Vistos desde una mirada nueva, muchos objetos o piezas de objeto nos pueden servir para crear nuestro teatro de títeres de cachiporra.
Olvidémonos de la tarea para la que las cosas fueron fabricadas y fijémonos en su color, forma, peso, textura o cualquier otro aspecto que nos resulte sugerente. Transformémoslas para que, con nuestro esfuerzo e imaginación, tengan una nueva vida.
Hablamos de Chema Madoz, de Joan Brossa, de Jean Claude Cubino, de García de Marina, de Antonio Gómez, artistas que han sabido y saben hacer del objeto una obra de arte, y sobre todo, de Antonio Pérez, un auténtico buscador de objetos que recogió y acogió en su "Museo del objeto encontrado". Puedes conocerlo mejor en el artículo "Antonio Pérez, histórico de la bohemia" de Gonzalo Ugidos. Antonio, "el andarríos", encontraba y recogía objetos en sus largos paseos por los márgenes de los ríos, desde el Sena al Huécar o el Júcar. Y en esos objetos creía ver obras de arte. No hay otra intención cuando presenta sus objetos sobre un pedestal o tras una vitrina que vaya más allá del propio hallazgo artístico. Antonio Pérez se encargó de democratizar el arte, de colocarlo a pie de calle, como harían otros muchos artistas. Puedes conocer su fundación en la web pero mejor hacerlo en una visita a Cuenca.
Tratamos de acercarnos a una idea del arte y de la creación de la mano de Carlos Baonza, un gran artista cuya exposición "Qué con qué" pude disfrutar en Logroño. El propio Carlos cuenta el porqué de ese título y esa anécdota se convierte en una de las mejores explicaciones sobre el proceso creativo no sólo de este autor sino de cualquier artista. Aquí la tienes:
Una tarde estaba en el taller trabajando sobre unos autómatas y conmigo estaba Solete, entonces una niña de cuatro o cinco años, hoy una eminente oftalmóloga. Yo trataba de construir unas máquinas inútiles sobre unos cubos de metal: taladraba, atornillaba, soldaba con el soplete y encadenaba objetos con alambres y varillas aprovechando el movimiento que producía un pequeño motor eléctrico. Me movía buscando elementos y experimentaba incorporándolos a esa construcción cinética. La ponía a funcionar y me sentaba con Solete para observar el progreso. Así muchas veces y, en una ocasión, Solete me dijo: «Y ahora Carlitos ¿qué con qué?».
Era una pregunta, la misma que acompaña a un proceso creativo que invita a buscar una asociación de objetos, de ideas para llegar a algo, para obtener un resultado original. Esa pregunta, que subyace siempre en la dinámica de mi trabajo, es una provocación continua que me impulsa en cualquier proyecto que acometo. Es un grito de guerra que me conduce unas veces a iniciar y otras a continuar el proceso de creación. ¿Qué con qué?
Más tarde vendrá el cómo y el para qué…, pero eso es otra historia. En arte crear exige un ejercicio de sensibilidad, concentración, constancia, dedicación y trabajo, al que luego se añaden otras muchas cosas.
Si hay un maestro en el teatro de objetos o con objetos es Jaime Santos, de La Chana Teatro, un maestro en convertir obras como "El licenciado Vidriera", "El Lazarillo" o "La Odisea" en maravillosas obras de arte. Jaime sabe buscar y elegir el objeto adecuado, lo viste, lo nombra y lo mueve como si verdaderamente existiese. Y eso es lo que ocurre, que existe sobre el escenario.
En una de las publicaciones de la Fundación Antonio Pérez encontramos un artículo titulado "El buen uso" de Emmanuel Guigon. De él extraemos este fragmento que resume muy bien el propósito de la sesión, hacer un salto ecuestre, como decían los del 27 entre la realidad y la imaginación a través de la metáfora:
Algo mágico hay en ese poder de los objetos encontrados de Antonio Pérez para que nos asombren tanto. En esas obras se hace una llamada a la mirada nativa, porque sólo la infancia del ojo es capaz de descubrir, en un mundo conocido, la reserva infinita de lo nunca visto. Todo objeto (acaso cualquiera) puede ocupar el lugar de otro. El niño no actúa de otra forma -en sus juegos y con sus juguetes- cuando tiene poder para transformar el sentido y la utilidad de las cosas. Liberadas de sus servidumbres utilitarias, son capaces de cambiar de significado y función siempre que se les muestre cierto interés. Labor poética ciertamente la de ese poder, de devenir-ser de cada objeto, de poder-ser otra cosa. No existe de hecho ningún objeto de la actividad humana -ya sea mutilado por el tiempo, encontrado por la calle, descubierto en cualquier desván o perdido al borde del agua- que no se pueda transmutar. "Todo desecho al alcance de la mano puede considerarse como un sedimento de nuestro deseo", escribía con ímpetu generoso André Breton al mismo tiempo que encontraba una definición, hermosa donde las haya, del objeto encontrado.
Cerramos este post con una cita de Charles Simic, de su libro El monstruo ama su laberinto. Este autor reflexionó mucho sobre los objetos:
A ojos de la imaginación, dentro de cada objeto hay otro objeto escondido. El objeto que está dentro es totalmente distinto del que lo contiene, o el objeto que está dentro es idéntico al que lo contiene, solo que más perfecto. Todo depende de la metafísica de uno, es decir, de si se inclina del lado de la imaginación o bien opta por la razón. Probablemente lo cierto es que el afuera y el adentro son idénticos y distintos a la vez.
Propuesta de escritura
1. Tratamos de recrear una posible historia a partir de la frase del conde de Lautreamont y que fue inspiración para los surrealistas: "Lo hermoso es el encuentro casual de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de operaciones".
2. Mostramos varias parejas de objetos y propusimos escribir su historia. ¿Cómo sería un episodio amoroso entre dos coladores titulado "Colado por ti"? ¿Sería una vida "A rajatabla" la de una tabla de cortar queso y embutidos y un tenedor? ¿Qué le diría un rascador de espalda con forma de mano a un pequeño espejo extensible? Invitamos a tirar del hilo de estos objetos o buscar otros distintos y darles vida a través de las palabras.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:
Estoy colado por ti
Estamos bien resguardados en un cajón de la cocina, a veces juntos, casi siempre separados. Encima de nosotros se mueven los cubiertos, están mucho más activos, salen y entran a diario, tú y yo de forma ocasional.
Yo soy de malla y tú eres de tela; tenemos un pariente al que llaman “chino” y otros muchos con diversas formas y colores.
Algún irrespetuoso te ha llamado “de calcetín”, por la similitud con la prenda y haberla utilizado para colar el café cuando tú no estabas disponible.
Siempre te he querido y admirado por tu potencial: cuando el corcho o restos de este caen en el vino, eres imprescindible; yo me dejo filtrar las partículas más pequeñas, pero tú en cambio eres inflexible: no pasas ni el más mínimo de los trocitos.
Me recuerdas a aquel portero infranqueable que decía: “el que tiene pase pasa y el que no tiene pase no pasa”; no se hable más y aquí no hay “tío páseme usted el río”.
Por todo ello y por mucho más, hoy te tengo que confesar que estoy “colado” por ti.
José Luis Fonseca
Grupo A
Poniendo la mesa
—Todo debe ocupar su lugar exacto —afirmó rotundo el hombre moviendo un platillo apenas un milímetro.
Miss Kitchen-Board se movía excitada a su alrededor acercando la mano enguantada a los brillantes utensilios, pero sin atreverse a tocarlos.
—Por supuesto, Mr. Fork —asintió con fruición la joven agitando la ancha falda de su uniforme.
Él rodeó la mesa hasta alcanzar la cabecera y entonces, dio un paso atrás para ganar perspectiva. La miró con detenimiento mientras, inconscientemente, manoseaba la pajarita que adornaba su cuello. Finalmente, en su cara se dibujó una sonrisa de satisfacción.
—Perfecto, Miss Kitchen-Board —la felicitó.
En ese momento se oyeron voces junto a la puerta. Al poco entró un hombre con idéntica indumentaria que Mister Fork empujando una camilla cubierta con una sábana.
Tras él caminaba una comitiva formada por dos señoras y un caballero.
—Fork —ordenó la mujer de pelo gris—, coloque el cuerpo sobre la mesa. Vamos a comenzar la autopsia.
Pepe Lorenzo
Grupo B
Oda a la tortilla, claro objeto de deseo
A Francisco de Quevedo y Villegas (in memoriam)
Los objetos que hacen falta
para hacer este manjar
son poquitos más que un par:
fuego y una sartén alta.
Yo creo que con eso basta,
no hacemos ensaladilla.
Es siempre una maravilla,
es la tortilla.
Pones el aceite a hervir:
colza, oliva, girasol,
¡que viva el colesterol!
Lo saludable es vivir.
Volverás a descubrir
que la receta es sencilla,
y es siempre una maravilla,
es la tortilla
No dejes que la fortuna
te cuele ninguna errata,
fríe lentas las patatas,
que no se queme ninguna.
No le agregues aceitunas,
ni pongas nunca guindilla.
Es siempre una maravilla,
es la tortilla.
Mezclas con huevo, y la pones
otra vez en la sartén;
dejas que se cueza bien,
muy rica ya la supones.
Luego vas y te la comes;
ha de quedarte amarilla.
Es siempre una maravilla,
es la tortilla
Carlos Coca Senande
Grupo A
El tenedor, la tabla, los coladores, el rascador y el espejo
Últimamente estoy teniendo alucinaciones. ¿Me estaré volviendo loco? ¿Qué me está pasando que lo veo todo con un prisma diferente? Recapacito. ¿Qué me ha podido suceder esta semana que no dejo de contemplar objetos que se transforman, se animan y adquieren vida? Tengo que buscar una causa, un culpable y creo que ya lo estoy encontrando. No es solo un culpable, son varios: Antonio Pérez, La Chana Teatro, Chema Madoz, Jean Claude Cubino … y Raúl, como responsable último y director de orquesta. Él nos presentó el Taller, nos hizo volar la imaginación y nos invitó a buscar nuevas vidas para multitud de objetos, siguiendo los pasos de estos autores.
No sé cuanto me va a durar esta fiebre, pero hoy mismo, en la cocina, ha vuelto a suceder. Tenía todo dispuesto para hacer un pisto: las verduras, el aceite (oliva virgen extra, por supuesto), el ajo, la cebolla, la sal, la pimienta … la tabla de cortar y el tenedor de madera. Eso creía yo. Al apoyar el tenedor sobre las cuatro puntas, estas se han convertido en patas y el mango en un largo cuello, rematado con una cabeza coronada por dos extrañas protuberancias. El tenedor se ha llenado de manchas, transformándose en una pequeña jirafa que me ha mirado sorprendida. No me ha dado tiempo a reaccionar. La tabla era ahora una sabana por la que el tenedor-jirafa caminaba armoniosamente, hasta que el sonido de la cafetera, remedo del lejano rugido de un león, le ha hecho salir rápidamente corriendo como a cámara lenta, con ese correr cadencioso de la jirafas. El tenedor se ha escabullido por el horizonte de la tabla-sabana y yo me he quedado sin la herramienta para preparar el pisto.
Para reponerme de la sorpresa de lo que acababa de presenciar, decidí emplear las verduras en hacer un puré, para lo que me proveí de algunos ingredientes adicionales, como las patatas, y de otro material, como un par de coladores metálicos de malla. Estaba distraído pelando las patatas cuando un ruido metálico proveniente de la encimera ha captado mi atención. Era el entrechocar de armas blancas blandiéndose en combate. No me lo podía creer. Después del episodio del tenedor y la tabla, ahora, delante de mis narices, los dos coladores se estaban enfrentando en duelo como dos tiradores de esgrima. Con sus mallas a modo de careta protectora y cada uno de ellos provisto de un cuchillo de postre a modo de florete, estaban ejecutando ataques, contraataques, fintas y estocadas. La lucha parecía encarnizada, como si estuvieran disputándose el amor de una dama o la medalla de oro en una olimpiada. La intensidad del duelo iba en aumento, pero me sentía incapaz de intervenir para separar a los contendientes, ya que resultaba peligroso interponerse entre los dos cuchillos puntiagudos recién afilados. Cuando las mallas empezaron a sufrir el rigor del combate, con perforaciones y roturas de la estructura metálica, detuve aquel enfrentamiento golpeando a los tiradores con el rodillo de amasar. Ambos quedaron tendidos en la encimera, como si estuvieran muertos, pero lo que ocurrió en realidad es que yo me encontré con mis dos coladores llenos de agujeros y medio aplastados, inservibles para hacerme el puré.
Los dos episodios de la cocina me habían producido un fuerte picor de espalda, por lo que tuve que recurrir a mi rascador telescópico acabado en una mano. Para poder ver donde me rascaba, utilicé un espejo con mango telescópico para poder verme por detrás. Al aproximar ambas herramientas a mi espalda parecieron adquirir vida propia, acabando por fundirse en una única entidad, que se asemejaba a un médico con su espejito en la frente y la mano dispuesta a examinar un enfermo. No sé si de verdad se lo creían, pero los dos juntos decidieron explorarme de arriba abajo. Con la mano abriéndome y cerrándome los ojos o la boca y el espejito enchufándome el haz de luz donde convenía, fueron repasándome la cabeza. Después pasaron al pecho y con el espejito actuando a modo de fonendoscopio me auscultaron el corazón. Continuaron repasándome la espalda. Al final del recorrido, pareciendo dispuestos a seguir la exploración por salva sea la parte, salí corriendo y cerré el baño con llave.
En este momento me encuentro cavilando entre visitar al psiquiatra, para un estudio en profundidad, o acudir al juzgado y poner una denuncia a Raúl, por haber desatado mi imaginación con efectos catastróficos.
Manuel Medarde
Grupo A
Diálogo de piedras, tacones, paraguas y llaveros.
Silencio de canteras mojadas.
Loca, ilusa, no ves que no te quiere?...
Días de lágrimas.
Días de viento.
Días mojados, días de piedras empapadas convertidas en perlas.
Canteras mojadas como mejillas de niña triste
Sigo y sigo andando sin mirar atrás. Mantengo la cabeza baja para evitar las ráfagas de aire helado que hieren mis ojos. En un momento, mágico y misterioso, las piedras empapadas se convierten de repente en perlas caídas de un collar roto. Parecieran hablarme, pareciera que cobraran vida y me gritaran desde abajo, desde el piso;
“Pero tú, adónde vas? ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo sales en un día como éste? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas que más valgas?”
Yo, sigo andando, no las escucho, no quiero oírles. Sigo pisándoles una a una con mis botas de tacón anudadas al frente, ya tan mojadas como ellas.
“Loca, ¿a dónde vas? Detente. Loca, ilusa, ¿no ves que no te quiere?...”
Y sigo andando. Los tacones de mis botas, furibundos, cobran vida también y refunfuñando, se revelan contra las piedras parlanchinas y mojadas, convertidas en perlas de un collar roto.
“Vamos a donde queramos, a donde nos dé la gana. A donde el destino nos lleve. Cállense de una buena vez por todas, sólo son piedras mojadas queriendo pasar por perlas. No son nada, no son nadie. A callar".
Mi pequeño paraguas del chino, de humildes tres euros, se ha volteado de golpe, herido de muerte por una ráfaga asesina de viento helado. Su delgada y negra piel de tela sintética y barata, tiembla como yo de frío.
“Haz caso a las piedras. Mira que día más feo. No escuches a tus tacones, siempre han estado locos, no les escuches más y vuelve a casa. Loca, ilusa, ¿no ves que no te quiere?...”
Me detengo un momento. Las canteras milenarias, mojadas como mejillas de niña triste, me miran sin hablar y me convencen.
Todo esto es una locura. Giro en una esquina y tomo de regreso la calle de La Compañía. Mojada y fría, vuelvo a casa. Ya dentro de mi habitación, tibia y reconfortante, escucho desde el fondo del armario una vocecita dulce que suena dentro de un cajón. Es el llavero con la estampa de la virgen de Guadalupe que guardé como único recuerdo de mi madre. Tembloroso y tímido, casi ahogado en llanto, me dice al fin;
“Qué bueno que has vuelto a casa. Nadie debe salir en un día como éste…
Loca, ilusa, ¿no ves que no te quiere?...”
Grupo A
Esto no es un dragón que trata de fumar en pipa
Un docto crítico de arte, un día, mejor una tarde, ante una concurrencia absorta, pontificaba desde su atril mostrando imágenes y comentándolas:
- Como es bien conocido por todos ustedes, Rene Magritte nos obligó a distinguir entre el objeto y su representación. Su obra “Ceci n’est pas une pipe” es el ejemplo simple de esta aclaración. No importa que se trate de una pintura al óleo, de una escultura o una fotografía. El objeto es elusivo, nos evita, trasciende a la obra que lo representa. Ese es el término clave: “representación”.
Y presentó una diapositiva en la que se veía claramente una imagen de la obra que estaba comentando, la bien conocida no-pipa:
- No es lo mismo ser que representar. No es lo mismo ser que imaginar. No es lo mismo lo que vemos que lo que nosotros superponemos a lo que vemos. Uno imagina una pipa, pero ya sabe que eso no es una pipa. Uno puede imaginar un dragón, pero sabe que no existen los dragones. Incluso puede representarlos. Pero no comenzarán a existir por ello. Bas Van Fraasen dijo que no hay nada más real que un burro volando, que no se trata de algo simplemente ideal, porque de él podemos predicar que no existe, esencialmente porque se trata de algo comprobable. Pero, señoras y señores, yo puedo representar un burro volando, y nadando si lo prefiero. Insisto, no es lo mismo ser o existir que representar. Lamento mucho tener que enfatizar algo tan obvio. Al menos tan obvio en la historia del arte desde Magritte.
Continuó aun insistiendo:
- Un ejemplo más. Uno imagina una sirena: bella mujer de rostro y torso desnudos y cintura en la que comieza una hermosa cola de pez. ¡No! Nadie la imagina como Magritte la representó. ¡Bella mujer con torso de pez!. No importa, volvemos a la idea fundamental: no es una sirena, las sirenas no existen por más que se las represente. Otra vez la palabra: “representar” nos aparece para que cuestionemos lo que creemos que estamos viendo, incluso lo que pensamos que estamos imaginando. Entre paréntesis, pensar no es lo mismo que imaginar.
- Reflexionemos sobre la relación entre el objeto y lo imaginado respecto del objeto”.
- Si llevamos su propuesta al extremo, ¿no cree que usted tampoco existe, dado que es una representación en mi retina que mi cerebro elabora para ofrecerme su imagen, su voz y su discurso? Y, reflexionando aún más, ¿no cree que la imaginación y la transgresión de las reglas también forma parte del fenómeno artístico? Si me permite, le muestro esta imagen que he traído.
Y presentó en un pequeño panel la siguiente imagen:
- Esto no es un dragón que trata de fumar en pipa. Se trata de una fotografía que hice en casa de un “quita grapas” o “elimina grapas”, o como sea que se le llame y de una de las pipas de mi padre. La titulé: “La dificultad del dragón para fumar en pipa”. Entonces, mostré a mi padre esta fotografía y le pregunté lo que veía. Respondió con suficiencia: “Hija, los dragones como ese no pueden fumar en pipa a menos que tengan lengua, y este tuyo no tiene…”. Mi padre vio un dragón tratando de fumar en pipa. Porque la pipa era suya, y el quita-grapas también. Y la foto representaba lo que él conocía y el gesto surrealista de su hija.
Mi padre sabe que esa foto no era ni una pipa, ni un dragón ni un quita-grapas. Era una foto. Pero no dijo: esto es una foto de no sé qué y no sé cuánto. Dijo que un dragón tiene dificultad para fumar en pipa. Lo que yo le decía.
El conferenciante sonreía. Asintió, no sin una suficiencia herida, a lo que la joven proponía y continuó con su perorata.
Pero el docto y experto crítico de arte no se pudo hacer consciente de que él tampoco existía. Era simplemente un producto de la imaginación de quien ha escrito estas líneas, que no son más que letras encadenadas. O tal vez sean algo más, ¿quién sabe?
El tenedor enamorado
La tabla de cortar de la cocina
tiene la superficie tan rayada
de tantos cortes que no siente nada
y quiere refugiarse en una esquina.
Está tan triste que ni se imagina
que un tenedor la tiene idealizada,
la quiere ver feliz y enamorada
y no duda en lanzarse a la piscina:
—Si quieres curaré tus arañazos
y seré fiel guardián de tus anhelos...
Me duele verte así tan abatida.
—Tengo la piel marcada por mil trazos...
Un filo me cortó todos los vuelos
difícil que me cierres esta herida.
—Es muy larga la vida,
no te niegues un nuevo amanecer
déjame demostrar que sé coser.
Aurora Zarco
Grupo B
Gilda
Salada y picante como Carmen Cansino, puedo estar encerrada en un recipiente, o libre, en la compañía de otras, en el bar. Tengo dos o tres guindillas, una anchoa y una aceituna, para deleite de mis admiradores.
Me fabrican, me exponen y guardan en cualquier sitio. Creo que he conseguido ser famosa, cuando solamente se consigue siendo influencer, como dirían hoy.
Siendo favorita de personas de distinto paladar, me siento orgullosa de no acalorar a nadie, ni aumentar peso de los que me degustan.
Me acompañan además unos objetos de madera, por supuesto.
Solo me falta decir, buen provecho.
CLU
Grupo B
Centinelas
De hierro y oxidada por el tiempo
permanece incrustada
en la vetusta puerta de nogal,
como fiel guardiana de secretos
de aquellos que, un día, fueron.
Paciente y silenciosa,
anhela el suave abrazo
de su esperanza de cobre viejo
para ver la luz hermosa
de horizontes nuevos.
Unidas en sensual danza
de giros delicados y lentos,
la cerradura entregada suspira
y la llave le muestra el misterio
de los que moraron dentro.
Marian Pérez Benito
Por una buena causa
El doctor Seco caminaba rápido y seguro hacia el Hospital Universitario de Salamanca a las 10 de la mañana. Caían chuzos a su alrededor, desviados por el paraguas que portaba en la mano izquierda. En la derecha, llevaba una maleta. Cuando llegó al quirófano 0.23X, su equipo ya estaba preparado.
—Buenos días, Dr. Seco.
—Buenos días, Celia.
—A ver, ¿qué tenemos aquí? —ojeó durante no más de diez segundos unas imágenes—. Con esta resonancia, no hay nada que podamos hacer por este buen hombre. La necrosis está demasiado avanzada. —El doctor se quitó la gabardina—. ¿Ha firmado la familia la hoja de donación de órganos?
—Lo compruebo, doctor. Deme un segundo. —Y al rato—: Sí, aquí la tienen.
—Quizá aún podamos ayudar a alguien —dijo mientras se ponía la bata y los guantes de látex—. ¡Bisturí, por favor!
—Aquí tiene, Dr. Seco.
—Abran la maleta y traigan la máquina de coser y la sierra eléctrica. Sequen el paraguas con el ventilador, por favor.
En el vestíbulo de la sección de oncología aguardaba la familia con enorme incertidumbre. Desde el quirófano 0.23X salían unos sonidos que intentaban formar una melodía. Se volvió a escuchar el taladro y, de nuevo, un silbido de instrumento. Poco a poco, se empezaba a identificar el Canon de Pachelbel. La agitación de la familia iba en aumento, y desesperaban sin saber qué hacer, entre quejas por la sanidad pública.
Después de unas horas, el Dr. Seco salió con la enfermera.
—No hemos podido hacer nada por Florentino. Lo sentimos mucho. —La familia se echó a llorar —. La buena noticia es que sus órganos han servido para ayudar a otras personas.
En el pasillo, donde esperaban los familiares de la sección de oncología, justo enfrente del quirófano de al lado, el 0.22X, se oía una melodía de acordeón.
—¿Por qué suenan instrumentos? —preguntó un familiar, nervioso, enfadado ante lo que concebía como una frivolidad.
—Estamos probando unas terapias con música para una investigación neurocientífica. Se mide la activación nerviosa de distintas regiones del cerebro.
—¿También en Florentino? ¿Con el Canon de Pachelbel desafinado? —replicó el familiar.
—Sí, para comprobar el estado de su cerebro. ¿Me disculpa un segundo? Tengo que volver al quirófano.
El Dr. Seco y la enfermera regresaron al 0.23X. Allí comentaron:
—Bueno, creo que no les vamos a poder regalar la gaita —dijo el Dr. Seco.
—Pues es una pena. Es de las mejores que hemos hecho—contestó la enfermera.
—Me temo que la sociedad aún no está preparada. La clonación de Dolly fue en 1996. ¡Fíjate! Y no ha sido hasta hace unos veinte años que se la gente empezó a ver normal a los humanos clonados. Y hoy, en pleno 2073 aún tenemos que avanzar en materia derechos.
—Bueno, hay que tener paciencia. Un día se darán cuenta de que es la mejor manera de naturalizar la muerte de un familiar —dijo Celia.
—Así es —suspiró el Dr. Seco—. Así es.
—Pues, otra que acaba en el banco de juguetes para África.
El equipo médico volvió a acercarse a los familiares. Un extraño sonido como de trompeta salido de algún lugar recorría el pasillo.
—Nuestro más sentido pésame. Por nuestra parte, ya nos encargamos de los preparativos necesarios.
Manuel Delgado Sánchez
Grupo C
Abrebotellas y el sacacorchos
Estaban condenados a entenderse desde el día que sus dueños los recibieron como regalo de boda de unos amigos a los que les gustaba mucho la fiesta y que no estaban dispuestos a ir a su casa a tomar unas copas y tener que escuchar “no tenemos nada para abrir las botellas”.
Así, surgió una bonita y entrañable amistad entre el abrebotellas y el sacacorchos. Sus dueños todas las semanas preparaban algún sarao y ellos eran imprescindibles. Pero, como lo bueno no suele durar mucho, el divorcio vino a visitar dicha casa. En el reparto de bienes, el sacacorchos fue a parar a manos de la mujer y el abrebotellas acabó en poder del hombre. Y el abrebotellas y el sacacorchos, que tan unidos estaban, tristemente no se volvieron a ver.
Luis Iglesias
Grupo B
Los juguetes revolucionados
Ayer fui con Tringa, mi perra guía y unos amigos a un concierto y después a tomar unas cañas. Llegamos a casa tarde. Al entrar, presenciamos un espectáculo insólito. Todos sus juguetes nos esperaban en la puerta que comunica el salón con el distribuidor de la entrada. No es que los hubiéramos dejado allí antes de irnos. Los juguetes tapaban la puerta y estaban saltando y gritando, así como suena.
Yo debí poner cara entre espanto y divertida y ella puso las orejas en alerta.
Aquello era un follón. La pelota de tenis, saltando decía: “a mí se me complican mucho las cosas, cuando me meto debajo de un mueble y no puedo salir”. La berenjena pitaba exigiendo silencio. El Kong saltaba mientras decía enfadado: “ no os quejéis, que a mí me llevan a la calle a jugar, me pongo perdido de barro y más de una vez he estado a punto de no volver, porque no me encontraban o porque algún perro se apoderaba de mí y no me soltaba”. El palo de cafetal golpeó desde la caja y gritó: “Eso no es nada, a mí no me dejan salir de aquí, porque dicen que estropeo el suelo, pero luego me quieren llevar a la calle para que esta señorita no coja los palos cochambrosos que hay por ahí”
Para contribuir al escándalo, Tringa se puso a ladrar como una fiera. Y empecé a mandar silencio, procurando mantener la calma, pensando que los vecinos no tardarían en aparecer. Sorprendentemente Tringa consiguió calmar a todos sus juguetes y todos nos fuimos a dormir.
Grupo B
Tocar el piano
Paseando llegué a casa y escuché una voz prodigiosa, y intenté adivinar de donde salía.
Adiviné; de un garaje.
Imposible dije para mí, una soprano en casa ensayando con tan potente virtud, potente como los coches que albergaba el garaje donde cantaba.
En él estaba el piano de cola, con el pianista dispuesto a grabar un dueto colosal, relajante, voz y piano, combinación mágica que puede crear un gran éxito musical, digno de un Grammy de platino.
De repente pensé que podía recrear la escena de “qué para qué”,
Manos, voz, piano, taburete, escenario, varios intocables, inamovibles, imposibles de llevarlos a otro escenario, pero que mañana estarán en otro lugar, intentando relajar, entretener y pasar un día agradable en cualquier lugar del planeta.
CLU
Grupo B
El tenedor y todo lo demás
El tenedor se enamoró perdidamente de la cuchara. Sin embargo, todos se empeñaban en separarlos: los separan en la mesa, uno a cada lado del plato; los separan en el cajón de los cubiertos, da igual que sean los de cada día o los de la cubertería de plata que guardan para las ocasiones; y los separan incluso en el lavavajillas. Estaría mejor disponerlos siempre juntos, también en la mesa, y quienes los necesitan que se apañen para utilizarlos. Lo hacen así porque ellos, los comensales, son más torpes que el tenedor y la cuchara: si los colocan separados, los confunden y no sabrían con qué mano manejar cada uno en la mesa, ni qué hacer con ellos.
La cuchara caza aquello que al tenedor se le escapa; aquello que no pesca el tenedor. Mientras, el tenedor se acopla a la cintura de la cuchara, formando una pinza, en el baile del servicio que reparte los manjares en la mesa.
Tenedor, que rima con sabor y también con amor, que ahora se abraza al cucharón y juntos cargan el tostón que comerá el ladrón, sin temor ni rubor, mientras está muriendo de hambre su anfitrión a quién ha dejado temblando de dolor después de rozarle el mentón.
Ese mismo tenedor busca otra nueva pareja y, sorpresa, oculto en la servilleta de ganchillo aparece un bonito cuchillo, bien afilado, por cierto. Vaya pareja, el tenedor y el cuchillo para trocear y pinchar chuletas y gansillos.
El tenedor lo mira asombrado, por su peligroso y brillante filo, es un buen estilete, convertido en razón convincente en la mano de cualquier insolente.
Ya bien entrado el condumio, la pitanza, todos llenan la panza y de pronto el abogado habla y habla, todo se oye y se entiendo: dice, los grandes tenedores tendrán que soportar grandes y nuevos tributos por su avaricia sin límite. El tenedor se observa y se mira, pero no se ve grande, sino más bien pequeño, de poco valor y así se queda tranquilo. Da igual, los que vocean lo hacen de los grandes tenedores de casas y de moradas y no de los sencillos tenedores amantes de cucharas, cuchillos y cocinas.
Gabriel Risco Ávila
Grupo C
Tabla y tenedor
El teniente Dor es un joven de tez blanca, exquisitos modales e impecable vestimenta. Su cabello plateado contrasta con su moderno y desenfadado peinado. Ha crecido rodeado de sirvientes, dado que proviene de una familia muy bien posicionada. Su padre, el duque De Fork, trabaja como asesor judicial en las altas esferas. Su madre, marquesa del condado de Tridensa, organiza festejos en la finca familiar todas las semanas. Allí se reúnen importantes personalidades para intercambiar ideas y beber más de lo que sus cuerpos pueden soportar.
Actualmente, la única preocupación que circula por su cabeza tiene nombre y apellido: Alba Tajada. Es cocinera en el restaurante más popular de Villacuçi: El tablón cuadrado. No son muchos los datos que conoce de ella, salvo que está soltera y trabaja todos los días, encerrada en la cocina, cortando alimentos de todo tipo durante horas. El teniente Dor disfruta viendo la maestría con que maneja los diferentes cuchillos. Lo hace a escondidas, asomado a la ventana que da al callejón.
Alba Tajada finaliza su jornada y sale de El tablón cuadrado sudorosa y exhausta. El teniente Dor se aproxima con disimulo y espera el momento oportuno para chocar con ella. Finge una caída estrepitosa que sobrepasa el ridículo.
―¡Disculpe mi torpeza! No le había visto.
―Quien ha de disculparse soy yo, hermosa dama ―responde recomponiéndose rápidamente―. Qué afortunado soy si un tropiezo implica ver un rostro como el suyo. ―Se levanta sin esfuerzo alguno. ―Soy el teniente Dor, hijo del duque de Fork y de la marquesa del condado de Tridensa. ―Hace una reverencia. ―¿Le gustaría acompañarme a cenar?
―Lo lamento, don teniente Fork, pero me gustaría volver a casa lo antes posible.
El teniente Dor, un tanto ofendido por cómo se ha dirigido a él, traga su orgullo e insiste:
―No estoy ofreciéndole una cena cualquiera; tendrá la oportunidad de probar manjares con los que ni siquiera ha soñado.
―Si no he soñado con ellos será por algo.
El teniente Dor, decepcionado con su respuesta, se apresura a sacar el anillo que le ha comprado. Es de plata y tiene incrustado un diamante azul.
―Acepte este anillo y me hará el hombre más dichoso del mundo.
―¿Para qué querría yo un anillo?
―Para ser libre. No tendría que trabajar nunca más. ―Se arrodilla y alza el anillo. ―Diga que sí y todos sus sueños se harán realidad.
―¿No le parece una indecencia por su parte hablarme de libertad sosteniendo eso?
―¡Es una alianza!
―Pues eso. No puedo ser más libre de lo que soy ahora mismo. Levántese y deje de hacer el ridículo.
―Pero…
―Señor don Fork, pertenecemos a mundos diferentes. Además, su familia nunca aceptará que alguien como yo se case con alguien como usted.
―Si eso es lo que le preocupa, quédese tranquila; si mi felicidad está en juego, mis padres aceptarán.
―¿Ve? Todo gira en torno a usted.
―¡En torno a nosotros! Sólo deseo su felicidad. Si usted es feliz, yo también lo seré.
―¡Es suficiente! Guarde ese anillo para alguna duquesa digna de su familia.
En cuanto pronuncia la última palabra, Alba Tajada se aleja con furiosa decisión, dejando al teniente Dor con los pelos de punta y el orgullo bajo tierra.
Lucía Sabater
Grupo A
No hay comentarios:
Publicar un comentario