El primer día siempre es ligero. Aprovechamos para presentamos, conocer los temas con los que trabajaremos este trimestre y hablar de los motivos que nos llevan a escribir.
Las palabras que Patricia Esteban Erlés escribió en su muro de faceboo hace unos días sirvieron de estímulo, a modo de breve lección inaugural, para comenzar nuestro entrenamiento con los palabras:
De niña descubrí una droga dura llamada lenguaje. Puede que sea la única pasión real de mi vida, desde que fui capaz de entender todo aquello que podemos hacer gracias a un instrumento básico y sin embargo ilimitado. No puedo no amar las palabras ni dejar de sentir por dentro la ambición de domar un párrafo, de componer una historia. Mis alumnos se ríen a veces, cuando les hablo de una etimología latina y hermosísima con la emoción de quien ha encontrado un tesoro abandonado en un portal. Enfermo, el que no está firme, cadáver, el que ha caído después de no estar firme. Discuto hasta la muerte y golpeo en la mesa llena de razón la exactitud de un adjetivo, sé que existen buenas y malas palabras, palabras torpes y esbeltas, palabras universo y átomo. Sé que las palabras poseen un sabor y un olor determinado, que algunas perdieron todo sentido y otras lo fueron encontrando por el camino. El lenguaje es un deporte que puedes practicar en cualquier lado, solo o a medias. No hay un día en que no entrene un rato, en que no me drogue un poco. En que no me quede pensando un rato en palabras como "nunca".
Nadie puede negar que la palabra "nunca" suena a lo que es. A abismo, a precipicio, a agujero cavado en la tierra. Algunas palabras no hay ni que buscarlas en el diccionario. Nunca suena a miserere, a puerta que no se abre. Nunca es nunca.
Y eso es lo que haremos en el taller, entrenar todas las semanas para que todo lo que tengamos que decir sea dicho de la mejor manera, con los verbos precisos y los adjetivos justos.
Sergio del Molino nos recordó en su artículo "Decir" la importancia de este verbo, menospreciado por muchos periodistas y algunos escritores:
Los escritores que venimos del periodismo estamos acostumbrados a que los personajes y las personas no digan nada. Las fuentes afirman, indican, subrayan, apostillan, se preguntan, se responden, se interrogan, exclaman, suponen, inciden o insisten. Incluso, en el colmo de la teatralidad, susurran, sugieren o musitan, pero nunca dicen nada. Decir es un verbo que se usa poco en las noticias. Nos enseñan a buscar sinónimos para las citas en estilo directo para no cansar al lector, y todos suponemos que el verbo decir dice muy poca cosa, que las cosas que se dicen no merecen salir en el diario, sólo las que se afirman o se exclaman tienen ese privilegio. Todo el mundo dice cosas, pero sólo la gente importante y solemne apostilla o indica.
John Updike, en uno de esos decálogos para escritores noveles que tanto les gusta recitar a los novelistas, dijo: “no uses otro verbo que no sea decir”. Si no sabes poner ese verbo veinte veces en una página sin que suene ridículo, dedícate a otra cosa.
Pero no hay caso, viejo Updike. A muchos escritores, el verbo decir les sigue pareciendo plebeyo, como un verbo de pueblo que no cae bien en una prosa de ciudad, como el primo del campo que te avergüenza con sus simplezas delante de tus compañeros de oficina. Prefieren que sus personajes aseguren, declaren, proclamen, griten, se lamenten, razonen, argumenten, duden o incidan. Por eso sus personajes, tan dramáticos ellos, tan proclamadores y razonadores, no dicen nunca nada. Su propia literatura no dice nunca nada, porque afirmar, exclamar y proclamar son acciones agotadoras que dejan los textos tan cansados que, en lugar de decir, bostezan. Y una literatura que no sabe decir no es literatura.
A los que fuimos periodistas y no sabemos si seguimos siéndolo (porque ese vicio no se saca nunca del cuerpo, es como ser borracho o ludópata, uno tiene que cuidarse siempre de no rondar los bares ni los casinos, por si recae) nos engañaron diciéndonos que todos esos verbos eran sinónimos de decir. Formas más elegantes de decir que el verbo decir. Y nos lo creímos. Como tantas otras cosas. Uno no cae en el vicio del periodismo sin ser ingenuo. Incluso los hay que leen a John Updike y aquello de repetir veinte veces el verbo decir en la misma página, y siguen engañados. Es difícil darse cuenta de que todos esos verbos no son sinónimos de decir sino sus antónimos. Son formas de no decir. El propósito de una declaración a la prensa es no decir nada, aturdir con palabras que no tienen nada que ver con lo que se siente y se piensa, para no tener que decir lo que se siente y se piensa. Son verbos retóricos, trajes de noche, códigos, mensajes cifrados, colonias y perfumes que ocultan el olor de la piel desnuda y lavada con un jabón humilde de supermercado.
De la misma forma, los personajes de las novelas que nunca dicen son como multitudes que viajan en autobús o cruzan una avenida en hora punta. Caras sin rasgos, gente que pasa de largo sin posibilidad de encuentro o desafío. Tiene razón Updike: hay que decir, sólo decir, nada más. En la literatura sólo cabe decir. Todo lo que no sea decir es retórica, relleno, estupidez.
Decir es un verbo muy antiguo. Es latino, dicere, por lo que lleva en el idioma desde mucho antes de que el idioma existiera. En cambio, todos sus presuntos sinónimos son neologismos, palabras nuevas, cosméticos fabricados con afijos en laboratorios modernos en siglos recientes. Son el intento de anular un verbo que huele limpio y corporal. A mucha gente le molesta tanto que los personajes y las personas digan cosas como el propio olor de esas personas. Porque del verbo decir sale una emanación antigua y poderosa que casi nadie soporta. El que dice lo hace casi siempre mirando a la cara del que recibe lo dicho, y no usa paráfrasis ni eufemismos. Se presenta desnudo o vestido de andar por casa. A veces, sin peinar. No se ha arreglado para la ocasión porque decir no es una ocasión especial. Se dice como se huele. Se dice como se es. No hay forma de ser más humana que la del decir. Por eso muchos prefieren que no les digan nunca nada.
Tarea de escritrura
¿Tienes algo que decir con relación a la escritura? ¿Te apetece contarnos qué buscas en la tarea de escribir?
Y estos son los trabajos recibidos hasta ahora:
Sobre el decir de los dichos
Cuando manifestamos con palabras lo que pensamos entramos de lleno en ese verbo transitivo con el mayor número de complementos directos que nos podamos imaginar. En el momento que nos aventuramos a decir, está casi todo por hacer, y ese es el momento de “desnudarnos” con la palabra. “Por la boca muere el pez”, dice el refrán, pero si lo hacemos con discreción no hay que tener miedo de los anzuelos.
Hace muchos años, el siglo pasado para ser más exactos, sentí la inquietud de publicar un libro, pero había abandonado las aulas con tan solo 16 años, y eran muchos los “complejos” que me condicionaban y limitaban a la hora de dar el paso. Suponía de antemano que lo de los hijos debería de ser algo maravilloso, que lo de plantar un árbol y montar en globo andaría muy cercano también. Un buen día, muy bueno debió de ser, leí una de las frases que más alas me ha dado a la hora de escribir. La dijo (ya me he quedado en la primera clase con lo importante que es este verbo) el escritor, poeta, periodista y novelista francés Anatole France: “Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría”. Y aquel dicho suyo me animó a seguir diciendo siempre. Relatos cortos, más largos, columnas, poemas… Las palabras fueron desde entonces las aliadas de los errores de mi entusiasmo.
Unos niños gitanos le preguntaron al poeta polaco Jerzy Ficowski que para qué escribía, y este les respondió: “Para recordar mañana lo que mi corazón siente hoy”. Y han sido el polaco y el francés los “padrinos” de mis aventuras en esto del decir. “Cuanto más tengas por qué decir, menos tendrás de qué decir”, esto me lo acabo de inventar. Era el verbo “vivir” el protagonista del dicho, pero me apetecía decirlo. Esto para empezar. Cuando aprenda de vosotros seguiré diciendo. ¡He dicho!
Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A
La puerta
Levanta nervioso la mano. Su trabajado cuerpo se apoya en una recia columna de granito sobre la que descansa una anciana viga de castaño. Yo veo sus huesudos dedos alzarse por encima de las cabezas de los asistentes, me fijo en su rostro atezado. No acierto con el color de sus ojos escondidos tras el reflejo de sus lentes. Sigo el movimiento de sus labios y escucho la pregunta.
Sucedió en una de las presentaciones de mi última novela. Yo entendí cada una de las palabras de aquella frase, pero por precaución le hice repetir la pregunta: «¿Qué es para usted escribir?». Algunas cabezas se giraron hacia él, yo mantenía la boca cerrada y la mente en blanco. Una imagen se proyectó sobre la blancura de mi mente, una instantánea que apenas llevaba un par de horas en la memoria de mi teléfono, y en la mía: una puerta. Esa era la imagen. Una vieja puerta encastrada en la fachada de una casa más vieja aún. La madera revestida de un añil carcomido por el sol. La vegetación se yergue orgullosa, centinela de su castillo. La puerta tiene un pomo metálico y pienso en la pregunta que aún flota en el aire. Creo que la respuesta está ahí, en esa manilla oxidada, o más bien en lo que podamos encontrar tras ese trozo de madera exánime. Y comienzo a hablar. Describo lo mejor que puedo la fotografía de la puerta y respondo rotundo: «Esto es escribir». Atreverse a empuñar ese tirador, empujar con anhelo la puerta y abrir los ojos y observar, mirar, examinar, analizar, curiosear. Observar el paragüero que mantiene presos a un par de raídos paraguas, fijarse en la escopeta de dos cañones que descansa apoyada en la pared. Levantar la cabeza y ver una batita colgando de un perchero junto a un babi rosa, pequeño y manchado en una de sus mangas. Unas gotas de un rojo intenso, fresco, contrastan con el rosa pálido de la tela. «Parece sangre», te dices. Sigues adelante y el crujir bajo tus pies conduce tu mirada hacia el suelo. Tus ojos acompañan las huellas de barro perfiladas sobre el terrazo. Llegas al vano y descubres, en el centro de la sala, una camilla cubierta con un ajado hule sobre el que reposa un búcaro con flores muertas. Das dos pasos y un fétido tufillo inunda tus fosas nasales, llevas tu mano a la nariz y contienes la respiración. Junto al infecto florero hay un sobre y una cuartilla cubiertos de polvo. Intentas entender los rasgos infantiles, solo ves gotas de tinta que lloran palabras. Junto a la chimenea, un cesto con ovillos de lana y dos agujas con un patuco a medio hacer sirven para que las arañas tejan sus redes. Sobre el trinchero solo un objeto, un portarretrato con una imagen. Una foto de dos novios, él sonríe a la cámara, ella está triste. Las gruesas cortinas se mecen sin razón aparente y permiten ver a través de los sucios cristales un viejo castaño. Acercas tu rostro, meticuloso, no te quieres pringar y ves el movimiento, el vaivén de un columpio que cuelga de una rama. Te sorprendes. Reparas en una figura, un hombre agachado, alguien cavando junto al tronco. Te asustas. Tu mente te dice que salgas de ahí, tu curiosidad te mantiene pegado al cristal. A tus oídos llega el sonido de una melodía, es una canción. Reconoces la letra, tu hermana la cantaba una y otra vez: «Quisiera ser tan alta como la luna…». Es tu único recuerdo, luego sucedió. Las notas de la canción te conducen hasta una puerta abierta, al fondo, de espaldas, una niña con coletas canta con voz dulce. Se gira y te sonríe con sus dientes negros. Lleva su enclenque dedo a los labios y te pide silencio. Unas voces al fondo del pasillo hacen callar a la niña. Alguien grita:
—¿Qué haces? ¡Quítame las manos de encima! Ahora no. Creo que hay alguien en la casa.
—Estamos solos. No hay nadie más. ¡Anda! Si sé que te gusta.
—¡He dicho que no! ¡Ja, ja! Me haces cosquillas. ¡Para!
Una carcajada ahoga el silencio. Un disparo retumba en la casa. Parece que ha sido arriba, en el desván, unas pisadas crujen. Tu curiosidad te abandona y el pánico te lleva a la salida.
Abres la vieja puerta, los rayos de sol te ciegan. Te proteges con la palma de tu mano temblorosa. Las ruedas de un humilde carro levantan una nube de polvo. Una vieja mula lo arrastra, sobre la plataforma, un pequeño féretro blanco. Detrás, el sepelio, una triste hilera encabezada por los lloros de una joven, una anciana sigue sus pasos con un bebé en brazos, junto a ella una niña con trenzas se detiene, se gira y me sonríe mostrándome su dentadura negruzca.
El silencio se ha apoderado de la sala. Nadie habla. Carraspeo y digo elevando la voz:
—Esto es escribir.
Tomàs García Merino
Compruebo con horror que aquí en la mano
tengo un boli, y un papel justo debajo;
parece que quiera tomarme hoy el trabajo
de decir un poema, ¿estaré sano?
Borges, Quevedo, ¿quién me creo que soy?
nunca he escrito un poema ni a una novia,
me da vergüenza entrar en esa noria
de palabras que quiero dirigir; ¿a dónde voy?
Mejor lo pienso bien: ¿dónde me meto?,
me turbo, me trastoco, me arrebato,
mejor lo dejo estar, me quedo quieto.
Mejor me paro aquí, ¡soy muy pacato!
Nunca podré escribir ningún soneto
ni siquiera para pasar el rato
Grupo A
Decir 32
- Hola, ¿han llegado los demás?
- No, eres el primero… pero ¿por qué has venido tú?
- Me dijiste que os reuníais esta tarde y que, si quería o podía, que viniese.
- Yo no te dije eso exactamente.
- Por supuesto que sí, yo no estaría aquí si no me lo hubieras dicho.
- Vamos a ver, qué te dije, según tú…
- Ya te lo he dicho, que esta tarde estaríais aquí charlando y tomando algo y que me podría pasar si podía y me iba bien.
- Te dije que podrías venir un rato, no que fueses uno más del grupo. No te dije lo que dices que te he dicho.
- O sea, que no me dijiste que viniera.
- Puede que te dijera que te pasases por aquí un rato, si podías…
- Bueno, dado como están las cosas, yo me piro.
- Eh, un momento; yo no te estoy diciendo que te vayas.
- Esta es buena. Y qué me has dicho entonces, ¿qué me quede?
- Contigo no se puede, eres de esos de todo o nada…
- Pero, se puede saber, entonces, qué debí entender cuando me dijiste que viniera…
- Supongo que te dije que podías venir; no que contásemos contigo como uno más.
- Crees en serio que he dicho que quiero pertenecer a vuestro grupo. Yo solo he dicho que me has invitado a venir, por eso estoy aquí.
- Y si no quieres formar parte del grupo, ¿por qué has venido?
- Ya te lo he dicho mil veces, porque me dijiste que viniera.
- Bueno, quédate si quieres, pero no sé cómo se lo tomarán los otros. A ellos no les he dicho que vendrías.
- Pero si los conozco a todos, si muchos de ellos me dicen que nos vemos muy poco y que a ver si quedamos.
- Pues eso, lo que se dice, que a ver si quedamos. Cuando decimos eso a alguien es que no queremos quedar con él.
- Bueno, mira, les dices a todos que a ver si les veo un día; y a ti te digo que pienses lo que dices antes de hablar. Y que os den. Y a ti sobre todo, que no sabes lo que dices.
***
- ¿Qué te parece mi ejercicio con 26 usos del verbo “decir”?
- Me parece que no lo has entendido nada bien. Ni Updike ni Sergio del Molino ni nadie han dicho que un escritor era alguien capaz de embutir en un texto una serie de palabras, sean verbos o adverbios. Y tú lo tomas en sentido inverso, como si se hubiese dicho lo que a ti te interesa que dijera.
- Vale. Mira lo que dijo Updike respondiendo esta pregunta: “Entonces, con una obra tan asombrosa, uno no puede evitar preguntarse: ¿Resulta ahora más fácil sentarse ante una página en blanco y convertir esa blancura en palabras de poder y resistencia?” “Nunca es más fácil. Pero he escrito tanto hasta ahora que me pregunto si no estoy en peligro de haber dicho lo que tenía que decir y repetirme a mí mismo.”1
- Bueno, colega… Ya van 32.
- ¿Y eso te deja satisfecho? ¿Ya eres un escritor?
1. “So, with such an astounding body of work, one can’t help but wonder: Does it get easier to sit down with a blank page and turn whiteness to words of power and resilience?”“It never gets easier. But I've written enough now that I wonder if I'm not in danger of having said my say and of repeating myself.”
Es decir
Escribir es decir la vida
aunque la vida
hermosa canalla y triste
jugadora de ventaja
no muestre sus cartas
no nos diga nada
o simplemente no nos diga
porque olvidó nuestro nombre
por eso escribimos
para decirnos
en la página en blanco
para bautizarla
para ensuciarla
para que ella
nos lea
escribir es un epitafio
prematuro
palabras ilegibles
celebración elegía
caligrafías borradas
que se lleva el viento
que se lleva el tiempo
escribir es decir
la nada
con el nombre perfecto
mensaje en una botella
vacía
que a merced de las palabras
viajará sin rumbo
y llegará a una página
para que el lector la escriba
escribir corregir
llevarte la contraria
o firmar el error
quizá lo único tuyo
la marca de agua de tu voz
desentonada
escribir es puntualizar
los puntos suspensivos
hilvanarlos para ver su dibujo
en la punta de la lengua
escribir es preguntar
decir que no sabemos
para saber
cuáles son las preguntas
y nombrarlas
es decir el silencio
para oírlo
escribir
al menos para mí
y hablándole al lector
que siempre va conmigo
es decir
que no tengo nada
que decir.
Ignacio Aparicio.
Grupo A
Quiero decirte
tantas cosas, y
abrir la puerta de mi boca,
para que salga el pájaro
que llevo dentro.
Volar hasta tu hombro
para estar más cerca
de tus ojos
que sin decir nada
también hablan.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
¿Por qué escribo?
Escribo para sentirme vivo. Como el pintor es capaz de plasmar en sus lienzos bellos paisajes, la mirada triste de un niño, una tormenta en alta mar, la mirada de dos enamorados, el más bello amanecer, el cielo rosado del crepúsculo, yo necesito decir lo que siento a través de la palabra, sacar desde lo más profundo, esas historias guardadas en el tiempo, en el baúl de mi memoria.
Pedro Gómez Rodríguez
Grupo C
Escribir decir
Yo escribo porque sí. Porque me divierte. Por afrontar un reto como: “si no sabes poner ese verbo (decir) veinte veces en una página sin que suene ridículo, dedícate a otra cosa”. Vosotros juzgaréis si debo dedicarme a otra cosa.
—Donde dije digo, digo Diego —comencé diciendo en mi presentación del debate titulado “Decir decir” que, moderado por Raúl Vacas, tuvo lugar en la Casa de las Conchas el treinta de septiembre de dos mil veinticuatro.
—En una simple afirmación de cinco palabras se emplea tres veces el verbo decir —proseguí—, con lo que se demuestra la capacidad del verbo decir para repetirse en un texto, sin tener que recurrir a verbos similares que introducen matices innecesarios.
Una vez dicho lo dicho, también dije otras muchas cosas. Que no es lo mismo decir que hablar, decir que declarar, decir que exponer, decir que afirmar… al igual que ocurre con todos los sinónimos de decir, que son conceptualmente diferentes.
—El mismo título del debate “Decir decir” parece un redundancia, cualquiera lo diría, pero no hay otra forma de decirlo o escribirlo —dije con seriedad—. Todo se limita a decir o utilizar bien el verbo decir. Como dijo el otro “Decir por decir lo hacen hasta decir basta, todos los días en la radio o en la televisión muchos entendidos”.
Ni que decir tiene que, a pesar de hablar durante media hora, lo que se dice pronto, sin importarme el qué dirán, el debate resultó un éxito y hubo trescientos asistentes. ¡Quien lo diría!
Manuel Medarde
Grupo A
Todo por decir
Quiero decir con la mirada, decir con los labios pegados,
decir con las manos aireadas.
Quiero que mis pies digan caminos, que mis gestos digan
que te elijo.
Quiero decir como una fuente de agua clara, decir como
dice la lluvia sobre la tierra seca.
Quiero decir entre susurros y a voz en grito,
quiero decírselo al viento, decírselo al viejo canto rodado,
abandonado en el sendero.
Quiero decir verbos que digan mundos,
decir sinónimos de lo mucho que te quiero.
Quiero decir versos, decir canciones,
decir batallas perdidas y también ganadas.
Quiero decir, para que el universo sepa de ti. Y así
los que tanto dicen, puedan decir de nosotros.
Eva Hernández
Grupo A
Palabras…
Me cuesta mucho decir
las palabras más sencillas
parece que las llevara
a la garganta cosidas
dificultando su vuelo
y por eso no son dichas.
Se pierden en laberintos,
se niegan a ser escritas
y yacen en mi interior
profundamente dormidas
a la espera de un poema
que las despierte algún día
fundiéndolas con metáforas
que las hagan sentir vivas.
Aurora Zarco
Grupo B
Decir y no decir
El primer día del taller de escritura se palpaba en el ambiente algo de nerviosismo en las palabras no faltaban, sustantivos, pronombres, adjetivos, artículos, adverbios, preposiciones, conjunciones y verbos todas expectantes por saber el grado de importancia que les iban a asignar los aspirantes a escritores que asistían al taller. Incluso entre ellas mismas tenían sus propias rivalidades.
Ese día, el profesor hizo una larga intervención sobre lo esencial del verbo “decir”, aunque también defendió la presencia de todas las palabras a la hora de redactar un texto literario.
En un momento dado, el verbo “decir” tomó la palabra con firmeza para reforzar lo que había comentado el profesor, añadiendo que “decir”, es conectar y marcar la diferencia entre lo que sentimos y cómo lo expresamos y también un hilo conductor indispensable en los diálogos. Sin él las historias carecerían de voz y los personajes no podrían expresar sus pensamientos.
El silencio en este momento sintiéndose rival, intervino para comentar que lo que dejamos sin decir a veces es tan poderoso como lo que decimos.
Al final se llegó a la conclusión de que una buena escritura no es solo transmitir ideas ,es la que además sabe manejar la sutil danza entre lo dicho y lo no dicho porque el poder de las palabras reside tanto en su presencia como en su ausencia. Lo que no se dice permite al lector imaginar, sentir y completar la historia con su propia experiencia y lo que se dice es un puente entre un pensamiento y el papel. Si los personajes no pudieran expresar sus pensamientos y secretos quedarían ocultos para siempre.
A.Gómez
Grupo A
Decir
Llenar la boca de verbos dicendi
a veces sucede ser el camino
más corto para no transmitir nada.
Otras veces
completa el agujero del pecho,
rellena de sentido el vacío,
acuna entre sus trazos el olvido.
Reconforta, transmite,
traduce el mundo interior
y lo regala
a quien quiera escuchar con los ojos.
Delicado dodecaedro delirante.
Decir “diciendo” desesperadamente.
Documentar días decadentes.
Desbarrar.
Desgañitarse.
Despedir.
Decaer días documentados.
Decir “diciendo” dadivosamente.
Delicado despertar doloroso.
Soltar la mano.
Pelos erizados en la nuca al escuchar la nada que dices
y abrazar el cuerpo que deletreas con los dedos.
Porque decir también es silencio
y manos llenas de piel.
Grupo C
La escritura
Vuela alto sin despedidas
ni reencuentros.
Muestra el pensamiento
que se lleva dentro.
Desnuda las palabras
de florituras vanas.
Adorna el escenario
Con sueños de color.
Llega a su destino en
su viaje a tu interior.
Escribir es sentir.
Escribir es callar.
Escribir es decir.
Escribo siempre para ti.
Para expresar lo que no digo.
Para no temer al olvido.
Para decir a los que
vienen detrás,
que he sido.
Marian Pérez Benito
Encontrar mis fantasmas
Para escribir mejor nos pueden ayudar diversas técnicas, leer también sirve para progresar, sin embargo, resulta imprescindible tener algo que decir. Nada nos aportan las técnicas si no tenemos qué contar. Para la vida en sociedad también necesitamos tener algo de que hablar, el problema consiste en que la mayor parte de los humanos resulta predecible. Incluso grandes escritores tienen temas que repiten en sus obras.
Esta mañana, cuando he recibido la llamada de mi prima, sabía perfectamente qué me iba a contar: sus problemas de salud, lo sola que se siente desde que quedó viuda, hace dos años y, fundamentalmente, lo mal que su hijo se porta con ella, ejemplo de madre. Además de estos asuntos recurrentes, aprovecha para despellejar a todo el que tiene a tiro. Me pregunto que dirá de mí cuando no la oigo. Aún así mantengo la relación por aquello de la familia.
Después he tomado café con una amiga que aprecio sinceramente. Su conversación evita todos los asuntos personales en un intento de esconder el vacío que, intuyo, es su vida. El tema estrella es lo mal que lo pasa con el calor y que siempre ha preferido el frío. Sé que, si fuera necesario, puedo contar con ella en cualquier circunstancia.
De vuelta a casa me ha surgido una pregunta: ¿cuáles serán mis temas recurrentes, los que no me abandonan nunca? Con seguridad, desde fuera, alguien podrá predecir de qué voy a hablar en cuanto me ve o recibe una llamada mía. No me lo había planteado de esa manera. Siempre creí que eran los otros los siempre decían lo mismo y yo debo de ser tan pesado como el que más. Si fuera capaz de tener claros los fantasmas sobre los que quiero escribir, habría dado el primer paso. A partir de ahí solo quedaría ir puliendo, como el escultor que sabe que dentro de aquella roca hay una sirena, un fauno o un santo cristo. Tan solo se trata de empezar a picar para quitar lo que sobra.
Grupo C
¿Tengo algo que decir?
Al crear el documento de Word en el que estoy escribiendo estas líneas el ordenador y sus manías me han impedido poner la interrogación derecha (¿) en el archivo. Las llamo manías cuando en realidad son necesidades de la máquina. Sin afán de profundizar en el ya yermo de puro explotado terreno de la relación entre el hombre y las computadoras, creo que en ese sentido ambos tenemos algo en común. Y es que lo que el resto puede percibir como una manía nuestra a nosotros nos suele resultar un elemento tan fundamentales para nuestra vida como el alimento. ¿O acaso al maníaco persecutorio no siente que le va la vida en huir del peligro acechante? Pienso, por ejemplo, en cómo bajo del todo las persianas para ver una película o en cómo mi padre, ahorrador radical, mandaba apagar las televisiones de antes con la mano en lugar de con el mando para evitar el ingente gasto de energía que suponía el piloto rojo del standby.
Las manías constituyen, pues, rasgos casi esenciales de nuestra personalidad. No en vano son tan difíciles de eliminar y nuestros conocidos llegan a distinguirnos por ellas. Y en tal caso, ¿por qué utilizamos una palabra tan cargada de connotaciones negativas como manía? ¿Por qué no hablar de singularidades o distintivos o cualquier otro sustantivo que se le ocurra al lector? Las manías hablan de nosotros, nos describen. Las manías dicen.
He pensado detenidamente si yo tengo algo que decir. Yo, que lo poco que escribo suele referirse a mí mismo, iba a responder que sí de forma precipitada antes de darme cuenta que no es lo mismo tener algo que decir que decir algo que merezca ser escuchado. En lo que resuelvo esta cuestión, voy a dejar que sean mis manías las que digan algo sobre mí, cualquier cosa, en mi lugar.
Aitor Vázquez
Grupo B
Salamanca, 1 de octubre de 2024.
Amadas palabras
A Juan no le gustaba escribir. Su pasión era escuchar.
De pequeño se quedaba embelesado oyendo a su madre contarle historias. Las palabras acariciaban sus oídos y le llenaban de felicidad.
Aprendió con Teo a moverse por el mundo, descubrió paraísos fantásticos con David, el Gnomo y lloró inconsolable con los dinosaurios. Memorizó palabras y palabras que se grabaron para siempre en su alma.
En la escuela, no olvidó una sola palabra de las narraciones de su maestra. Le encantaba participar y si la profesora preguntaba:-¿Quién era el protagonista? Juan respondía al instante, de forma espontánea, y la clase se reía de sus ocurrencias. A él le daba igual, pensaba que los demás estaban equivocados. La protagonista no era Pitufina, sino el malvado Gargamel, causante de todas las tragedias .
A Juan no le gustaba escribir. Se moría por las palabras que acariciaban sus oídos y le llenaban de felicidad. Admiraba a los contadores de historias y se quedaba ensimismado escuchando las penas y las alegrías de los protagonistas.
Nunca dejó de buscar palabras en los libros, en los tebeos, en los dibujos de la tele y siguió descubriendo el mundo con ellas. Sin saber cómo, empezó a enlazarlas creando sus propias historias.
Tuvo un enorme éxito con su primera novela, una historia auténtica con un lenguaje sorprendente. Eso le permitió seguir buscando palabras, para enlazarlas en historias fantásticas que entusiasmaran a los lectores.
A Juan no le gustaba escribir, pero nunca dejó de soñar buscando palabras.
Ayer presentó su tercera novela.
JB
Grupo C
Haiku
Decir la verdad.
Decir lo que pensamos.
Decir te quiero.
Luis Iglesias
Grupo B
Recuerdo cuando niña a un viejo profesor de danza, de esos tantos profesores rusos que llegaban a América huyendo de la cortina de hierro, que nos decía con su aire solemne cada vez que nos quejábanos del dolor de las puntas de Ballet, DUELE PORQUE VIVE.
DUELE PORQUE VIVE
Danza porque vive, respira porque vive, escribe porque vive, muere porque vive...
Esperanza Garcia
Grupo A
Escribir: decir
Dios tuvo que decir muchas cosas para crear el mundo y luego tuvo que descansar. Porque decir crea y crear cansa. Tienes que perseguir palabras que a veces no quieren venir aunque las llames a voces y otras se agolpan en tu cabeza y hasta se pelean entre ellas para que las elijas. “ Elígeme, escríbeme,” me dicen.
Lo que le ha pasado al verbo decir, que está siendo sustiuido continuamente por otros verbos como afirmar, declarar etc… nos puede pasar a cualquiera, que vengan otros a quitarte el sitio si no sabes reivindicar tu lugar, por eso hay que decir, porque escribir es tener voz. Pero también es” decirse”, derramarse en palabras. Y también es decirse a uno mismo, aunque no sepas muy bien quién dice cuando te dices algo a ti mismo. A veces escribir es desdecirse, arrancar aquello que dijiste y quedó impreso en la memoria colectiva. Desdecirse duele, por eso hay que escribir con cuidado.
Para escribir hay que leer, porque así las palabras se familiarizan contigo y acuden cuando las invitas a ser dichas, escritas, elegidas.
Lo que realmente me asusta es no tener nada que decir, nada que crear, nada que escribir. Bendita escritura.
Grupo A
Decir escribo
Decir escribo, como decir soñar, arrancar las entrañas de la imaginación y dejar salir el sol.
Decir escribo, ahuyentar al corredor de la vida buscando una pasión que no te aflija.
Decir escribo, buscar el verbo vislumbrar atisbando el opaco horizonte de la luz.
Decir escribo, fugarse del devenir de cada hora, encontrando momentos indefinidos, largos, ilimitados, imprecisos.
Decir escribo, nacer cada segundo extenderlo hacer meses, años, siglos.
Decir escribo, arrasar tu imaginación, enterrar tu época, trancar tu etapa, atorar tu cuerpo.
Decir escribo, destrozar tu instinto, arrojar tus cargas.
Decir escribo, como decir soñar.
Elena Dominguez Pérez
Grupo C
Y percatose, que a veces,
lo dicho no era, al momento de decirlo
Cambio el verbo decir por hacer, que más vale en
...el azul era menos profundo
Y donde pensó hecho quería dicho
Explicar, exponerse, decir
Quería decir
Marta Pedraz
Grupo B
Tanto que decir, tanto que callar
Tanto que decir y, sin embargo, tanto que callar; por no hallar el modo justo, la palabra exacta, la frase perfecta que encierre todo el sentimiento, que traduzca la belleza y el horror, la alegría y el dolor, el miedo y los fantasmas, la libertad.
Tanto que decir y que, sin embargo, quedará estancado igual que el embalse contiene su caudal tras las compuertas. Hasta que el exceso obligue a dejarlo libre y escape con una fuerza desmedida, irrefrenable, y arrase con todo lo que encuentre a su paso, devastándolo, hasta dejarlo enfangado. Entonces, lo bueno, lo malo quedará dicho. Ya no habrá vuelta atrás.
Tanto que decir y, sin embargo, tanto que callar.
Toñi Martín del Rey
No escribo, escribo
No escribo porque guardo letras que ordenar.
No escribo porque ordeno mundos al azar.
No escribo por atesorar la espuma y la sal.
Con la I río, con la U profundo mar, con la O y la A volar.
Con la E escribiré.
Con la E
Escribo a la luz de mi candil y
bajo el árbol que plantaré ya escribo.
De mi pluma voladora brotan alas.
Desde los más recóndito de mis sueños escribo,
por encender la llama, por…
para mí, para ti, para un día… escribo.
Porque sí, porque no, porque no sé.
Escribiré hasta que las letras ya no sean necesaria por la magia del silencio que cabe entre cada palabra, por la magia del silencio último escribo ya en la casa que habitaré.
Aronbanda
Grupo B
Es un decir
Porque DECIR, es pensamiento, después del proceso "no entiendo lo que dices", donde la mente se contorsiona, se disfraza y busca conexión con la palabra, con tu gesto de "Ya te lo decía yo". Entonces, fluyen ideas, camino, y digo, ¿Cómo estás?, porque es lo que hay que decir.
Y una vez que los cables del "me explico" y "me entiendes", conectan con vibraciones de las ondas del "digo lo que pienso" o "digo lo que sé", siempre con buenas palabras, eso sí, sin poner en entredicho, para no ofender, ya que son tiempos líquidos de no decir nada. Es entonces, digo, cuando se produce la eclosión y a borbotones, el mensaje sale disparado, "decir lo que sentimos" y "sentir lo que decimos".
Porque, algo que decir, después de la coma, es respirar para seguir, y en el ascenso continuar en el camino.
Algo que decir, después de punto y seguido, es decir cambio, decir paro y espera, antes del destino que es punto final.
En conclusión, es "decir adiós", cuando marchas , es decirte miradas de consuelo, decir susurros y decirle al Universo que su orden llora mi destino.
Pensar antes de decir, aprender a escuchar el silencio, entender la mirada, comprender el abrazo y sentir el beso, la risa, la piel y el aroma, es un decir...
No sé, creo que he dicho, lo que tenía que decir.
GuADAlupe Sanchón
Grupo C
Descubrir que no hay nada que decir es aterrador. Por eso la gente siempre tiene algo que decir o finge tener algo que contar. Para huir de ese descubrimiento, me apunté a clases de teatro, pero allí sólo proclamaba. Probé en la política y no aguanté ni una semana; allí sólo hacía declaraciones. Como periodista tampoco tuve éxito; no buscaba difundir o revelar la verdad. La ciencia, pensé, siempre tenía algo que decir al mundo, pero no hice más que divulgar el conocimiento y publicar mis hallazgos. Incluso la medicina me decepcionó; comunicar malas noticias no es ni familia del decir. La astrofísica me permitió nombrar miles de estrellas, pero ninguna me dijo nada. De igual modo, el mundo judicial no calmó mi miedo; notificar decenas de sentencias está lejos del decir. Tras muchas vueltas y pocos encuentros, terminé por anunciar que decir sin decir es un "sindecir".
Lucía Sabater
Grupo A
De escritos y escrituras
Siento el intenso deseo de escribir
fijar en letra impresa sentimientos,
sueños varios, ideas o lamentos,
que quiero de otra forma percibir.
Y a fuerza de escribirlos, dirimir,
de qué materia son los elementos,
que mi mano plasmó en los documentos
por ver lo que he podido discernir.
No quiero a mi razón contravenir
mas si arrancar de lo profundo de ella
las dudas que atormentan mi existir.
A pesar de que tenga que morir,
si alguno de mis versos deja huella,.
podré en la emoción de otros pervivir.
Calgarí
Grupo A
“Dije poesía y escribí cuento”
Erase una vez una Niña-Huevo de edad madura. La cual había estado muchos relojes sin decir y manecillas sin mover. Aunque, quien no mueve dice, dice cuando no dice, respira cuando dice y su postura todo lo dice.
Pero….¿Entonces, dice….? Bueno, decía para los demás porque ella no sentía lo que decía o lo sentía demasiado o no decía, o no lo veía o solo a los otros percibía… Mientras…el pequeño Huevo hacía y hacía, mostraba y demostraba. ¿Para qué? Para nada o solo aprender quería o tenía.
Aquel Huevo anidaba en una gran casa llena de pajaritas sin pico (se podría decir) y su decoración era incolora y con siglos de permanencia. Pero, gracias a la grande y diminuta Oruga, el habitáculo tenía diminutos destellos de luz.
El tiempo pasaba con pilas gastadas y Larva intentaba tirar, tirar y rodar, por lo menos para poder almacenar. Pero, la cuerda de seda se deshilachaba, enredaba y a veces se bloqueaba. Ahí el Huevo grande callaba… Entonces, las voces que en su día susurraban que ella tenía un alto torrente de voz, de repente gritaban y alucinaban. Todo porque no entendían que no los mirara, no les cuidara ni con hechos, palabras o cartas.
Pero…lo que no sabían, no decían, no entendían, no veían o…era que…ese pequeño Capullo en su morada de calma y con inertes flores de color pastel, estaba aprendiendo a escribir o a cojear antes de dormir.
Intentando, intentando Pulpa escribía de su corazón pasado porque era lo que tenía en sus sensibles, minúsculas y futuras antenas. Era lo que la hacía rodar en el movedizo aire. O lo que en ocasiones la caía. Pero, ella siempre se resistía.
Poco a poco la pequeña Crisálida seguía su rutina desplazándose, cojeando, saltando o deseando volar de flor en flor. Ahora, más callada, pero no por eso, no decía nada. Porque sí, esas antenas se despertaban, reflexionaban y enlazaban letra a letra antes de bajar la persiana. Para que… gracias a su viaje y al mestizaje de las flores y propio, esas alas cada vez más usadas, pero más fortificadas pudieran volar con calma y descansar cuando ella lo deseara.
La pequeña gran Crisálida volaba cada vez más alto en un país lleno de variedad de flores y esplendor o no de colores. Pero, a su vez pensaba mientras a veces decía o después callaba y en ocasiones frases tejía:” ¿Por qué con tiempo tengo que pagar para yo ninguna falta trazar?”
Con la repetición o cambios de cojeos, revoloteos, saltos y vuelos, Mariposa fotografió y comprendió que el color de sus alas dependía de la luz del día. Y a su vez el brillo colgaba en el mundo que se movía. Pero, poco a poco…lo que fue admirando es que cuando Mariposa se adentraba en su interior más oculto, podía sentir en su calma un racimo de mariposas dentro de su cuerpo minúsculo. Y, además, ella podía estar en bivaque y decir, unir versos o hacer un zumbido bonito. Y que ese pase minucioso de manecillas le permitía cerrar el vuelo cada día con trazos de agradecimiento a la vida.
Porque lo bueno es ( según mi pensamiento): practicar el baile a la vida para hablar o no hablar, decir o escribir. Y por lo tanto, decir bonito. Y lo bonito, bonito es y siempre será mientras la vida lo sea y yo lo desea.
Lourdes Vicente
Gtupo B
Algo que decir
sobre lo que no he dicho
Algo que decir
sobre lo que he sentido
Algo que decir
para escribir
Algo que decir
para vivir.
Axira
Grupo C
Qué me dices
Decía Oscar Wilde que para escribir solo hacen falta dos cosas: tener algo que decir y decirlo.
Supongo que por eso escribo. Porque aunque tenga poco que decir, siempre hay algo.
¡Qué me dices!
¡Ya te digo!
Mejor dicho…
Por decirlo así
¡Te lo digo yo!
Y así un sinfín de expresiones que utilizamos casi a diario y que protagoniza el verbo decir en alguna de sus formas.
Así que sí, no puedo estar más a favor del alegato de Sergio del Molino sobre el verbo decir. Es un verbo tan importante que lo utilizamos en expresiones, formas de hablar, refranes y dichos. ¡Incluso le da nombre a los dichos!
Dice la RAE que decir es manifestar con palabras el pensamiento; afirmar es dar por cierto algo; indicar es mostrar o significar algo con indicios y señales; subrayar es recalcar, repetir palabras para atraer la atención; apostillar es anotar, comentar o aclarar. Pero ninguno de estos verbos indica manifestar con palabras el pensamiento.
Decir es algo tan simple que a veces nos cuesta solo decir, por eso buscamos otros sinónimos que no llegan a serlo, dejando a nuestros personajes o a nosotros mismos cojos de sentido.
En resumen, digo yo que para decir algo sin sentido, es mejor no decirlo. Pero también es mejor no argumentar, señalar o indicar cuando lo único que queremos… es decir.
María Ángeles García
Aquellos papelitos arrugados
Pero a pesar de todo y sin mucha esperanza de que este curso ocurriera la maravilla del “papel arrugado”, hacía mis cábalas, pensaba en alguno de ellos, luego cambiaba y consideraba también la posibilidad de que no fuera ninguno o más de uno... La verdad es que me gustaba jugar a adivinarlo. Me centraba en el que tenía más posibilidades e imaginaba lo que le habría costado hacerlo. Si lo tendría hecho desde hace tiempo, si le ayudaría alguien de la familia, si lo habría hecho por la noche o a plena luz del día, si lo sabría algún amigo… Solía acertar, aunque alguna vez tuve sorpresas. Lo buscaba entre los más tímidos, de los que les gusta pasar desapercibidos pero sobre todo en aquellos, que en un principio no encontraban nada en mí que pudieran admirar.
Se acercaba siempre en los últimos días del curso, siempre cuando nadie pudiera verlo, con una mano cerrada como si guardara en ella el mayor tesoro del mundo y temiera que se lo arrebataran, luego te miraba y te dejaba en tu mano aquel papel arrugado, rasgado con prisas pero lleno de palabras que componían el texto que tanto les hubiera gustado decirte al oído pero que sabían que no se atreverían a hacerlo. Luego se iban, no sin antes darte un beso.
Pero aquella última mañana de curso no imaginaba a ninguno con el papel arrugado en la mano, así que nos despedimos con muchos abrazos, muchos besos y muchos te “quieros”. Me marché pensando que nuestras vidas a veces las llenamos de rutinas, hábitos y costumbres a las que nos acomodamos sintiéndonos más seguros y llegamos a añoñarnos con las cosas. En estos pensamientos estaba, cuando de forma mecánica metí mi mano en el bolso para coger la llave del coche y allí estaba el tesoro, el trozo de papel que me faltaba ese año. Arrugado y rasgado en forma de corazón, me decía “la clase de 1ºA ha sido mi segunda casa pero al año que viene si estas algún día triste, pásate por 2º A que allí estaré yo y te daré un abrazo. David”
Hoy al colocar unos libros se ha caído aquel trozo de papel arrugado (lo tuve mucho tiempo de marcapáginas) y recuerdo que fueron muchos los días que pasé por 2º A a saludar a David.
Elca
Grupo C
Escribir, decir, pensar...
Digo “escribe” cuando quiero decir “piensa”, pero no siempre que digo “piensa” quiero decir “escribe”.
¿Qué decir cuando escribo? Mejor no saberlo, mejor hundirme en la hoja en blanco. Ya vendrán las formas. Mucha vocal, mucha consonante, quizás alguna asonante- no importa, cambio, cambio, cambio. Se tacha, se borra, se escribe y reescribe y si hace falta, crack crack crack (muerte al papel) empiezo otra vez.
¿Por qué escribo? Que por qué escribo. ¿Escribes tú? ¿Por qué escribes? ¿No escribes? Lista de la compra, mensaje a un amigo, nota recordatorio, garabateo por aburrimiento. Escritura, escritura, escribir. ¿Quedan muchos analfabetos? No escriben, no leen, piensan. ¿Piensan en clave de escritura? Yo no pienso en escritura. Pienso en forma. Escribo en letras, pienso en letras; escribo en dibujo, pienso en dibujo.
¿Pienso todo lo que escribo o escribo todo lo que pienso?
Decir al escribir, decir al pensar. Decir para un público, decir para mí. Vaya redundancia de decir, rebosa de dichos (no, no, no. No hay dichos aquí, sólo escritos). Monta tanto, escribe tanto Isabel como Fernando. ¿Pero escribían algo? A quien escribe Dios le ayuda. No hay escrito que por bien no venga. De tal pensar, tal escribir. El que no escribe, piensa (con suerte). A lo escrito, ojos.
Ya está bien de tanto refranero. Poco más que decir aparte de preguntarme qué he dicho, digo- escrito, digo- pensado.
Sofía Sánchez
Grupo C
Se escribe como se vive, como se respira, como se baila, como se muere.
ResponderEliminarRecuerdo cuando niña a un viejo profesor de danza, de esos tantos profesores rusos que llegaban a América huyendo de la cortina de hierro, que nos decía con su aire solemne cada vez que nos quejábanos del dolor de las puntas de Ballet, DUELE PORQUE VIVE.
DUELE PORQUE VIVE
Danza porque vive, respira porque vive, escribe porque vive, muere porque vive...
Muy buenos textos. Ánimo a todos y no dejéis nunca de escribir.
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