Homenaje al fracaso

La sesión del lunes, 25 de abril, la dedicamos al fracaso. Así es como califica José Luis Gallero su Antología de poetas suicidas, una selección de textos de una larga nómina de escritores, en su mayoría poetas, que acabaron con sus vidas.


Señala José Luis en el prólogo:

"Puede decirse que con el envenenamiento de Chatterton (1770) inicia el suicidio su edad moderna. La muerte del jovencísimo Chatterton es cantada por Keats, Coleridge, Shelley, Vigny. Su suicidio en la realidad y el de Werther en la novela proporcionan status intelectual a un acto que antes de eso se consideraba de pésimo gusto, a no ser que fuera motivado por falta de liquidez o cualquier otro capricho. El suicida sigue sin poder reposar en tierra sagrada, pero en adelante ocupará un puesto de honor en la mitología artística. A la hora de hacer una «anatomía del suicidio» llama la atención que se den por igual los suicidas de vocación y los súbitamente inspirados. Entre los primeros, Kleist, Maiakovski, Crevel, József, Pavese, Sylvia Plath, Jens Bjorneboe... Pero más que la premeditación acaso admira la insistencia en el gesto. ¿De qué huía Ángel Ganivet cuando se arroja desde un vapor al Duina, y tras ser rescatado trabajosamente por los pasajeros aprovecha un descuido para sumergirse otra vez en la corriente helada? ¿Qué le da fuerzas a Yávorov, ciego a resultas de un anterior intento de suicidio, para ingerir veneno y, en previsión de algún accidente benéfico, volarse luego la tapa de los sesos? ¿Y a Antero de Quental para dispararse dos veces consecutivas? Costas Cariotakis, la noche del 20 de julio de 1928, se dirige al agitado Mediterráneo con la intención de acabar con su vida. Diez horas después la corriente le devuelve sano y salvo a la playa. Entonces regresa a su casa, se cambia de ropa, sale a desayunar, compra una pistola y se dispara una bala en el corazón... Huían de su propia vida, de sus fracasos artísticos, de sus deseos siempre insatisfechos, de su exacerbada sensibilidad. Exploradores de vastos territorios del alma, expuestos a las más inclementes contradicciones, se encuentran en ocasiones en la tesitura de elegir la sensibilidad o la supervivencia. En todo caso no debemos creer que los poetas suicidas son una especie lánguida, sumida en un desánimo que le impide percibir lo que de grato tiene la existencia. Las vidas de estos muertos son un ejemplo de vitalidad extraordinaria. El peso de su sufrimiento no lastraba su paso, sino que por el contrario parecía dotarles de una maravillosa ligereza".


En 2001 la editorial Tardor publica el libro "Paraísos del suicida" de Luis Felipe Comendador, ganador de la sexta edición del premio de la editorial.
En él Comendador dialoga con una buena representación de poetas suicidas y da cuenta de las circunstancias de sus muertes. 





Dejamos aquí algunos poemas a modo de ejemplo:


JOSÉ ASUNCIÓN SILVA SE HACE 
DIBUJAR UN CORAZÓN EN EL PECHO

Conociendo con precisión exacta
cada punto vital
y rodeándolo con una diana cierta,
tendré siempre constancia
de que la muerte habita
en el justo lugar donde la vida late.

Dibújeme, doctor,
un corazón gemelo
al que mi pecho encierra,
y hágalo en el lugar justo que ocupa.

No soy buen tirador,
usted me entiende.


COSTAS CARIOTAKIS ESCRIBE
EN EL “CAFÉ CELESTIAL”

Vuelan los grajos en bandadas
hacia los abedules como un velo de muerte;
sus graznidos
no pueden volar solos,
no pueden vivir solos.

Miro el Mediterrráneo desde el acantilado,
el mar,
el Mar...
pero no veo su fauna,
esos seres del agua en constante acabamiento,
en eterno final.

Soy como un pájaro enamorado del abismo
y de las olas;
un pájaro sin escamas de pez, sin branquias ni pulmones,
un pájaro inexistente que sólo sabe caer...
y es demasiado.

¿Cómo será la nada del abismo?
¿Cómo será la muerte?


ALEJANDRA PIZARNIK SE HACE UN MUERTO

Podad mi cuerpo
cada primavera,
y que crezcan
con fuerzas renovadas,
en su tumba,
mis esquejes.


ANNE SEXTON SE ENCIERRA EN SU COCHERA

Una casa con patio y jardincito,
con cinco habitaciones y dos baños,
una cocina grande
con todos los inventos electrónicos,
un sobrado con libros
donde escribir las cartas
y los poemas íntimos,
un salón-comedor
con un chester marrón
de piel bobina acaso,
una cochera, un coche
y un poco de ese anhídrido carbónico
que bien dosificado
te hace dormir tranquila
para no despertar de nuevo 
al tedio

de los días.


Tomamos como referencia el texto "La carta del suicida" de Javier Villafañe para elaborar nuestra propuesta de escritura para casa: escribir una nota de suicidio como la que  aparece en el abrigo que compró en el El Rastro y que había pertenecido a un suicida:

[...] El abrigo que Maese Javier compró en El Rastro había pertenecido a un suicida. soportó vacío inviernos. Es de color tabaco, con el cuellos y los puños lustrosos. En un bolsillo encontraron una carta escrita en alemán. Uno de los mesoneros que trabajó varios años en Fracncurt tradujo la carta. Decía así: Berta: Te veo como eras en Hamburgo, en la Posada del Caballito Blanco. Te veo caminando bajo la lluvia. Te veo hojeando libros en la librería de nuestro amigo, el viejo judío músico que quería volar con el violín y el asno de Chagall. Te veo con una sombrilla y un sombrero de paja. Eres lo único que tengo aunque tú no seas mía, porque además nadie es de nadie. Hermosa y triste muchacha que dibujaba a mi lado en esa vieja escuela de Bellas Artes que quisimos quemarla tantas veces por inútil como son todas las Escuelas de Bellas Artes. Te amaba y te amo. Recuerdo el retrato que te hice una vez en la nieve con la punta de la bota de mi pie izquierdo. No era la bota -te aclaro-, eran los cinco dedos de mi pie descalzo. Mis manos te conocían de memoria. Ellas te dibujaban con los ojos cerrados en las paredes, en el viento , en la arena, en el agua , en los árboles, en las servilletas de papel. Sabía que al dibujarte en la nieve tu imagen iba a vivir la eternidad de unos minutos. Hay que dibujar y pintar en la nieve. "Construye con aire y humo Y siempre con humo en el aire." Madrid me da el último abrazo de sol. Voy a vender mi abrigo para seguir bebiendo. No puedo más. Recuérdame a veces. Ya no estaré después. Quizá mañana. Carolus.


Estos son los trabajos enviados por algunos de los participantes en el taller de escritura:


Un suicidio por una deuda de 6 euros.

En el año 1972, conocí de cerca el suicidio de un estudiante en Salamanca.
D.F. decidió quitarse la vida, bebiendo un vaso de agua con cianuro.
En la mesilla de la habitación donde vivía en una residencia del barrio antiguo, dejó una nota: Pedía perdón a sus padres por lo que iba hacer, pensaba que era lo mejor para dejarles de ocasionarles más problemas.
La noche anterior estuvo jugando a las cartas, apostando dinero a las siete y media, dejó una deuda de 1000 pts.
Para los que le conocíamos era una personal, como cualquiera de nosotros, nunca comentó que tenía problemas.
¿ Que pasó por su cabeza esa noche ?

Luis Iglesias


El principio del fin

[A continuación presentamos el texto íntegro del documento hallado en un disco duro portátil guardado en la caja fuerte descubierta hace unas semanas en el pasillo central de la que fuera la vivienda del escritor Adael Lucas López Heredia, encontrado muerto en ese mismo recinto hace ya dos años. El escrito será analizado junto con otros archivos cifrados encontrados en el disco duro. A dos años de la desaparición del destacado autor de novelas de misterio, no han podido esclarecerse las circunstancias de su muerte y, al momento, se desconoce si las siguientes líneas constituyen su nota suicida, un texto en clave para señalar a su asesino o el inicio de su última novela.]

No soy poeta ni loco.

No es que no me guste la poesía. Cualquier persona que escriba debe leerla y conocerla, pero me niego a ser otro más de esos que se las dan de poetas solo por haber ensartado un par de palabras sonoras en el hilo de una estrofa. Yo respeto demasiado la poesía como para llamarme poeta. Ayer me las ingenié para cambiar una bombilla. Dadas las circunstancias no veo para qué, pero el caso es que eso no me convierte en electricista. ¿Por qué entonces cualquiera que organiza las palabras en columnas esbeltas se cree poeta? Mis palabras se van adosando de forma horizontal, como ladrillos que van emparedando mis pensamientos, lo que me lleva al segundo punto.

Tampoco estoy loco, aunque algunos me han llamado así. Nadie está loco. Es que hablar de “locos” hoy día es tan común y anacrónico como decir que el sol “sale” cada mañana y se “pone” cada tarde. Esas salidas y puestas no son más que otro engaño de este planeta que, ensimismado como un trompo, gira en su propio eje, mientras, con disimulo, continua rondando el sol. Pero ni siquiera la Tierra, con todo lo que le hacemos padecer, está loca. En todo caso, sufre un trastorno de la personalidad. Como yo. Como tú. Como tantos otros.

“Novelista trastornado”, esa es una definición más certera, exacta y contemporánea de mi situación. Me tomo la libertad de autodiagnosticarme. Nunca quise ir en busca de ayuda profesional como me sugirieron. Siempre fui consciente de que lo que crecía en mí era un tumor maligno en despiadada metástasis. Si llegaba a encontrar a alguien capaz de extirparlo, inevitablemente se habría llevado también mi capacidad de sentir lo que siento y escribir lo que escribo. Me habría convertido en un ser incapaz de adentrarse por los túneles oscuros, esos mismos que luego alumbro a medias para mis lectores. De haber cedido a la tentación de curarme, de todas formas habría quedado maltrecho. Es lo que tienen estos padecimientos, realmente no hay cura. Solo cuidados paliativos y algunas treguas. Quizás habría ganado unas horas de dicha, pero habría perdido estas 320 páginas o igual habría escrito 400, pero plagadas de clichés y falsedades. Preferí sacrificarme, evadir el tratamiento, ver cuán lejos podía llegar con este malestar comiéndome por dentro. Ya tengo la respuesta: hasta aquí.

Tan trastornado estoy que no sé si quemar o no la novela antes de dar el paso. Ya está lista, tan lista como puede estar una novela. Las novelas nunca están listas… pero se sostiene como manuscrito inédito con ínfulas de publicación póstuma. Si la dejo atrás y es mala, no solo dejaré como legado mi fracaso ante la vida, sino también mi fracaso ante las letras. Mejor quemarla. La copia impresa que encuaderné en el local de la esquina, quiero decir, por aquello de recrearme en su inmolación. Esto, claro, una vez que haya borrado todos los archivos del disco duro y llevado el sistema a su estado primigenio, de modo que no quede ni rastro de ese desvarío de novela. Pero también necesito quemarla, sentir el calor de la llama y dejar que mi mirada se pierda en sus ondulaciones, para así, ser testigo de mis dos muertes. Una vez tenga entre mis manos las cenizas de las largas horas de esfuerzo, sé que no habrá vuelta atrás: tendré que continuar con el plan. Dejar atrás la novela sería una muestra de debilidad, la prueba de que me quedaban esperanzas, una previsión ante el arrepentimiento del último minuto.

Noche oscura es esta. La única luz es la de esta novela que arde. Me he decidido. Si por casualidad la novela fuera medianamente buena o acaso despertara un interés especial por el morbo de mi final, ¿quién se beneficiaría de ella? ¿De mi fama, de mi buen nombre? Como dicta el protocolo, he escrito la nota suicida, una nota larga, grave y redonda como corresponde a un escritor. Me he tardado escribiéndola, más de lo que tenía pensado. ¿Será que en el fondo no quiero hacerlo? Al revisarla, me doy cuenta de que he empezado con una negación. Una nota, una nota, una nota… ¿O no? ¿Para qué? ¿Para que a los forenses les quede claro que fui yo el que apretó el gatillo? ¿Qué más da que me haga responsable del tiro de gracia, cuando ya he recibido tantas otras heridas? ¿Es que acaso no van a investigar como es debido por causa de un par de líneas que pudo haber escrito cualquiera o yo mismo, pero sin voluntad? ¿Es que en vez van a perder el tiempo psicoanalizándome post mortem para llegar a conclusiones que luego no servirán a nadie? Cómo podrían servir a nadie, si todas las angustias ajenas se quedan siempre al otro lado, inalcanzables.

Tardan en llegar las respuestas. Tanto las que pretenden contestar una pregunta como las que solo confirman que el llamado fue escuchado. Esas últimas son más importantes, pues alivian el peso de la indiferencia. Son como el eco de esa gota de agua que cae en medio de una cueva. Sabes perfectamente de lo que estoy hablando.

Me miraré al espejo al apretar el gatillo. Veré como mi sangre se duplica, se triplica, se multiplica por el pasillo infinito de los espejos. Sé bien que seré el único testigo de mi muerte como siempre he sido el único testigo de mi vida, pues todos mis admiradores estaban distraídos mirando a aquel excéntrico y burdo personaje y se perdieron del verdadero espectáculo. Supongo que no fue culpa suya. Incluso me lo he repetido muchas veces a fin de convencerme. ¿Será que ahora son capaces de leerme, de leerme de verdad? ¿De ver más allá de la anécdota y la etiqueta? ¿O quedará encerrada esta despedida en el último resquicio del largo corredor de los reflejos? Sé por experiencia que muy pocos son capaces de interpretar la parca melodía de las notas finales, de las notas suicidas.

Ismarie Díaz



Carta a un amor deshojado
Mi cuerpo despide el sentimiento, herido de amor, desierto de pasión, muerto en los brazos de la naturaleza.
Tan solo la palabra vive con su adiós, se hace eterna en el poema:

SUICIDIO EN LA HIERBA

La brisa pinta mis huellas del recuerdo,
despierta el santuario de mi muerte
en el silencio de las hojas.
Dolor de un declinar
resbala entre mi piel,
suicida junto a la hierba.
Rota la mirada,
congelo el pensamiento,
ahogo mi voz
para sentir el adiós de mi existencia.

Sofía Montero


Sin resistencia
Carta de un suicida

Debería renacer para no sentir tanto
Nos veremos aunque no nos reconozcamos
Caigo en una góndola y dejo que el agua me lleve
Demasiados latidos por millón de vidas para un corazón pequeño

No se adónde me arrastra, veréis el destello
Y habrá pétalos rojos en la orilla junto a los juncos
Tomé, dejé y no sucumbí. Desde la plenitud no lloro
Se me hizo tarde, ya he vivido bastante

El sauce repliega sus ramas, el libro echa la llave
La caja enmudece y el péndulo no retoma el ritmo
No dieron más notas para seguir
Se me ha hecho tarde, ya vi bastante

En una cesta voy por el río sin lastre hasta dónde no vuelva
No tengo nada más que hacer, me he terminado
Rompe estallado el reloj a las seis y veintitrés

Antonia Oliva


CARTA DE UNA SUICIDA:

Es inútil pedirte que me perdones ahora, pero este monstruo de la depresión o melancolía y todos sus demonios juntos, han corroído mi alma dejándola sin fuerzas.

No quiero que sigas sufriendo por mí, porque te amo , aunque parezca un contrasentido. Eres tan maravilloso que algún día lo vas a entender: lo que te digo y lo que no puede expresar más que el gran silencio, el blanco misterioso que circunda mis torpes palabras.

Cuando veas el blanco o escuches el silencio, allí estaré amándote invisible.

Ha sido hermoso quererte cuando estaba bien, también desde este infierno interior te amo y lo haré más allá de la vida que no soy capaz de vivir.

Sólo tu bondad podrá, algún día perdonarme el dolor, como sólo tu inteligencia me ha comprendido y soportado con una generosidad de la que no puedo seguir abusando.

GRACIAS infinitas y otra vez: perdóname el dolor, ten tú la paz que yo no tuve.

Virginia.

Emilia González


Carta a un suicida


Querido amigo Kiko:
Querido Kiko , he querido hacerte esta carta de despedida :
Todavía recuerdo el día que nos conocimos , fue en la presentación de un libro desde ese momento lo recuerdo .
Tengo presente cuando me llamaste por teléfono para decirme que te querías ir .
El otro día , me dijo un amigo en común que encontraron tu cuerpo, desde donde estés espero amigo que encuentres la paz que necesitas .

David Álvarez


El vellón negro

Cerca del río que bordea el cementerio,
sobre el campo de siempre,
llueve el verano.

Junto a las amapolas rojas, brotan adormideras.
Son promesas blancas y rosas de tallo silvestre
que sostienen la desnudez de un corazón amoratado.

Yo conocí al elefante que ahora liba su savia
Lo amantó una araña de fuego. Lleva su sangre
Lo forjó un dragón de seda. Lleva sus alas.

Cosió con auroras los desgarros que el viento
sembró en su gota de polvo.
Cuando todos huían, desafió a la tempestad
Con sus rayos hizo luz,
con sus truenos, los pistones de una trompeta.
Su aliento de fantasía fundió el metal en un crisol de madera
Sus fugas cálidas maridaron la percusión y la cuerda.
Resucitó cientos y miles de partituras hueras.

Ayer, unos intrusos, hijos de la hilandera más vieja y fea,
pusieron hielo escarlata en el humero de su casa.
Los frutos de su madeja se convierten en granito.

La roca no teje nubes con virutas de hierba
Su camada no florecerá. El suelo es estéril.
Sólo habrá dolor en su mesa.

Cuando las termitas reinan, todo es en vano.
No hay antídoto para el vellón negro que apolilla la vida.
No hay camino cuando la esperanza fallece.

Cerca del río que bordea el cementerio, entre las adormideras,
un elefante de fuego y seda, con sus colmillos rotos,
quiebra la cerradura que abre la esclusa donde la única cosecha es el olvido.

Yo lo conocí.
Hoy tengo la alegría helada. La brisa me roza. Su caricia me pesa.
Pronto subirá la marea. Todo será silencio y tierra.

Mientras el sol se apaga, tres ancianas vacían mis alforjas.
"Son hermosas tus prendas" -dice una-
"¡Cuánto amor! ¡Cuánta intensidad! ¡Cuánta lana viva!" -dice la segunda-

"Siempre gano" susurra la que lleva las tijeras.

Ana Isabel Fariña


Carta de un suicida:

Mi querido Xellos:

Antes de que la gran Reena Inverse recite el gran hechizo, temo si es capaz de controlarlo o que simplemente, La Diosa de la Pesadilla Eterna vengue mi existencia.
Debo decirte que eres el mejor amigo, consejero particular y sobre todo, que puedo confiar mis planes sobre los derechos de los demonios en este mundo de humanos. Alcancé mi objetivo porque simplemente me dolió como Gaarv, te hirió de esa manera. Así que no se cuanto tiempo me queda en este mundo. Por lo tanto, debo decirte adiós y mi aprecio hacia a ti no cambiará estés donde estés. Con todo mi cariño hacia un gran amigo, 

Phibrizzo, el amo del infierno.

Iria Costa


Última despedida
(Carta de un suicida)

Esta carta fue encontrada por la madre de Carlos Soto debajo de la almohada de su cama una semana después de su entierro.

Querida familia:

Ahora que todo está tranquilo, quiero deciros adiós ya que no supe hacerlo antes de mi partida. Perdonadme por el sufrimiento que mi desaparición os ha causado y, por favor, no derraméis más lágrimas por mí. Tampoco os culpéis los unos a los otros ni penséis que podíais haber hecho más; que se podía haber evitado esta dolorosa marcha hablando conmigo, estando más tiempo a mi lado, animándome o vigilándome. Cada uno tiene su camino y tiene que andarlo solo. Nadie necesita un guardián.

Creedme si os digo que mi muerte estaba escrita. Tarde o temprano, iba a suceder, pues hace tiempo descubrí que mi sitio no estaba en este mundo. He luchado durante mucho tiempo por encontrarlo fingiendo alegría en situaciones ridículas, riéndome con cosas que no me hacían gracia y realizando actividades que parecían agradar a los demás. A todos menos a mí. El problema siempre he sido yo. Yo, que me encontraba fuera de lugar, sin sentirme a gusto en ninguna parte, sin saber estar, sin encajar. Nunca fui como los demás esperaban que fuese. Caminé parte de mi viaje sin encontrar un sentido a esta existencia martirizadora. Y, cansado de buscar, decidí parar. Marcharme para siempre.

Os prometo que aquí alcancé el silencio tanto tiempo deseado. Por fin se ha acabado el sufrimiento que me torturaba día tras día. Un sufrimiento que jamás pude llegar a entender: cómo explicar mi infelicidad, mis ganas de alcanzar la dicha y mi tormento por no saber encontrarla. Y ahora, aquí está. Puede que la felicidad radique en eso: en dejar de sufrir para siempre.

Vosotros, que tenéis tantas cosas por las que luchar, por las que vivir, andad vuestro camino sin mí. Sé que al principio será duro, pero, poco a poco, volveréis a sonreír; volveréis a vivir y a hablar de mí con alegría porque la pena se irá diluyendo y yo siempre estaré en vuestros mundos. Caminaré a vuestro lado para que, a pesar de la distancia, me sintáis próximo.

Ya solo me queda deciros a todos, especialmente a ti, mamá, lo que nunca supe deciros estando vivo: gracias por todo. Os quiero más de lo que pensáis. Cuidaré de vosotros desde aquí.

Quedaos tranquilos pues mi alma ya está en paz.


Toñi Martín del Rey


“Respetable desconocido:

Esto es, lo diré sin rodeos, lo que suele llamarse una nota suicida, nombre extraño e impreciso, si se me permite el irrelevante apunte, así que lo llamaré una nota pre-suicidio, mejor.

Lo bueno de este tipo de misivas es que no hay que preocuparse por la calidad. Por breves momentos me llegan imágenes tuyas, que encontrarás esta carta sin destinatario en cualquier cajón de una encimera, y veo la alegría morbosa que sentirás al cotillear en una vida ajena y lejana ya. Tendré entonces, ¡por fin! un lector interesado, aunque la calidad de lo que escriba sea una mierda (perdón por la palabra, por momentos pierdo el sentido de la estética).

Los motivos del acto que pienso cometer son irrelevantes, por ser los mismos de siempre. Todos saben que en la vida nada cambia nunca y, por consiguiente, todo es siempre lo mismo: los anhelos, los esfuerzos, los fracasos, con pequeños intervalos de calma, se repiten incansablemente en una rueda agobiante y absurda. Eso es fácil de entender, todo el mundo lo sabe, pero hay quienes tienen por vocación el autoengaño. Por eso no comprendo que la gente se conmocione ante el que desea irse por su propio pie y hacerse dueño de ese momento supremo, sin esperar el desenlace incierto, pero inevitablemente fatal que nos aguarda a todos. Lo extraño es que no lo haga más gente.

Lo único distintivo en mí sería, tal vez y eso que no mucho, que siempre he sabido que estaba condenado al suicidio, pues lo mío era una desesperanza congénita. Sólo he estado esperando el momento en el que me llegara un aburrimiento absoluto, un cansancio inmenso. Sólo aguardaba el instante en el que esa tentación de dejarme caer, que me ha acompañado siempre, se convirtiera en un impulso de saltar. Siempre supe que me iría un día cualquiera, sin aspavientos, calladito y discreto; mejor si parece un accidente y nadie se aflige con el misterio insondable del suicida.

He de confesar que en los últimos meses me he encontrado con un escollo simple y práctico: el modo. No sé qué método elegir para la partida. He pensado en el ahorcamiento, pero lo descarté por horroroso, el rostro se abogata, dejando congelada para siempre la agonía final, además se eyacula, ¡qué horror! como una última burla del cuerpo, un orgasmo de despedida; y te quedas ahí colgando, morado e hinchado, todo eyaculado, y yo quiero ser por lo menos un cadáver decente. (La anterior opinión es más o menos extrapolable a ahogarme en medio líquido).

Cortarme las venas me parece muy sucio y dramático, imagino el escándalo de la sangre brotando, eso sí, liberada, brillante y bermeja, con ese ímpetu hermoso del bombeo vital. Pero nunca me ha gustado el desorden y no logro ingeniarme una forma de abrirme los tajos sin volver todo un desastre; sin mencionar la impresión que me han provocado siempre las cortadas, si nunca aprendí a cocinar fue por miedo a cercenarme un dedo con el cuchillo carnicero.

El tiro en la sien queda desechado, no sea que me falle la puntería y en lugar de la muerte halle algo peor: la atrofia cerebral que no te deja ni vivo ni muerto, esperando a que otro te desenchufe y no lo haga por pura caridad cristiana.

Lanzarme desde una altura sería un interesante vértigo, pero quiero algo más en concordancia con mi estado emocional actual, además, ¡mi pobre cuerpo reventado! no será un espectáculo más bonito que el del ahorcado. Este escrúpulo respecto al destrozo del cuerpo también me aleja de las vías del tren.

Las estadísticas no están a favor de la muerte por somníferos o veneno, el porcentaje de éxito es cuestionable, así que tampoco; no quisiera, en caso de fracasar, retorcerme entre asquerosos vómitos y que luego me recluyan en un sanatorio donde me darían pastillas que anestesien mi abatimiento. Mi propósito de discreción quedaría frustrado.

Nunca he entendido a los suicidas que se matan con desesperación y cometen un último acto apresurado, sucio e ignominioso. Yo lo hago por abdicación y quiero una buena muerte, ¿qué sentido tendría exponerme yo mismo a una agonía sin nombre?

Tampoco lo hago, como tantos otros, para dejar un mensaje terrible a alguien y someterlo a la máxima agresión, calculada y espantosa, que lo perseguirá la vida entera. Por eso no quiero perturbar a nadie con mi cadáver ni dejar una carta de agravios o desagravios. ¿Qué culpa tienen los demás de que las bellezas de la vida, que ellos cantan, me sean ajenas?

Llevo años planeando esto y no quiero echarlo a perder en el último minuto. Hay algo de romántico en esto de suicidarse, porque no se crea que lo hago por falta de amor propio, al contrario, mi preocupación por el cómo atiende a las más altas aspiraciones estéticas.

Había encontrado la forma más limpia y bella de la muerte autoinducida: monóxido de carbono. Te encierras en un garaje, pones en marcha el motor del carro y aspiras el gas que te adormece dulcemente y pasas al otro lado sin sobresaltos. Pero, surgió un problema logístico: no tengo carro y a estas alturas no es una inversión que quiera permitirme. Tampoco quiero cometer la imprudencia de pedir un carro prestado para cumplir con el encargo. El pobre propietario tendría luego que vender su vehículo como una baratija, pues quedaría para siempre manchado con el espectro del suicidio, así de supersticiosa es la gente.

He oído también que puedes tomar una jeringa e inyectarte aire, inyectarse un suspiro, lo llaman. La burbuja viaja por la sangre hasta el corazón y allí colapsa. ¡Ay, si no le tuviera miedo a las agujas!

Pero, esos inconvenientes no me hacen caer en el desánimo, esto de morirme me da un motivo para levantarme cada día. La emoción de la planificación, las consultas por internet, los listados de pros y contras son un aliciente bizarro, pero efectivo. La planeación meticulosa y el acto perfectamente ejecutado serán mi mayor y verdadero éxito, el único.

Morir por mano propia te parecerá triste, pero no sabes la alegría y la liberación con la que lo enfrento”


Esta nota fue encontrada en el bolsillo de Samuel Urrutia, quien fue baleado durante un intento de asalto en la Calle Pékerman.

Maritza García

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