Entremos por un momento en una consulta y observemos todo cuanto sucede allí dentro, entre el médico y el paciente. La misma exploración que hace el galeno en nuestro cuerpo vamos a hacerla a nuestro alrededor hasta un diagnóstico perfecto.
Si estableciésemos una comparación entre la medicina y los diferentes géneros literarios deduciríamos, según Carlos Rey, que “El prospecto equivaldría a la poesía, pues es un texto breve, producto de una iluminación; la autopsia tiene las dimensiones y la estructura interna de un relato corto; y el historial médico equivale, sin duda, a la novela.”
Transcribimos, a continuación, algunos textos que nos servirán como jarabe reconstituyente para sentarnos a escribir. Nuestros médicos de cabecera serán, por este orden, Julio Cortázar, Susana Barragués y Pío Baroja. Al texto de Susana lo acompaña el poema visual de García de Marina "Electrocardiograma":
Lucas, sus hospitales
Como la clínica donde se ha internado Lucas es una clínica de cinco estrellas, los-enfermos-tienen-siempre-razón, y decirles que no cuando piden cosas absurdas es un problema serio para las enfermeras, todas ellas a cuál más ricucha y casi siempre diciendo que sí por las razones que preceden.
Desde luego no es posible acceder al pedido del gordo de la habitación 12, que en medio de plena cirrosis hepática reclama cada tres horas una botella de ginebra, pero en cambio con qué placer, con qué gusto las chicas dicen que sí, que cómo no, que claro, cuando Lucas que ha salido al pasillo mientras le ventilan la habitación y ha descubierto un ramo de margaritas en la sala de espera, pide casi tímidamente que le permitan llevar una margarita a su cuarto para alegrar el ambiente.
Después de acostar a la flor en la mesa de luz, Lucas toca el timbre y pide un vaso de agua para darle a la margarita una postura más adecuada. Apenas le traen el vaso y le instalan la flor, Lucas hace notar que la mesa de luz está abarrotada de frascos, revistas, cigarrillos y tarjetas postales, de manera que tal vez se podría poner una mesita a los pies de la cama, ubicación que le permitiría gozar de la presencia de la margarita sin tener que dislocarse el pescuezo para distinguirla entre los diferentes objetos que proliferan en la mesa de luz.
La enfermera trae enseguida lo solicitado y pone el vaso con la margarita en el ángulo visual más favorable, cosa que Lucas agradece haciéndole notar de paso que como muchos amigos vienen a visitarlo y las sillas son un tanto escasas, nada mejor que aprovechar la presencia de la mesita para agregar dos o tres sillones confortables y crear un ambiente más apto para la conversación.
Tan pronto las enfermeras aparecen con los sillones, Lucas les dice que se siente sumamente obligado hacia sus amigos que tanto lo acompañan en el mal trago, razón por la cual la mesa se prestaría perfectamente, previa colocación de un mantelito, para soportar dos o tres botellas de whisky y media docena de vasos, de ser posible esos que tienen el cristal facetado, sin hablar de un termo con hielo y botellas de soda.
Las chicas se desparraman en busca de estos implementos y los disponen artísticamente sobre la mesa, ocasión en la que Lucas se permite señalar que la presencia de vasos y botellas desvirtúa considerablemente la eficacia estética de la margarita, bastante perdida en el conjunto, aunque la solución es muy simple porque lo que falta de verdad en esa pieza es un armario para guardar la ropa y los zapatos, toscamente amontonados en un placard del pasillo, por lo cual bastará colocar el vaso con la margarita en lo alto del armario para que la flor domine el ambiente y le dé ese encanto un poco secreto que es la clave de toda buena convalecencia.
Sobrepasadas por los acontecimientos, pero fieles a las normas de la clínica, las chicas acarrean trabajosamente un vasto armario sobre el cual termina por posarse la margarita como un ojo ligeramente estupefacto pero lleno de benevolencia. Las enfermeras se trepan al armario para agregar un poco de agua fresca en el vaso, y entonces Lucas cierra los ojos y dice que ahora todo está perfecto y que va a tratar de dormir un rato. Tan pronto le cierran la puerta se levanta, saca la margarita del vaso y la tira por la ventana, porque no es una flor que le guste particularmente.
El electrocardiograma
Caso Clínico: Mujer invicta y húmeda aquejada de fuerte punzada negra en el pecho.
Cuadro eléctrico: Tendencia arrítmica, no existencia de patrón de pulso constante, frecuencia de punta cardiográmica 7 veces por encima del valor medio generacional.
Impresión de onda: Longitud armónica desaforada.
La paciente insiste en que no puede controlar la tracción de su diástole. Diáspora abrupta, conmoción, crisis vaso dilapidatoria.
Impulso palpitante: WWKS 576 008.
No se declaran estímulos adicionales contracción, aparte de la propia pasión convulsionando en el olvido.
Comentario Vs Diagnóstico previo: La paciente presenta claros síntomas de desviación vasculo-amatoria. El diagrama eléctrico muestra patrones salvajes y la impresión del latido es exaltada. tendencia a l palpitación ecuestre, ecograma de animales en el latido, y otros patrones transitorios del desamor a carreras.
Se procede a dosis de secuestrante emocional JKKoSp (0435) y calma de irradiancia sublime. Asegurar evolución pausada, laxitud de pulso, ausencia de impresión anímica.
No proceden otros comentarios.
S.S.C.C:
B.L:
Ca/Mag/Na:
6.4.02/17.50/Hab 889/Num. 776/
Atendió
Canción de los artítricos
Somos la flor y nata
de los artríticos.
Somos la quinta esencia
de los nefríticos
Tenemos casi siempre
hipertensión
y una vaga hipertrofia
del corazón.
Nuestra elegancia es cosa
bien manifiesta.
Nuestra presencia nunca
es muy molesta.
Somos unos Petronios
de selección,
más fervientes del plato
que de Platón.
No pueden compararse
con los artríticos
los gafos ulcerosos
o sifilíticos.
Somos productos natos
de alta tensión,
que vamos por la vida
con distinción.
Pío Baroja
Propuesta de escritura
Escribir una historia inspirada en alguna de las bromas y chistes que forman parte de la página de Facebook Acción Poética Clínica:
(Pincha en la imagen para ampliar)
Y estos son los trabajos recibidos hasta ahora:
Nueva consulta médica
Hasta ahora, en la mayoría de las consultas médicas, los principales problemas tratados, eran el colesterol, el tabaco o el sobrepeso.
Para controlar el colesterol, el baremo era no sobrepasar los 200 mg/dl, y para todo lo demás recomendaban la dieta mediterránea, rica en frutas, verduras, pescado y mucho ejercicio físico.
Pero ha surgido una nueva enfermedad, "El tratamiento del ego personal", de difícil cura, solo un especialista, el Doctor YO, al que están acudiendo personas muy importantes. Han visto salir de su clínica, a Messi, Ronaldo, Rajoy, Putin, Merkel, Vargas Llosa, Florentino, etc, etc.
En el primer tratamiento, les recomiendan pasar una semana con alguna ONG en Irak, Gaza, Nigeria, Sudan del Sur, Siria, Afganistán, o en asentamientos de refugiados.
Si el primer tratamiento no se realiza, la enfermedad se convierte en crónica y no tiene cura posible. Los primeros síntomas detectables son perdida del sueño y un malestar general.
Luis Iglesias
Grupo B
— Y dígame, ¿usted escucha voces en su cabeza?
— (No, dile que no)
— No doctor.
----------------------------------------------
—(Bien. ¡Esa es mi chica!)
—Bueno…en realidad sí, doctor. A veces.
— (¡Qué haces!, Te he dicho que le digas que no! ¡Impresentable!)
— Entiendo…Vamos a hablar de esas voces, Laura.
—No son voces, doctor. Es una voz.
—(Es una voz que va a hacer que te enteres).
— Y esa voz, ¿es conocida?
— Sí. Es mi voz, pero más contundente. No tartamudea, a veces chilla.
— (No tartamudeo porque no soy una cobarde como tú).
—Bien Laura. ¿Y la voz aparece mucho?
—(Dile que no).
—No. Bueno… a veces. En realidad muchas veces, todas las veces.
— (Te vas a enterar hoy, ya verás luego).
— ¿Y ahora, le está hablando?
—Sí. Dice que me voy a enterar luego.
—(No, bonita. Digo que no te imaginas ni un poco lo que te vas a enterar luego).
—Entiendo. Laura, mírame a los ojos. Tranquila, todo está bien, estamos solos tú y yo. Quizá serías capaz de intentar no escucharla, y contarme tranquilamente, como dos amigos que se toman un café, pero no un café cualquiera, ¿eh? un café rico y espumoso, pongamos en… ¿Nueva York? Sí eso en Nueva York. Imagina esa ciudad, ese café, ¿vale? Quiero que me cuentes lo que te suele decir, pero que ahora no la escuches. Sólo cuéntame. Sólo habla.
—(Jajajaja, ¡sólo habla! ¡Pero si no sabes ni hablar! ¡Nueva York y un café! Pero, ¡si no se quieren tomar un café contigo ni en el instituto!
—Me dice muchas cosas doctor. Ahora mismo, que nadie querría tomarse un café conmigo.
—No la escuches. Yo querría tomarme un café contigo.
—(Claro, porque le pagas 60 euros cada vez que hablas con él).
—Me dice que no valgo para nada, que todo lo hago mal. Que soy débil, que no soy sincera y que hago bien, porque si la gente me conociese me aborrecería aún más.
—(Te digo lo que hay, bonita. Alguien tiene que decirte la verdad)
— ¿Has hablado con tu familia de esa voz, Laura?
— No. Me da vergüenza.
— (Te da no, eres una vergüenza).
— ¿Qué crees que te diría tu familia?
—No lo sé. ¿Que estoy loca?
—(Sí lo sabes. ¡Que estás loca!)
—No. No te dirían que estás loca. Te escucharían, te ayudarían. Ellos se preocupan mucho por ti.
—(Yo me preocupo mucho por ti. Ellos no).
—No lo sé doctor. Quizá no tanto.
—Laura. ¿Sabes que tu madre y tu padre vienen a terapia también para tratar de aprender a ayudarte?
— (jajajajaja ¡Genial! ¡Tres locos en la familia!. Dile que si va a atender también al perro! jajajaja ¡por favor!¡Díselo Laura!
— Cállate!!! (grito, Laura se pone a llorar).
—Tranquila Laura. Todo está bien. Toma un pañuelo. Bebe agua. Tranquilízate.
—No lo sabía doctor, no sabía que usted veía a mis padres también.
— Están muy preocupados por ti. No saben, no sabíamos lo de la voz. Pero sí que sufres, y que no mereces sufrir. Y quieren aprender a ayudarte.
—( Aprender a ayudarte. Vaya padres, ¿eh, Laura? Inútiles como tú)
— ¿Cómo saben que sufro, doctor?
—Porque piensan en ti todo el tiempo. Y te conocen. Y saben que eres una persona sensible, especial. Que te preocupas por los demás. Y saben que eso a veces duele, que a ti te duele. Y te quieren ayudar. Saben que estás en un bache, y te quieren ayudar. Nada más.
—(Sabes que es mentira. Sabes que sólo tú y yo podemos ayudarnos, porque somos las que nos conocemos de verdad. Que eres sensible y que eso no sirve de nada. Como mucho para ser consciente de lo invisible que eres. Que eres especial, sí, y por eso estás sola. Que te preocupas por los demás, porque los demás no son alcanzables para ti, Laurita. Eso lo sabemos tú y yo)
—No sé si esas cosas que dicen mis padres son verdad, doctor.
—Lo son. Lo piensan ellos, lo piensan tus hermanos. Tus profesores. Lo piensan Carla y Marga.
—¿Carla y Marga?
—(Se lo está inventando).
—Sí. Carla y Marga acompañaron a tus padres el otro día. Ellas también están muy preocupadas y quieren echar una mano.
—Pero, ¡si pensé que estaban enfadadas conmigo! Hace semanas que no las llamo, que no hablamos.
—(…y seguro que lo han celebrado).
—No lo están. Al contrario. Están preocupadas y tristes por ti, nada más. Y tu tutora se reunió con tus padres también. Dice que eres una estudiante y una persona excelente.
—(Excelentes los 60 euros! venga Laura, vámonos!)
—¡No!
— ¿Perdón?
—¡No!. No le digo a usted doctor, le digo a ella. NO!!!!!
—(Tranquilízate no hagas el ridículo. Sabes que no sabes decir que no, y sabes que a mí no puedes decirme que no)
—¡¡¡¡¡¡NOOOOO!!!!!
—(Uy! ¡qué valiente Laurita! ¿hemos acabado ya el show? venga, ¡vámonos!)
— Doctor, no quiero irme con ella.
— Mírame Laura. No te vas a ir con ella. Vamos a ir haciéndola desaparecer poco a poco.
—(No loquero. Yo te voy a ir haciendo desaparecer poco a poco).
—Vete!
—(Ok, Laurita, pero volveré. Para protegerte, para que te acabes rindiendo).
— ¿Estás mejor, Laura?
—Sí. Se ha callado. Dice que me acabaré rindiendo.
—¿Y crees que te acabarás rindiendo?
— Quizá, pero cuando la mate.
Néstor Valverde Merlo
Grupo A
Reconciliación
De pronto un volantazo. ¿Por dónde apareció aquel coche?
Sirenas, gritos, frenazos.
Alguien me desató el cinturón, salí por mi propio pie, pero él, ¿dónde estaba él? ¡cómo actúan de rápidos! ya estaba en la ambulancia.
En otra me trasladaron al hospital, me acompañaron a una habitación, la 215, segunda planta; sorprendentemente no tenía ni un rasguño por fuera, pero por dentro mis entrañas se removían, mis manos y mis pies no paraban, querían salir de allí, pedí que me llevaran a la puerta del quirófano, necesitaba estar lo más cerca posible de él, para que el amor que había dentro de mi corazón, por lo misteriosa que es esa fuerza de alguna manera llegase a él y, aún en su estado inconsciente actuara como un bálsamo que le diese fuerzas, luchar por vivir y, que mi energía fluyera y guiase las manos del cirujano.
Traumatismo craneal abierto, amén de otras fracturas, de menor importancia.
Paseaba por aquel pasillo desangelado, frío, techos altísimos, paredes blancas, de pronto me encontré ante una puerta: Capilla; sentí que podría ser un buen lugar para refugiarme, empujé la puerta, me recibieron unos acordes del Adagio de Albinoni, penumbra, olor a limpio de monjas, en el frontal una palabra: Hágase.¡¡No, no!! el grito no salió al exterior, retumbó dentro de mí. No quiero que se haga su voluntad, no lo acepto, no me resigno, me rebelé contra el “Fiat”, ¡ yo no! En mi mente se hizo una niebla, me venían flases ¿Por qué decimos “Hasta mañana si Dios quiere”? Es que ya admitimos que no va a querer, o “ Que sea lo que Dios quiera”.
Me debí dormir, me despertó el móvil: -¿Sra. de José Manuel Díaz?, el doctor la espera en el despacho de información a familiares, está al lado del quirófano; tranquila, ya está en reanimación-
Recorrí esos metros como si me hubiesen puesto alas.
-Todo ha ido bien, hemos limpiado, no hay ningún coágulo, su cerebro no está dañado, dentro de un rato pasará a verlo, esta noche permanecerá en la UCI-
Todas las lágrimas que no había derramado empezaron a fluir como un rio, fue como una lluvia purificadora que arrastraba las sensaciones que habían atenazado su mente.
Y aquel pasillo se transformó, ya era una primavera, todo luz y color, el gorjeo de los pájaros lo pusieron el -¡mamá, abuela!-, había llegado la familia.
Y volvió a la capilla, había que reconciliarse con Dios.
Inés Izquierdo Pérez
Grupo A
Anestesia
Con mi cuerpo herido,
susurro palabras
que duermen mi latir.
Perdida la consciencia,
navego por un mundo
de horas dilatadas.
Diálogo de imágenes,
de voces incoherentes
acarician mi sueño,
desatan mis sentidos.
Nuevas sensaciones
despiden el pasado
para curar la piel en la que habito.
Sofía Montero
Grupo B
La Séptima: Unidad de psiquiatría
Hay nidos que se construyen con los pájaros caídos
Trinos que quebró el rumor de un tornado que la tierra desconoce
Bailarines del aire que secuestró una nube.
Aves de plumón brillante y aleteo turbio.
Hay nidos que se construyen con heridas subterráneas
Versos que supuran rimas rígidas de métrica concéntrica
Frases poéticas de acento turbio y pausa confusa
Estrofas de luz monolítica y renglón dislocado
Hay nidos que se construyen con los perfumes náufragos
Aromas que zozobran bajo el cetro de un matiz déspota que los gangrena
Esencias que se evaporan en una gota de alcohol sátrapa
Fragancias de maceración incierta y cedazo umbrío
Hay nidos que se construyen con partituras fantasma
Pentagramas que enloquecen entre líneas ficticias de trazo demente
Pergaminos musicales que intoxican el espacio con acordes falaces
Monodias de tono irrefutable y timbre vesano
Hay nidos que se construyen con los vinos agrios
Néctar que se oxida en la barrica invisible de un roble agusanado
Zumos que se enfangan entre hollejos y pepitas que trituró la locura
Uvas de fermentación volcánica y sabor glaciar
Hay nidos que se construyen con la hojarasca que sembró un embudo
Hay nidos que se construyen con la maleza de un poema ulcerado
Hay nidos que se construyen con las zarzas de un olor hundido
Hay nidos que se construyen con el follaje de notas disonantes
Hay nidos que se construyen con la broza de un elixir acedo
El mundo órbita ajeno a su piar
Ayer ví uno
Está en la parte más alta de la copa de un edificio, cubierto de llaves y silencio
Sus polluelos son tan ruidosos como secretos
Un halcón custodia el enjambre de mazmorras que corroen su llama
Una lechuza y un búho barren los nudos de la red que dinamita su gorjeo
Hay nidos que se construyen cerca del sol
Tal vez Icaro sea el padre su plumón sin brújula
Hay árboles de hormigón donde se esconde un nido
Ayer trepé por su tronco. Lo ví. El universo vibra ajeno a sus versos.
Hoy rondo sus raiz y sus ramas.
Bajo su sombra busco luz. Espero.
Ana Isabel Fariña
Grupo B
Dos montes y valle llevan,
con sensibilidad exquisita.
Que a los hombres vuelve locos
y a los niños tranquiliza.
¡Un quitapenas, señores!
que no tiene parangón.
En pequeños o en grandotes,
siempre molan mogollón.
Luisa M. Sánchez Mayorga
Grupo B
La primera vez
Pijama blanco, bata azul, ¡cámbiate!
Nuevo en un viaje sin maleta, sin ruta programada, sin dinero, sin saber. Como un niño, aprieta la mano de su mujer buscando seguridad.
Una cortina testigo de su soledad. Lentamente se quita los zapatos, la ropa, las joyas. Despojarse de lo externo y sentir el alma desnuda. La herida del miedo le abrasa, la duda... ¿Dios, la ciencia, la suerte...?¿Las manos de quién lo van a sostener?
Y se siente masa; cambió el “Don” por un número de habitación, el curriculum pasó a historial. ¡Es uno más!
Su deseo profundo, cerrar los ojos y despertar sin que todo eso fuera realidad
* * *
Su nombre bordado en el bolsillo de su bata. ¡Suena bien!
Era la primera vez; brillante en sus estudios, prácticas para aprender y ahora por fin tocaba ejercer. Su consulta limpia, la pluma regalo de sus papás, el móvil en su chaqueta y ganas de empezar. Todo se lo había ganado, se lo merecía.
Hacia él volaban los deseos y ansiedades de los pacientes. ¿Cuánto darían por conocerlo para que les sanara y abriera caminos? Todos buscaban su mirada, ser importantes para él ¿podría hacerse respetar y querer?
Y se cree especial, afortunado, sabio. Orgullo de su familia. Ahora es “Don”, ahora se siente “Dios”.
Su deseo profundo, no despertar de ese sueño maravilloso que, con su lado amargo, el éxito le brinda ya.
Paloma Rodríguez Prieto
Grupo A
Anecdotario
—Bueno, dígame Aquilino, ¿qué le ocurre?
—¿No es usted el médico? Pues dígamelo usted a mí.
***
— A ver Rafael. La intervención ha ido a la perfección.
— Muchas gracias doctor, me parece mentira encontrarme como me encuentro, si pienso en como estaba hace unas pocas horas, después del navajazo.
— Ya sabe doctor, si hay alguien a quien no quiera o que le sea molesto por cualquier asunto, no tiene más que decírmelo.
***
Entre compañeros. Enfermera de 22 años, por cierto un bombón, que da a luz y le atiende el residente de ginecología con el que se ve diariamente a lo largo de la jornada laboral y con el que existe una cierta química.
En el parto la mujer sufrió un pequeño desgarro en el perineo que cosió el compañero con esmerada delicadeza.
Al día siguiente al proceder a la revisión de los puntos de la episiotomía, la enfermera ruborizada se abre de piernas para que la pueda observar y el residente exclama: —¡Te lo he dejado, de cine!, expresión que acompaña con un “ok” con sus dedos.
***
En una consulta de farmacia de hospital dónde los medicamentos no los abona el paciente
La Séptima: Unidad de psiquiatría
Hay nidos que se construyen con los pájaros caídos
Trinos que quebró el rumor de un tornado que la tierra desconoce
Bailarines del aire que secuestró una nube.
Aves de plumón brillante y aleteo turbio.
Hay nidos que se construyen con heridas subterráneas
Versos que supuran rimas rígidas de métrica concéntrica
Frases poéticas de acento turbio y pausa confusa
Estrofas de luz monolítica y renglón dislocado
Hay nidos que se construyen con los perfumes náufragos
Aromas que zozobran bajo el cetro de un matiz déspota que los gangrena
Esencias que se evaporan en una gota de alcohol sátrapa
Fragancias de maceración incierta y cedazo umbrío
Hay nidos que se construyen con partituras fantasma
Pentagramas que enloquecen entre líneas ficticias de trazo demente
Pergaminos musicales que intoxican el espacio con acordes falaces
Monodias de tono irrefutable y timbre vesano
Hay nidos que se construyen con los vinos agrios
Néctar que se oxida en la barrica invisible de un roble agusanado
Zumos que se enfangan entre hollejos y pepitas que trituró la locura
Uvas de fermentación volcánica y sabor glaciar
Hay nidos que se construyen con la hojarasca que sembró un embudo
Hay nidos que se construyen con la maleza de un poema ulcerado
Hay nidos que se construyen con las zarzas de un olor hundido
Hay nidos que se construyen con el follaje de notas disonantes
Hay nidos que se construyen con la broza de un elixir acedo
El mundo órbita ajeno a su piar
Ayer ví uno
Está en la parte más alta de la copa de un edificio, cubierto de llaves y silencio
Sus polluelos son tan ruidosos como secretos
Un halcón custodia el enjambre de mazmorras que corroen su llama
Una lechuza y un búho barren los nudos de la red que dinamita su gorjeo
Hay nidos que se construyen cerca del sol
Tal vez Icaro sea el padre su plumón sin brújula
Hay árboles de hormigón donde se esconde un nido
Ayer trepé por su tronco. Lo ví. El universo vibra ajeno a sus versos.
Hoy rondo sus raiz y sus ramas.
Bajo su sombra busco luz. Espero.
Ana Isabel Fariña
Grupo B
Dos montes y valle llevan,
con sensibilidad exquisita.
Que a los hombres vuelve locos
y a los niños tranquiliza.
¡Un quitapenas, señores!
que no tiene parangón.
En pequeños o en grandotes,
siempre molan mogollón.
Luisa M. Sánchez Mayorga
Grupo B
La primera vez
Pijama blanco, bata azul, ¡cámbiate!
Nuevo en un viaje sin maleta, sin ruta programada, sin dinero, sin saber. Como un niño, aprieta la mano de su mujer buscando seguridad.
Una cortina testigo de su soledad. Lentamente se quita los zapatos, la ropa, las joyas. Despojarse de lo externo y sentir el alma desnuda. La herida del miedo le abrasa, la duda... ¿Dios, la ciencia, la suerte...?¿Las manos de quién lo van a sostener?
Y se siente masa; cambió el “Don” por un número de habitación, el curriculum pasó a historial. ¡Es uno más!
Su deseo profundo, cerrar los ojos y despertar sin que todo eso fuera realidad
* * *
Su nombre bordado en el bolsillo de su bata. ¡Suena bien!
Era la primera vez; brillante en sus estudios, prácticas para aprender y ahora por fin tocaba ejercer. Su consulta limpia, la pluma regalo de sus papás, el móvil en su chaqueta y ganas de empezar. Todo se lo había ganado, se lo merecía.
Hacia él volaban los deseos y ansiedades de los pacientes. ¿Cuánto darían por conocerlo para que les sanara y abriera caminos? Todos buscaban su mirada, ser importantes para él ¿podría hacerse respetar y querer?
Y se cree especial, afortunado, sabio. Orgullo de su familia. Ahora es “Don”, ahora se siente “Dios”.
Su deseo profundo, no despertar de ese sueño maravilloso que, con su lado amargo, el éxito le brinda ya.
Paloma Rodríguez Prieto
Grupo A
Anecdotario
—Bueno, dígame Aquilino, ¿qué le ocurre?
—¿No es usted el médico? Pues dígamelo usted a mí.
***
— A ver Rafael. La intervención ha ido a la perfección.
— Muchas gracias doctor, me parece mentira encontrarme como me encuentro, si pienso en como estaba hace unas pocas horas, después del navajazo.
— Ya sabe doctor, si hay alguien a quien no quiera o que le sea molesto por cualquier asunto, no tiene más que decírmelo.
***
Entre compañeros. Enfermera de 22 años, por cierto un bombón, que da a luz y le atiende el residente de ginecología con el que se ve diariamente a lo largo de la jornada laboral y con el que existe una cierta química.
En el parto la mujer sufrió un pequeño desgarro en el perineo que cosió el compañero con esmerada delicadeza.
Al día siguiente al proceder a la revisión de los puntos de la episiotomía, la enfermera ruborizada se abre de piernas para que la pueda observar y el residente exclama: —¡Te lo he dejado, de cine!, expresión que acompaña con un “ok” con sus dedos.
***
En una consulta de farmacia de hospital dónde los medicamentos no los abona el paciente
— Disculpe, doctora, este tratamiento será muy caro ¿verdad?
— Mírelo usted mismo
— ¡26.000 € el tratamiento de un mes!. Se asombra el paciente.
— Tranquilo, si esto sirve para que usted se cure, o para lograr que tenga una vida con mayor calidad, merecerá la pena eso y más. Ya está pagado.
***
Llega a una consulta una antigua compañera de colegio de la médica con la que había tenido un altercado. Llamada de la paciente por megafonía,
— Puede pasar María Dolores Beltrán.
Después de tres minutos se interrumpe la entrevista, la médica le mira a los ojos con profundidad y afirma,
— Te conozco, pero entonces no te llamabas así. Ya te recuerdo, ¡eres Mirian!. ¿No te acuerdas de mí?,
— Teresa Lamas. No, ni idea. Contesta la paciente
— Cuando yo tenía siete años, tú y yo nos sacudimos en el patio por unos gusanos de seda. ¡Abusaste de mí!, tú eras cuatro años mayor. Créeme, nunca me había golpeado con nadie, ni después ha vuelto a ocurrir. Hombre, ¡no se le pega a una niña menor!. Desahoga la médico.
Antonia Oliva
Grupo B
Técnico en Anatomía Patológica o EL CARNICERO POSTMORTEM
Hago autopsias, siempre a los demás, aunque ese prefijo ”auto”…Así que me dedico a ver las cusas de la muerte de otros.
No me gustaba del todo mi especialización en la vida del hospital, pero es que me gusta analizar las cusas de las cosas. Como dijo un autor francés “morir es convertirse en objeto” y como además el morbo me poseyó siempre, a veces parecía tener el poder del asesino, aunque los vivos me consideraban buena persona, incapaz de vampirizarme con tanta sangre.
Así que soy detective de cadáveres que me hablan desde su mudez absoluta.
Busco causas de la muerte ajena, no podré hacerlo con la mía. En ocasiones eso de diseccionar, observar, manejar instrumentos cortantes extraños y amenazadores, me desahoga de otros instintos. El color blanco que me rodea parece borrar la perversión de los hechos. Estoy en el reino del frío y de la muerte, blanca y radiante como una novia solitaria… Soy el dueño de la muerte y a veces más inteligente que ella. Asunto freudiano sin duda. Podría ver los higadillos del más poderoso de la tierra.
De modo que me parece administrar una segunda muerte con elegancia y precisión, o con odio medido ante esos miembros que quizá habían amado tanto.
Siempre recordaré la frase aullante y desesperada que una gitana pronuncia ceca del depósito donde están troceando a su hija: ¡Ay queme la están matando otra vez! Es de la novela Tiempo de silencio…Curiosa coincidencia.
Emilia González
Grupo B
Sala de espera y en la consulta
A primera hora de la tarde voy al hospital por un dolor de pecho, cuando llego me siento a esperar en la sala de espera , mientras estoy esperando saco un libro para leer, después de estar esperando por mas de dos en la sala de espera me dispongo a escribir para relatar lo que está ocurriendo allí , justo cuando empiezo a relatar me llaman por megafonía para entrar en la consulta.
Entro, me dirijo al doctor, buenas tardes, el doctor me pregunta qué me pasa.
Le digo que vengo al hospital porque llevo desde esta mañana con un dolor de pecho. Vamos a examinarle , me pregunta: ¿lle duele a usted por aquí?
Yo le digo por ahí no me duele. Me duele en esta parte del pecho, el médico me ve una parte muy inflamada y dice
Vamos hacer unas pruebas. Llama al celador, acompañe al enfermo que vamos a hacerle unos análisis.
Después de hacerme los análisis, voy a la sala de espera a esperar los resultados. Mientras estoy esperando en la sala de espera me encuentro con el escritor Mario Vargas Llosa esperando y que va con el mismo motivo que yo. Le pregunto que le pasa Mario, me responde voy con un dolor de pecho, yo le respondo a mi me pasa lo mismo que a usted. Mientras estamos hablando me llaman para entrar en consulta , yo le deseo que se recupere pronto .
Entro en la consulta , le pregunto al doctor que me pasa , el doctor me dice lo que tiene usted es por la alimentación , le voy a mandar a su médico para que le haga un seguimiento..
David Álvarez
Grupo B
Consulta médica
Me dices que estoy enfermo
y no te falta razón.
Mis males no son visibles
son males del corazón.
***
Y tan desgraciado soy
-mis males no tienen cura-
que arrastrándolos yo voy,
con pena a la sepultura
Ramón Sánchez Rodríguez
Grupo B
Salmonelosis
El Señor es mi Pasteur;
nada me infectará.
Fue un chiste tonto, muy tonto, que me envió mi mujer. Un meme de esos, con fotito del señor Pasteur y todo. Yo le estaba hablando de los beneficios de la leche desnatada y enriquecida con calcio y ella, sin siquiera prestarme atención, sigue en su móvil y me envía eso. No debería sorprenderme, nadie se toma en serio mis problemas. “Hipocondríaco”, me dicen, cuando yo solo soy una persona que se preocupa por su salud como debería hacerlo todo el mundo. Ahora algunos hasta se han puesto más creativos y me han llamado “obsesivo compulsivo”. Ellos no entienden que me enfermo con mucha facilidad, que por eso tomo las precauciones necesarias. ¿De cuándo acá es pecado lavarse las manos y tomarse unas cuántas vitaminas? Para prevenir, nada más. No lo escuchan a uno y, entonces, pasa lo que pasa.
En verdes salas me hace esperar,
por zonas asépticas me conduce…
Ahora sí que estamos mal. Si hay algo que detesto es tener que ir a Urgencias. Esperar entre otros enfermos. No he podido protegerme con una de mis mascarillas porque no he parado de vomitar. No soporto estos lugares. Sale uno peor que cuando llegó. Eso le pasó a mi tío José, que en paz descanse, que fue por un golpe de nada, agarró una bacteria y no duró ni dos semanas. Aunque la verdad sea dicha, ya estaba bastante mayor.
Me da nuevos remedios
y me lleva por la ruta de las farmacias,
haciendo honor a mis enfermedades.
Hoy día la ciencia está muy avanzada y es un crimen no cuidarse con tantas alternativas. Ahora han quitado el jabón antibacteriano porque supuestamente hace más daño que bien. Sin embargo, todavía nos quedan los complejos multivitamínicos, los yogures con fibra, el café instantáneo enriquecido con magnesio. Y no olvidemos tampoco los remedios caseros. Hay que ver cómo duraban nuestras abuelas.
Aunque coma en el más oscuro de los chiringuitos,
no temeré intoxicación alguna,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tus antiácidos y antidiarreicos me inspiran confianza.
El caso es que no me gusta salir porque las enfermedades siempre están al acecho, pero se han burlado tanto de mí que ya no aguantaba más. Me decidí a aceptar la invitación de unos viejos amigos que se encontraban de visita en la ciudad. Se empeñaron en ir al cine, de todos los sitios, que estornuda uno de la última fila y nos bautiza a todos con sus gérmenes. Sabía que después, seguramente, mis amigos querrían irse a comer a algún sitio poco higiénico, así que decidí tomar medidas.
Me has preparado un botiquín
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido Purell® en mi cabeza,
y mi vasito medidor rebosa.
De hecho, me puse a ver qué restaurantes había en la zona y me entró el pánico. Así que decidí comerme una ensaladita antes de salir: un poco de lechuga y tomate ungidos con aceite de oliva y condimentados con una pizca de la sal de la vida, pura salud. Cuando uno se prepara las cosas en su casa, sabe de dónde vienen. Luego, jugaría con la comida un poco, pero sin echarme un solo bocado.
Tu antibiótico y tu antihistamínico me acompañan
a lo largo de mis crisis,
y por la consulta, oh Señor, por siempre me apareceré.
Al final, la pasamos muy bien. En el cine, me tapé la boca con un pañuelo y, en el restaurante, me tomé un poquito de vino, algo de pan y poco más. Sin embargo, en mitad de la noche, cuando ya estaba durmiendo, me sorprendió un fuerte dolor abdominal, seguido de fiebre, escalofríos, vómitos, diarrea, pensé que moriría. Por eso estoy aquí, en Urgencias, y el médico ha dictaminado que tengo salmonelosis. Dice que no soy el único. Ha sido una epidemia de dimensiones apocalípticas. “La lechuga”, dicen; “contaminada”, por lo visto. Y después se atreven a acusarme de hipocondríaco.
Ismarie Díaz Flores
— Mírelo usted mismo
— ¡26.000 € el tratamiento de un mes!. Se asombra el paciente.
— Tranquilo, si esto sirve para que usted se cure, o para lograr que tenga una vida con mayor calidad, merecerá la pena eso y más. Ya está pagado.
***
Llega a una consulta una antigua compañera de colegio de la médica con la que había tenido un altercado. Llamada de la paciente por megafonía,
— Puede pasar María Dolores Beltrán.
Después de tres minutos se interrumpe la entrevista, la médica le mira a los ojos con profundidad y afirma,
— Te conozco, pero entonces no te llamabas así. Ya te recuerdo, ¡eres Mirian!. ¿No te acuerdas de mí?,
— Teresa Lamas. No, ni idea. Contesta la paciente
— Cuando yo tenía siete años, tú y yo nos sacudimos en el patio por unos gusanos de seda. ¡Abusaste de mí!, tú eras cuatro años mayor. Créeme, nunca me había golpeado con nadie, ni después ha vuelto a ocurrir. Hombre, ¡no se le pega a una niña menor!. Desahoga la médico.
Antonia Oliva
Grupo B
Técnico en Anatomía Patológica o EL CARNICERO POSTMORTEM
Hago autopsias, siempre a los demás, aunque ese prefijo ”auto”…Así que me dedico a ver las cusas de la muerte de otros.
No me gustaba del todo mi especialización en la vida del hospital, pero es que me gusta analizar las cusas de las cosas. Como dijo un autor francés “morir es convertirse en objeto” y como además el morbo me poseyó siempre, a veces parecía tener el poder del asesino, aunque los vivos me consideraban buena persona, incapaz de vampirizarme con tanta sangre.
Así que soy detective de cadáveres que me hablan desde su mudez absoluta.
Busco causas de la muerte ajena, no podré hacerlo con la mía. En ocasiones eso de diseccionar, observar, manejar instrumentos cortantes extraños y amenazadores, me desahoga de otros instintos. El color blanco que me rodea parece borrar la perversión de los hechos. Estoy en el reino del frío y de la muerte, blanca y radiante como una novia solitaria… Soy el dueño de la muerte y a veces más inteligente que ella. Asunto freudiano sin duda. Podría ver los higadillos del más poderoso de la tierra.
De modo que me parece administrar una segunda muerte con elegancia y precisión, o con odio medido ante esos miembros que quizá habían amado tanto.
Siempre recordaré la frase aullante y desesperada que una gitana pronuncia ceca del depósito donde están troceando a su hija: ¡Ay queme la están matando otra vez! Es de la novela Tiempo de silencio…Curiosa coincidencia.
Emilia González
Grupo B
Sala de espera y en la consulta
A primera hora de la tarde voy al hospital por un dolor de pecho, cuando llego me siento a esperar en la sala de espera , mientras estoy esperando saco un libro para leer, después de estar esperando por mas de dos en la sala de espera me dispongo a escribir para relatar lo que está ocurriendo allí , justo cuando empiezo a relatar me llaman por megafonía para entrar en la consulta.
Entro, me dirijo al doctor, buenas tardes, el doctor me pregunta qué me pasa.
Le digo que vengo al hospital porque llevo desde esta mañana con un dolor de pecho. Vamos a examinarle , me pregunta: ¿lle duele a usted por aquí?
Yo le digo por ahí no me duele. Me duele en esta parte del pecho, el médico me ve una parte muy inflamada y dice
Vamos hacer unas pruebas. Llama al celador, acompañe al enfermo que vamos a hacerle unos análisis.
Después de hacerme los análisis, voy a la sala de espera a esperar los resultados. Mientras estoy esperando en la sala de espera me encuentro con el escritor Mario Vargas Llosa esperando y que va con el mismo motivo que yo. Le pregunto que le pasa Mario, me responde voy con un dolor de pecho, yo le respondo a mi me pasa lo mismo que a usted. Mientras estamos hablando me llaman para entrar en consulta , yo le deseo que se recupere pronto .
Entro en la consulta , le pregunto al doctor que me pasa , el doctor me dice lo que tiene usted es por la alimentación , le voy a mandar a su médico para que le haga un seguimiento..
David Álvarez
Grupo B
Consulta médica
Me dices que estoy enfermo
y no te falta razón.
Mis males no son visibles
son males del corazón.
***
Y tan desgraciado soy
-mis males no tienen cura-
que arrastrándolos yo voy,
con pena a la sepultura
Ramón Sánchez Rodríguez
Grupo B
Salmonelosis
El Señor es mi Pasteur;
nada me infectará.
Fue un chiste tonto, muy tonto, que me envió mi mujer. Un meme de esos, con fotito del señor Pasteur y todo. Yo le estaba hablando de los beneficios de la leche desnatada y enriquecida con calcio y ella, sin siquiera prestarme atención, sigue en su móvil y me envía eso. No debería sorprenderme, nadie se toma en serio mis problemas. “Hipocondríaco”, me dicen, cuando yo solo soy una persona que se preocupa por su salud como debería hacerlo todo el mundo. Ahora algunos hasta se han puesto más creativos y me han llamado “obsesivo compulsivo”. Ellos no entienden que me enfermo con mucha facilidad, que por eso tomo las precauciones necesarias. ¿De cuándo acá es pecado lavarse las manos y tomarse unas cuántas vitaminas? Para prevenir, nada más. No lo escuchan a uno y, entonces, pasa lo que pasa.
En verdes salas me hace esperar,
por zonas asépticas me conduce…
Ahora sí que estamos mal. Si hay algo que detesto es tener que ir a Urgencias. Esperar entre otros enfermos. No he podido protegerme con una de mis mascarillas porque no he parado de vomitar. No soporto estos lugares. Sale uno peor que cuando llegó. Eso le pasó a mi tío José, que en paz descanse, que fue por un golpe de nada, agarró una bacteria y no duró ni dos semanas. Aunque la verdad sea dicha, ya estaba bastante mayor.
Me da nuevos remedios
y me lleva por la ruta de las farmacias,
haciendo honor a mis enfermedades.
Hoy día la ciencia está muy avanzada y es un crimen no cuidarse con tantas alternativas. Ahora han quitado el jabón antibacteriano porque supuestamente hace más daño que bien. Sin embargo, todavía nos quedan los complejos multivitamínicos, los yogures con fibra, el café instantáneo enriquecido con magnesio. Y no olvidemos tampoco los remedios caseros. Hay que ver cómo duraban nuestras abuelas.
Aunque coma en el más oscuro de los chiringuitos,
no temeré intoxicación alguna,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tus antiácidos y antidiarreicos me inspiran confianza.
El caso es que no me gusta salir porque las enfermedades siempre están al acecho, pero se han burlado tanto de mí que ya no aguantaba más. Me decidí a aceptar la invitación de unos viejos amigos que se encontraban de visita en la ciudad. Se empeñaron en ir al cine, de todos los sitios, que estornuda uno de la última fila y nos bautiza a todos con sus gérmenes. Sabía que después, seguramente, mis amigos querrían irse a comer a algún sitio poco higiénico, así que decidí tomar medidas.
Me has preparado un botiquín
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido Purell® en mi cabeza,
y mi vasito medidor rebosa.
De hecho, me puse a ver qué restaurantes había en la zona y me entró el pánico. Así que decidí comerme una ensaladita antes de salir: un poco de lechuga y tomate ungidos con aceite de oliva y condimentados con una pizca de la sal de la vida, pura salud. Cuando uno se prepara las cosas en su casa, sabe de dónde vienen. Luego, jugaría con la comida un poco, pero sin echarme un solo bocado.
Tu antibiótico y tu antihistamínico me acompañan
a lo largo de mis crisis,
y por la consulta, oh Señor, por siempre me apareceré.
Al final, la pasamos muy bien. En el cine, me tapé la boca con un pañuelo y, en el restaurante, me tomé un poquito de vino, algo de pan y poco más. Sin embargo, en mitad de la noche, cuando ya estaba durmiendo, me sorprendió un fuerte dolor abdominal, seguido de fiebre, escalofríos, vómitos, diarrea, pensé que moriría. Por eso estoy aquí, en Urgencias, y el médico ha dictaminado que tengo salmonelosis. Dice que no soy el único. Ha sido una epidemia de dimensiones apocalípticas. “La lechuga”, dicen; “contaminada”, por lo visto. Y después se atreven a acusarme de hipocondríaco.
Ismarie Díaz Flores
Grupo B
Madre no hay más que una
—Buenos días,
doctor.
—Buenos días,
señora. Dígame, ¿qué le ocurre?
—Verá usted,
me siento triste, abatida… frustrada.
—A qué se debe
su estado anímico? Usted parece radiante y bella, hermosa, si me permite la
apreciación…
—Eso dicen, doctor, pero de un tiempo para acá noto que estoy envejeciendo muy deprisa. Me falta el aire, noto como que la sangre en mis venas está intoxicada y espesa, no descanso, tengo pesadillas y ansiedad.
—Cualquiera lo diría, señora, ¿no estará exagerando un poco?
—No lo creo. Yo siempre he sabido adaptarme a mis circunstancias, he pasado momentos peores y momentos mejores; siempre he salido adelante, pero esta vez estoy muy tocada…
—¿En qué sentido, señora?
—Mire doctor, soy madre de muchas criaturas. Todas muy diferentes entre sí, pero nunca hubo problemas de entendimiento. Se han cuidado y respetado los unos a los otros. Yo quiero a todas por igual, sean fuertes o débiles, guapos o menos agraciados. En esta gran familia que formamos, cada uno ocupa su lugar y desempeña las tareas que yo le he encomendado y creo que nunca les ha faltado de nada; tienen todo lo que necesitan para vivir felices.
—¿Entonces cuál es el problema, señora?
—El problema es uno de mis retoños. Me hace la vida imposible. Creo que ya no me quiere. Hace todo lo que está en sus manos para que sus hermanos se peleen, crea crispación; es descuidado y destructivo. Es egoísta, calculador y muy soberbio. ¡Parece mentira que haya salido de mis entrañas! ¡Créame, yo no lo eduqué así! Me está destrozando, y yo, doctor, ¡ya no puedo más! Lo peor de todo, ¿sabe qué es?
—Dígame, señora. Porque por lo que veo, sí que tiene usted un problema y gordo…
— Lo peor es que he empezado a odiar a la criatura que creí la más inteligente de todas, en la que había depositado todas mis esperanzas… de la que creí, además, que iba a cuidarme toda la vida. Y resulta que está empeñado en hacerle daño a la que más le quiere y no se da cuenta de que mi sufrimiento va a ser el suyo y que si yo muero, también será su fin.
— Pues solo veo una solución señora: usted se debería deshacer de su criatura, por mucho que duela. Las personas tóxicas, cuanto más lejos mejor.
—¿Usted cree, doctor, no es un poco drástica esa medida?
—Es lo único que puede hacer para recuperar la paz y la armonía, y verá cómo se siente mucho mejor. Volverá a lucir esa bella imagen a la que nos tiene acostumbrado y recuperará la salud en poco tiempo.
—Supongo que no me queda otra que hacerle caso, doctor, por el bien de mis otros hijos, que no se merecen todo esto. Pero comprenderá que para una madre tomar semejante decisión es como arrancarse una parte de su corazón.
—Lo sé, señora, lo sé, me hago cargo. ¿Puedo preguntarle cómo se llama su criatura?
—¡Cómo no! Pero ya le digo que su nombre le queda grande. Se llama Humanidad.
—Eso dicen, doctor, pero de un tiempo para acá noto que estoy envejeciendo muy deprisa. Me falta el aire, noto como que la sangre en mis venas está intoxicada y espesa, no descanso, tengo pesadillas y ansiedad.
—Cualquiera lo diría, señora, ¿no estará exagerando un poco?
—No lo creo. Yo siempre he sabido adaptarme a mis circunstancias, he pasado momentos peores y momentos mejores; siempre he salido adelante, pero esta vez estoy muy tocada…
—¿En qué sentido, señora?
—Mire doctor, soy madre de muchas criaturas. Todas muy diferentes entre sí, pero nunca hubo problemas de entendimiento. Se han cuidado y respetado los unos a los otros. Yo quiero a todas por igual, sean fuertes o débiles, guapos o menos agraciados. En esta gran familia que formamos, cada uno ocupa su lugar y desempeña las tareas que yo le he encomendado y creo que nunca les ha faltado de nada; tienen todo lo que necesitan para vivir felices.
—¿Entonces cuál es el problema, señora?
—El problema es uno de mis retoños. Me hace la vida imposible. Creo que ya no me quiere. Hace todo lo que está en sus manos para que sus hermanos se peleen, crea crispación; es descuidado y destructivo. Es egoísta, calculador y muy soberbio. ¡Parece mentira que haya salido de mis entrañas! ¡Créame, yo no lo eduqué así! Me está destrozando, y yo, doctor, ¡ya no puedo más! Lo peor de todo, ¿sabe qué es?
—Dígame, señora. Porque por lo que veo, sí que tiene usted un problema y gordo…
— Lo peor es que he empezado a odiar a la criatura que creí la más inteligente de todas, en la que había depositado todas mis esperanzas… de la que creí, además, que iba a cuidarme toda la vida. Y resulta que está empeñado en hacerle daño a la que más le quiere y no se da cuenta de que mi sufrimiento va a ser el suyo y que si yo muero, también será su fin.
— Pues solo veo una solución señora: usted se debería deshacer de su criatura, por mucho que duela. Las personas tóxicas, cuanto más lejos mejor.
—¿Usted cree, doctor, no es un poco drástica esa medida?
—Es lo único que puede hacer para recuperar la paz y la armonía, y verá cómo se siente mucho mejor. Volverá a lucir esa bella imagen a la que nos tiene acostumbrado y recuperará la salud en poco tiempo.
—Supongo que no me queda otra que hacerle caso, doctor, por el bien de mis otros hijos, que no se merecen todo esto. Pero comprenderá que para una madre tomar semejante decisión es como arrancarse una parte de su corazón.
—Lo sé, señora, lo sé, me hago cargo. ¿Puedo preguntarle cómo se llama su criatura?
—¡Cómo no! Pero ya le digo que su nombre le queda grande. Se llama Humanidad.
Caroline Rott
Grupo A
Cómo revivir un niño
(búsqueda en Google)
Releí las notas de Julián otra vez. Su redacción era ágil y
su letra impecable; pero lo difícil no era escribir aquello, sino comunicarlo.
Suspiré, dando vueltas a cómo explicar las conclusiones de mi compañero a la
madre y al propio niño. Nunca me había enfrentado a una situación similar:
pediatría no era lo mío. Y sin embargo, allí estaba: portando la bata blanca en
la consulta de Julián.
Maldije en silencio el momento en que aquel médico jovial
había cedido al “venga, anímate, solo será una pachanga” y había acabado con una luxación de codo: baja para un
mes. Así había terminado yo en ese embrollo. Nunca se me habían dado bien los
enanos. Los niños, no los pacientes que sufren de acondroplasia, cretinismo,
síndrome de Wolf-Hirschhorn… Me desvío. Volvamos: nunca se me habían dado bien.
Y justo tenía delante el informe de Julián: adultalgia
severa. ¿Cómo se dirige uno a un niño que no es niño? ¿Se explica la situación
mirando a la madre o se habla directamente con el pequeño aquejado de adultez?
La gente piensa que los médicos terminamos por tratarlos
como máquinas, evaluando de manera rutinaria sus deficiencias y fallos. Nadie
se imagina que, en ese compás de espera, los médicos sufrimos complejos
circunloquios internos. A veces San Google da buenas ideas en esos momentos…
En eso estaba cuando llamaron a la puerta y esta dejó paso
al torbellino. Carlos, el niño que había examinado mi lisiado compañero Julián,
entró con celeridad y sin esperar respuesta. Vestía uniforme típico, mochila en
forma de maletín a la espalda, mocasines negros, gafas de pasta, peinado con
raya a un lado, Smartphone en la mano
y una pila de libros que dejó con estruendo encima de mi mesa, ya de por sí
abarrotada, mientras se sentaba sin pedir permiso. Su madre le siguió,
cabizbaja y con un ademán que no sé si escondía timidez o vergüenza.
Fue el pequeño el que rompió el silencio:
- ¿Dónde está el doctor Robles?- preguntó con impertinencia
Carlos. Primer síntoma identificado.
- Buenos días, doctor.- dijo la madre, intentando tapar los
malos modales de su hijo.
- No me habrán hecho venir para nada… espero. Pues, como
comprenderá, yo me encuentro perfectamente y tengo mucho que hacer y mucho
pendiente. No estoy como para tirar el tiempo aquí. – retomó la palabra Carlos,
amenazante, solo dignándose a mirarme cuando su Smartphone tardaba algo más en cargar las pantallas.
- Buenos días Carlos, Sonia.-dije yo por primera vez- Mi
compañero Julián, el doctor Robles, está de baja y ha dejado en mis manos
vuestro caso. No te preocupes, Carlos. No te vamos a hacer perder el tiempo, ni
a ti, ni a tu madre. – intenté transmitir cercanía con el tuteo…
- Muchas gracias, doctor.- dijo la madre.
- Al grano.- replicó el niño.
- Perdone la brusquedad de Carlos. – la bata blanca parecía
imponer aquel trato deferente.
- Estoy al tanto y me consta que estáis aquí para solucionar
esta actitud, entre otras cosas. – “¿era la amabilidad la mejor manera de
afrontar aquello?,” me pregunté a mí mismo. – El diagnóstico es claro: Carlos
sufre una adultalgia severa, agravada
por unos altos niveles de cortisol y adrenalina, que disparan el estrés y el
mal carácter.
El teléfono del niño empezó a vibrar y Carlos respondió la
llamada, indicando que no podía atenderles en ese momento.
- ¡Carlos! El doctor te está hablando, por favor.-dijo su
madre. Me miró: - ¿Qué solución tenemos?
- La prescripción es relativamente sencilla y no es
necesaria la medicación al uso. – me levanté, rodeando la mesa, y arranqué el
móvil de las manos espasmódicas de Carlos. El muchacho protestó, airado, y se
abalanzó para recuperar el teléfono.
- Nada de Smartphone,
tableta u ordenador.
- Doctor, está usurpando una propiedad privada. – dijo el
chico con ese lenguaje impropio de un niño. Síntoma número dos identificado. “¿Habíamos
llegado demasiado tarde? ¿Se había consumido ya el espíritu de aquel niño?,”
pensé.
Ojeé los libros que había dejado allí Carlos: Advanced English Grammar, Lenguaje
musical: volumen II, Iniciación al idioma chino… A simple vista, todos aquellos
libros correspondían a las actividades extraescolares del niño. Exceso de
obligaciones: identificado el tercer síntoma. Todo encajaba con las notas de
Julián.
- Se acabó el exceso de las clases extraescolares de Carlos.
- ¡¿Cómo se atreve?! ¡Está usted jugando con mi futuro!-
replicó el niño, furioso.
- Doctor, vine aquí pensando en otro tipo de tratamiento:
nunca espere tal falta de respeto hacia la educación de mi hijo. – dijo su
madre de repente. Y ya no pude contenerme, adiós tuteo, adiós cercanía:
- El problema de su hijo es que se ha adelantado al futuro y
encima se lo ha traído al presente. Si no me quieren hacer caso, pagarán muy
caro ese futuro que tanto persiguen alcanzar antes de tiempo. La adultalgia acelera el ritmo de la vida,
los años se embalan y, cuando sea de verdad adulto, sufrirá achaques de
anciano. Escúcheme: tire estos libros a la basura. Desconecte su teléfono, la
televisión también si es posible. Obligue a su hijo a salir a la calle con las
manos en los bolsillos. Déjele que corra y que juegue con sus amigos: que pierda todo el tiempo que quiera.
Cómprele una buena novela, de esas que inspiran. Carlos tiene déficit de
imaginación… déjele gozar con la lectura. Y tenga mucha paciencia. Tratar la adultalgia se basa en la espera y la
generosidad: no se puede revivir el espíritu de un niño de la noche a la
mañana. ¿Les ha quedado claro?
Grupo B
Desvaríos de la última noche
Lo reconozco. He tenido que hacer uso de un tinto acercado para empezar a tintinar las teclas. Llevo toda la semana dándole vueltas a la cabeza sobre qué escribir, quizás más sobre el cómo. Para no caer en la banalidad de hacer una canción protesta, no mas. Me encantaría poder hacer una sátira no secuaz de lo que veo( siento) cada día. Me encantaría tomar distancia y no alcohol para hacer un ejercicio de diez que dibujara sonrisas. No puedo.
Yo he elegido estar al otro lado del muro. Sí, es un muro. Por mucho que nos digan. Hay un muro que empieza en las aulas y la memorización sistemática de un lenguaje distanciador y que pasa por decir: “tengo una insuficiencia cardiaca descompensada en el box seis”. No sé aún donde terminan los ladrillos. Quizás terminen en el por qué yo me siento del otro lado.
Analizando el asunto: siendo especialmente crítica: siendo humana ( qué paternalismo, ¿no?): los médicos no tenemos nada, no somos dueños de nada, como no debería serlo nadie, qué triste que nos tengamos que hacer dueños de la vida de alguien para justificar nuestra relación de poder. “ Una insuficiencia cardiaca descompensada”: así os llamamos, así os vemos. Nos han metido tanta anatomía que no somos capaces de ver el todo. Yo que sé, quizás necesitamos fragmentar para no ver(n)os, quizás debamos faltar(n)os al respeto para seguir trabajando veinticuatro horas seguidas sin derrumbarnos.
En mi última guardia asistí a una escena ( por otro lado común) de lo más bizarra: una compañera, sentada en su silla, intentando mediar con las horas impuestas de asalariada, hablaba del cómo le gustaría morir, de cómo elegiría morir…Evidentemente, haciendo alarde de sus conocimientos sobre la fisiología humana y por supuesto, de la farmacología. Hasta ahora bien, parece un debate de egos entre equipo asistencial..¿no? A menos de diez metros, en una cama, estaba Feliciano( nombre ficticio, por supuesto). Tenía la mirada perdida o perdía la mirada a propósito para no molestar, para no entrar en contacto con nosotros. Feliciano estaba esperando a que fueran las ocho de la mañana para que alguien le hiciera caso, para poder dormir sin luz. Feliciano tenía un cáncer terminal no escogido.
Yo me sentí mejor cuando me acerqué a él y le pregunté cómo estaba, intentando descubrir de qué color eran sus ojos e imaginándome que quizás era profesor por sus gafas y por su fisonomía ( se me da muy bien juzgar). Pero no fui capaz de decirle a esa compañera que quizás el box número tal se estaba sintiendo mal…
Y es que es así, sépanlo,por favor. Los médicos gozamos de un sistema ultra-jerárquico y militar que nos impide ser personas. Nos promocionamos al no serlo. Nos da miedo serlo.
Tengo una amiga del alma, bonita, preciosa, compañera de carrera, que me enternecía al decirme: “yo sólo quiero poner tiritas”. Y ahora se me destruye la serotonina al pensar que no quiero ponerlas, sino que lo natural es que quien tenga la herida tenga la herramienta para sanarla. O por lo menos se crea con derecho a decir cómo quiere morir.
Tania Hermida
Grupo A
HOSPITAL VIRGEN DEL ROCÍO
Desvaríos de la última noche
Lo reconozco. He tenido que hacer uso de un tinto acercado para empezar a tintinar las teclas. Llevo toda la semana dándole vueltas a la cabeza sobre qué escribir, quizás más sobre el cómo. Para no caer en la banalidad de hacer una canción protesta, no mas. Me encantaría poder hacer una sátira no secuaz de lo que veo( siento) cada día. Me encantaría tomar distancia y no alcohol para hacer un ejercicio de diez que dibujara sonrisas. No puedo.
Yo he elegido estar al otro lado del muro. Sí, es un muro. Por mucho que nos digan. Hay un muro que empieza en las aulas y la memorización sistemática de un lenguaje distanciador y que pasa por decir: “tengo una insuficiencia cardiaca descompensada en el box seis”. No sé aún donde terminan los ladrillos. Quizás terminen en el por qué yo me siento del otro lado.
Analizando el asunto: siendo especialmente crítica: siendo humana ( qué paternalismo, ¿no?): los médicos no tenemos nada, no somos dueños de nada, como no debería serlo nadie, qué triste que nos tengamos que hacer dueños de la vida de alguien para justificar nuestra relación de poder. “ Una insuficiencia cardiaca descompensada”: así os llamamos, así os vemos. Nos han metido tanta anatomía que no somos capaces de ver el todo. Yo que sé, quizás necesitamos fragmentar para no ver(n)os, quizás debamos faltar(n)os al respeto para seguir trabajando veinticuatro horas seguidas sin derrumbarnos.
En mi última guardia asistí a una escena ( por otro lado común) de lo más bizarra: una compañera, sentada en su silla, intentando mediar con las horas impuestas de asalariada, hablaba del cómo le gustaría morir, de cómo elegiría morir…Evidentemente, haciendo alarde de sus conocimientos sobre la fisiología humana y por supuesto, de la farmacología. Hasta ahora bien, parece un debate de egos entre equipo asistencial..¿no? A menos de diez metros, en una cama, estaba Feliciano( nombre ficticio, por supuesto). Tenía la mirada perdida o perdía la mirada a propósito para no molestar, para no entrar en contacto con nosotros. Feliciano estaba esperando a que fueran las ocho de la mañana para que alguien le hiciera caso, para poder dormir sin luz. Feliciano tenía un cáncer terminal no escogido.
Yo me sentí mejor cuando me acerqué a él y le pregunté cómo estaba, intentando descubrir de qué color eran sus ojos e imaginándome que quizás era profesor por sus gafas y por su fisonomía ( se me da muy bien juzgar). Pero no fui capaz de decirle a esa compañera que quizás el box número tal se estaba sintiendo mal…
Y es que es así, sépanlo,por favor. Los médicos gozamos de un sistema ultra-jerárquico y militar que nos impide ser personas. Nos promocionamos al no serlo. Nos da miedo serlo.
Tengo una amiga del alma, bonita, preciosa, compañera de carrera, que me enternecía al decirme: “yo sólo quiero poner tiritas”. Y ahora se me destruye la serotonina al pensar que no quiero ponerlas, sino que lo natural es que quien tenga la herida tenga la herramienta para sanarla. O por lo menos se crea con derecho a decir cómo quiere morir.
Tania Hermida
Grupo A
HOSPITAL VIRGEN DEL ROCÍO
NOMBRE: Doña Inés
de Ulloa
DOMICILIO:
Sevilla
FECHA DE NACIMIENTO:
15- 8- 1999
FECHA DE INGRESO:
31 – 10 - 2016 HORA DE INGRESO: 17:05
MOTIVO DE INGRESO:
Taquicardias, dolor intenso en el pecho, sudoración.
ANTECEDENTES PERSONALES:
Paciente sano sin intervenciones quirúrgicas.
ALERGIAS: No
alergias medicamentosas conocidas.
SÍNTOMAS:
Dificultad respiratoria. Dolor intenso en el pecho. Sudoración. Falta de apetito.
Insomnio. Taquicardias. Ataques de ansiedad. Imposibilidad de articular
palabra. Desmayos.
EXPLORACIÓN: Se
realizan las siguientes pruebas: electrocardiograma, análisis de sangre,
radiografía del tórax, ecografía cardiaca, ergometría.
DIAGNÓSTICO: Enamoramiento
agudo.
TRATAMIENTO: Se
administran cápsulas “PLACEBOL”. Tomar 1 comprimido cada 8 horas. Control a los
6 meses.
FECHA DE ALTA: 1
– 11- 2016
DIARIO PERSONAL DEL CARDIÓLOGO
Mujer de 17 años, novicia del
convento de Santa Clara (nunca ha salido de él desde su ingreso a la edad de 12
años) acude a urgencias manifestando diferentes síntomas (arriba prescritos)
que le hacen pensar en un ataque al corazón. No presenta fiebre. La saturación
es normal y la tensión baja. En la exploración muestra buen estado general y
colabora activamente ante las preguntas del cardiólogo. Ningún tipo de lesiones
o hallazgos patológicos.
Se procede a realizar diferentes
pruebas ante la insistencia de la novicia y la madre superiora (muy asustadas por
los síntomas de la paciente). Todos los resultados son negativos. El
profesional de cardiología pregunta por la situación en que se dan estos
síntomas. La paciente manifiesta haberlos sufrido en diversas ocasiones, la
primera de ellas en presencia de Don Juan Tenorio, notorio personaje de la
sociedad sevillana. Las siguientes ocasiones su mera mención o la presencia
cercana de éste desencadena este cuadro que empeora progresivamente.
El cardiólogo, tras valorar los
hechos, pruebas y resultados, determina tratarse de un agudo enamoramiento. La
inmadurez y juventud de la paciente, así como la incomprensión de sus colegas
de mayor edad, llevan a pensar en una patología grave del corazón, lo cual es
rechazado por el experto. Ante la incredulidad del diagnóstico, la insistencia
y alarma de la paciente y su tutora legal, se prescribe tratamiento a base de
“PLACEBOL”, 1 comprimido cada 8 horas. Se trata de un medicamento cuyo
componente principal es el placebo 90%, azúcar 5 % y suero inocuo 5 %.
Toñi Martín del Rey
Grupo A
La vida es suero y los sueros... vida son
La vida es suero y los sueros... vida son
Cuando ingresas en un hospital
Sea cual sea tu dolencia
Suero te han de poner
Con la mayor vehemencia
La enfermera con premura
Te aprieta el brazo buscando
Cual es tu mejor vena
Para así irte pinchando
Te lo ponen glucosado
Salino o glucosalino
Todo va a depender
De cuál sea tu destino
Una vez q sólo estas
Ya tienes tarea pendiente
Vigilar q no se agote
Este líquido que entra inminente
Y a partir de ese momento
A penas puedes dormir
Porque siempre piensas
Que algo pueda ocurrir
Cada vez q la gota no ves
Llamas al timbre corriendo
No vaya a ser que una burbuja
Te provoque un desfallecimiento
Y así transcurren tus días
Sin más tarea que hacer
Que estar pendiente del suero
Para poderte restablecer
Sea cual sea tu dolencia
Suero te han de poner
Con la mayor vehemencia
La enfermera con premura
Te aprieta el brazo buscando
Cual es tu mejor vena
Para así irte pinchando
Te lo ponen glucosado
Salino o glucosalino
Todo va a depender
De cuál sea tu destino
Una vez q sólo estas
Ya tienes tarea pendiente
Vigilar q no se agote
Este líquido que entra inminente
Y a partir de ese momento
A penas puedes dormir
Porque siempre piensas
Que algo pueda ocurrir
Cada vez q la gota no ves
Llamas al timbre corriendo
No vaya a ser que una burbuja
Te provoque un desfallecimiento
Y así transcurren tus días
Sin más tarea que hacer
Que estar pendiente del suero
Para poderte restablecer
Mª José Marín
Grupo A
Sala de cadáveres 1.30 madrugada. Médico forense.
Tengo la costumbre de quedarme solo
cuando en el hospital apagan todas las luces.
Y delante de mi, se encontraban todos los cadáveres que me habían llegado durante el día.
Me costaba abrirlos, examinarlos, dar el diagnóstico, fecha y hora de la muerte...
Y en fin..todo lo que debe hacer un médico forense bajo su responsabilidad.
Miré el reloj de la sala central y vi que eran las dos, volví a meterlos en las cámaras frigoríficas y, desde allí, apagué todas las luces.
Dejé todo como estaba y me metí en el ascensor. Solté un suspiro largo y profundo.
"Mañana será otro día- me dije- por hoy tuve suficiente".
Iria Costa
Grupo B
Sala de cadáveres 1.30 madrugada. Médico forense.
Tengo la costumbre de quedarme solo
cuando en el hospital apagan todas las luces.
Y delante de mi, se encontraban todos los cadáveres que me habían llegado durante el día.
Me costaba abrirlos, examinarlos, dar el diagnóstico, fecha y hora de la muerte...
Y en fin..todo lo que debe hacer un médico forense bajo su responsabilidad.
Miré el reloj de la sala central y vi que eran las dos, volví a meterlos en las cámaras frigoríficas y, desde allí, apagué todas las luces.
Dejé todo como estaba y me metí en el ascensor. Solté un suspiro largo y profundo.
"Mañana será otro día- me dije- por hoy tuve suficiente".
Iria Costa
Grupo B
¡En este ejercicio los compañeros han innovado! Me han gustado en particular las poesías de Sofía Montero y de Ramón Sánchez Rodríguez. Otro relato que quiero destacar es el de Néstor Valverde Merlo. Le ha dado un sentido inquietante al "meme" de oír voces y, aunque me pareció lioso al principio, está muy bien resuelto y es un tema que daría para una novela psicológica interesante y compleja. Me he quedado con ganas de conocer a los padres de Laura e indagar en la personalidad de esa voz tan puñetera…
ResponderEliminarPrometo ponerme al día esta semana con mis tareas. También prometo intentar ponerme a sacar punta a los textos que mandéis.
ResponderEliminarSalud.
Miguel ya somos dos los que nos tenmos que poner al día con las tareas. A veces es un cpoco complicado sacar tiempo.
EliminarDe todos los trabablos que he leido, para mí, descato el de Caroline porque me ha sorprendido el final y el de Toñi porque me parece muy original.