Todos los colores del negro

En la sesión del taller de escritura de esta semana pusimos negro sobre blanco. Y quedó constancia, como en notario, del testimonio fotográfico de Miguel Núñez y los textos de Miguel Bermejo, memoria de un tiempo en blanco y negro, de una realidad que mudó su piel y de la que apenas queda su frágil camisa. Todos los colores del negro es, sin duda, uno de los libros cuya lectura más he disfrutado en los últimos años. La calidad de sus textos e imágenes lo avala y también la edición tan cuidada que ha hecho Salto al vacío.
Hace años los autores de este libro leyeron Elogiemos ahora a hombres famosos, un libro con textos de James Agee y fotografías de Walker Evans que les marcó el camino a seguir por su honestidad y valentía. Lo que en un primer momento iba a ser un reportaje para un periódico sobre los aparceros en Alabama se convirtió en un clásico de la literatura americana por la fuerza de su relato y por todo lo que cuentan sus fotografías. Alfonso Armada se acerca con precisión a esa joya en esta reseña.





Miguel Delibes señalaba que para construir una buena historia se requiere de un hombre, un paisaje y una pasión. Cambiemos “hombre” por “paisanaje” (y así incluimos al conjunto de personas que habitan este libro) y mantengamos la palabra “paisaje”, aunque a Jacinto Ballesteros, protagonista de uno de los relatos, no le diga mucho esta palabra. Tendríamos entonces: Paisaje, paisanaje y pasión. 
En Todos los colores del negro encontramos, de forma gráfica y textual, el paisaje. Hay textos que se recrean en él. Que lo describen palmo a palmo como lo haría un pastor que conoce el nombre de cada teso, loma, vaguada, prado o monte. Pero también las personas que formaban parte de aquel hábitat rural: el veterinario, los pastores, los niños, el cartero, los labradores, los ganaderos, el panadero, los carromateros, el tendero, el niño “mongólico”, la gente mayor, el médico, el guardagujas, la maestra, y los guardias civiles. A esta nómina de lugareños habría que sumar también a los “los forasteros”: los hippies, el periodista que llega con ganas de sensacionalismo, los turistas, todo tipo de sectas, los artistas y performers, los hijos del progreso (trabajador de la eólica, oficinista, profesionales del sector eléctrico…) Aquí tenemos el contrapunto del libro. Todo lo que vino de la mano del progreso y lo que supuso la palabra "futuro".
El último ingrediente para una buena historia es la pasión, la que se advierte en el trabajo de los autores del libro y la propia de las historias y sus protagonistas.
No hay nostalgia de ese tiempo en las fotografías y los textos, más bien reafirmación de la dignidad, de la sencillez, de la naturalidad con que se vivía en aquellos pueblos y con que se aceptaban las heridas del amor, la muerte y la vida, a pesar de la dureza. Luego llegarían la falta de esperanza, la resignación y el abandono.
Entrar en este libro exige lentitud, comprensión, entendimiento, mirada profunda, humildad. Sólo así podremos disfrutar de todo lo que contiene.

Dejamos por aquí unas imágenes y unos textos como botones de muestra:









EL MUCHACHO LO HACÍA TODOS LOS DÍAS. Saltaba de la cama a la hora precisa, o un poco antes si la impaciencia lo despertaba, desayunaba unas sopas de vino y pan de centeno, tostaba a toda prisa una raspa de tocino en la lumbre del suelo y salía de casa comiendo unas castañas cocidas. Escogía los callejones estrechos, los senderos que serpenteaban entre los pajares y llevaba siempre algo en la mano, un caldero, una hoz o una azada que le sirviera de disculpa en caso de tener que dar alguna explicación. El caso era hacerlo antes de que pasaran los chicos camino de la escuela, llegar a tiempo sin ser visto, entrar a escondidas en una cuadra del corredor de las eras y allí, en la oscuridad, con la respiración contenida en un silencio que el rumiar de las vacas enturbiaba, poner un ojo en la rendija del portón... y esperar. Tan firme como su mirada era la de aquellos ojos de brillos negros que se hacían preguntas en el fondo de la cuadra. Todos los días la misma pregunta. El muchacho, que entraba con el sigilo de un ladrón y nada más cerrar la puerta pegaba su cuerpo a ella y se ponía a mirar por la rendija, les hacía levantar la cabeza y observarlo hasta que se iba. Miraban el cuerpo del chico, tenso; no sabían si como el de un depredador al acecho o como el de la presa agazapada entre los matorrales, con todos los sentidos en alerta. Un parpadeo inoportuno podría ser fatal. Todo sucedería, como siempre, en un instante, fugaz como un pensamiento inadvertido, breve como un sobresalto.
Mientras esperaba, en la insoportable demora, todo él era sed, y sin embargo qué fácilmente la saciaba al ver pasar aquella niña, blandamente, como un pájaro en vuelo, cruzando un milímetro, a través de la rendija.

«ERA MARIMANUELA, la Guitarra, pero nosotros la llamábamos la mujer centauro porque nunca la habíamos visto bajada del burro. Subida en él alcanzaba a llenar el cántaro en la fuente, segar la mies con la guadaña, rastrillarla y cargarla al carro. Arreaba al animal clavándole una uña que había dejado crecer y afilaba hasta darle forma de aguijón para poder perforar el cuero y la pelambre del pollino; pero era como si se rascase ella misma. Los dos cuerpos componían una sola figura y ambos eran extremidades el uno del otro. Nunca los vimos por separado hasta que se murió el burro. Entonces supimos cómo era de alta».

LA VARITA DE FRESNO era la medida del largo; en ella, una muesca marcaba la medida del ancho. Mientras la ponía sobre el mostrador, el hombre que había entrado en el comercio pidió que le cortaran un cristal. En una manga de su chaqueta brillaba una cinta negra recién cosida. Cuando el cristal estuvo listo, sacó otro palo más pequeño y dijo al tendero:
-Es para unos zapatos de mujer, blancos; pero que no le aprieten.



Propuesta de escritura

Abre tu álbum de fotos y elige una imagen en blanco y negro que muestre a algún personaje o algún lugar de un pueblo; el tuyo, el de tu familia, el de adopción. Escribe un pie de foto que contenga una historia vinculada a esa imagen. No expliques en exceso, muestra. Recrea su atmósfera. Describe con precisión de orfebre. Cuida los sustantivos y adjetivos. Tómate tu tiempo.



Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora



Mi tío Dimas

Mi tío lo hacía todos los días. Saltaba de la cama antes del alba, efectuaba sus abluciones matinales y el afeitado cuando tocaba, pues bañarse, se bañaba en el río cuando el tiempo lo permitía. Desayunaba un plato de patatas cocidas y recalentadas, un vaso de vino y una pieza de fruta si la hubiera. Hacía un hatillo con un trozo de pan duro, algo de tocino y ocasionalmente chorizo de la propia matanza. Todo ello iba en el zurrón junto con la bota de vino.
Tenía dos perros pastores; uno de guardia y otro de carea que actuaba por su cuenta y dirigía al ganado; el de guardia permanecía pegado a su vera y solo salía disparado al menor atisbo de peligro.
Recorría el pueblo armado de un buen garrote, recogiendo las cabras que ya estaban preparadas y acostumbradas a esta rutina. Se iban uniendo al pastor y salían todos juntos del pueblo.
Iba variando las rutas para aprovechar mejor los pastos de los prados libres, los que cedían algunos vecinos y el municipio; pues había prados frondosos vallados, a los que mi tío miraba de reojo y pensaba “que falta de un repaso por estas cabras, lo dejarían todo bien segado.
Al llegar a una loma, en lo alto de un canchal, que no era más que un batolito de granito, se sentaba a observar: primero a los perros y al ganado y luego el paisaje: un paisaje árido, difícil, con arena en los caminos, con brezo y escobas en la bajura, a media altura robles y encinas, y por encima nubes.
A eso de las doce, cuando el sol estaba en su cénit, sacaba del hatillo las viandas y la navaja procediendo a almorzar: pan y tocino con un trago de vino; a sus dos canes siempre les caía algo.
Como buen observador, si algún conejo o liebre se despistaban, de un garrotazo terminaban en el zurrón.
En el trayecto bien de ida o de vuelta siempre encontraban algún arroyo para saciar su sed todos ellos.
Al oscurecer volvían al pueblo y las cabras se iban quedando cada una en su casa, pues sus dueños estaban a la espera.
Ya en casa, mi tío cenaba lo que hubiese, casi siempre patatas con arroz y algo de bacalao, esta vez recién hechas. Las que quedaran servirían para el desayuno. A continuación, se ponía a escribir, escribía relatos y poemas que yo he leído, en los cuales expresaba con lucidez y cierta maestría sobre todo sus sentimientos; además de sus vivencias y aventuras. De lo que doy fe es que lo hacía con una excelente caligrafía.

José Luis Fonseca
Grupo A


Limpieza anual

Han espesado las sombras de las ramas de los árboles y las hojas tienen un verde nuevo, lustroso, libre de las grisuras del frío. Está la luz quieta sobre las baldosas rojas y marrones, marcando en el suelo una frontera tajante.
Cada año, ya acabada la primavera, dedicamos una tarde de escuela a la limpieza. Traemos de casa unos pedazos de cristal cortados a bisel. Con ellos raspamos la superficie de los pupitres. Debemos librarlos de esas pecas azuladas que escaparon de los tinteros de porcelana y nuestra torpeza derramó, como si fueran las migas en aquel cuento. Aquellas señalaban el regreso a casa, estas el camino hacia nuestros manoseados cuadernos.
Hay un silencio de palabras provocado por el alboroto de las herramientas. El ambiente es fabril; el trabajo, denodado. Huele a la carpintería del señor Dionisio y el polvo de serrín da volumen a los rayos de sol. Las maderas de los pupitres van enseñando sus vetas y las arrugas que guardan los recuerdos de cuando fueron árboles. Hay una mosca posada sobre la bola del mundo, detenida en mitad de Siberia, indiferente al frío, al ruido.
Hoy no miro el mapa de América. Ese que, durante las aburridas tardes de divisiones infinitas, me sirve como destino de mis aventuras imaginarias. Antofagasta, Tegucigalpa, Cochabamba… los nombres exóticos que otras veces me hacen soñar, no son, en esta ocasión, suficiente imán para mi fantasía.
Coloco la mano sobre la madera lijada y siento como si, resucitada, palpitase de nuevo. Un polvillo se me adhiere a las palmas y por mucho que me las frotes se resiste a abandonarlas. Tampoco se va, aunque las restriegue contra el babi cuyas rayas azules están casi borradas por el serrín.
Cuando la voz ronca de Don Matías se impone al fragor de las limas, me doy cuenta de que los rostros de los retratos de la pared tienen la mirada atónita, sorprendidos por la ausencia de los habituales libros, lápices y gomas de borrar.
El maestro recoge en una caja de lata los vidrios que vamos dejando caer con estrepitoso tintineo. Nos detenemos y percibimos el aire renovado que se respira en el aula.
Estamos contentos. Ha terminado la faena. Ya puede comenzar el verano.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Retrato en blanco y negro

Cada tarde el mismo recorrido después del aguardiente y la perronilla.
Él delante y la burra detrás, a veces es al contrario. Ambos conocen el camino a ojos cerrados.
- Vamos burra
Y ella mueve la parda cola e inclina la cabezota como diciendo, tira tú. Y así todos los días.
Hoy se ha unido a la procesión, la nieta. Sus cortos pasos en ningún momento entorpecen el ritmo de estos dos.
El abuelo decide, por deferencia a la nieta que subirán al majuelo por la fuente de Alba, para coger agua fresca.
Forma un cuenco con sus nudosas manos. Da de beber a la nieta. No lo dice pero el corazón se le ensancha cuando le dice:
- ¡Qué rica abuelo!
Coge la bota que lleva a lomos de la burra, él también echa un trago. El agua estropea los caminos. Relata. Un mandamiento que cumple a “rajatabla”
Caminan hasta el majuelo. La nieta no calla, el abuelo no habla, la burra tampoco.
Dedicado a mi abuelo que el catorce de febrero hubiese cumplido muchos años. El cielo no sabe de cuentas mi Valentín.

Eva Hernández
Grupo A


Buena cosecha

Levantó la cabeza para ver quién abría la cancela. Era él. Venía de guardar las cabras. Seguía siendo apuesto aunque los años empezaban a pesar sobre su espalda, que se iba encorvando cada vez más bajo la chaqueta de pana. Habría que dar una puntada a esos codos y también echarle una pieza al pantalón, pensó, mientras pelaba los tomates que iba a embotar. La piel se desprendía con solo tocarla y el jugo que se le escurría entre los dedos iba cayendo en la calderilla formando una espumilla blanca que daba cuenta de su madurez. La cosecha había sido muy buena, tendrían conserva para todo el año y podrían vender el sobrante. Esos dineros vendrían muy bien para comprar un hornillo. Tendré que convencerle porque es muy cabezón. La cocina al fuego está muy bien en invierno, pero en verano es un martirio, y además es muy sucia. Donde esté uno de esos aparatos nuevos.
Puso una mano de visera para resguardarse de aquel atardecer, que la cegaba. Él se movía por el huerto comprobando que el agua siguiese el cauce marcado sin salirse de los surcos. Había que estar muy pendiente del caudal y de su aprovechamiento. Aunque la huerta tenía una fuente en la zona de las hortalizas y una poza donde los frutales, justo al lado de los guindos, no se podía perder ni una sola gota, porque también bebían de allí los animales y ellos mismos. Cada pequeño manantial era un milagro en aquellas tierras.
Bajó la vista para coger una nueva tanda de tomates y se fijó en el chupón que salía de la higuera bajo la que se había sentado. Había que quitarlo para fortalecerla. No necesitaban más árboles, ya tenían suficientes. Observó que el delantal, negro en su origen, se iba tiñendo de rojo oscuro al igual que sus zapatillas. Gajes del oficio, pensó. Mañana iré al rio a lavar y aprovecharé para llevarlo todo. Si él no necesita el burro, me lo llevaré con las alforjas cargadas de ropa y así me quitaré todo el trabajo de golpe. Claro que eso supondrá pasarme el día entero al sol, rumiaba, pero mejor de una vez.
En otra calderilla iba apartando la piel que pondría a secar al sol. Colocada en un cedazo, al calor del verano, se deshidrataba en un solo día. Esos restos le servían para dar intensidad a los guisos. No hay que desaprovechar nada, que luego llegan las vacas flacas y se pasa muy mal, le decía él siempre, y tenía razón, pensaba ella. Ya habían conocido tiempos de sequía y de cosechas perdidas, en los que se habían tenido que alimentar casi exclusivamente de patatas. Pero este año es bueno, reconoció, mirando la producción que habían dado las tomateras.
Las manos impregnadas de zumo le empezaban a escocer por la acidez. Ya estaba acabando. Solo le quedaba un cubo y luego empezaría a rellenar los botes, para cocerlos al día siguiente, antes de irse al rio. Había que aprovechar las horas de menos sol para estos trabajos. Le vio pasar por delante de ella para dirigirse al gallinero. Cuidado con el gallo, murmuró, es un mal bicho que picotea a todo el que se le acerca, aunque, de momento nos está proporcionando buenos huevos para el día a día, incluso para vender algunos a las vecinas.
Al acabar la tarea, dolorida y sudorosa, se levantó del poyo en el que había estado sentada. Echó un brazo a la frente para quitarse el sudor, porque tenía las manos pringosas, y miró a su alrededor con orgullo. Empezaba a oscurecer, aún quedaba mucha faena, pero en la huerta siempre es así, nunca finalizan los quehaceres. Él venía ya por el lado de la cerca para recogerse en casa. Mañana será otro día.

M. Maximina Moreno
Grupo B


Todos los colores del arcoíris

Imaginaba el arcoíris, pero sólo lo podía ver en blanco y negro. Y así, claro, no le servía, el cuadro estaba lleno de color, era un paisaje primaveral después de la lluvia. Para rematarlo, como culminación, un arcoíris. El arcoíris.
En su cuaderno de dibujos había quedado maravilloso, y aunque estaban hechos a lápiz -Staedtler Noris HB, y Noris Club HB, los que usaba para los apuntes- desde el primer momento había tenido la sensación de vida, de plenitud, como si en ese primer bosquejo ya estuviera el paisaje, terminado, reluciente en colores suaves y húmedos, como una primavera que acabara de brotar.
Había tenido esa sensación, por primera vez, ante un dibujo preparatorio de Watteau en una visita al palacio de Charlottenburg, en Berlín, durante el viaje de paso del ecuador con sus compañeros de Bellas Artes. Los alumnos escuchaban embobados al profesor, frente al cuadro “Peregrinación a la isla de Citerea”; él, sin darse cuenta, se había quedado en la sala previa, fascinado por el boceto a lápiz y carboncillo. Blanco y negro, a todo color.
Había pasado su paisaje a un lienzo de grandes dimensiones, y ya casi había terminado las últimas veladuras del óleo. El lago, como un espejo oscuro, las estribaciones glaciares que vertían sus aguas en él, las tuberas y los alcornocales, todavía chorreando de lluvias recientes, el cielo inmenso de Sanabria, y todos los colores de la primavera. Sólo faltaba la culminación del arcoíris, que se le resistía, a pesar de que había hecho bocetos en todas las técnicas, pastel, acuarela, acrílico, digital, y este gran oleo sin terminar, que iba a ser su consagración, su obra maestra, su homenaje a la pintura.
Pero siempre veía el arcoíris en blanco y negro. Como su vida.
El profesor, delante del cuadro, rodeado por sus alumnos, lamenta que esta obra maestra quedara inacabada por el suicidio del artista.

Ignacio Aparicio
Grupo A



Me apretaban mucho los zapatos, me he acordado ahora al ver la foto. Se clavaban feroces en mis calcañales y los dedos gordos amenazaban con abrir un agujero por el que pudieran escapar de esa tortura.
Tuve que esperar un tiempo hasta que heredé unos más grandes de mi hermana. Los míos pasaron a la pequeña a la que advertí, ingenua, el primer día que se los vi puestos.
—Ya verás el daño que hacen, se te van a quedar los pies apretujados.
Recuerdo que me daba vergüenza admitir que nunca estrenaba ropa, como si mis amigas del colegio no corrieran la misma suerte y no fueran vestidas con herencias. La única Nievitas que era hija única y tenía más ropa que la Nancy. Su padre trabajaba en la caja de ahorros y yo pensaba que debía tener mucho dinero porque la gente iba allí con la cartilla y era él el que repartía las pesetas.
Tengo los ojos tristes en la foto, mi abuela lo decía —Los ojos de esta niña siempre están pitiñosos.
Más tarde descubrí que lo que me adornaba la mirada no era tristeza sino la miopía que me hacía forzar la vista y a día de hoy todavía me nubla los paisajes.
Salgo bastante mona en el retrato, con el pelo movido por el viento. Me pregunto si queda algo de esa pequeña en mí y daría lo que fuera por volver un momento al blanco y negro y volver a ser esa niña un solo instante.

Aurora Zarco
Grupo B


Color sepia/tiempo

Hace mucho tiempo de esto.
Yo soy un niño, quizás siete u ocho años, y estoy llegando con mi hermana mayor al muelle, normalmente vedado a la gente ajena al puerto, pero hoy, sin embargo, abierto a cualquiera.
La galerna se desató poco después del mediodía. Inadvertidamente, claro, porque así son las galernas, que no advierten. Con toda la flota pesquera a más de 20 millas de la costa.
Hay mar muy gruesa y las olas baten contra el enorme espigón, haciéndolo temblar. ¡Qué no estarán haciendo con los pesqueros allí en medio del mar!
Son veintitantas vacas – así llaman aquí a los barcos arrastreros – las que se supone que deben de estar volviendo; con una docena de marineros en cada una.
Hay una pequeña multitud en la esplanada: hombres y mujeres, y también rapaces. Las familias de las tripulaciones. Ni una sonrisa. La incertidumbre en cada rostro. Las miradas asustadas. Algunas lágrimas.
Me resulta insoportable el ininterrumpido aullido de la sirena de la lonja. Pero es necesario que la oigan los pilotos, que la escuchen y la sigan.
Ayudarles con el ensordecedor ruido mientras tratan de mantener el rumbo en medio de la densa niebla, con el único auxilio de la aguja de marear, sin poder orientarse por los faros sembrados a lo largo de la costa.
Van llegando las embarcaciones. Es fácil saber cuál es la que ahora acaba de atracar surgiendo de la bruma porque, como si de fuegos artificiales se tratara, en medio de la muchedumbre un grupo la reconoce y estalla en risas y gritos.
De los otros grupos algunos se acercan a felicitarles y alegrarse de su suerte.
A mi lado, una joven madre con sus cuatro hijos pequeños no soporta más la tensión, se arrodilla, los abraza en una piña y se arranca con el llanto más - cómo decirlo - profundo que me ha sido dado escuchar en toda mi vida.
Tengo más recuerdos de aquella tarde: de los rezos, de los votos a la Virgen del Carmen si me lo devuelves sano y salvo, de las imprecaciones a todos los santos, de las blasfemias…
Pero ahora no voy a seguir. Me asalta una congoja incontenible cuando relato esta historia.
Sólo diré que mi hermana se fija en la expresión de mi cara, me agarra de la mano y me saca de allí.
Tarde, si lo que quería era evitar que aquella dársena, en aquel día de galerna, se quedara grabada para siempre en mi mente infantil.
La foto en blanco y negro – miento: de color sepia/tiempo - que tengo delante, es de un día calmo, probablemente de verano. Es de esa época; del puerto con los barcos amarrados unos junto a otros.
Sólo el escenario tiene algo que ver con el imborrable recuerdo de aquella tarde, gracias a la cual el pescado nunca ha vuelto a parecerme caro.

Carlos Coca Senande
Grupo A


Incesante

Tic-tac, tic-tac. Me encontraba en el salón, escribiendo, mientras mis abuelos dormían. Tic-tac, tic-tac. El reloj de pared me acompañaba discretamente. Tic-tac, tic-tac. Intentaba crear una historia interesante; llevaba mucho tiempo sin lograr que mis pensamientos fluyeran. Tic-tac, tic-tac. Comencé a sentir una tristeza de gran envergadura. ¿De dónde venía? Tic-tac, tic-tac. ¡Ah, sí! El paso del tiempo. pensé en mis abuelos y en todo lo que habían vivido. Tic-tac, tic-tac. Cuando escucho sus historias de juventud las visualizo en color sepia. Cuántos cambios tecnológicos han experimentado en sus ocho décadas de vida. Cuánta convulsión política y cuánta novedad arquitectónica. Tic-tac, tic-tac. Intento ver el mundo a través de sus ojos; entender el presente habiendo vivido en un pasado color sepia. Sus emociones son iguales que las de cualquier joven de ahora. Se creyeron inmortales, ignorando el paso del tiempo, pero los años fueron sucediéndose; uno detrás de otro. Tic-tac, tic-tac. Mis nervios comenzaron a crisparse. ¿Cómo algo tan inocente, sin maldad alguna, podía exasperarme así? Tic-tac, tic-tac. Mi mano no se había desplazado ni un milímetro. El único que avanzaba incansable era el tiempo. Tic-tac, tic-tac. Intenté escribir una frase. Al menos una. De lo que fuera. Tic-tac, tic-tac. Pero la impaciencia dio lugar a la cólera. Tic-tac, tic-tac. No soportaba más aquel sonido infernal. Tic-tac, tic-tac. Alcé la mirada hacia el segundero, inmóvil. Tic-tac, tic-tac. ¿Qué significaba aquello? Tic-tac, tic-tac. ¡El tiempo no avanzaba! Tic-tac, tic-tac. ¿¡Por qué seguía sonando!?
Tic-tac, tic-tac, tic-tac.

Lucía Sabater
Grupo A




Cuatro letras

Querido yo del pasado:

Te escribo desde un futuro que jamás habrías imaginado. Te tengo delante, en una vieja fotografía en blanco y negro, con los ojos llenos de curiosidad y el mundo entero por descubrir. No sabes aún lo rápido que va a pasar todo.
Si pudiera explicarte cómo han cambiado las cosas… Hoy llevamos en el bolsillo un pequeño rectángulo de vidrio con el que hablamos con quien sea, vemos películas, hacemos fotos al instante y estamos al corriente de cualquier cosa con solo preguntarlo. Sí, es increíble. Pero, ¿sabes qué? A veces echo de menos esos días en los que éramos nosotros sin más, corriendo sin mirar la hora, con los amigos que te pasaban el brazo por el hombro y reían a carcajadas sin necesitar un motivo.
Hay avances que asombran, pero también silencios que duelen. A veces daría lo que fuera por volver un rato a ese tiempo tuyo, nuestro, donde las risas eran reales y no solo mensajes en una pantalla.
Cuídate, pequeño. Disfruta de lo que tienes, porque un día será recuerdo.
Con cariño, tu yo del futuro.

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


El abuelo y la muerte

Contemplo de nuevo la fotografía como tantas veces antes. Estamos los dos, solos. Ese día fue el último en que vi con vida a mi abuelo. Horas más tardes me llevaron junto a él, para despedirme, pero él ya no sonreía. Ocurrieron muchas cosas ese funesto día. Hacía frío, pero él salió a la calle como siempre, y se sentó en el poyo, y yo, junto a él. Allí estábamos los dos, cara al sol. Recuerdo su olor, una mezcla de encina con tabaco y un toque dulzón a menta de los eucaliptos que chupaba. Nos pasábamos horas sujetando la pared de la casa. Él hablaba y yo viajaba, montado a lomos de esas palabras sosegadas, camino a esos mundos desconocidos. Su boina, calada hasta las orejas, le cubría una mata plateada y salvaje. Junto a la cicatriz de la guerra, brillaban sus ojos azules, diluidos por la eternidad del mar. Me sonreía, yo le miraba ensimismado y buscaba, trataba de descubrir, en el fondo de esos dos lagos, a los increíbles personajes de sus historias.
Él, con su chaqueta de pana marrón, desgastada por la vida y un pantalón a juego, amarrado a su débil cadera por el ajado cinturón de cuero, con el que, como él decía, alguna vez acarició las nalgas de mi padre. Yo, a su lado, como un hombre, con mi jersey de lana, más grande que un serón, heredado de mi hermano mayor. Y en los pies, unas botas gorilas con muchas horas de juegos. Y en la cabeza, un gorro de punto para que no me dolieran los oídos del frío.
Me guiñaba un ojo y sacaba del bolsillo su petaca. Sus dedos ambarinos rebuscaban entre la picadura. Yo, hipnotizado, miraba cómo se liaba el pitillo que moriría sin prisa consumido en sus resecos labios. En la imagen parece que sonríe, con los labios pegados, sujetando uno de esos cigarrillos.
El retrato nos lo hizo Justo Tadeo, el fotógrafo del pueblo. Saludó a mi abuelo y se detuvo unos segundos frente a nosotros. Su tímida sombra nos lamía los pies. Sería su uniforme, porque siempre le vi con la misma cazadora de cuero color camello, y un grueso cinturón que abrazaba a su pequeño cuerpo. Completaba el atuendo, con unos pantalones negros, de tergal, los años de uso brillaban en sus perneras. Parecía un gánster de los que me hablaba mi abuelo. Sus pequeños ojos, escondidos tras unas gafas de culo de vaso, te apuntaban antes de disparar con su aparatosa cámara, colgada de su hombro, como la máquina de oxígeno de nuestra vecina, la señora Remedios.
—¡Sonríe, Atanasio! ¡Que te quiero sacar guapo!
Y disparó su cámara, hizo la foto, y mi abuelo jamás la vio. Siempre pensé que, ese armatoste, esa descomunal cámara, había robado la vida de mi abuelo. Tadeo se marchó y nosotros seguimos allí, sujetando la pared. Mi abuelo fumaba y yo, con una pajita, le imitaba.
Pasó Sebastián, con un enorme cuchillo en la mano. Retumbó su saludo: «Buenos días, tenga usted». Yo me sobresalté.
—Se va a liar una gorda.
Decía entre dientes, haciendo bailar a la colilla. Y, sin inmutarse, exhalaba el humo que quedaba flotando frente a él, como si no quisiera despedirse de allí. Pasaron también Zipi y Zape, los achaparrados gemelos: «Buen día, don Atanasio», dijeron de forma sincronizada.
—Los que faltaban.
Ahora era el turno de los caramelos. Metía su nervada mano en el bolsillo del pantalón y sacaba dos caramelos verdes. Siempre me dejaba elegir a mi primero. El sol calentaba nuestros cuerpos y, casi a la vez, movíamos los mofletes chupando aquellos dulces mentolados.
Un hombre alto, ancho de hombros, con pinta de bruto, pasó raudo frente a nosotros. Iba en camisa, con las mangas remangadas, y vestía un pantalón de un color difícil de adivinar. Se llevó la mano a la frente como saludo. Detrás, casi a la carrera, una mujer enlutada, tres tallas menor que su predecesor, trataba de seguirle los pasos. Era el alcalde y su señora.
—Ya sí que estamos todos.
Mi abuelo dejaba los comentarios en el aire, como el humo de los cigarros y después, sonreía.
—¿Qué pasa, abuelo? —me atreví a preguntar.
—Ya la verás pasar, soldado. La muerte. Uno menos.
Me encantaba cuando me llamaba soldado. Yo me enderezaba al oírlo, estiraba la cabeza y parecía que mi cuerpo crecía por momentos. Yo era su soldado. Pertenecía al bando de mi abuelo y estaba a sus órdenes. Me sentía orgulloso. Nunca me contó lo que le sucedió en la guerra. Lo supe muchos años después de su muerte.
Hasta nosotros llegaron los primeros gritos. Me arrimé al enjuto cuerpo de mi abuelo todo lo que pude.
—No tengas miedo, valiente.
Eran muy desagradables esos chillidos. Hice intención de levantarme. Su mano temblorosa me sujetó. Yo quería huir de allí. Me asusté. La imagen del cuchillo, en las manos de Sebastián, me produjo un escalofrío. Los berridos continuaban.
—Ya falta poco. Ya está hecho.
Su mano seguía domándome. El sol había dejado de calentarnos. Sentía frío. Yo no quería seguir allí. Mis dedos hacían una pelotilla con el envoltorio del caramelo. Un fuerte alarido me llevó a los brazos de mi abuelo. A medida que el grito se ahogaba, yo me relajaba. Ya no se oía nada, solo silencio.
—Ya está. Un cerdo menos.
Sentenció llevándose otro cigarrillo a la boca. Muy tranquilo, lo encendió con su mechero y allí empezó a oler a quemado. Una nube de humo se elevaba frente a nosotros. La paja ardía sobre las brasas de encina. Las bisagras del portalón se quejaron. Incliné mi cuerpo y giré mi cabeza para ver qué ocurría un poco más allá. Los hombres salían de espaldas, primero dos, con los brazos extendidos, llevando en volandas el cadáver. Frente a ellos, los otros dos tiraban de las patas. Con esfuerzo llegaron hasta la hoguera y allí depositaron el cuerpo sin vida del pobre cerdo que ya no se quejaba.
—Buenos jamones, tiene el cebón.
Se incorporó como si allí no hubiera pasado nada. Sentí el calor de su mano tirando de la mía. —Vamos a comer. Me ha entrado hambre.
Eso era la muerte: gritos, cuchillos, fuego, chillidos. O eso pensaba yo. Mi abuelo murió esa noche mientras dormía, en su cama, en silencio.

Tomás García Merino
Grupo B





Menos mal que se nos ve en la foto

Supe que se acercaba todo aquel gentío porque fui dejando de escuchar el vozarrón de Paco; solo se oían la música, las voces, carcajadas y ruido cada vez más fuerte. Evaristo había salido por piernas y se libró, pero cuando mi hermano y yo quisimos darnos cuenta nos estaban arrastrando hacia el tren de pasajeros. Ni Paco ni yo, que no soy muy alto, pero trabajamos porteando y tengo fuerza, lo pudimos resistir. Empujé con todas mis ansias. Patadas, empellones, voces en el oído; notaba que a ratos los pies no me alcanzaban al suelo, pero metía los codos y las rodillas, me fajaba y embestía con el hombro para tratar de salir; pero, nada, solo retrocedía y con las ansias de que me iba faltando el aire. Paco estaba cada vez más lejos. No había avanzado ni un palmo más que yo, y eso que es el más grande de casa y el que más fardos acarrea en el mercado de Chamberí. Al final los dos nos rendimos, porque no se podía hacer nada más que dejar que te arrastrasen hacia los vagones. Menos mal que al final se separaron los que subían al tren y los que iban a despedirlos o a curiosear. Y otros que se subieron encima de los vagones, que abajo te ahogabas y no podías moverte. Yo no sé si toda esa gente era del regimiento, aunque con esos sombreros de paja y algunos de fieltro que había por allí, no creo que todos fuesen soldados que iban a ponerse el uniforme dentro de los vagones. Si ni allí dentro cabía un alfiler.
Nosotros estábamos en la Estación del Mediodía porque el patrón nos había mandado a buscar un fardo que llegaba en el mercancías esa mañana a su nombre; y es que Don Senén Ortega es el asentador más viejo del mercado y le llegan frutas y verduras de todos los sitios. Estos eran melones manchegos, no sé si de Tomelloso o de Herencia, y hacían falta las manos de los tres, Evaristo, Paco y yo, para cargarlos al carrillo de mano y llevarlos al almacén. Lo que pasa es que habíamos parado en el camino a echar unos cigarros de picadura, que Paco los lía fetén, y perdimos un buen rato antes de llegar al andén del tren de mercancías. Ya la teníamos segura, la bronca, digo. Y la peor iba a ser para Evaristo que era el encargado del almacén, aunque le pagaba el patrón lo mismo, lo poco, que nos daba a los demás, pero que se las llevaba todas. A pesar de eso, sabíamos que no le iba a echar, porque era el más trabajador y el que más tiempo llevaba en el almacén. Y, ya digo, en esas se presenta todo aquel gentío.
No verme en la foto a primera vista es lo normal, aunque estoy. Soy uno que no lleva sombrero canotier ni gorra queso del regimiento Saboya, sino uno que se ve con una gorra de visera junto a Paco, de los pocos que llevan la cabeza descubierta, con la mata de pelo que tiene el tío. Menos mal que había un fotógrafo y se hizo la foto, y que salió en el Blanco y Negro. La marcha de los soldados esa mañana se comentó en todas partes. Ya estamos en 1921 y la gente se entera enseguida de lo que pasa.
- Ve usted, Don Senén, cómo tardamos mucho ese día porque nos arrastró toda aquella tropa - dijo Evaristo al patrón –. Y no se puede imaginar como azacaneamos para salir de allí, sobre todo el chico, que se cayó con los empujones, y que tuve que levantarle, y con todo y eso, no lo conseguimos. Y ya los ve en la foto, que están al lado del tren Paco y el muchacho. A mí no se me ve porque me tapa uno con un sombrero, pero, vamos a ver, Don Senén, si estamos en lo que estamos, que no llegamos tarde por capricho, que aquello fue una calamidad.
Paco y yo, que sabíamos que Evaristo estaba exagerando y que ya se había ido cuando pasó aquello, no fuimos capaces ni de reírnos por lo bajo con las mentiras, aunque nos mirábamos de reojo y Paco me daba con el pie.
Menos mal que se nos ve en la foto, que por eso hemos podido seguir en la brega.

Juan Delgado
Grupo A


La aventadora

Se levantó muy temprano. Sabía que el día sería caluroso e intenso. Tenía la ropa preparada: su americana, su camisa blanca y su sombrero de paja de ala ancha. Para Nemesio el sombrero era la pieza fundamental en su indumentaria, sin el sombrero no eras nadie, un sombrero te da más empaque, más autoridad, más importancia y eso era lo que quería el hoy. Sabía que la gente se acercaría después de la misa de las 12 y que aquello sería un vivero de gente. Así que se dirigió a la era, donde el día anterior había estado trillando la cebada que iba a utilizar para la aventadora. Esa vez Demetrio no le iba a ganar, lo haría él por goleada.
A Demetrio le gustaba tanto o más que a Nemesio hacer la fachenda y la rivalidad entre ellos era conocida y de hace tiempo. Así que, cuando compró el Lanz con matrícula AV 0002 y se enteró que Nemesio tenía ya otro Lanz pero con la matrícula AV 0001, no se sabe con qué artimañas o de qué manera convenció al padre de Nemesio para que se cambiaran la matrícula. De este modo y a ojos de todos, Demetrio siempre fue el primer agricultor con tractor en la provincia de Ávila. Pero hoy no sería así, la primera aventadora de la comarca estaba en la era y la había comprado Nemesio.
La imagen sobrecogía, Nemesio subido a su aventadora que había colocado a favor del viento y su Lantz a la derecha. Según iban acercándose sus paisanos, Nemesio se sentía más seguro y confiado y con suma destreza, volcaba la mies trillada en la tolva para que aquella pasara a la tramoya y luego con energía daba vueltas a la manivela y hacía mover las aspas de la mariposa, que se podían ver a través de las ventanitas de la máquina. Aquello, entonces, empezaba a vibrar y a generar unas corrientes de aire con un ruido ensordecedor que separaba el trigo de la paja y cribaba las impurezas. Algunos niños se asustaban y se separaban poniendo más atención en el tractor porque en su imaginación temían que aquella máquina que parecía un elefante con grandes ojos y patas cortas y robustas, pudiera cobrar vida y meterlos a todos en la tolva. Pero a los que prestaba toda la atención Nemesio era a los adultos que, si bien al principio se les vio escépticos con la máquina, no lo fueron cuando por un lado vieron en el granero el grano, en el granciero la paja y en el infierno la granza, después de avientar y cribar la mies.
A Nemesio no le importó no comer, ni estar asolanao, ni empapao en sudor, ni aguantar los comentarios groseros e irónicos de sus paisanos…ni tan siquiera ver alejarse a Demetrio con la espalda encorvada y su andar astillado y roto. Nemesio estaba satisfecho y por eso se fue derecho a casa, se acercó al lecho donde descansaba su madre y le dijo al oído “tranquila, madre, somos los primeros”
Siempre tendremos memoria de los sitios en los que hemos sido felices, por eso no sé muy bien si esta historia me la han contado o era yo uno de esos niños que contemplaba a Nemesio y a su aventadora.

Elca
Grupo C


Raíces

No te he olvidado, aunque la adopción fue temprana , aquí estoy recordándote.
Días de caserío, con mi familia, escapando del bullicio de la ciudad industrializada, en la que el recuerdo más rural era la del burrico que nos traía la leche todos los días.
Caserío, enorme con muchas dependencias, con olor a estiercol, pero en el que más que el interior me entusiasmaba el exterior, el campo, el rio, los animales, los manzanos, higueras.
Divertido hacer sidra, correr con la libertad del niño explorador, que temeroso descubre también un mundo rural lleno de fantasía y a otros niños que disfrutan de otra manera, son niños caseros que algún día algunos irán a la gran ciudad y sentirán las emociones a la inversa, que reirán, jugarán y descubrirán en su otra infancia ,la vida, donde nada está escrito, ni dirigido.
No hay televisión, radio, lavadoras, el ruido es sonido de pájaros, vacas, caballos y demás animales, hoy quiero volar a mis raíces, para recordarlas, con el cariño y la ilusión que me evocan lo que fue mi primera y mejor experiencia de vida.

CLU
Grupo B




De tus ansias, quiero más…

Un cuadro enorme, un óleo de gran formato en tonos brillantes y luminosos adornaba la escalera de su casa de Campo en la ciudad de Cuernavaca, al sur de la ciudad de México, en el estado de Morelos, al sur de la Ciudad de México. El artista la inmortalizó desnuda, con los rubios cabellos al aire, una típica imagen suya.
No podías subir esa escalera sin sentirte por esa su sensualidad y esa su belleza. Era realmente inquietante.
Su belleza era al tiempo, provocadora, como inocente.
Escalón tras escalón, casi podías tocarla, palparla, sentirla en el aire, como suspendida en el tiempo. Inmutable, eterna.
Pero, dígame, qué hago yo hablándole de Fanny? Por dios, ha pasado tanto tiempo, quién se acuerda ya de eso?...
Antonieta era la mejor amiga de su hermana Blanca, Blanquita para los amigos. Mi madre era muy cercana a Antonieta, por eso fue que yo acabé visitando esa casa, subiendo esa escalera y oyendo esas historias que ahora le estoy contando a usted.
"Fue la belleza más despampanante de su época. La más sobresaliente de todas. Ninguno se le podía resistir. Fue como un verdadero rubí para todos. Además, fue la más buena hija y la más buena hermana"
Nos dijera alguna vez Blanquita entre taza y taza de café, entre galletita y galletita, entre copitas de rompope almendrado de las monjas Clarisas de los conventos Morelenses y entre su nostalgia adormilada de antiguas glorias perdidas y su orgullo perene de hermana m.
Calor húmedo y reconfortante, suave y gentil de la Ciudad de la Eterna Primavera, Cuernavaca. Una estancia inundada de aromas, un jardín colmado de rosas, de aves del paraíso y de bugambilias. Una piscina rodeada de mecedoras de mimbre pintadas de blanco, donde tumbarse al sol y quedarse dormida, emborrachada de sol. Muchas fotografías de Fanny a color y en blanco y negro, enmarcadas o pegadas en viejos álbumes con inscripciones antiguas y flores secas. Vitrinas colmadas de porcelanas de Lladró y carpetitas como hechas de espuma, a ganchillo.
Tardes plácidas de silencio.
Artistas famosos, personajes de farándula mirándote desde un cuadro torcido y empolvado en la pared. Recortes de periódicos rotos, amarillentos, vencidos por el tiempo. Armarios repletos de recuerdos y de fantasmas.
Un hombre que mira, detrás de unas gafas oscuras, unas gafas que ocultan su mirada. Un hombre siniestro. Que quién era ese hombre? Usted bien lo sabe, no necesita hacerse el santo, el inocente conmigo.

Esperanza García
Grupo A


Momento

Camino de Galicia a las orillas del Tera, el sol de media mañana brillaba indiferente. Mi amigo nos miró a mí y a nuestras mujeres.
—¿Una parada?
Los tres asentimos y el coche entró dando tumbos por un camino de tierra. Un corzo se escabulló entre las escobas. Nos detuvimos en un claro con vistas al pantano, nos sentamos donde pudimos y nos quedamos mirando indolentemente. En silencio. El sol continuaba avanzando, pausado. Una bandada de gorriones pasó cercana, mientras un milano exhibía sus capacidades en el cielo. El silencio era solo aparente, roto por un cuco lejano, el graznar de una corneja y el rumor del robledal acariciado por el viento. El suave ronroneo de un coche en la lejana carretera no llegaba a alterar la pureza de aquel rincón.
—Saca las cervezas.
No hacían falta más palabras. Los cuatro permanecíamos callados, disfrutando interiormente del momento. Las flores de jara punteaban de blanco las laderas que se reflejaban simétricamente en el agua aquietada. Dos conejos confiados habían aparecido en la linde de los matorrales. El sol continuaba enlenteciendo el tiempo. Azul el cielo y azul su imagen en el agua. Una nube blanca de algodones dibujaba rostros imaginados en las alturas. El aroma del tomillo y la lavanda nos acariciaba a cada soplo de aire.
—Tomad un poco de hornazo.
El sol seguía templando el ambiente. Los sentidos se adormecían complacidos. Las hormigas recogían las migajas, llevándoselas por senderos labrados en la tierra por el movimiento de sus diminutos cuerpos. El silencio seguía teniendo el compás que marcaba el zumbido de algún insecto y el chapoteo de un pez ocasional. Otra nube jugaba perezosa, sin atreverse a esconder el sol. Las sombras se movían despacio. Seguíamos callados. Se acabaron las cervezas y el hornazo. El momento se alargaba. El sol comenzó a mirar el horizonte cuando aparecieron los vencejos y los aviones.
—¿Nos vamos?

Manuel Medarde
Grupo A


Surcos

Montes verdes, caminos de tierra, campos de trigo y avena adornados de alfombras rojas, blancas y malvas. Era el horizonte que divisaba cada mañana, mientras se ponía el pantalón de pana gastada, la camisa sin cuello, muchas veces remendada, y su boina negra bien calada, para comenzar su diaria y fatigosa jornada.
Hoy, sentado en su silla baja de enea con el rostro curtido por el aire y el frío, las manos endurecidas de tanto arado y tanto trillo, con cigarro de picadura en sus labios, contempla el mismo horizonte, el cual no es el mismo desde que ella se fue. El campo perdió su brillo, su color lo borró el agua y el rocío. Un velo gris cubre su espacio infinito, el brezo rodea su casa y la hiedra todas sus ventanas.

Marian Pérez Benito
Grupo A


La noche que fuimos a cazar gamusinos

A Pablo. Siempre.

A pesar de que recuerdo con un cariño estremecedor aquellas tardes y noches de verano de mi infancia, pocas recuerdo con tanta viveza como la noche en la que fuimos a cazar gamusinos.
Era agosto, eso seguro. Pablo acababa de llegar de un largo viaje de tres horas, y en cuanto se bajó del coche de sus padres fue a la piscina para comprobar que, efectivamente, estábamos allí.
Nos tiramos al agua en plancha, de cabeza, a bomba… Recuerdo a Javi, el mayor de nosotros, correr sobre el agua de una manera que nunca he visto a nadie más. Pablo, desde el otro lado de la piscina, sonreía feliz porque estaba con sus amigos, a los que veía dos veces al año y a los que echaba de menos más de lo que admitiría durante muchos años. Pablo y yo tendríamos unos doce años.
Después de jugar en la piscina hasta acabar exhaustos, nos sentamos en las toallas bajo una sombrilla –que no daba ya sombra porque el sol se estaba poniendo– y planificamos la noche.
– ¿Por qué no vamos a cazar gamusinos? –propuso Javi.
No recuerdo si era algo pactado o no, si habíamos hablado antes de gastarle aquella broma a Pablo, pero todos asentimos y quedamos en que por la noche bajaríamos al río a cazar gamusinos.
Recuerdo que lo comenté en casa.
Así que nos juntamos en la calle después de cenar. Javi llevaba un saco de patatas vacío que le entregó a Pablo en cuanto nos adentramos en la oscuridad, con la excusa de que “no has cazado nunca gamusinos, así que no sabes cómo son. Mejor los cazamos nosotros y tú llevas el saco”.
La mejor actuación fue la de Javi, que se iba a correr muy lejos y volvía, también corriendo, con una piedra enorme gritando “¡Abre, abre, abre!”.
Todos continuamos echando piedras grandes, y algunas más pequeñas, mientras Pablo se resistía a abrir la bolsa porque le habíamos advertido de que no lo hiciera: “Cuidado, que saltan, y si te muerden te pueden hacer mucho daño”.
A la media hora, Pablo estaba agotado. Nosotros también, de tanto ir y venir corriendo para aumentar el peso del saco.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que, para decir que los gamusinos saltaban tanto, no ponían ningún tipo de resistencia dentro de la bolsa. Pablo abrió el saco y se lo encontró lleno de piedras.
Así que no nos quedó más remedio que contarle el engaño, mientras volvíamos hacia el pueblo.
Llegamos y nos sentamos en uno de los bancos de una plaza a tan solo unos metros de casa. Justo por allí pasaba la madre de Pablo paseando a Rufo, su perro. Y él, claro, aprovechó la oportunidad para quejarse de la broma.
– Mamá, ¿te puedes creer que hemos ido a cazar gamusinos y me han hecho llevar un saco lleno de piedras?
– ¡Ay, Pablo! Si ya te lo dije: que uno nunca olvida la primera vez que va a cazar gamusinos.
Cuánta razón tenía su madre. A día de hoy, cada vez que veo a Pablo, recordamos entre risas aquella noche de agosto en que fuimos a cazar gamusinos.

Mª Ángeles García Franco
Grupo A

Insultario

-¡Joder! -se me escapó al entrar en la sala donde nos reunimos los grupos de escritura. ¡Qué puto frío afuera y qué calor aquí! ¡Pero qué gallinero es éste! ¡A callarse, coño! Que hoy tenemos que hablar de las palabrotas y los insultos en la escritura y en la vida.
Comenzamos la sesión con Paquita la del Barrio y su "Rata de dos patas". Esto nos ayudó a caldear el jodido ambiente. Después leímos el artículo de Soledad Parral titulado "Las palabrotas" publicado en El Ideal Gallego y recordamos algún insulto de Bart Simpson o de Kenny o Cartman de South Park
Luego pasamos a toda hostia a hablar de las trifulcas entre los clásicos. Recomendamos la película "Cervantes contra Lope" en la que se entrevista a ambos autores que hablan sobre sus desencuentros y sobre la posible autoría del libro "El Quijote apócrifo". 




Centramos nuestro interés en Góngora y Quevedo, los raperos de la época, que se medían en sus batallas de gallos con los insultos más elocuentes. Prueba de ello son los numerosos sonetos que se intercambiaron, alguno de ellos como el de "A un gran nariz" de sobra conocido. 
Dejo por aquí un par de botones de muestra. Primero es Quevedo el que se dirige a Góngora. Subrayo el verso "Microcósmote Dios de inquiridiones":

¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?
Microcósmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.
Tu forasteridad es tan eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas viscerable cacoquimia,
farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,
metamorfoseando el arcadumia.

La réplica es de Góngora, quien señala algunas carencias lingüísticas de su rival, Quevedo:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Esto de la trifulca también tuvo su repercusión en la generación del 27, sobre todo con Juan Ramón Jiménez como protagonista. El poeta era la diana en la que se clavaban los dardos de Dalí, Buñuel o Rafael Alberti. Juan Ramón era conocido como "Miss Poesía" y entraba al trapo de todas las provocaciones. Este artículo de Bruno Pardo en el ABC titulado "Antolojía de agravios" lo cuenta muy bien. Échale un ojo.
Dejo aquí mi top ten del libro Insultario, un catálogo de insultos y maldiciones que podemos utilizar en defensa propia en el necesario trabajo de cultivar las enemistades. Su autor se desdobla en dos, Ángel Mª Fernández y Ánjel María Fernández para insultar (o insultarse). Las ilustraciones son de José Antonio  Ruiz Gracia:

-Eres peor que lo amarillo de la ensaladilla rusa
-No te deseo ningún mal, pero ojalá se te termine el plastidecor de color carne y tengas que colorear con el naranja muy flojito
-Creo que tu lado  bueno se parece mucho al malo
-Ojalá vivas mucho y se te haga muy largo
-Para mi gusto respiras demasiado
-Ojalá te levantes a las cinco a coger olivas, trabajes sin descanso hasta las once y cuando abras el almuerzo sea tofu.
-De pequeño eras un gilipollas. Pero luego las cosas cambiaron y ahora ya no eres pequeño.
-En la incubadora te tenían los cristales tintados, no digo más.
e noto muy maduro para no saber multiplicar.
-Estás en ese momento de tu vida que ya te gustaría a ti saber qué momento es.
-Cantaenayunas.

Hablamos también de Cyrano y de la gran lección que le dio a un presuntuoso vizconde que aludió a su nariz sin estilo alguno. ¿Qué clase de insulto es "tenéis una nariz muy grande"? Cyrano hace todo un ejercicio de estilo a lo Raymond Queneau.
También nos referimos a Camilo José Cela y su defensa de la palabra "coño". Fue él quien llevó esta voz a la Real Academia para ser incluida en el diccionario. Lo hizo de la mano de Quevedo. Así responde a Gloria Fuertes durante el transcurso de una entrevista en la que le pregunta sobre esta cuestión. Al hilo de un comentario de la escritora, Cela señala que uno de los personajes de su libro Nuevas escenas matritenses ponía "coños" donde debería de haber "comas". Así comienza este genial relato titulado "El arte del manubrio":

Epipodio Murciego Muñoz, alias Jesusín Alpedroches, Niño de la Tángana, habla sin puntos ni comas ni mayores miramientos.
–Esto del piano coño vamos del piano de manubrio coño no es arte para todos qué coño va a ser arte para todos coño estaría bueno pues no era nada lo del ojo coño uno va y pone en el cilindro coño por ejemplo qué coño le diría a usted coño pues el chotis de Madrid Madrid Madrid coño y le da el manubrio al prójimo y el prójimo va coño y lo echa todo a perder coño con el prójimo qué coño de manera tiene de darle al manubrio coño con otra pieza cualquiera coño diga usted una pieza que se sepa de memoria coño digamos El gato montés coño o el pasacalle de Las Leandras coño pasa lo mismo coño que no te doy 4,50 para una coca-cola coño a ver de dónde coño creéis que saca uno los cuartos coño con tanto exigir coño entonces usted coño va y le dice a quien sea coño toque usted a ver cómo coño le sale coño qué coño le va a salir, etc.
En el pueblo de Epipodio Murciego Muñoz, alias Jesusín Alpedroches, Niño de la Tángana, dicen tánganas a las morcillas de cebolla y arroz (y sangre, claro).
–Las tánganas de mi pueblo coño son las mejores del mundo coño vaya si son las mejores del mundo coño qué tánganas coño se come uno una tángana coño y queda uno alimentado para una semana coño y hasta engorda coño que si engorda coño como un cebón se lo digo yo coño el cura de mi pueblo coño que es un cura con el que se podían hacer dos coño no come más que coño tánganas coño y así está coño si el cura de mi pueblo coño le pega una toba a uno coño lo entierran coño si lo entierran coño comiendo tánganas de mi pueblo coño el piano toca solo coño y los albaricoques coño los albaricoques de mi pueblo coño mi pueblo tiene mucha riqueza coño vaya si tiene riqueza, etc.


Repasamos todas las letras del abecedario con Alfonso Martínez "El Mora" quien nos enseña el arte del improperio de la A a la Z según la RAE. ¡Qué a gusto se queda tras desahogarse con todos estos insultos!
Si quieres entrenarte en casa has de saber que existe un juego para ejercitarse en el insulto en la mesa camilla. Su nombre es "El juego de los insultos arcaicos". Lo explica muy bien su creador, Alex O´Dogherty.
Pero si a pesar de todos estos muestrarios de insultos, tu repertorio sigue siendo pobre no seas memo. Lee a Pancracio Celdrán y ampliarás miras en el arte de insultar. Puedes descargar su libro Inventario general de insultos en este enlace.


Propuesta de escritura

Escribe un texto en el que puedas practicar el arte de insultar. Puede ser un monólogo (imagina que lo escribes tras golpearte el dedo meñique con un martillo), un diálogo entre dos personajes (¿Cómo insultaría un matemático a un químico?) o una reflexión etimológica a partir de un catálogo de insultos.
Puedes elegir diferentes campos semánticos para tus insultos: el mundo animal da mucho juego pero también el vegetal. O si eres creativo puedes inventar tus propios insultos.
Si no se te da bien insultar toma prestados algunos insultos de los textos de la ficha, del libro que adjuntamos en este post o de los vídeos de los enlaces.
Venga, mequetrefes, a la tarea.



Y aquí mostramos los textos recibidos hasta ahora:



Los dardos del desamor

Se escuchaba un pequeño bisbiseo oracional entre el humo de las velas y el tic-tac del reloj de la sacristía. Una mujer de mediana edad ocultaba su rostro bajo un pañuelo azul de las últimas rebajas de Sfera. Tenía sus rodillas clavadas en un añoso reclinatorio. De vez en cuando, pronunciaba alguna palabra y elevaba la mirada hacia las reliquias de san Valentín en la iglesia madrileña de san Antón. Había llegado aquella mañana desde Salamanca, en el Alvia de las 6,30, deseosa de ver de cerca la urna del santo. Al terminar su rosario de vocablos, se acercó a la cajita de los donativos y metió en su interior la nota de sus lecturas. “Le haces llegar al que me regaló este anillo de compromiso estos piropos cargados de la pasión que desató en mí: charromierda, meriendaortigas, papelerarota, escuchazaleos, sotacabras, grillosordo, muerdegallinas, titirimuerdos, rompesueños, ranatriste, gilinabos, saltahuevos, escaldavinos, soplachurros, rebañante, picomierda, tragañordas, escurresopas, trotanubes, maligaitas, pueblerón, anunciahipos, mojaparaguas, guardaflautas, cancelasecretos, abuelato, bollopreñao, escurrajilla, muerdechicles, bebepijos, ojilágrimas, apagaestrellas, despiertasoles, insultaovejas, cabratriste, empinavasos, naricatarros, asustagatos, politicoso, miérdago, albañal…”. Salió calle abajo por una de las aceras de Chueca y, al llegar a un semáforo, le preguntó a un repartidor de Glovo: ¿Me mirarías, por favor, por ese cacharro que llevas en el patinete si hay alguna iglesia en Madrid dedicada a Cupido?

Francisco Antonio Martín Iglesias
Grupo A


A ti, listillo…

Qué fácil es hablar en vuestra casa
opinando absurdeces cual "cuñados"
me imagino que sois los más buscados
para que trabajéis para la NASA.

Vuestra sabiduría me traspasa,
tantos conocimientos ocultados
aflorando de golpe e impulsados
a las redes sociales, tiene guasa.

Cuanto listillo suelto, cuanto experto,
escondido detrás de una pantalla
y que suelta los datos sin acierto.

Algunos ya se pasan de la raya
bien podrían perderse en el desierto
que nadie les va a dar una medalla.

Aurora Zarco
Grupo B


Acróstico

Entregado a la infamia y endiosado,
Libera adrenalina ponzoñosa
Odia a los pobres en verso y en prosa
No piensa más que en él, se ha vuelto osado.

Malmete, difama, es un racista.
Usa su poder para apoyar el mal.
Su lado oscuro se ha vuelto viral.
Kilos de basura negacionista.

No puede ser más claro con el brazo,
con su siniestra risa levantado,
nada le importa el inspirar rechazo

si Naranjito sigue encandilado.
Es de su cuerda, ha sido un gran flechazo.
Otro matón igual de enrevesado.

Carlos Coca Senande
Grupo A


Desahogo

Me cisco en la chirimbaina madre del zarrapastroso Okupa que se ha colao en mi puta casa. Y hablando de mierda, le mando un zurullo a la mangurrina de la alcaldesa a compartir con el chupacables del delegado del gobierno y la mequetrefe de la presidenta del gobierno de este país de gurruminos. No se merece otra cosa ese manojo de cernícalos que a mi petición de socorro respondieron tocándose los perendengues.
No te jode, el cacho perroflauta que, aprovechando que fui donde la calientapollas de la Romi con la esperanza de echar un polvete, se presentó con un par de mastuerzos y engañando al gaznápiro del portero —que no sé si es más mamón que zoquete—, los muy cafres, se colaron en mi piso.
Bandidos, bellacos, bebecharcos, babosos, les insultaba yo desde la acera. A lo que los soplagaitas respondieron tirándome un cubo de agua. Me quedé con cara de merluzo empapao, aunque el cabrón de mi colega Chusmi decía que más bien era una mezcla de melón, mendrugo y majadero. Me agarré un cabreo de tres pares de huevos y, con las mismas, me puse a trepar por la fachada hasta que llegué al balcón del tercero.
Entré como un terremoto y mientras les gritaba: taraos, tocapelotas, tragaldabas, tuercebotas, les atizaba con una maceta en la cocorota. Si es que estaban como alelaos, los muy pitofloros. Como eran unos pasmaos ni siquiera opusieron resistencia. Ya te digo yo que eran unos capullos cantamañanas, que en cuanto pudieron se piraron a la putísima calle. Los malparidos me dejaron la casa hecha unos zorros, o peor, tal que una pocilga. Pero, al menos, recuperé lo que gané con no poco esfuerzo.
Joder, que yo la había okupao primero y eso, en todos los laos, es la puta ley. Y no hay bocachanclas que se atreva a llevarme la contraria.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Soneto malsonante

Abanto, barrabás, barriobajero,
capullo, gilipuertas, mangurrián,
ceporro, cebollino, carapan,
tontolhaba, merluzo, majadero.

Mentecato, pintamonas, patán,
zampabollos, zopenco, mamporrero,
pedorro, piojoso, filibustero,
sabandija, piltrafa y gañán.

El insultario grita mi parienta
cuando en cólera monta y me afea
que la engañe a traición y braguetazos,

incluso persiguiendo a la asistenta,
y cuando más me insulta y se cabrea
es si me descojono al: ¡qué huevazos!

Ignacio Aparicio
Grupo A


Otro día en la oficina

—¡Uhhh!
—¡Joder! ¡Mierda! ¡Hostia! ¡Qué susto! No eres más gilipollas porque no estudias. Sabes que para asustarme no necesitas esconderte, das más miedo a cara descubierta. Eres más feo que un bulldog dao la vuelta. Tú madre no te parió, te nominó para que te expulsarán. Cuando naciste te metieron en la incubadora con los cristales tintados.
—No digas eso, que mi madre se murió al nacer yo.
—Que suerte tuvo, le concedieron el último deseo para no verte más. Anda ponte la mascarilla para que pueda mirarte al hablar. Así, así, muy bien, así mucho mejor.
—Eso mismo me decía tu mujer anoche.
—Sabes que yo podía ser tu padre. Pero ese día el tipo que estaba a mi lado tenía el dinero exacto. Anda, vamos a trabajar. ¿Qué tenemos hoy?
—Quirófano tres. Varón 40 años, fractura abierta de fémur, la L3, L4 y L5 aplastadas. Rotura de la clavícula izquierda.
—¿Le ha atropellado un camión?
—No, se ha tirado por una ventana.
—Tú estabas cerca y te vio sin mascarilla. No es para menos. Es que eres un lameculos de los perros, cara de canto cagao.
— Ya está anestesiado.
—Mejor, así no se tira otra vez cuando te vea. Es que eres feo de cojones.
—Anda, habló el guapo. Cabezaalberca. Dicen que al mal tiempo buena cara. Tú no has visto una tormenta en tu vida. Pasa Brad Pitt.
— Tú primero, Robert Redford.

Tomás García Merino
Grupo B


Desencuentros entre Elon y Sam

Elon Musk y Sam Altman se conocieron en el campo de las TIC. Colaboraron estrechamente durante años, se convirtieron en dueños de gigantes tecnológicos y crearon la empresa OpenAI. Ambos eran unos visionarios y creían que el futuro estaba en manos de la tecnología, por eso, en los estatutos fundacionales establecieron que debía ser una organización sin ánimo de lucro, al servicio de la sociedad, de ahí el nombre de la compañía. Pero ese altruismo en manos de las personas más ricas del mundo suele durar poco. Elon abandonó la empresa con graves denuncias a su antiguo socio y al uso del producto. Tras varias querellas y acusaciones cruzadas, Elon ofreció 97.400 millones de dólares por la compra de OpenAI. Sam, irónicamente, le respondió que no, pero que, en cambio, le compraba Twitter por 9.740 millones.
Sus desencuentros les han llevado a un rifirrafe a través de X. El resumen de sus mensajes es el siguiente:
Sam: Tienes el cerebro de un bit
Elon: Tú te pareces más a un bot
Sam: No tienes capacidad para el deep learning. Tu cabeza es una data breach.
Elon: Utilizas las cookies para copiar mi inteligencia natural.
Sam: Lo tuyo es el doxing.
Elon: Para qué si tu base de datos está obsoleta.
Sam: No has podido hacerte con un smart contract. No pretendas establecer interfaz conmigo.
Elon: Tus algoritmos tienen poco ritmo.
Sam: Tus aplicaciones se aplican poco y desprenden tufo a pharming y a phising.
Elon: Hay que controlar la IA.
Sam: Sí, pero no tu.
Elon: Mi wallet hablará por mí.
Sam: Pero solo expresará fake news.

Maxi Moreno
Grupo B


Teatro chico

Vivo en un edificio de seis pisos
con vecinos de lo más variopinto
desde el primero hasta el quinto.
No hace falta salir del mismo
sobre todo los domingos
porque el espectáculo es gratuito
Gritos, insultos, ruidos y carreras
sin pausa ni tregua,
se oyen en la escalera.
La vecina del tercero grita a su marido:
- Pendejo, estúpido, cabrón…
y él responde, más alto aún:
- Pelandrusca, mamona, meapilas…
Eso eres tú.
El del cuarto grita:
- ¡Coño, silencio!
aquí el chulo soy yo
porque vivo con una jumenta
de marca mayor.
En el patio interior unos niños juegan
cantando siempre la misma canción:
- Casquivano, petimetre, lechuguino y
bobalicón.
- Besugo, pinchaúvas, cazurro y
huevón.
- Sinvergüenza, zascandil, granuja y
ladrón.
- Adoquín, zoquete, mentecato y
bravucón.
Alguna vecina, ofendida,
desde su ventana grita:
- Callaos, analfabetos, sinvergüenzas, malandrines
ya os enseñaré lo que decía
un hidalgo caballero
al caminar con su escudero,
por esos polvorientos mundos de Dios.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Insulto oculto

Podemos tener como una regla de camino a seguir, la contención, corrección y la educación, para dejar la huella a nuestros ascendientes y descendiente de personas correctas, que no llaman la atención por sus salidas de tono.
Pero hay ocasiones en que esa regla no escrita se puede ver alterada por un instante de “aquí estoy”.
Hacerlo con palabras malsonantes habituales que todos entienden, suele ser lo más fácil, pero hacerlo con la habilidad de herir sin exabruptos, sutilmente, suele ser insoportable para el que escucha.
Por ultimo nos queda el “adiós hasta nunca”, para los elegidos.

CLU
Grupo B


El Gusano Mayor

Él era el blanco perfecto de los odios, del desprecio y la mofa pública. Todo a sus espaldas, claro; “Sí señor presidente, no señor presidente. Sí, claro, como usted diga” ayer, hoy, ya lo ve usted, abundan los lambiscones. Ella, en cambio, ella se ufanó en repetir sus insultos una y otra vez; Gusano Mayor, chango, trompudo, neandertal, Comandante Chiringas. Existen diferentes maneras de ofender a un hombre, de herirle en lo más profundo, allí donde más duele, y ella supo encontrarlas. Supo poner el dedo en la llaga, echar limón en la herida, humillar a un intocable. Burlarse de su fealdad.
El señor presidente hace rechinar mucho el catre”. Se atrevió a declarar alguna vez delante de los periodistas, exhibiéndole entre sonoras risotadas y ademanes grotescos. Era una tigresa.
Llegar a ése rincón del alma de un hombre, llegar allí a donde solo puede llegarse después de la intimidad más profunda y, una vez allí, encajar la llaga en lo más profundo, herir de muerte.
Detrás de esa su dureza y su hermetismo, detrás de esa infranqueable coraza de hombre duro, temible, detrás de todo eso, habitaba un niño solo, triste y acomplejado. Un niño dolido por la miseria de una familia ala deriva, después de una guerra, una revolución fallida y una madre viuda y abandonada a su suerte. Eso era él en lo más profundo, esa era su verdad escondida y ella supo encontrarla, verla a los ojos, palparla. Una vez hecho el descubrimiento, se aprovechó de ello y lo humilló, lo expuso, lo hirió de muerte.
Se sabía de alguna manera intocable por ser La favorita del harén, como alguna vez ella misma se nombrara y, ejerció sus derechos como tal. Lo humilló delante de todo el país, ese mismo país que tanto le temía. Incluso, tuvo la osadía de pasar de las palabras a los hechos y tirarle un zarpazo, literalmente.
Era una tigresa.

Esperanza García
Grupo A


La pelea

El coche del técnico especialista en instalaciones de gas, no pudo evitar el bache y comenzó a zigzaguear. El coche del analista de mercados tampoco pudo esquivar el erizo que apareció repentinamente en la calzada. Ambos vehículos chocaron irremediablemente sobre la línea divisoria de ambos carriles, con el resultados de visibles desperfectos en las carrocerías de ambos coches. Ninguno tuvo la culpa del percance, pero ambos fueron culpables de iniciar una discusión que derivó en una pelea fuera de control. El primer golpe no fue propiamente un golpe, un simple —¡Bobo!— lanzado por el analista, que rozó ligeramente el hombro del técnico. La respuesta fue casi inmediata, sin darle tiempo a reaccionar, el analista recibió un —¡Imbécil!— directo al mentón, que le dejó sin respuesta por unos instantes. No acababa de reponerse del impacto, cuando un — ¡Idiota!— remató la respuesta del técnico. Después de este primer escarceo las aguas podrían haber vuelto a su cauce, pero inesperadamente el analista asestó al técnico un —¡Gilipuertas!—, que le impactó en el antebrazo con el que se había cubierto. La respuesta, un uno-dos —¡Mamón! ¡Subnormal!— directo al mentón, le dejó aturdido, mientras se protegía de una lluvia de golpes que el técnico asestaba indiscriminadamente —!Soplagaitas¡ !Gilipollas¡ !Capullo¡ !Cantamañanas¡— y acabó con un contundente —¡Cabrón!—, que afortunadamente pilló al analista con la guarda alta. A la respuesta del técnico, el analista lanzó un furibundo contraataque —¡Vete a tomar por el culo!— y, como si fuera una patada al bajo vientre, remató con un —¡Cornudo!—, que su contrincante logró esquivar con una finta de cintura. El técnico encajó mal este último ataque y se abalanzó sobre el analista con bríos renovados, llegando a un feroz cuerpo a cuerpo. Se enzarzaron en un intercambio de uppercuts, chrochets, swings y otros golpes, empleando la artillería verbal más contundente —¡Caraculo!—, —¡Descerebrado!—, —¡Huevón!—, —¡Hijo puta!—, —¡Que te jodas!— y otros insultos de más grueso calibre. Cuando todo estaba a punto de explotar apareció una pareja de la policía local, que logró terciar en la batalla dialéctica, apaciguándola con sendas multas y enviando al psicólogo a técnico y analista para que se curaran de las heridas verbales producidas durante la contienda.

Manuel Medarde
Grupo A


Lili y Jeni, son dos hermanas, nacidas de una familia con pocos recursos. Su padre, conductor de autobús y su madre con la máquina de coser todo el día, dejándose los ojos en los múltiples encargos que tiene que atender, sin poder salir de casa aunque solo sea para tomar el sol y el aire.
Viven en la barriada de las mil casas. Lili, tres años más pequeña que Jeni, dice que estudiar es un coñazo, un día sí y otro también se pira de la escuela porque está hasta las tetas del machirulo de su maestra.
Jeni está cansada de cubrirla y harta de verla vaguear.
Como las desgracias no vienen solas, a su padre le han despedido de la empresa de transportes. A Lili le dan un ultimátum, y busca empleo de camarera en un café de dudosa reputación.
Jeni, estudia secundaria en un instituto cercano y le echa en cara a Lili el no haber terminado ni siquiera la primaria.
Un día se presenta en el Instituto, con una falda de cuero negra y sin sostén, dejando prácticamente los pechos al aire. Llegan a las manos. Los reproches se multiplican.
-¿De donde sacas tanto dinero?
-Cada día llevas a uno a casa. ¡Eres una puta!
-¡Tú no sabes nada!
-¿De donde te crees que podéis comer, y tú seguir estudiando?
-¿Quien crees que pagó tu matrícula?
-!Si! Aunque no me guste tengo que poner mi coño y aguantar con asco a más de un hijo de puta.
-¡No me vuelvas a decir nada y vete a tomar por el culo!

P.G.
Grupo C


Fatuo

Mastuerzo, comemierda vil, tarado,
macana, papanatas, ruin, patán,
cantamañanas, sabandija, truhan,
estúpido fantoche desdichado.

Zascandil y corrupto, desalmado,
tontolaba, profano, charlatán,
cenutrio, majadero, ganapán,
botarate, felón desaforado.

Fullero miserable, mentiroso
arribista, sabandija lenguaraz,
apocado bellaco, malicioso.

Mefistófeles, estulto y mafioso,
desnortado petimetre, montaraz,
petulante vacuo, gil y ominoso.

Calgari
Grupo A  


A cada cerdo

Te miré a los ojos. A esos ojos de cagarruta, entre legañosos y cuernicabros. Y supe, que todas las que te amaron, estaban equivocadas. Y era tu final.
Aquel fantoche unicejo, que conocí cuando apenas era un lechugino, se convirtió en un petrimete, taciturno y meditabundo.
Y yo, empeñada en contradecir a Marga la de Faves: "Es un lameburras, Tina. No te traerá nada bueno. Los cagalindes como el, nacieron para rancochaos. ¡ Anda que se vaya a chingar marrás o a foder las pitas!.
Pero yo, la Tina Pavas de Ocauto, cejijunta, papafrita, pazguata y morroestufa, no podía elegir. O me espatringaba en la fiesta del Santo Estevo, o me quedaba para vestir "idems".
Y sin miramientos, mi alcornoque, berzas y bebecharcos, se aparcaba como borrico a la puerta de la taberna.
Supe de sus desventuras. Pero yo, tenía una misión: Que el cabezabuque se pertrechara en su camisa recién planchada, y que la androlla y la berza, estuvieran en su punto.
Muchas le amaron. Conocí sus correrías, calamidad de la Ribeira, chupasangre de duquesas y gañán de pazos.
Un orbayo de otoño trajo al langrán entre cuatro rifeiros.
"Non hai ponco que non cheque nin moito que non se acabe". Y , "como a todo porco lle chega o seu Martiño", el viello gaiteiro balbuceó sus últimos alientos.
"Vai pro carallo y que te leve o demo pailán".
Aquella noche se apagaron sus ojos. Era el acuerdo entre la Virgen y el Santo. Yo cumpliría la promesa.

GuADAlupe
Grupo C


Regocijo jocundo

Ilishas inseguros,
Merluzos zamacucos,
Besugos lameculos.

Enclenques tragaldabas,
Cazurros soplagaitas,
Imberbes pelazarzas.

Ladrones fanfosqueros,
Enfermos majaderos,
Sonajas picapleitos.

(Es un acróstico)

Lucía Sabater
Grupo A

¿Con qué objeto?

Hay quien, después de conocer mi trabajo, se atreve a señalarme como un "hombre objeto". Y no porque quieran cosificarme ni porque muestren un interés por mi cuerpo más allá de la persona sino por mi inclinación a usar los objetos en mi tarea poética. Me gusta el poema-objeto, el teatro con objetos, la fotografía y el arte que toman como referencia o fin último el objeto y los objetos convertidos en títere.  La sesión de esta semana la dedicamos al objeto y tuvimos mucho que objetar.


Tarro con vilanos. Fundación Antonio Pérez

El título de la sesión, "¿Con qué objeto?" es el mismo que el de la exposición que recoge gran parte del trabajo de José Antonio López Parreño, "Rodorín" en la Biblioteca Municipal "Torrente Ballester" de Salamanca. En ella, además de títeres convencionales, nos encontramos muchos objetos con los que Rodorín cuenta sus historias y crea sus espectáculos de títeres. Puedes conocerlo un poco mejor en la entrevista que le hace José Antonio Escreig Aparicio en la Revista Zenda. Dice el maestro titiritero en su libro titulado "Hagamos títeres de cachiporra" publicado por ediciones Modernas El Embudo:

Una escoba sirve para barrer pero una bruja la usa para volar. Se trata de considerar las cosas no por lo que son, sino por lo que pueden llegar a ser. Juguemos con las cosas. Podemos transformar un tubo de cartón en un catalejo, con solo ponerlo en nuestro ojo al tiempo que guiñamos el otro. También es posible ir más allá y crear algo nuevo a partir de cosas existentes: con dos latas de metal y una cuerda se puede hacer un rudimentario teléfono. Picasso hizo una cabeza de toro con el sillín de bicicleta y su manillar.
Vistos desde una mirada nueva, muchos objetos o piezas de objeto nos pueden servir para crear nuestro teatro de títeres de cachiporra.
Olvidémonos de la tarea para la que las cosas fueron fabricadas y fijémonos en su color, forma, peso, textura o cualquier otro aspecto que nos resulte sugerente. Transformémoslas para que, con nuestro esfuerzo e imaginación, tengan una nueva vida.

¿Y con qué objeto juega Rodorín con los objetos? Pues con una intención: divertir y divertirse. Además de para ganarse la vida hay un propósito lúdico en su trabajo. Nos enseña lo importante que es la imaginación y cómo ésta estuvo a nuestro servicio cuando apenas contábamos con juguetes para jugar.

Hablamos de Chema Madoz, de Joan Brossa, de Jean Claude Cubino, de García de Marina, de Antonio Gómez, artistas que han sabido y saben hacer del objeto una obra de arte, y sobre todo, de Antonio Pérez, un auténtico buscador de objetos que recogió y acogió en su "Museo del objeto encontrado".  Puedes conocerlo mejor en el artículo "Antonio Pérez, histórico de la bohemia" de Gonzalo Ugidos. Antonio, "el andarríos", encontraba y recogía objetos en sus largos paseos por los márgenes de los ríos, desde el Sena al Huécar o el Júcar. Y en esos objetos creía ver obras de arte. No hay otra intención cuando presenta sus objetos sobre un pedestal o tras una vitrina que vaya más allá del propio hallazgo artístico. Antonio Pérez se encargó de democratizar el arte, de colocarlo a pie de calle, como harían otros muchos artistas. Puedes conocer su fundación en la web pero mejor hacerlo en una visita a Cuenca.

Tratamos de acercarnos a una idea del arte y de la creación de la mano de Carlos Baonza, un gran artista cuya exposición "Qué con qué" pude disfrutar en Logroño. El propio Carlos cuenta el porqué de ese título y esa anécdota se convierte en una de las mejores explicaciones sobre el proceso creativo no sólo de este autor sino de cualquier artista. Aquí la tienes:

Una tarde estaba en el taller trabajando sobre unos autómatas y conmigo estaba Solete, entonces una niña de cuatro o cinco años, hoy una eminente oftalmóloga. Yo trataba de construir unas máquinas inútiles sobre unos cubos de metal: taladraba, atornillaba, soldaba con el soplete y encadenaba objetos con alambres y varillas aprovechando el movimiento que producía un pequeño motor eléctrico. Me movía buscando elementos y experimentaba incorporándolos a esa construcción cinética. La ponía a funcionar y me sentaba con Solete para observar el progreso. Así muchas veces y, en una ocasión, Solete me dijo: «Y ahora Carlitos ¿qué con qué?».
Era una pregunta, la misma que acompaña a un proceso creativo que invita a buscar una asociación de objetos, de ideas para llegar a algo, para obtener un resultado original. Esa pregunta, que subyace siempre en la dinámica de mi trabajo, es una provocación continua que me impulsa en cualquier proyecto que acometo. Es un grito de guerra que me conduce unas veces a iniciar y otras a continuar el proceso de creación. ¿Qué con qué?
Más tarde vendrá el cómo y el para qué…, pero eso es otra historia. En arte crear exige un ejercicio de sensibilidad, concentración, constancia, dedicación y trabajo, al que luego se añaden otras muchas cosas.


Si hay un maestro en el teatro de objetos o con objetos es Jaime Santos, de La Chana Teatro, un maestro en convertir obras como "El licenciado Vidriera", "El Lazarillo" o "La Odisea" en maravillosas obras de arte. Jaime sabe buscar y elegir el objeto adecuado, lo viste, lo nombra y lo mueve como si verdaderamente existiese. Y eso es lo que ocurre, que existe sobre el escenario.


En una de las publicaciones de la Fundación Antonio Pérez encontramos un artículo titulado "El buen uso" de Emmanuel Guigon. De él extraemos este fragmento que resume muy bien el propósito de la sesión, hacer un salto ecuestre, como decían los del 27 entre la realidad y la imaginación a través de la metáfora:


Algo mágico hay en ese poder de los objetos encontrados de Antonio Pérez para que nos asombren tanto. En esas obras se hace una llamada a la mirada nativa, porque sólo la infancia del ojo es capaz de descubrir, en un mundo conocido, la reserva infinita de lo nunca visto. Todo objeto (acaso cualquiera) puede ocupar el lugar de otro. El niño no actúa de otra forma -en sus juegos y con sus juguetes- cuando tiene poder para transformar el sentido y la utilidad de las cosas. Liberadas de sus servidumbres utilitarias, son capaces de cambiar de significado y función siempre que se les muestre cierto interés. Labor poética ciertamente la de ese poder, de devenir-ser de cada objeto, de poder-ser otra cosa. No existe de hecho ningún objeto de la actividad humana -ya sea mutilado por el tiempo, encontrado por la calle, descubierto en cualquier desván o perdido al borde del agua- que no se pueda transmutar. "Todo desecho al alcance de la mano puede considerarse como un sedimento de nuestro deseo", escribía con ímpetu generoso André Breton al mismo tiempo que encontraba una definición, hermosa donde las haya, del objeto encontrado.

Cerramos este post con una cita de Charles Simic, de su libro El monstruo ama  su laberinto. Este autor reflexionó mucho sobre los objetos:

A ojos de la imaginación, dentro de cada objeto hay otro objeto escondido. El objeto que está dentro es totalmente distinto del que lo contiene, o el objeto que está dentro es idéntico al que lo contiene, solo que más perfecto. Todo depende de la metafísica de uno, es decir, de si se inclina del lado de la imaginación o bien opta por la razón. Probablemente lo cierto es que el afuera y el adentro son idénticos y distintos a la vez.


Propuesta de escritura

1. Tratamos de recrear una posible historia a partir de la frase del conde de Lautreamont y que fue inspiración para los surrealistas: "Lo hermoso es el encuentro casual de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de operaciones".

2. Mostramos varias parejas de objetos y propusimos escribir su historia. ¿Cómo sería un episodio amoroso entre dos coladores titulado "Colado por ti"? ¿Sería una vida "A rajatabla" la de una tabla de cortar queso y embutidos y un tenedor? ¿Qué le diría un rascador de espalda con forma de mano a un pequeño espejo extensible? Invitamos a tirar del hilo de estos objetos o buscar otros distintos y darles vida a través de las palabras.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Estoy colado por ti

Estamos bien resguardados en un cajón de la cocina, a veces juntos, casi siempre separados. Encima de nosotros se mueven los cubiertos, están mucho más activos, salen y entran a diario, tú y yo de forma ocasional.
Yo soy de malla y tú eres de tela; tenemos un pariente al que llaman “chino” y otros muchos con diversas formas y colores.
Algún irrespetuoso te ha llamado “de calcetín”, por la similitud con la prenda y haberla utilizado para colar el café cuando tú no estabas disponible.
Siempre te he querido y admirado por tu potencial: cuando el corcho o restos de este caen en el vino, eres imprescindible; yo me dejo filtrar las partículas más pequeñas, pero tú en cambio eres inflexible: no pasas ni el más mínimo de los trocitos.
Me recuerdas a aquel portero infranqueable que decía: “el que tiene pase pasa y el que no tiene pase no pasa”; no se hable más y aquí no hay “tío páseme usted el río”.
Por todo ello y por mucho más, hoy te tengo que confesar que estoy “colado” por ti.

José Luis Fonseca
Grupo A


Poniendo la mesa

—Todo debe ocupar su lugar exacto —afirmó rotundo el hombre moviendo un platillo apenas un milímetro.
Miss Kitchen-Board se movía excitada a su alrededor acercando la mano enguantada a los brillantes utensilios, pero sin atreverse a tocarlos.
—Por supuesto, Mr. Fork —asintió con fruición la joven agitando la ancha falda de su uniforme.
Él rodeó la mesa hasta alcanzar la cabecera y entonces, dio un paso atrás para ganar perspectiva. La miró con detenimiento mientras, inconscientemente, manoseaba la pajarita que adornaba su cuello. Finalmente, en su cara se dibujó una sonrisa de satisfacción.
—Perfecto, Miss Kitchen-Board —la felicitó.
En ese momento se oyeron voces junto a la puerta. Al poco entró un hombre con idéntica indumentaria que Mister Fork empujando una camilla cubierta con una sábana.
Tras él caminaba una comitiva formada por dos señoras y un caballero.
—Fork —ordenó la mujer de pelo gris—, coloque el cuerpo sobre la mesa. Vamos a comenzar la autopsia.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Oda a la tortilla, claro objeto de deseo

A Francisco de Quevedo y Villegas (in memoriam)

Los objetos que hacen falta
para hacer este manjar
son poquitos más que un par:
fuego y una sartén alta.
Yo creo que con eso basta,
no hacemos ensaladilla.
Es siempre una maravilla,
es la tortilla.

Pones el aceite a hervir:
colza, oliva, girasol,
¡que viva el colesterol!
Lo saludable es vivir.
Volverás a descubrir
que la receta es sencilla,
y es siempre una maravilla,
es la tortilla

No dejes que la fortuna
te cuele ninguna errata,
fríe lentas las patatas,
que no se queme ninguna.
No le agregues aceitunas,
ni pongas nunca guindilla.
Es siempre una maravilla,
es la tortilla.

Mezclas con huevo, y la pones
otra vez en la sartén;
dejas que se cueza bien,
muy rica ya la supones.
Luego vas y te la comes;
ha de quedarte amarilla.
Es siempre una maravilla,
es la tortilla

Carlos Coca Senande
Grupo A


El tenedor, la tabla, los coladores, el rascador y el espejo

Últimamente estoy teniendo alucinaciones. ¿Me estaré volviendo loco? ¿Qué me está pasando que lo veo todo con un prisma diferente? Recapacito. ¿Qué me ha podido suceder esta semana que no dejo de contemplar objetos que se transforman, se animan y adquieren vida? Tengo que buscar una causa, un culpable y creo que ya lo estoy encontrando. No es solo un culpable, son varios: Antonio Pérez, La Chana Teatro, Chema Madoz, Jean Claude Cubino … y Raúl, como responsable último y director de orquesta. Él nos presentó el Taller, nos hizo volar la imaginación y nos invitó a buscar nuevas vidas para multitud de objetos, siguiendo los pasos de estos autores.
No sé cuanto me va a durar esta fiebre, pero hoy mismo, en la cocina, ha vuelto a suceder. Tenía todo dispuesto para hacer un pisto: las verduras, el aceite (oliva virgen extra, por supuesto), el ajo, la cebolla, la sal, la pimienta … la tabla de cortar y el tenedor de madera. Eso creía yo. Al apoyar el tenedor sobre las cuatro puntas, estas se han convertido en patas y el mango en un largo cuello, rematado con una cabeza coronada por dos extrañas protuberancias. El tenedor se ha llenado de manchas, transformándose en una pequeña jirafa que me ha mirado sorprendida. No me ha dado tiempo a reaccionar. La tabla era ahora una sabana por la que el tenedor-jirafa caminaba armoniosamente, hasta que el sonido de la cafetera, remedo del lejano rugido de un león, le ha hecho salir rápidamente corriendo como a cámara lenta, con ese correr cadencioso de la jirafas. El tenedor se ha escabullido por el horizonte de la tabla-sabana y yo me he quedado sin la herramienta para preparar el pisto.
Para reponerme de la sorpresa de lo que acababa de presenciar, decidí emplear las verduras en hacer un puré, para lo que me proveí de algunos ingredientes adicionales, como las patatas, y de otro material, como un par de coladores metálicos de malla. Estaba distraído pelando las patatas cuando un ruido metálico proveniente de la encimera ha captado mi atención. Era el entrechocar de armas blancas blandiéndose en combate. No me lo podía creer. Después del episodio del tenedor y la tabla, ahora, delante de mis narices, los dos coladores se estaban enfrentando en duelo como dos tiradores de esgrima. Con sus mallas a modo de careta protectora y cada uno de ellos provisto de un cuchillo de postre a modo de florete, estaban ejecutando ataques, contraataques, fintas y estocadas. La lucha parecía encarnizada, como si estuvieran disputándose el amor de una dama o la medalla de oro en una olimpiada. La intensidad del duelo iba en aumento, pero me sentía incapaz de intervenir para separar a los contendientes, ya que resultaba peligroso interponerse entre los dos cuchillos puntiagudos recién afilados. Cuando las mallas empezaron a sufrir el rigor del combate, con perforaciones y roturas de la estructura metálica, detuve aquel enfrentamiento golpeando a los tiradores con el rodillo de amasar. Ambos quedaron tendidos en la encimera, como si estuvieran muertos, pero lo que ocurrió en realidad es que yo me encontré con mis dos coladores llenos de agujeros y medio aplastados, inservibles para hacerme el puré.
Los dos episodios de la cocina me habían producido un fuerte picor de espalda, por lo que tuve que recurrir a mi rascador telescópico acabado en una mano. Para poder ver donde me rascaba, utilicé un espejo con mango telescópico para poder verme por detrás. Al aproximar ambas herramientas a mi espalda parecieron adquirir vida propia, acabando por fundirse en una única entidad, que se asemejaba a un médico con su espejito en la frente y la mano dispuesta a examinar un enfermo. No sé si de verdad se lo creían, pero los dos juntos decidieron explorarme de arriba abajo. Con la mano abriéndome y cerrándome los ojos o la boca y el espejito enchufándome el haz de luz donde convenía, fueron repasándome la cabeza. Después pasaron al pecho y con el espejito actuando a modo de fonendoscopio me auscultaron el corazón. Continuaron repasándome la espalda. Al final del recorrido, pareciendo dispuestos a seguir la exploración por salva sea la parte, salí corriendo y cerré el baño con llave.
En este momento me encuentro cavilando entre visitar al psiquiatra, para un estudio en profundidad, o acudir al juzgado y poner una denuncia a Raúl, por haber desatado mi imaginación con efectos catastróficos.

Manuel Medarde
Grupo A


Diálogo de piedras, tacones, paraguas y llaveros.
Silencio de canteras mojadas.
Loca, ilusa, no ves que no te quiere?...

Días de lágrimas.
Días de viento.
Días mojados, días de piedras empapadas convertidas en perlas.
Canteras mojadas como mejillas de niña triste
Sigo y sigo andando sin mirar atrás. Mantengo la cabeza baja para evitar las ráfagas de aire helado que hieren mis ojos. En un momento, mágico y misterioso, las piedras empapadas se convierten de repente en perlas caídas de un collar roto. Parecieran hablarme, pareciera que cobraran vida y me gritaran desde abajo, desde el piso;
“Pero tú, adónde vas? ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo sales en un día como éste? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas que más valgas?”
Yo, sigo andando, no las escucho, no quiero oírles. Sigo pisándoles una a una con mis botas de tacón anudadas al frente, ya tan mojadas como ellas.
“Loca, ¿a dónde vas? Detente. Loca, ilusa, ¿no ves que no te quiere?...”
Y sigo andando. Los tacones de mis botas, furibundos, cobran vida también y refunfuñando, se revelan contra las piedras parlanchinas y mojadas, convertidas en perlas de un collar roto.
“Vamos a donde queramos, a donde nos dé la gana. A donde el destino nos lleve. Cállense de una buena vez por todas, sólo son piedras mojadas queriendo pasar por perlas. No son nada, no son nadie. A callar".
Mi pequeño paraguas del chino, de humildes tres euros, se ha volteado de golpe, herido de muerte por una ráfaga asesina de viento helado. Su delgada y negra piel de tela sintética y barata, tiembla como yo de frío.
“Haz caso a las piedras. Mira que día más feo. No escuches a tus tacones, siempre han estado locos, no les escuches más y vuelve a casa. Loca, ilusa, ¿no ves que no te quiere?...”
Me detengo un momento. Las canteras milenarias, mojadas como mejillas de niña triste, me miran sin hablar y me convencen.
Todo esto es una locura. Giro en una esquina y tomo de regreso la calle de La Compañía. Mojada y fría, vuelvo a casa. Ya dentro de mi habitación, tibia y reconfortante, escucho desde el fondo del armario una vocecita dulce que suena dentro de un cajón. Es el llavero con la estampa de la virgen de Guadalupe que guardé como único recuerdo de mi madre. Tembloroso y tímido, casi ahogado en llanto, me dice al fin;
“Qué bueno que has vuelto a casa. Nadie debe salir en un día como éste…
Loca, ilusa, ¿no ves que no te quiere?...”

Esperanza García
Grupo A




Dos objetos a la deriva

Me asomo a la tripa del libro y te veo, tan cerca, tan lejos. Esbelta sobre la cubierta de ese trasatlántico. Nos miramos y no me atrevo a saludarte con mi vieja aleta. Somos obras del destino, personajes de historias no elegidas. Yo fui Moby Dick y ahora… Hemos pasado por tantas mentes lectoras que nuestro tamaño, nuestra presencia, se ha diluido en el fondo del océano, mezclado con el plancton suspendido en los abismos. Y te veo a ti, manteniendo el porte, con la brisa acariciando tus escamas. Tuviste más suerte, no ser protagonista te ha protegido, solo se acuerdan del viejo, y como mucho del mar, pero el olvido te mantiene viva. Espero impaciente a que nuestras portadas vuelvan a navegar a favor de viento y al final nuestras amarras se enreden sobre el mismo noray.

Texto para la fotografía de Ismael Marcos.

Tomás García Merino
Grupo B


Esto no es un dragón que trata de fumar en pipa

Un docto crítico de arte, un día, mejor una tarde, ante una concurrencia absorta, pontificaba desde su atril mostrando imágenes y comentándolas:
- Como es bien conocido por todos ustedes, Rene Magritte nos obligó a distinguir entre el objeto y su representación. Su obra “Ceci n’est pas une pipe” es el ejemplo simple de esta aclaración. No importa que se trate de una pintura al óleo, de una escultura o una fotografía. El objeto es elusivo, nos evita, trasciende a la obra que lo representa. Ese es el término clave: “representación”.
Y presentó una diapositiva en la que se veía claramente una imagen de la obra que estaba comentando, la bien conocida no-pipa:

Tras un silencio que enfatizaba la importancia de la imagen, continuó:
- No es lo mismo ser que representar. No es lo mismo ser que imaginar. No es lo mismo lo que vemos que lo que nosotros superponemos a lo que vemos. Uno imagina una pipa, pero ya sabe que eso no es una pipa. Uno puede imaginar un dragón, pero sabe que no existen los dragones. Incluso puede representarlos. Pero no comenzarán a existir por ello. Bas Van Fraasen dijo que no hay nada más real que un burro volando, que no se trata de algo simplemente ideal, porque de él podemos predicar que no existe, esencialmente porque se trata de algo comprobable. Pero, señoras y señores, yo puedo representar un burro volando, y nadando si lo prefiero. Insisto, no es lo mismo ser o existir que representar. Lamento mucho tener que enfatizar algo tan obvio. Al menos tan obvio en la historia del arte desde Magritte.
Continuó aun insistiendo:
- Un ejemplo más. Uno imagina una sirena: bella mujer de rostro y torso desnudos y cintura en la que comieza una hermosa cola de pez. ¡No! Nadie la imagina como Magritte la representó. ¡Bella mujer con torso de pez!. No importa, volvemos a la idea fundamental: no es una sirena, las sirenas no existen por más que se las represente. Otra vez la palabra: “representar” nos aparece para que cuestionemos lo que creemos que estamos viendo, incluso lo que pensamos que estamos imaginando. Entre paréntesis, pensar no es lo mismo que imaginar.
- Reflexionemos sobre la relación entre el objeto y lo imaginado respecto del objeto”.


Y así fue. Entre el público presente en la sala, una joven reflexionó. Levantó la mano y preguntó al docto conferenciante:
- Si llevamos su propuesta al extremo, ¿no cree que usted tampoco existe, dado que es una representación en mi retina que mi cerebro elabora para ofrecerme su imagen, su voz y su discurso? Y, reflexionando aún más, ¿no cree que la imaginación y la transgresión de las reglas también forma parte del fenómeno artístico? Si me permite, le muestro esta imagen que he traído.
Y presentó en un pequeño panel la siguiente imagen:


Continuó:
- Esto no es un dragón que trata de fumar en pipa. Se trata de una fotografía que hice en casa de un “quita grapas” o “elimina grapas”, o como sea que se le llame y de una de las pipas de mi padre. La titulé: “La dificultad del dragón para fumar en pipa”. Entonces, mostré a mi padre esta fotografía y le pregunté lo que veía. Respondió con suficiencia: “Hija, los dragones como ese no pueden fumar en pipa a menos que tengan lengua, y este tuyo no tiene…”. Mi padre vio un dragón tratando de fumar en pipa. Porque la pipa era suya, y el quita-grapas también. Y la foto representaba lo que él conocía y el gesto surrealista de su hija.
Mi padre sabe que esa foto no era ni una pipa, ni un dragón ni un quita-grapas. Era una foto. Pero no dijo: esto es una foto de no sé qué y no sé cuánto. Dijo que un dragón tiene dificultad para fumar en pipa. Lo que yo le decía.
El conferenciante sonreía. Asintió, no sin una suficiencia herida, a lo que la joven proponía y continuó con su perorata.
Pero el docto y experto crítico de arte no se pudo hacer consciente de que él tampoco existía. Era simplemente un producto de la imaginación de quien ha escrito estas líneas, que no son más que letras encadenadas. O tal vez sean algo más, ¿quién sabe?

Juan Delgado 
Grupo A


El tenedor enamorado

La tabla de cortar de la cocina
tiene la superficie tan rayada
de tantos cortes que no siente nada
y quiere refugiarse en una esquina.

Está tan triste que ni se imagina
que un tenedor la tiene idealizada,
la quiere ver feliz y enamorada
y no duda en lanzarse a la piscina:

—Si quieres curaré tus arañazos
y seré fiel guardián de tus anhelos...
Me duele verte así tan abatida.

—Tengo la piel marcada por mil trazos...
Un filo me cortó todos los vuelos
difícil que me cierres esta herida.

—Es muy larga la vida,
no te niegues un nuevo amanecer
déjame demostrar que sé coser.

Aurora Zarco
Grupo B


Gilda

Salada y picante como Carmen Cansino, puedo estar encerrada en un recipiente, o libre, en la compañía de otras, en el bar. Tengo dos o tres guindillas, una anchoa y una aceituna, para deleite de mis admiradores.
Me fabrican, me exponen y guardan en cualquier sitio. Creo que he conseguido ser famosa, cuando solamente se consigue siendo influencer, como dirían hoy.
Siendo favorita de personas de distinto paladar, me siento orgullosa de no acalorar a nadie, ni aumentar peso de los que me degustan.
Me acompañan además unos objetos de madera, por supuesto.
Solo me falta decir, buen provecho.

CLU
Grupo B






Centinelas

De hierro y oxidada por el tiempo
permanece incrustada
en la vetusta puerta de nogal,
como fiel guardiana de secretos
de aquellos que, un día, fueron.

Paciente y silenciosa,
anhela el suave abrazo
de su esperanza de cobre viejo
para ver la luz hermosa
de horizontes nuevos.

Unidas en sensual danza
de giros delicados y lentos,
la cerradura entregada suspira
y la llave le muestra el misterio
de los que moraron dentro.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Por una buena causa

El doctor Seco caminaba rápido y seguro hacia el Hospital Universitario de Salamanca a las 10 de la mañana. Caían chuzos a su alrededor, desviados por el paraguas que portaba en la mano izquierda. En la derecha, llevaba una maleta. Cuando llegó al quirófano 0.23X, su equipo ya estaba preparado.
—Buenos días, Dr. Seco.
—Buenos días, Celia.
—A ver, ¿qué tenemos aquí? —ojeó durante no más de diez segundos unas imágenes—. Con esta resonancia, no hay nada que podamos hacer por este buen hombre. La necrosis está demasiado avanzada. —El doctor se quitó la gabardina—. ¿Ha firmado la familia la hoja de donación de órganos?
—Lo compruebo, doctor. Deme un segundo. —Y al rato—: Sí, aquí la tienen.
—Quizá aún podamos ayudar a alguien —dijo mientras se ponía la bata y los guantes de látex—. ¡Bisturí, por favor!
—Aquí tiene, Dr. Seco.
—Abran la maleta y traigan la máquina de coser y la sierra eléctrica. Sequen el paraguas con el ventilador, por favor.
En el vestíbulo de la sección de oncología aguardaba la familia con enorme incertidumbre. Desde el quirófano 0.23X salían unos sonidos que intentaban formar una melodía. Se volvió a escuchar el taladro y, de nuevo, un silbido de instrumento. Poco a poco, se empezaba a identificar el Canon de Pachelbel. La agitación de la familia iba en aumento, y desesperaban sin saber qué hacer, entre quejas por la sanidad pública.
Después de unas horas, el Dr. Seco salió con la enfermera.
—No hemos podido hacer nada por Florentino. Lo sentimos mucho. —La familia se echó a llorar —. La buena noticia es que sus órganos han servido para ayudar a otras personas.
En el pasillo, donde esperaban los familiares de la sección de oncología, justo enfrente del quirófano de al lado, el 0.22X, se oía una melodía de acordeón.
—¿Por qué suenan instrumentos? —preguntó un familiar, nervioso, enfadado ante lo que concebía como una frivolidad.
—Estamos probando unas terapias con música para una investigación neurocientífica. Se mide la activación nerviosa de distintas regiones del cerebro.
—¿También en Florentino? ¿Con el Canon de Pachelbel desafinado? —replicó el familiar.
—Sí, para comprobar el estado de su cerebro. ¿Me disculpa un segundo? Tengo que volver al quirófano.
El Dr. Seco y la enfermera regresaron al 0.23X. Allí comentaron:
—Bueno, creo que no les vamos a poder regalar la gaita —dijo el Dr. Seco.
—Pues es una pena. Es de las mejores que hemos hecho—contestó la enfermera.
—Me temo que la sociedad aún no está preparada. La clonación de Dolly fue en 1996. ¡Fíjate! Y no ha sido hasta hace unos veinte años que se la gente empezó a ver normal a los humanos clonados. Y hoy, en pleno 2073 aún tenemos que avanzar en materia derechos.
—Bueno, hay que tener paciencia. Un día se darán cuenta de que es la mejor manera de naturalizar la muerte de un familiar —dijo Celia.
—Así es —suspiró el Dr. Seco—. Así es.
—Pues, otra que acaba en el banco de juguetes para África.
El equipo médico volvió a acercarse a los familiares. Un extraño sonido como de trompeta salido de algún lugar recorría el pasillo.
—Nuestro más sentido pésame. Por nuestra parte, ya nos encargamos de los preparativos necesarios.

Manuel Delgado Sánchez
Grupo C


Abrebotellas y el sacacorchos

Estaban condenados a entenderse desde el día que sus dueños los recibieron como regalo de boda de unos amigos a los que les gustaba mucho la fiesta y que no estaban dispuestos a ir a su casa a tomar unas copas y tener que escuchar “no tenemos nada para abrir las botellas”.
Así, surgió una bonita y entrañable amistad entre el abrebotellas y el sacacorchos. Sus dueños todas las semanas preparaban algún sarao y ellos eran imprescindibles. Pero, como lo bueno no suele durar mucho, el divorcio vino a visitar dicha casa. En el reparto de bienes, el sacacorchos fue a parar a manos de la mujer y el abrebotellas acabó en poder del hombre. Y el abrebotellas y el sacacorchos, que tan unidos estaban, tristemente no se volvieron a ver.

Luis Iglesias
Grupo B


Los juguetes revolucionados

Ayer fui con Tringa, mi perra guía y unos amigos a un concierto y después a tomar unas cañas. Llegamos a casa tarde. Al entrar, presenciamos un espectáculo insólito. Todos sus juguetes nos esperaban en la puerta que comunica el salón con el distribuidor de la entrada. No es que los hubiéramos dejado allí antes de irnos. Los juguetes tapaban la puerta y estaban saltando y gritando, así como suena.
Yo debí poner cara entre espanto y divertida y ella puso las orejas en alerta.
Aquello era un follón. La pelota de tenis, saltando decía: “a mí se me complican mucho las cosas, cuando me meto debajo de un mueble y no puedo salir”. La berenjena pitaba exigiendo silencio. El Kong saltaba mientras decía enfadado: “ no os quejéis, que a mí me llevan a la calle a jugar, me pongo perdido de barro y más de una vez he estado a punto de no volver, porque no me encontraban o porque algún perro se apoderaba de mí y no me soltaba”. El palo de cafetal golpeó desde la caja y gritó: “Eso no es nada, a mí no me dejan salir de aquí, porque dicen que estropeo el suelo, pero luego me quieren llevar a la calle para que esta señorita no coja los palos cochambrosos que hay por ahí”
Para contribuir al escándalo, Tringa se puso a ladrar como una fiera. Y empecé a mandar silencio, procurando mantener la calma, pensando que los vecinos no tardarían en aparecer. Sorprendentemente Tringa consiguió calmar a todos sus juguetes y todos nos fuimos a dormir.

Teresa Sanz
Grupo B


Tocar el piano

Paseando llegué a casa y escuché una voz prodigiosa, y intenté adivinar de donde salía.
Adiviné; de un garaje.
Imposible dije para mí, una soprano en casa ensayando con tan potente virtud, potente como los coches que albergaba el garaje donde cantaba.
En él estaba el piano de cola, con el pianista dispuesto a grabar un dueto colosal, relajante, voz y piano, combinación mágica que puede crear un gran éxito musical, digno de un Grammy de platino.
De repente pensé que podía recrear la escena de “qué para qué”,
Manos, voz, piano, taburete, escenario, varios intocables, inamovibles, imposibles de llevarlos a otro escenario, pero que mañana estarán en otro lugar, intentando relajar, entretener y pasar un día agradable en cualquier lugar del planeta.

CLU
Grupo B


El tenedor y todo lo demás

El tenedor se enamoró perdidamente de la cuchara. Sin embargo, todos se empeñaban en separarlos: los separan en la mesa, uno a cada lado del plato; los separan en el cajón de los cubiertos, da igual que sean los de cada día o los de la cubertería de plata que guardan para las ocasiones; y los separan incluso en el lavavajillas. Estaría mejor disponerlos siempre juntos, también en la mesa, y quienes los necesitan que se apañen para utilizarlos. Lo hacen así porque ellos, los comensales, son más torpes que el tenedor y la cuchara: si los colocan separados, los confunden y no sabrían con qué mano manejar cada uno en la mesa, ni qué hacer con ellos.
La cuchara caza aquello que al tenedor se le escapa; aquello que no pesca el tenedor. Mientras, el tenedor se acopla a la cintura de la cuchara, formando una pinza, en el baile del servicio que reparte los manjares en la mesa.
Tenedor, que rima con sabor y también con amor, que ahora se abraza al cucharón y juntos cargan el tostón que comerá el ladrón, sin temor ni rubor, mientras está muriendo de hambre su anfitrión a quién ha dejado temblando de dolor después de rozarle el mentón.
Ese mismo tenedor busca otra nueva pareja y, sorpresa, oculto en la servilleta de ganchillo aparece un bonito cuchillo, bien afilado, por cierto. Vaya pareja, el tenedor y el cuchillo para trocear y pinchar chuletas y gansillos.
El tenedor lo mira asombrado, por su peligroso y brillante filo, es un buen estilete, convertido en razón convincente en la mano de cualquier insolente.
Ya bien entrado el condumio, la pitanza, todos llenan la panza y de pronto el abogado habla y habla, todo se oye y se entiendo: dice, los grandes tenedores tendrán que soportar grandes y nuevos tributos por su avaricia sin límite. El tenedor se observa y se mira, pero no se ve grande, sino más bien pequeño, de poco valor y así se queda tranquilo. Da igual, los que vocean lo hacen de los grandes tenedores de casas y de moradas y no de los sencillos tenedores amantes de cucharas, cuchillos y cocinas.

Gabriel Risco Ávila
Grupo C


Tabla y tenedor

El teniente Dor es un joven de tez blanca, exquisitos modales e impecable vestimenta. Su cabello plateado contrasta con su moderno y desenfadado peinado. Ha crecido rodeado de sirvientes, dado que proviene de una familia muy bien posicionada. Su padre, el duque De Fork, trabaja como asesor judicial en las altas esferas. Su madre, marquesa del condado de Tridensa, organiza festejos en la finca familiar todas las semanas. Allí se reúnen importantes personalidades para intercambiar ideas y beber más de lo que sus cuerpos pueden soportar.
Actualmente, la única preocupación que circula por su cabeza tiene nombre y apellido: Alba Tajada. Es cocinera en el restaurante más popular de Villacuçi: El tablón cuadrado. No son muchos los datos que conoce de ella, salvo que está soltera y trabaja todos los días, encerrada en la cocina, cortando alimentos de todo tipo durante horas. El teniente Dor disfruta viendo la maestría con que maneja los diferentes cuchillos. Lo hace a escondidas, asomado a la ventana que da al callejón.
Alba Tajada finaliza su jornada y sale de El tablón cuadrado sudorosa y exhausta. El teniente Dor se aproxima con disimulo y espera el momento oportuno para chocar con ella. Finge una caída estrepitosa que sobrepasa el ridículo.

―¡Disculpe mi torpeza! No le había visto.
―Quien ha de disculparse soy yo, hermosa dama ―responde recomponiéndose rápidamente―. Qué afortunado soy si un tropiezo implica ver un rostro como el suyo. ―Se levanta sin esfuerzo alguno. ―Soy el teniente Dor, hijo del duque de Fork y de la marquesa del condado de Tridensa. ―Hace una reverencia. ―¿Le gustaría acompañarme a cenar?
―Lo lamento, don teniente Fork, pero me gustaría volver a casa lo antes posible.

El teniente Dor, un tanto ofendido por cómo se ha dirigido a él, traga su orgullo e insiste:
―No estoy ofreciéndole una cena cualquiera; tendrá la oportunidad de probar manjares con los que ni siquiera ha soñado.
―Si no he soñado con ellos será por algo.

El teniente Dor, decepcionado con su respuesta, se apresura a sacar el anillo que le ha comprado. Es de plata y tiene incrustado un diamante azul.

―Acepte este anillo y me hará el hombre más dichoso del mundo.
―¿Para qué querría yo un anillo?
―Para ser libre. No tendría que trabajar nunca más. ―Se arrodilla y alza el anillo. ―Diga que sí y todos sus sueños se harán realidad.
―¿No le parece una indecencia por su parte hablarme de libertad sosteniendo eso?
―¡Es una alianza!
―Pues eso. No puedo ser más libre de lo que soy ahora mismo. Levántese y deje de hacer el ridículo.
―Pero…
―Señor don Fork, pertenecemos a mundos diferentes. Además, su familia nunca aceptará que alguien como yo se case con alguien como usted.
―Si eso es lo que le preocupa, quédese tranquila; si mi felicidad está en juego, mis padres aceptarán.
―¿Ve? Todo gira en torno a usted.
―¡En torno a nosotros! Sólo deseo su felicidad. Si usted es feliz, yo también lo seré.
―¡Es suficiente! Guarde ese anillo para alguna duquesa digna de su familia.
En cuanto pronuncia la última palabra, Alba Tajada se aleja con furiosa decisión, dejando al teniente Dor con los pelos de punta y el orgullo bajo tierra.

Lucía Sabater
Grupo A