27 casas. Lugares habitables

En la última sesión del año desvelamos algunos secretos del proceso de creación y edición del libro 27 casas. Poemas para entrar a vivir, una pequeña antologìa de casas, o lugares habitables, ordenadas alfabéticamente. El libro, ilustrado por David Pintor, uestra las diferentes manera de habitar o los distintos tipos de hogar que existen a lo largo del ancho mundo. Un libro que lleva el sello de la editorial salmantina La Guarida.
En la página web de dicha editorial se presenta así la publicación:

La lectura es una actividad nómada, en constante desplazamiento de un libro a otro. Pero existen libros a los que siempre se regresa porque son hogar.
27 casas no es ningún catálogo inmobiliario ni tampoco un tratado de arquitectura, sino un abecedario de casas construidas con la argamasa de la poesía.
Son poemas para entrar a vivir y reflexionar sobre la importancia de tener un hogar, un refugio, una guarida. Poemas que hablan del adentro y el afuera de las casas y los corazones.
Poemas que se edifican sobre el solar del libro de la mano de juegos poéticos: un texto monovocálico, poemas con números, versos de cabo roto… Y a través de la poesía de Raúl Vacas y al abrigo de las ilustraciones de David Pintor, recorreremos diferentes lugares del mundo, de China al Polo Norte, de África a Yellowstone.
En la intimidad o en buena compañía, seas la nieta o el abuelo, seas quién lee o quién escucha, deseamos que este libro te haga sentir siempre como en casa.


¿Son los rascacielos los sastres del cielo?
¿Puede una nana dormir a un cigoto?
¿Cantamos junto al fuego la canción del tipi tipi?
¿Un poema sobre osos puede ser empalagoso?



Propuesta de escritura:

Cómo en el taller nos gusta jugar propusimos elaborar una serie de textos sobre otras casas o lugares habitables diferentes a los que aparecen en el libro.
Y este es nuestro repertorio inmobilario:


Ático
ATICO REFORMADO ZONA SALESAS

Cuando aprendí a vivir en soledad, tomé la decisión de cambiar de piso; repartiría la herencia a los chicos y buscaría la forma de crear mi nuevo hogar. Quedé con Eva el martes en la inmobiliaria para comenzar la búsqueda y pasé el fin de semana organizando mis pertenencias. El lunes, al salir a comprar el pan, un papel mal pegado a una farola pasó revoloteando hasta mis pies. Me agaché a recogerlo y leí:

-SE ALQUILA bonito ATICO recién Reformado en Inmueble Adaptado.
Sólo Particulares ZONA SALESAS-


¡Vaya, mi barrio de siempre!. Sentí una corazonada y marqué el teléfono indicado sin pensarlo dos veces; una voz melódica saludó al segundo tono, casi sorprendida de la rapidez del efecto del anuncio; me indicó que iba en dirección al piso a colocar unos apliques, y no le importó concertar una cita esa misma mañana.

Finalizaba noviembre, y unas nubes plomizas se movían a gran velocidad. Temiendo lluvia, esperé el autobús 7 en la parada de la Plaza y realicé el trayecto rumiando la casualidad del viento, del folio, de coincidir las señas con mi calle…

El barrio había cambiado mucho desde que un gran Centro Comercial se había instalado en las inmediaciones; pero el local de la Autoescuela de Flora (ahora renovado), el Taller del “Ruedas”, el Estanco de doña Meri, la Iglesia y los parterres de sus jardines (donde jugué de niña), continuaban en el mismo lugar, modelando mis vivencias. Bajé la avenida inquieta, y cuando vi a un muchacho sonreírme con una caja de herramientas esperando delante del antiguo número veintitrés, sentí que se me aceleraba el pulso.

No creo que pasara mucho de los treinta; era alto, muy moreno, y sus ojos, algo separados de cejas hirsutas, delataban su parentesco con el señor Domingo. Me tendió la mano afable, dando por sentado que era Sofía, y yo sólo pude cabecear afirmativamente tras una mueca que deseaba ser sonrisa y los ojos vidriosos y doloridos por la contención de un nudo de recuerdos que se apelotonaban por salir. No pude hablar.

Introdujo una de las llaves en el bombín y la moderna puerta de cristal y acero inoxidable dio paso a un diáfano recibidor de Mármol beige, con una pared de espejo que duplicaba el espacio y buzones y ascensor a juego. Pulsó el botón de llamada y, tras acceder al mismo, comprobé sorprendida que subía hasta el noveno. -¿Estoy soñando?. Me lo has buscado tú, ¿verdad? -.

Carlos (que así se presentó) abrió con cuidado la puerta de roble recién lacada, lo único que permanecía de la época anterior; dejó a un lado el petate y me invitó a acceder con gran educación. Nerviosa y maravillada contemplé el espacio abierto de paredes lisas en color arena claro como el suelo radiante. Sin elementos estridentes, la decoración parecía simple, pero elegante. El despacho de la entrada había desaparecido y la cocina americana la habían situado a la izquierda, ganando terreno a la terraza. ¡La Terraza! Y mi mente voló hacia una mañana de sol que dejaba sombras moteadas a través del tul de un velo blanco, de cuerpos desnudos y noches estrelladas. Me estremecí.

La pared había desaparecido por completo sustituida por una estructura retráctil de cristal. Sentada frente al sofá podía dibujar la línea montañosa del Sistema Central, desde Serrota hasta el Canchal de Béjar y, si salía al exterior, el Teso de las Catedrales resaltaba entre los tejados del caserío en todo su esplendor. Continuaba siendo el edificio más alto de toda la zona.

La agradable voz de Carlos sonaba lejana mientras yo removía mi pasado. -Sofía ¿le gusta? -. “Mucho”, contesté en mi interior. Y regresé a otro noviembre de hace treinta y nueve años, donde sólo dos sillones de director y una camilla de pino rellenaban esa misma sala sobre viejos suelos de terrazo, tres muebles de una exposición de cocinas y una mínima cama de níquel donde dormíamos poco y no nos dábamos cuenta del frío, conformaron nuestro “primer nido de amor”. ¡Por supuesto que has sido tú!

- Me lo quedo. ¿Cuánto es el alquiler?.

Romy Martínez
Grupo A


La buhardilla

Se ha celebrado en Sevilla
una boda singular
entre un búho de El Paular
y una pizpireta ardilla.

Él vuela de maravilla
y además es popular
por su forma de ulular
y por cómo ve a una milla.

Ella pasa por listilla
y por saber recular
donde no hay que especular
con dejarse la barbilla.

Ahora van a Quintanilla
de viaje de enamorados
y como ya están casados
se han comprado una buhardilla.

No les falta la vajilla,
ni muebles bien decorados,
ni una mesa de dos lados,
ni una ducha, ni una silla.

Tienen fuego con cerilla,
agua fresca en los tejados,
rinconcitos soleados
y la luz de una bombilla

¡Qué maravilla en Sevilla,
el señor búho y su ardilla,
juntitos en la buhardilla,
al calor de una cerilla!

Óscar Martín
Grupo A


El taxi de Manolo
Un poemilla muy movido

Corriendo por la ciudad
va tan contento Manolo,
conduce un taxi amarillo
y nunca se encuentra solo.

Esta mañana montó
Paco, su amigo el conejo,
un tipo tan peculiar
que marcha como un cangrejo.

Por la tarde subió Pepa,
una presumida urraca.
De color azul y blanco
es su elegante casaca.

Hasta la estación llevó
a Martín con su ala rota,
un problema muy, muy grave
cuando eres una gaviota.

No dejó de tricotar
Mariana, que es una oveja,
y en el taxi se olvidó
de su lana, una madeja.

Tuvo que llevar Manolo
a Piluca la cigüeña
hasta el nido de la iglesia
donde estaba su pequeña.

Fue muy difícil meter
A Emi, la vaca lechera,
pues su trasero no entraba
ni tampoco su cartera

Y Paco y Pepa y Martín
se sintieron como en casa
porque en el taxi amarillo
a todo el mundo le pasa.

A Piluca, a Emi y a Mariana
les gustó también el coche,
y el taxista les contó
que allí duerme cada noche

Porque el taxi de Manolo
tiene cepillo de dientes,
cafetera, libros, mantas
y ducha de aguas calientes.

“Es mi coche un paraíso”,
dice Manolo con guasa,
“Me siento feliz en él
y lo tengo por mi casa.

Si llegas a una ciudad desconocida y no sabes dónde queda tu hotel, es una buena idea contratar un taxi. Si te lo cruzas por la calle basta con que levantes un brazo para que se detenga a tu lado. Es un coche con un conductor muy servicial que te llevará a tu destino en menos que canta un gallo.

¿Logrará algún avispado
dejar a “taxi” rimado?
Por mucho que lo busqué
ni una palabra he encontrado.

Pepe Lorenzo
Grupo B


Wat

Incluso un relato corto precisa documentarse. Y además andaba yo con ganas de Camboya, de modo que la ocasión la pintaban calva. Como todavía no extravié del todo mi cabellera, me rapé al cero los restos, me compré una túnica color naranja y estuve unos días ensayando frente al espejo en afán de conseguir que no se me cayera cuando la descolgaba de un hombro. Dos días antes de la salida del avión conseguí al fin darme el aprobado.
Pero quién puede engañar a un maestro, al mentor espiritual del wat. Estábamos los dos solos en el bot, la sala donde los nuevos monjes toman sus votos y el lama hablaba muy quedo, tono grave, “abadengo” me dio por pensar, pero los budistas no tienen abad. Dónde habría aprendido ese español tan fluido, la vida nunca deja de sorprenderte. Y sobre todo, ¿cómo podía conocer el motivo de mi viaje?
—Ningún problema por su condición de occidental, señor; preciosa su ciudad, por cierto. Pero un wat es un monasterio solo para monjes residentes. Dado su caso particular, podríamos en todo caso facilitarle el acceso al hotrai, el lugar donde se conservan los escritos budistas. Pero usted se hace cargo, no podemos alterar nuestras reglas por el hecho de que le hayan encargado un texto en su taller de escritura. No sabe cuánto lo siento señor.
Había que asumirlo. Nos apartamos de la gran estatua de Buda, dejamos atrás las columnas Sira, la dharmachakrao rueda de la ley que desvía las fuerzas del mal. Llegados a la puerta de salida hizo un gesto como dándome la bendición y poco menos alcanzó a sonreír mientras dejaba caer en suave:
—Interesante la decoración de su hotrai en Salamanca. ¿Sabía usted que hotrai significa biblioteca? La stupa, de nuestro wat ya la conoce usted; ciertamente bonita, pero a veces he llegado a pensar que mejoraría mucho con esas conchas adornando cada una de sus cuatro fachadas. ¿Se imagina usted?

***

Wat es un monasterio budista del Sudeste Asiático, al cual suelen acudir monjes en estancias prolongadas para recibir enseñanzas de maestros o guías espirituales. El término se ha popularizado tanto que en la actualidad abarca también a los templos hinduistas, taoístas e incluso cristianos.

Pascual Martín
Grupo B


En el RIAD (jardín)

11 de abril, 2018 en Marrakech

Acabamos de aterrizar en Marrakech y un fogonazo de polvo y calor nos recibe. Salimos del vestíbulo del aeropuerto para coger un taxi que nos llevará a nuestro hotel; el Riad El Fenn. Recorrimos parte de la ciudad observando a través de la ventanilla como los burros, carros, bicicletas y peatones pueblan el entramado de sus sinuosas calles. El coche para enfrente de la Plaza Jemma El Fna, en la entrada de la Medina. Absortos por la sinfonía de cientos de conversaciones y el ritmo de vida tan fascinante que nos rodea, caminamos hasta nuestro destino. Llegamos al Riad. El regente nos da la bienvenida. Por primera vez desde que pisamos el país encontramos sosiego. Los anchos muros del palacete con su exótico patio nos aíslan de todo el misterio y bullicio de la ciudad. Este patio interior es como un oasis de calma. Es un regulador de temperatura ornamentado con plantas que ayudan a mantener el frescor. Desde él se parte al resto de dependencias; habitaciones confortables, bucólicas, con ventanas enrejadas y suelos de Damasco, baños con azulejos que conservan la estética de épocas de esplendor… Es la magia de El Fenn la que nos envuelve con la luz tamizada del atardecer y el olor de los jazmines. Lentamente durante nuestra estancia iremos conociendo todos los recovecos y las historias del Riad y de la ciudad. Un lugar que esconde más de los que nos enseña.

Pilar Sánchez
Grupo B


La Fonda

Pedro era el jefe de la estación de su pueblo. De pequeño soñaba con el revoloteo del banderín rojo que anunciaba la salida del tren y la cantinela: “Atención, señores viajeros al tren”, soñaba muchas cosas, soñaba con María su compañera de juegos, su lugar preferido el andén de la estación, ver llegar a los pasajeros, decir adiós a los que se iban, compartir su merienda, porque María siempre llevaba buenos bocadillos, se notaba que sus padres eran los dueños de la Fonda de la estación. María también soñaba, soñaba con Pedro. Pasó el tiempo, años de estudio en la ciudad, amistad y sueños que se afianzaron y, volvieron al pueblo, Pedro, como jefe de la estación, María se haría cargo de la Fonda. Yo soy una vecina del pueblo y, uno de mis entretenimientos era ir a la estación, tomar un café en la Fonda, observar lo que allí se vivía, a los que allí vivían, imaginar, suponer, sospechar, creer, pensar, ver pasar el tren procedente de Portugal, una parada muy rápida, porque muy rápidamente cada miércoles bajaba José, un par de maletones le acompañaban, se presentó como un viajante, que paraba allí para hacer un descanso y degustar los sabrosos platos, típicos de la zona que elaboraba María. Allí se alojaba Carmen, la Maestra, unos cuarenta años, simpática, siempre dispuesta a entablar conversación con los clientes, de esa manera entabló relación con José, con el que llegó a compartir mesa y, hasta coquetear, alguien llegó a pensar que podría ser un motivo de sus paradas. En la Fonda, también vivía el médico, un buen conversador, amén de que en su profesión era admirado por el pueblo y sus contornos, ¡vaya ojo clínico tenía!, teníamos muy buena amistad. Hacía unas semanas había conseguido un dóberman procedente de la unidad canina de la Policía, en ese momento era su orgullo, sabia de tantas batallitas en las que había intervenido, empezamos a observar que la llegada de José le inquietaba, giraba en torno a sus maletas, la novedad, pensaba yo, pero para Manuel, el médico, significaba algo. Habló con el inspector que había entrenado a Floppy y, aunque consideraban que ya había perdido facultades, no cayó en saco roto. Empezaron su investigación. Nuestra Fonda resultó ser un punto de distribución de droga.

Inés Izquierdo
Grupo A


El mesón

Manuela Villegas de Vargas es la regenta del Mesón Vargas. Ella se denomina la esclava del mesón y maldice a su difunto esposo por la herencia dejada.
Manuela se levanta antes de que amanezca y enciende el horno de leña para hacer pan, lo hace todos los días porque el pan se consume todos los días. Manuela no tiene descanso hasta después de las comidas. Para el café deja a los 2 camareros que son su cuñada y un vecino. El único placer y recompensa es la siesta.
Para colmo Manuela tiene a diario la visita de su suegra que siempre tiene consejos para regalar y que no ha pedido. Está muchos días al borde de romperse.
El bar y Restaurante son buen negocio y las 4 habitaciones que tienen en el 1 piso casi siempre están ocupadas por gente de paso. Es una trampa, una jaula de la cual no se puede escapar piensa día a día.
Su sueño es que un día pase por el Mesón Vargas un hombre adinerado, soltero y sin hijos, a ser posible mayor, que no le dé mucho trabajo y que la rescate de la jaula para llevarla muy lejos, lo más lejos posible.
Solamente hay algo que cambia la vida de Manuela. Los sábados por la noche Manuela se trasforma. En el momento que termina la cena de los huéspedes empieza Manuela con los chupitos, entra Adolfo con su guitarra que es el músico de pueblo y se prepara la fiesta.
Manuela suele soltarse el pelo y bailar sin complejos hasta el amanecer. Es su día de desahogo, su liberación. La mezcla del licor con la música hace que Manuela pierda el control y en ocasiones bailar desnuda (según rumores de las vecinas). Los sábados por la noche el Mesón Vargas está abierto hasta el amanecer.
Manuela no es creyente pero tiene una oración que le motiva cuando se levanta.

Madre Tierra que todo lo contiene
Dame fuerzas para seguir,
Madre déjame vivir
Dame fuerza para aguantar lo que viene.

Padre Fuego que todo lo destruye
Quema mis penas de amargura
Padre Fuego que todo lo cura
Dame la fuerza que todo lo intuye.

Madre Agua que todo lo alimenta
Dame tu vida amada
Madre Agua de fe calmada
Dame tu fuerza que siempre me alienta.

Padre Viento que todo lo lleva
Dame tu fuerza que cambia
Padre viento de fuerza sabia
Dame tu fuerza que todo lo eleva.

Madre tierra dame libertad
Padre Fuego dame libertad
Madre Agua dame libertad
Padre Viento dame libertad.

Juan Manuel Elvira
Grupo C


Ático

Vivo en un ático pequeño
con una gran terraza
que el sol inunda de luz,
al saludarla cada mañana.

De noche se engalana
para la luna y las estrellas,
con un vestido de plata
que se quita al llegar el alba.

Casi se tocan las nubes
que con trajes blancos de algodón,
pasan formando figuras
siguiendo al viento del sur.

Adornada con romero, lavanda,
tomillo, hierbabuena y jara
atrae a insectos y abejas,
a libar el néctar de su flor.

En el horizonte se divisa
con nitidez meridiana,
la silueta de la sierra
de Béjar y la Peña de Francia.

Desde ella se contempla
la majestuosa catedral
con sus torres hacia el cielo,
señalando la eternidad.

Marian Pérez Benito
Grupo A


Desván

El otro día me porté mal, y mi yo bueno me mandó al desván para que reflexionara. Allí me encontré con el yo malo de mi mujer, que también estaba castigada. Le pregunté por qué, y así supe que estaba liada con mi cuñado. Su hermano. Qué cabrón, el mosquita muerta, el cuñado ideal, que si me hago cargo de la barbacoa, que si llevo los puros que traje de Cuba, los que fumaba Fidel Castro, que si iros tranquilos de vacaciones, yo vengo a regar las macetas. Y así todo, nunca perdía la oportunidad de dejarte a ti la última palabra en cualquier discusión. El hijo puta.
El caso es que los dos yoes malos nos sentimos inmediatamente atraídos sexualmente. Nada de amor ni esas mariconadas, sexo a palo seco, sin preliminares.
Aprovechamos que allí había una vieja cama que no se habían querido llevar los traperos. Los muelles hacían un ruido del demonio, y el colchón tenía una parte carbonizada, de cuyas emanaciones había muerto el abuelo. Confesé a mi mujer mala que yo mismo -una noche que el viejo se había ido a la cama un poco bolinga- había puesto la colilla encendida sobre el colchón, para que el monóxido de carbono se lo llevara al otro mundo. Que parecía que nos iba a enterrar a todos, la momia aquella, había pasado la Covid tres veces, pero tenía unos pulmones de acero, según los médicos. No tanto, gracias al científico alemán que inventó ese tejido -viskosa, cómo no- en la época de los nazis, haciendo pruebas, se decía, para la solución final.
Durante las noches follábamos sin parar, y entre los gritos del yo malo de mi mujer -nunca lo hubiera creído, siempre tan recatada, qué palabrotas- y el ruido de los muelles del somier, el matrimonio bueno no pegaba ojo. Por la mañana se iban a trabajar sin haber podido conciliar el sueño -ellos, que dormían como angelitos-, mientras nosotros bajábamos y nos poníamos ciegos de cervezas y comida basura que pedíamos por teléfono.
Aquello no podía durar mucho, los angelitos estaban de los nervios, empezaron a discutir por cualquier cosa, se gritaban como posesos, llegaron a las manos. Casi se matan.
Al final se castigaron enviándose los dos al desván. Ahora hay overbooking, y la cama es muy incómoda para los cuatro. No podemos bajar a la planta principal porque no nos lo permite nuestra mala conciencia, que se sabe por completo condenada. Además, ya no funcionan las tarjetas de crédito, no quedan cervezas ni hamburguesas XXL con salsa colesteroli. Nos han cortado la luz, por falta de pago. Claro, ya nadie va a trabajar, no entra ningún sueldo en casa.
Pero ya no hay marcha atrás, no tenemos una parte buena a la que mandar al cielo de nuestro antiguo hogar, en la planta noble. Nadie nos va a poder salvar.
Esto es un infierno.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Urbanización El Arca

Noelito, descendiente lejano de Noé, tuvo un día una idea: “Construir una urbanización original, en un terreno de su propiedad, cercano a la playa”.
Las parcelas serían de 500 o 1000 m2, y los edificios a construir en forma de Arca de Noé, para lo cual un amigo arquitecto le diseñó los dos modelos para llevar a cabo.
El primero estaba destinado a familias pequeñas, dos habitaciones, salón, cocina y baño y un sobrante de terreno para huerto..
En la parcela de 1000 m2, se podían construir 4 habitaciones , 2 cuartos de baño, salón y cocina, el huerto con más terreno.
Tuvo mucha aceptación, sobre todo en los turistas habituales de la zona y pronto se vendieron y construyeron las 10 arcas.
Pero pasados dos años, nadie contaba con el tsunami que azotó la zona y las viviendas con forma de Arca de Noé, desaparecieron flotando mar adentro.

Luis Iglesias
Grupo B


La masía

En puertas de la masía,
bajo el gran sauce llorón,
desgranaba fantasía
el abuelito Ramón.

El cielo se descosía,
la yaya cuajaba queso
y él rendía pleitesía
con un espléndido beso.

Se aposentaba en el poyo
con el cayado en la mano,
recordaba aquellos bollos
que preparaba su hermano.

Eran tiempos de ambrosía,
de vivir eternamente,
de seguir la travesía
en paz con toda la gente.

Allí de niños jugaban
al corro y a la rayuela,
de mayores ordeñaban
la vaca en una tayuela.

Mientras las lindas gallinas
tiraban de malvasía
los cerditos del corral
campaban por la masía.

Y es que el mas es lo mejor
para vivir en familia
cobija niños y viejos
y a todos ellos concilia.

De mayor yo solo anhelo
hacer como el abuelito,
ir a contemplar el cielo
debajo de un arbolito.

M. Maximina Moreno
Grupo B


La casa de E.T.

En una casa coqueta
con la puerta corredera
y ventanas de madera
en una calle discreta,
de una entrañable ciudad.

En una alameda prieta
que linda y hace frontera
a una placita señera,
con viejas que hacen calceta
y es un remanso de paz.

Muy cerca de la alquería
de un agricultor sagaz,
en una tierra feraz
que un regato recorría
con calma y serenidad.
A una florida heredad
con un jardín, que accedía
a una vieja travesía
donde pasta un alfaraz,
orgullo de vecindad
en toda la pedanía,
para placer y solaz,
¡había una tetería!

Una casa de tisanas
muy pequeña y pizpireta,
con una infusión secreta
tan antigua y artesana,
que en condiciones concretas
tomada por las mañanas,
a las señoras ancianas
se les subían las tetas.

Esta casita de té
solo tenía tres mesas,
varios cuadros, unas sillas
y lámparas de bombillas
que se accionaban por pesas.

En la pared de celdillas,
con tarritos de frambuesas,
unas galletas danesas,
mermelada de Sevilla
y unas cajas de rosquillas
de cierta región francesa.

La regentaba Rosana,
que cuando era jovencilla
un lunes por la mañana,
buscando hierbas silvestres
y alimentando a una ardilla
topó con extraterrestres
de una galaxia cercana,
según contó, ¡pobrecilla!.

La buena gente sencilla
de esa entrañable ciudad,
al no creer la verdad
que Rosana repetía
al abrir la tetería,
inventaron la coplilla:

Esta casita coqueta,
de la puerta corredera,
con ventanas de madera,
en esta calle discreta;
no es una casa cualquiera,
¡que es una casa de E.T.!


Calgari
Grupo A


El kiosco

Tengo de todo, todo lo que necesito para vivir, todo lo que necesito para ser feliz.
Está la sección de prensa y de revistas.
Tengo un apartado para libros, y otro para colecciones y coleccionables, también he puesto cuadernos y bolígrafos.
Bolsas de todo tipo de fritos: patatas de varios tipos, cortezas, gusanitos, etc.
Golosinas y chucherías de todas las formas imaginables. Tengo todo lo que me gusta excepto espacio. Es pequeño.
Un día decido quedarme a vivir.
Llevo un colchón y me quedo a dormir.
A la mañana siguiente aquello apesta, en este espacio tan reducido se han concentrado los olores. Ahora tengo que ventilar y esperar a que aquello se airee, para poder empezar a atender a la gente.
Había decidido vivir en el kiosco,y creo que sí, que lo haré.
Voy a empezar a hacer un túnel poquito a poco hasta conseguir una vivienda” underground “y dentro de unos años habré conseguido la ilusión de mi vida: vivir en mi kiosco.

José Luis Fonseca
Grupo A


Vivir bajo un puente

María se sentó en el pretil del puente. Desde allí podía observar al muchacho. Su agilidad para hacer piruetas con la cabra, la fascinaba. Llevaban solo tres días acampados bajo el puente romano, y desde el primer momento la muchacha se fijó en ellos. Le gustaba su vida ambulante, sabía que iban de un sitio a otro, en su carromato, ganándose el sustento con la música y las piruetas del ovino.

Se oyó una voz llamando a Gabi y el muchacho ató la cabra y desapareció bajo el puente. Desde ese momento, María soñaba con su vida ambulante entre los carromatos de los gitanos. Sus canciones la acompañaban. Soñaba recorrer el mundo trajinando con las mulas, visitando tierras lejanas y ayudando a Gabi para conseguir más piruetas con la dócil cabra.

Ahora escuchó una voz familiar que gritaba su nombre. Era su madre que la requería en casa. Esta le recriminó que se pasara tanto tiempo observando a los gitanos. María no comprendía a los mayores. Su mayor deseo era ser como Gabi, libre y dormir cada noche bajo un puente diferente.

El domingo por la tarde, se arremolinó la gente para contemplar el espectáculo gitano. Hubo canciones, bailes y una actuación espléndida de la cabra guiada por Gabi. María se había puesto su vestido de domingo, su madre le hizo una preciosa trenza y así, con sus mejores galas, le dio al muchacho una moneda cuando paso a su lado con la gorra en la mano. Este la miró y sonrió.

A la mañana siguiente, el campamento había desaparecido. Desde entonces han sido varios los carromatos que acamparon bajo el puente romano. María siguió soñando con su vida itinerante, por esos mundos, durmiendo siempre bajo los puentes al lado de Gabi.

Josefa Briz
Grupo C


Granero

En un granero muy cuco,
en un pueblito de interior…
Entre montañas de trigo y
mazorcas de maíz;
una rata y su familia
su hogar encontró.
Abundaba la comida y
no faltaba el calor.
Los ratones correteaban,
impregnando todo con su olor.
El agricultor muy mosqueado
de trampas el granero llenó.

Eva Hernández
Grupo A


Cueva

Hace una noche placentera. Las estrellas brillan con su luz. La luna parece que sonríe, los árboles se mecen con la brisa suave.
Pasan las horas lentamente en el silencioso ruido de la noche.
En la lejanía se oye el ulular de los búhos y demás aves nocturnas, el canto del arroyo te hacen sentir parte de la naturaleza.
Amanece…
La lumbre y los ramos caídos han dejado un olor agradable en la que ya en mi hogar.
Mi cueva es la mejor de todas las viviendas. ¡Te sientes en paz!

Josefa Redondo
Grupo A


Chozo

Evoco la palabra "chozo" mientras en un papel en blanco sin querer se desliza mi lápiz haciendo círculos desordenados alrededor de un centro.
Miro el ovillo que he dibujado sin mucha preocupación, relajando mi mente, un túnel me traslada en el tiempo y me deposita dentro del chozo. A través de la urdimbre de ramas de retama, de escoba blanca se cuela el sol de verano, al aliento cercano de las vacas y el olor a paja que te reseca la garganta.
Parece que en este hueco pequeño y circular, en este breve mundo natural y orgánico el tiempo ha quedado suspendido e inmóvil. Inmóvil el tiempo y escaso el espacio donde solo cabe lo imprescindible: agua, abrigo y pan.
Dormir en el chozo escuchando los grillos, contemplar el mundo desde su embocadura hacía que nos sintiéramos mayores mientras soñábamos a su sombra protectora y el sol de julio nos doraba la piel.

Aurora Martín Fiz
Grupo C


El sobrao

Al llegar la noche de aquellas interminables tardes de invierno, mamá me tomaba en brazos y mecía mi sueño. Cuando mis párpados se abatían, me colocaba en la cama, me abrigaba y ponía un beso dulce de despedida en mi mejilla. Así fue durante siempre, hasta que un día algo me sobresaltó y el miedo mordisqueó las plantas de mis pies. Comencé a hacer pucheritos, hasta que lágrimas inexistentes y gimoteos de socorro alertaron a mamá. Abrí los ojos y estaba allí. Apuntando al techo de la habitación, le comenté que un pollito amarillo quería picarme la mano en que le ofrecí comida. Había subido silenciosamente por la escalera del sobrao. Mamá me contó la historia de un pollito que, perdido, llegó al corral de su casa, escuálido y solitario. Ella y abuelo, lo acogieron, lo mimaron y lo criaron, hasta que una tarde de primavera partió hacia Tierra Desconocida, donde lo esperaba la patita azul de pico dorado.
Desde aquel día, algo había ocurrido en el sobrao que cada noche, justamente antes de dormir, se convertía en un hervidero de ruidos, luces y melodías. Mamá alejaba mis temores con historias que hablaban de ángeles y dragones, de lunas y gatas, de niños y escuelas, de besos y tristezas y de otra infinidad de personajes y aventuras que no sabría ni podría describir.
Aunque notaba una pequeña inquietud corroyendo mi interior, rogué a mamá subir a conocer aquella misteriosa estancia. Tanto insistí, que terminó accediendo. Algo palpitaba en mí más rápido que de costumbre, pero recordé cómo Tino le había dicho a las niñas del barrio que, con diferencia, yo era el más valiente de todos los niños del pueblo. Me dio valor.
Aquella era la noche. Mamá abrió la alacena y cogió una vela, luego me tomó de la mano y comenzamos a subir la escalera. Mientras la luz de la habitación se alejaba, surgían sombras alargándose en todas las direcciones; tanto, como se acurrucaba el corazón en mi interior.
Arriba, mi vista fue adaptándose y las sombras informes se convirtieron en objetos reales. A nuestros pies, amontonadas, las patatas que papá subió al hombro al final del verano. Más allá, unos costales con cebada para la siembra; platos viejos apilados en un fregadero abandonado. Y por cualquier parte, desperdigados, barreños, cántaras, colodras, pucheros y tablones. En medio, una cama de barrotes sin colchón y, junto a una pared, la carcomida estantería, llena de libros viejos. Junto a ella, un baúl de piel descolorida.
Mamá apretó fuerte mi mano y nos dirigimos hacia él. Me previno que aquella sería una noche inolvidable; que abriera bien los ojos y el espíritu y que no sintiera temor. Antes de quitar la tapa, la golpeó con suavidad; luego me apretó contra sus piernas. Algo se fue iluminando y ascendió hasta colocarse en un barrote, junto al caballete. Tomo la forma de luna y mamá me habló de cómo aquella luna iluminó los espacios siderales durante la búsqueda Amanecer, la estrella que se convirtió en niña y apareció en la Casa Grande de los nacimientos. Desorientado, se elevó con un minúsculo vuelo Pollito Amarillito, seguido de la patita azul y doce pollipatos. El señor Heraclio saltó con sus botonas, su mandil de herrero y su marra al hombro. Ya hacía tiempo que había fabricado la cuba donde una tarde de verano, con la ayuda de Canito y Epaminondas, encerró al sol durante una semana. Mamá lanzó un beso al aire cuando silenciosamente hizo su aparición el ángel de la guarda, el que había protegido a abuelo en sus interminables travesuras. Y fueron desfilando el Osito de la Tele, Nieve, El Maestro de las Barbas Blancas, Epaminondas y su panda, y otro montón de personajes. Todos se fueron diseminando por el sobrao. Nada parecía quedar en el baúl, pero mamá me señaló una caja envuelta en papel de regalo. Me invitó a abrirla y, aunque con un poquito de reparo, desenvolví el papel, la abrí y comenzaron a envolverme besos de chocolate y melocotón, fuertes y consistentes; de nieve, mimosos y delicados, de espuma, mágicos, capaces de aliviar el dolor o sanar heridas. Y los de mariposa, juguetones y atrevidos. Dormidos y acurrucados, permanecieron los de viento, que sólo despertaban a la hora del baile de las brujas.
Abandonamos el sobrao. Mamá me recordó que aquel espectáculo jamás volvería a repetirse, pero que esos y otros muchos personajes esperarían siempre mi visita en los libros de aquella vieja estantería.

Evaristo Hernández
Grupo B


La madriguera

Pepito es un conejito,
vive en una madriguera,
que tiene muchas entradas
y salidas para afuera.

Su casa está en pleno campo,
por debajo de una higuera,
hay muchas habitaciones
con moqueta y con litera.

Allí viven muy felices,
en esa gran conejera,
hermanos, primos y nietos,
toda la familia entera.

Nunca les falta de nada,
tienen llena la nevera,
una despensa muy grande
y un almacén de madera.

Pepito vive contento
jugando por primavera
con todos los amiguitos,
corriendo por la pradera,

saltan, brincan y tropiezan,
subiendo por la escalera,
cuando cogen mucho impulso
llegan a la estratosfera.

Si hace calor en verano
su piscina es la bañera
y también les gusta mucho,
mojarse con regadera.

En otoño cogen nueces,
llenan sacas de arpillera
con castañas de la sierra,
que luego asan en la hoguera.

No pasan frío en invierno,
todos tienen sudadera,
se apretujan muy juntitos
al lado de la caldera.

En la escuela de conejos
la maestra es muy severa
y todos la quieren mucho
porque es buena consejera,

les enseña cosas sabias,
les regala la cartera,
les da chuches y galletas
y además es la librera.

Cuando salen al recreo
vigila bien la ribera,
por si viniera algún zorro
disfrazado de portera.

Además de tantas cosas,
en esa gran conejera,
también tienen vigilantes,
un botiquín y enfermera.

Para apagar los incendios,
hay un retén con bombera,
que socorre a los conejos
utilizando manguera.

En una gran guardería,
con cocina y cocinera,
Pepito y los conejitos
comen crema pastelera.

Y cuando acaba la escuela,
salen a toda carrera,
para continuar jugando,
sin cruzar la carretera.

Muy feliz vive Pepito,
en esa verde pradera
donde se encuentra su casa,
que es una gran madriguera

Manuel Medarde
Grupo A

1 comentario:

  1. En cualquier sitio puede escribirse un buen relato pero en un desván, ya se ve, salen mejor. Enhorabuena, Ignacio. Pascual Martín

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