, dolor, rabia , e impotencia la nuestra, ante todos los casos que existan como los de mi padre.
Luis Iglesias
Grupo B
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